Capítulo 11

– Mai nunca… -Even miró fijamente la bolsita con el polvo blanco. Agarró la copa y se la llevaba a la boca cuando de pronto recordó que estaba vacía-. Odiaba las drogas. ¡Si ni siquiera fumaba, maldita sea! Nunca tocaba el alcohol, sólo el vino. Ella odiaba todo lo que pudiera…-Even dejó la copa sobre la mesa y se secó la saliva de los labios. Su cabeza se sumió en el silencio, todo a su alrededor era quietud. La ciudad se había vuelto blanca y negra, muda.

– ¿Todo lo que pudiera…? -El inspector Bonjove cogió la bolsita y se la metió en el bolsillo sin soltar a Even con la mirada.

– Todo lo que pudiera… -Even no lograba alejar la mirada del bolsillo del inspector-. Todo lo que pudiera estropear su cerebro, solía decir. Cosas que pudieran aturdiría o que le hicieran perder el control. Era una freak del control, al menos cuando se trataba de este tipo de cosas.

Even se hundió en el asiento, y se quedó mirando al vacío, sin ver nada. Poco a poco, los sonidos de la ciudad fueron acoplándose, parpadeó, y descubrió los colores de una camioneta, recordó que había más gente en el mundo, que estaban sentados en medio de París.

Las mesas con los manteles a cuadros rojos y blancos cubrían la plaza en filas que daban a la calle, y el inspector y Even ocupaban la mesa que estaba más cerca de la puerta abierta. Al otro lado de las ventanas había más mesas y una barra larga. Mai había elegido la mesa que estaba situada en el centro. Como si quisiera que la viera cuanta más gente, mejor. ¿O era la única mesa que quedaba libre? Un camarero pasó por su lado con dos platos en las manos. El olor a ajo y a baguettes recién hechas rozó a Even. Se tocó la nariz.

– ¿Había, quiero decir, había rastro de que hubiera…?

– Sí, encontramos pequeños restos de cocaína en uno de los orificios de su nariz.

– ¿Dónde encontraron…?

– En su neceser… junto con la pasta dentífrica y el lápiz de labios y los tampones. -Bonjove miró a Even por encima del humo del cigarrillo-. Sólo faltaban los condones.

Even cerró los puños, pero se quedó quieto.

– ¿Y la sangre? No encontraron nada en…

– Como ya le he dicho antes no se le hizo la autopsia. ¿Por qué íbamos a hacérsela?

Even se puso en pie, se sentía enfermo, y se quedó un rato mirando hacia la calle. Seguramente las autopsias eran un gasto que corría a cargo de cada uno de los distritos policiales. Igual que en Noruega, donde a veces, por razones económicas, la policía enviaba a los muertos al cementerio sin saber con toda seguridad cuál había sido la causa de la muerte. Un autobús lleno de turistas pasó por su lado. Japoneses. Tomaron fotos de él, del inspector y de la brasserie. De todo a su alrededor. Le saludaron al ver que los miraba.

– ¿Le dice algo el nombre de Simon LaTour? -el inspector soltó la pregunta cuando el autobús doblaba la esquina.

Even le lanzó una mirada vacía que, por lo visto, ya le valió como respuesta porque Bonjove siguió adelante haciéndole alegremente una más, como si sintiera un especial placer haciendo preguntas que revolvieran a Even por dentro.

– ¿Por qué insinuó al principio de nuestra conversación que podía haber tomado pastillas o drogas, si ahora afirma que a ella jamás se le ocurriría utilizarlas?

Even se apoyó en el respaldo de la silla.

– Porque… quiero decir… tenía que haber una razón. -Even echó la vista hacia la ciudad-. Voy a atrapar a ese maldito diablo -murmuró de pronto, y se fue.

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