Capítulo 2

Lunes, 9 de julio de 2007

– A decir verdad, no sé muy bien si tengo que alegrarme de que este extraño hallazgo de cadáveres y otros restos humanos que habéis hecho haya sucedido antes de mi retiro.

El policía fue mirándolos a uno tras otro. Þóra Guðmundsdóttir, el arqueólogo Hjörtur Friðriksson y el cliente de Þóra, Markús Magnusson, sonreían con apuro. Estaban todos en la comisaría de policía de Heimaey, donde les habían hecho esperar durante un tiempo interminable la llegada del comisario jefe, que era quien estaba sentado delante de ellos. Evidentemente había pasado bastante rato en el sótano, pues quiso ver con sus propios ojos de qué iba todo antes de hablar con ellos.

– Ya estoy llegando a la edad -añadió después de presentarse como Guðni Leifsson-. Después de casi cuarenta años de trabajo -cruzó las manos-. Y que otros lo hagan mejor.

Þóra hizo todo lo posible por mostrarse interesada en los éxitos de su carrera, pero no le resultó fácil. Lo único que le interesaba de verdad era saber la hora, porque no podía perder el último avión de Reikiavik. Aquello no se acababa nunca.

– Pero así es, así son las cosas.

El comisario movió la cabeza lentamente adelante y atrás y chasqueó la lengua contra las encías.

– Al menos yo, nunca he visto nada semejante -sonrió para sí-. ¿Tal vez mi destino sea competir con la comisaría de Reikiavik?

Þóra puso cara de extrañeza y preguntó a qué se refería, aunque lo que menos le apetecía en aquel momento era prolongar aquel peculiar interrogatorio:

– ¿Qué quieres decir?

– No me extraña que preguntes. Una abogada de Reikiavik no debe de tener mucha idea de cómo son las cosas en un lugar aislado como este -el anciano la miró con un gesto de embarazo, pero Þóra aparentó que no se daba cuenta-. Hace poco se llevaron a tierra firme todas las plazas del servicio de investigación: una medida de ahorro. Claro que aquí el número de delitos graves era demasiado reducido como para justificar el coste -sonrió abiertamente-. Hasta ahora -miró a Markús a los ojos, con familiaridad, antes de continuar-: Tres cadáveres y una cabeza -chasqueó otra vez la lengua contra las encías-. Eras muy avispado de muchacho, mi querido Markús, pero ¿no es esto pasarse un tanto? Hay un salto bien hermoso de afanar ruibarbos al asesinato en serie.

Markús se inclinó sobre la mesa, con gesto de buena persona.

– Puedo garantizarte que no sé nada de esos cadáveres. No tienen nada que ver conmigo -volvió a recostarse, tan contento. Se sacudió el polvo de la manga de su chaqueta.

Þóra suspiró en silencio. Interrumpió a Markús antes de que dijera que solo estaba relacionado con la cabeza:

– Antes de continuar con esto me gustaría saber cómo están las cosas. ¿Estamos en un interrogatorio formal? -no añadió que, de ser así, sería de todo punto absurdo hacerlo estando todos juntos, especialmente Markús y Hjörtur. Los intereses de ambos eran completamente opuestos-. De ser así, querría indicar que como abogada de Markús pongo un gran signo de interrogación a la forma en que se está llevando a cabo.

El comisario Guðni apretó los labios y sorbió el aire a través de los dientes, como si quisiera limpiarse los intersticios.

– Puede ser que vosotros lo hagáis distinto en Reikiavik, señora abogada -dijo con frialdad-. Allí probablemente seguís el libro al pie de la letra, como suele decirse, aunque en realidad nunca se sabe bien de qué libro se trata. Aquí, yo hago las cosas de otro modo. Si quiero charlar con vosotros como en este mismo momento, pues lo hago. No le hace daño a nadie. Y menos que a nadie a tu cliente, el bueno de Markús -sonrió a Þóra pero su sonrisa no llegaba a los ojos-. A menos que creas que tiene algo malo en la conciencia -miró a Markús-. Me parece que esos cadáveres tienen ya unos cuantos años. ¿Es posible que él matara a esos individuos cuando era un muchachete imberbe? -volvió a mirar a Þóra-. Algo me dice que no puede ser. Creo que habrá alguna explicación razonable, y eso es lo que intentaba sacar en limpio sin grandes formalidades. Me da igual que piensen que hago mal.

Þóra puso la mano sobre el hombro de Markús para indicarle que estuviera tranquilo.

– Pero querría hablar con mi cliente antes de continuar, para que, cuando se empiece a seguir el famoso libro, todo esté bien claro.

Guðni se encogió de hombros. Era bastante apuesto para un hombre de su edad; delgado y aún conservaba su cabello. Þóra pensó que se parecía muchísimo a Clint Eastwood y le vinieron deseos de ponerle un mondadientes en la comisura de los labios para rematar el efecto. Guðni se quedó un momento con los ojos clavados en Þóra, como si supiese lo que se le había pasado por la cabeza a aquella mujer, pero luego se volvió hacia Markús.

– ¿Es eso lo que quieres, Markús? -le preguntó; estaba allí sentado al lado de la mujer, petrificado.

Markús se revolvió incómodo en la silla. Delante de él estaba el comisario de su infancia, que aún recordaba que él robaba verdura de los huertos, o cualquier otra de las muchas cosas que el viejo comisario había mencionado al principio de la conversación.

– Yo no he hecho nada -dijo entre dientes mirando a Þóra de reojo-. ¿Hay algún motivo para que tenga que haber formalidades?

Þóra respiró hondo.

– Querido Markús -dijo con tranquilidad, confiando en que la palabra «querido» tuviera sobre él el mismo efecto que cuando la utilizaba el policía-, en el sótano me pediste que te ayudara, y eso es lo que estoy haciendo. Sal conmigo un momento y hablaremos en privado. Después, tú verás lo que quieres hacer. Serás libre de irte a casa con Guðni y dejar que te interrogue junto a la mesa de la cocina en presencia de su esposa y del gato.

– Mi mujer murió -dijo Guðni con frialdad-. Y tengo perro. No gato.

Entretanto, Hjörtur estaba al margen, esperando y observando tranquilo lo que pasaba. Finalmente tomó la palabra para explicarle a Þóra que él era una de esas personas a quienes les disgustan las discusiones, incluso como mero espectador silencioso.

– ¿No es mejor para todos que salgáis ya? Así podré decirte lo que me preocupa -dijo, mirando esperanzado a Guðni-. Me vendría de miedo poder acelerar esto, porque tendría que volver a mi despacho lo antes posible, no sea que mis colaboradores vayan a creer que me ha pasado algo malo. Sabían que estaba en la casa que acabáis de precintar. Tienen que haberse enterado de que allí ha sucedido algo raro.

Guðni se quedó mirando a Hjörtur sin responder. Þóra tuvo la impresión de que aquellos silencios eran su arma secreta en los interrogatorios. Quizá esperaba que la gente siguiera hablando, que no aguantara un silencio embarazoso y lo llenase de palabrería inconsciente. El arqueólogo no cayó en la trampa. Enseguida desapareció del rostro de Guðni su fría sonrisa y volvió a hablar:

– Perfecto. No quiero ser responsable de que tus colegas afilen la pluma y escriban tu obituario, querido Hjörtur-apartó los ojos del rubicundo arqueólogo y miró a Þóra-. Haced el favor. El pasillo de ahí delante es muy tranquilo -con un teatral movimiento de la mano les señaló la puerta-. Nosotros nos quedamos, por si luego decidís concedernos el honor de vuestra presencia -cuando Þóra y Markús estaban llegando a la puerta, oyeron decir a su espalda-: Pero no pienso invitaros a comer a mi casa.

– ¿En qué estás pensando? -farfulló Þóra con los dientes apretados-. Entras a buscar una cabeza y luego te pones a charlar con la policía sin preocuparte lo más mínimo de tu situación legal. ¿Te das cuenta de que te puedes acabar enfrentando a serias dificultades?

Parecía que el semblante de Markús se ensombrecía, pero luego la furia se calmó, y se contentó con exhalar un profundo suspiro.

– No sabes cómo funcionan las cosas aquí. Ese hombre es la policía de Heimaey. Él solo. Puede haber otros policías aquí, pero es él quien manda. Muchas veces termina los casos sin que las personas afectadas tengan problema alguno. Yo creo que lo más correcto sería hablar con él, así de simple. Cuando haya oído lo que tengo que decir, cerrará el caso. Y no me pasará nada.

Þóra sintió unas ganas enormes de golpear el suelo con el zapato, pero se contentó con golpear la pared para dar más énfasis a sus palabras.

– Este caso se lo van a quitar enseguida a Guðni. Cadáveres y cabezas no son cosas que correspondan a pequeñas comisarías, da igual la autoridad de que goce cada policía en su entorno inmediato. Él puede ser capaz de resolver delitos a su manera cuando se trata de robar ruibarbos, pero este asunto es algo muy distinto. Por lo que yo sé, y a la vista de la seriedad del caso y de lo peculiar de las circunstancias, ni siquiera se encargará a la brigada criminal de la comisaría de Selfoss, que muy probablemente es la que se encarga de los casos importantes en las Vestmann. Llamarán a la policía de Reikiavik y a la sección de policía científica, y puedes apostar a que se comportarán de un modo muy distinto que el bueno de Guðni. A mí me da lo mismo si hiciste algo o no…, pero a ti te vendrá mucho mejor poner tus cosas en orden. Si participas en un interrogatorio informal, él podrá dar testimonio de todo lo que hayas dicho. Y para que todo sea aún más claro, ahí está Hjörtur para confirmar sus palabras. Es una locura total y absoluta.

– ¿Pero no ha dicho que la policía de investigación de Heimaey ha cerrado la tienda? -preguntó Markús, que parecía ya preocupado, para considerable alivio de Þóra.

– Las Islas Vestmann no quedan fuera de la jurisdicción de la brigada criminal y la policía científica, aunque los funcionarios se hayan marchado. Sencillamente, se subirán todos a un avión y se harán cargo del caso.

– Comprendo -dijo Markús con un hilo de voz.

Þóra suspiró aliviada. No podía por menos que sentirse cercana a aquel hombre tan distinto a ella misma. Parecía haber desaparecido su tendencia a perder el control, y la prepotencia que hasta entonces había caracterizado su comportamiento. Sin duda, en el sótano se llevó una terrible sorpresa, y Þóra le creyó plenamente cuando dijo que era la primera vez que veía aquellos cadáveres, y que lo único que iba a buscar era la cabeza. Þóra no había tenido tiempo de preguntarle por la extraña reacción de Markús cuando le informaron, al subir a la superficie, de que era necesario llamar a la policía. A Þóra le dio tal sensación de claustrofobia al ver el rostro deformado de la cabeza sin cuerpo, que parecía tener la lengua fuera, que no fue capaz de hablar con Markús antes de salir del sótano.

– ¿Qué tal si me dices por qué tenías tanta prisa por entrar en el sótano a buscar una cabeza que afirmas que ni siquiera sabías que estaba allí? He intentado encontrar una explicación pero he acabado dándome por vencida -hizo una pausa y miró a Markús a los ojos-. En cuanto me hayas dado tu versión de los hechos, entramos y que Guðni decida si quiere interrogarte formalmente o dejarlo y que sean los de Reikiavik quienes se ocupen del asunto.

– Perfecto -respondió Markús, respirando hondo-. Tienes razón.

Þóra se sintió satisfecha con el cambio, aunque no estaba segura de adonde conduciría.

– Tiene que quedar perfectamente claro que si le dices algo a Guðni y yo intervengo, deberás callarte y dejarme hablar a mí. Aunque lo que yo diga es que no contestarás a una determinada pregunta.

– De acuerdo -dijo Markús-. Tú mandas -la miró y sonrió con embarazo-. ¿Dónde estabas cuándo se produjo el enorme caso del ruibarbo? Me obligaron a arrancar las malas hierbas del patio del colegio por las tardes durante un mes entero.

Þóra devolvió la sonrisa. Miró a su alrededor para cerciorarse de que no había ningún subordinado de Guðni escondido por allí.

– Háblame de la cabeza que fuiste a buscar, pero de la que no sabías nada.


Guðni se echó hacia atrás y sacó la última página de una máquina de escribir eléctrica bastante antigua. La puso boca abajo con mucho cuidado, encima de las demás hojas que se habían ido acumulando, las cogió todas y ordenó el montón. Finalmente colocó las hojas sobre el escritorio, con el texto dirigido hacia Þóra y Markús.

– Todo tal y como estipulan las leyes. Leeros esto, y me gustaría que confirmaras tu declaración, Markús, a fin de cumplir con todas las formalidades y que tu abogada pueda respirar tranquila.

Þóra sonrió para guardar las apariencias. Le resultaba totalmente indiferente que al policía no le gustara cómo hacían las cosas, con tal de que los intereses de su cliente quedaran asegurados. Todo había acabado estupendamente. Markús había sido interrogado, de hecho, como sospechoso, pero no podía esperarse otra cosa tal como estaban las cosas. Lo principal era que no se había metido en más complicaciones hablando demasiado o hablando demasiado pronto. Þóra señaló la declaración con un movimiento de la barbilla.

– ¿Coincide todo con lo dicho? No habrás añadido nada, ¿verdad? -preguntó para vengarse, aunque solo fuera un poco.

– Claro, claro, en lo esencial es todo exacto -respondió Guðni con ironía. Abrió las manos y se inclinó sobre la mesa-. En términos más breves, pero así entiendo que deben ser las declaraciones ante la policía -dijo mirando a Markús-. A última hora de la tarde del 22 de enero de 1973, Alda Þorgeirsdóttir se puso en contacto contigo para pedirte que te llevaras una cajita y la escondieras. Tú estabas enamorado de Alda, que era la chica más preciosa de Heimaey en esa época, y te llevaste la caja sin pedir más explicaciones. Y la pusiste en el sótano de tu casa, con la idea de buscar más tarde un escondite mejor. No pudo ser, porque esa noche empezó la erupción y te despertaron tus padres, que te metieron en un barco que te llevó a tierra firme con tu madre y tus hermanos. En el barco volviste a ver a Alda, que te preguntó si te habías librado de la caja y dónde la habías metido, y tú le contaste la verdad. Con el pánico, te olvidaste la caja en el sótano. No le preguntaste a Alda lo que contenía aquella caja porque no querías asustarla con lo linda que era y demás -Guðni sonrió a Markús, que se ruborizó-. Luego no pasó nada durante treinta años, aproximadamente, hasta que apareció en las noticias la Pompeya del Norte, y Alda se puso en contacto contigo. Te pide por todo lo más querido que impidas que saquen tu casa de la ceniza, porque la caja sigue allí, y esta vez tú tampoco le preguntas por su contenido. ¿A lo mejor sigues enamorado de Alda?

Markús volvió a ruborizarse.

– No, no es ese el asunto. Sencillamente, es que el tema no había salido en nuestras conversaciones anteriores.

– Vaya -dijo Guðni, continuando con su resumen-. Al final del todo pone que te autorizan a bajar al sótano y a que te lleves lo que quieras, para tranquilizar a Alda. Te dispones a buscar la caja y llevársela a Alda, tal como ella te había pedido. Entonces se produce el bombazo: cuando estás en el sótano, decides averiguar, por fin, lo que hay en la caja, pero de ella sale rodando una cabeza momificada. Y en ese mismo instante tus ojos descubren tres cadáveres que no estaban allí aquella noche fatal.

– En realidad, la cabeza no salió rodando -respondió Markús, ya bastante molesto-. Me llevé tal susto al ver lo que había en la caja que la solté. La cabeza se cayó y aterrizó en el sitio donde está ahora. No rodó. En realidad, creo que le di una patada cuando eché a correr para salir de allí, pero no estoy seguro. Terminó justo al lado de los cuerpos y así condujo mi atención hacia ellos. No los había visto hasta aquel momento, porque allí dentro todo estaba oscuro y lleno de polvo.

Þóra interrumpió a Markús antes de que siguiera con sus explicaciones sobre el recorrido de la cabeza por el suelo del sótano.

– Bueno, creo que es mejor que lo dejes ahí por ahora, Markús, con el estupendo resumen de Guðni, y más vale que nos demos prisa. La policía tendrá otros botones que tocar a la luz de tus declaraciones. Imagino que querréis hablar con esa tal Alda, que parece saber más que Markús sobre el origen de la cabeza -Þóra miró el reloj de la pared. Si Dios y la fortuna estaban de su parte, aún podía alcanzar el último avión para volver a su casa. Todo parecía indicar que Markús estaba libre de toda sospecha, aunque, seguramente, la sección de criminalística querría volver a hablar con él. Confiaba en que Alda confirmaría las declaraciones de Markús. De no ser así, las cosas se complicarían, tanto en lo referente a la cabeza como en lo tocante a los tres cadáveres. Pero no, Alda confirmaría la historia y explicaría el origen de la cabeza. Þóra dirigió los ojos a su reloj de pulsera, luego miró a Markús. Aún se estaba peleando con la primera página del informe policial. Þóra suspiró en silencio, confiando en que el avión saldría con retraso.

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