Prólogo

Cuando ya ha terminado todo, es natural que una se dé de bofetadas por todo lo que no comprendió en su momento. La escuela detectivesca de Si-Lo-Hubiera-Sabido, vamos. Me llamo Kinsey Millhone y casi todos mis casos comienzan del mismo modo. Empiezo diciendo quién soy y qué hago, como si al exponer siempre los mismos datos elementales pudiera desentrañar la lógica de lo que sigue.

Pero, en pocas palabras, esto es lo que puede afirmarse de mí. Soy mujer, tengo treinta y dos años, estoy soltera y trabajo por mi cuenta. Ingresé en la Academia cuando tenía veinte años y al acabar me integré en el Cuerpo Superior de Policía de Santa Teresa. No recuerdo ahora cómo me imaginaba la profesión antes de incorporarme. Probablemente tenía una idea confusa e idealista de la ley y el orden, los buenos contra los malos, y apariciones ocasionales en los juicios, donde se me pediría que declarase que tal cosa era tal cosa. Según mi perspectiva, todos los malos irían a la cárcel para que los demás pudiéramos seguir viviendo tranquilamente. Al cabo de un tiempo me di cuenta de mi ingenuidad. Los óbices y cortapisas me desanimaban, y el que a las mujeres policía se las mirase, por aquel entonces, con una mezcla de curiosidad y desprecio, hacía que me sintiera impotente. No quería pasarme la vida defendiéndome de las ofensas «bienintencionadas» ni demostrando cada dos por tres que era una tía dura. Y como no me pagaban lo suficiente por aguantar tanta mecha, me largué.

Probé diversos empleos durante dos años, pero ninguno ejercía sobre mí el mismo atractivo. A despecho de sus restantes verdades, el trabajo detectivesco no puede separarse de la intermitente sensación de vivir pendiente de un hilo. Me había quedado colgada de la fiebre adrenalínica y ya no podía volver a la vida normal y corriente.

Al final entré en una pequeña agencia de detectives privados, pasé otros dos años aprendiendo el oficio y luego me establecí por mi cuenta tras obtener la licencia correspondiente. Llevo ya cinco años en ello y sobrevivo con modestia. Ahora soy más sensata y tengo más experiencia, pero cuando un cliente toma asiento delante de mí sigo sin saber qué va a ocurrir a continuación.

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