Ciento quince

Erica se vuelve de golpe. Al principio no entiende nada. Nota que el colchón es un poco duro. Pero ¿qué ocurre? Abre los ojos. Trata de enfocar la vista pero no reconoce ni los objetos ni la habitación. Se incorpora y escruta alrededor. Y lo ve. A su lado. Respira pesadamente y durmiendo se ha destapado. La sábana está prácticamente en el suelo. Está tumbado boca arriba. Su cuerpo desnudo deja a la vista su flacidez. Qué extraño. Vestido no daba esa impresión. Erica mira la mesilla de noche. Un reloj digital señala las tres de la madrugada. Se percata de que ella también está desnuda bajo la sábana. Ve sus ropas desperdigadas por el suelo. Se vuelve de nuevo hacia él. Y recuerda. Salieron de la facultad. Él la invitó a dar una vuelta en coche por la zona. Una vez en él bromearon y rieron. Él le dio a entender que ella le gustaba. Y ella se sentía feliz. Luego llegaron a un portal. Él le propuso que subieran para beber un café y le prometió que luego la acompañaría a casa. Hablaron un poco y al cabo de un rato la besó. Cada vez con mayor intensidad. Erica le dejó hacer y ahora, al verlo, se siente irritada. Ahí está, tumbado, dormido, un poco pálido. Ya no le parece tan guapo como antes. Pero ¿qué habré visto en él? Y eso que pensaba que estaba buenísimo. Quería llamar su atención a toda costa y ahora que me he acostado con él me siento así. Erica se levanta. Deambula descalza por la habitación iluminada por el reflejo de una farola que se filtra por entre las persianas. Varios libros. Una cómoda. El espejo. Y un marco sobre un mueble. Erica lo coge. Es la fotografía de una mujer guapa y morena con el pelo largo y dos niños de unos ocho y diez años. A su lado, acurrucado en el suelo, sonriente, está él, Marco Giannotti. Otra fotografía más grande con un marco de plata muestra a Marco y a esa misma mujer el día de su boda. Conque está casado… Erica se vuelve a mirarlo. Ahora duerme, si cabe, más profundamente aún. Está roncando. Erica sacude la cabeza. Qué tristeza. No es posible. A saber qué estará haciendo aquí solo. Quizá su esposa y sus hijos estén fuera. O tal vez éste sea uno de esos pisos a los que lleva a las tipas como yo. Al pensar esa frase se bloquea. ¿Una tipa como yo? Un tipo como él, más bien. Yo no he hecho nada malo. Me he limitado a seguir mi instinto. Él me gustaba. Eso es todo. El mentiroso es él, que engaña a su mujer y que toma el pelo a sus alumnas. Pero esas palabras le hacen sentir que se está mintiendo a sí misma.

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