Capítulo VIII

Los invitados se marcharon después de comer. Mistress Vanderlyn y mistress Macatta se fueron en tren y los Carrington en su automóvil. Poirot se encontraba en el recibidor en el momento en que mistress Vanderlyn dedicaba a su anfitrión una encantadora despedida.

—Estoy apenadísima por verle tan angustiado. Espero que todo se aclare satisfactoriamente. Le aseguro que no diré una palabra.

Y tras estrecharle la mano se dirigió hacia donde esperaba el Rolls que había de llevarla a la estación. Mistress Macatta ya estaba en su interior y su adiós fue breve y poco expresivo.

De pronto, Leonie, que estaba sentada junto al chofer, saltó del coche y regresó corriendo al recibidor.

—Hemos olvidado el neceser de madame —explicó.

Hubo una búsqueda apresurada. Al fin lord Mayfield lo descubrió junto a la sombra que proyectaba un antiguo arcón de roble. Leonie lanzó un gritito de alegría al ver el elegante maletín de tafilete verde. Lord Mayfield se acercó al automóvil.

—Lord Mayfield —mistress Vanderlyn le alargó una carta—. ¿Le importaría echarla al correo?

Tenía intención de hacerlo en la ciudad, pero estoy segura de que me olvidaré. Las cartas suelen quedarse días y días en mi bolso.

Sir George jugueteaba con su reloj, lo abría y lo cerraba. Su manía era la puntualidad.

—Tienen el tiempo Justo —murmuró—, muy justo. Como no se den prisa perderán el tren... Su esposa exclamó, irritada:

—Oh, no empieces, George. ¡Al fin y al cabo, es su tren, no el nuestro!

Él le dirigió una mirada de reproche.

El Rolls se puso en marcha.

Reggie detuvo el Morris de los Carrington delante de la puerta principal.

—Todo listo, papá —dijo.

Los criados empezaron a cargar en el coche el equipaje de los Carrington, y Reggie estuvo supervisando la operación. Poirot observaba desde la entrada.

De pronto sintió que le cogían de un brazo y la voz de lady Julia le dijo en un susurro nervioso:

—Monsieur Poirot... Tengo que hablar con usted... en seguida.

Y arrastrándole hasta una pequeña salita, cerró la puerta y se aproximó a él.

—¿Es cierto lo que usted dijo... que el descubrimiento de los papeles es lo que importaba a lord Mayfield? Poirot la miró extrañado.

—Es cierto, madame.

—Si esos papeles fueran devueltos a usted, ¿se los entregaría a lord Mayfield sin hacer preguntas?

—No estoy seguro de haberla entendido bien.

—¡Debe hacerlo! ¡Estoy segura de que me entiende! Le pregunto si el ladrón permanecerá en el anonimato si le devuelven los papeles.

—¿Y cuándo sería eso, madame?

—Antes de doce horas.

—¿Puede prometerlo?

—Sí.

Y como él no respondiera, repitió con prisa:

—¿Me garantiza que no habrá escándalo? Poirot repuso entonces con gravedad:

—Sí, madame. Se lo garantizo.

—Entonces todo puede arreglarse.

Salió bruscamente de la habitación. Momentos después, el detective oyó arrancar el coche.

Cruzó el recibidor y fue al despacho. Allí estaba lord Mayfield, que alzó los ojos al entrar Poirot.

—¿Y bien? —dijo.

Poirot extendió las manos.

—El caso está terminado, lord Mayfield.

—¿Qué?

Poirot le repitió palabra por palabra la escena que acababa de haber entre él y lady Julia. Lord

Mayfield le contempló estupefacto.

—Pero ¿qué significa esto? No lo comprendo.

—Está bien claro, ¿verdad? Lady Julia sabe quién robó los planos.

—¿No querrá decir que los cogió ella misma?

—Desde luego que no. Lady Julia puede que sea jugadora, pero no es una ladrona. Pero si se ofrece a devolverlo será porque debieron cogerlos su esposo o su hijo. Ahora bien, George Carrington estaba en la terraza con usted. De modo que sólo queda el hijo. Creo poder reconstruir con bastante exactitud lo ocurrido la noche pasada. Lady Julia fue anoche a la habitación de su hijo y la halló vacía. Bajó a buscarle, pero no pudo encontrarle. Esta mañana se entera del robo y también de que su hijo ha declarado que fue directamente a su habitación y ya no volvió a salir. Ella sabe que eso no es cierto, y otras muchas cosas de su hijo: que es débil y está necesitado de dinero. Ha observado la admiración que siente por mistress Vanderlyn y cree verlo todo claro. Mistress Vanderlyn ha convencido a Reggie para que robe los planos, y ella resuelve representar también su papel. Hablará con Reggie, para arrebatarle los papeles y devolverlos.

—Pero todo eso es imposible —exclamó lord Mayfield.

—Sí, lo es, pero lady Julia lo ignora. Ella no sabe que yo, Hércules Poirot, sé que el joven Reggie

Carrington no robó los planos anoche, sino que estaba galanteando a la doncella francesa de mistress Vanderlyn.

—¡Todo esto es agua de borrajas!

—Exacto.

—¡Y el asunto no está terminado ni mucho menos!

—Sí, lo está. Yo, Hércules Poirot, sé la verdad. ¿No me cree? Ayer tampoco me creyó cuando le dije que sabía dónde estaban los planos. Pero lo sé. Estaban muy cerca de nosotros.

—¿Dónde?

—Estaban en su bolsillo, milord.

Hizo una pausa y al final dijo lord Mayfield:

—¿Sabe lo que está diciendo, monsieur Poirot?

—Sí. Sé que estoy hablando con un hombre inteligente. En primer lugar me extrañó que usted, que confesaba ser corto de vista, insistiera tanto en decir que había visto a una persona salir por la puertaventana. Usted deseaba que aquella solución tan conveniente... fuese aceptada. ¿Por qué? Más tarde fui eliminando a todos los demás, uno por uno. Mistress Vanderlyn estaba arriba, sir George en la terraza con usted, Reggie Carrington con la doncella en la escalera, y mistress Macatta en su dormitorio. (Está junto a la habitación del ama de llaves, ¡y mistress Macatta roncaba!) Es cierto que lady Julia estaba en el salón; pero creía firmemente en la culpabilidad de su hijo. De modo que sólo quedaban dos posibilidades: o bien Carlile no puso los papeles en el escritorio, sino en su propio bolsillo (lo cual no es razonable, puesto que, como usted indicó, pudo haber sacado copia de ellos), o bien... los planos estaban encima de su mesa cuando usted se acercó a ella, y el único lugar en donde podían estar era en su bolsillo. En ese caso todo quedaba aclarado: su insistencia en asegurar haber visto a alguien, en defender la inocencia de Carlile y su aversión a que me llamaran.

»Una cosa me interesaba... el móvil. Estaba convencido de que usted era un hombre honrado... íntegro. Lo cual se demostraba en su esfuerzo para que no recayeran las sospechas sobre ninguna persona inocente. También es evidente que el robo de los planos podía afectar su carrera desfavorablemente. Entonces, ¿por qué este robo absurdo? La crisis de su carrera, años atrás, las seguridades dadas al mundo por el primer ministro de que usted no estaba en negociaciones con la potencia en cuestión... Supongamos que no fuese estrictamente cierto, que hubiera quedado algo... tal vez una carta... que demostrase que sí había hecho lo que negara públicamente. Semejante negativa fue necesaria en interés de la política. Pero es dudoso que el hombre de la calle lo comprendiera así. Podría significar que en el momento en que pusieran en sus manos el poder supremo, algún estúpido eco del pasado lo destruyera todo.

»Sospecho que esa carta ha sido puesta en manos de cierto gobierno, y que este gobierno se ha ofrecido para negociar con usted... La carta a cambio de los planos de la nueva bomba. Algunos hombres se hubieran negado. ¡Usted... no! Se avino a ello. Mistress Vanderlyn era el agente encargado del asunto. Vino aquí, de acuerdo con usted, para efectuar el cambio. Se descubrió usted al decir que no tenía ningún plan definido para atraparla. Esa confesión convirtió en una débil excusa sus motivos para haberla invitado.

»Usted preparó el robo. Simuló ver un ladrón en la terraza... para dejar a Carlile fuera de sospecha. Aún sin que hubiera salido de la habitación, el escritorio está tan cerca de la puertaventana que el ladrón pudo coger los planos mientras Carlile estaba trasteando en la caja fuerte, de espaldas a la puertaventana. Usted fue hasta el escritorio, cogió los planos y los escondió en su bolsillo hasta el momento en que, según el plan dispuesto de antemano, los deslizó en el neceser de mistress Vanderlyn. A cambio, ella le entregó la carta falsa disfrazada de misiva que había de echar al correo. Poirot hizo una mueca.

Lord Mayfield confesó: —Su conocimiento es muy completo, monsieur Poirot; debe considerarme un verdadero truhán.

Poirot hizo un gesto rápido.

—No, no, lord Mayfield. Como ya le dije, creo que es usted un hombre muy inteligente. Lo comprendí anoche de pronto mientras hablábamos. Es usted un ingeniero de primera fila. Creo que en las especificaciones de esa bomba pudieron hacerse algunas alteraciones tan hábiles que será muy difícil descubrir por qué no tiene el éxito que debiera. Cierta potencia extranjera descubrirá que el modelo es un fracaso... cosa que estoy seguro de que habrá de decepcionarles. De nuevo se hizo un silencio... roto al fin por lord Mayfield.

—Es usted demasiado listo, monsieur Poirot. Sólo le pido que crea una cosa. Tengo fe en mí mismo. Creo ser el hombre que Inglaterra necesita para guiarle a través de la crisis que preveo. De no creer honradamente que mi país me necesita para dirigir la nave del gobierno, no hubiera hecho lo que hice... quedar bien con las dos partes... y salvarme del desastre por medio de un juego hábil.

—¡Cielos! —repuso Poirot—. ¡Si no supiera cómo quedar bien con las dos partes, no podría usted ser político!

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