CAPÍTULO 14

– ¡Están chalados! -exclamo, agarrándome a los brazos de la silla-. ¡Si no tengo ni idea de quién es!

– Está bien -dice Nora, acariciándome la espalda. -¿Pero cómo que yo…? ¡Nunca había oído hablar de él! -Ya sabía yo que no habías sido tú -dice Nora. Lamb no parece tan convencido. Prácticamente no se ha movido desde que soltó la noticia. Apoyado sobre la mesa, estudia la escena observando las reacciones de los dos. Eso es lo que mejor sabe hacer: primero observar, después decidir. Llevo la demanda a lo personal y me dirijo a él: -Le juro a usted que jamás lo dejé entrar. -¿Quién más tiene acceso a tu despacho? -me pregunta. H -¿Perdón?

– Para que tu nombre salga allí, la solicitud del SETV tiene que haberse enviado desde tu ordenador -me explica-. Así que, después de la reunión del Gabinete, ¿quién más andaba cerca de tu despacho?

– Pues sólo… sólo Pam -le respondo-. Y Julian. Julian estaba allí cuando yo volví.

– De modo que cualquiera de ellos podría haber utilizado tu ordenador.

– Sin duda es posible -digo. Pero al decir las palabras, la verdad es que no me las creo. Por qué cualquiera de ellos iba a invitar a un traficante de drogas a… Hijo de puta. Vuelvo los ojos hacia Nora. Todavía tengo la imagen de su frasquito marrón. Aquella noche, en el bar, dijo que era una medicina para el dolor de cabeza. He hecho lo posible por impedirlo… pero ella tiene que sacarla de algún lado.

– ¿Hay alguien más que tuviera acceso a tu ordenador? -pregunta Lamb.

Vuelvo a pensar en aquella primera noche con Nora. Me dijo que había cogido el dinero como prueba, para proteger a su padre. Pero ahora… todo ese dinero… lo que cuestan las drogas… si está buscando un chivo expiatorio…

– Te he hecho una pregunta, Michael -reitera Lamb-. ¿Pam o Julian tienen acceso a tu ordenador?

Mantengo la mirada sobre Nora.

– Podría haberse hecho sin el ordenador -explico-. Hay otras maneras de autorizar a alguien para entrar. Se puede cursar la petición a través de un teléfono interior, o incluso por fax.

– ¿Entonces estás diciendo que puede haber sido cualquiera?

– Supongo -digo. Por fin Nora levanta la mirada hacia mí-. Pero tiene que ser Simon.

– Aunque sea así, ¿cómo hizo entrar al tal Vaughn? -interrumpe Nora-. Creía que el Servicio Secreto hacía comprobaciones de todos los visitantes.

– Sólo paran a los extranjeros y a los condenados por algún delito. Pero las dos penas por drogas de Vaughn se quedaron en faltas, y salió absuelto del asesinato. Quienquiera que lo dejara entrar, conocía el sistema.

– ¿Sabe cuándo se envió la solicitud? -pregunto.

– Justo después de la reunión del Gabinete. Y según el horario de Adenauer, podrías haber sido tú perfectamente.

– Pero no fue él -interrumpe Nora.

– Tranquilízate -dice Lamb.

– Te digo que no fue él -insiste ella.

– ¡Ya te he oído! -le responde, alzando la voz. Se recupera y se sume en un silencio incómodo. La cosa se está haciendo demasiado personal-. No sé qué es lo que quieres de mí -le dice a Nora.

– Me dijiste que ibas a ayudarlo.

– Dije que hablaría con él. -Lamb sopesa los hechos y me dirige una última mirada. Como cualquier buen pez gordo, no deja entrever ni un ápice de lo que está pensando. Sigue allí sentado sin una pista en sus facciones de acero. Finalmente dice-: ¿Te importaría dejarnos solos un segundo, Nora?

– Ni hablar -le replica ella-. Yo lo he traído…

– Nora…

– No estoy dispuesta a irme sin…

– ¡Nora!

Se encoge en su asiento como un perro al que riñen. Nunca había oído a Lamb alzar la voz. Y nunca había visto a Nora tan afectada. Por eso debió de ocuparse de ella aquellos veranos, Lamb es una de las pocas personas que pueden decirle que no a algo. Nora comprende lo que está en juego, se levanta y se va hacia la puerta. Y cuando está a punto de cerrarla tras de sí, dice con voz fuerte:

– De todos modos, me lo va a contar todo -y cierra de un portazo.

Ya solos en el despacho, en el aire flota una pausa incómoda. Mi vista se va por detrás de Lamb, intentando perderme en la decoración del despacho. Observo con detalle un gran paisaje colonial al óleo que tiene detrás y por primera vez me doy cuenta de que no tiene «pared del ego». No la necesita. Sólo está aquí para proteger a su amigo.

– ¿Te importa ella? -me pregunta.

– ¿Qué?

– Nora. ¿Te importa?

– Naturalmente que me importa. Siempre me ha importado.

Golpeando levemente con los nudillos sobre la mesa, Lamb mira a lo lejos como ordenando sus pensamientos.

– ¿Pero la conoces, al menos? -acaba preguntando.

– ¿Perdón?

– No es una pregunta de pega, ¿la conoces? ¿Sabes quién es de verdad?

– Eeh, pues… creo que sí -tartamudeo-. O eso intento.

Afirma con la cabeza, como si eso fuera una respuesta. Por fin, su voz fuerte arranca, chirriando:

– Cuando era más joven, en séptimo o en octavo grado, empezó a jugar a hockey hierba. Rápido. Contacto duro. La admitieron para que así pudiera tener algunas amigas de verdad, y se pasaba las horas jugando, en las alfombras, en el prado de nuestra granja, en cualquier sitio donde pudiera manejar un stick. Solía poner a Chris a jugar contra ella. Pero para Nora, lo mejor no era el lado físico, lo que le encantaba era el equipo. Apoyarse entre todos, tener alguien con quien celebrarlo… por eso le valía la pena. Pero cuando finalmente su padre salió elegido gobernador… bueno, la preocupación por la seguridad significó eliminar los deportes de equipo. Y en vez de eso, le pusieron un asesor de imagen que les compraba los vestidos a ella y a su madre. Eso ahora parece una tontería, pero así lo entendían.

– No sé si lo entiendo muy bien.

– Si ella te importa, tendrías que saberlo.

– Si no me importara, no habría mentido en lo del dinero.

Por el modo en que relaja los hombros, sé que eso es lo que necesitaba oír. En cierto modo, no me sorprende. Ahora que el FBI sabe que salimos juntos, todos estamos pillados en pleno epicentro. Nora, Simon, yo… Un movimiento en falso y todos abajo. Para ser sincero, no creo que a Lamb le importase si sólo me hundiera yo. Pero por la expresión acerada de su rostro, y el modo fríamente pragmático en que me preguntó si ella me importaba, no me permitirá que arrastre a su ahijada -o al Presidente- en ese viaje. Coge la carpeta del FBI de la mesa y me la alarga.

– Doy por sentado que ella te explicó lo de los otros expedientes del despacho de Caroline. En total tenía quince: algunos sobre la mesa y otros en los cajones. El FBI los considera como una lista provisional de sospechosos.

– Uno de los expedientes era el mío.

Asiente con la cabeza para sí mismo, casi como si fuera una prueba.

– En la parte de atrás del expediente de Vaughn está la lista de todos los que ya han descartado.

Me lanzo sobre la lista y veo otros tres nombres propuestos para el Supremo. Los otros dos son los que Nora me enseñó. Cinco apuntados, diez pendientes. La lista de sospechosos se reduce. Y todavía no han llegado a mí.

– No hace falta que te diga, Michael, que si Nora aparece mezclada con un traficante de drogas… y no digamos si es un asesino…

No hace falta que termine la frase. Todos sabemos lo que está en juego.

– ¿Eso quiere decir que nos ayudará? -pregunto.

– No pienso interferir en la investigación… -su hablar es pausado y metódico.

– Por supuesto.

– … pero haré lo que pueda.

– Le agradezco que me haya creído -le digo, levantándome de la silla.

– A ti, no -dice en tono inexpresivo-. La creo a ella. -Observa mi reacción y añade-: Ellos son mi familia, Michael. Yo tuve a Nora en los brazos a las ocho horas de nacer. Así que cuando me llama siete veces en dos horas pidiéndome que empiece a hacer algo para protegerte, me doy por enterado.

– ¿Lo ha llamado siete veces?

– Eso, hoy sólo -dice-. Es una chica complicada, Michael. Hizo casi todo lo que le pediste. Y si ella está preocupada por ti… a mí eso me basta.

Miro a Lamb, muy nervioso.

– ¿Eso significa que se lo ha dicho al Presidente?

– Hijo, si me preguntas por sus conversaciones privadas, no tengo nada que decir. Pero si yo fuera tú… -hace una pausa para asegurarse de que entiendo lo que quiere-, rogaría para que no lo descubriera nunca. Olvídate de que con una simple directiva tranquila puede borrar del mapa una ciudad pequeña a medio mundo de distancia de aquí, o que siempre va seguido de cerca por un ayudante militar que lleva los códigos nucleares en un maletín de cuero. Porque cuando llega el momento, todo eso no es nada comparado con un padre a cuya hija han hecho daño.


– ¿Qué te ha dicho? -me pregunta Nora en cuanto me ve.

– Nada.

Con la barbilla le señalo a la secretaria de Lamb, que puede oír todo lo que digamos. Nora se vuelve hacia ella y le dice:

– ¿No podría…?

– En realidad, iba a buscar un café -dice de buen grado la mujer con esa expresión en los ojos que ya me es familiar. No se dice que no a la Primera Hija. A los treinta segundos, la secretaria de Lamb ya no está.

– ¿Qué te ha dicho, entonces? -me interroga Nora, limpiándose la nariz-. ¿Va a ayudar?

– Es tu padrino, ¿no? -le digo.

– ¿Pero qué te pasa?

Ya no hay tiempo para volverse atrás.

– ¿Metiste tú a Vaughn en el edificio? -pregunto.

– ¿Qué? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Qué coño te dijo Larry?

– No me dijo nada… lo vi yo mismo. Aquel frasquito marrón en el bar… los rumores sobre éxtasis y Especial K… Vaughn vendía de las dos, por Dios santo.

– ¿Y eso me convierte en su cliente? -explota sin mucho ruido-. ¿Eso piensas de mí? ¿Que soy una yonqui?

– No, es que yo…

– ¡No soy una basura, Michael! ¿Me oyes? ¡No lo soy!

Esta vez me he pasado de la raya.

– Tranquilízate, Nora…

– ¡No me digas que me tranquilice! ¡Tengo que tragarme esta mierda todos los días en los cotilleos… no me hace falta que me la des tú! Quiero decir, que si quisiera comprar algo, ¿de verdad piensas que iba a traer a un traficante asesino aquí dentro? ¿Tan estúpida te parezco? ¡También quieren pillarme a mí… no sólo a ti! Y aunque no fuera así, no necesito tu nombre para nada. Cuando yo traigo a alguien, no comprueban la identidad de mis invitados.

Quiero cogerla de la mano, pero me aparta de un empujón. Tiene la cara roja de ira. Incapaz de contenerse, me suelta:

– ¿Fuiste tú el que le contó al FBI que estábamos saliendo?

Me quedo prácticamente boquiabierto.

– ¿De verdad crees que yo…?

– ¡Contesta la pregunta! -me exige.

– ¿Cómo puedes pensarlo siquiera?

– Todo el mundo quiere algo, Michael. Hasta un pequeño escándalo te hace famoso.

– Nora… -Vuelvo a intentar coger su mano, y cuando intenta apartarme de un manotazo la cojo por la muñeca y me niego a soltarla.

– ¡Suéltame de una puta vez! -ruge, peleando contra mi presa.

La sujeto con fuerza y deslizo rápidamente su mano dentro de la mía. Todos nuestros dedos se entrelazan. No sólo ahora… así es siempre. En el mundo de ella, donde hay tanto en juego, lo único que puede hacer es prepararse para el golpe. No sabe hacer más.

– Por favor, Nora… escúchame.

– No quiero…

– ¡Escucha! -Doy un paso adelante y le pongo la otra mano sobre el hombro-. Yo no quiero ser famoso.

Espero que me replique con algún comentario hiriente, pero en vez de eso, se queda helada. Así es Nora, arranca y frena en un instante. Antes de poder reaccionar, me rodea con los brazos y se derrumba sobre mi pecho. El abrazo me sorprende, pero al mismo tiempo resulta perfectamente adecuado.

– No fui yo -susurra-. Yo no lo hice entrar.

– Nunca he dicho que lo hicieras. Ni una vez.

– Pero lo creías, Michael. Los creíste a ellos y no a mí.

– Eso no es verdad -insisto. La cojo por los hombros, la alejo un poco y la sujeto a la distancia de los brazos-. Lo único que hice fue preguntarte una cosa, y después de todo lo que hemos pasado, sabes que por lo menos me merezco una respuesta.

– Entonces, ¿sigues sin fiarte de mí?

– Si quieres demostrármelo, Nora, entonces demuéstramelo. Y si no, dímelo y lo lamentaré el resto de mi vida.

Ladea la cabeza ante el desafío. Endereza los hombros. Por una vez, la cosa no es contra ella.

– Tienes razón -dice con la voz todavía temblorosa-. Te lo demostraré. -Se acerca un paso y vuelve a rodearme-. No te fallaré.

La rodeo también con mis brazos y pienso en las siete veces que llamó a Lamb. Por mí. Hizo eso por mí.

– Es todo lo que te pido.


– ¿Y te has tragado todo ese montón de mierda? -me pregunta Trey.

– Créeme, estaba realmente preocupada.

Al salir de los límites del EAOE, Trey empieza a frotarse el pelo. Y no despacito, sino lo bastante rápido como para decirme que vaya con cuidado.

– ¿Tampoco te fías de Lamb? -le pregunto mientras cruzamos la calle Diecisiete.

– A Lamb lo adoro… quien me preocupa es Nora.

– ¿Realmente crees que conoce a Vaughn?

– La verdad es que no, pero sí creo que miente en lo de las drogas. He oído demasiados comentarios para creer que esté limpia.

– Olvídate de las drogas. La cuestión más importante es: ¿cómo es que Simon conoce a Vaughn?

– ¿Entonces ahora estás convencido de que fue Simon el que lo hizo entrar?

– Mira los hechos, Trey. Caroline murió exactamente en el mismo espacio de tiempo en que un presunto asesino andaba suelto por los pasillos. ¿Crees que se trata de una coincidencia?Simon se olió la oportunidad en el momento en que me vio seguirlo. En vez de seguir pagando a Caroline, decide matarla. Sabe que yo tengo el dinero; sabe que yo no utilizaré mi coartada; sabe que me puede echar las culpas. Es la mejor manera de acallarme: introducir a Vaughn con mi nombre y luego hacerse a un lado para contemplar los fuegos artificiales.

– ¿Y cómo sabía que tenías el dinero?

– Puede que volviera atrás y nos viera… o tal vez Caroline lo llamó cuando se dio cuenta de que faltaba dinero.

– No sé. Es demasiado para planearlo en una noche.

– Si consideras lo que está en juego, no -le replico.

Trey echa a andar para cruzar la avenida Pennsylvania y me deja dos pasos atrás. Corro para alcanzarlo tan de prisa como puedo. Llegamos a la cabina de teléfonos que está frente al EAOE y Trey saca el número de teléfono de Vaughn y un puñado de calderilla.

– ¿Estás seguro de que es una buena idea? -le pregunto cuando coge el aparato.

– Alguien tiene que sacarte de este lío, coño. Si hablo yo, no podrán localizarte a ti -aprieta los tres primeros números-, y de este modo, la llamada no sale de tu línea.

– Olvídate de los rastros… te hablo de esta jodida llamada, en general. Si Vaughn la mató, ¿por qué se pone en contacto conmigo?

– Quizá tiene sentimiento de culpa. O a lo mejor quiere hacer un trato. En cualquier caso, por lo menos hacemos algo.

– Pero llamarlo a su casa…

– Sin ofenderte, Michael, me pediste ayuda y no voy a dejar que te quedes sentado sin hacer nada. Aunque Lamb pueda aplazarlo todo hasta después de las elecciones, tú seguirías con los mismos problemas que ahora. Por lo menos con Vaughn hay la oportunidad de encontrar una respuesta.

– Pero ¿y si no es más que una trampa para incautos? Puede que esa sea la trampa: nos relacionan a los dos, Vaughn aporta pruebas y, ¡bum!, me largan a mí.

Trey deja de marcar. La paranoia crece para ambos lados.

– Sabes que eso es posible -le digo.

Los dos nos quedamos mirando el número de Vaughn. Desde luego, es torpe pensar que Vaughn me ayude. Y claro, eso me hace pensar que hay algo más en juego. Lo que tampoco significa que podamos resolverlo con una simple llamada de teléfono.

– Tal vez tendrías que hablar con Nora -sugiere finalmente Trey-. Vuelve a preguntarle si lo conoce.

– Ya lo hice.

– Pero puedes preguntarle…

– ¡Te he dicho que ya lo hice!

– ¡Deja de gritarme!

– ¡Entonces deja de tratarme como un cretino! Yo sé lo que me traigo entre manos.

– Mira, en eso te equivocas. Tú no la conoces, Michael. No sabes nada de ella… no has visto más que los rollos seleccionados.

– Eso no es verdad. Sé un montón de…

– No estoy hablando de flirteos y charlitas políticas. Me refiero a las pequeñas cosas, las de verdad: ¿Cuál es su película favorita? ¿Y su comida favorita? ¿Y qué sabes de su escritor favorito?

– Graham Greene, burritos y Annie Hall -le replico.

– ¿Y te fías de aquel viejo artículo de People? ¡Esas respuestas las escribí yo! ¡No ella, yo! Querían cosas enrolladas y modernas, así que se las di.

En los ojos de ambos va creciendo el enfado, así que, al notarlo, los dos nos tomamos un respiro y miramos a la espalda del otro. Finalmente, Trey rompe el silencio:

– ¿De qué se trata realmente, Michael? ¿De salvarte a ti o de salvar a Nora?

Son unas preguntas tan tontas que no merecen respuesta.

– Está muy bien lo de querer ser un héroe -dice Trey-. Y seguro que ella te agradece la lealtad pero…

– No es simplemente lealtad, Trey. Si ella recibe un golpe, yo caigo con ella.

– A no ser que ella te suelte y caigas tú solo. Así que aquí están las últimas noticias, amigo mío: me importa un bledo que Pam tuviera un agradable encuentro en el ascensor, yo no voy a contemplar cómo te empapelan a ti como sospechoso más plausible.

Paso alrededor de Trey y me dirijo de vuelta hacia el EAOE.

– Te agradezco la preocupación, pero ya sé lo que hago. No he trabajado tanto y llegado tan lejos sólo para rendirme y quedarme sin nada. Sobre todo cuando lo tengo todo controlado.

– ¿Crees que lo controlas? -Da un salto delante de mí y me corta el paso-. Lamento mucho tener que decírtelo, queridito, pero tú no puedes salvarnos a todos. Bueno, no digo que tengas que entregarla… sólo pienso que tienes que prestar un poco más de atención a los hechos.

– ¡No hay ningún hecho! Quienquiera que lo haya hecho, es como si hubiera creado una realidad totalmente nueva.

– Mira, ahí está el error. Aunque quieras engañarte a ti mismo, sigue habiendo unas cuantas verdades eternas en el universo: los zapatos nuevos hacen daño. Los caquis son tremendos. En los festivales aéreos hay desgracias. Y lo más importante, si no tienes cuidado, te vas a pegar un tortazo por proteger a Nora…

– ¿Cómo os va a los dos? -interrumpe una voz masculina a nuestra espalda.

Ambos nos giramos en redondo.

– No quería interrumpir -añade Simon-. Sólo quería saludar.

– ¡Hola! -exclamo.

– Qué tal -dice Trey.

Los dos nos preguntamos cuánto tiempo llevará ahí y empezamos la disección. Si sabe lo que tramamos, lo descubriremos en su lenguaje corporal.

– ¿Y a quién estabais llamando? -pregunta, mientras se mete la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón.

– Avisábamos a Pam -respondo-. Tenía que reunirse con nosotros para almorzar.

Simon lanza una mirada a Trey y luego otra vez a mí.

– ¿Y qué tal tu entrevista con Adenauer?

¿Cómo sabe él lo de…?

– Si quieres, después hablamos de eso -añade con la fuerza justa para recordarme nuestro acuerdo. Simon sigue queriendo mantener esto en silencio, incluso si para lograrlo tiene que hacerme aparecer como un homicida. Se baja de la acera y nos hace un brindis con su taza de café recién comprada-. No dejes de decirme si puedo hacer algo.

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