Capítulo VI

Si ha habido un robo, ¿por qué diablos lord Mayfield no avisa a la policía? —preguntó Reggie Carrington, apartando ligeramente su silla de la mesa donde se desayunaba. Fue el último en bajar. Sus anfitriones, mistress Macatta y sir George habían terminado de desayunar hacia bastante rato, y su madre y mistress Vanderlyn lo iban a hacer en la cama.

Sir George, repitiendo su declaración sobre lo convenido entre lord Mayfield y Hércules Poirot, tuvo la sensación de que no lo hacía tan bien como debiera.

—Me parece muy extraño que haya enviado a buscar a un extranjero desconocido —decía Reggie—. ¿Qué es lo que han robado, papá?

—No lo sé exactamente, hijo mío.

Reggie se puso en pie. Aquella mañana estaba bastante nervioso y excitado.

—¿Algo importante? ¿Algún... documento, o algo por el estilo?

—Reggie, la verdad es que no puedo decírtelo exactamente.

—¿Se lleva muy en secreto? Ya comprendo.

Reggie subió corriendo la escalera... se detuvo a la mitad con el ceño fruncido, luego continuó subiendo, y fue a llamar a la puerta de la habitación de su madre, la cual le dio permiso para entrar.

Lady Julia se hallaba sentada en la cama, trazando garabatos en el reverso de un sobre.

—Buenos días, querido. —Alzó los ojos, y al ver su expresión agregó—: Reggie, ¿ocurre algo?

—No mucho, pero parece ser que anoche se cometió un robo.

—¿Un robo? ¿Y qué se llevaron?

—Oh, no lo sé. Lo llevan muy en secreto. Abajo hay una especie de detective privado interrogando a todo el mundo.

—¡Es raro!

—Y bastante desagradable encontrarse en la casa cuando ocurre una cosa así —replicó Reggie.

—¿Qué ha ocurrido exactamente?

—Lo ignoro. Fue algo después de que todos nos acostásemos. ¡Cuidado, mamá, vas a tirar la bandeja!

Y levantando la bandeja del desayuno la llevó a una mesita junto a la ventana.

—¿Robaron dinero?

—Ya te he dicho que no lo sé.

—Supongo que ese detective estará interrogando a todo el mundo —dijo lady Julia.

—Supongo.

—¿Dónde estuvimos? Y toda esa clase de preguntas.

—Probablemente. Bueno, yo no puedo decirle gran cosa. Me fui derecho a la cama y me dormí en

seguida.

Lady Julia no contestó.

—Oye, mamá; supongo que no podrás prestarme algo de dinero. Estoy sin un céntimo.

—No, no puedo —replicó la madre en tono resuelto—. Yo también estoy mal de fondos y además en deuda. No sé lo que dirá tu padre cuando se entere.

Golpearon con los nudillos en la puerta y entró sir George.

—Ah, estás aquí, Reggie. ¿Quieres ir a la biblioteca? Monsieur Hércules Poirot quiere verte.

Poirot acababa de interrogar a mistress Macatta. Sus breves y concisas respuestas le informaron de que mistress Macatta había ido a acostarse antes de las once y que no oyó nada que pudiera servirle de ayuda.

El detective, desviándose del tema del robo, tocó cuestiones más personales. Dijo que sentía una gran admiración por lord Mayfield y que como personaje de la política en general le consideraba un gran hombre. Claro que mistress Macatta, conociéndole como le conocía, debía apreciarle mucho más que él.

—Lord Mayfield tiene inteligencia —concedió mistress Macatta—. Y su carrera se la debe únicamente a él mismo. No debe nada a la influencia hereditaria. Tal vez carezca de imaginación. En eso todos los hombres se parecen. Les falta la liberalidad de la imaginación femenina. Las mujeres, monsieur Poirot, serán la gran fuerza del gobierno dentro de diez años.

Poirot repuso que estaba seguro de ello. Inició el tema de mistress Vanderlyn. ¿Era cierto, como le habían insinuado, que ella y lord Mayfield eran íntimos amigos?

—De ninguna manera. Si he de decirle la verdad, me sorprendió muchísimo encontrarla aquí.

Poirot la invitó a que le diera su opinión acerca de mistress Vanderlyn.

—Es una de esas mujeres completamente inútiles, monsieur Poirot. ¡Esas mujeres desacreditan nuestro sexo! ¡Es un parásito del principio al fin!

—¿La admiran los caballeros?

—¡Hombres! —mistress Macatta pronunció la palabra con desprecio—. Los hombres siempre se dejan conquistar por un físico atractivo. Por ejemplo, ese joven Reggie, enrojeciendo cada vez que ella le dirigía la palabra. Y el modo tan estúpido con que ella le halagaba... elogiando su juego... que, la verdad, distaba mucho de ser brillante.

—¿No es un buen jugador de bridge?

—Anoche cometió toda clase de equivocaciones.

—Lady Julia juega muy bien, ¿verdad?

—Demasiado bien, en mi opinión —replicó mistress Macatta—. En ella es casi una profesión. Juega mañana, tarde y noche.

—¿A mucho cada apuesta?

—Sí, muchísimo más de lo que a mí me gusta. La verdad, no lo considero bien.

—¿Gana mucho dinero en el juego?

—Ella confía en pagar sus deudas de este modo —dijo mistress Macatta—. Pero he oído decir que últimamente ha tenido una mala racha.

Poirot, cortando la charla, envió a buscar a Reggie Carrington.

Observó al joven con sumo cuidado cuando entró en la habitación... la boca feble disimulada bajo una sonrisa encantadora, la barbilla huidiza, los ojos separados y la frente estrecha. Conocía muy bien el tipo de Reggie Carrington.

—¿Míster Reggie Carrington?

—Sí. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Dígame solamente lo que pueda acerca de la velada de anoche.

—Bien, veamos... estuvimos jugando al bridge... en el salón. Luego subí a acostarme.

—¿Qué hora sería?

—Poco antes de las once. Supongo que el robo tendría lugar poco después de esa hora.

—Sí, después. ¿No vio usted ni oyó nada?

Reggie movió la cabeza pesaroso.

—Me temo que no. Fui directamente a mi habitación. Y tengo un sueño muy profundo.

—¿Fue directamente del salón a su dormitorio y permaneció allí hasta la mañana?

—Eso es.

—Es curioso... —dijo Poirot.

—¿Qué quiere usted decir? —preguntó Reggie, excitado.

—Por ejemplo, ¿no oyó... un grito?

—No.

—Ah, muy curioso.

—Escuche, no sé a qué se refiere.

—¿Quizás es usted un poco sordo?

—En absoluto.

Los labios de Poirot se movieron. Es posible que repitiera la palabra «curioso» por tercera vez. Luego dijo:

—Bien, gracias, mister Carrington. Eso es todo.

Reggie se puso en pie con ademán poco resuelto.

—¿Sabe? —dijo—. Ahora que usted lo dice, creo que oí algo de eso.

—Ah, ¿oyó usted algo?

—Sí, pero comprenda, estaba leyendo un libro... una novela policíaca... y yo...bueno... no le di importancia.

—¡Ah! —replicó Poirot con el rostro impasible—, una explicación muy satisfactoria.

Reggie seguía vacilando y al fin se dirigió lentamente hacia la puerta, donde se detuvo para preguntar:

—Oiga, ¿qué es lo que robaron?

—Algo de mucho valor, mister Carrington. Es todo lo que puedo decirle.

—¡Oh! —exclamó Reggie antes de salir.

Poirot asintió con la cabeza.

—Esto encaja —murmuró—. Encaja perfectamente.

Y haciendo sonar el timbre preguntó con toda cortesía si mistress Vanderlyn se había levantado ya.

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