– Esto es ridículo, Elle -dijo Sarah, con voz aguda-. Tienes que ir a un hospital o al menos a la casa de una de nosotras donde podamos cuidar de ti. No estás bien para quedarte aquí discutiendo, y menos para cuidar de ti misma.
Elle seguía envolviéndose la cintura con los brazos, meciendo su cuerpo adelante y atrás como si se consolara a sí misma mientras miraba hacia la casa Drake.
– No voy a entrar ahí, Sarah. -Sacudió la cabeza, agachándola para ocultar su expresión, pero Jackson captó el brillo de lágrimas-. No me digas que no tengo elección. Ya he tenido suficiente de eso para toda una vida.
Las hermanas llevaban discutiendo quince minutos y Elle estaba tan pálida que Jackson se estaba temiendo que pudiera desmayarse si seguían con esto. Intervino, utilizando su voz dura, autoritaria, la que no dejaba lugar a discusión, la que señalaba que iba en serio… y lo hacía.
– Tienes un montón de elecciones, Elle. Quedarte aquí en tu casa. Ir a una de las casas de tus hermanas. Ir al hospital o venir a casa conmigo. Cualquiera de ellas nos valdrá, pero quedarte sola no es una opción. Escoge una y así se hará.
Elle se sentía pequeña y perdida en medio de su familia. La casa se erguía sobre ella, con las ventanas iluminadas, observándola. Todos la observaban. La veían. Necesitaba alejarse de ellos antes de que fuera demasiado tarde. Sus hermanas. Las amaba demasiado y no podía hacerles esto. No a Libby, que intentaría sanarla, o a Hannah y Joley, ambas embarazadas y ya enfermas. Sentirían lo que ella sentía, verían el daño interno, no sólo el de su cuerpo, sino la depravación, estampada tan profundamente en su alma que no tenía ninguna esperanza de lavársela.
Elle miró impotentemente a Jackson. No pueden ver dentro de mí. Nada en absoluto. Lo que pasó.
Estás equivocada, nena, pero ven conmigo entonces. No puedes quedarte sola ahora mismo. Lo sabes. Deberías estar en el hospital.
Dolía utilizar telepatía. La latía la cabeza y dolía, pero no quería herir a sus hermanas más de lo necesario. Probablemente estoy embarazada de su hijo. Le sostuvo la mirada. Mirándole directamente, negándose a apartar la mirada, deseando ver su reacción, su disgusto. En vez de eso los ojos fríos como el hielo se caldearon y extendió la mano hacia ella. Elle retrocedió y sacudió la cabeza. El control de natalidad no funciona conmigo y él me utilizó…
La mirada de Jackson se deslizó sobre ella y Elle se estremeció un poco bajo la penetrante mirada, atrayendo la manta en la que se envolvía más cerca, como si pudiera ocultarse de él… de todos ellos.
– Elle se viene a casa conmigo.
Sarah se acercó a su hermana menor, pero se detuvo instantáneamente cuando Elle se encogió alejándose de ella. Una mezcla de emociones cruzó la cara de Sarah y Elle tenía el mismo aspecto que si la hubieran golpeado.
Jackson se interpuso entre ellas, su cuerpo bloqueando parcialmente a Elle de la vista de su hermana mayor.
– Sé que esto es difícil, Sarah. Necesita atención médica, y obviamente el toque de Libby para curar sus cicatrices psíquicas también, pero ahora mismo necesita un poco de espacio.
– ¿De nosotras?
Había auténtico dolor en la voz de Sarah y él sintió la instantánea reacción de Elle, como si en su mente se hubiera acurrucado en posición fetal y se abrazara firmemente a sí misma.
– Sarah -bajó la voz, intentando ser amable, maldiciendo interiormente no ser un hombre gentil y ser probablemente el menos equipado de todos ellos para tratar con la combinación de emociones del grupo-. Lo que importa ahora mismo es Elle y lo que necesita. -Se giró y levantó a Elle en brazos antes de que ella… o cualquier otro… pudiera protestar-. Yo me ocuparé de ella esta noche, y mañana resolveremos esto.
Elle le sorprendió no protestando contra su autoridad… algo a lo que se habría opuesto hasta su último aliento antes. Sus hermanas abrieron filas para él cuando alejó a Elle de la finca de las hermanas Drake, de vuelta a su camioneta. Fue gentil cuando la depositó en el asiento.
– Déjame ponerte el cinturón de seguridad, nena -dijo y se estiró sobre ella, cuidando de no golpear su cuerpo. Ella no había dejado que nadie la tocara en el barco ni en el avión, ni siquiera en el pequeño aeroplano que Joley había alquilado para llevarlos de vuelta a la pista de aterrizaje cerca de su ciudad natal. Apenas hablaba, parecía frágil… parecía rota. Jackson sufría por dentro cada vez que la miraba.
Elle le cogió la mano para evitar que rodeara la camioneta.
– No soy la misma.
Los dedos de él se cerraron alrededor de los suyos.
– No importa, Elle. Yo he estado allí, ¿recuerdas? Nunca vas a ser la misma. No funciona así. -Le cogió la cara entre las manos y la miró a los ojos, esperando hasta que ella dejó de evitar su mirada-. Haremos esto juntos. Lo superaremos juntos.
Ella tragó con fuerza, su expresión era tan triste que le rompió el corazón cuando él no había comprendido que tuviera un corazón que pudiera romperse.
– ¿Y si estoy embarazada?
– Entonces tendremos a nuestro bebé. Sé que nunca te librarías de él, así que estoy contigo en esto hasta el final. Nuestro, Elle, no suyo.
– ¿Estás seguro? ¿Cuándo ya ni siquiera sé quién soy?
– Estoy seguro. Dame una oportunidad, Elle.
Ella negó con la cabeza.
– Estoy tan rota, Jackson. Por dentro y por fuera. Ya no sé quien soy. No tienes que hacer esto.
La boca de él se tensó. Su mandíbula se endureció y un músculo saltó allí. La miró fijamente sin parpadear.
– No te equivoques, Elle, estoy ayudando porque tengo que hacer esto. Eres mía. Siempre has estado hecha para mí…
Ella le puso un dedo tembloroso sobre los labios.
– Elle Drake estaba hecha para ti. Ella desapareció… murió. Ya no está aquí.
Las manos que le enmarcaban la cara se tensaron.
– Seas quien seas, sea lo que sea lo que desees o necesites está de pie ante ti, Elle. No te estoy pidiendo nada ahora mismo, sólo que me dejes ayudarte en esto. Resolveremos el resto más tarde.
– Proteger a mis hermanas, Jackson. Eso es lo que necesito de ti ahora mismo. No pueden tocarme hasta que pueda reconstruir mis defensas. No pueden estar dentro de mi mente.
Los dedos de él se deslizaron a regañadientes retirándose de su cara, tan delgada ahora, tan devastada. Sus ojos eran demasiado viejos, demasiado tristes, con círculos oscuros bajo ellos. Cerró la puerta e indicó al perro que diera la vuelta hasta el lado del conductor. Tía Carol se había ocupado de los animales por todos ellos mientras habían estado fuera, y estaba ahora de pie, junto con las Drake, con lágrimas en los ojos, observando desde el porche. Incluso la casa parecía estar llorando. Recorrió el patio con la mirada, enredaderas demasiado crecidas, flores y arbustos, una explosión de color y una riqueza de hierbas. Cada planta parecía estar mirando hacia Elle, incluso en la noche oscura. Cuando miró hacia la casa, juraría que ésta tembló, como si ya supiera que el legado se desvanecía.
Maldiciendo por lo bajo, se negó a mirar a las hermanas, cogidas de la mano, observando como él apartaba a su hermana de ellas… de su casa. Cerró de golpe la puerta y arrancó la camioneta.
– ¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Elle? ¿Estar conmigo? Has pasado por un infierno y necesitas a alguien amable. Si te pones a mi cuidado, voy a ocuparme de ti. Haré lo que crea que es correcto. -Miró directamente adelante, sin desear ver miedo… o disgusto… incluso aquiescencia. Había deseado que Elle Drake viniera a él sin su legado, sin sus hermanas, sin que él tuviera que aceptar todo lo que venía con ella, y aquí estaba, acurrucada tan pequeña y vulnerable en su camioneta, entregándose a sus manos y él sentía que esto estaba mal. Si venía a él, iba a tener que hacer esto bien. Iba a tener que hacer todo lo que estuviera en su poder para hacer que la profecía de la familia Drake se cumpliera-. ¿Elle? -animó-. Tienes elección, nena. ¿Puedes sentir el amor de ellas por ti?
– No puedo sentir nada más que lo que él me hizo, lo que me quitó.
– No te estás permitiendo a ti misma sentir. -Condujo camino abajo lentamente, dándole tiempo para cambiar de opinión, pero cuando ella no dijo nada, giró hacia la estrecha carretera que daba al océano y aceleró.
Elle no respondió, enterrándose más profundamente en la manta en vez de eso, cerrando los ojos, permitiéndose a sí misma distanciarse. Le dolía la cabeza, y apenas podía coger aliento con cada movimiento de la camioneta. Quería acurrucarse en un agujero como un animal herido y ocultarse de la realidad. El mundo parecía demasiado grande, demasiado abierto, como si ya no supiera como moverse en él. Podía sentir la casa tirando de ella, deseando que volviera. El viento le tocó la cara a través de la ventana abierta, haciéndole señas, llamándola con débiles voces femeninas, y se odió a sí misma por hacer que sus hermanas lloraran.
Podía sentir a Stavros, oír su voz. Estaba dentro de su mente, su cuerpo, tal vez incluso su alma y nunca sería capaz de librarse de él. Todas las veces que la había tocado… herido… obligado a hacer cosas…
– Basta, nena -dijo Jackson amablemente-. Eso no ayuda.
– Está por todas partes sobre mí. En mí. ¿Cómo voy a librarme de él alguna vez? -Había desesperación en su voz. Sin ser consciente de ello, se desgarraba la piel con las manos como intentando arrancarse a Stavros de encima.
Jackson extendió el brazo y posó la palma gentilmente sobre la mano de ella, inmovilizándola. Al instante la mente de Elle se vio inundada de él. Su fragancia. Su fuerza. Vertía su mente en ella del mismo modo que ella se había vertido en él tantos años antes cuando había estado prisionero de guerra. Víctima de una brutal tortura, de cosas inenarrables, y su mente había estado a punto de romperse. Ella había acudido a él cuando no le quedaba nada más, había llenado su mente con todo lo que tenía, con su fuerza, con su fragancia única. Su voluntad de sobrevivir. Le había dado todo lo que era.
Ahora él se entregaba igual de completamente, llenando cada esquina de su mente, saturando cada célula con su presencia masculina, con cada emoción, sin guardarse nada. Sin retener los detalles de su captura y tortura, ni siquiera los peores actos depravados que habían cometido contra él. Se abrió a ella, permitiendo que su ruda y cruda sensualidad y su miedo de que incluso después de todo lo que ella había experimentado, él fuera demasiado para que ella lo manejara dentro de su mente. Compartió su vida, sus pensamientos, dejándole ver la niñez dolorosa y extrema y las salvajes correrías por el bayou, al igual que la violencia de los campamentos de moteros en los que su padre le había criado. No le ocultó nada y Elle se empapó con su fuerza, con su honestidad para con ella.
Jackson sabía que no tenía nada más que darle excepto quien era. Él había compartido aquellos momentos de depravada brutalidad cuando Stavros había matado a un hombre al que había forzado a tocarla. Sabía que le aterraba que Stavros la encontrara y la arrastrara de vuelta… no…, que matara a todos a los que amaba. Y estaba arriesgando la vida de Jackson quedándose con él, intercambiaba su vida por las de sus hermanas.
– Lo siento, Jackson. De veras. No soy lo bastante fuerte para estar sola y tú eres al único que tengo que podría ser capaz de hacerle frente. Jonas podría perder a Hannah o me quedaría con él…
– No, nena -la consoló-. Estamos juntos en esto, siempre hemos estado juntos quisiéramos admitirlo a no.
– Te matará. Lo sabes, ¿verdad? -Su voz tembló sólo de pensar en Stavros y sintió como su mente se hacía trizas. Se aferró a la fuerza de Jackson, a la oscuridad en él. Era brutal y tosco, con una violencia que hacía juego con la de Stavros. Al contrario que el griego, él no se molestaba en ocultarla… desde luego de ella no. No era verdad que habría arriesgado la vida de Jonas, y no podía soportar la mentira entre ellos-. No debería haber insinuado que Jonas…
– No te expliques, Elle. Estoy en tu cabeza. Eres mía. Compartimos la misma piel ahora mismo, y tú estás en peligro, estando conmigo, así que está bien. Yo también tengo una amenaza colgando sobre mi cabeza. -Le recordó tranquilamente-. Mi padre se pasó a otra banda y le mataron por ello. Me llevé por delante a varios de ellos antes de que me cogieran. No morí y lo saben. Me han estado buscando y cualquiera que esté conmigo está en peligro.
La mirada de Elle se deslizó sobre él. Él miraba directamente adelante, por la ventana, ignorándola y al océano bajo ellos.
– ¿Y ahora me lo dices?
– No había necesidad de que lo supieras antes.
Una pequeña agitación en la mente de ella le dijo a Jackson que Elle Drake no había desaparecido completamente. Siempre había tenido un genio del demonio a juego con su brillante cabello rojo, y sintió ese pequeño arrebato, como un petardo débil apagándose.
– Había absoluta necesidad. Sabes lo que pensé.
– Sé lo que dijiste que pensaste. Me culpaste de tu huída.
Los labios de ella se apretaron y agachó la cabeza profundamente en la manta, ocultando la cara, inhalando el viento. La brisa le alborotó el cabello enredado. Se lo apartó.
– No me deseabas lo suficiente para aceptarme como era, Jackson.
Él sintió el golpe de sus palabras en el estómago.
– Joder, no me digas que no te deseaba lo suficiente, Elle. Nunca me digas eso. Puede que yo no sea Jonas, todo sonrisas y diciendo siempre lo que una mujer quiere oír, pero seguro como el demonio que te deseaba con cada célula de mi cuerpo y tú lo sabías. Querías que cambiara. Querías que fuera un hombre complaciente.
Ella tragó con fuerza.
– No voy a seguir por ahí contigo. Eso ya no importa. Tuvimos nuestra oportunidad y la perdimos.
– Joder, no me digas eso tampoco.
– Tal vez simplemente no debería decir nada en absoluto.
El paisaje se nubló mientras miraba fijamente sobre el océano. Las olas golpeaban contra las grandes rocas, lanzando géisers de agua al aire y salpicando las rocas con espuma blanca. Había una semblanza de paz en la familiaridad del litoral, salvaje e indomable, el océano impredecible aunque siempre constante. Como su familia.
Jackson se aclaró la garganta.
– No sé como hacer esto bien, Elle. Estás cansada y herida y…
– Dañada. Dilo sin más. Ambos lo sabemos. Necesito honestidad de ti, Jackson. Cuento con tu honestidad para decirme cuando la estoy jodiendo. Porque me siento tan… -se interrumpió. Se frotó la barbilla con la manta-. Furiosa. Deseo hacer daño a alguien. Me odio a mí misma por esto, pero mejor tú que ellas.
– ¿Crees que no lo sé? -Condujo la camioneta sobre su camino de entrada y los llevó hasta la casa-. Sabía lo que te pedía cuando te supliqué que permanecieras viva, Elle. Yo he estado ahí, sé mejor que nadie lo que estás sintiendo ahora mismo. Soy bien consciente de que harás lo que sea para proteger a tus hermanas.
– ¿Incluido poner en peligro tu vida? -Había una nota de desafío en su voz.
– Compartía tu mente cuando empujó un arma por la garganta de alguien.
Ella apretó los ojos firmemente, pero no pudo detener la visión de un completo desconocido irguiéndose sobre ella, empujándole su pene en la boca, o la visión de Stavros metiendo el arma en la boca del hombre y apretando el gatillo. Su garganta se le cerró, como si una mano se apretara como un grillete alrededor de ella, quitándole el aliento hasta que luchó, agitándose para tomar aire.
Jackson pisó el freno y extendió la mano hacia ella, arrancándole el cinturón de seguridad para poder girarla, cogiéndola por los hombros. Ella tenía las manos en la garganta, intentando arrancarse de allí unos dedos invisibles. Tras él, en la parte de atrás, Bomber ladraba frenéticamente.
– Respira. Toma aliento -exigió Jackson, con voz tranquila, aunque su corazón latía entrecortado. Los ojos de ella estaban brillantes, lejanos, sin verle.
Continuó derramando su mente en la de ella y lo intentó de nuevo. Elle. Toma aliento. Respira conmigo. Le apartó los dedos del cuello e hizo que le presionara las palmas contra los pulmones mientras inhalaba profundamente y después soltaba el aire. Eso es, nena, conmigo. Siéntelo. Juntos. La misma piel, cariño. Yo respiro y tú respiras.
Ella estaba siguiendo sus instrucciones, acurrucada, abrigada dentro de él, sintiendo a Stavros buscarla desde la distancia. Jackson se inclinó y le rozó la coronilla con un beso.
– Ahora estamos bien, Elle. Estás en casa. Estás a salvo. -La arrastró a sus brazos, acunándola contra su pecho, con manta y todo-. Sarah te traerá algo de ropa mañana. Entretanto, puedes ponerte la mía, pero te quedará grande. Nos apañaremos.
Elle se aferró a él un momento, intentando no sentir esos dedos en la garganta. ¿Un ataque de pánico? Antes nunca los había tenido. ¿O había sido real? ¿La había encontrado ya Stavros? Sheena MacKenzie había dejado de existir. No había ninguna forma de que pudiera rastrearla hasta Elle Drake, y desde luego no tan rápido. Tenía que haber sido un ataque de pánico. Se frotó la garganta, sintiéndola magullada e hinchada.
– Tal vez esté perdiendo la cabeza, Jackson.
– Y tal vez sólo estés traumatizada, Elle. -Abrió la puerta de una patada e hizo un ademán con la mano hacia el interior, indicando al perro que entrara y buscara. Incluso con Elle en brazos, tenía una mano cerca del arma ajustada en su cinturón. El pastor alemán asomó la cabeza hacia afuera unos minutos más tarde y soltó un ladrido corto, señalando que todo estaba despejado. Jackson entró y bajó a Elle en el centro de la habitación-. No está muy limpio, cariño. No esperaba traerte a casa conmigo.
Elle se giró en un lento círculo para examinar la habitación. Era una habitación de hombre. Techos altos, todo madera brillante. La parte delantera de la casa tenía una serie de ventanas tipo catedral alzándose hasta los altos y brillantes paneles del techo, enmarcados por la misma madera pulida. El suelo iba a juego con el techo y las paredes, como si la habitación entera hubiera sido tallada del mismo pedazo de secoya gigante. Se acercó a la chimenea de piedra, de nuevo una impresionante pieza que parecía masculina.
– Es hermosa, Jackson. Y muy abierta.
– No me gustan los espacios cerrados.
Su mirada saltó a la de él. El fantasma de una sonrisa le tocó la boca.
– A mí tampoco.
– Siéntete libre de echar un vistazo, Elle. Estás en tu casa. Te prepararé un baño. -Mantuvo la voz absolutamente inexpresiva-. Tendré que echar un vistazo a tus heridas y limpiarlas y tenemos que hacer algo con tu cabello.
Su cabello. Su gloriosa corona, como la llamaba su madre. Odiaba su cabello. Odiaba la sensación de Stavros pasando los dedos por él.
– Creo que me lo cortaré. Todo. -Pero todavía podría sentirlo. Todavía deslizando las manos sobre su cabello. Su estómago se revolvió y temió vomitar.
– Eso es un poco drástico, Elle. Puedo deshacer esos enredos.
Pero Jackson estaba en su cabeza. Lo sabía. Lo veía. Siempre iba a saber como Stavros coloreaba todo lo que ella dijera o hiciera durante el resto de su vida. Sostuvo la mirada de Jackson y supo que no podía ocultarse de él. Quiso llorar por ser tan débil, por permitir que Stavros la tocara…
– ¡No! Tú no permitiste nada, Elle.
– Tal vez si hubiera luchado más. No sé. Podría haber saltado del yate antes de que alcanzara la isla. ¿Por qué no lo hice?
Él cruzó la habitación y la arrastró a sus brazos.
– Eres más lista que eso, nena. Eres más fuerte de lo que él cree. Escapaste.
Elle presionó la cara firmemente contra su corazón.
– Sin embargo no lo hice. Él está dentro de mí. Por todas partes. Está en mi cabeza.
Jackson le enmarcó la cara con las manos, obligándola a encontrar su mirada.
– No hay espacio para él en tu cabeza, Elle. Yo estoy ahí. Siempre he estado ahí y si intenta entrar yo le sacaré hasta que estés lo bastante fuerte para hacerlo tú misma. Y nunca hubo espacio para él en tu corazón porque yo ya estaba ahí. No podría tocar tu alma. Esa únicamente te pertenece a ti y a nadie más a menos que decidas compartirla.
– Sé que necesitas espacio, Jackson, pero no puedo quedarme sola.
Le costó decirlo en voz alta y él nunca la habría hecho hacerlo. Estaba intentando ser complaciente, intentando darle algo a cambio cuando le estaba poniendo en peligro, cuando sabía que iba a desquitarse con él.
– Nunca tienes que hacer eso, Elle, no conmigo -dijo, muy en serio-. No necesito eso de ti. No voy a ser perfecto, ambos lo sabemos. Quiero decir que soy una serpiente la mayor parte del tiempo y me gusta salirme con la mía. No he cambiado sólo porque tu desaparición me haya asustado a muerte. No te preocupes por mí.
– No puedo -dijo ella-. Apenas puedo sobrevivir ahora mismo. Tú eres el hombre más duro que conozco y confío en ti con mi cordura. Me estoy entregando a ti, Jackson, mi alma. Dijiste que era mía para darla y tú eres el único que sé que es lo bastante serio y duro para protegerme, para guiarme a través de esto.
Sabía lo que ella quería decir. Básicamente le estaba llamando un cruce entre un bastardo y un santo. Era un bastardo, pero en cuanto a lo de santo… ya se vería. Le tocó el cabello y ella echó la cabeza hacia atrás. Elle sacudió la cabeza, molesta por no poder controlarse a sí misma.
– Lo siento. Él hacía eso. Le gustaba mi cabello. No puedo soportar mirarlo.
– ¿Así que quieres cortártelo? Puedo hacerlo por ti, cariño, pero no tendrá buen aspecto.
Ella tiró de la manta enrollándosela con más firmeza, agradeciendo que él no discutiera.
– Todavía no sé si podré mirarlo. -Se estremeció intentando no sentir a Stavros pasándole los dedos por el cuero cabelludo.
– Siempre puedes hacerte rastas. -Jackson le lanzó una sonrisa mientras alzaba la masa de enredos rojos-. Te verías condenadamente guapa con rastas.
Ella alzó la cabeza, sus ojos pasando a ser muy verdes.
– ¿Rastas? Nunca había pensado en rastas. No tendría que cortarme el cabello y nadie podría pasar los dedos por él.
Jackson se quedó muy quieto. Era la primera vez en tres días que Elle había mostrado un asomo de interés en cualquier cosa.
– Piénsalo, nena. Podría hacértelas.
Ella le estudió la cara.
– Odias la idea.
– Estoy en tu cabeza, Elle. Lo sabrías si la odiara. Me importa una mierda lo que hagas con tu pelo. Si te rapas la cabeza eso no me haría sentir de un modo distinto hacia ti. Si quieres rastas, te trenzaremos el cabello.
– Mis hermanas se horrorizarían.
Le sonrió, una lenta y deliberada sonrisa conspiradora.
– Creo que ya estaban bastante horrorizadas de que estés aquí conmigo. -Señaló hacia el baño con la barbilla-. Yo tengo que alimentar a Bomber. Llevará horas hacer las rastas, especialmente con tu cabello, así que piénsalo esta noche y si realmente quieres hacerlo, conseguiré lo que necesitamos y podemos empezar mañana.
Elle asintió con la cabeza y le observó avanzar con paso lento hacia lo que presumiblemente era la cocina. Su corazón empezó instantáneamente a palpitar demasiado fuerte. Quiso llamarle a gritos… no me dejes sola, no me dejes sola… pero se presionó los dedos contra la boca y escuchó a su corazón esforzarse trabajosamente en respuesta.
Jackson asomó la cabeza por la esquina, sus ojos oscuros y sombríos.
– ¿No puedes sentirme, Elle? Estoy contigo en cada momento. No tienes que usar telepatía, puedo sentirte. No me voy a ninguna parte.
Ella dejó escapar el aliento, sin comprender que lo había estado conteniendo. Esto era como caminar a través de un campo de minas, cada momento puro terror. Tenía que encontrar un modo de vivir de nuevo, averiguar quién era, vivir con lo que había ocurrido. Podía saborear a Jackson en su boca, su fuerza, su determinación, y su ferocidad. Posó la mirada en él mientras le veía entrar completamente en la habitación. No era tan alto como Stavros, pero era más musculoso, con amplios hombros y músculos definidos. Con su cara marcada y su fuerte mandíbula, no era tan guapo como el griego, pero había algo muy atractivo en Jackson. Donde Stavros había sonreído a cada oportunidad, Jackson raramente lo hacía. Stavros raramente maldecía y a Jackson, con sus rudos antecedentes, con frecuencia se le escapaban y utilizaba términos que a menudo la hacían sobresaltarse.
Jackson cruzó la distancia que los separaba, frotándose el costado de la cara.
– ¿Las cicatrices te molestan?
Su voz era seca, inexpresiva, y sus ojos no cedían un ápice. Elle extendió la mano hacia arriba y trazó con los dedos las pequeñas líneas dentadas. Él no se sobresaltó bajo su toque.
– Por supuesto que no me molestan. Siempre pensé en ellas como medallas al valor.
Él le cogió la mano y le mordisqueó los dedos, soltando un pequeño resoplido burlón.
– No me sentía muy valiente cuando me las hicieron.
Elle tomó un profundo aliento y dejó caer la manta.
– Tampoco yo.
Todavía llevaba la camisa de él, la que le había dado en el barco, junto con un par de pantalones de deporte prestados por una de sus hermanas y nada debajo. Él podía ver que la tela le hacía daño en la piel cuando se movía y había rastros de sangre cruzando la camisa y los pantalones. Estaba temblado su cuerpo todavía en estado de shock.
Él tomó aliento bruscamente. Había captado un vistazo de su cuerpo roto y magullado cuando la había recogido del suelo, envolviéndola en la sábana, pero la bata la cubría en su mayor parte. Había permanecido oculta después de eso, negándose a que nadie se le acercara. Todos lo habían respetado porque sus ojos habían estado tan hundidos, tan llenos de pena que casi les había desgarrado el corazón. Pero no pudo evitar extender las manos para lentamente desabotonarle la camisa hasta que ésta empezó a abrirse.
Elle permaneció quieta, conteniendo el aliento, con la cabeza en alto y él sabía lo que le costaba eso, esa pequeña muestra de coraje. Jackson apartó la camisa para revelar las marcas de latigazos, algunos cortes eran tan profundos que supo que dejarían cicatriz. Había moratones y mordiscos marcando su suave piel. Sin una palabra, le bajó los pantalones por las caderas para ver las laceraciones que cruzabas sus caderas y nalgas, bajando por los muslos e incluso por su montículo femenino. El aliento le ardió en los pulmones y la rabia estalló como un volcán en explosión, pero la aplastó hasta que siseó bajo un glaciar helado, una masa hirviente de brutal necesidad de venganza.
– Debería llevarte al hospital, Elle -dijo, su voz era una suave cinta de sonido, completamente monótona. Ante la retirada instintiva que siguió, entrelazó sus dedos con los de ella, evitando que se cubriera-. He visto cosas peores, sin embargo, así que creo que podemos ocuparnos nosotros solos. Quiero que tu hermana te ponga una inyección de antibióticos y después que te los prescriba.
– No quiero que ella lo vea.
Le subió los pantalones, cuidando de evitar que la tela le rozara el cuerpo.
– No se entrometerá. Conoces a Libby, de todas tus hermanas, es la menos entrometida. -Empezó a moverla hacia el baño. El pasillo era amplio y se abría a un baño grande con una profunda bañera y una amplia ventana con vistas al océano. Él vio como la mirada de Elle se fijaba en ésta y luego miraba precipitadamente hacia afuera-. ¿Te molesta que la mitad de la casa sean ventanas?
Ella negó con la cabeza.
– No en el sentido en que la villa de Stavros era de cristal. Sé que incluso si hubiera un bote ahí fuera, nadie podría verme así, pero aún así, me siento como si estuviera expuesta al mundo. -Apartó la mirada de él-. A ti.
– No te sientas a sí conmigo, Elle. Cualquier cosa que sepa de ti, tú la sabes de mí. Estamos en esto juntos. Tienes que mirarlo así.
– No tengo elección. No puedo dejarte salir de mi mente y creo que tengo miedo de dejarte salir de mi vista. -Lanzó el fantasma de una sonrisa.
Él le tiró del cabello.
– ¿Baño o ducha? Tenemos que lavar esas heridas y asegurarnos de que no cojas una infección. -Frunció el ceño cuando le sacó la camisa de los hombros-. O no tenía mucha experiencia o es un verdadero sádico.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿Cuál era su objetivo? ¿Forzar tu conformidad? ¿Castigarte? ¿Por qué dejarte marcas permanentes? Si era un dominador, no debería haber hecho eso, a menos que en realidad le guste hacer daño a la gente.
– Su hermano le mostró como «castigarme» cuando no fuera complaciente. Tuve el presentimiento de que estaba dándole un cursillo rápido sobre como «romper» a una mujer, aunque lo cogió al vuelo.
– ¿Su hermano? -intervino Jackson, su voz cuidadosamente neutral-. No has contado mucho sobre el hermano. -Sólo sabía que hubiera hablado de él una vez con mucho miedo y odio.
Elle no quería pensar en el hermano de Stavros con sus ojos muertos y su expresión hambrienta. Ahí tenías a un sádico. Definitivamente le gustaba infringir dolor a las mujeres, y había tenido tanto miedo de él, que realmente se había girado hacia Stavros en busca de protección. Estaba tan avergonzada de eso… horrorizada incluso… y no quería ver la reacción de Jackson. Él había estado en su mente y había visto ese momento en que el aliento se le había quedado atascado en la garganta y había hecho un movimiento involuntario hacia Stavros. Había visto el triunfo en los ojos del griego, pero entonces eso no había importado, sólo su protección frente a su hermano todavía más cruel y demasiado hambriento.
– No fue porque yo fuera una mujer deseable -pensó en voz alta-. Ambos presentían que yo era psíquica, aunque yo no sabía que ellos lo fueran. Sólo pensé que tenían barreras naturales como alguna gente, pero les subestimé.
Jackson escogió la ducha por ella. En realidad se estaba tambaleando de debilidad, pero no podía sentarse cómodamente en una bañera. Iba a tener que mojarse para mantenerla en pie, pero su comodidad no importaba… sólo la de ella. Se quitó la camisa y los zapatos, quedándose en vaqueros como concesión a la modestia de ella, antes de comprobar la temperatura del agua.
– ¿Stavros no jugaba normalmente con látigos?
– No me dio esa impresión, pero su hermano obviamente no sólo jugaba, sino que disfrutaba realmente jugando.
– ¿No crees que estuvieran en el tráfico de humanos juntos? -De nuevo mantuvo la voz casual, no queriendo disparar un ataque de pánico. Estaba tanteando el camino con ella, pero su mente era un campo de minas… un paso equivocado y podía retirarse al santuario que había encontrado para sí misma. Un lugar en el que podría acurrucarse profundamente y mantenerse lejos de los brutales crímenes cometidos contra ella.
Elle dejó que el suave sonido del agua y la tranquilizadora presencia de Jackson la consolaran. Estaba a salvo. De vuelta en casa, en su amado Sea Haven. Su océano, con sus olas palpitantes y salvajes, el paisaje indómito, justo afuera. Si quería, podía ir a sentarse en la arena y observar como las olas rompían contra las rocas, en un eterno despliegue de poder y belleza. Tomó aliento y lo dejó escapar.
– Un minuto a la vez, nena -dijo Jackson, girándola para poder quitarle gentilmente la camisa donde la sangre se había secado y la había pegado a la piel.
Mantuvo los ojos sobre su cara, sobre la masa de cabello rojo, concentrándose en las heridas en vez de en su suave piel y las curvas de su cuerpo. Quería que se sintiera tan cómoda como fuera posible cuando ya sabía que no lo estaba. Elle era agudamente consciente de sus manos tocándola, del paño que se deslizaba sobre ella mientras se apoyaba contra él buscando fuerzas. Mantuvo la cara baja, no queriendo que él leyera su expresión, aunque ni una vez apartó su mente de la de él.
Su desnudez la hacía sentir vulnerable, pero las heridas abiertas de su cuerpo empeoraban la exposición. Jackson sabía que ella estaba pensando en como las marcas de latigazos y las largas líneas de moretones habían acabado allí y en lo que Stavros le había hecho después y odiaba ver las imágenes ardiendo en la mente de ella. Mantuvo sus pensamientos controlados, dejando que solo fuerza y calidez fluyeran en ella, agradeciendo la habilidad de aplastar la rabia profunda bajo el glaciar de hielo en el fondo de su alma, donde ella no podía encontrarlo. Sólo existía su necesidad de protegerla, de ayudarla a superar el trauma.
El agua se vertía sobre los dos, Elle descansaba la espalda contra él mientras éste le lavaba los pechos y la caja torácica.
– ¿Puedes apoyarte contra la pared, nena? -le preguntó, moviéndola gentilmente de posición para poder lavarle el resto del cuerpo, bajando por el abdomen donde su hijo debería anidar, más abajo hacia las malvadas marcas que cortaban su montículo femenino. Se obligó a sí mismo a seguir desviando su mente de la venganza, dejando sólo la preocupación por ella en primer plano.
Elle acarició la coronilla de la cabeza inclinada con la palma de la mano.
– Sé que esto es difícil para ti, Jackson. No tienes que ocultarme tu reacción. Yo me enfadaría y luego querría llorar un río de lágrimas. No espero que pases por esto con miedo y no muestres como te sientes.
Él levantó la mirada hacia ella desde donde estaba arrodillado sobre los azulejos, el agua cayendo sobre él mientras le lavaba la sangre seca de los muslos.
– No creo que necesites que te asuste a muerte con mis inventivas formas de torturarle y matarle.
Elle podría haberse reído si no hubiera sido por sus ojos. No había en ellos rastros de humor, sólo esos oscuros y mortíferos pozos donde reinaba el infierno. Se estremeció, sus dedos se tensaron entre el cabello de él.
– Te agradezco que te importe lo suficiente como para querer torturarle y matarle. Me alegro de que no lo hagas.
– Lo haría -dijo él bruscamente-. No te engañes pensando que soy un hombre amable, cariño. Si me dieran oportunidad, no le mataría limpiamente, déjame que te lo diga. Sufriría, y conozco un montón de formas de hacer que un ser humano sufra durante mucho tiempo antes de dar la bienvenida a la muerte.
Él se inclinó hacia delante y presionó un beso a lo largo de la cruda línea, un suave roce de labios contra la piel. Transfirió la mirada de vuelta a los muslos, su toque gentil, las manos le temblaban mientras se preocupaba de no hacer daño a la vez que continuaba lavando, y Elle deseó llorar por los dos.
– Hay algunas cosas que es mejor que no sepas de mí, cariño. Creo que mis pensamientos sobre Gratsos y cómo me gustaría verle agonizar antes de que muera podrían ser una de ellas. -Su voz era neutra, pero no había ningún humor en su mente y ella sabía que no estaba bromeando. Elle tomó aliento, sus dedos se apretaron sobre los hombros de él para poder mantenerse en pie.
– ¿Nos ha destruido a ambos?
La mirada de él saltó a su cara de nuevo.
– Absolutamente no. Ese hijo de puta no tiene poder para destruirnos, Elle. Estamos caídos, pero no acabados. Volveremos a levantarnos más fuertes que nunca. -Su boca se curvó en una sonrisa sin humor, pero que le robó el corazón-. Yo ya estaba en este largo camino antes de que Stavros entrara en nuestras vidas. Solo que nunca te dejé ver mi auténtico yo.
– Me gusta tu auténtico yo -susurró Elle.
Los ojos de él se caldearon. Extendió el brazo hacia arriba y cerró el agua.
– El antiséptico va a picar, cariño. -La envolvió en una toalla suave y la secó con golpecitos, intentando no tocar ninguna de las heridas, pero fue imposible.
– No me haces daño -aseguró ella. Su cuerpo se estremecía bajo el roce de la toalla, pero se aferraba a él y mantenía la barbilla en alto.
– No tienes que protegerme, Elle. Sé que duele, he estado ahí, ¿recuerdas? -Nadie había lavado sus heridas o las había esterilizado. Moscas y mosquitos se habían reunido en las lesiones crudas, filtrándose y dándose un festín. Alejó el pensamiento rápidamente, pero supo por la rápida inhalación de ella que había captado un vistazo. Volvió a luchar con su necesidad de apartar su mente de la de ella, de ocultarle su pasado y el monstruo que había resultado de este.
– No -dijo Elle-. Por favor, no. Te necesito. Necesito esto. Necesito saber que sobreviviste y te convertiste en alguien útil y necesito verte como realmente eres, así tengo alguna esperanza. -Agachó la cabeza, evitando sus ojos mientras confesaba-. No tengo mucha fe en mí misma en este momento. Tú eres ayudante del sheriff, no eres un monstruo. Has escogido ayudar a la gente, no herirla. Te necesito muchísimo ahora mismo, Jackson. No te ocultes de mí.
Él se llevó ambas manos de ella a la boca y le besó la punta de los dedos.
– Lo que necesites, princesa, sabes que lo haré. -La condujo a la cama y gesticuló para que se tendiera sobre el estómago para poder aplicar el antiséptico y vendar las peores heridas que todavía sangraban. Tenía el estómago hecho un nudo. Puede que hubiera escogido ser ayudante del sheriff en la superficie y llevar una placa, pero profundamente en su interior donde estaba su alma, era capaz de cosas en las que Elle nunca debería tener que pensar. A su modo, era tan violento y retorcido como Stavros.
El aliento de Elle se atascó en su garganta.
– No lo eres. No pienses eso. No lo eres.
Esperaba con toda su alma que ella tuviera razón.