Capítulo 60

9 de septiembre, en casa


Todavía no he conseguido descifrar el mensaje de Newton. De hecho, he pensado en llamar a Even. El sinvergüenza hubiera decodificado la clave en un par de días. Pero no, ni hablar.


Even no pudo más que sonreír, hojeó el montón de apuntes y encontró el folio con las dos líneas, la clave de Newton:


silibisivnisitatinretarfmuiguffe

ygoloehtelitnegfosnigiro evenegehpotsirhcnaej


Los ojos se detuvieron espontáneamente en el guffe [3] del final de la primera línea, era como un chiste, aunque un chiste noruego. Newton no sabía noruego. Le entraron ganas de ponerse a decodificar el enigma enseguida, pero decidió acabar de leer el diario y las notas quizás. Al fin y al cabo, Mai había terminado por descifrar la clave.

Cogió el diario y leyó media frase antes de volver a coger el papelito con la clave. Algo al principio de la primera línea le sorprendió: silibisivnisitati. Un número terrible de íes, casi una de cada dos letras. Eso parecía indicar que podía descartar el método de sustitución de cifras; sería muy difícil si no imposible encontrar una letra que pudiera repetirse tantas veces. Ni siquiera la e, la vocal más frecuente en inglés, podía funcionar en un conjunto así. Even estaba convencido.

Dejó el folio en el suelo y a punto estaba de seguir leyendo el diario cuando se oyó el rugido del timbre de la puerta en el pasillo.

– Un momento -gritó Even y recogió rápidamente los papeles, los disquetes y el diario y lo escondió todo debajo de un par de revistas. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nada más a la vista antes de ir a abrir la puerta. Un hombre de unos treinta años con una gran barba y un mono de color azul esperaba delante de la puerta con una caja de herramientas en la mano.

– Finn Poulsen. Tengo entendido que tienes problemas con el desagüe.

La barba y el acento eran indiscutiblemente de Trondheim.

– Si, así es -dijo Even, asintiendo con la cabeza y lo condujo hasta la cocina-, y te agradecería que también le echaras un vistazo al grifo -añadió, siguiendo el juego-. Es aquí donde huele mal, y además gotea.-Señaló vagamente en dirección al fregadero y no pudo evitar reírse, avergonzado.

– Bueno, pues tendré que echarle un vistazo… -Finn Poulsen le miró el ojo-. ¿Te han dado una paliza?

– Choqué contra una puerta -contestó Even.

El «fontanero» sonrió, abrió la caja de herramientas y dejó al descubierto una serie de instrumentos de medición, cables y antenas que estaban dispuestos en compartimentos. A Even le entraron ganas de preguntarle para qué eran y cómo se utilizaban, pero a cambio recibió una mirada muy significativa del «fontanero» con la que pareció querer decirle que se ocupara de sus asuntos. El hombre sacó una caja negra, la abrió, se puso unos cascos y empezó a girar un par de botones.

– Si hay algo, estaré en el salón -dijo Even y se fue. Even se dejó caer en el sofá y siguió leyendo el diario.


13 de septiembre, Oslo


Alguien ha estado en mi despacho y ha removido los papeles, otra vez. (Sin lugar a dudas, los hábitos paranoicos de Even me han influido hasta tal punto que siempre dejo los papeles de manera que pueda descubrir si alguien los ha tocado; los superpongo justo por el margen, dejando al descubierto una letra de la línea superior.) También pasó hace dos semanas; entonces creí que había sido la señora de la limpieza, pero hoy se lo he preguntado y se ha ofendido mucho, y me ha dicho que ella jamás…, etcétera, etcétera.

Tengo la copia del papelito de Newton en el bolso junto con el diario, por lo que, en realidad, no hay ningún «secreto» que nadie pueda descubrir en la oficina. Sólo que me parece un tanto extraño que Odin o quien sea de la oficina ande revolviendo mis cosas cuando yo no estoy. Nunca me había ocurrido antes. Al fin y al cabo, no les oculto nada (bueno, casi nada), o sea que podrían preguntarme perfectamente lo que quieren saber.


14 de septiembre, en casa


Ahora mismo estoy escribiendo el Segundo secreto y, además, tomo notas para la parte documental. Me resulta interesante trabajar con la religiosidad de Newton porque pone en marcha un montón de pensamientos sobre mi propia relación con el cristianismo, tal como se ha ido desarrollando desde que me fui de casa de mis padres.

De vez en cuando le echo un vistazo a la clave de Newton. He intentado ver el enigma desde diferentes ángulos, pero siempre vuelvo a las cifras de sustitución (¡así era como solía llamarlo Even!). Es decir, que el alfabeto empieza por una palabra clave que contiene un cierto número de letras del alfabeto y después de esta palabra viene el resto del alfabeto. Dicho en otras palabras, si la palabra clave es turips, el alfabeto codificado sería el siguiente:


TURNIPSABCDEFGHJKLMOQVWXYZ.


(Además, también se puede optar por «rotar» todo el alfabeto tres o cinco veces o, si se prefiere, colocar la palabra clave a la derecha, pero espero que Newton no lo hiciera todo tan complicado porque de ser así, ¡no tendré ni la más remota posibilidad de descifrar la clave!)

Luego se coloca el alfabeto habitual justo debajo de esta versión y se sustituyen las palabras del código con las letras del alfabeto turnips que ocupan el mismo lugar.


TURNIPSABCDEFGHJKLMOQVWXYZ.

ABCDE FGHIJKLMNOPQRSTUVWXYZ


Así, según este código, la palabra APE se convertiría en TJI.

Naturalmente, debo obviar las letras as0a, puesto que el texto fue escrito por un inglés. ¿¡De hecho, dudo sobre si debería juntar las letras «j» e «i»!?).

El método de las cifras de sustitución es el que Newton utilizaba con mayor frecuencia (¡Even dixit!) cuando tenía que encriptar textos importantes. Pero ¿cuál puede ser la palabra clave? He probado con «newton» y con «isaacnewton» y al menos otras diez palabras, pero ninguna de ellas le da sentido al texto.


– No -murmuró Even-. Desde luego que no, porque ibas por mal camino.

Recogió el papelito con la clave del suelo y volvió a mirarla. Se paseó por la estancia un rato mientras dejaba que el cerebro jugara con diferentes posibilidades. En un momento dado llegó a la ventana y miró hacia fuera; observó cómo el papel se reflejaba en el cristal, refunfuñó y se fue al baño. Con el borde del espejo dejó que las letras se reflejaran en él, y a pesar de que algunas de las letras parecían erróneas, el conjunto empezaba a adquirir sentido.

– Así, bien -gruñó, satisfecho, para acto seguido dejar la mirada vacía mientras ocultaba el papel en la mano. ¿Podía haber una cámara escondida al otro lado del cristal del espejo?

Cuando Even volvió al salón, el «fontanero» estaba desmontando el teléfono; agarró un instrumento y conectó unos cables, echó un vistazo a un medidor y asintió antes de volver a montar el teléfono. Even se sentó en el sofá y vio al hombre dar una vuelta por el salón con un instrumento en la mano, detenerse delante de una lámpara, después ante el reproductor de CD y arrastrarse por detrás de un sofá hasta llegar a un enchufe. Abrió la ventana y echó un vistazo, gruñó algo y volvió a cerrarla. Luego desapareció por el pasillo para dar un repaso al resto de la casa.

Even se sentó en la mesa de trabajo. Lentamente, con letras grandes y legibles, escribió el texto de la clave al revés.


EFFUGIUMFRATERNITATISINVISIBILIS

JEANCHRISTOPHEGENEVE ORIGINSOFGENTI-LETHEOLOGY

Se quedó un rato aturdido al descubrir que la segunda palabra acababa en «NEVÉ», aunque era consciente de que se trataba de una pura coincidencia. No tenía nada que ver con él. Entonces se dedicó a dividir la hilera de letras en palabras. La primera que encontró fue «THEOLOGY», que era la última palabra, y luego descubrió que la línea inferior empezaba con un nombre: JEAN CHRISTOPHE y luego la ciudad de GENEVE, si es que no había que entenderla como un apellido.

Estuvo un tiempo peleándose con la hilera superior; consiguió distinguir la palabra «VISIBILIS» o, eventualmente, «INVISIBILIS», pero entonces se estancó. Finalmente decidió tomarse un descanso y dejar aparcada la clave un rato. Volvió al texto de Mai, y se rió sonoramente al leer las siguientes frases del texto:


16 de septiembre, Oslo


¡¡¡He resuelto el enigma del papelito!!! ¡Maldita sea! Era tan sencillo que llegué a sentir vergüenza cuando me di cuenta del truco (todo estaba escrito al revés). ¡Y pensar que no lo descubrí enseguida! Pero al menos he aprendido algo trabajando con claves.


Ejfugium fmternitatis invisibilis

Jean Christophe Genève Origins of Gentile Theology


La primera frase significa, por lo que tengo entendido, «Huyendo de la hermandad invisible».

Lo siguiente debe de ser el nombre de alguien, seguido, «por el de un lugar, es decir, la ciudad de Ginebra, ¿o tal vez sea el apellido de la persona? Lo último, Origins of Gentile Theology, me suena. Tendré que pensarlo un poco.


Even asintió, recordaba el título, había tropezado con él recientemente. Origins of Gentile Theology. ¿No era un libro que escribió Newton, pero que se publicó después de su muerte?

«Genève.» Even estaba convencido de que se trataba de la ciudad, no de un nombre. En algún punto de la historia subyacía una conexión entre Newton y Genève, pero así, a bote pronto, no se le ocurría en qué podría consistir. Su mirada cayó casualmente sobre la palabra «vigilando», que aparecía al principio del siguiente párrafo del diario, y Even siguió leyendo con curiosidad.


17 de septiembre, Oslo


Es posible que esté exagerando, pero siento que me están vigilando. No, tal vez sea una palabra demasiado fuerte; pero de vez en cuando alguien me sigue, o eso creo. Igual que en Inglaterra. No siempre, sólo de vez en cuando. Sin embargo, no consigo descubrir quién es y precisamente por eso me siento insegura y me pregunto si no será un síntoma de los nervios que me asaltan últimamente. Intenté hablar con Finn-Erik de ello, pero él se limitó a decirme que fuera a la policía o dejara de pensar en ello. La verdad es que me pareció que, en el fondo, él cree que son imaginaciones mías (al fin y al cabo, últimamente me he sentido muy cansada). Pero, por otro lado, está lo de los papeles en mi despacho. Los han removido al menos un par de veces, ¡de eso no hay duda! Los movieron lo justo para que yo no lo descubriera.


Even hojeó confundido un par de páginas más, volvió hacia atrás y luego avanzó de nuevo; ¡el diario acababa aquí! A pesar de que quedaban diez o quince páginas más en blanco. Estudió meticulosamente las páginas en blanco, una por una, aunque sin encontrar nada de interés. No había ninguna nota oculta, ninguna mancha de tinta sospechosa, nada de nada.

Mai debió de sentir la repentina necesidad de desprenderse de todo lo que tuviera que ver con Newton y lo envió todo al apartado de correos. Visto a posteriori, no había duda de que había tenido razones más que suficientes para estar alerta.

Even contempló al «fontanero», que en aquel instante cruzaba el pasillo y se metía en el dormitorio con sus aparatos.

De pronto, el diario empezó a pesarle; descansaba en su regazo como la pesada herencia de Mai, cargada de responsabilidad. Un acto inacabado, que Even sabía que ella pretendía, en secreto, que él asumiera. Y él ya lo había hecho, se había hecho cargo, pero por lo visto no tan a escondidas como para que no hubiera alguien que ya supiera que lo había hecho y que lo vigilaba.

Miró la última página, la parte interior de la cubierta, lo que Mai había llamado páginas de relleno. Había unos números en mitad de la página.

284 + 1000

Estudió los números, pero no descubrió nada. Algo estaba mal, pensó y pasó las páginas hasta llegar al principio del libro para comparar. Aquí el color del papel del interior de la tapa era amarillo. En la tapa de la contracubierta, el papel era blanco. ¡Alguien había pegado una capa de papel blanco encima! Palpó toda la superficie de la hoja de papel y recorrió el borde. De pronto, se puso en pie y fue a por una navaja al cajón del escritorio. Mai había tomado prestada la idea de Newton de esconder cosas en los libros. Con mucho cuidado, cortó alrededor de un pequeño bulto en la tapa y desprendió el papel. Una llave cayó en su mano. Parecía la llave del apartado de correos de Vika.

– Ya podemos hablar libremente -dijo una voz desde la puerta.

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