Kitty miró hacia la enorme máquina.
El paseo matinal, la primera salida en moto del año, había sido tan delicioso como había imaginado. Primero se había colocado delante del espejo para ponerse el traje de cuero. Se lo había subido desrizándolo por el cuerpo y había tenido la sensación de estar poniéndose un condón. Luego había sacado la Kawasaki al sol del patio, había verificado el nivel de aceite y de gasolina y la había engrasado. Se había tomado su tiempo preparándose, disfrutando de la alegre espera hasta que por fin llegara el momento de subirse a la moto. Cuando se montó, pisó el pedal y notó la reacción del motor, se estremeció. El motor y los caballos rugieron y palpitaron entre sus piernas al darle al gas. Puso la primera y soltó el embrague. Salió del patio tranquilamente, le dio más gas para aumentar la velocidad y el viento azotó su rostro. El mundo a su alrededor se paró, el tiempo se detuvo. Ella era la única que estaba en movimiento, de nuevo viva, después de un largo y frío invierno.
La Kawasaki era la única moto en la carretera. Ahora, a media tarde, cuando ya volvía a casa, se preguntó si algún compañero de aventuras por fin habría salido de su letargo. Estaba acostumbrada a ser la primera en dar la bienvenida a la primavera. Durante los primeros meses posteriores al año nuevo no hacía más que soñar con volver a montarse sobre la moto, sentir su fuerza y su poder, notar la sensación de volar hacia la eternidad que se encontraba más allá del horizonte.
El sol de la tarde caía verticalmente cuando volvió a montarse en la moto sin haber puesto en marcha el motor. Todavía tenía el móvil en la mano después de hablar con Even Vik. Ese patán. Mira que escaparse a Londres sin decir nada. Era natural, correcto, se daba por supuesto, y, sin embargo, no le había gustado nada a Kitty. La nueva química que había entre los dos empezaba a ser buena, muy buena.
Tenía calor con aquel traje de cuero y Kitty se bajó la cremallera para soltar un poco de calor corporal. Pensó que tenía una llamada de teléfono pendiente. Tenía que hacerla, aunque no le apetecía. Todavía se sabía el número de memoria.
«Este es el teléfono de Odin Hjelm. En este momento no estoy en la oficina, pero deja tu mensaje y me pondré en contacto contigo en cuanto pueda.»
Pasaron un par de segundos hasta que se oyó un largo pip.
– Hola. Soy yo, Kitty. -Intentó hacer que su voz fuera firme-. Sólo quería decirte que tienes que dejar de llamarme, dejar de enviarme correos electrónicos, dejar de hacer todas las perrerías en las que tanto insistes. Tú y yo hemos acabado, Odin. Acéptalo. -Kitty resopló un par de veces y concluyó-: ¡Por favor!
Entonces cortó la comunicación, metió el móvil en la bolsa de la moto y puso en marcha la Kawasaki.
Se quedó un rato sentada sobre el asiento, pensando un poco mientras el motor ronroneaba como un enorme gato. Luego volvió a sacar el móvil y escribió un SMS. El mensaje era el mismo que el que acababa de dejar en el contestador, el destinatario era el mismo, Odin Hjelm. «Uno de ellos tendrá que llegarle, supongo», pensó. Entonces se subió la cremallera hasta el cuello y puso la primera marcha.