Capítulo 36

En algún lugar, detrás de una palmera, había un pianista que estaba convirtiendo despiadadamente Stairway to Heaven en una cancionzuela antipática. En el restaurante se oía el zumbido débil de muchas voces hablando a la vez, gente que conversaba en voz baja y educadamente, tal como se acostumbra a hacer en los ambientes más selectos del Soho londinense. Even se sentía incómodo, habría preferido un pub medio mugriento de Southwark.

– ¿Estás casado? -preguntó Susann y levantó una de sus cejas oscuras.

Se llamaba Susann, era la mujer del avión. Habían decidido coger juntos un taxi desde el aeropuerto hasta el centro de Londres. Susann Stanley. Era medio inglesa, medio noruega.

– No -dijo Even y levantó las manos en el aire con los dedos extendidos.

Nunca había llevado anillo, tampoco mientras estuvo casado. Despedía un olor agrio a sudor y pensó que en realidad debería haberse duchado antes de comer. Susann le contó que papá Stanley era copropietario de una compañía farmacéutica con sede en Londres y que ella era la representante comercial de la empresa para toda Escandinavia. Vivía en Bosted, en Frogner, cerca de donde vivía su madre. También tenía un piso en Londres, en Hill Street, no muy lejos del Soho. Era por eso que se encontraban en aquel restaurante.

– ¿Qué tipo de medicinas vendes? -preguntó Even, sobre todo para no tener que hablar él.

– La sucursal escandinava es relativamente nueva y está dedicada, sobre todo, a la investigación con células madre, un campo en el que somos grandes expertos.

– ¿Investigación con células madre…? ¿No tiene algo que ver con guardar el cordón umbilical para cuando te pongas enfermo?

Susann sonrió.

– La sangre del cordón umbilical o mejor dicho: las células madre de la sangre. Se trata de una investigación única en los tratamientos de la leucemia y diversas anemias, así como de enfermedades musculares y óseas…

– Es decir, que si yo contrato uno de esos seguros, puedo contar con que viviré eternamente -la interrumpió Even.

– No eternamente. De todos modos, en tu caso ya es demasiado tarde, porque me imagino que no habrás guardado tu cordón umbilical, ¿verdad?

Even se rió y dijo:

– No, la verdad es que no. Creo recordar que mi padre se lo comió en el desayuno el mismo día en que nací.

La sonrisa de Susann se heló y tuvo que dar un trago al vino para que se le soltara de nuevo.

– Pero tus hijos, los que vayas a tener más adelante, podrán beneficiarse de ello.

El bolsillo de Even empezó a vibrar, se disculpó y sacó el móvil. Susann le dijo que no pasaba nada, sonrió y alargó una mano por encima de la mesa para subrayarlo. En ese mismo instante vio una especie de rayo, como si alguien hubiera disparado un flash. Even miró a su alrededor, pero no vio ninguna cámara. En la mesa vecina había un hombre solo hablando por el móvil mientras comía. No parecía que Susann se hubiera dado cuenta del flash, porque agarró los cubiertos y siguió comiendo. Even encontró el nuevo mensaje en el móvil, no reconoció el número de teléfono desde el que había sido enviado, y leyó el texto: «Quiere hablar contigo; última oportunidad». El mensaje iba seguido por un número de teléfono.

– ¿Pasa algo?

Susann parecía preocupada y deslizó las puntas de los dedos por la mano de Even. Even levantó la mirada de la pequeña pantalla mientras las náuseas llegaban a su garganta.

– No, nada -dijo, retiró la mano y apagó el móvil-. No es nada.

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