El cuarto estaba caliente, demasiado caliente, tanto que apenas podía respirar sin escaldarse los pulmones. Era pequeño y no tenía ventanas, ninguna ventilación aparte de un pequeño hoyo cerca del techo. Gran parte del tiempo mantenían una luz brillante sobre él, forzándole a estar de pies durante días, golpeándole cuando caía al suelo o simplemente se sentaba a modo de desafío, bien, más por necesidad que desafío, pero ellos no lo veían de ese modo.
Había estado ahí semanas, sin ningún final a la vista. Solo. Siempre solo. Ocasionalmente traían a otros y los torturaban, podía oír los chillidos y los sonidos de brutalidad, los gritos, generalmente en otro idioma, y estaba seguro de que era él el único norteamericano preso que tenían. Esa era probablemente la razón por la que no le habían matado.
No estaba seguro de que pudiera haber mantenido su cordura sin ella, sin esa voz tan suave y melódica en la cabeza, que le llevaba a otro lugar, diciéndole que estaba con él, compartiendo su mente para que sintiera que no estaba solo en ese pequeño cuarto de dos por dos. Cuando no lo acompañaba componía música en su cabeza, largos conciertos y sinfonías enteras. O desarmaba armas y las recomponía, todo en su cabeza, atendiendo a cada detalle. A veces eran bombas, montándolas y desarmándolas. Complejos problemas matemáticos y luego de vuelta a las armas, en su mente viajaba de aquí para allá, intentando no volverse loco.
Estaban viniendo. Podía oírles. Siempre les oía. Su corazón empezó a bombear y su estomago se revolvió. El aire salió precipitadamente de los pulmones con la anticipación. Este iba a ser malo. Siempre era malo. Le habían reducido a un animal. No, menos que a un animal. Tenía marcas de cuerda por las apretadas ataduras en sus brazos después de que le colgaran durante días, golpeándole con cadenas, látigos y cables. Sabía que sus brazos estaban infectados, ardía de fiebre, pero todo se trataba de quebrarle.
Había estado en el campo demasiado tiempo y había visto suficientes presos venir e irse como para saber que, o bien, cada vez que venían a por él, iba a sobrevivir y a ser más duro, o ellos le romperían y le destruirían para siempre. La voz, su voz, llegó a ser su razón para resistir, para sobrevivir. Había estado enterrado en la arena hasta el cuello durante tres días. Esa había sido una de las peores pruebas, con el calor, los insectos y la presión en su cuerpo. Había acabado con tres costillas rotas y varias infecciones fuertes que duraron semanas.
Un guardia entró y el corazón se le hundió. Reconoció al hombre como uno de los más sádicos, un hombre que gozaba torturando. Le había visto poner un taladro en el dorso de la mano de un hombre y reírse antes de comenzar a cortar partes del cuerpo, matando lentamente al hombre. A menudo asaltaba sexualmente a los presos, y entonces los golpeaba durante horas, deteniéndose solamente para descansar cuando estaba cansado. Le gustaban los sopletes, los taladros y la descarga eléctrica.
Inmediatamente, estuvo allí, casi como si una parte de ella nunca le abandonara lo bastante y cuando más desesperado estaba, se movía en su mente, llenándole con calor y fuerza, aunque él no deseara que presenciara lo que fuera a suceder.
Tienes que irte. Ahora. Él es el peor.
Ella no podía estar allí si el guardia le asaltaba y luego comenzaba a golpearle porque planeaba resistirse. Si ella se iba, estaría más solo que nunca y quizá esta vez podría enojar al guardia lo bastante para que perdiera el control y le matara. Jackson no podía ver ninguna otra salida.
No voy a dejarte. Sé lo que te estoy pidiendo, pero por favor no lo intentes. Coopera hasta que llegue ese momento y créeme llegará. Siempre hay un momento en que no estarán poniendo atención. Estaré contigo y te daré fuerza para que puedas escapar.
Había evitado que intentara incitar a los guardias para que le mataran. Había estado allí durante semanas y nadie había escapado. Nadie había venido. No le podía decir dónde estaba así que ella no podía mandar un equipo de salvamento. Le movían a menudo. No veía que hubiera mucha esperanza. No se lo podía prometer, no del modo en que ella quería, pero hizo un equivalente mental de encogerse de hombros, tan esquivo como fue posible.
El guardia dio un paso cerca de su cuerpo delgado y roto. El segundo guardia, un hombre más pequeño con una barba larga y con ojos que decían que sólo estaba haciendo su trabajo, pero que no tenía por qué gustarle, le tiró un cubo de agua helada sobre la cabeza. Fue un golpe con el cuarto tan caliente y su temperatura corporal alta.
– Despierta, comida para cerdos.
Jackson nunca podía estar seguro de entender los variados insultos correctamente pero las interpretaciones flojas nunca le importaban mucho. Abrió los ojos y miró la miserable representación de ser humano que estaba parado, con las piernas separadas y un brillo enfermo y malévolo en los ojos mientras estudiaba a Jackson.
– Cuéntame acerca de la unidad en la que estás. No les debes ninguna lealtad. Ellos te han abandonado. ¿Dónde van a estar?
Jackson dio un pequeño suspiro y repitió su nombre, grado y número de serie como había hecho cientos de veces antes. Esto era siempre la apertura del macabro baile que hacían. Apenas llegó a su grado cuando el guardia propinó el primer golpe, tirándole hacia atrás. La paliza duró lo que parecieron horas. Primero con látigos, los golpes le destrozaron la ropa y le rasgaron la piel por todo el cuerpo. Ninguna parte de él fue dejada sin tocar. Entonces vinieron las patadas y los puñetazos.
El guardia se detuvo para tomarse un descanso, saliendo del cuarto. El segundo hombre permaneció en el rincón y cuando Jackson lo miró, apartó la mirada, pero no intervino cuando el primer guardia volvió, esta vez con una caña llena de clavos que sobresalían.
Jackson supo que él no iba a pasar por eso y sobrevivir intacto. Ya fue golpeado con eso una vez antes y el dolor había sido atroz. Peor, las infecciones habían estado por todas partes, las heridas sin tratamiento llenas de úlceras por el calor y los insectos. Estaba acabado. Se terminó.
Ella supo el momento exacto en que él se rompió. No en su resolución para aguantar contra sus captores, sino para forzarlos a matarlo. Él oyó su grito roto.
Lo siento. No soy lo bastante fuerte para pasar por esto otra vez.
Vive. Vive por mí. Sé lo que estoy pidiendo, pero por favor, no hagas esto. No te rindas.
El guardia se le acercó, con una sonrisa malvada en la boca, el odio le retorcía la cara. Más cerca… más cerca. Jackson le miró venir, permaneciendo inmóvil. Profundamente dentro de él la oía sollozar y entonces ella suprimió el pequeño grito. El corazón de Jackson latió desacompasado. Por un momento, pensó que podría encontrar la fuerza para aguantar, pero el guardia columpió la pesada caña tachonada de clavos y le golpeó a lo largo del pecho. El aliento dejó los pulmones en una ráfaga dura y oyó un agudo sonido bestial escapando de su garganta.
El guardia rió y dio un paso más cerca para escupirle en la cara. Jackson reaccionó, levantando la cabeza y golpeando al guardia en la nariz, rompiéndosela. Al mismo tiempo, arremetió con los pies, permitiendo que sus brazos tomaran su peso mientras pateaba al hombre en la ingle. Jackson aterrizó duramente contra el suelo con los brazos estirados y ardiendo.
El guardia dio vueltas durante unos pocos minutos, luchando por respirar, mientras el segundo guardia corrió a envolver otra cuerda alrededor de los tobillos de Jackson. Hubo un silencio roto sólo por la respiración áspera del guardia sádico. Se puso lentamente de pie, la cara era una máscara de sangre. Juró, asiendo a Jackson por los pies y comenzó a arrastrarlo a través del suelo de piedra hacia la puerta. Se detuvo y plantó cruelmente una bota en las costillas de Jackson antes de chillar al otro guardia para que le ayudara.
Sangre y saliva le corrían por la cara mientras pateaba otra vez la cabeza de Jackson antes de tirar una vez más del pie. Jackson fue arrastrado afuera y a través de un patio hasta el maletero de un viejo coche abollado. Su boca se le secó. Había visto un cuerpo cuando volvió después de que le hubieran arrastrado por el camino cubierto de arena y lleno de piedras y agujeros. No había habido nada de piel sobre su cuerpo, había parecido un trozo de carne cruda en un gancho.
El guardia amarró los brazos de Jackson al parachoques y señaló al otro hombre para que entrara en el asiento del conductor. Discutieron un par de minutos y entonces el guardia sádico sacó su arma. El otro hombre subió al coche y arrancó el motor. No se molestó en enjuagarse la sangre, escupió sobre la cara de Jackson y entonces se metió en el coche. Jackson oyó el golpe de la puerta.
Déjame ahora. Ella no podía estar en su cabeza cuando muriera, no de este modo, arrastrado detrás de un coche como una res muerta. Gracias por todo. No tienes ni idea de lo que has significado para mí.
No voy a abandonarte. No lo haré.
Si hubiera habido un corazón en su cuerpo, su emoción lo habría roto, pero por fin todo en él se había ido. Sintió retumbar el coche, la explosión del tubo de escape, un tirón terrible en sus brazos como si le estuvieran siendo arrancados y entonces fue arrastrado por las piedras y la arena.
Había pensado que conocía el dolor, pero no estaba preparado para la atroz agonía que le atravesó. Casi perdió el conocimiento cuando las piedras y la arena le machacaron la ropa y luego la piel. La cabeza estaba más alta, así que la arena que se expulsaba actuaba como un molinillo en un lado de la cara, quemando hasta que pensó que no había nada excepto hueso.
Un coche vino coleando por el otro lado, tocando la bocina desenfrenadamente, el conductor ondeaba los brazos y finalmente se tiró delante de ellos, forzando al guardia a obedecer. El coche se deslizó hasta pararse, las ruedas al girar escupieron arena por todas las heridas abiertas en la cara y el lado izquierdo de su cuerpo. La arena había destrozado la poca ropa que había estado llevando, dejándole en carne viva y ensangrentado, picado de la cabeza a los pies.
Jackson estaba allí tumbado, la arena ardía a través de músculos y huesos, pero no tenía la fuerza suficiente para levantar la cabeza para ver qué sucedía. Los brazos se sentían como si hubieran sido arrancados de un tirón de sus agarres y estaba casi seguro de que algo malo le había sucedido al hombro izquierdo. El dolor le hizo tener nauseas y el mundo a su alrededor giró, hasta que su centro se desequilibró y todo se inclinó locamente.
La portezuela del coche golpeó y el conductor rodeó la parte trasera del coche, las piernas estaban en su línea de visión. El guardia sádico se apresuró al otro lado, rugiendo con ira. El conductor del otro coche salió mucho más lentamente y rodeó para pasar por encima el cuerpo de Jackson. Le pateó arena en la cara, pero no pensó que el hombre se diera cuenta de lo que había hecho. Jackson, como ser humano, no merecía tal consideración, apenas le miraron.
Estalló una discusión, con el guardia sádico gritando que mataría a Jackson, que haría lo que quisiera. El conductor del otro coche, un extraño para Jackson, no levantó la voz, pero insistió en que él era valioso y no debía ser matado. El hombre sacó un cuchillo, asió la cuerda que ataba a Jackson al parachoques del coche y empujó los brazos hacia arriba hasta que la cuerda estuvo tirante. Dolía como el infierno. Por un momento, pequeñas estrellas bailaron en un fondo negro y Jackson estuvo seguro de que se desmayaría.
¡No! La voz de ella fue aguda. No te están prestando atención. Sólo son tres. Advertiste el arma en su cinturón. Cuando enfunde el cuchillo en la vaina, esa es tu oportunidad, Jackson. Hay un coche, agua, armas y nadie alrededor. Tienes que hacer esto. Te daré todo lo que pueda, pero tienes que hacer esto.
Ella tenía razón. Era ahora o nunca. No importó lo débil que estaba, cuán agotado o herido, si no aprovechaba esta oportunidad quizá no tendría ninguna otra. La resolución de ella llegó a ser la suya. Lo reforzó con su odio hacia sus captores. Había aprendido a orar y había aprendido a odiar. Nunca rezó por nada excepto por la fuerza para aguantar, resistir, mantener su alma intacta, pero ahora oró por la fuerza para matar y matar rápidamente.
Sus brazos chillaron, el hombro latió y pulsó de dolor, pero apartó todo eso. Colgaba de las cuerdas, los ojos entrecerrados hasta ser rendijas, su cuerpo enrollado en la máquina que había sido entrenado para ser. El cuchillo cortó limpiamente las cuerdas y cayó a la arena, miró mientras el conductor empujaba la hoja de vuelta a la vaina dentro de la bota. Todo el tiempo, el conductor y los guardias siguieron discutiendo, sin prestarle atención.
Cuando el guardia sádico dio un paso más cerca, la furia que le aguijoneaba le dobló los puños, Jackson sintió la fuerza y el poder vertiéndose sobre él. Era tanto y tan rápidamente, que apenas lo pudo contener. Había olvidado lo que era sentir la ráfaga de adrenalina emparejada con el completo poder. El cerebro estaba despejado, preciso, cada paso planeado de antemano. Golpeó, liberando el cuchillo con la mano izquierda, el suave arco de su mano continuó hasta cortar profundamente en el muslo, cortando arterias hasta alcanzar el arma con su mano derecha, arrancándola del cinturón y disparando al sádico guardia directo entre los ojos.
Rodó, las piernas barrieron al conductor que había cortado las ligaduras. Mientras Jackson rodaba disparó al segundo guardia tres veces en el pecho y una vez en la garganta, empujándolo hacia atrás. Sentándose, disparó al conductor en la cabeza y cortó la cuerda que le ataba los tobillos juntos. Algo se movió detrás de él, le rozó la espalda y se retorció dándose la vuelta, con el cuchillo en la mano, su corazón bombeando, hacia el enemigo invisible.
– ¡Jackson!
Ella se movió en su mente. Temor. Compasión. Elle. Jackson se encontró sentado en la cama, un cuchillo en el puño, el sudor brillando en su cuerpo. El pelo estaba húmedo, las sábanas empapadas. Elle estaba sentada casi bajo él, las manos en el regazo, su expresión suave y adorable. Miró hacia abajo y vio la hoja del cuchillo señalando hacia ella, a centímetros de su cuerpo. El estómago le dio bandazos. Abrió los dedos y dejó que el cuchillo cayera al colchón entre ellos.
– Lo siento, nena. Dime que no te he hecho daño. -Se enjuagó el sudor de los ojos, frotando las palmas sobre la cara y por su pelo húmedo-. Demonios. Te podría haber matado. ¿Qué cojones estaba pensando, trayéndote aquí?
Ella le tendió una mano, pero se apartó de un tirón, apoyándose al otro lado de la cama, los pies en el suelo, frotándose la cara con las manos agitadamente.
– Jackson…
– No. Joder, no. Llama a Sarah y dile que venga a buscarte. Iré por la mañana. Llévate a Bomber contigo.
– No lo creo.
El genio siseó en su voz, haciéndole girar la cabeza y encontrase con su brillante mirada.
– ¿Qué me has dicho? -preguntó él, su propia voz baja, al borde.
– Me has oído muy bien, Jackson. No me voy. Tenías una pesadilla. Una escena retrospectiva. Lo que fuera. Sucedió. Nos ocuparemos de ello.
La miró con furia.
– ¿Estás loca, Elle? Podría haber empujado ese cuchillo en tu garganta. Justo entonces, en ese momento, eras el enemigo. Te sentaste ahí mirándome, sin defenderte en absoluto. Ni siquiera levantaste las malditas manos. ¿Quién hace eso, Elle? ¿Yaces aquí ofreciéndote como para algún sacrificio?
– No quise añadirme a tu pesadilla. Sólo te hablé para sacarte de ella.
Ahora su voz lo irritó. Se había vuelto toda suave otra vez, comprensiva. Se levantó, caminando a través del cuarto en busca de sus vaqueros y los arrastró sobre sus caderas.
– Bien, no me hablaste detenidamente, ¿verdad, Elle? Llegaste a ser parte de ello. Y podrías haber despertado con un cuchillo sobresaliendo de tu vientre y mi mano en la empuñadura.
– Nada sucedió, Jackson -dijo, luchando obviamente por mantener su voz tranquila.
– No utilices esa voz conmigo. No soy ningún jodido niño.
– Ciertamente estás actuando como uno. ¿Crees que decirme la palabra «joder» te convierte en Jackson, el tipo malo? No te tengo miedo.
Él se giró, cruzó hasta su lado de la cama con zancadas largas y resueltas, cerniéndose deliberadamente sobre ella.
– Bien, quizá deberías.
Ella se negó a dejar caer la mirada.
– Nunca tendré miedo de ti. No si vienes hacia mí con un cuchillo y no si me gritas la palabra por «J» con la fuerza de tus pulmones. Te amo. Estoy en tu mente. Nunca me harías daño, por ninguna razón. Así que supera tu gran mal humor.
La miró con furia otra vez.
– ¿Te ha dicho alguien alguna vez que no eres la mujer más tranquilizadora del mundo?
– La idea no es ser tranquilizadora -dijo-, es meter algo de sentido en tu increíblemente denso cráneo.
Se miraron fijamente el uno al otro, Jackson respirando pesadamente. Sacudió la cabeza, apartando la mirada primero.
– Maldita seas, Elle. No pareces tener una pizca de supervivencia dentro de ti. ¿Crees que esto no sucederá otra vez? Sucede con regularidad. He apuñalado el colchón más de una vez. No duermo durante días. No parará.
– No, tienes razón, no parará. Tienes cicatrices en tu cuerpo, Jackson, y las peores están donde nadie más puede verlas. No desaparecerán. Eso me dijiste, porque lo has vivido y lo sabes. Lo que sucedió es parte de ti. A veces todo irá bien, y otras veces no.
Le tiró sus palabras a la cara. Si fueron lo bastante buenas para que él se las dijera a ella, entonces eran lo bastante buenas para que él viviera con ellas.
– Eso va a ser una parte de nuestras vidas. Puedo vivir con ello. Y tú tendrás que vivir con mis cicatrices, porque créeme, Jackson, tengo muchas. Me dijiste que lo que me sucedió no se interpondría entre nosotros. No soy una cobarde, y te amo. Me niego a irme y maldición, tú no te alejarás de mí.
Se puso de pie, dio un paso hacia él, negándose a ser intimidada.
– No después de que me hicieras estar viva. No después de tus promesas hacia mí. No tienes esa opción.
Él estaba allí, mirándola, los ojos negros brillando con calor. Parecía salvaje, malvado incluso, pero ella no parpadeó, le miró desafiantemente, en tono acusador.
– ¿Sabes lo que ellos me hicieron, Elle? Piensas que fui un animal arrastrándose por el suelo, ciego, enfermo y roto. Fui un monstruo aprendiendo a odiar, a encontrar hielo en las venas, un lugar al que puedo ir y no sentir nada, nada en absoluto. Un lugar al que puedo ir a matar. Eso es con lo que estás viviendo. Eso es quién soy. Eso es lo que Kate vio esa noche.
Ella no se estremeció ni se apartó como él esperaba, como debería haber hecho. Los ojos de Elle se suavizaron y él vio amor.
– Kate vio lo que veo. Un hombre que trata de salvar al mundo. Un hombre que no huye de un combate. Uno que se levanta y con el que siempre se puede contar. Cuando estaba sola, aterrorizada y medio loca de dolor y repulsión e incluso vergüenza, supe absolutamente sin una sombra de duda que vendrías a por mí. Que nunca pararías de buscar, sin importar cuántas semanas, meses o años. Lo supe en mi cabeza, en el corazón y en mi alma. Ese es el hombre que eres. Ese es el hombre que veo de pie delante de mí. Y si tú no lo ves, lleva tu culo al cuarto de baño y mírate en el espejo.
Jackson sentía un ardor detrás de los ojos. La garganta en carne viva. Ella era un cartucho de dinamita cuando se dejaba ir, siempre lo había sido. La amaba tanto que le aterrorizaba. Nunca había necesitado a nadie. Nunca había deseado a nadie. Elle era diferente. Había tomado asidero en su corazón y no iba a soltarlo. Él era un peligro para ella, quizá para otros, pero simplemente se paraba allí delante de él, pequeña, delicada y hecha de acero.
Maldición si iba a permitirle verle llorar. Giró sobre los talones y dejó el dormitorio, andando a zancadas por el vestíbulo en oscuridad, hacia el único cuarto en su casa donde podía perderse. No se molestó en encender las luces; siempre que estaba así, inquieto, nervioso y gritando de rabia por dentro, necesitaba la oscuridad y las sombras.
Fuera de las ventanas la niebla había encerrado la casa como una manta, envolviéndolos en un abrazo místico. El viento soplaba por los árboles haciéndolos oscilar y bailar fuera y cuando se paró en la ventana, pudo ver las enredaderas creciendo por la valla, gruesas y fuertes, entrelazándose alrededor de todo, con pesados racimos de flores. Esas flores crecían espesas y fuertes y por todo lo largo de las vallas de la casa Drake, florecían en invierno.
Sacudió la cabeza y se giró lejos del extraño fenómeno, miró su obra maestra, la única cosa que tenía sentido para él cuando todo el mundo estaba mal. El piano de media cola era hermoso. Las líneas, las teclas negro brillante y de marfil, se había gastado una fortuna en él y había valido cada centavo. Perfectamente afinado, sin una sola imperfección, era tan hermoso para él como la música que creaba.
Se sentó en el banco y colocó los dedos sobre las teclas y todo en él que había sido caótico y malo se asentó. Cerró los ojos y dejó que los dedos vagaran por las teclas, escuchando las puras notas que se vertían del instrumento, un tono perfecto, una melodía de otro lugar, de algún lugar sin maníacos sádicos, sin violación y tortura, algún lugar donde su mente podía ir y ver la belleza del mundo a su alrededor.
La música le permitía ver el océano, las olas chocando, cayendo y fluyendo como la sangre de la tierra. Podía sentir el pulso de la tierra, las colinas y las montañas alzándose majestuosamente en los acordes menores y mayores, mientras la música fluía de él a las teclas y fuera otra vez al cuarto, llenándolo con el sonido de la paz, dándole una sensación de paz.
Y Elle, hermosa y ardiente. Estaba más roto por Elle que por lo que le había sucedido a él. Podía escapar de su propio pasado, permitir que el odio y la rabia hacia sus captores se desvanecieran y murieran en él, pero no Gratsos. No podría vivir con la amenaza de Gratsos colgando sobre la cabeza de Elle. La manera en que el hombre la aterrorizó y la había tratado. Podía vivir con muchas cosas, pero no con eso. Sabía que cazaría a Gratsos y lo mataría, tendría que volver a casa y encararla. No podría vivir sin eliminar al hombre de la tierra permanentemente y no estaba seguro de que ella pudiera vivir con él una vez lo hubiera hecho. El corazón se desacompasó y también los dedos.
Dejó que la música le llevara lejos de sus pensamientos y de vuelta a lo que era su mundo. De vuelta a la cordura y la paz. Elle. Los dedos volaron sobre las teclas, vertiendo pasión y fuego en su concierto, viéndola en su mente con su largo cabello rojo derramado a su alrededor como una cascada sedosa y llameante. Su piel, tan suave, pálida en la oscuridad, como pétalos de rosa a la luz de las velas, sus manos moviéndose sobre su cuerpo, tomándola en el suyo, enmarcando y memorizando cada dulce curva.
Cerró los ojos y le hizo el amor con su música, los unió en su mente sin siquiera saber que lo hacía. Cada nota separada era un roce, una caricia, un regalo para ella. La canción era su mensaje de amor, el único que nunca podría decir adecuadamente, pero este instrumento podía y lo hacía, la melodía se alzaba con la propia pasión de Jackson.
Elle contempló como Jackson tocaba, la cabeza agachada sobre el teclado, los ojos cerrados, el cuerpo oscilando mientras la música le atravesaba, salía de sus manos y entraba en el instrumento. Se paró en la puerta mirándole a la cara. Estaba completamente absorto en la música, los dedos se movían sobre las teclas, sus pensamientos muy lejos. Él estaba en las sombras, sólo el pequeño resplandor de las velas le permitían ver su expresión. Sabía que tenía el corazón de un guerrero, violento, leal y mortal en combate, pero mirándole ahora, supo que tenía el alma de un poeta.
Echó una mirada alrededor del cuarto. Estaba construido obviamente para la acústica y el sonido era increíble. Había una chimenea de gas construida en la pared y los suelos de madera brillaban. Cerca de la chimenea había una alfombra gruesa con dos sillones mullidos y una mesita entre ellos. Poco más, aparte de velas, decoraban el cuarto. Las velas exhalaban una luz suave, de otro modo el cuarto estaría velado en sombras, justo como Jackson a menudo estaba.
Jackson le robaba el aliento con su canción, con las imágenes en su mente. Las notas jugaban sobre su cuerpo, excitando sus sentidos en un fuego saltarín hasta que no pudo respirar sin respirarle. Le dolió por dentro por su necesidad de él, por la necesidad de complacerle, de sacarlo del oscuro lugar en su interior al éxtasis completo, al éxtasis de su música.
Entró en el cuarto, pisando suavemente por el suelo hasta la chimenea para encenderla. Las llamas resplandecieron en una mezcla de oro y rojo, bajas, sólo rozando los troncos casi al mismo tiempo que la música fluía alrededor de ella. Se sentía diferente con la música, el pulso latía a través de ella, robándole sus temores. Las notas más bajas resonaban profundamente en su centro femenino, latiendo allí hasta que la sensación viajó por su cuerpo como una corriente fundida de notas, excitando la piel y pellizcando sus pezones hasta que fueron picos duros.
Se tomó su tiempo, volviendo a por almohadas y una manta ligera, arreglándolas en la gruesa alfombra delante del fuego. Este cuarto era seguro. Nadie, nada, podría entrar y perturbar su mundo aquí. Agregó unas pocas velas de mecha larga a la repisa de piedra encima de la chimenea y las encendió antes de señalar a Bomber que se tumbara fuera de la puerta para agregar protección, un asombroso sistema de alarma. Entonces cerró la puerta firmemente, encerrándolos a ellos en el cuarto y al resto del mundo fuera.
Cerró los ojos y escuchó la música cuando aumentó de volumen. Podía sentir el corazón latiendo al ritmo de la melodía. Dejó que la llevara a otro lugar, a algún lugar sensual, el calor se esparció por su cuerpo cuando dio un paso fuera de sus pantalones de cordón, los dobló ordenadamente y los puso aparte junto con su ropa interior. Se desabrochó la camisa larga y la dobló, colocándola encima de los pantalones. Sólo cuando estuvo completamente desnuda giró y caminó calladamente a través del piso de madera hasta pararse detrás de Jackson.
Se inclinó sobre su espalda, rodeándole el cuello con los brazos, apretando el cuerpo contra su piel desnuda mientras vagaba por su cuello al tiempo que la sensual música le inundaba el cuerpo con un calor pecaminoso. Le pellizcó con los dientes, encontró el lóbulo de la oreja y tiró. Su forma de tocar cambió, de notas que construían su completa pasión a un clímax que aumentaba.
Su corazón latió más rápido y su cuerpo dolió por el de él, vacío y necesitando que él la llenara. Trazó un camino de besos por su espina dorsal, tomándose su tiempo, las yemas de los dedos se deslizaron sobre sus músculos, trazando las cicatrices mientras la boca los seguía, suave y persuasiva, besando y lamiendo, pellizcando ocasionalmente. Se puso de rodillas, la cara apretada contra la parte inferior de la espalda mientras deslizaba los brazos a su alrededor, las manos en la pretina de sus vaqueros de tiro bajo.
Le sintió inhalar rápidamente, quedarse inmóvil. Sintió su mente moverse contra la de ella, las ondas de placer mientras ella abría lentamente el frente de sus vaqueros. No llevaba ropa interior. Le había visto empujárselos por las caderas, y su erección era gruesa y pesada, esforzándose por ser libre. Movió la cabeza a un lado para poder lamer y pellizcarle las costillas y debajo de la cadera sus dedos rozaron, acariciaron y jugaron con su grueso miembro, siguiendo el movimiento de los dedos en las teclas de piano. La música aumentaba como hacía su miembro, y ella le acunó más abajo, primero la base y entonces más abajo todavía, acariciando la sensible bolsa de las pelotas.
Él se quedó sin aliento con una ráfaga de calor. No había vacilación en su mente, ninguna pregunta cuando se giró hacia ella, ningún temor de que pudiera rechazarle. Como Elle, él parecía tener la misma sensación de que este cuarto era sagrado y nadie les podría tocar aquí.
Giró completamente en el banco del piano, le enmarcó la cara con las manos, instándola a alzar la mirada. Elle nunca paró, ni una vez, de acariciarle el pene, deslizando la mano arriba y abajo, moviéndose entre los muslos mientras levantaba la cara para su beso. Él tomó su boca con una ternura que trajo lágrimas a los ojos de Elle. Ella probó el amor. Probó la pertenencia.
– Hazme el amor, Jackson -murmuró-. Hazme tuya.
– Eres mía, Elle. Siempre lo has sido.
Se levantó, sosteniendo su mirada mientras se bajaba los vaqueros y los pateaba lejos. La atrajo hacia arriba y encontró su boca otra vez, fusionándolos, su beso era una demanda, una promesa, una aceptación.
La levantó en sus fuertes brazos y la colocó sobre el piano, ejerciendo presión con una mano hasta que ella accedió a su demanda tácita y se tumbó, dándole total acceso a su cuerpo. Él le besó las pantorrillas, el interior de los muslos, antes de colocarse las piernas sobre sus hombros. Ella parecía tan hermosa allí tumbada, completamente abierta y vulnerable a él, sin ningún temor, sólo con confianza en su cara y necesidad en los ojos. Él le sonrió, una sonrisa pícara llena de promesa de placer y bajó la cabeza para arrastrar una serie de mordiscos sobre la parte superior de los muslos.
Elle expulsó todo el aliento de sus pulmones. La lengua raspó en una larga caricia de terciopelo sobre los pequeños pellizcos. Profundamente en su interior, la temperatura se disparó directamente al infierno. La acarició el sexo con los dedos y ella se estremeció. Él le sonrió, otra sonrisa pícara que hizo que el corazón de Elle le subiera a la garganta. No pudo apartar los ojos de su cara. La lujuria estaba tallada allí, el amor ardía en los ojos de Jackson. Él hundió lentamente el dedo en su apretado y mojado canal y ella gritó, el corazón le dio otro bandazo inesperado mientras los ojos de Jackson se oscurecían y ardían.
El pulgar chasqueó sobre el clítoris y ella gimió, las caderas se levantaron intentando conseguir alivio cuando el calor barrió por ella y se convirtió en fuego. Jackson movió la boca sobre el interior del muslo otra vez y sopló suavemente sobre su calor húmedo. Más que apagar el fuego, la sensación de su aliento contra ella sólo la encendió más.
La lengua se deslizó sobre su sexo con una lamida muy perezosa, lánguida y larga, como si tuvieran todo el tiempo del mundo y estuviera disfrutando completamente. Su cuerpo entero se tensó, se estremeció y ella gimió en voz baja desde su garganta. Él encontró que esos pequeños gemidos y lloriqueos vibraban por todo su cuerpo y le hizo endurecerse más aún. Cada vez que él sacaba un pequeño grito suave sentía que era un reclamo sobre ella, una marca, su marca, su olor, su victoria, dándole placer, envolviéndola en el éxtasis erótico.
La besó, la saboreó y entonces apuñaló hasta el fondo, completamente en oposición a la atención lenta de antes. Ella casi se convulsionó con la sorpresa.
– Jackson.
Siseó su nombre entre dientes, otro pequeño gemido entrecortado que vibró por todo el cuerpo de Jackson. La cara y el cuerpo de Elle estaban ruborizados, sus ojos casi opacos, tan vidriosos y aturdidos que quería mantenerla así, con la cabeza retorciéndose desesperadamente de un lado a otro, alzando las caderas, buscándole.
Jackson extendió la mano sobre su vientre, manteniéndola en el lugar mientras le levantaba las caderas hasta su boca con la otra mano y empezaba a devorarla. Ella se volvió salvaje, corcoveando contra su boca mientras él jugaba con su cuerpo, disfrutando del caos que estaba inflingiendo, amando el modo en que jadeaba, se retorcía y movía la cabeza con brusquedad. Sus gemidos eran largos y bajos y tan hermosos como las notas que él creaba en el piano, sino más. La lengua chasqueó de aquí para allá sobre su clítoris y entonces succionó, enviando su grito sobre el borde. Él sintió las ondas de calor, el milagro del placer que inundaba el cuerpo y la mente de Elle y que fluía directamente a su propia mente y se precipitaba hasta su polla.
Le dio una última lamida rápida, sintió que la atravesaba un estremecimiento de satisfacción y le dejó caer las piernas alrededor de su cintura y simplemente la levantó. Elle envolvió los brazos alrededor de su cuello y enterró la cara contra la garganta.
– Te amo, Jackson. Sé que estás tratando de no pensar en términos de que te pertenezca a ti, pero honestamente, quiero pertenecerte. -Su voz fue un murmullo, un hilo de sonido. Todavía trataba de encontrar el aliento después de su orgasmo-. Hazme tuya. Quiero sentirte dentro de mí y saber que te pertenezco sólo a ti. Necesito eso. -Le dio una lluvia de besos sobre su cara y encontró la boca casi ciegamente, saboreándose a sí misma cuando sus bocas se soldaron juntas.
Él la colocó suavemente en medio de la alfombra gruesa.
– Sabes dulce, como fresas. Ya soy adicto. Voy a pasarme toda la vida devorándote. -Se montó a horcajadas sobre ella, inclinándose para encontrar los senos con el calor de la boca.
Ella jadeó y se arqueó. Jackson subió las manos, acunando el suave peso, los pulgares chasquearon sobre los pezones, tironeando para crear un continuo rayo que iba de los senos a la matriz. Ella estaba frenética por él, por sentirle y saborearle, estirándose para acunar su cabeza contra los senos, retorciendo las caderas bajo él. Su respiración entraba en ansiosos y pequeños jadeos.
Jackson adoró la manera en que ella se movía contra él, su cuerpo anhelando el suyo. No retenía nada, era una sensual mujer necesitándole, deseando que se enterrara profundamente dentro de ella, acariciando su polla con dedos ansiosos, sin vergüenza de anhelarle. Elevó su propio placer saber que le deseaba con cada parte de sí misma tanto como él a ella.
Al mirar sus ojos esmeraldas, sintió una sacudida de algo cercano al miedo, no, miedo no: terror. Desde el primer día que había oído su voz en ese campo de prisioneros, hacia tanto tiempo, ella había sido su mundo. No podía imaginarse cómo sería estar sin ella, ni siquiera quería saberlo, y a pesar de eso había tratado de despacharla esta noche. ¿En qué había estado pensando?
Rodó, yaciendo a su lado y le agarró los senos en las manos, tirando de sus pezones, hasta que ella jadeó y vino hacia él.
– Cabálgame, nena. -No iba a sujetarla debajo, todavía no. No hasta que se acostumbrara a su posesión. No había necesidad de correr el riesgo de devolver el miedo a sus ojos, no cuando estaban tan calientes de pasión. La guió usando la presión en los senos, levantando la cabeza para chasquear en los picos con la lengua, forzándola a inclinarse hacia delante y hacia abajo encima de él.
Podía sentir el aire frío en su polla que daba tirones, inflamándole aún más. Quería sentir el cierre de su funda, apretada y suave como el terciopelo, sujetándose a su alrededor. Ella gimió suavemente cuando él deslizó las manos sobre su trasero, las palmas grandes frotando y dándole masajes mientras la levantaba sobre su miembro dolorido. Guió su cuerpo sobre el suyo y levantó las caderas mientras la bajaba sobre él. La sensación de su cuerpo abriéndose como una flor, desplegando pétalos para tomarlo le robó el aliento y envió llamas rugiendo por sus venas.
Elle tembló cuando asentó su cuerpo sobre el de Jackson, los ojos entreabiertos, saboreando la sensación de plenitud mientras la estiraba casi hasta arder. Él no se movió durante un momento, dejándola acostumbrarse a su tamaño antes de atraerla aún más abajo, empujando a través de los músculos apretados y alojándose tan hondo que ella pensó que estaba casi en su garganta.
– Mírame, Elle -instruyó Jackson-. Esto, nosotros juntos, me siento en casa por fin. Aquí es a donde pertenezco. Dentro de ti. Mírame. Sigue mirándome.
El sedoso pelo se deslizó alrededor de la cara cuando la mirada de Elle se centró en la suya y empezó a cabalgarlo ante el impulso de sus fuertes manos en las caderas. Se movió con ella, empujando profundamente, rápidamente y luego lento, mirando su cara ruborizada por el deseo, mirando el calor en sus ojos, la manera en que su respiración cambiaba a pequeños jadeos frenéticos mientras su cuerpo entraba en una espiral más y más apretada alrededor suyo.
Jackson ahuecó los senos, los pulgares excitaron los pezones. Mirándola a los ojos agarró los pezones y los pellizcó, tirando de ella hacia abajo y sobre él, viendo el estallido de calor en su mirada con la boca abierta para darle uno de sus sexys y asombrosos gemidos y bañaba su polla en fuego líquido.
Mantuvo el cuerpo de Elle sobre el suyo, tomando el control, deleitándose en su rendición mientras él marcaba el ritmo, empalando con fuerza y rápidamente, conduciéndola al pico, buscando su propia liberación en los empujes frenéticos de las caderas. Hundió los dedos profundamente en su carne suave, sosteniéndola quieta, todo el tiempo ella mantuvo su mirada centrada en la suya. Quería sentir su rendición, ver el placer en sus ojos. Entonces ella se quedó sin respiración. Lloriqueó cuando la primera onda de fuego la desgarró a través de su centro y se asentó en el vientre para esparcirse como una bola de fuego.
Su mirada esmeralda nunca le abandonó. Miró el rubor que avanzaba por su cuerpo hasta consumirla. La obsevó rendirse al éxtasis caliente, a él. La vio darse a sí misma sobre él, cuerpo y alma completamente. La belleza de su regalo sólo se añadió a su propia liberación y dejó ir cada pensamiento, todo, y se dio simplemente a ella.
La música de sus suaves gemidos lo rodeó, llevándole a otro lugar donde sólo estaba el cuerpo de Elle sujetándose alrededor del suyo como un torno caliente de terciopelo, las notas líquidas de placer vibraban entre ellos, mientras su cuerpo erupcionaba en una gloriosa liberación que le fundía los huesos. Nunca, ni una vez apartó ella la mirada de él, bebiendo de su expresión mientras los dos flotaban juntos.
Pasó mucho tiempo antes de que él se revolviera para apartarle el cabello de la cara y deslizara la mano sobre la nuca.
– Estás donde perteneces, Elle.
Ella asintió.
– Me siento como si estuviera en casa, Jackson. Por fin. Estoy aquí. -Las lágrimas brillaron en sus ojos.
La acercó más para lamerlas con la lengua.
– Espero que no tengas mucho sueño, nena, porque voy a querer hacerte el amor toda la noche.
Por respuesta, ella bajó la boca sobre la suya y permitió que su cuerpo se fundiera alrededor del suyo.