Capítulo 36

Martes, 24 de julio de 2007

Aunque no se hubieran podido desentrañar aún todos los detalles, aquellos sucesos acaecidos tanto tiempo atrás habían empezado a tomar forma. Þóra no recordaba la última vez que había hablado tanto… sin estar borracha. A pesar del cansancio de las mandíbulas y de la sequedad de boca, estaba satisfecha con el discurso, pues sus palabras parecían que iban a tener el efecto deseado. Stefán, el comisario de policía, y el abogado de la policía estaban llegando ya a la misma conclusión que ella: que Markús era inocente. Los tres estaban sentados en el despacho de Stefán, adonde había llegado Þóra a todo correr después de hablar con la madre de Alda en la iglesia. Aunque faltara una hora para la vista de la solicitud de prórroga de prisión provisional ante el Tribunal de Distrito, Þóra estaba casi segura de que el caso se decidiría a su favor. Habían enviado unos hombres a buscar a la madre de Alda, pero el interrogatorio formal lo aplazaron en consideración al funeral. Stefán se contentó con charlar brevemente con la mujer para confirmar la historia de Þóra. Un policía de paisano la acompañaría el resto del día por si se daba el improbable caso de que quisiera desaparecer. Þóra la vio cuando la acompañaban a la comisaría. Caminaba abatida y con el rostro inexpresivo.

Era de todo punto imposible ponerse en su lugar. ¿Cómo puede sentirse una mujer que tiene que enfrentarse a un tremendo error cometido en la educación de su hija? Þóra se veía incapaz de comprender cómo era posible enviar a una hija en dificultades al extremo noroeste del país para que tenga un hijo para otra mujer; un hijo que además había sido concebido de una forma inimaginable. Cuando se lo explicó a Þóra, la madre de Alda parecía casi un espectro. Se daba perfecta cuenta de que no era por falta de sentimientos. La anciana le explicó que Valgerður y Daði querían que Alda tuviese el niño con el nombre de Valgerður, pues ellos no tenían posibilidad de adoptarlo por los cauces habituales. Lo habían intentado, pero se lo habían denegado por sus malas relaciones familiares. En aquellos tiempos no existía la adopción internacional. Y estaba descartado que Valgerður se pudiese quedar embarazada. Aquella era su única esperanza de ser padres.

Para que el engaño pudiera funcionar, Daði y Valgerður tuvieron que irse a vivir con Alda a un lugar apartado, procurando que se relacionara con la menos gente posible y que acudiera a las mínimas revisiones posibles durante el embarazo. Alda tuvo que aparentar que era bastante mayor de lo que era en realidad, las pocas veces que estaba con otras personas, a fin de no despertar sospechas. Según la madre de Alda, no le resultaba tan difícil después de la violación; fue como si en los ojos de Alda se hubiera apagado toda vida, y se volvió indiferente consigo misma. En el noroeste, los tres se instalaron en una granja que se encontraba vacía y era propiedad de la familia de Valgerður. Los esposos tuvieron el cuidado de ir algunas veces de visita a casa de amigos y conocidos de los alrededores, y Valgerður aparentaba estar embarazada para completar el guión. De forma que nadie sospechó nada. Las cosas se hicieron más complicadas, sin embargo, cuando llegó el momento del nacimiento. La intención era que Alda lo tuviese en casa con ayuda de Valgerður, pero al surgir dificultades, tuvieron que llevar a Alda a toda prisa al hospital de Ísafjörður. Allí nació el niño con cesárea.

Alda permaneció en cama más tiempo que otras mujeres, tanto para recuperarse de la cesárea como porque tuvo una infección a causa de la operación. Nadie hizo comentario alguno sobre la juventud de la madre, ni puso en duda que se tratara de Valgerður Bjólfsdóttir. Los empleados del hospital, en cambio, sí se quedaron un tanto sorprendidos por la conducta de Alda con su hijo. Parecía carecer de cualquier interés por él y se negó a darle el pecho. Pero pensaron que todo se arreglaría cuando diesen el alta a la madre y el hijo. La comadrona que les atendía en Hólmavík informó al hospital de que la situación había cambiado a mejor, aunque la madre no daba el pecho al niño. La mujer en cuestión no trabajaba en el hospital, por eso no se dio cuenta de que el motivo de aquel cambio era que la madre era ahora otra diferente. Daði no tuvo problema alguno para impedir las visitas al hospital, pues él y su mujer no eran en aquella región mucho más populares que en las Vestmann. Alda salió con el alta unas dos semanas después, con Daði a su lado y un varoncito recién nacido en los brazos. Fue a la granja a recoger sus cosas y se marchó. El niño se quedó con Valgerður y Daði. De forma que el hospital de Ísafjörður no cometió ningún error con los antibióticos cuando Valgerður ingresó allí mismo treinta años después. Fue la crueldad del destino lo que hizo que administraran penicilina a Alda cuando tuvo la infección después del parto…, un antibiótico al que la auténtica Valgerður era alérgica desde mucho tiempo antes.

La madre de Alda dijo que esta jamás había hablado de su hijo, que no quería saber cómo se llamaba ni tener ninguna noticia de él. Þóra no se lo reprochaba. Aquel hijo no había sido bienvenido a este mundo, a los ojos de Alda, y jamás lo había «tenido» en el sentido habitual. Así que era comprensible que pusiera un punto final a aquella experiencia y fijase su mirada en el camino que quedaba por delante. En cambio, Þóra podía imaginarse perfectamente que la situación hubiera cambiado con el paso de los años, sobre todo cuando vio con claridad que no tendría más hijos. Þóra no sabía si Alda había descubierto ya a Adolf antes de que Halldóra Dögg le acusara de violación o si sumó dos y dos al ver su patronímico y la fecha de nacimiento de aquel hombre. Fuera como fuese, debió de ser un duro golpe para Alda descubrir que su único hijo, el hijo de un violador inglés, seguía las huellas de su padre. Sin duda, aquello abrió viejas heridas. Alda debía de conservar algún sentimiento hacia su hijo, e incluso pudo haber tenido remordimientos de haberse visto obligada a entregarlo y separarse de él. Aquello explicaría las llamadas telefónicas a Adolf; al principio acusadoras, después suplicantes. Alda le había juzgado con demasiada dureza. Y cuando se dio cuenta de quién era, tal vez, pensó que le había traicionado. Þóra pensó si a lo mejor había decidido compensarle proporcionando a Adolf una información que demostrara su inocencia, al mismo tiempo que le revelaba su origen. Pero Adolf hizo oídos sordos a sus palabras y se negó a verla; no quería ver a una mujer que él consideraba que ponía en peligro sus recientes esperanzas de riqueza. Cuando se dio cuenta de que podía heredar de Alda, las cosas pintaron de modo muy distinto. Pero para Alda ya era demasiado tarde.

En sus estudios de derecho, Þóra había aprendido a no juzgar a los demás por sus actos solamente. Todos habían cometido tremendos errores: los padres de Alda, Daði y Valgerður, Adolf e incluso el mismo Markús; y ninguno de ellos se dio cuenta de las consecuencias de sus actos hasta mucho más tarde. Þóra había visto a lo largo de su vida profesional tantas cosas incomprensibles que no sintió especial extrañeza. La mayor parte de los malos pasos que daban los clientes de Þóra podían achacarse a mera estupidez, pero otros eran fruto de decisiones equivocadas, que con demasiada frecuencia se tomaban a toda prisa y movidos por la desesperación. El destino de Alda había quedado sellado porque unas personas, sumidas en la desesperanza, reaccionaron de forma errónea. Þóra sentía compasión por ellos cuando les llegaba la hora de mirar de frente sus antiguos pecados. Sobre todo sentía compasión por la madre de Alda, que en realidad fue una víctima de las circunstancias. Su esposo, Þorgeir; Magnús, el padre de Markús, y Daði y Valgerður eran los principales responsables, sin que ninguno de ellos tuviera que pagar las consecuencias de sus actos. Todo había recaído ahora sobre una madre ya anciana que se había visto arrastrada por la corriente de los acontecimientos muchos años atrás, cuando ella no tuvo opción alguna de decidir, y que ahora tenía a su hija en la tumba.

Lo mismo podía decirse de Klara, la madre de Markús, que conocía los crímenes, a juzgar por lo que dijo la madre de Alda. Pero resultaría difícil demostrarlo, a menos que ella misma confesara. Þóra dudaba que lo hiciera. Klara parecía dura como una roca, y con el apoyo de su hijo Leifur era improbable que accediera a reconocer que sabía algo de aquellos delitos cometidos tanto tiempo atrás. Afortunadamente, ese no era un problema de Þóra. Ya estaba más que harta de aquellos cadáveres aparecidos en un sótano.


Quedaba aún por dilucidar quién había asesinado a Alda. Ese era el principal motivo por el que la policía se negaba a soltar a Markús, pese a anteriores comentarios de que ya no era sospechoso de ese asesinato. Þóra se daba perfecta cuenta de que no se defenderían con demasiada energía cuando ella presentara su alegato, pero se sentía decepcionada por su inquebrantable insistencia. Tendrían que reconocer que, a juzgar por todos los datos disponibles, Markús no había tenido nada que ver con los hombres del sótano. Quedaban aún por explicar las causas para que Alda acabara con la cabeza de su violador en una caja, pero ese tema no afectaba a Markús. La resistencia de la policía a reconocer que ya no consideraban a Markús sospechoso del crimen era comprensible, de todos modos. No parecía haber nadie más que hubiera podido matarla, y además era difícil reconocer que habían detenido a la persona equivocada. Þóra notó que el dolor de cabeza, que había empezado en la iglesia como un ligero malestar indefinible, iba ahora en aumento.

– ¿No es posible que la mujer se haya suicidado, sin más? -preguntó Þóra-. ¿Existe algo que indique claramente que se ha suicidado? Su estado psíquico podía ser bastante complicado.

Stefán levantó la vista del informe que estaba hojeando, y se incorporó.

– La autopsia demostró que había sido asesinada -dijo-. Por eso tengo que hacer conjeturas.

Þóra suspiró en silencio.

– Uno de los cirujanos plásticos con los que trabajaba Alda se puso en contacto conmigo por una información que quería presentar a la policía. Creí entender que se refería a Alda y que era importante para la investigación. ¿Alguna cosa que les pudo decir arrojó nueva luz sobre el caso? -tuvo que hacer una pausa en sus palabras para llevarse la mano a la frente y darse un ligero masaje. Aquello calmó el dolor, pero este regresó en cuanto Þóra bajó la mano-. ¿Ha habido algún cambio del que se me debería informar? Creo que tengo derecho a saberlo, ya que volvéis a dirigir vuestra atención a mi representado por la muerte de Alda.

– Lo que sacamos de los colegas de Alda no cambia nada la situación de Markús -respondió Stefán-. Obtuvimos una información que puede ser importante, pero en estos momentos no podemos decir aún si es positiva o negativa para él.

– ¿Es posible que el asesinato de Alda estuviera relacionado con su trabajo? -preguntó Þóra-. El medicamento que ocasionó su muerte apunta claramente en esa dirección.

– Ya no -repuso Stefán con tranquilidad-. Quien la mató no precisaba tener acceso a él.

Þóra le miró pensativa y maldijo en silencio su dolor de cabeza. Le resultaba mucho más difícil concentrarse. La policía parecía haber encontrado algo que indicaba que el bótox estaba en casa de Alda. Tenía que habérselo contado Dís.

– Comprendo -se limitó a decir, pues estaba claro que no tenían intención de darle más pormenores, de momento-. Otro detalle que quiero mencionar es si no habéis pensado en hablar con la víctima del caso de violación del hijo de Alda. Es posible que ella quisiera hacerle daño. Seguramente no le gustó ni pizca lo pronto que Alda se puso de parte del presunto culpable.

El abogado de la policía levantó un dedo. Llevaba puesto un traje oscuro que sin duda había costado su buen dinero, y estaba listo para comparecer ante el Tribunal de Distrito. Se produjo un destello en la alianza que adornaba el anular de su mano izquierda, y Þóra no pudo evitar pensar que debía de haberla limpiado muy bien, para que brillara como es debido con ocasión de aquel día. En cambio ella no había tenido tiempo apenas para arreglarse, y si la policía no cedía en su pretensión de prorrogar la prisión preventiva, tendría que pasarse por el bufete a cambiarse de ropa. Allí tenía siempre una camisa blanca, unos pantalones oscuros y unos elegantes zapatos de tacón para casos de necesidad como aquel. No estaba bien visto comparecer ante el tribunal como una zarrapastrosa, y unos vaqueros y una camiseta no eran lo más apropiado, aunque la toga tapaba casi toda la ropa. Eso sí, no le sacaría brillo a su anillo de bodas.

– Creo conveniente indicarte que no es función tuya ayudarnos en la investigación -dijo el abogado-. Nosotros somos perfectamente capaces de hacerlo solos. Tú debes concentrarte en lo tocante a tu representado.

– ¿Y no crees que convenga a sus intereses capturar al verdadero asesino de Alda? -repuso Þóra. Sus mejillas se ruborizaron y el dolor de cabeza aumentó. Con ello, su ira se incrementó al máximo. Seguramente sufriría una decepción si se ponía de tiros largos y limpiaba su joyería para nada.

Puso las manos sobre las rodillas y se dispuso a levantarse.

– ¿Podéis decirme si pensáis solicitar la prórroga de prisión provisional? Tengo que prepararme.

Stefán miró a su colega.

– ¿No deberíamos hablarlo en privado? -preguntó al abogado, y luego se volvió hacia Þóra-. Creo que ya tenemos toda la información que puedes proporcionarnos -dijo con una sonrisa-. No tardaremos mucho. Entretanto puedes ir a tomarte un café.


La fuerza sanadora del café se hacía esperar. Þóra se había servido dos tazas de café fuerte sin que se le aliviara el dolor. Miró el reloj, que marcaba la una. Markús estaría camino de la capital desde la prisión de Litla-Hraun en compañía de los agentes de la Dirección de Prisiones, de modo que no era buen momento para llamarlo por teléfono. A cambio, Þóra decidió informar a su hijo de que era posible que soltaran a su padre sin tener que esperar a la decisión del juez. Aquello le ahorraría al muchacho el paseo hasta el tribunal.

La conversación con el muchacho no tuvo el efecto que Þóra esperaba. El chico se puso tan frenético al oír la noticia y habló tan fuerte que Þóra casi se marea. Finalmente tuvo que inventar la excusa de que había una persona que quería hablar con ella para poder interrumpir la conversación. No aguantaba más los ruidos del muchacho. Prometió informarle en cuanto se supiera algo. Veinte minutos más tarde apareció Stefán. Se apoyó en el marco de la puerta y cruzó los brazos sobre el pecho.

– Acabamos de adoptar una decisión -dijo.

– ¿Y? -preguntó Þóra, cruzando los dedos. Lo último que le apetecía en aquellos momentos era una comparecencia ante el tribunal-. ¿Cuál ha sido el resultado?

– No solicitaremos la prórroga de la prisión preventiva de Markús, pero pediremos una prohibición de salir del país -dijo Stefán. No la miró a los ojos.

– ¿Una prohibición de salir del país? -dijo Þóra con calma. De dos males, la prohibición de salir del país era mil veces mejor que la prisión preventiva, pero al mismo tiempo era mucho más probable que el juez la concediera. Muy hábil por parte de los policías: sacar a Markús de la cárcel pero sin soltarle del todo. Þóra se puso en pie-. Entonces será mejor que vaya a cambiarme de ropa -dijo, dibujando media sonrisa-. Nos vemos dentro de un rato.

¿Cuánto podría leer en un cuarto de hora sobre las prohibiciones de salir del país?


– Me importa un rábano esa prohibición de salir del país, Þóra, así que no hay nada de qué hablar -dijo Markús con voz triunfante-. No se me ha perdido nada en el extranjero y de todos modos no pensaba salir del país por ahora. Estoy más que feliz de salir de la cárcel. Con eso me basta -puso la mano sobre el hombro de Þóra-. Muchísimas gracias, y perdona las barbaridades que te he dicho algunas veces. No podía controlar mis nervios.

Þóra le sonrió. El dolor de la cabeza había desaparecido y se sentía relativamente bien pese a haber perdido su recurso contra la prohibición de salir del país. Lo achacaba en buena parte a la declaración de Markús, que para él aquella prohibición no representaba perjuicio alguno; utilizó las mismas expresiones que con ella: que no se le había perdido nada en el extranjero.

– Si tú estás conforme, Markús, yo tengo que estarlo también. Ahora basta con confiar en que la policía encuentre al culpable para que tú puedas pasar página.

– Sí, te lo agradezco infinito -dijo, optimista y feliz de la vida-. Con el tiempo lo descubrirán. Y si no…, pues qué le vamos a hacer -respiró hondo, había dejado de llover y el aire se había quedado totalmente transparente con los aguaceros de la mañana. Iban hacia el bufete de Þóra en Skólavörðustígur, donde les esperaba su hijo. Al final, Þóra le había recomendado al muchacho que fuera allí si no quería esperar en los juzgados, por si algo acababa torciéndose. Aunque se fiaba de Stefán y del abogado, no estaba cien por cien segura de que no volvieran a cambiar de opinión al tener al juez delante, y acabaran pidiendo la prórroga.

– Es un día magnífico -dijo Markús, que parecía dirigir sus palabras tanto a los viandantes como a Þóra.

Evidentemente, había abandonado las preocupaciones por su padre, pues Þóra le explicó que todo aquello no significaba nada para él, a la vista de su estado. Lo más difícil sería probablemente para su madre, pero era una mujer de mucho carácter y lo superaría. Þóra también hizo énfasis en que la gente no juzgaría con demasiada dureza a Magnús y sus compañeros, porque lo que hicieron fue para vengar una violación. Alda era todavía casi una niña cuando se produjo. Cuando se hablaba de agresiones sexuales a niños, había oído a varios padres asegurar que si alguien le hacía algo así a un hijo o una hija suyos, matarían al canalla. De forma que a la gente le sería difícil juzgarles con dureza, aunque también hubieran muerto tres inocentes.

– Un día magnífico, sin duda ninguna -repitió Markús en voz bien alta.

Þóra estaba a punto de mostrarse de acuerdo cuando vio a la madre y la hermana de Alda que se alejaban de Fríkirkja e iban subiendo por la calle Lækjargata. La policía las dejó terminar el funeral, aunque con un límite de tiempo, porque necesitaban acceder nuevamente al cadáver. También exigieron que un policía de paisano estuviera presente, y Þóra suponía que se trataba del joven con camisa azul clara que seguía de cerca a madre e hija.

Después de que Þóra explicara a la policía la cadena de acontecimientos, se supo que durante la autopsia extrajeron el útero de Alda. Se les había pasado por alto examinarlo por si mostraba cicatrices de cesárea. Al acabar el estudio volvieron a meterlo en el vientre, que cosieron para cerrarlo. El departamento de investigación necesitaba disponer de nuevo del cadáver antes de proceder a su sepultura. Lo antes posible, porque cuanto menos tiempo pasara el cuerpo fuera del refrigerador, tanto mejor. Jóhanna llevaba a su madre cogida por los hombros, confortándola.

Þóra aceleró el paso para impedir que les vieran, a Markús y a ella, aunque Markús no pareció darse cuenta de nada cuando ella le agarró por el brazo para que se diera prisa. Consiguieron desaparecer torciendo por delante del restaurante Lækjarbrekka, y Þóra pudo aflojar el paso. Oyó un pitido en el teléfono y lo cogió.

– Si hay algo que yo pueda hacer por ti, mi querida Þóra, prométeme que me lo dirás -dijo Markús mientras Þóra observaba la pantalla.

Þóra levantó la vista. Acababa de recibir un SMS de su hijo Gylfi. Le recordaba que tenía que buscar alojamiento en Heimaey para la fiesta. Þóra miró a Markús, que tenía una sonrisa de oreja a oreja.

– Pues en realidad sí hay una cosa que me alegraría enormemente -dijo, respondiendo a su sonrisa.

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