CAPÍTULO 13

– ¿Entonces cómo crees tú que lo averiguó el FBI? -me pregunta Trey desde la silla que está frente a mi mesa.

– ¿Lo de Nora y yo? No tengo ni idea. Me figuro que por los del Servicio. De todos modos, para ser sincero, estoy más preocupado con lo que insinuó de ella y Vaughn.

– No te lo reprocho… Si tienen algo que lo ligue con Nora, los dos eventualmente podrían…

– Ni lo menciones.

– ¿Por qué? -pregunta Trey-. Tú mismo lo has pensado, y ella no se ha pasado la vida en el bando de los ángeles.

– Eso no significa que vaya a por mí.

– ¿Estás seguro?

– Sí. Completamente. -Muevo la cabeza y añado-: Y aunque no lo estuviera, ¿qué tendría que hacer? ¿Asumir que ella es el enemigo simplemente porque el FBI la menciona en la misma frase que a un asesino llamado Vaughn?

– Pero las drogas…

– Mira, Trey, yo no voy a hacer nada hasta tener datos más concretos. Además, tendrías que haber oído a Adenauer. Por la forma de hablar parecía que tuviera algo que me relacionara a mí con ese tipo.

– ¿Piensas que por eso Vaughn quiere contactar contigo?

– No sé muy bien qué pensar. Por lo que sabemos, Simon dejó la nota firmada por Vaughn, e intenta ligarme con un asesino.

– Suena a un poco demasiado -dice Trey. Se echa hacia atrás en la silla, estira los brazos en el aire y suelta un enorme bostezo. Con la mandíbula yendo de lado a lado, vuelve a poner la silla derecha-. ¿Y qué sabes de ese juicio por asesinato de Vaughn? -pregunta-. ¿Tienes idea de lo que pasó?

– Todavía no. Puede que Pam…

– Lo tendré mañana por la mañana -dice Pam, entrando en mi despacho.

– ¿Tendrás qué? -pregunta Trey.

– El expediente de Vaughn del FBI.

– No comprendo. ¿Desde cuándo…?

– Hasta que Simon contrate un suplente, Pam se ha hecho cargo de las responsabilidades de Caroline -le explico-. Lo que quiere decir que es la nueva dueña y señora de los archivos.

– ¿Adivina a quién vi cuando iba a la oficina del FBI?

– ¿A Simon? -pregunto, nervioso.

– A esa novia tuya loca…

– ¿Viste a Nora?

– La llevaban a alguna función en la Sala del Tratado Indio. Entré en el ascensor y allí estaba ella.

– ¿Te reconoció?

– Imagino que sí: me preguntó si íbamos al mismo sitio. No pude evitar decirle que el FBI no era exactamente una reunión social. Y entonces, me mira directamente, no podía creerlo, y con su voz más dulce y suave me dice: «Gracias por ayudarlo.» Te juro que estuve a punto de pulsar el botón de emergencia allí mismo.

No es difícil descubrir la sorpresa en la voz de Pam.

– En realidad te ha caído bien, ¿verdad? -le pregunto.

– No, no… no fantasees. En el fondo, sigo pensando que necesita una buena patada en su privilegiado culito. Pero, cara a cara… la verdad no es que me guste… sólo es que… tampoco es como yo creía.

– Sentiste pena por ella, ¿eh?

– No la compadezco, si te refieres a eso… pero no es tan simple como parece.

– ¡Naturalmente que no es simple… es una chiflada! -exclama Trey-. ¿Qué demonios os pasa a los dos? Ni que pensaseis que es una niña de cuento. Pues vaya descubrimiento, que es compleja. Bien venidos a la realidad. Thomas Jefferson proclamó la libertad, y luego se lió con una de sus esclavas.

– ¿Y qué? La gente sabe separar las dos cosas.

– ¡Bueno, pues no deberían!

– Bueno, lamento tener que comunicártelo, pero tengo una nación de doscientos setenta millones de patriotas que no están de acuerdo.

Trey mueve la cabeza. Sabe que ésta no la gana.

– ¿Sabéis qué? ¿Por qué no volvemos a lo de Vaughn?

– ¿Hay algún modo de conseguir ese expediente antes? -le pregunto a Pam, volviéndome hacia ella.

– Hago todo lo que puedo -dice, ya condescendiente-. Ellos me dicen que estará mañana.

– Al carajo mañana -dice Trey-. He conseguido el número de Vaughn en información… Podemos llamarlo ahora mismo. -Coge el teléfono y empieza a marcar.

– ¡No! -le grito.

Trey se para en seco.

– Si es el tío que mató a Caroline, sólo me faltaría que descubrieran que lo hemos llamado desde mi teléfono.

Antes de poder terminar, el timbre del teléfono acuchilla la habitación. Pam y yo miramos a Trey, que es el que está más cerca del aparato.

– ¿Quién es? -le pregunto a Trey, que está mirando la pantalla de identificación de llamadas del teléfono.

– Llamada exterior -dice moviendo la cabeza. Eso quiere decir que quien llama lo hace o desde una cabina sin número, un móvil que no se identifica, o que es una de las pocas personas importantes de la Casa Blanca que tienen la identificación cubierta. Me precipito hacia mi mesa acompañado de dos consejos simultáneos.

– Cógelo.

– No lo cojas.

– Déjalo sonar -añade Pam-. Te dejará un mensaje.

– Si te deja un mensaje, estarás en el mismo dilema que ahora -dice Trey-. Asustado de tener que llamarlo.

Sin seguridad, me fío del instinto. Trey gana a Pam.

– Hola, soy Michael -digo, llevándome el auricular a la oreja.

– Michael, ven aquí en seguida -dice Nora al otro lado del hilo.

– ¿Adonde? ¿Dónde estás?

– En el despacho del tío Larry. Acaba de recibir la mierda sobre ese nuevo amigo tuyo, Vaughn.

– ¿Cómo has averiguado lo…?

– Venga, tío, ¿no se te ocurre que el FBI nos manda actualizaciones?

Permanezco en silencio. Finalmente, le pregunto:

– ¿Mal asunto?

– Creo que debes venir aquí. Y de prisa, por favor.

Igual que el día de la bolera, hay algo completamente enervante en notar el miedo en la voz de Nora. Lo intenta con ganas, pero no sabe ocultarlo. Cuelgo el teléfono y corro hacia la puerta.

– ¿Adonde vas? -pregunta Pam.

– No quieres saberlo.


Lawrence Lamb ni siquiera levanta la vista. Sentado en una actitud casi militar, estudia el expediente de una carpeta roja que tiene abierta sobre su enorme escritorio rematado de cuero. Musito un deferente «buenas tardes», pero no muestra interés. Nora, que está mirando por la ventana, se da la vuelta cuando entro.

– ¿Qué pasa? -le pregunto, tan pronto como la puerta del despacho de Lamb en el Ala Oeste se cierra con un golpe.

– Puede que quieras tomar asiento -sugiere Nora.

– No me digas lo que…

– Siéntate, Michael -insiste Lamb con su voz siempre pausada. Con más rapidez de lo que lo hubiera creído capaz, se quita las gafas de leer y levanta la vista. Sus vivos ojos azules dicen el resto: ahora estoy en su despacho.

Me siento junto a Nora en una de las dos sillas frente a la mesa de Lamb y planteo la cuestión de otro modo:

– Nora me ha dicho que ha averiguado usted más cosas sobre Vaughn.

– Y a mí me ha dicho que eres un amigo leal. Lo que significa que sólo haré esta pregunta una vez: ¿Has tenido alguna vez algún trato personal con Patrick Vaughn?

Me vuelvo hacia Nora, que me lee el pensamiento. Con un sutil movimiento de cabeza, responde a mi pregunta sobre Lamb: puedo confiar en él.

– Le juro que nunca lo he visto, ni hablado con él ni tenido tratos con él… nada. La única razón por la que conozco su nombre es porque el investigador del FBI…

– Estoy perfectamente al tanto de lo del agente Adenauer -me interrumpe Lamb-. Y también de lo que hiciste por nosotros aquella noche con las autoridades.

Me dirige un sutil movimiento de cabeza para asegurarse de que lo entiendo. En el intrincado mundo de la política, éste es el modo de devolver el favor. Lamb se coloca las gafas y vuelve a mirar el expediente. Lleva puesta la chaqueta del traje a pesar de estar en su propio despacho, y emana un aire serio, casi de dignidad. Igual que sus corbatas de Brooks Brothers, no necesita esforzarse. Tras años de dirigir una próspera compañía de seguros médicos, ya ha hecho dinero, razón por la que es prácticamente la única persona del Gabinete que no tiene las uñas mordidas.

Con la carpeta roja reposando en su mano bien cuidada, comienza:

– Patrick Taylor Vaughn nació en Boston, Massachusetts, y empezó como un vulgar camello de barrio. Hierba, hachís, nada especial. Lo interesante, sin embargo, es que es listo. En vez de ir sacándose unas monedas por su barrio, empieza a aprovisionar a la joven élite de las diversas buenas universidades de Boston. Es más seguro y pagan mejor. Luego pasa a las drogas de diseño: LSD, éxtasis, gran cantidad de Especial K.

Lanzo una rápida mirada a Nora. Está mirando al suelo.

– Después de unas cuantas batallas campales, Vaughn se harta de la competencia y se va a Michigan, tu estado natal.

Lo miro con agudeza.

– ¿No querías la historia? -me dice Lamb-. En Michigan tiene unos pocos encuentros con la ley. Después, hace dos años, la policía encuentra el cuerpo de Jamal Khafra, uno de los mayores competidores de Vaughn. Alguien se puso detrás de Jamal y le cortó el cuello con una cuerda de piano. Alguien señala a Vaughn como el asesino, pero él jura que no lo hizo. Incluso pasa el detector de mentiras. Después de unas cuantas pifias de la acusación, el jurado declara la absolución. Se siente afortunado, así que sale zumbando de Michigan y empieza aquí en Washington D. C. Vive por el nordeste, junto a la calle Uno. El problema es que cuando el FBI fue a interrogarlo por lo de Caroline, hablaron primero con uno de sus vecinos, que parece ser que lo avisó. Y Vaughn se escapó inmediatamente. Lleva casi una semana desaparecido.

– No comprendo. ¿Y por qué sospechan precisamente de él?

– Porque cuando se examinaron los registros del SETV del día de la muerte de Caroline, el FBI se encontró con que Patrick Vaughn había estado en el edificio.

– ¿En el EAOE? Tiene que ser una broma.

– Ojalá lo fuera.

– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

– De eso es de lo que tenemos que hablar, Michael. De acuerdo con los registros de informática, fuiste tú quien le autorizó la entrada.

Загрузка...