Capítulo 25

Los niños ya se habían acostado y la casa estaba en silencio. Un «silencio mortal», pensó Finn-Erik y miró rápidamente hacia la oscuridad del jardín.

Finn-Erik corrió las cortinas, se dejó caer en el borde de la silla y miró a su alrededor, en el pequeño estudio. Estaba acostumbrado a estar solo en casa con los niños; al fin y al cabo, Mai-Brit había viajado mucho para la editorial. Sin embargo, ahora el silencio era distinto; se había vuelto inquebrantable, algo a lo que debería acostumbrarse. O al menos aceptar.

Pensó en poner algo de música, pero no tuvo fuerzas para hacerlo. En realidad, nunca había sido un hombre de música, y aún menos estando con Mai-Brit. Nunca había entendido su amor por la música clásica o, mejor dicho, no comprendía la música. La había escuchado cuando ella la ponía, sin protestar. A veces le había parecido que estaba bien, o que era rítmica, o sombría, aunque nunca le había dicho nada en especial. Le faltaba la voz, una letra que le explicara de qué iba.

Se puso en pie y contempló las fotografías del tablón. Mai-Brit y Stig en la playa; él rodeando la barriga abultada de Mai-Brit con los brazos; la foto de su boda; la familia feliz delante de la cabaña de Rendalen. Las cambió un poco de sitio, de modo que todas estuvieran visibles al máximo. De haber entrado en aquel momento y habérselo encontrado así, Even se habría extrañado. ¿Por qué se habría colado Even en el estudio, por qué habría mirado las fotografías? ¿Acaso sospechaba algo?

Una gaviota chilló lastimera en algún lugar de la noche, con aquel profundo y frenético ga ga ga. Finn-Erik se estremeció, era uno de los pocos pájaros que no le gustaban. Grande, bello, glotón y poco de fiar. Un vampiro.

Mai-Brit había sido una aficionada de la naturaleza, le encantaban los paseos por el campo y la montaña, igual que a él. Había sido sobre todo allí y en compañía de los niños que se habían encontrado y amado.

Finn-Erik se trasladó a la silla del escritorio, abrió los cajones y hojeó lentamente los papeles que aparecieron: certificado de matrimonio, pasaporte, partidas de nacimiento, la escritura de compraventa de la casa. Documentos del trabajo, de la asociación ornitológica noruega, del sindicato. ¿¡Un sobre de la logia!? No debería estar allí. Sacó la carta de la orden masónica, cerró el cajón y se la llevó al sótano. La metió en la caja de cartón junto con los demás documentos.

Cuando volvió a subir a la planta baja, cerró la puerta del sótano con llave y se acercó al sofá. El silencio volvió a hacerse enorme, y él se quedó sentado en medio de la oscuridad, pensando en Even Vik. En un hombre que no le gustaba y al que todavía menos entendía. Mai-Brit había hablado muy pocas veces del ex marido, tan sólo en alguna ocasión excepcional, en oraciones subordinadas, como de pasada. Retazos que ahora Finn-Erik intentaba juntar para dilucidar un todo.

Una relación extrema con los números. Experto en Newton. Ningún familiar, ni hermanos, ni padres. Algo sobre una mujer a la que le habían hecho el cráneo añicos, ¿a alguien de la familia? No lo recordaba del todo. De vez en cuando, Even era increíblemente infantil, había dicho ella. Y luego había algo que tenía que ver con… De pronto, Finn-Erik se incorporó y fijó la mirada en los arbustos al otro lado del cristal de la ventana… algo que tenía que ver con Even, algo de un trabajo que había hecho para el servicio de inteligencia. El servicio de inteligencia del ejército, había dicho Mai-Brit en una ocasión, mientras miraban algo en la tele; se había detenido en medio de una frase y se había quedado muda de golpe. Él la había mirado de reojo, pensando si debería interrogarla, pero había llegado a la conclusión de; que Mai-Brit había dicho más de lo que le habría gustado decir y Finn-Erik se conformó con aquella frase inacabada, olvidándose al rato de aquel asunto.

El servicio de inteligencia. Even había trabajado para ellos. O… Finn-Erik sintió que las manos se le humedecían. ¿A lo mejor seguía haciéndolo? ¿Era ésa una de las razones por las cuales parecía estar tan obsesionado en meter las narices en todo lo que rodeaba la muerte de Mai-Brit? Buscaba una explicación con demasiado ahínco.

Finn-Erik se levantó, se dirigió al estudio, abrió el cajón con todos los documentos personales y sacó un certificado del cajón. Lo dobló y lo metió en un sobre; atravesó la casa con una mirada atenta hasta que, finalmente, encontró un lugar adecuado. En la parte superior del armario de la cocina, detrás de los botes con lentejas y alubias. Era poco probable que Even fuera a buscar algo allí. Colocó un tarro de cristal encima del sobre, para que un repentino golpe de aire no pudiera moverlo de allí y dejarlo caer sobre la mesa de la cocina.

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