Capítulo 9

Domingo, 15 de julio de 2007

Bella aprovechó para fumar mientras estaban delante del Café Kró, un pequeño restaurante que encontraron mientras paseaban por el puerto en busca de algún sitio donde comer. Þóra estaba al lado de su secretaria, aunque le fastidiaba un tanto, pero el tiempo era tan agradable que no había más remedio. Después de comer le entró el sopor, pero la brisa marina la despejó. Al llegar la tarde refrescó, aunque el sol seguía en el cielo, tan tranquilo. Ni siquiera el humo que soltaba Bella, y que de vez en cuando llegaba hasta Þóra, conseguía estropear el buen humor de la tarde. Un barquito salió del puerto seguido por algunas gaviotas. Aparte de eso, el puerto estaba tranquilo. Había, sin embargo, dos hombres mayores atareados en la caseta de timón de una barca motora que estaba amarrada al muelle. El trabajo se lo tomaban con la mayor calma, pues los dos hombres pasaban más tiempo charlando que trabajando, y Þóra admiró su tranquilidad. Quizá era la inmensa belleza del entorno del puerto lo que ejercía aquella influencia sobre las personas. Por lo menos, la animación de las aves en torno al empinado acantilado de Heimaklettur le quitó a Þóra buena parte del estrés que llevaba encima, y por ella se habría quedado allí sentada el resto de la tarde con su propia erupción particular.

– ¿Cuántos eran los cadáveres esos? -preguntó Bella de pronto, del modo más inesperado.

– ¿Los del sótano? -preguntó Þóra, aunque difícilmente podría referirse Bella a cualquier otra cosa-. Cuatro. Más exactamente, tres y pico. De uno de los cadáveres solamente estaba la cabeza. ¿No lo has visto en las noticias? -preguntó entonces, un tanto extrañada.

– No, yo no leo esa basura -Bella se puso el cigarrillo en la comisura de los labios y exhaló una gran nube de humo. Pensativa, observó cómo el humo subía, se dispersaba y desaparecía-. ¿Quién mata a cuatro personas a la vez? -preguntó entonces, con una mueca-. Uno, puedo entenderlo, quizá hasta dos. Pero cuatro son demasiados. A lo mejor no fue un asesinato.

Þóra tenía que reconocer ante sí misma que había pensado prácticamente lo mismo.

– No tengo aún los informes de las autopsias, quizá ni siquiera estén terminadas. Puede ser que hubieran muerto en un accidente o asfixiados por los vapores tóxicos o por algún otro motivo, sin intervención de nadie -Þóra aspiró el olor del mar, que seguía venciendo a la nube de humo-. Pero la cabeza es difícil de explicar. Si esos hombres no fueron asesinados…, ¿qué sucede entonces con la cabeza? ¿Quién decapita un cadáver y con qué finalidad?

Bella se encogió de hombros.

– Tal vez tuvo un accidente y el cuerpo quedó separado de la cabeza. Eso ha pasado.

– ¿Pero cómo fue a parar la cabeza a una caja? ¿Y la caja, junto a los tres cuerpos, al sótano de casa de Markús? -Þóra se sorprendió de estar hablando tranquilamente con Bella. No había forma de aclararse de hacia dónde iba el caso, y se puso a pensar cómo aprovechar mejor el viaje a las islas. Tampoco sería mala idea regresar a Reikiavik si allí no podía obtener información aprovechable.

Bella apretó los labios, y Þóra se sintió aliviada porque eso indicaba que estaba sumida en sus pensamientos, pero no enfadada con ella.

– Esa mujer que le dio la caja a tu cliente -dijo dando una calada-, ¿crees que fue ella quién mató a esa gente?

– No, no puedo ni imaginármelo -respondió Þóra-. Era una adolescente y difícilmente habría sido capaz de matar a cuatro hombres. Ella sola por lo menos -Þóra se apoyó contra la pared y absorbió los suaves rayos del sol vespertino-. Tengo que aprovechar la ocasión para concertar una cita con su madre, porque con toda seguridad debe de saber sobre el origen de la cabeza…, aunque no sea nada más que eso. Es una pena que el padre haya muerto. Me imagino que él podría haber sabido, mejor que nadie, algo que aclarara el asunto. Pero tenga la familia de Alda alguna relación con el caso o no, alguna información sí que tienen que poder darme. Las chicas jóvenes son muy habilidosas a la hora de ocultar toda clase de cosas a sus padres, pero no consigo imaginarme a Alda paseando por el pueblo con una cabeza humana metida en una caja como si tal cosa. En el peor de los casos, su madre podrá decirme con quién se relacionó su hija después de la erupción. A lo mejor se lo contó todo a una amiga o a un amigo más tarde, ¿no crees? Markús perdió todo contacto con ella después de llegar a tierra firme, de modo que sobre este asunto él no puede decir nada.

– La madre de Alda sigue viviendo en la isla, ¿recuerdas? -dijo Bella mirando a su alrededor, como si la mujer viviera en algún almacén del puerto-. El tío ese con el que hablamos lo dijo bien claro. Tendrías que llamarla o ir a verla a su casa.

– Es posible que viva aquí -dijo Þóra-. Pero creo que no es correcto ir a verla por el momento, teniendo en cuenta las circunstancias.

– ¿No es precisamente el momento más oportuno? -preguntó Bella tirando el cigarrillo, que cayó en un barril que había allí cerca-. Estará tiernecita después de que se le haya muerto la hija, y dispuesta a hablar de lo que haga falta.

Þóra sacudió la cabeza.

– No, mejor no. Podría asustarse y negarse a hablar conmigo. Preguntaré al hermano de Markús sobre la familia de Alda mañana por la noche, y si él sabe algo, quizá pueda ayudarme para seguir adelante. Espero que sepa cómo se encuentra la madre de Alda, y todo eso.

Bella parecía no prestar atención a lo que decía Þóra.

– ¿Recuerdas el cementerio por el que pasamos? -preguntó de repente-. El que tiene un arco en la entrada.

– Sí -respondió Þóra, que no veía la relación. ¿Quería ir a dar un paseo por el cementerio?

– A lo mejor, los cuerpos son de allí, ¿no? -dijo Bella-. Que los parientes o quien sea hayan intentado rescatar los cadáveres para que no desaparecieran en la erupción. El cementerio fue cubierto por la ceniza y más tarde lo desenterraron. ¿Puede ser que quienes hicieron la excavación no se dieran cuenta de que había pasado eso?

Þóra miró confundida a su secretaria.

– ¿Desenterrar unos cadáveres solo para meterlos en el sótano de una casa que iba a sufrir el mismo destino que el cementerio? Lo dudo mucho, pero que mucho.

Bella se encogió de hombros.

– A lo mejor era una sola persona quien tenía que hacerlo todo o no consiguió volver a sacar de ahí los cuerpos para llevárselos.

Þóra pensó cuál sería la mejor manera de poner punto final a aquellas especulaciones tan peregrinas, pero de momento no se le ocurrió nada.

– ¿No deberíamos irnos yendo? -se contentó con decir-. Tengo que acostarme temprano para ponernos a trabajar mañana temprano.

Bella miró su reloj y luego a Þóra, extrañada.

– ¿Estás bromeando? Yo no me he ido a la cama tan temprano desde que tenía tres años.

Las mejillas de Þóra se ruborizaron.

– No estoy hablando de dormir. Tengo que telefonear a mis hijos antes de que se haga más tarde.

Bella se encogió de hombros.

– Pues hazlo -volvió a mirar alrededor como buscando algo-. Yo voy a dar una vuelta por ahí a ver si encuentro algún bar, o mejor, varios.

Þóra pensó que era una idea absurda, pero sabía bien que carecía de toda autoridad sobre el tiempo libre de sus empleados.

– No hagas ninguna tontería -le dijo con alegría artificial en la voz-. Creo que iré a ver a los arqueólogos encargados de la excavación, y luego tenemos que ir al archivo. Y nunca se puede saber con qué nos podemos encontrar. Eso nos tendrá bastante ocupadas.

– No te preocupes por mí -dijo Bella, y se marchó en dirección contraria del hotel-. Seguramente no seré yo quien se levante tarde.

Þóra procuró que el comentario de Bella no la afectase. De la secretaria podían decirse muchas cosas, pero solía aparecer a trabajar a su hora. En cambio, Þóra se retrasaba con frecuencia porque era difícil salir de casa, y sacar a sus hijos de la cama, una mañana sí y otra también. Aunque la situación no era especialmente buena cuando solo tenía en casa a sus propios hijos, era mucho peor aún cuando se añadían la nuera y el nieto.

– Cuando estés por ahí de copas, no olvides que eso no entra en las dietas -le gritó Þóra a la secretaria-. El contable se negará a aceptar los recibos -no había hecho más que pronunciar esas palabras cuando las lamentó. ¿Habría podido escoger una réplica más ridícula?

Bella no se volvió, sino que siguió caminando, levantó una mano y le envió a Þóra una buena higa.

Загрузка...