Capítulo V

Japp encontrábase interrogando a la esposa del tercer chófer, cuando Poirot, que había entrado sin hacer ruido, apareció a su lado.

—¡Cáspita! ¡Qué susto me ha dado! —dijo Japp—. ¿Ha encontrado algo?

—No lo que buscaba.

Japp volvióse de nuevo a la señora James Hogg.

—¿Y dice usted que había visto antes a ese caballero?

—Oh, sí. Y mi esposo también. Le reconocimos en seguida.

—Ahora escúcheme bien, señora Hogg. Veo que es usted una mujer inteligente y no me cabe duda de que conoce usted la vida de todo el vecindario. Usted es una mujer de criterio... de un criterio extraordinario, me consta... —sin enrojecer repitió el cumplido por tercera vez, en tanto que la señora Hogg asumía una expresión de inteligencia casi sobrehumana—. Déme su opinión acerca de esas dos mujeres... la señora Alien y la señorita Plenderleith. ¿Qué tal son? ¿Alegres? ¿Dan muchas fiestas?

—Oh, no, inspector; nada de eso. Salen mucho... en especial la señora Alien... pero tienen clase, no sé si Me entiende. No como algunas que viven al otro extremo de la calle. Estoy segura de la señora Stevens... si es que es una señora, cosa que dudo... bueno, me gustaría contarle todo lo que pasa aquí... yo...

—Desde luego —Japp apresuróse a detenerla—. Es muy importante lo que acaba de decirme. ¿Entonces la señora Alien y la señorita Plenderleith eran apreciadas en el barrio?

—Oh, sí, inspector... especialmente la señora Alien... siempre tenía una palabra amable para los niños. Creo que ella perdió a su hijita, la pobre. Ah, bueno, yo he enterrado tres, y lo que yo digo...

—Sí, sí, es muy triste. ¿Y la señorita Plenderleith?

—Bueno, claro que también es muy simpática, pero un poco más brusca, no sé si me entiende. Se limitaba a saludar con una inclinación de cabeza, pero no se detiene a charlar. Pero no tengo nada contra ella... nada en absoluto.

—¿Se llevaba bien con la señora Alien?

—Oh, sí, inspector. Nunca se peleaban... nada de eso. Estaban siempre contentas... y estoy segura de que la señora Pierce corroborará mi opinión.

—Sí, ya hemos hablado con ella. ¿Conoce usted de vista al prometido de la señora Alien?

—¿El caballero con quien iba a casarse? Oh, sí. Ha venido por aquí con bastante frecuencia. Dicen que es miembro del Parlamento.

—¿No fue él quien vino ayer noche?

—No, señor. No era él —la señora Hogg se irguió. En su voz había un vibrado timbre de excitación—. Y si quiere saber mi opinión, inspector, le digo que lo que está pensando es un error. Le aseguro que la señora Alien no era de esa clase de mujeres. Es verdad que no había nadie más en la casa, pero yo no creo nada de eso... así se lo dije a Hogg esta mañana. «No, Hogg», le he dicho, «la señora Alien es una señora... una verdadera señora... de modo que no andes insinuando cosas...» Ya sabemos cómo es la mentalidad masculina. Supongo que me perdonará lo que voy a decirle. Los hombres siempre piensan lo peor.

Pasando la indirecta por alto, Japp continuó:

—Usted le vio llegar y marcharse, ¿verdad?

—Eso es, inspector.

—¿Y no oyó nada más? ¿Ruido de pelea?

—No, inspector. Es decir, tampoco lo hubiera oído, porque en la casa de al lado la señora Stevens no deja de gritarle a la criada... Todos le hemos dicho que no la Aguante más, pero el sueldo es bueno... tiene un genio del demonio pero paga treinta chelines semanales...

Japp intervino rápidamente:

—¿Pero usted no oyó nada sospechoso en el número catorce?

—No, inspector. Y tampoco era probable que lo oyera con los fuegos artificiales que disparaban aquí y en todas partes.

—Ese hombre se marchó a las diez y veinte... ¿verdad?

—Es posible, inspector. No podría decirlo. Pero Hogg lo dice y es hombre de fiar.

—Usted le vio marcharse. ¿Oyó lo que dijo?

—No, inspector, no estaba lo bastante cerca. Sólo le vi desde mi ventana, despidiéndose de la señora Alien.

—¿La vio también a ella?

—Sí, inspector. Estaba precisamente detrás de la puerta.

—¿Se fijó cómo iba vestida?

—No, la verdad. Aunque tampoco observé nada de particular.

Poirot preguntó:

—¿No se fijó usted en si llevaba traje de tarde o de noche?

—No, señor ya le he dicho que no.

Poirot contempló pensativo la ventana superior y luego el número catorce. Sus ojos encontraron los de Japp y sonrió.

—¿Y el caballero?

—Llevaba un abrigo azul oscuro y un sombrero hongo, y era elegante y bien plantado.

Japp le hizo algunas preguntas más y luego fuese a efectuar su próxima entrevista, esta vez con Frederick Hogg, un muchacho de rostro travieso, ojos brillantes y que se daba mucha importancia.

—Sí, inspector. Yo los oí hablar. «Piénsalo bien y comunícame lo que decidas», dijo el caballero, en tono amable, ¿sabe? Luego ella dijo algo y él contestó: «De acuerdo. Hasta la vista.» Y montó en el automóvil... yo le abrí la portezuela, pero no me dijo nada —explicó Hogg con voz que denotaba su decepción—. Y se marchó.

—¿No oíste lo que dijo la señora Alien?

—No, inspector.

—¿Puedes decirme cómo iba vestida? Por ejemplo, cuál era el color de su traje.

—No podría decirle, inspector. Comprenda, yo no la vi. Debía estar detrás de la puerta.

—Es lo mismo —dijo Japp—. Ahora escucha, pequeño. Quiero que medites bien la pregunta que voy a hacerte, antes de contestarla. Si no lo sabes o no lo recuerdas, lo dices. ¿Está claro?

—Sí, inspector.

Hogg le miraba atentamente.

—¿Cuál de los dos cerró la puerta, la señora Alien o el caballero?

—¿La puerta de la calle?

—Sí, la puerta de la calle, naturalmente.

El muchacho reflexionó, entrecerrando los ojos para mejor concentrarse.

—Me parece que la señora... No, no fue ella, sino él. La cerró casi de golpe y fue de prisa hacia el coche. Parecía como si tuviera una cita en otra parte.

—Bien, jovencito. Pareces muy listo. Aquí tienes seis peniques.

Después de despedirse el muchacho, Japp volvió hacia su amigo y de común acuerdo ambos movieron la cabeza afirmativamente.

—¡Podría ser! —dijo el policía.

—Cabe dentro de lo posible —convino Poirot.

Sus ojos brillaron con una tonalidad verde. Parecían los de un gato.

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