Even aparcó el coche en la linde del bosque. Se detuvo y verificó que podía controlar el camino desde allí. Nordmarka era un lugar estupendo donde esperar. Sacó uno de los suspensorios y lo perforó continuadas veces con la lezna. Luego clavó los clavos en los agujeros con el martillo y después metió el otro suspensorio dentro del primero, de manera que tapara las puntas de los clavos. Cuando terminó de comer la baguette, que tenía sabor a goma, se hundió en el asiento e intentó dormir.
10 de marzo, en casa (de nuevo)
Ayer, en París, antes de acostarme, recibí una llamada en mi habitación del hotel.
Even no conseguía quitarse de la cabeza lo último que había leído en el diario antes de meterse en el coche.
Un hombre, un francés, dijo que debía reunirme con él «mañana a las diez» (es decir, hoy) en la puerta principal de la iglesia del Sacré-Coeur. «Está a apenas diez minutos andando del hotel», dijo. Le pregunté quién era, pero él me contestó que su nombre no importaba. Lo que era realmente importante era que yo tenía algo que le pertenecía. Los documentos que había encontrado «nos pertenecen», dijo. «¿Quiénes sois "nosotros"?», pregunté. Su voz era desagradable y dijo que haría bien en escucharle, porque si no, mi familia podría pagar por ello. Entonces interrumpió la comunicación.
No he dormido en toda la noche. Al alba recogí mis cosas, hice la maleta y salí por la puerta trasera del hotel, donde me metí en un taxi que había pedido por móvil. No quise hacerlo a través de la recepción; ya no me fío de nadie. A las diez, cuando él me dijo que debería estar en la iglesia del Sacré-Coeur, estaba sentada en un avión a punto de aterrizar en Gardemoen. He pasado a recoger a Stig y a Line y me los he llevado a casa; he pasado todo el día con ellos, no los he perdido de vista ni un segundo.
No ha pasado nada. Ninguna llamada telefónica, nadie ha llamado a la puerta. Ahora estoy agotada, los niños duermen; lo mismo que Finn-Erik, que se alegró de tenerme de vuelta en casa tan pronto. Es un buen hombre. Estoy bien con él.
Me temo que no voy a poder dormir.
Even miró a una mujer joven en chándal que pasaba por allí corriendo con un perro atado de una cuerda a la cintura. Lo adelantaron y enseguida desaparecieron en el bosque.
10 de marzo. Entonces Mai no sabía que le quedaban doce días de vida.