Capítulo 81

Se había puesto en marcha un proceso alquímico.

Lentamente se fue abriendo paso desde el pecho hacia el resto del cuerpo, convirtiendo, una por una, las células en metal pulido, los huesos y las articulaciones en cobre, los músculos y la sangre en hierro y mercurio. El corazón en plomo. Mientras la maquinilla de afeitar suavizaba el mentón y las mejillas, Even notó cómo los movimientos del cuerpo se volvían mecánicos y el corazón se enfriaba y se solidificaba como la lava al entrar en contacto con el mar. Even se duchó. Mientras, un plan iba tomando forma, un plan que debía encontrar el equilibrio adecuado entre destino y azar, entre la venganza y la purificación. Se quedó un buen rato debajo del chorro de agua helada, preparándose para el frío de la noche, antes de secarse y vestirse con un jersey oscuro y unos pantalones de chándal de color azul marino. Se puso un cinturón por encima del jersey. En el armario del pasillo encontró un viejo par de zapatillas de correr y un par de guantes de piel que debería haber tirado hace tiempo. Tenían agujeros en los índices que Even remendó con tiritas que después pintó con un rotulador negro. Salió a la calle con un trapo en la mano y empezó a pulir la pintura del escarabajo rojo, como si sólo pretendiera mantener el coche limpio y resplandeciente. Cuando llegó a la parte trasera, pasó disimuladamente la mano por el interior del guardabarros hasta que encontró el transmisor GPS. Lo desprendió y recorrió el lateral del coche; frotó la parte inferior de la puerta mientras dejó que el imán del transmisor se adhiriera a la parte inferior de la rejilla del desagüe, en el borde de la acera.

La frase que le había condenado a hacer lo que ahora estaba a punto de emprender le volvía a la cabeza una y otra vez: si el diario de Mai decía que había encontrado la fórmula de Newton en marzo, y a Kitty le entregaron el sobre donde hacía referencia a Londres en noviembre del año pasado, uno de ellos tenía que ser una falsificación. Ambas posibilidades eran imposibles. Era como decir que dos más dos son cinco.

En el centro comercial más cercano encontró una tienda de deportes donde compró un hacha corta que estaba pensada para ir colgada del cinturón, dos rollos de esparadrapo deportivo y dos suspensorios para adultos. En una ferretería compró una lezna, un martillo y una cajita de clavos. Compró un mapa de Oslo en un quiosco y luego hizo un par de llamadas telefónicas. Una a Jan Johansen, que contestó. Otra a Finn-Erik, que no contestó. Y una tercera a un colegio que confirmó lo que se temía.

A las tres estaba aparcado en el borde de la acera con el coche en marcha. A través del retrovisor vio que Stig salía de una casa, se despedía de su niñera y empezaba a andar hacia el coche. La niñera se quedó al lado de la verja siguiéndole con la vista hasta que un niño en el jardín empezó a llorar y la mujer desapareció detrás de unos arbustos. Cuando Stig llegó a la altura del escarabajo, Even abrió la puerta del coche y le dijo: «Hola». El niño lo miró sorprendido y se acercó.

– ¿Te gusta tener cinco años? -preguntó Even. Stig asintió con timidez por encontrarse a solas con un adulto-. ¿Te gusta el autobús que te regalé?

– Mmm, y las películas de Siaphn -dijo Stig, riéndose sólo con pensar en ellas-. Se cae todo el tiempo, pero el policía nunca lo atrapa.

– No, nunca, es verdad, la policía nunca lo atrapa. Es una de las cosas que más me gusta de Chaplin. -Even asintió con la cabeza y miró a su alrededor-. ¿Sabes? He quedado con tu padre que hoy yo te llevaría a un sitio. ¿Te apetece?

– ¿Adonde? -Stig miró el coche sin mostrarse receloso, más bien parecía sentir curiosidad-. ¿Es un Escarabajo de verdad?

– Sí. -Even golpeó el volante-. Un Escarabajo de verdad. Ven, yo te paso por encima del volante y te sientas en el asiento del copiloto. Así podrás poner la mano en el volante mientras yo conduzco.

Stig asintió y dejó que Even lo depositara en el asiento del copiloto y le pusiera el cinturón de seguridad. Even volvió a mirar a su alrededor sin ver el coche de Finn-Erik ni ningún otro que no tuviera ganas de ver.

Cuando tomaron el cinturón de circunvalación, Stig le preguntó por los años que tenía el coche y si era de Even. Even contestó mintiendo lo mejor que pudo, intentando parecer tranquilo y relajado mientras sus ojos miraban constantemente por los retrovisores. Detuvo el coche y consultó el mapa hasta que finalmente encontró la dirección correcta. Se metió en un aparcamiento para clientes y dejó que Stig se sentara en el asiento del conductor y «condujera», mientras Even subía hasta un bloque de pisos y llamaba a una puerta.

– ¿Sí? -se escuchó por el interfono al lado de la puerta.

– Soy Even Vik, el amigo de Finn-Erik. Tengo que hablar contigo inmediatamente. Es importante. ¿Puedes bajar?

– Un momento. -La voz metálica desapareció.

Even se acercó al coche y se llevó a Stig. Cuando la puerta se abrió, los dos estaban allí, delante de ella, mirándola.

– Hola, Stig -exclamó Bodil Munthe, sorprendida-. ¿Tú aquí?

– Stig tenía ganas de hacerte una visita -dijo Even, pasando por alto la mirada extrañada que le lanzó el niño-. Quiero que te lo lleves a tu piso y que te lo quedes hasta que vuelvas a saber de mí.

– ¿Que yo…?

Bodil Munthe miró a Even como si hubiera dicho que Stig era un marciano.

– Oye, Stig, había olvidado que tengo una bolsa con chuches en el asiento de atrás. ¿Podrías ir a por ella? -Stig dio un salto, aterrizó en el sendero enlosado y salió corriendo en dirección al coche. Even habló en voz baja y a toda prisa-. Últimamente has pasado mucho tiempo con Finn-Erik. Supongo que te habrá contado mi teoría según la cual Mai fue obligada a suicidarse. -Ella asintió-. ¿También te ha contado que Stig es mi…? -Even la miró, no se atrevió a decir la palabra por miedo a que el plomo del corazón se derritiera. Ella volvió a asentir.

– Finn-Erik tenía pensado decírtelo… alguna vez. Mai-Brit no quería porque estabas en contra de tener hijos. Después de su muerte, Finn-Erik empezó a…, quiero decir, Finn-Erik decía que lo más correcto sería decírtelo, pero que tendría que esperar a que… -La mujer se detuvo y miró al niño que se acercaba, mordisqueando un palito de regaliz.

– ¿Pero…?

– Hasta que te hubieras tranquilizado, te hubieras recuperado y volvieras a ser alguien en quien poder confiar. Eso fue lo que dijo. No quería soltar a Stig, quería que lo compartierais. Quiere mucho al niño. Tenía miedo de que tú…

Stig se detuvo detrás de Even y miró un gato que se acercaba bordeando sigilosamente el muro.

– ¿Es tuyo el gato, Bodil? -preguntó el niño.

– No, pero puedes hablar con él, si quieres. Es un gato muy simpático, un gato al que le gustan los abrazos.

Stig se alejó y se puso de cuclillas enfrente del gato. Even examinó a la dama que tenía delante.

– ¿Tú y Finn-Erik tenéis planes de vivir juntos?

– Dios mío, no -exclamó la mujer y miró a Even con extrañeza-. Ni hablar. Sólo somos amigos.

Even asintió, como si una duda hubiera quedado finalmente despejada.

– ¿Te va bien quedarte con Stig? Llamaré a Finn-Erik para decirle que el niño está bien, pero no pienso decirle dónde está.

Ella dijo que sí y estudió a Even detenidamente.

– ¿Por qué yo?

– Porque sé que Stig te conoce, y que Finn-Erik comprenderá que tenía buenas razones para hacerlo cuando sepa dónde está Stig.

– ¿Y cuáles son las razones?

– Que las mismas personas que perseguían a Mai ahora me persiguen a mí. Que de pronto me he vuelto vulnerable, como lo era Mai, y que, por lo tanto, Stig corre peligro de muerte.

– Pero… -La mujer lo miró desconcertada-. ¿Cómo pueden saber que tú eres el padre de Stig? Si sólo Finn-Erik lo sabe…

Even le había dado la espalda y cruzó el césped sin responderle. Bodil Munthe se calló y lo miró mientras él se metía en el coche, lo ponía en marcha y desaparecía. Sólo cuando desapareció el Escarabajo Bodil Munthe llamó a Stig y entraron en el edificio. Una vez en el piso, se quedó un buen rato mirando el teléfono con la mano apoyada en el auricular.

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