Aeropuerto de Fiumicino.
– Hemos llegado. -El chófer se apea de la limusina y abre la puerta.
– Pero… ¿Fiumicino?
– Ésas son las órdenes que tengo… Ah, otra cosa… Debe darme eso… -el chófer indica la mochila que contiene los libros de la universidad.
– ¿Está seguro? Son mis libros para el examen…
– A la vuelta los recogeré yo y se los devolveré. Según me han dicho, no va a tener mucho tiempo para estudiar.
– Pero ¿adónde vamos?
El chófer le sonríe.
– Yo no lo sé, pero él sí… -y mientras habla le señala a alguien que se encuentra a sus espaldas, delante de la puerta de cristal que acaba de abrirse.
– ¡Alex! -Niki echa a correr y le da un abrazo-. Estás loco.
– Sí… Me la has contagiado tú…, esa maravillosa locura. -Mira el reloj-. Vamos…, es tardísimo.
– Pero ¿adónde?
– A Nueva York.
Hacen ademán de echar a correr, pero Alex se vuelve antes hacia el coche.
Ah, nos vemos aquí dentro de cuatro días. Ya le comunicaré la hora… Y gracias.
El chófer se queda plantado delante de la limusina y los contempla
mientras escapan siguiendo la estela de su felicidad, del entusiasmo de su amor.
– Domenico. Me llamo Domenico.
– Tenemos que coger el autobús que nos lleva a la terminal cinco. Desde allí salen los vuelos con rumbo a Estados Unidos.
– Pero ¿cómo lo has hecho? Estás loco.
– Desde que regresamos todo se había vuelto demasiado normal. Además, nunca hemos celebrado lo de LaLuna…
– ¿A qué te refieres? ¿Al éxito de la campaña?
– No, a que fuiste al faro… ¡y seguimos juntos! ¡Nuestro único y personalísimo éxito!
Niki coge el móvil.
– ¿Qué haces? ¿Te ha gustado tanto la idea que la escribes?
– Pero ¿por quién me has tomado? ¡Si el publicista eres tú!
– Ah, sí…
Niki sacude la cabeza.
– Llamo un momento por teléfono…
Alex se apoya en ella.
– Ya sé a quién…
– Hola, mamá…
– Niki, me dijiste que volverías a casa. Incluso te preparé algo de comer… ¡Y cuando regresé no estabas!
– Siéntate.
– ¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? ¿Qué tienes que contarme? Estoy empezando a preocuparme…
– No hay nada de qué preocuparse. Alex y yo nos vamos cuatro días fuera para celebrar algo.
– ¿Adónde? ¿Qué es lo que celebráis?
– ¡A Nueva York!
– ¡Venga, Niki! Siempre tienes ganas de broma. Escucha, vuelve en seguida porque tengo que salir con tu padre y no quiero que tu hermano se quede solo otra vez -y cuelga.
– ¿Mamá? ¿Mamá? -Se vuelve hacia Alex-. ¡No me lo puedo creer! ¡Me ha colgado! Ésta es la segunda vez que pruebo a decírselo Primero me viene con que tenemos que contárnoslo todo y luego cada vez que intento contarle algo diferente de lo habitual, me cuelga el teléfono en los morros. ¡No hay quien entienda a estas madres!
Alex sonríe.
– Ten.
– ¿Qué es esto?
– Dentro de esta bolsa encontrarás un camisón, los productos de maquillaje que te dejaste en mi cuarto de baño, una camisa y un suéter para mañana por la mañana, tu ropa interior… Y el cepillo de dientes que tanto te gusta…
– Amor mío… -Lo abraza con fuerza, se para en medio del aeropuerto y lo besa. Es un beso largo, suave, cálido, lleno de amor…
Alex abre los ojos.
– Cariño…
– ¿Sí? -Niki responde con aire soñador.
– Hay dos guardias que nos observan… -Tendrán envidia.
– Ah…, sí, claro, pero no me gustaría que nos encerraran por escándalo público…
– ¿Y qué?
– ¿Cómo que y qué? No quiero perder el avión.
– ¡Ahora sí que me has convencido!
Echan a correr a toda velocidad hacia la zona de embarque. Niki se detiene de improviso.
– Cariño… Tenemos un problema absurdo, tremendo, dramático.
Alex la mira asustado.
– ¿Cuál? ¿Que no hablas inglés?
– ¡De eso, nada…, estúpido! No tengo el pasaporte…
– ¡Yo sí! -Alex lo saca risueño del bolsillo.
Niki lo coge y lo abre.
– Pero es el tuyo, con chip, como los de ahora…
Alex se mete la mano en el otro bolsillo.
– Y éste es el tuyo… ¡Con el mismo chip!
– Caramba… ¡Me lo has hecho!
– En dos días.
– ¿Y cómo lo has conseguido?
– Tenía tus datos, la fotografía y todo lo necesario… Y también tu firma, ¿recuerdas que te hice firmar en un folio? Era para esto.
– Entiendo, pero ¿en dos días?
– ¿No lo sabes? Procedimiento especial… ¡Vas a hacer una sesión de fotos a Nueva York para la próxima campaña!
– ¡Bien! ¡Me gusta! ¿Y lo pagan todo ellos?
– No…, eso no…
– En ese caso, no vale, Alex. Yo pagaré la mitad. Perdona, pero como has dicho tú, vamos a celebrar nuestro único y personalísimo éxito… El mérito es de los dos, pertenece a los dos, y debe ser compartido como tal.
– El problema es que he tirado la casa por la ventana, amor…
– ¿Qué quieres decir?
– ¡Que si compartimos los gastos me deberás dinero el resto de tu vida!
– Eres un arrogante. No deberías haberme dicho cuánto te ha costado.
– Y, en efecto, no lo he hecho…
– Sí, pero lo has insinuado.
Suben al autobús. A Niki de repente se le ocurre una idea.
– Te propongo que hagamos una cosa. Nuestro próximo gran, único y personalísimo éxito, que a partir de ahora se llamará GUPE, correrá de mi cuenta y donde yo diga.
– ¡Adjudicado! ¡Fantástico, no veo la hora de pasar unas vacaciones en Frascati!
Niki le da un golpe en la espalda.
– ¡Ay! ¿A qué viene eso?
– Arrogante…
– ¿Otra vez? ¿Se puede saber qué he dicho?
– Has dado a entender…
– ¿El qué?
– Que iremos a un sitio cercano y que, además, costará poco
– ¡Ah, no te había entendido!
– Sí, mentiroso…
Se acercan al mostrador de facturación.
– Por favor -Alex coge los pasaportes y los billetes.
– ¿Tienen equipaje que facturar?
– Ah, sí, es cierto… Tu maleta está llena de artículos de maquillaje, de modo que tiene que viajar así a la fuerza. Qué lata.
– Mejor, así viajaremos más ligeros.
– Añado la mía por solidaridad.
La azafata se asoma y ve dos bolsas pequeñas.
– ¿Eso es todo?
– Sí.
Pone cara de perplejidad, pero después se encoge de hombros. Debe de haber visto de todo y, en el fondo, la suya no deja de ser una pequeña anomalía.
– Aquí tienen sus tarjetas de embarque, asientos 3A y 3B. Que tengan un buen viaje.