En otro lugar, la fiesta continúa. Los jóvenes bailan en grupos, ríen y beben. La música sale de la mesa de mezclas y los altavoces del disc-jockey en un crossover que va desde los años setenta hasta los éxitos más recientes. Niki ha invitado también a las Olas. Olly se está desahogando como una loca, salta con todas las canciones. Erica bebe un poco de bíter y balancea su copa siguiendo el ritmo. Filippo se acerca a Diletta con un vaso de zumo de piña.
– ¡Ten, cariño, está fresco!
Diletta lo coge y empieza a beber.
– ¡Mmm, está delicioso!
– ¡Nooo! Escucha ésta, qué guay…
Filippo se pone a bailar. Poco a poco, acaba en medio del pasillo que hace las veces de pista de baile. Encuentra a Olly y a Niki y se une a ellas.
– ¡Hola!
– Hola, ¿cómo va?
Siguen bailando y gritando para poder oírse a pesar de la música.
– ¡Todo bien! ¿Habéis visto qué guapa está mi Diletta? -Se vuelve hacia ella y la saluda con la mano. Diletta le devuelve el saludo alzando su vaso de zumo de fruta.
– ¡Claro, Diletta siempre está guapa! -corrobora Olly-. Sólo me parece algo más rellenita, ¿verdad?
– Sí, ligeramente… -responde Niki-. ¡Pero está muy bien! ¡Hasta diría que parece mayor!
Esas palabras impresionan a Filippo como si un rayo hubiese desgarrado el cielo nocturno.
– ¡Yo también lo creo! A mí me gusta mucho más así…, más blandita… ¡en todos los sentidos!
Vuelve a mirarla mientras la música sigue sonando y por primera vez nota algo diferente, una sensación inusual en su interior. Mientras baila no deja de pensar en esa nueva Diletta, tan diferente, tan dulce y tan madura. Recuerda el valor que demostró los primeros días en la consulta de la doctora Rossi, cómo fue ella la que lo sostuvo y la que trató de hacerlo todo más sencillo pese a que ella estaba también muy asustada. Vuelve a verse confuso, enfadado y desconcertado en casa, en la facultad, con sus amigos y con ella. Como si estuviese esperando algo sin saber a ciencia cierta qué. Como si alguien pudiera elegir por él. Y esa noche, cuando hablaron hasta muy tarde sobre la posibilidad de abortar, de lo que eso significaría para ella, para los dos, intentando imaginarlo todo después de haber ido juntos al consultorio. Esas palabras, las suposiciones, todo a cámara lenta. Y él, que trató por todos los medios de negar la evidencia y rechazó de plano esa nueva realidad. Pero Diletta no perdió ni por un momento la calma, demostró ser más valiente que él, capaz de transmitirle una energía enorme. La vuelve a mirar. Le sonríe. Diletta le devuelve la sonrisa y percibe algo diferente en los ojos de él.