Ciento veintisiete

La música enloquece. Diletta, Erica, Olly y Niki bailan juntas, cada una a su manera, con el deseo y la necesidad de desahogarse. Con las manos en alto y la melena al viento. «Baila para mí, baila, baila toda la noche, eres bella…» Nunca una canción fue más adecuada para una noche de sana euforia en la que todos tienen ganas de gritar, de cantarse a la cara. «No te detengas, baila hasta que se acaben las estrellas, hasta que el alba disuelva el ocaso, ¡yo no completo mi canto y te canto!» Riendo, bromeando, empujándose al ritmo de la música, golpeándose, locos de simpatía, de amor por la vida, de fuerza y de fragilidad, de entusiasmo y de deseos, de anhelos ocultos, de sentimientos palpables, de profunda amistad, de valor fingido y de miedo atroz. Y siguen así, bajo las miradas de todos, jóvenes y alegres de nuevo, amigas hasta el final. Al fondo, algunos profesores intentan recuperar la juventud perdida. Unos grupos de jóvenes toman bebidas de colores. Un disc-jockey escucha con los auriculares el próximo disco para enlazar a la perfección un tema con el siguiente.

– Eh, yo voy a beber algo. No lo resisto más… ¿Os traigo algo?

Niki es la primera que cede, sonríe sudorosa a sus amigas y espera su respuesta.

– ¿Y bien? Bueno, yo voy, ¿eh?

– Ve, ve, ve…

– ¡Venga! ¡Nos vemos luego!

– Mira que dejarlo ahora, ¡estás hecha una abuela! ¡Baila con nosotras, venga!

Niki se aleja bajando la mano. En ese preciso momento empieza a sonar Alala, de los CSS, perfectamente mezclada.

Diletta parece enloquecer.

– ¡Ésta es genial, por favor, por favooor!

Y empieza a cantar a voz en grito: «Ah, la, la, ah, la, la… ¿Me haces un favor? Dame algo más y no podré estar mejor…» Baila saltando a la pata coja, da una pequeña vuelta con los ojos entornados, apuntando hacia lo alto a saber hacia dónde o hacia quién, y todas la imitan de inmediato.

– Una Coca-Cola light, por favor…

Después de pedirla, Niki sigue el ritmo con las manos mientras contempla a sus amigas, que, a lo lejos, bailan eufóricas. Sacude la cabeza saboreando desde la distancia la espléndida felicidad que transmiten sus sonrisas, sus risas sin sentido cuando se abrazan, saltan juntas y dan el mismo paso.

– Son guapas y tú las miras con un amor infinito…

El corazón le da un vuelco al oír esa voz. Lo reconoce de inmediato, pese a que no ha vuelto a saber nada de él desde aquella noche. Guido. No se imaginaba que lo vería en esa fiesta. O quizá sí. Lo que está claro es que se alegra de verlo. Sonríe mientras sorbe con su pajita. Guido la mira divertido.

– ¿Cómo estás?

– Bien…

– ¿Bien, bien o muy bien?

– Bien regular

– Ah, ésa no se me había ocurrido…

– ¿Ves…? -Niki sonríe mientras da un último sorbo a su Coca-Cola light-. A veces hay cosas que se te pasan por alto…

– O finjo que es así. -Niki apoya el vaso en una mesa y lo mira. Guido prosigue-: Cualquier decisión conlleva inevitablemente un momento de dolor y de felicidad.

– Pero…

Él le tapa la boca con la mano.

– Chsss… No hablemos de eso ahora. Yo no tengo nada que ver. La decisión es tuya, y sólo debes responder sobre ella a ti misma y a tu

corazón, ahí donde los demás no están invitados a entrar. Sólo lo sabes tú… ¿No?

Niki sonríe.

– Gracias.

– Ven conmigo -dice Guido y, no le da tiempo a responder.

La coge de la mano y la lleva lejos de toda esa gente, entre brazos alzados que se mueven rítmicamente, chicos y chicas que charlan, amores que nacen o simples amistades que deciden darse otra oportunidad. Quizá como ellos dos. ¿Es así?, piensa Niki. ¿Y para él? Lo mira mientras la saca a rastras de la enorme sala de la facultad, y de repente se encuentran lejos de los demás, y se da cuenta de que se ríe precisamente por eso, porque es feliz, esa distracción le resulta agradable, le gusta que Guido la haya secuestrado apartándola de la normalidad y de la costumbre. ¿Todo esto está sucediendo por él? ¿Es él el motivo de mi confusión? ¿Es él el motivo de mi repentina rebelión? Cierra los ojos casi asustada y después los vuelve a abrir justo a tiempo de ver que Guido se vuelve hacia ella risueño.

– ¿Cómo va?

Esta vez Niki también sonríe.

– Todo bien.

Y se deja llevar hasta la salida.

– Ya está. Párate aquí. -Se detienen junto a la escalinata de mármol. Guido está ahora a su lado y no le suelta la mano-. Cierra los ojos. -Niki obedece sin ningún tipo de temor. Él se coloca delante de ella-. «Deambularé siempre por estos litorales, entre la arena y la espuma del mar. La marea alta borrará mis huellas, y el viento diseminará la espuma. Pero el mar y la playa permanecerán para siempre.» Es de Khalil Gibran. ¿Oyes el ruido a lo lejos? ¿Oyes lo que te susurra el viento? -Se apoya delicadamente sobre su hombro, poco menos que rozándola, y luego, temeroso y educado, se acerca a su mejilla-. Las olas lejanas nos llaman, nos retan, insolentes e intrépidas, robustecidas por su propia fuerza, se ríen de nosotros… ¿No es cierto, Niki? Nosotros aceptamos su reto, ¿verdad? -y lo dice casi implorando, rogando, pidiendo que ese momento tan hermoso y tan perfecto no se vea despedazado por un simple y pequeño «no».

Niki abre los ojos en ese instante, lo mira y todas sus dudas se desvanecen como por ensalmo. Sonríe.

– Nosotros no podemos tener miedo.

Guido casi enloquece de alegría.

– ¡Sí! ¡Lo sabía, lo sabía! Vamos -y baja corriendo la escalera tirando de Niki, que casi tropieza y lo sigue riéndose.

– ¡Tranquilo! ¡Más despacio! ¡Estás loco, caramba!

Pero Guido no se detiene, salta los últimos peldaños, corre hasta quedarse sin aliento y, tras doblar la esquina de la calle, llega a su coche.

– Mira, éstas serán nuestras armas… -le dice indicando las dos tablas de surf que ha cargado ya en la baca.

– Pero yo no he traído nada.

Guido abre el maletero.

– Tengo un traje de mujer de talla treinta y ocho.

Niki se siente ligeramente cohibida. Es justo la suya. Guido decide ser sincero.

– Se lo pregunté a Luca y a Barbara… Una vez hicisteis surf juntos, Barbara me dijo que el suyo te quedaba como un guante. Y ella usa la treinta y ocho.

Niki se siente aliviada. Agradece que Guido le haya dicho la verdad. La ha conquistado por completo.

– Lo compré ayer… Es nuevo.

– ¿Y si te hubiera dicho que no?

– Pues te lo habría regalado para tu cumpleaños. La bondad nunca supone un riesgo… -La mira.

Niki se rinde con una sonrisa y después se deja llevar, sube al coche en silencio, cierra los ojos y oye cómo arranca. Es un instante. Luego se pierde tranquila por las calles de la ciudad.

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