Capítulo VIII

El coronel, dejándose caer en una silla, suspiró y dijo meneando la cabeza:

—Éste es un terrible asunto, Riddle. Lady Chevenix-Gore se está portando maravillosamente... maravillosamente. ¡Es una gran mujer! ¡Está llena de valor!

Volviendo a ocupar su butaca, Poirot dijo sin apresurarse :

—Creo que usted la conoce desde hace muchos años...

—Sí, ya lo creo, estuve en su puesta de largo. Recuerdo que llevaba unos capullos de rosa en el pelo, y un vestido blanco muy vaporoso... ¡No había muchacha en el salón que pudiera compararse con ella!

Su voz estaba llena de entusiasmo. Poirot le tendió el lápiz.

—Creo que esto es suyo.

—¿Eh? ¿Qué? ¡Oh!, gracias, lo he utilizado esta tarde cuando jugábamos al bridge. Fue sorprendente, ¿sabe? Tuve tres veces seguidas cien honores en picos. Nunca me había ocurrido.

—Tengo entendido que jugaban al bridge antes del té —dijo Poirot—. ¿Cuál era el estado de ánimo de sir Gervasio cuando fue a tomarlo?

—Natural... completamente normal. Nunca hubiera imaginado que proyectara quitarse de en medio. Pensándolo más despacio, quizás estuviera un poquitín más excitado que de costumbre.

—¿Cuándo fue la última vez que lo vio?

—¡Pues entonces! A la hora del té. No volví a verle vivo.

—¿No fue usted al despacho después del té?

—No, no volví a verle.

—¿A qué hora bajó a cenar?

—Después de sonar el primer batintín.

—¿Bajó usted junto con lady Chevenix-Gore?

—No... er... nosotros... nos encontramos en el recibidor. Creo que había estado en el comedor revisando las flores... o algo así.

El mayor Riddle se dispuso a intervenir.

—Espero que no se moleste, coronel Bury, si le hago una pregunta un tanto personal. ¿Hubo algún disgusto entre usted y sir Gervasio por causa de la Compañía del Sucedáneo Modelo de la Goma?

El coronel se puso como la grana.

—En absoluto. En absoluto. El viejo Gervasio era un individuo muy poco razonable. No hemos de olvidarlo. ¡Siempre esperaba que lo que él tocase se convirtiera en oro! No parecía comprender que el mundo entero atraviesa un período de crisis, y que todos los valores y acciones tienen que resentirse.

—¿De modo que hubo ciertas discusiones entre ustedes?

—Pero no disgustos. ¡Sólo que él era un intransigente!

—¿Le hacía a usted responsable de ciertas pérdidas que había sufrido?

—¡Gervasio no era un ser normal! Vanda lo sabía, pero siempre supo manejarle. Yo me alegraba de dejarlo todo en sus manos.

Poirot carraspeó, y el mayor Riddle, después de mirarle, se dispuso a cambiar de tema.

—Sé que es usted un antiguo amigo de la familia, coronel Bury. ¿Tiene idea de quién heredará el dinero de sir Gervasio?

—Pues imagino que la mayor parte Ruth. Eso es lo que colijo por lo que Gervasio dejó entrever hace poco.

—¿No le parece que no es justo para Hugo Trent?

—A Gervasio no le era simpático. Nunca pudo tragarle.

—Pero tenía un gran concepto de la familia, y al fin y al cabo la señorita Chevenix-Gore sólo era su hija adoptiva.

El coronel Bury vacilaba, y tras gruñir unos instantes repuso:

—Escuche, será mejor que se lo cuente. Desde luego es realmente interesante y además estrictamente confidencial, ¿eh?

—Desde luego..., desde luego.

—Ruth es ilegítima, pero de todas formas es una Chevenix-Gore. Es hija de un hermano de Gervasio, Antonio, que murió en la guerra. Al parecer tuvo una aventura con una mecanógrafa. Cuando le mataron, ella escribió a Vanda. Vanda fue a verla... estaba esperando un niño. Vanda habló con Gervasio, acababan de decirle que ella no podría volver a tener hijos, y el resultado fue que se hicieron cargo de la pequeña cuando nació, adoptándola legalmente. La madre renunció a todos sus derechos. Han criado a Ruth como si fuera su propia hija, y sólo hay que mirarla para comprender que es una Chevenix-Gore.

—¡Aja! —exclamó Poirot—. Ya comprendo. Eso aclara mucho la actitud de sir Gervasio. Pero si le desagradaba Hugo Trent, ¿por qué tanto interés en casarlo con mademoiselle Ruth?

—Para arreglar la posición de la familia. De este modo dejaba satisfecha la opinión que él tenía de los convencionalismos.

—¿Pero a pesar de ello no le gustaba ni confiaba en ese joven?

El coronel Bury gruñó.

—Usted no comprendería al viejo Gervasio. No consideraba a las personas como seres humanos. ¡Disponía los matrimonios como si los contrayentes fueran de la realeza! Consideraba conveniente que Ruth y Hugo se casaran y Hugo tomase el apellido Chevenix-Gore. Lo que ellos pensaran no tenía importancia.

—¿Y la señorita Ruth estaba dispuesta a complacerle?

El coronel Bury echóse a reír.

—¿Ella? ¡Qué va!

—¿Sabía usted que poco antes de su muerte, sir Gervasio estuvo redactando un nuevo testamento según el cual la señorita Chevenix-Gore heredaba sólo con la condición de que se casara con Hugo Trent?

El coronel Bury lanzó un silbido.

—¿Entonces había olfateado lo que había entre ella y Burrows?

Tan pronto como lo hubo dicho se arrepintió, pero era demasiado tarde; Poirot lo había comprendido perfectamente.

—¿Había algo entre mademoiselle Ruth y el joven monsieur Burrows?

—Probablemente nada... Nada en absoluto.

El mayor Riddle carraspeó y dijo:

—Creo, coronel Bury, que debe decirnos todo lo que sepa. Pudo tener relación directa con el estado de ánimo de sir Gervasio.

—Es posible —replicó el coronel Bury sin gran convencimiento—. Bien, la verdad es que el joven Burrows no es mal parecido... por lo menos eso piensan las mujeres, y últimamente él y Ruth siempre estaban juntos, cosa que a Gervasio no le gustaba nada... nada en absoluto. No quiso despedirle por temor a precipitar los acontecimientos. Sabía cómo es Ruth. No consiente que nadie le dé órdenes. Por eso supongo que ideó ese plan. Ruth no lo sacrificaría todo por el amor. Le gusta comer bien y tener dinero.

—¿Usted aprobaba al señor Burrows?

El coronel expresó la opinión de que Godfrey Burrows era un tanto quisquilloso, cosa que hizo sonreír al mayor Riddle.

Le hicieron algunas preguntas más y al fin el coronel se marchó.

Riddle dirigió una mirada a Poirot, que permanecía absorto en sus pensamientos.

—¿Qué opina de todo esto, Poirot?

—Me parece ver un esquema —dijo levantando las manos—, un proyecto determinado.

—Es difícil —dijo Riddle.

—Sí, es difícil, pero cada vez va aumentando su significado una frase apenas musitada.

—¿Cuál es?

—La frase en tono de broma pronunciada por Hugo Trent: «Siempre cabe la posibilidad del crimen...»

—Sí —replicó Riddle en tono seco—. Ya me he dado cuenta de que desde el principio se ha sentido usted inclinado hacia esa posibilidad.

—¿No está de acuerdo conmigo en que cuanto más sabemos, menos motivos encontramos para el suicidio? ¡En cambio, para el asesinato tenemos una sorprendente colección de ellos!

—No obstante, hemos de recordar los hechos... la puerta cerrada, la llave en el bolsillo del muerto... Horquillas dobladas, cuerdas... toda clase de trucos. Supongo que sería posible... ¿Pero dan resultado esas cosas en la realidad? Eso es lo que dudo.

—De todas maneras, examinemos el caso desde el punto de vista de asesinato y no como si se tratara de suicidio.

—De acuerdo. ¡Estando usted presente, probablemente sería asesinato!

Poirot sonrió.

—No me gusta ese comentario.

Volvió a ponerse serio.

—Sí, examinemos el caso desde la base del crimen. Se oye el disparo. En el recibidor se encuentran cuatro personas: la señorita Lingard, Hugo Trent, la señorita Cardwell y Snell. ¿Dónde están los demás?

—Burrows en la biblioteca, según su propia declaración. Nadie puede comprobarlo. Los otros en sus habitaciones, ¿pero quién sabe dónde estaban en realidad? Al parecer todos bajaron por separado. Después lady Chevenix-Gore y Bury se encontraron en el vestíbulo. Lady Chevenix-Gore salía del comedor. ¿De dónde venía Bury? ¿No es posible que viniera no de arriba, sino del despacho? Tenemos el lápiz.

—Sí, el lápiz es interesante. No demostró la menor emoción al verlo, pero tal vez fuese por no saber dónde lo habíamos encontrado, o ignorara el haberlo perdido. Veamos, ¿quién más estaba jugando al bridge cuando utilizó el lápiz? Hugo Trent y la señorita Cardwell, y quedan descartados. La señorita Lingard y el mayordomo pueden probar sus coartadas. Queda lady Chevenix-Gore.

—No se puede sospechar seriamente de ella.

—¿Por qué no, amigo mío? ¡Le aseguro que yo puedo sospechar de todo el mundo! Supongamos que, a pesar de su aparente devoción a su esposo, fuera al fiel Bury a quien amase en realidad...

—¡Hum! —dijo Riddle—. En cierto modo ha sido una especie de ménage á trois durante años.

—¿Hubo algún disgusto por esta causa entre sir Gervasio y el coronel Bury?

—Es cierto que sir Gervasio podía hacerse verdaderamente desagradable. Ignoramos lo que habrá en el fondo. Podría concordar con el haberle llamado a usted. Digamos que sir Gervasio sospechaba que Bury le robaba, pero que no deseaba que trascendiera, por temor a que su esposa estuviera también complicada. Sí, es posible. Eso les da a los dos un motivo. Y es un poco extraño que lady Chevenix-Gore haya tomado la muerte de su esposo con tanta calma.

—Luego hay otra complicación —dijo Poirot—. La señorita Chevenix-Gore y Burrows. Les interesa muchísimo que sir Gervasio no firme el testamento nuevo. Según el anterior, ella lo hereda todo con la única condición de que su esposo tome el nombre de la familia...

—Sí, y lo que Burrows explica acerca de la actitud de sir Gervasio de esta tarde es un tanto extraño. ¡Que estaba contento y como satisfecho por algo! Eso no concuerda con las declaraciones de los demás.

—Luego tenemos también al señor Forbes. Muy correcto, muy severo, y pertenece a una firma antigua y bien establecida. Pero los abogados, incluso los más respetables, sienten preferencia por utilizar el dinero de sus clientes cuando se ven en un apuro.

—Creo que lo presenta de un modo demasiado sensacional, Poirot.

—¿Usted cree que lo que insinúo sólo ocurre en las películas? ¡Pero, mayor Riddle, si la vida real es a menudo mucho más sorprendente que las historias que vemos en el cine!

—Será mejor que terminemos de interrogar a los que faltan, ¿no le parece? —replicó el inspector—. Se está haciendo tarde. Aún no hemos visto a Ruth Chevenix-Gore, y probablemente es la más importante de todos.

—Estoy de acuerdo con usted. Y también falta la señorita Cardwell. Tal vez será mejor que hablemos primero con ella, puesto que no nos llevará tanto tiempo, y luego veremos a la señorita Chevenix-Gore.

—Muy buena idea.

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