Capítulo X

—Es una gran sorpresa, señorita Chevenix-Gore... señora Lake, debiera decir —dijo el mayor Riddle—. ¿No estaba enterado nadie de su matrimonio?

—No, lo mantuvimos en secreto, aunque a John no le agradaba mucho.

—Yo... yo sé que parece un mal sistema de hacer las cosas —replicó Lake—. Debí de haber ido directamente a hablar con sir Gervasio...

Ruth le interrumpió.

—Y decirle que querías casarte con su hija, para que te hubiera dado un golpe en la cabeza, y probablemente me hubiera desheredado. Esta casa se hubiera convertido en un infierno, y nos hubieran afeado nuestro comportamiento. Créeme, mi sistema era mejor. Cuando una cosa está hecha, hecha está. Se hubiera enfadado... pero al fin nos hubiese dado la razón.

Lake ofrecía un aspecto compungido. Poirot preguntó:

—¿Cuándo pensaba comunicárselo a sir Gervasio?

—Estaba preparando el terreno —respondió Ruth—. Últimamente se había mostrado más receloso con respecto a John y a mí de modo que simulé dirigir mis atenciones a Godfrey. Me figuré que luego, al saber que estaba casada con John, le resultaría casi un alivio.

—¿Había alguna persona enterada de este matrimonio?

—Sí, al fin se lo dije a Vanda. Quería tenerla de mi parte.

—¿Y lo consiguió?

—Sí. Ella no era partidaria de que me casara con Hugo... porque somos primos, según creo. Pensaba que la familia tenía ya demasiados miembros anormales para aumentarla con niños completamente idiotas. Claro que eso es bastante absurdo; puesto que yo sólo soy hija adoptiva. Creo que soy la hija de un primo muy lejano.

—¿Está segura de que sir Gervasio no sospechaba la verdad?

—Sí.

Poirot dijo:

—¿Es eso cierto, capitán Lake? ¿Está seguro de que durante la entrevista que sostuvo esta tarde con sir Gervasio no se mencionó ese asunto?

—Sí, señor.

—Hay cierta evidencia, capitán Lake, que prueba que sir Gervasio estaba muy excitado después del rato que estuvo con usted, y que habló un par de veces del deshonor de la familia.

—No se habló del asunto —replicó Lake, palideciendo.

—¿Fue ésa la última vez que vio a sir Gervasio?

—Sí; ya se lo he dicho.

—¿Dónde estaba usted a las ocho y ocho minutos de esta tarde?

—¿Dónde estaba? En mi casa. Al final del pueblo, a media milla de distancia.

—¿No vino a Hamborough Close a esa hora?

—No.

Poirot se volvió hacia la muchacha.

—¿Dónde estaba usted, mademoiselle, cuando su padre se suicidó?

—En el jardín.

—¿En el jardín? ¿Oyó el disparo?

—Sí. Pero no le presté especial atención. Creí que sería alguien que cazaba conejos, aunque recuerdo que me pareció que había sonado muy cerca.

—¿Por dónde volvió a entrar en la casa?

—Entré por ese ventanal.

Con un movimiento de cabeza, Ruth indicó el que estaba a sus espaldas.

—¿Había alguien aquí?

—No, pero Hugo, Susana y la señorita Lingard entraron casi inmediatamente. Hablaban de disparos, crímenes y demás.

—Ya... —dijo Poirot—. Sí, creo que ahora lo veo...

El mayor Riddle dijo en tono indeciso:

—Bien... er... gracias. Creo que, de momento, eso es todo.

Ruth y su esposo abandonaron la estancia.

—¿Qué diablos...? —comenzó a decir Riddle, terminando descorazonado—: Cada vez resulta más difícil dar con una pista definitiva.

Poirot asintió. Había recogido el pedacito de barro seco desprendido del zapato de Ruth y lo contemplaba pensativo.

—Es como el espejo roto de la pared... —dijo—. El espejo del muerto. Cada nuevo dato nos muestra alguna faceta distinta del difunto. Le vemos reflejado a través de todos los puntos de vista imaginables. Pronto tendremos una imagen completa...

Y levantándose arrojó al cesto de los papeles el pedacito de barro seco.

—Voy a decirle una cosa, amigo mío. La clave de todo este misterio está en el espejo. Vaya al despacho y mírelo usted mismo, si es que no me cree.

El mayor Riddle dijo en tono resuelto:

—Si es un crimen, a usted le corresponde probarlo. Si me pregunta a mí, le diré que se trata de un suicidio sin la menor duda. ¿Se fijó usted en que esa joven dijo que el encargado anterior había estado robando a sir Gervasio? Apuesto a que Lake contó este cuento para sus propios fines. Probablemente estaría haciendo lo mismo, sir Gervasio debió sospechar y envió a buscarle a usted porque no sabía hasta dónde habían llegado las relaciones entre Lake y Ruth. Luego esta tarde le dijo que se habían casado, y eso desmoralizó totalmente a sir Gervasio. Era «demasiado tarde» para hacer nada, y decidió huir para siempre de todo. La verdad es que su cerebro nunca estuvo muy equilibrado. En mi opinión eso es lo que ocurrió. ¿Qué tiene que decir en contra?

Poirot se situó en el centro de la estancia.

—¿Qué tengo que decir? Esto: No tengo nada que objetar contra su teoría..., pero no llega lo bastante lejos. Hay ciertas cosas que no las ha tenido usted en cuenta.

—¿Como por ejemplo...?

—Los diversos estados de ánimo de sir Gervasio en el día de hoy; el hallazgo del lápiz del coronel Bury; la declaración de la señorita Cardwell, que es muy importante; la de la señorita Lingard en cuanto al orden en que fueron bajando a cenar; la posición de la butaca de sir Gervasio cuando fue encontrado; la bolsa de papel que había contenido naranjas y, por último, la más importante: el espejo roto.

El mayor Riddle se sobresaltó:

—¿Va usted a decirme que todo ese galimatías tiene sentido?

Hércules Poirot repuso sin elevar la voz:

—Espero que lo tenga... mañana.

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