Capítulo 18

Las aguas del Baikal iban a abrazar la arena con olas suaves; el lago era manso y en la superficie oscura se veían puntitos brillantes, como diamantes que reflejasen el centelleo del sol en el crepúsculo. Filipe se quitó los zapatos y recorrió la orilla, chapoteando en el agua.

– Ven aquí -invitó-. Disfruta del agua.

Tomás también se quitó los zapatos y pisó el líquido burbujeante, pero se detuvo de inmediato.

– Está fría. -Se quejó, dando rápidos saltitos de vuelta a la arena.

Su amigo se rio.

– No huyas, pedazo de maricón. Ven aquí al agua.

– ¿Estás loco?

Filipe se agachó y sumergió la mano en el lago.

– Crees que está fría, ¿eh?

– Helada.

El geólogo se enderezó y sacudió la mano mojada, salpicándose los pantalones y el jersey.

– Y, no obstante, esta agua fría es esencial para mantener a nuestro planeta vivo.

– Ya estás exagerando -exclamó Tomás-. Todo el mundo sabe que la vida prefiere el agua caliente.

Filipe comenzó a caminar por la orilla del lago, siempre chapoteando con los pies en el agua, mientras Tomás mantenía una distancia prudente a su lado, acompañándolo por la arena.

– Déjame que te explique una cosa, Casanova -dijo Filipe, con los ojos fijos en las olitas que se deshacían a sus pies-. Aunque no nos demos cuenta de ello, la Tierra es un ser vivo. De la misma manera que el ser humano es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, las células, la Tierra es un ser vivo constituido por billones de seres vivos, la fauna y la flora. Por ejemplo, si la temperatura cambia mucho en la Luna o en Venus, eso es indiferente para esos astros, dado que ambos están muertos, no son más que piedra y polvo. Tanto les da que haga mucho frío como mucho calor, los astros muertos son como esculturas de mármol. Pero las alteraciones térmicas no son indiferentes para la Tierra, que se encuentra viva y que, por ello, está constantemente regulando su temperatura y composición. ¿Sigues mi razonamiento?

– Hmm… Más o menos.

– Una de las cosas que la ciencia ya ha reconocido es que la Tierra, como cualquier ser vivo que la habita, tiene la capacidad de autorregularse. -Alzó el dedo para hacer una salvedad-. Pero, también como cualquier ser vivo, eso sólo ocurre dentro de determinados parámetros de temperatura. -Dio un puntapié en una ola, provocando un burbujeo aparatoso-. En el caso del agua, se ha descubierto que la temperatura crítica son los diez grados. Cuando la temperatura sube por encima de los diez grados, el agua tiende a quedarse libre de nutrientes, lo que perjudica la vida. De ahí que las aguas tropicales sean tan transparentes y límpidas: no tienen nutrientes, a excepción de una limitada cantidad de algas. Esas aguas son al mar como los desiertos son a la tierra. Por el contrario, los bosques del mar son las aguas del Ártico y del Antàrtico, dado que esos océanos polares tienen temperaturas inferiores a los diez grados y, por ello, pueden encontrarse nutrientes por todas partes.

– Disculpa, pero eso no es del todo así -argumentó Tomás-. Que yo sepa, existe mucha vida marina en las aguas tropicales.

– Sólo en profundidad, Casanova. -Señaló hacia abajo-. Sólo en el fondo, donde la temperatura es inferior a los diez grados, la vida marina encuentra nutrientes.

– Hmm.

– Eso significa que la mayor parte de los océanos son desiertos.

– ¿Estás hablando en serio?

– Muy en serio -insistió Filipe-. Las aguas por encima de los diez grados en la capa superior cubren el ochenta por ciento de la superficie de agua en el mundo. Quiere decir que el ochenta por ciento de la superficie del mar es un desierto.

Tomás torció la boca.

– No tenía la menor idea.

– Las implicaciones de este descubrimiento son graves. Si la temperatura global sube, el porcentaje de agua caliente aumentará, lo que tendrá como consecuencia el ensanchamiento del desierto marítimo.

– Entiendo.

Filipe se movió en su lugar.

– Ahora presta atención, Casanova, porque esto es importante. -Hizo un gesto que abarcó el horizonte verde en Oljon y la taiga en la otra margen del lago-. Este fenómeno de desertificación en el mar también se produce en la tierra. Se ha descubierto que las temperaturas críticas en el exterior no son los diez grados, como en el mar, sino los veinte. Cuando la temperatura desciende por debajo de los veinte grados, como ocurre en invierno, el agua de la lluvia se mantiene mucho tiempo en la tierra y el suelo se conserva húmedo, lo que facilita el crecimiento de la vida. Pero cuando, en verano, las temperaturas medias rondan los veinte grados, el agua de la lluvia tiende a evaporarse rápidamente y los suelos se secan. La Tierra, en cuanto ser vivo que se autorregula, ha respondido a este problema haciendo que la estación de las lluvias se dé justamente en verano. La lluvia más frecuente compensa la evaporación, ¿me entiendes? Pero, cuando la temperatura media sube por encima de los veinticinco grados, la evaporación se vuelve demasiado rápida y, a no ser que la lluvia sea casi continua, la tierra se transforma en desierto.

– ¿Y los bosques ecuatoriales? Que yo sepa, están por encima de los veinticinco grados.

– Los bosques ecuatoriales, como el Amazonas o el gran bosque del Congo, constituyen justamente una nueva respuesta de autorregulación de este formidable ser vivo que es la Tierra. Como la evaporación por las altas temperaturas es muy rápida, la Tierra ha creado allí un ecosistema que permite mantener las lluvias sobre el bosque, con lo que obtiene lluvia casi continua, ¿entiendes?

– Ah, entonces el bosque atrae las nubes.

– Eso es. Pero este sistema también sólo es viable dentro de determinados límites térmicos.

– ¿Por qué?

– Debido a las propiedades del agua, Casanova. Una subida de cuatro grados de la temperatura media acelera aún más la evaporación y destruye este equilibrio, y transforma el bosque ecuatorial en un desierto.

– ¿Cómo sabes eso?

– Basta mirar los desiertos, como el Sáhara, por ejemplo. La temperatura allí es tan elevada que toda el agua se evapora demasiado deprisa y los suelos se secan. Pues ¿sabes lo que diferencia a un bosque ecuatorial de un desierto? -Una breve pausa-. Apenas cuatro grados Celsius. Hay sólo cuatro grados de diferencia entre un gran bosque virgen y un desierto, lo que significa que esos cuatro grados traspasan en alguna parte un valor crítico.

– Voy entendiendo.

– De ahí que el aumento de la temperatura global sea un problema muy grande si supera determinado límite térmico. Y lo peor es que hay indicios de que ese proceso ya se ha desencadenado.

Tomás adoptó una actitud aprensiva.

– ¿Cómo?

– ¿Nunca has oído hablar del efecto Budyko?

– ¿Efecto qué?

– Mijail Budyko es el mayor climatòlogo ruso. Descubrió que la nieve refleja en el espacio la mayor parte del calor del sol que incide sobre ella, lo que ayuda a mantener el clima frío. El problema es que, como el dióxido de carbono que han liberado los combustibles fósiles ha elevado la temperatura global, la nieve ha empezado a derretirse, dejando asomar el suelo oscuro que había por debajo. Pero ese suelo, como es oscuro, absorbe el calor, lo que provoca más calor, el cual provoca más derretimiento de nieve, lo que hace que emerja más suelo oscuro que provoca aún más calor, en una espiral sin fin. Ese es el efecto Budyko.

– Nadia me ha hablado de eso.

– Pues ella estuvo implicada en las primeras mediciones que se hicieron aquí, en Siberia. Lo grave es que la temperatura traspasó un límite tal que este tipo de proceso se desencadenó en todo el planeta, incluso en el mar. Sólo en 2005 desapareció el catorce por ciento del hielo permanente del Ártico.¡Catorce por ciento! ¿Sabes por qué? Porque los océanos se están calentando. Como el agua se ha vuelto más caliente, ha empezado a derretirse más hielo, lo que es un problema, porque, como te he dicho, el hielo funciona como un espejo y refleja más del ochenta por ciento del calor del sol. El océano, por el contrario, absorbe más del noventa por ciento de ese calor, debido a que es oscuro. ¿Alcanzas a ver las consecuencias o no? Como el hielo se está derritiendo, hay más océano recibiendo calor, lo que vuelve más caliente al agua y hace derretir aún más hielo, lo que disminuye más la superficie reflectora y ensancha de nuevo la superficie absorbente de calor, en un ciclo vicioso que intensifica el efecto invernadero. Y esto no es todo. Como el océano está más caliente, el agua se vuelve más pobre en nutrientes y en algas. Pero son las algas las que atraen el dióxido de carbono hacia el fondo del mar. Como hay menos algas, el dióxido de carbono queda en la superficie, lo que también agrava aún más el efecto invernadero. Como el calor aumenta, el agua pierde más nutrientes y sobreviven aún menos algas, dejando encima mayores cantidades de dióxido de carbono, que agravan cada vez más el efecto invernadero, y así sucesivamente en una nueva espiral interminable. Es una especie de efecto Budyko marítimo.

– Pero ¿realmente está ocurriendo eso?

– Pues sí. Y en todas partes. Mira los bosques ecuatoriales de los que estábamos hablando hace apenas unos instantes. Como la temperatura ha aumentado, están disminuyendo. El problema es que sin la sombra de los árboles el suelo se calienta más y, en consecuencia, hace calentar más el planeta, lo que provoca una mayor disminución de los bosques y quita sombra a más suelos, que así se calientan más y provocan una mayor disminución forestal, en un nuevo círculo vicioso. Además, ya están ahí las primeras señales de este fenómeno. La Amazonia vivió en 2005 una sequía que no se había dado nunca antes. Se secaron varios afluentes del río Amazonas y hubo que enviar, mediante helicópteros, el agua potable para las aldeas de la gran floresta supuestamente húmeda. ¿Y sabes por qué razón se utilizaron helicópteros?¡Porque el agua de los ríos estaba demasiado baja para la navegación! La sequía de 2005 puede haber sido la primera señal del inminente y catastrófico colapso de la Amazonia, que es inevitable si las temperaturas suben entre tres y cuatro grados Celsius. En esa situación, la floresta se transformará en un desierto. -Señaló la taiga al fondo-. Es necesario, además, mencionar que la muerte de las florestas provoca una brutal liberación de dióxido de carbono, que intensifica el efecto invernadero. Por otro lado, fíjate en que los árboles son la esponja natural que absorbe el dióxido de carbono. Menos árboles implican menor absorción de dióxido de carbono, lo que agrava igualmente el efecto invernadero.

– Pero lo que quieres decir, entonces, es que entramos en todas partes en un ciclo vicioso que provoca cada vez más calor.

– Exactamente eso -confirmó Filipe-. Por eso te digo que, cuando se traspasa determinada temperatura crítica, se desencadenan fenómenos descontrolados. Como ya te he explicado, la Tierra es un ser vivo con capacidad de autorregulación, lo que significa que siempre ha logrado mantenerse próxima a la temperatura y a la composición química más adecuadas para la vida. Lo ha hecho durante tres mil millones de años. Pero ahora, debido a la liberación en masa de dióxido de carbono de los combustibles fósiles, la temperatura se acerca a un valor crítico a partir del cual el planeta pierde capacidad de autorregulación. Y es justamente eso lo que vuelve el calentamiento global potencialmente catastrófico.

Filipe cambió de dirección y salió del agua, yendo hacia las sillas que habían abandonado unos minutos antes. Tomás lo acompañó con actitud pensativa, incómodo con aquel alud de datos aterradores.

– Bien, ya he entendido que la situación es grave -dijo-. Pero ¿cuál es la relevancia de todo esto para nuestra conversación?

– La relevancia, Casanova, es que durante la conferencia de Kioto hubo algunos técnicos que se dieron cuenta de que el acuerdo no era más que una fachada. Se ignoraron deliberadamente las cuestiones de fondo. Kioto reunió a muchos países, cada uno con su propia agenda, pero pocos reflejaban una preocupación genuina por aquello que había motivado la reunión: los cambios climáticos. Por el contrario, nosotros veíamos a los políticos guiñándose el ojo y diciendo que lo que verdaderamente les interesaba no era el calentamiento del planeta, sino el enfriamiento de la economía. Aceptaban todas las medidas que fuesen buenas o inofensivas para su economía y rechazaban todas las que les parecían perjudiciales. Ése era el estado de ánimo dominante. En el razonamiento de los políticos, lo que ocurra dentro de veinte años ya no tendrá que ver con ellos, pues está fuera de su horizonte de reelección. Que resuelvan el problema los gobernantes que vengan después.

– ¿Ellos decían realmente eso?

– En público no, claro. Frente a los micrófonos asumían una posición de gran responsabilidad y parecían realmente preocupados por el calentamiento global. Unos verdaderos estadistas. Pero en privado los veíamos muy bien encogiéndose de hombros y riéndose de lo que ellos mismos acababan de declarar en público.¡La verdad es que les importaba lisa y llanamente un bledo!

– Pero entonces esa conferencia no sirvió para nada…

– Fue una fachada. El problema es que, tal como las cosas se presentan, las emisiones de dióxido de carbono no van a disminuir sino a acelerarse. Por otra parte, ya se están acelerando. Además, Kioto partía del principio ingenuo de que basta con cerrar el grifo del dióxido de carbono para resolver el problema del calentamiento global. -Hizo un gesto brusco con la mano, cortando el aire-. Nada más errado. El calentamiento del planeta es acumulativo. Aunque hoy paremos de emitir dióxido de carbono, y no vamos a parar, el calentamiento proseguirá durante décadas. Se traspasará inevitablemente el valor crítico de 550 ppm y el planeta estará literalmente frito. Ante la actual evolución, me parece seguro decir que llegaremos a traspasar los 1.100 ppm aún durante este siglo. -Adoptó una expresión de impotencia-. Es una catástrofe.

Tomás lo miró a los ojos, inquieto por lo que acababa de escuchar. Parte de esto ya se lo había explicado Nadezhda, pero era chocante oírlo aunque fuese por segunda vez.

– ¿Qué se puede hacer?

Filipe sonrió.

– Justamente fue eso lo que me pregunté a mí mismo en Kioto. ¿Qué se puede hacer?

La interrogación se mantuvo un buen rato flotando entre los dos amigos. Se acercaron a las dos sillas colocadas sobre la arena y se sentaron.

– ¿Entonces?

– Llegué a descubrir que yo no era el único que se había formulado esa pregunta. Había otros técnicos que entendieron el fraude de la conferencia y que se preguntaron qué podrían realmente hacer. En conversaciones en los pasillos o en la cafetería, descubrimos que compartíamos las mismas preocupaciones y formamos un pequeño grupo. -Se rio, con la memoria sumergida en las reminiscencias de Kioto-. ¿Sabes cuál es el nombre que nos dimos?

– Hmm .

– Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis. Piensa a ver si estos nombres te dicen algo: Howard Dawson, Blanco Roca y James Cummings.

Tomás los reconoció.

– Los dos primeros son los tipos que murieron, ¿no?

– Sí. Howard era un climatòlogo de la delegación estadounidense y Blanco un físico integrado en la comitiva española.

– Y el tercero es el inglés que también desapareció.

– Exacto. James fue el consultor científico de la delegación británica.

– Contigo suman cuatro.

– Los Cuatro Caballeros del Apocalipsis.

– En la Biblia, los cuatro caballeros son los que provocan el apocalipsis…

– En nuestro caso, queríamos ser los cuatro caballeros que impidiesen el apocalipsis.

– ¿Y eso es posible?

– Fue lo que nos preguntamos nosotros. Como climatòlogo, Howard tenía mucha información privilegiada, resultado de observaciones que estaba efectuando por todo el planeta, sobre todo en las zonas heladas. Nos contó que la gran mayoría de los glaciares están ardiendo. Los glaciares de los Alpes ya han perdido el cincuenta por ciento de su hielo y los de los Andes han triplicado la velocidad de retroceso, disminuyendo un cuarto de su superficie en sólo tres décadas.

– Joder.

– La temperatura del suelo en Alaska ha aumentado en el sigloXX entre dos y cinco grados Celsius, y nueve estaciones del Ártico han registrado subidas de la temperatura de superficie del orden de los cinco grados Celsius. El calentamiento global ya ha provocado la desintegración de cinco de las nueve plataformas de hielo existentes en la península Antàrtica. Groenlandia y la altiplanicie tibetana registran fenómenos semejantes.

– ¿Todo eso os lo contó el estadounidense?

– Sí, pero nos dijo mucho más. El Niño, por ejemplo, ¿sabes qué es?

– Lo he leído en los periódicos -dijo Tomás haciendo un esfuerzo de memoria-. Es un fenómeno meteorológico en el Pacífico, ¿no?

– Más o menos. El Niño es la aparición periódica de agua caliente en las latitudes tropicales del Pacífico Oriental. La emersión de estas aguas alimenta violentas tempestades en el Pacífico, inundaciones en California y en el golfo de México, así como sequías en Australia y en África. A lo largo de la historia, el Niño se ha revelado como un fenómeno cíclico, alternando cada cuatro años con la Niña, un fenómeno exactamente opuesto, dado que implica la aparición de agua fría en aquella misma zona. Ocurre que, a mediados de los setenta, se alteró el ciclo y el Niño muestra una tendencia a volver casi permanente, llegando a durar seis años.

– ¿Y los otros océanos? ¿También han sufrido alteraciones?

– Las alteraciones están en todas partes, Casanova. Las olas del Atlántico Norte alcanzan una altura un cincuenta por ciento mayor que en la pasada década de los sesenta. Eso se debe a alteraciones sutiles en la temperatura del agua.

– Hmm.

– Lo que pasa es que descubrimos que el clima es mucho más volátil de lo que antes se pensaba. Pequeñísimos cambios causan alteraciones desproporcionadas en el equilibrio global.

– Una especie de efecto mariposa.

– Así es. Y nadie va a escapar. El Medio Oeste de los Estados Unidos, por ejemplo, que ha sido el granero de América, está en vías de convertirse en un desierto. Y el sur de Europa también. Las olas de calor se han hecho más frecuentes y más largas, y ya se encuentra en marcha un proceso de desertificación gradual en Italia, en Grecia, en España y en Portugal, con el Sáhara creciendo hacia el norte. Esto tiene implicaciones catastróficas. Mira lo que ha ocurrido con las grandes olas de calor de 2003 y 2007 en el sur de Europa. Más allá de los gigantescos incendios que consumieron en Portugal una superficie forestal del tamaño de Luxemburgo, la ola de temperaturas elevadas en 2003 ha provocado una quiebra del veinte por ciento en la cosecha de cereales y ha producido una inflación en los precios del cincuenta por ciento. Y en 2007 fue aún peor, con temperaturas récord que provocaron miles de incendios en Grecia, en Turquía y en los Balcanes. Dubrovnik llegó a ser evacuada y los griegos tuvieron que declarar el estado de emergencia en todo el país cuando los incendios descontrolados mataron a más de sesenta personas en tres días y llegaron a los suburbios de Atenas.

– ¿Crees que esas calamidades se van a hacer frecuentes?

– Ah, no te quepa duda. Estos incendios han sido solamente el preludio de lo que viene, y fíjate en que surgen en un momento en que se advierte que el planeta necesita duplicar su producción alimentaria en los próximos treinta años, con el fin de sustentar a una población que habrá de duplicarse en sesenta años. El problema es que la desertificación, la erosión de los suelos y la salinización están reduciendo la tierra arable a un ritmo de un uno por ciento al año. -Inclinó la cabeza para subrayar este aspecto-. Un uno por ciento al año significa un diez por ciento en una década. Hay quien dice que, dentro de unas décadas, la mitad del globo se encontrará cubierto por el desierto. Los resultados ya están a la vista: el crecimiento de la producción alimentaria alcanzó su pico a mediados de los ochenta y se presenta ahora en franco declive.

– ¿Estás hablando en serio?

– ¿Por qué razón piensas tú que estamos tan preocupados? Los modelos muestran que, duplicándose el dióxido de carbono en la atmósfera, la mayor parte de los Estados Unidos estará sometida a graves sequías, con el consecuente colapso agrícola.

Bastará con que suba un grado para que aparezcan desiertos en Nebraska, en Wyoming, en Montana y en Oklahoma. Y, por encima de los dos grados Celsius, también el sur de Europa se habrá transformado en un desierto. Algunos científicos franceses, por ejemplo, se han dedicado a pensar cuánto aumentará la evaporación de agua en toda la región mediterránea cuando se produzca una ligera subida de la temperatura. Los modelos de ordenador han revelado que la evaporación disminuirá, lo que es sorprendente, dado que el calor aumenta la evaporación. Después de analizar mejor los datos, los científicos se han dado cuenta de que la evaporación disminuirá por la sencilla razón de que dejará de haber agua en el suelo: sin agua no hay evaporación. Eso significa que el Sáhara habrá cruzado el Mediterráneo y el sur de Europa se habrá transformado en un desierto. -Hizo un gesto con tres dedos-. El panel de la ONU prevé que, si se cruza el umbral de los tres grados, la desertificación podrá conducir a un hambre generalizada en el planeta. La producción agrícola china, por ejemplo, entrará en ruptura total, con los campos de arroz, maíz y trigo decayendo en un cuarenta por ciento. Las poblaciones de estas nuevas zonas desiertas tendrán que huir en masa hacia el norte en busca de comida, lo que implica que se verán forzadas a invadir los ya densamente poblados países industrializados del norte, donde la producción alimentaria también estará bajo presión. Como es evidente, los habitantes de estos países van a reaccionar muy negativamente a esa invasión de hambrientos y los conflictos serán inevitables. Los partidos fascistas, con la promesa de frenar por la fuerza a las hordas de refugiados famélicos, se volverán dominantes.

– Eso es aterrador.

– Lo es, ¿no? Y me temo que no he revelado aún lo peor.

Tomás frunció el ceño, inquieto.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Quiero decir que lo más grave no es lo que acabo de contarte.

– Entonces, ¿qué es?

Filipe suspiró y miró a su amigo, recobrando el ánimo para entrar en la cuestión que verdaderamente lo aterrorizaba.

– ¿Sabes lo que es una extinción en masa?

Загрузка...