Capítulo 35

El cuerpo largo y esbelto de James Cummings, hasta entonces encogido en el sofá, adquirió vida como si de repente lo hubiesen conectado a la corriente eléctrica. El profesor de Oxford se levantó del rincón y, con sus característicos gestos bruscos y desmañados, casi a trompicones, cogió el cuaderno que había dejado sobre un mueble y se volvió hacia ese público inesperado.

– El proyecto del Séptimo Sello está recogido en este cuaderno -anunció-. Lo concibió, en términos teóricos, mi colega de Barcelona, el profesor Blanco Roca, cobardemente… humpf… asesinado en su despacho.

Orlov se movió en el sillón, acusando el golpe.

– Adelante -ordenó-. Adelante.

El inglés se enderezó y se mantuvo muy erguido, mirando al ruso con actitud altanera.

– Este proyecto presenta lo que podrá ser la solución para los problemas que ya está afrontando la humanidad y que se van a agravar en el futuro. Se trata de una batería que no precisa nunca de recarga, que no emite calor, que no emite sonido, que no contamina y que se alimenta de un combustible muy abundante en nuestro planeta.

– ¿Un combustible muy abundante? -se sorprendió Orlov-. ¿Qué? ¿Caca de vaca?

Cummings miró al ruso con frialdad glacial, centelleándole el desdén en los ojos.

– Agua.

Los hombres reunidos en la sala, salvo Filipe, contrajeron el rostro en una mueca incrédula.

– ¿Agua? -interrogó Tomás, que había decidido quedarse callado, pero que en aquel instante no pudo reprimir la sorpresa-. ¿El agua como combustible del futuro?

– El agua -insistió el inglés.

– Pero…, pero ¿cómo?

El profesor de Oxford se volvió hacia el mueble y abrió un cajón, lo que llevó a los rusos a amartillar las armas, en actitud de alerta, sin saber qué saldría de allí. Cummings metió las manos en el cajón y sacó un gran panel blanco, que fue a colgar de un clavo ya colocado en la pared. Era una pizarra, de superficie láctea y lisa como el marfil, igual a tantas otras usadas en las reuniones de trabajo de las empresas. El académico cogió un rotulador y marcó un punto negro en la blancura.

– Todo comenzó en un punto, hace quince mil millones de años -dijo-. Toda la materia, el espacio y las fuerzas estaban comprimidos en un punto infinitamente pequeño que, de repente, sin que sepamos por qué, se expandió… humpf… y fue creando el universo.

– El Big Bang -observó Tomás, ya familiarizado con ese tema.

– Exacto -confirmó Cummings-. El Big Bang. Los primeros segundos fueron, como debéis imaginar… humpf… muy atribulados. Comenzaron a formarse quarks y anti-quarks, que constituyeron los hadrones. Al cabo de un milisegundo, se formaron los electrones y los neutrinos, junto con sus antipartículas. El universo estaba en… humpf… expansión acelerada y, a medida que crecía, iba enfriándose. Eso permitió que, a los cien segundos, los neutrones comenzasen a convertirse en protones. Unos instantes después, las partículas se reunieron en núcleos, pero aún había poco espacio en el universo y la temperatura era demasiado elevada, por lo que los… humpf… electrones colisionan con los fotones y se destruyen unos a otros. Si pudiésemos viajar en el tiempo, veríamos que el universo parecía, en ese momento, una niebla densa. Sólo al cabo de trescientos mil años, cuando la temperatura descendió hasta menos de tres mil grados Celsius, los núcleos lograron atraer electrones de un modo estable. Se formaron… humpf… los primeros átomos. -Contempló a su extraño público, formado por dos académicos portugueses y cuatro gánsteres rusos-. ¿Y cuál fue, os pregunto, el primer átomo que se formó?

Los rusos se encogieron de hombros, casi indiferentes. Su especialidad era otra.

– Hidrógeno -respondió Filipe, que ya conocía la respuesta.

Cummings se volvió hacia la pizarra y trazó una gran H en la superficie blanca.

– Hidrógeno -confirmó-. El primer elemento de la tabla periódica, el más simple de todos los átomos. -Marcó dos puntos, uno al lado del otro, y dibujó un círculo a su alrededor-. Hay un protón y un neutrón en el núcleo y un electrón que órbita. Humpf…, nada más elemental. -Se volvió a su público-. También se crearon los átomos de helio, pero los de hidrógeno eran los más abundantes. Por cada átomo de helio había nueve de hidrógeno.

Orlov suspiró, claramente impaciente.

– Disculpe, pero ¿qué interés tiene toda esa cháchara?

El inglés alzó la ceja, en una pose muy afectada.

– ¿No quería… humpf…, caballero, que le explicase lo que es el Séptimo Sello?

– Sí, claro. Pero ¿qué tiene que ver eso con el Séptimo Sello?

– Tenga paciencia -pidió Cummings. Su cuerpo de gigante esmirriado se estremeció, como si hubiese sufrido un pequeño impacto-. ¿Por dónde… humpf… iba?

– Por el hidrógeno.

– Ah, right ho. El hidrógeno. -Miró la H que había dibujado en la pizarra blanca-. El hidrógeno, pues, es el átomo más pequeño, más simple, más antiguo y más abundante que existe en el universo. -Alzó la mano-. Destaco sobre todo la idea de… humpf… abundante. El hidrógeno es muy, muy abundante. Tres de cada cuatro de todos los átomos que se pueden encontrar en el universo son de hidrógeno. El hidrógeno… humpf… corresponde al setenta y cinco por ciento de la masa existente en el cosmos. -Arqueó las cejas-. Es mucho. -Golpeó la H con la punta del rotulador-. Siendo tan abundante, sin embargo, es difícil encontrar hidrógeno en estado puro. ¿Alguien sabe por qué razón ocurre eso?

Se hizo silencio en la sala. Nadie lo sabía.

– El hidrógeno es reactivo -dijo por fin Filipe, el único que estaba al tanto del asunto.

– El hidrógeno es altamente reactivo -confirmó el profesor de Oxford. Se hacía evidente que Cummings estaba más habituado a hablar para un público de universitarios imberbes que para bandas de mafiosos mal encarados-. Eso quiere decir que el hidrógeno odia… humpf… la soledad. Como no le gusta quedarse solo en casa, lo que hace es juntarse con gran facilidad con otros átomos. Si fuese una mujer… humpf…, el hidrógeno sería una prostituta.

Los rusos se rieron. Estas alusiones estaban más a su alcance.

– ¿Y las tetas? -preguntó Igor con un tono grosero, mientras la escopeta automática se balanceaba excitadamente de una mano a la otra-. ¿Y las tetas? ¿Son grandes? ¿Eh? ¿Son grandes?

Cummings se arrepintió de la imprudencia de haber recurrido a aquella metáfora frente a tales asistentes y adoptó una actitud digna, como si no hubiese escuchado los comentarios.

– Lo que quiero decir con esto es que el hidrógeno, siendo extraordinariamente abundante, casi sólo se encuentra… humpf… en forma híbrida. Por ejemplo, cuando el hidrógeno se acerca al oxígeno, se adhiere enseguida a él, y forma el agua. Si por casualidad pasa el nitrógeno por allí, el hidrógeno se asocia de inmediato a él y ambos forman amoniaco. Y, si el átomo que pasa por allí cerca es el carbono, el hidrógeno se aferra a él y… humpf… nacen los hidrocarburos.

– ¡Vaya putón! -gruñó un ruso a carcajadas-.¡Se va con el primer átomo que le pasa por delante!¡Quiere que se la metan los electrones de todo el mundo!

– Silencio -farfulló Orlov, alzando la voz para mandar callar a sus hombres-. Dejad escuchar.

Los gánsteres se calmaron, intimidados por la orden del jefe, entre risitas reprimidas, y Cummings, que se había callado para dejar pasar la broma obscena, manteniendo una actitud imperturbable, reanudó su argumentación.

– Al juntarse a los otros átomos, el… humpf… hidrógeno almacena energía.

– ¿La energía nuclear? -preguntó Orlov, en cuya mente la palabra «energía», asociada a «hidrógeno», daba como resultado «bomba de hidrógeno».

– No -corrigió el inglés-. Eso es otra cosa. Se llama energía nuclear a la energía asociada a la fuerza fuerte que… humpf… mantiene el núcleo unido. En este caso, sin embargo, estamos hablando de otro tipo de energía, una energía que se almacena cuando el hidrógeno se une a otros átomos.

– Ah, bien.

Cummings dio dos pasos hacia un lado y, acercándose a la ventana, señaló algo que estaba al otro lado del cristal sucio.

– ¿Estáis viendo lo que hay allí? -preguntó.

Orlov se levantó y observó por la ventana en la dirección indicada. Era un enorme arbusto, de aspecto robusto y rudo, semejante a los miles que se extendían por la planicie.

– Sí, ¿qué pasa con eso?

– Se llama wanari y es una especie de acacia. -Se encogió de hombros-. En realidad, me resulta indiferente que sea un… humpf… wanari o cualquier otra cosa. Lo que importa es que se trata de una planta. ¿Y esto por qué? ¿Qué tienen que ver las plantas con… humpf… el hidrógeno?

Orlov, que había vuelto a su sitio, relacionó la pregunta con el anuncio que había hecho Cummings al comienzo de su exposición.

– ¿El agua?

La observación tuvo la virtud de hacer que todos contuviesen la respiración en la sala. Sintiendo la expectativa, el inglés se dirigió despacio hasta la pizarra blanca, donde seguía trazada la H y la estructura esquemática del átomo de hidrógeno, e hizo pleno uso de la pausa dramática.

– El agua -confirmó-. Humpf… ¿Y qué es el agua? -Se volvió hacia la pizarra y escribió «H2O»-. Son dos átomos de hidrógeno, asociados a uno de oxígeno.

– Ménage á trois -soltó desde atrás uno de los rusos, que no pudo resistirse a la tentación del chistecito.

– Zatknis! -vociferó Orlov, mandando callar al impertinente y fijando en él una mirada amenazadora-. Si dices una cosa más, ya verás lo que te ocurre.

El ruso de los chistes se encogió, comprimió los labios y bajó los ojos. Después de aquella reprimenda, estaba claro que no pronunciaría ni una palabra más.

– A donde realmente yo quería llegar era a un proceso llamado,… humpf… fotosíntesis -dijo Cummings, esforzándose por mantener un hilo conductor en su exposición-. En términos generales, la fotosíntesis se produce cuando las plantas transforman el aire, la luz del Sol y el agua en azúcar. -Se volvió hacia la pizarra y dibujó el Sol por encima y una hoja por debajo, con una gota de agua sobre su superficie-. Lo que ocurre es lo siguiente. -Desde el Sol dibujó una flecha que apuntaba a la hoja de la planta-. La energía solar incide sobre la hoja y… humpf… provoca una escisión de las moléculas de agua. El oxígeno y el hidrógeno, que están unidos en el agua, se separan. -Golpeó con el rotulador la gota dibujada sobre la hoja para enfatizar ese punto-. Se separan -repitió-. Ahora, como ya hemos visto, al hidrógeno no le gusta quedarse solo. La energía solar lo ha obligado a separarse del oxígeno, y el átomo de hidrógeno, para recuperar su estabilidad, sale enseguida en busca de un nuevo compañero. ¿Y con quién se encuentra en la planta? Con el carbono. O sea, que el hidrógeno se asocia con el carbono y… humpf… forma un nuevo compuesto, llamado carbohidrato, con quien comparte su energía extra. -Se volvió hacia los asistentes-. ¿Qué nombre les damos nosotros a los carbohidratos?

– Azúcar -respondió Filipe de inmediato, siempre consciente de que nadie más daría la respuesta.

– Exacto -confirmó el inglés-. Algunos carbohidratos, que nacen de la conjunción del carbono con el hidrógeno cargado de energía solar, son conocidos habitualmente como… humpf… azúcar. -Alteró el tono de voz, en un aparte-. De ahí que el azúcar sea muy energético. ¿-Ah, ya empiezo a entender -murmuró Orlov.

– Lo que quiero decir… humpf… es que el azúcar es un depósito de energía solar, la cual se encuentra almacenada en el hidrógeno que compone el azúcar. Esa energía solar puede liberarse después de diversas maneras. -Simuló el gesto de llevarse algo a la boca-. Si yo como una lechuga, por ejemplo, el carbohidrato entra en mi cuerpo y… humpf… se somete a la acción química de mi metabolismo, que funciona como la fotosíntesis al contrario. O sea, que el hidrógeno se separa del carbono y vuelve a juntarse con el oxígeno, y crea una molécula de agua. -Agitó el rotulador en el aire. Y aquí viene lo importante -subrayó-: para poder juntarse al oxígeno, el hidrógeno tiene que deshacerse de la energía solar que almacena. Ese proceso se llama oxidación y… humpf… gracias a él nuestro cuerpo produce calor. El calor es la energía solar liberándose en el momento en que, en nuestro cuerpo, el hidrógeno se separa del carbono de los alimentos y se junta con el oxígeno.

– ¿El calor del cuerpo viene de la energía solar contenida en los alimentos? -se sorprendió el ruso.

– Sí, así es. Pero esta energía del Sol, liberada por el hidrógeno contenido en los alimentos, no adopta solamente la forma de… humpf… calor. También adopta otras formas, como la energía eléctrica, la energía mecánica o la energía química.

– Es, por tanto, lo que nos da fuerza.

– Así es. -Cerró los puños-. La energía de nuestro cuerpo viene de la energía del Sol, almacenada en el hidrógeno. Y lo interesante es que esa energía, en vez de ser liberada, también puede conservarse durante millones y millones de años. -Hizo una seña con el pulgar hacia la ventana-. Por ejemplo, si ningún animal comiese ni se quemasen en un incendio las hojas del wanari que está allí fuera, sino que, en vez de eso, cayesen en el suelo y las fuera cubriendo la tierra, al cabo de mucho tiempo se transformarán en… humpf… carbón. ¿Y qué uso le damos nosotros al carbón?

– Es una fuente de energía -dijo Filipe.

– Exacto. El carbón es una fuente de energía. ¿Y qué tipo de energía es ésa? Es la energía solar, almacenada por el hidrógeno en el momento de la fotosíntesis, que se produce en el momento en que la hoja del wanari… humpf… estaba viva. Cuando echamos el carbón en el horno, se invierte el proceso de fotosíntesis. El hidrógeno suelta el carbono y se asocia con el oxígeno, liberando su energía extra. Y el carbono, que se ha quedado, mientras tanto, solo, también se asocia con el oxígeno, creando el dióxido de carbono, que es liberado en la atmósfera. Esto ocurre con el carbón… humpf… y ocurre con los otros hidrocarburos que se forman a lo largo de millones de años: el petróleo y el gas.

– Si he entendido bien, la energía no está en el carbono -resumió Orlov-. Está en el hidrógeno.

– Así es. Lo que significa que, cuantos más átomos de hidrógeno tiene el hidrocarburo… humpf… más energía contiene ese hidrocarburo.

– ¿Los hidrocarburos no tienen todos la misma cantidad de hidrógeno?

– No, de ningún modo. Por ejemplo, el hidrocarburo con menos energía es… humpf… el carbón. ¿Y por qué? Porque el carbón tiene el carbono y el hidrógeno en la proporción de uno a uno. El petróleo, en cambio, es más energético, ya que, por cada átomo de carbono que posee, existen dos de hidrógeno. Y el gas natural puede liberar aún más energía, puesto que tiene… humpf… cuatro átomos de hidrógeno por cada átomo de carbono. -Miró a sus oyentes-. ¿Esto está claro?

– Sí.

– Entonces prestad atención a esta pregunta… humpf… porque es importante. -Hizo una breve pausa-. ¿Y si, en vez de quemar un combustible que tiene carbono e hidrógeno, quemamos sólo hidrógeno? ¿Qué ocurre?

– ¿Sólo hidrógeno?

– Sí. ¿Y si, en la palabra «hidrocarburos», prescindimos de los «carburos»? ¿Y si… humpf… nos quedamos sólo con los «hidros»?

– ¿Eso es posible?

– ¿Por qué no? Quitamos los carburos de la ecuación y nos quedamos solamente con el… humpf… hidrógeno.

Orlov se encogió de hombros.

– ¿Cuál sería la consecuencia?

Cummings pareció sorprendido con la pregunta.

– A la luz de lo que ya os he explicado,¿¿la consecuencia no os parece… humpf… obvia? Entonces, si la energía del petróleo está en el hidrógeno que contiene y no en el carbono, es evidente que, si yo retiro el carbono de la ecuación, seguiré disponiendo de energía. -Repitió la idea, preocupado por subrayar este punto crucial-: No os olvidéis de que… humpf… la energía está en el hidrógeno, no en el carbono.

– Ya veo.

– O sea, que no necesito carbón, petróleo ni gas natural para nada. Sólo necesito hidrógeno.

– Pero eso es brillante -exclamó Tomás, rompiendo el mutismo al que se había entregado-. Brillante.

Orlov meneó la cabeza, sin entender bien.

– ¿Cuál es la ventaja de eso?

Cummings amusgó los ojos. La cabeza del ruso era dura.

– Oiga: ¿qué provoca el aumento de la temperatura del planeta? -preguntó armándose de paciencia docente.

– Según lo que andan diciendo por ahí los maricas de los ecologistas, la quema del petróleo.

– Que es un hidrocarburo -adelantó el inglés de inmediato-, Fíjese bien en que, cuando se quema petróleo, lo que ocurre… humpf… es que se produce la fotosíntesis al contrario. Es decir, que el hidrógeno se libera del carbono y se asocia con el oxígeno. Como se queda solo, el carbono también se asocia con el oxígeno, y crea un nuevo compuesto. ¿Cómo se llama… humpf… ese compuesto?

– Dióxido de carbono -repitió Filipe sin perder tiempo.

– ¿Y cuál es el compuesto más responsable del efecto de invernadero que provoca el… humpf… calentamiento del planeta?

– El dióxido de carbono -dijo el geólogo como si fuese un disco rayado.

– Entonces, ¿qué ocurre si quitamos el carbono de la ecuación?

– Deja de formarse el dióxido de carbono, porque no hay carbono.

Los ojos de Cummings se posaron en Orlov, insinuando que no era necesario añadir nada más.

– ¿Está entendiendo ahora cuál es la ventaja de quemar solamente el hidrógeno? -Sí.

– Si eliminamos el carbono y nos quedamos sólo con el hidrógeno, retenemos la parte energética del combustible y, al mismo tiempo, dejamos de lanzar dióxido de carbono a la atmósfera. Es una solución beneficiosa en todos los niveles. Ganamos más energía… humpf… y ganamos una energía limpia.

– ¿El hidrógeno puro tiene más energía que la gasolina?

– Claro -exclamó Cummings, casi escandalizado por la pregunta-. Un litro de hidrógeno posee tres veces más energía que un litro de gasolina.

– Hmm .

– Y así matamos dos pájaros… humpf… de un tiro -exclamó el inglés-. Detenemos el calentamiento del planeta y dejamos de depender del petróleo, recurriendo al… humpf… átomo más abundante del universo para ir a buscar el combustible que precisamos.

Orlov se revolvió en el sillón, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.

– Eso es muy poco conveniente para mis jefes -observó sombríamente-. Si esa idea se da a conocer y se desarrolla, van a quedarse sin empleo. -Hizo una pausa-. Y yo también.

Cummings se atusó la barba blanca.

– Pues sí, supongo que eso puede ser… humpf… un poco desagradable para la industria del petróleo, claro.

El ruso acarició el arma.

– Vamos a tener que hacer algo para resolver ese problema, ¿no le parece?

El inglés miró, horrorizado, la escopeta automática en las manos de Orlov.

– Espere, de todos modos, aún hay un problema sin resolver -se apresuró a añadir; sus ojos le saltaban nerviosamente del arma al ruso.

– ¿Problema? ¿Qué problema?

– ¿Adónde vamos a buscar el hidrógeno?

Orlov parecía no entender la pregunta.

– Bien…, ¿no fue usted quien dijo que tres de cuatro átomos existentes en el universo son de hidrógeno?

– Lo dije y… humpf… es verdad.

– Entonces, ¿cuál es el problema? ¿-Es un hecho que el setenta y cinco por ciento de la masa existente en el cosmos es hidrógeno. Pero yo añadí también otra cosa, ¿no lo recuerda?

Orlov hizo un esfuerzo de memoria, pero no llegó a nada.

– ¿Qué?

– Expliqué que el hidrógeno, siendo inmensamente abundante, detesta vivir solo. Lo que le gusta es asociarse con otros átomos.

– Ah, sí -sonrió el ruso-. El hidrógeno es una puta.

– Pues… humpf… así es -murmuró Cummings, revirando los ojos-. Pero la facilidad que tiene el hidrógeno para asociarse con otros átomos hace que sea muy raro encontrar átomos aislados de hidrógeno.

El rostro del ruso se expandió en una sonrisa.

– Ah, pues sí-exclamó-. Fue eso lo que dijo, claro que lo dijo. -Cruzó las piernas, satisfecho-. Entonces, ¿cómo van ustedes a resolver ese problema?

– ¿Quiere realmente saberlo?

– Tengo curiosidad. Esta vez fue el inglés quien sonrió.

– Entonces cojan sus cosas y vengan con nosotros.

– ¿Adónde?

– Ya… humpf… lo verá.

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