Capítulo 13

Martes, 17 de julio de 2007

Þóra estaba encantada con Bella. La joven estaba a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho y un gesto tal de enojo que conseguía que el policía, Guðni, se rebullera inquieto en su silla.

– Está más allá de todo lo tolerable que una tenga que enterarse en la calle de la marcha de la investigación -continuó Þóra-. Como tú eres el jefe de esta comisaría, de donde tiene que haber salido la información, exijo responsabilidades por la filtración.

Las nubes de tormenta de Bella asintieron para reforzar sus palabras. El policía se movió inquieto en su silla y luego se inclinó sobre la mesa.

– Yo no he filtrado nada -dijo con tranquilidad-. Aquí trabajan seis policías además de mí, aparte de una telefonista y de las mujeres de la limpieza. Cualquiera de ellos puede haber hablado de forma imprudente sin que yo ni siquiera me haya enterado. Así que tendrás que pensártelo bien antes de acusarme de romper el secreto.

– ¿Acusarte de revelación de secretos? -respondió Þóra con brusquedad-. No estoy acusándote de nada en absoluto. He venido a reclamar una fotocopia del informe de la autopsia que, según tengo entendido, obra en tu poder. Prefiero leerlo yo misma en vez de tener que hacer caso a los cotilleos de cualquier maruja.

– Comprendo -dijo Guðni más tranquilo. Claramente, no estaba muy contento con la marcha del caso, pero intentaba que no se notara mucho. A pesar de ello, Þóra percibió un mínimo temblor en torno a las comisuras de la boca del comisario-. Me encargaré de que te lo entreguen. Quizá debería consultar lo que dice el libro sobre estas cosas.

– Hazlo -respondió Þóra, que sabía que aquel hombre no tendría ni idea de dónde buscar las normas sobre la entrega de actuaciones en un caso penal. En realidad, dudaba de que hubiera en el despacho ni siquiera una fotocopia de las normas básicas, y de que Guðni fuera capaz de encontrarlas en Internet.

– Pero no sé de qué iba a servir -dijo Guðni, poniéndose en pie. Cogió un montón de papeles apilados en un rincón y lo agitó delante de su propia cara-. Ibas a tener esto muy pronto, en todo caso, porque estoy prácticamente seguro de que Markús va a ser detenido dentro de muy poco. La autopsia es de todo menos favorable para él.

– ¿En qué te basas para decir eso? -preguntó Þóra, extrañada. Le entraron unos deseos enormes de arrebatarle la autopsia al comisario y empezar a leerla.

– Me baso en que aquí se explica por primera vez que esos hombres fueron asesinados. De manera que se trata de una investigación criminal. Además, en el informe se hacen conjeturas muy plausibles sobre la nacionalidad de los mismos. Probablemente son ingleses, así que nos hemos puesto en contacto con la policía del Reino Unido y les hemos pedido que comprueben quiénes pueden ser. Sin duda, enseguida aparecerá información sobre el caso en los medios de comunicación británicos y, en cuanto eso suceda, puedo garantizarte que nuestra policía se pondrá nerviosa y, como enseguida empezarán a exigirnos resultados, habrá que poner a Markús en prisión preventiva. Él es el único relacionado con el caso, por el momento. -Suspiró pesadamente. Guðni miró fijamente a Þóra a los ojos-. A Alda no pueden encerrarla.

– No, eso es evidente -dijo Þóra. Aunque fuera un serio perjuicio para ella, tenía que reconocer que Guðni tenía razón. Suspiró en silencio. Los pocos que podrían explicar, quizá, el asunto y limpiar a Markús estaban muertos o habían perdido la razón.

– No mejora nada las cosas que esos ingleses fueran asesinados durante la guerra del bacalao -dijo Guðni-. Existen ciertos grupos sociales que todavía braman de ira por aquel enfrentamiento, tanto aquí como en Gran Bretaña. Los medios de comunicación británicos pondrán de relieve, sin lugar a dudas, esa vertiente del caso.

– ¿Tú crees que esos hombres fueron asesinados por el pescado? -le espetó Bella-. ¿Por unos bacalaos?

Guðni miró a Bella con un gesto de conmiseración.

– El bacalao es dinero en forma de pez. No se debe subestimar su importancia.

Bella estaba a punto de responder, pero Þóra se apresuró a intervenir antes de que dijera nada.

– ¿Y eran marinos? -preguntó a Guðni.

– Eso no se dice explícitamente, pero más vale que te lo leas tranquilamente y saques tus propias conclusiones -respondió Guðni-. Así que voy a fotocopiar esto lo más rápido posible para que puedas empezar a leer enseguida. Podéis esperar aquí mientras tanto -pasó a su lado sin decir nada más.

Bella le hizo una mueca cuando salió, y luego observó el pequeño despacho.

– Menudo idiota-dijo entonces, al parecer hablando más para ella misma que a Þóra. Se acercó a la mesa de Guðni y echó un vistazo a lo que había encima de ella.

– ¡Por todos los demonios, no te pongas a mirar sus cosas! -le susurró Þóra, enfadada.

– No nos habría dejado solas si no hubiese querido que viéramos lo que hay aquí dentro -dijo Bella inclinándose. Dio la vuelta a una de las hojas de papel, para mirar lo que decía-. ¿Cuándo fue la erupción esa, que se me ha olvidado? -preguntó.

Þóra se acercó.

– En enero de 1973. La erupción comenzó en la noche del 22 al 23 de enero. ¿Por qué me lo preguntas?

– Aquí hay un informe antiguo -dijo Bella-. Está fechado el 20 de enero de 1973. ¿No es raro que tenga en su mesa un informe tan antiguo?

– ¿Qué pone? -preguntó Þóra excitada. Miró hacia la puerta entreabierta, pero no había nadie a la vista. ¿Cuánto se tarda en fotocopiar diez páginas?-. Venga, date prisa -le dijo en voz baja.

– Espera -dijo Bella, y levantó la hoja para ver mejor-. Es un informe referente a huellas de una pelea o de daños personales en el muelle. La policía fue avisada por el vigilante del puerto, que encontró una gran mancha de sangre en el muelle la mañana del sábado 20 de enero. No pudo encontrar ninguna explicación lógica y llamó a la policía por si se diera el caso de que se tratara de un delito. Declaró que no había habido vigilancia en el puerto desde la medianoche del viernes hasta que él empezó su turno de guardia, a las ocho de la mañana del sábado -Bella puso un dedo en la parte baja de la página-. El agente observó la mancha, que eran muy extensa, y comprobó en la administración del puerto qué barco podía haber estado amarrado allí. De dicha comprobación resultó que en un periodo de varios días no había habido barco alguno. El agente comprobó asimismo si alguna persona o varias habían acudido esa noche al hospital con daños físicos, pero desde la medianoche no había acudido nadie con excepción de un matrimonio con un bebé enfermo -Bella miró a Þóra-. ¿No tendrá esto alguna relación con los cadáveres? -preguntó.

– No lo sé -respondió Þóra a media voz-. Venga, rápido, sigue -miró la puerta de reojo, pero todo seguía tranquilo.

– El agente habló a continuación con varias personas y dos testigos sostuvieron que habían visto a Daði Karlsson en la zona por la mañana temprano. Otro declaró que le había visto amarrando en el muelle un bote de goma, y otro más que le vio en el lugar donde se halló la sangre. El agente habló con Daði, pero este negó la veracidad de esos hechos y aseguró que su mujer podía confirmarlo, como efectivamente hizo. El agente de policía subió entonces a bordo de un arrastrero en el que Daði trabajaba como piloto, y no encontró nada extraño. El caso se considera no resuelto y es preciso comprobar si la sangre puede proceder de un animal o de alguna captura ilegal que fuera desembarcada al amparo de la noche -Bella dejó de mirar el informe-. No pone más.

– ¿Qué agente escribió el informe? -preguntó Þóra a toda prisa, indicando con un movimiento de la mano que se les estaba agotando el tiempo. Se oyó ruido de pasos que se aproximaban.

– Guðni Leifsson -dijo Bella, que se apresuró a dejar el papel en su sitio. Acababa justo de hacerlo cuando se oyó a Guðni entrar por la puerta, a su espalda.

Þóra se volvió, aparentando que no pasaba nada. No podía estar segura, pero algo le decía que aquel informe tenía relación con el caso, porque, de otro modo, ¿por qué iba a estar mirando un documento tan antiguo? La misma corazonada le decía que Guðni no estaba examinando casos antiguos en colaboración con sus colegas de Reikiavik, sino que trabajaba él solo, por su cuenta. Ya se vería si aquello era positivo o negativo para Markús.

– Muy bien -dijo dirigiéndose hacia el comisario, que le entregó la fotocopia del informe de la autopsia al tiempo que miraba con ojos escrutadores a Bella, aún al lado del escritorio.

– ¿Se te ofrece algo? -preguntó a la joven con voz gélida.

Bella le miró inexpresiva.

– No, ¿por qué? -sin nada más que la mirada, parecía retarle a que tuviera el atrevimiento de acusarla de espiar.

Guðni no cayó en la trampa y se contentó con fruncir las cejas un momento, y luego se volvió hacia Þóra.

– Ahí hay más cosas que llamarán la atención de los medios en cuanto se abra el secreto del sumario -dijo Guðni-. Se refieren a la cabeza y no dejan lugar a dudas -dijo con una sonrisa siniestra-. Una sorpresa en un caso que yo pensaba que había alcanzado ya su clímax dramático.

– Me parece que en este caso quedan aún muchas sorpresas -comentó Þóra, por decir algo. En aquel hombre había algo que le ponía los pelos de punta. Pero se limitó a mirar de reojo la mesa del policía mientras decía esas palabras. Era mejor dejarle vivir en la ignorancia.


Þóra dejó los papeles y golpeó rítmicamente con los dedos mientras trataba de poner en orden sus ideas. Acababa de leer tres de los cuatro capítulos del informe de la autopsia, pues había un capítulo dedicado a cada uno de los cadáveres y otro a la cabeza. Los capítulos que acababa de leer trataban de los tres cadáveres, que resultaron pertenecer a dos hombres de unos treinta años y otro en torno a los cincuenta. Los hombres eran de raza blanca y todos los cadáveres se hallaban en un estado de conservación increíblemente bueno, como consecuencia de las peculiares condiciones reinantes. Se consideraba que el calor producido por la erupción había desempeñado un papel importante en la conservación, pero también el hecho de que en el sótano no hubiera humedad alguna, además de que los gases tóxicos y densos habían destruido toda forma de vida presente en el lugar. Aunque el texto era bastante ilegible y había de vez en cuando términos médicos incomprensibles, quedaba perfectamente claro que aquellos hombres no habían muerto asfixiados por gas tóxico. Aunque en los informes no se proporcionaban más detalles sobre la causa de la muerte, todo parecía indicar que los hombres habían sido objeto de gran violencia. Presentaban extrañas heridas en los brazos, que parecían curadas de mucho tiempo atrás, y daños no relacionados con ellas que les ocasionaron la muerte. Eran cicatrices de cortes bastante profundos que no se habían podido explicar convenientemente, aunque se consideraba improbable que se debieran a herramientas o cuchillos, habida cuenta de lo irregular de las heridas. Se pensaba que dos de los hombres habían fallecido a causa de heridas en la cabeza, pues las cajas craneanas estaban rotas a consecuencia de un golpe muy fuerte, aparentemente con el mismo objeto contundente desconocido. Uno de los dos tenía, además, una fractura en la nariz tan seria que el cartílago nasal estaba hecho pedazos, aunque el médico forense no había podido determinar si el hombre en cuestión había muerto a causa de la herida en la nariz o por la fractura de cráneo. Del tercer hombre se decía que se apreciaban heridas menores en la cabeza, pero tenía fracturada la columna vertebral así como tres costillas rotas, que habían penetrado en un pulmón, desgarrándolo. El informe consideraba que esta última herida había causado una hemorragia interna en el tórax y los pulmones, y el hombre había muerto finalmente ahogado en su propia sangre. Þóra sintió un escalofrío pero al mismo tiempo comprendió que una chica tan joven nunca habría podido matar de ese modo, actuando sola, a todo un grupo de hombres.

En lo tocante a la nacionalidad de los hombres, el forense se apoyaba en diversos elementos. Se mencionaba que la observación de cada uno de ellos por separado no permitía ninguna conclusión, pero el estudio de los tres en conjunto hacía suponer que, con bastante probabilidad, se trataba de británicos. Se indicaba asimismo que la persona o personas que trasladaron los cadáveres al sótano no contaban, seguramente, con que pudieran ser hallados en ningún momento, pues no se había hecho ningún intento de eliminar ropas u otras cosas que pudieran servir en el reconocimiento de los difuntos. Se habían obtenido algunas conclusiones concernientes a la nacionalidad porque las marcas de la ropa y el calzado eran aún parcialmente legibles y resultaron corresponder a comercios británicos. El hombre de más edad llevaba ropa de marcas más caras que los dos más jóvenes. El material utilizado en los empastes dentales de los más jóvenes resultó ser también el que empleaban los dentistas británicos en el periodo posterior a 1960, y uno de ellos llevaba además un clavo de acero en el tobillo, producto de una antigua fractura, clavo que incluía la marca de unos fabricantes británicos. Los dos jóvenes llevaban un tatuaje en el que se leía «HMS», que se consideraba abreviatura de Her Majesty's Service, lo que apuntaba a que habían realizado el servicio militar y habían deseado documentarlo en su propia piel. Dos de los hombres llevaban igualmente libras inglesas en los bolsillos, y uno de ellos tenía consigo cigarrillos ingleses.

Þóra pensó si el tatuaje que Alda había mencionado a su hermana podría haber sido tal vez el mismo del que se hablaba en el informe. ¿Qué es lo que había dicho? «¿En qué circunstancias te harías tú un tatuaje?». ¿Podía haberse referido a la entrada en el ejército? Þóra sacudió la cabeza sin querer. Eso era prácticamente imposible. Seguramente, aquello no tenía nada que ver; pero marcó el texto para acordarse de ese dato en concreto si volvían a aparecer tatuajes.

Lo que más alegró a Þóra en toda aquella penosa lectura fue el párrafo en el que se indicaba que, probablemente, los cadáveres habían sido trasladados después del inicio de la erupción. Esta conclusión se apoyaba en el hallazgo de restos de ceniza en la parte posterior de las prendas de los hombres, que aparecieron tumbados sobre la espalda. La capa de ceniza fina que penetró por las aberturas de la casa y que ocultó toda la superficie del sótano no habría podido penetrar debajo de los cuerpos después de que estuvieran allí colocados. Además, en los pies de los hombres había pequeñas quemaduras, lo que apuntaba a que, o bien habían estado caminando durante la erupción y pisaron las pequeñas brasas que llovían del cielo en esos momentos, o bien que sucedió cuando los cadáveres fueron trasladados a la casa. En el sótano no habrían podido entrar ascuas, pues estaba protegido de ellas por las ventanas, lo que había hecho que no se viera afectado por esa anómala circunstancia, si bien la ceniza fina había conseguido penetrar por todas las aberturas. En cualquier caso, los hombres estaban en el exterior durante la erupción, vivos o muertos. De modo que Markús no habría podido llevar los cadáveres, para alivio de Þóra.

Cuando empezó a leer la parte del informe que trataba de la cabeza, se sintió aún más aliviada. La sección comenzaba con una descripción de la caja en la que Markús dijo que estaba la cabeza, y se señalaba que todo apuntaba a que, efectivamente, había sido así. Restos de sangre, secos desde hacía mucho tiempo, en el fondo de la caja, así como otros restos biológicos presentes en ella, indicaban que la cabeza había estado metida en la caja. Además, no había ceniza en el pelo, lo que seguramente significaba que la cabeza había estado encerrada en algún lugar y no había recibido el humo seco, como otros objetos del sótano. Aquello reforzaba la línea de defensa de Markús, y Þóra se tomó tiempo para marcar especialmente ese párrafo. Desgraciadamente, casi no se hablaba del estudio de las huellas dactilares de la caja, y solo se mencionaba que se había hallado un único conjunto de ellas. Las huellas dactilares en cuestión eran recientes y en el momento de escribir el informe aún no se habían comparado con las de Markús, pues estas no figuraban en el archivo. Þóra sabía que ahora le convocarían para tomarle las huellas, lo que a ella no le causaba ninguna preocupación, pues la presencia de sus huellas en la caja concordaba perfectamente con la serie de hechos que él le había explicado. Eran las únicas huellas dactilares, no se indicaba que las demás pudieran haber resultado destruidas, sino que se habrían borrado por las condiciones ambientales y por el tiempo transcurrido hasta el hallazgo de la caja. Era una verdadera lástima, pues la presencia de las huellas de Alda en la caja habría sido especialmente beneficiosa. En realidad, no todo estaba perdido en ese tema, pues en el informe se señalaba la conveniencia de enviar la caja a un laboratorio forense en el extranjero que contase con mejores medios para investigarla. También se señalaba que se procedería a un examen más detallado de los molares de los difuntos. Þóra apuntó que tenía que llamar para que tomaran las huellas dactilares de Alda, para el caso de que se encontraran más huellas en la caja, aunque contaba con que, sin duda, en todo caso lo harían.

Se hablaba luego de la cabeza propiamente dicha. Þóra aún no había encontrado nada que encajara con lo que dijo Guðni, pero esperaba que ahora fuera el momento. El resumen comenzaba de una manera de lo más inocente, con el establecimiento de la edad por los dientes, que apuntaban a que se trataba de un hombre joven, probablemente en torno a los veinte años de edad. Luego se hablaba de las causas de la muerte, que no se habían podido determinar por la ausencia del resto del cuerpo. Se indicaba que los indicios apuntaban a que la cabeza había sido cortada después de la muerte del hombre. Era posible extraer esa conclusión a partir de las huellas de corte inusualmente rectas, lo que no habría sido posible tratándose de una persona aún con vida. Þóra dejó de leer y pensó si aquello quería decir que una persona viva se retorcería y movería la cabeza mientras se la cortaban. Como le había sucedido ya varias veces, se vio sumida en una sensación de irrealidad al leer aquello y al pensar en la cabeza. Ninguno de sus profesores en la Facultad de Derecho de la universidad había tenido la ocurrencia de enseñar algo así a sus alumnos, y Þóra dudaba, en realidad, de que cualquier clase de enseñanza hubiera servido de algo en una situación como esa. Continuó la lectura. Se decía que la cabeza pertenecía a un hombre, conclusión que se apoyaba en las medidas realizadas sobre las imágenes radiológicas del maxilar, así como en otras mediciones del cráneo. Aún se apreciaban restos de raíces de barba. No existían empastes, de modo que no se realizó intento alguno de determinar la nacionalidad o el origen de la cabeza. Aquello no era nada bueno, pensó Þóra. Otro inglés habría indicado que la cabeza pertenecía a un hombre que formaba parte del grupo con el que no se podía relacionar a Markús. Así que habría podido argumentar que Markús se había visto implicado por azar en un caso muy serio sin tener conciencia alguna de los hechos, por lo que fue al sótano a recuperar la caja sin conciencia alguna de la gravedad del caso. Pero no era una opción demasiado buena.

Pasó la página y siguió leyendo. No había leído más de dos líneas cuando se tapó la boca con la mano. Aquí estaba lo inesperado de lo que había hablado Guðni. Þóra subió los ojos al cielo y respiró muy hondo. Lo que ella creía que era la lengua en la boca de aquella cabeza del sótano era otra cosa, algo completamente distinto.

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