Capítulo 3

Elle podía oír a una mujer llorando en la distancia. Indefensa. Rota. El sonido lleno de desesperación. Deseaba que alguien ayudara a la mujer porque cuanto más se acercaba a la superficie, más dolor inundaba su cuerpo entero y el llanto seguía sacándola de su capullo. No podía imaginar que había ocurrido. No podía recordar.

– Sheena. Abre los ojos. Deja de llorar, dulzura, ya estoy aquí y todo va a ir bien.

Su cuerpo saltó involuntariamente ante el sonido de esa voz. Le conocía. Conocía su olor. Conocía su toque. Él traía el dolor y se lo llevaba. Él se había convertido en su mundo. No conocía nada ni a nadie más excepto a él. Él la alimentaba. La llevaba al baño. Escogía si podía o no llevar ropa, o tomar una ducha. Sus castigos, cuando le desafiaba… lo cual ocurría con frecuencia… eran terribles. Nunca cambiar de tono. Su voz siempre permanecía calmada y firme. Muy poderosa.

Su mano le acarició el cabello. La masa enredada de mechones rojos era el único lugar que no le dolía. Su espalda y nalgas estaban al rojo vivo. Sus pechos ardían. Y entre las piernas latía y dolía, tan magullada que no quería moverse por miedo a que su interior se viniera abajo. Pero el dolor de su cabeza era el peor de todos.

Le llevó unos pocos minutos comprender que ella era la mujer que lloraba. Elle hizo un esfuerzo por callarse, por recordar lo que había ocurrido. ¿Qué había hecho para ganarse otro de sus terribles castigos?

– Sheena, vamos. Abre los ojos para mí.

Su boca se quedó seca ante el sonido de esa voz suave y persuasiva. Había un sabor metálico en su boca. Alguien le tocó la muñeca y supo instantáneamente que era Stavros. En todas las semanas que llevaba retenida, nunca había visto a otro ser humano, a nadie aparte del hermano de él aquel primer día. Ni a un alma. No había oído otra voz. Él le traía comida y agua. La ataba y la utilizaba como quería. La azotaba repetidamente, dejándola sola hasta que creyó que se volvería loca y con frecuencia pasaba horas intentando complacerla con las manos, la boca y el cuerpo. Nunca sabía lo que su toque le traería. El corazón le palpitó con fuerza en el pecho e intentó apartarse.

– Shhh, mi dulzura. Voy a llevarte a la bañera. Cuando te ponga en el agua, tienes que ponerse sobre las manos y rodillas para mí. ¿Puedes hacerlo?

Le sintió deslizar los brazos bajo sus piernas. En el momento en que entró en contacto con su piel suprimió un grito. El dolor la atravesó y su estómago se revolvió. Intentó subir una mano para cubrirse la boca, pero sus brazos estaban demasiado débiles y los sentía demasiado pesados, como si fueran de plomo. Sus muñecas ardían y estaban magulladas.

El brazo de él se movió bajo su espalda y ella gritó, arqueándose hacia arriba en un intento por evitar el contacto. La piel le ardía y cada movimiento hacía que el dolor estallara en su cráneo. El miedo se la comía. No podía recordar. Estaba tan sedienta que apenas podía separar los labios hinchados y secos.

– Shhh, Sheena, quédate quieta. Solo te harás más daño a ti misma. -Sonaba triste, su voz casi pesarosa y molesta-. Tienes que controlarte. Puedes hacerlo por mí, ¿verdad?

Amablemente la posó en la bañera sobre las manos y rodillas, el agua caliente le lamió el cuerpo. Elle se las arregló para abrir los ojos ligeramente. La sangre volvió el agua de un pálido rosa. Su piel ardía y picaba, provocando que temblara incontrolablemente.

– Es antiséptico, mi dulzura. Te ayudará a entumecerte. -Muy gentilmente pasó un trapo caliente sobre su espalda-. Déjame cuidar de ti.

Pero él le había hecho esto. Ahora lo recordaba. Todo ello. Había estado tan furioso, aunque no lo había demostrado, nunca alzaba la voz, pero ahora le conocía, sabía cuando le disgustaba. Deseaba obediencia de ella. Era suya para hacer con ella lo que quisiera. Sabía que las semanas que había pasado en su compañía, forzada a recurrir a él en busca de consuelo, compañía, comida y agua, incluso permiso para ir al baño, todo estaba diseñado para moldearla y quebrar su espíritu. Y que Dios la ayudara, algunas veces ya no podía recordar quién era.

La isla tenía algún tipo de campo de energía que evitaba que se defendiera utilizando sus habilidades psíquicas. Había intentado ponerlo a prueba durante semanas, buscando una debilidad, intentando diferentes niveles de fuerza contra él, pero cada vez, había sido derrotada, sus dolores de cabeza eran instantáneos y tan dolorosos que vomitaba. Algunas veces el dolor era tan severo que sangraba por la nariz y la boca. Cada vez que él la obligaba a practicar el sexo, normalmente de día, intentaba detenerle, luchado físicamente y con sus talentos psíquicos. Cada vez había sido un desastre para ella.

Al principio había sido el dolor de su cabeza lo que la había mandando al suelo donde sólo había podido encogerse y llorar. Y después llegaba su venganza, azotarla o golpearla con lo que quiera que escogiera, y tenía una variedad de instrumentos a su disposición, cada uno peor que el anterior.

Su primera vez con un hombre había sido con él. Sorprendentemente, había sido amable. Realmente había intentado complacerla, y ese era su modo de quebrarla. En un momento podía ofrecer consuelo, ocuparse de ella, cuidar de cada una de sus necesidades, y al siguiente, si de algún modo le desafiaba, se volvía rudamente aterrador, castigándola velozmente y sin piedad. Nunca podía relajarse, nunca sabía que vendría a continuación, fijaba su atención en él en el momento en que entraba en la habitación, pensaba en él cuando no estaba con ella, así que él era su mundo entero y nada más importaba.

Le lavó el cuerpo gentilmente.

– No me obligues a hacerte esto, Sheena. Acepta que eres mía y que yo soy todo lo que siempre necesitarás o desearás. Puedo hacerte feliz y darte más placer del que nunca hayas imaginado. -El agua caliente se vertió sobre su cuerpo, ayudando a entumecer el terrible dolor de las heridas abiertas que cruzaban su espalda, nalgas y muslos.

– Has nacido para mí, para complacerme, para llevar a mis hijos, fortalecer mi linaje. No tendría que castigarte así si simplemente me obedecieras, Sheena.

Sus manos continuaban lavando gentilmente las heridas, el agua caliente y los dedos cuidadosos probaron ser un bálsamo para su cuerpo torturado. Cerró los ojos de nuevo, estremeciéndose, temblando, completamente dependiente de él. Sus brazos comenzaron a doblarse y él tuvo que envolver un brazo alrededor de su cintura para evitar que cayera. Muy gentilmente le alzó el resto de su cuerpo y después sacó el tapón de la ornamentada y profunda bañera.

La envolvió en una toalla suave y mullida, la levantó en brazos, acunándola como si fuera la mujer más preciosa del mundo. La cabeza de Elle cayó hacia atrás sobre el hombro de él, y después se giró para enterrar la cara contra su cuello. Fue su primer acto de sumisión y la asustó. Necesitaba consuelo, necesitaba alguien que la abrazara y la consolara, que la meciera como él estaba haciendo. La llevó a la cama y la posó gentilmente sobre el estómago, masajeando un ungüento en las finas laceraciones que le cubrían el cuerpo.

Sabía que él había notado su desliz, esa pequeña caída de su cabeza; había sentido como el corazón de él saltaba y sus ojos se empañaban. Los dientes le castañeteaban incontrolablemente, pero su cerebro estaba empezando a funcionar de nuevo. Esto no podía continuar. Iba a perderse, o tal vez ya estaba perdida. No había salida. Stavros era demasiado poderoso, su isla privada demasiado aislada. Nadie sabía donde estaba. Estaba atada o encadenada la mayor parte del tiempo, encerrada en una habitación, y ni siquiera podía utilizar el más pequeño talento psíquico. El cuerpo le dolía cada minuto del día. Estaba exhausta y cansada de luchar contra él.

Él le dio la vuelta y frotó el ungüento por sus pechos y estómago, y todavía más abajo, siguiendo las finas laceraciones hasta el interior de sus muslos y a través del dolorido montículo depilado. Indeseado llegó el humillante recuerdo de él afeitándola, justo antes de tomar su virginidad. Se mordió el labio para evitar llorar, pero las lágrimas surgieron entre sus pestañas. Él se inclinó para lamerlas.

– Te ves tan hermosa, dulzura. -Su lengua trazó un camino por el borde de su boca, bajando por una laceración a lo largo de la hinchazón de sus pechos-. Tu cuerpo solo conoce el mío, y siempre anhelarás mi toque.

Abrió los ojos entonces para mirarle. Parecía invencible. Todopoderoso. Intentó emitir un sonido, pero su boca estaba demasiado seca e inmediatamente él sostuvo un vaso de agua contra sus labios, ayudándola a beber. Parecía tan preocupado que casi le creyó, pero él había sido el que le infringió el daño.

– ¿Por qué sigues haciéndome daño? -Apenas pudo formar las palabras.

– Debes aprender obediencia, Sheena. Existes para servirme, para mi placer. Cuando te diga que hagas algo, nunca debes discutir. Debes obedecer sin cuestionar. -La volvió a bajar hacia la cama y le acarició con los dedos el cuerpo estremecido-. Algunas veces puede complacerme hacerte daño y aprenderás a disfrutar de ello. -Inclinó la cabeza hacia su pecho, su lengua le lamió el pezón.

Le dolió tanto que no pudo evitar un pequeño estremecimiento que la atravesó, pero aún así, él había entrenado su cuerpo para aceptar el dolor y encontrar placer en él también. Ya sus dedos estaban probando el territorio entre sus piernas, e, ignorando su sobresalto y pequeño grito, empujó la cabeza entre sus muslos, dejando que la mandíbula ensombrecida se deslizara a lo largo de las marcas de latigazos.

Oh, Dios, ya no podía soportar esto. No tenía fuerzas para luchar contra él. Sus dedos se aferraron a la sábana de seda, cerrándose en puños mientras las lágrimas recorrían su cara. Tenía que haber una salida. Sólo tenía que pensar. Encontrarla. Dejar de sentirse indefensa como la víctima en la que él la había convertido.

Elle. Nena. Permanece viva por mí. Sea lo que sea lo que tengas que hacer, permanece viva por mí. Voy a por ti.

El aliento se le quedó atascado en la garganta. ¿Era Stavros tendiéndole una trampa? La voz era tan familiar, tan cálida y preocupada… tan dolorosamente familiar. Se quedó absolutamente inmóvil, intentando no responder, no abrir su mente. Sabía que si lo hacía, el dolor estallaría en su cerebro y perdería el tentativo control que había logrado.

Como si presintiera su retirada, Stavros la mordió haciendo que arqueara el cuerpo, y se le escapara un pequeño chillido de dolor.

Sabes que nunca me detendré hasta que te encuentre. Sé fuerte, nena. Por mí. Por tus hermanas. Por Jonas e Ilya y por el maldito pueblo entero. Permanece viva, Elle.

Jadeó. Jackson. Era Jackson. Venía a por ella. Podía aguantar tanto tiempo como hiciera falta, aceptar cualquier castigo que Stavros quisiera infringirle.

Débilmente, intentó apartarse de Stavros. Él cerró las manos sobre sus caderas, presionando deliberadamente en las heridas abiertas, todo mientras su lengua y sus dientes la devastaban. Su cuerpo se derramó en una respuesta impotente, ya entrenado para obedecer aun cuando su mente gritaba una negativa.

– Stavros, no. Duele. -Tal vez pudiera comprar un alivio temporal con súplicas.

– Solo vives para servirme -siseó él-. ¿No te he enseñado eso?

Le mordió el interior del muslo, dejando atrás marcas de dientes y añadiendo magulladuras a su carne ya marcada y Elle se arqueó apartándose de él, gritando.

– Tu dolor me complace, Sheena. Ahora tengo tu completa atención, ¿verdad?

Elle. Demonios. ¿Dónde estás? Respóndeme. La voz de Jackson era orden pura, toda voluntad de hierro… una voluntad horneada y formada por la violencia… exigente. Respóndeme ahora.

Elle no habría podido evitar responderle incluso si hubiera querido. Jackson lo era todo para ella ahora. Era esperanza. Estaba débil y él estaba a una gran distancia y con el campo de energía, no estaba segura de poder llegar hasta él. Reunió cada gramo de disciplina y fuerza que había aprendido a lo largo de los años y abrió su mente al hombre que la había dejado escapar. Jackson.

Instantáneamente el dolor atravesó su cabeza, su cuerpo se convulsionó y gritó en voz alta. Saboreó la sangre en su boca. Su cerebro rechazó el abuso, su cuerpo se retorció apartándose del dolor, su conciencia retrocedió y el mundo se volvió nebuloso.

Estoy aquí. Estoy contigo. Dime donde estás, Elle.

Se abrazó a sí misma, demasiado consciente de lo que ocurriría, pero decidida a alcanzarle de todos modos. No lo sé. No puedo pensar con claridad. Mi cabeza… Se interrumpió, y la conexión entre ellos vaciló mientras el dolor los atravesaba a ambos. Tenía que hablarle del campo de energía, pero sentía la cabeza como si mil agujas atravesaran su cráneo.

¡No! La voz de Jackson fue aguda. Quédate conmigo, nena. Necesito que mires alrededor. ¿Qué ves? ¿Quién está contigo?

Stavros la puso en posición vertical, por primera vez su cara estaba oscurecida hasta formar una máscara de furia.

– ¿Por qué eres tan testaruda? -Le abofeteó un pecho con fuerza, después el otro, sacudiendo su cuerpo.

Elle sollozó débilmente, aferrándose la cabeza, incapaz de soportar el dolor que aplastaba su cráneo.

Stavros suspiró, su falsa sonrisa era fea.

– Tienes que aprender, y no me molestan estas pequeñas lecciones si insistes en necesitarlas.

Se alejó rodando de él, mirando por la ventana a la tormenta que se avecinaba. Su corazón saltó y, por un momento, el dolor de su cuerpo retrocedió y el tiempo se relentizó.

Las nubes de tormenta hervían sobre la casa y oscurecían los cielos. El trueno resonaba. El relámpago estallaba, convirtiendo el cielo en una lona de turbulencias. El viento golpeó y aulló hacia el cristal, salpicando agua de mar sobre las ventanas.

– Jackson -dijo, sin comprender que había susurrado su nombre en voz alta. Se había ido de nuevo, el puente entre ellos había desaparecido, y estar sola era peor que antes. Nunca se había sentido tan desnuda y vulnerable, despojada de todo lo que era… despojada de su coraje.

El viento retrocedió. El silencio llenó el espacio que éste dejó atrás. Elle fue consciente de una rabia asesina que se derramaba en la habitación. Contuvo el aliento mientras giraba la cabeza lentamente hacia Stavros. Su cara se había vuelto oscura, sus cejas estaban juntas, mostrando sus dientes blancos.

¿Jackson? ¿Te atreves a pronunciar el nombre de otro hombre en nuestro dormitorio? ¡Asquerosa mujerzuela! ¿Después de todos los cuidados que te he dedicado, te atreves a traicionarme así?

Su mano fue un rápido borrón de movimiento, el puño se cerró alrededor de su largo cabello. La tiró hacia atrás fuera de la cama y la arrastró por el suelo hasta el centro de la habitación.

– Stavros, no -suplicó Elle. No podía afrontar otro castigo. Y estaba realmente furioso, su cara era una máscara de brutalidad. Sabía que algo terrible estaba a punto de ocurrir.

Él le ató las manos con cuerda y tiró de la polea, arrastrando su cuerpo a una posición vertical, estirándole los brazos y su ya dolorido cuerpo.

– Por favor -susurró.

La cogió del pelo, echándole la cabeza hacia atrás.

– Me perteneces sólo a mí. Me sirves sólo a mí. Me complaces sólo a mí. Si alguna vez escapas, te perseguiré y te traeré de vuelta y serás castigada más allá de cualquier cosa que alguna vez hayas conocido. Creo que ya es hora de que aprendas con quién estás tratando.

Corrían lágrimas por su cara y apenas podía coger aliento. Ya se sentía rota, exhausta, tan aterrada que no sabía cómo hacerle frente. Sentía la mente caótica y destrozada, como si hubiera extraviado su habilidad para pensar cosas y todo lo que pudiera hacer fuera sentir dolor y miedo.

– Stavros -intentó de nuevo-. No sé que hago o digo. Por favor no hagas esto.

– ¿Quieres a otro hombre? ¿Es eso lo que quieres?

Ella sacudió la cabeza.

– No.

– Yo creo que sí. Creo que eres una pequeña mujerzuela que desea a otro hombre. Al parecer yo no te satisfago.

– Eso no es cierto. No quiero a nadie más. -No quería que nadie más la tocara. La idea de Stavros compartiéndola, obligándola a aceptar a otro hombre, hacía que la bilis se alzara en su estómago.

Stavros bajó la mirada hacia ella durante un largo momento mientras el viento azotaba las ventanas y el relámpago horquillaba a través de las nubes oscuras. Él se inclinó, presionando la cara cerca de la de ella.

– Creo que necesitas saber a quién perteneces, Sheena. Creo que tenemos que asentar esa lección.

Esperó y ella supo que esperaba que ella reconociera su propiedad.

– Por favor -dijo débilmente-. No puedo pensar con claridad.

Él suspiró y se enderezó, pasándole una mano por el pecho. Sin otra palabra se giró y abandonó la habitación, cerrando de golpe la puerta tras él. Elle no podía parar de llorar, el dolor de su cabeza hacía imposible pensar, el miedo a lo que Stavros haría la ahogaba. Nunca le había visto así. Y no quería hacerlo de nuevo.

Esperó durante lo que parecieron horas, pero sabía que no había sido tanto. Le dolían los brazos y cada soplo de aire sobre su piel intensificaba el dolor. Deseaba rendirse a Stavros, simplemente terminar con todo antes de perder quién y qué era. Ahora sabía como se sentían las mujeres que eran tomadas prisioneras y obligadas a entrar en los círculos del tráfico de humanos y la ponía enferma no haber podido ayudarlas. Casi había enviado el mensaje a Dane de que estaba segura de que Stavros no estaba involucrado, y aún así, lo estaba. Lo había estado todo el tiempo. Por la información que Stavros había dejado caer, sabía que su gemelo, Evan, estaba vivo y él, junto con sus moteros, secuestraban a las mujeres, después Stavros utilizaba sus cargueros para enviar a las mujeres por todo el mundo. Evan estaba vivo después de todo, criado por su madre lejos de su padre. Ella se había llevado a un gemelo y dejado al otro atrás.

El viento golpeó la ventana y Elle alzó la cabeza para mirar a la rabiosa tormenta mientras sentía a Jackson, mucho más fuerte esta vez, deslizarse en su mente. No lo quería allí. Era demasiado tarde para tener esperanzas. Solo quedaba la humillación de que Jackson compartiera todo lo que ocurría… lo que iba a ocurrir… que él pudiera verla así, saber lo que Stavros había hecho y lo que todavía le hacía. Si reunía suficiente energía y esperaba su momento, podría utilizar la tormenta y cortocircuitar su cerebro. Era la única salida que podía ver a esto.

Tú estuviste allí para mí, Elle, fui atado y golpeado como un perro y lanzado a un agujero de ratas. Estuviste allí para mí. No intentes hablar, y no intentes acabar con tu propia vida. Veo lo que estás pensando, pero si te conviertes a ti misma en un vegetal, ¿qué crees que ocurrirá con tus hermanas? ¿Conmigo? Vive, Elle. Cree en que iré a por ti.

Elle cerró los ojos contra la voz de Jackson. Contra las pequeñas llamas de esperanza que permanecían en su interior. Stavros era demasiado poderoso. Tenía demasiado dinero. Nadie podría nunca escapar de él, y menos que nadie ella.

Solo estás cansada, nena, agotada de luchar con él. Ahora sé donde te retiene y me quedaré contigo hasta que llegue ahí. Ya no estarás sola.

Quería estar sola. No quería que él viera el interior de su mente, el conflicto allí, que viera las cosas terribles que Stavros había hecho a su cuerpo y su alma.

Sé fuerte por mí. Yo fui fuerte por ti cuando me desgarraron y tomaron todo lo que era. Sabes lo que me hicieron. Tú eres la única alma viviente en este mundo que lo sabe. Sé fuerte por mí, Elle. Tienes que ser fuerte.

Estaba demasiado cansada, demasiado. Quedaba poco de Elle Drake. Ella no era tan fuerte como había sido Jackson. Le había admirado mucho, creído en él y después él la había dejado marchar. ¿Era que no quería hijos? ¿O que no la quería a ella?

Deseaba ambas cosas. Todavía las deseo. A ti y a nuestras hijas. Fui un tonto, Elle. Tenía miedo de que resultaras herida. Tengo una sentencia de muerte colgando sobre mi cabeza y no quería que eso nos persiguiera. Sólo…

Se interrumpió porque, a través de ella, presintió la presencia de Stavros. Stavros había vuelto a la habitación y Elle estaba tan sintonizada con él, era tan consciente de él, que lo supo inmediatamente. Su ritmo cardíaco saltó y empezó a rezar silenciosamente pidiendo fuerzas. Tiró de las cuerdas que le ataban los brazos sobre la cabeza. Apenas podía alcanzar el suelo con la punta de los pies y cada músculo de su cuerpo gritaba de dolor. Sabía que Stavros estaba observándola. Esperando.

Estaba tan cansada, tan rota. Cada vez que él se acercaba, intentaba utilizar sus talentos psíquicos para defenderse, para mantenerle apartado. El dolor era tan intenso en su cabeza, sabía que eso la estaba destrozando y si continuaba, finalmente destruiría su cerebro. Él la estaba quebrando más rápidamente de lo que habría creído posible, utilizando sus propias defensas psíquicas contra ella.

Intentó permanecer tranquila, relajada, y dejar que el dolor le pasara por encima. Esto no iba solo de dolor. Iba de propiedad y humillación. Enseñarle que no había ninguna esperanza. Qué él controlaba su vida, que era su vida y ella no tenían ningún otro propósito aparte de servirle. ¿Cuántas incontables mujeres la habían precedido? ¿Siendo tratadas como vasija en vez de como un ser humano? ¿Un objeto para que un hombre la utilizara?

Stavros tocó su hombro desnudo, un ligero toque de posesión que hizo que su estómago se revolviera.

– Tendremos otra lección hoy, Sheena, y espero que prestes atención a ésta.

Se le quedó la boca seca. No podía verle, no podía girar su cuerpo, pero las manos de él la recorrieron, tocando lugares íntimos que había reclamado como suyos y sólo suyos. Le acarició gentilmente los verdugones de la espalda y los pechos, provocando deliberadamente dolor con cada falsa caricia. Su cuerpo se estremeció a pesar de su resolución de no dejarle ver como reaccionaba a su tortura. Y Jackson lo sabía. Jackson sentía cada toque, sentía como su alma se encogía de miedo. Podía sentir la furia de él acumulándose, la necesidad de venganza, pero se mantenía en silencio y permanecía con ella. Una parte de ella estaba agradecida, aunque no sabía qué era peor, que compartiera su humillación y vertiera su fuerza en ella, o estar sola y sentirse desesperada.

La puerta se abrió tras ella y oyó pasos pesados. Su corazón comenzó a palpitar con alarma. Hasta el momento el otro único hombre al que Stavros había dejado entrar en la habitación con ella era su hermano, un hombre sádico que disfrutaba rompiendo a las mujeres que utilizaba en las casas de prostitución que tenían en todas las ciudades del mundo. La mayoría de las mujeres eran raptadas y él junto con un equipo de sus hombres, se especializaban en «entrenarlas» antes de colocarlas en las diversas casas. Su hermano la había rodeado sin tocarla, pero instruyendo cuidadosamente a Stavros de donde podía herirla más si desobedecía, jactándose de como él podría conseguir su cooperación en cuestión de horas.

Más de una vez había intentado convencer a Stavros de que se la dejara a él, pero Stavros había sido inflexible respecto a que nadie excepto él la tocara. Al final, su hermano se había marchado después del primer día y ella no había vuelto a ver a nadie excepto a Stavros.

Una mano le agarró el cabello y le tiró de la cabeza hacia atrás. Se encontró mirando a los ojos de Stavros. Él se acercó hasta que su boca estuvo contra su oído y pudo susurrarle.

– Quiero que prestes atención a esta lección, Sheena. Mucha, mucha atención.

Dejó caer su boca sobre la de ella, besándola con fuerza, aplastándole los labios contra los dientes y mordiéndole el labio inferior lo bastante fuerte como para hacerle sangre. Apartó la cabeza y Elle se encogió de miedo ante la mirada de sus ojos. ¿Dónde estaba el hombre guapo y sofisticado ahora? Era en un momento tierno y atento y entonces aparecía el otro lado tan rápidamente que ella apenas podía procesarlo. La dejaba descolocada y temerosa, su atención siempre centrada en él. Un hombre entró en su línea de visión. Ya se estaba frotando la entrepierna con expectación. Estaba claro que Stavros le había dicho que podía tenerla. Alto, de amplios hombros, se acercó con un pavoneo decidido y observó su cuerpo azotado, lamiéndose los labios.

– ¿Te gusta lo que ves? -exigió Stavros-. Mi pequeña mujerzuela tiene una buena boca. Te dije que te debía un favor. Si quieres utilizar esta boquita, es toda tuya.

– Demonios, sí -respondió el hombre.

Algo terrible iba a ocurrir aquí. Elle quiso cerrar los ojos, pero la aterraba hacerlo. Tal vez si reunía suficiente de la energía violenta que rodaba por la habitación, podría o liberarse o matarse a sí misma. Era lo único que le quedaba, porque no iba a pasar por esto.

¡No! No intentarás defenderte, Elle. ¿Me oyes? Haz lo que sea para permanecer viva. Estoy aquí contigo. Sea lo que sea lo que tengas que hacer, hazlo por mí. No estás sola. Permanece viva. Eso es todo lo que importa.

Elle sacudió la cabeza otra vez, sin saber si estaba intentando desalojar a Jackson para ahorrarle lo que fuera que se avecinaba, o se estaba negando a sus demandas. La tormenta se abalanzó sobre la casa, imparable y tan viciosa como los hombres que estaban en la habitación con ella. Jackson. Intentando entrar. No podía salvarla, ni ahora… ni nunca.

Eso no es cierto, nena. Te juro que voy a por ti. Te sacaré de ahí. Te lo juro por cada una de nuestras hijas. Nuestras hijas. Iré a por ti.

Stavros rodeó su cuerpo estremecido, de repente le tiró de la cabeza hacia atrás y aplastó su boca contra la de ella, mordiéndole los labios. De nuevo ella sintió la reacción de Jackson y su creciente furia, su dolor aliviando el de ella y ayudándola a desapegarse de lo que le estaban haciendo. Bruscamente Stavros alzó la cabeza y se limpió la boca, embadurnándose los labios con la sangre de ella.

– Esto me pertenece. Yo digo quien la usa, y nadie más. -Stavros giró la cabeza y miró al hombre que parecía ansioso por participar-. Drako. Ven aquí. ¿Quieres ayudarme a enseñarle a complacerme?

Drako se adelantó con una sonrisa en la cara.

– Me encantará ayudarte.

Stavros atrapó el largo cabello de Elle y le arrastró la cabeza hacia atrás.

– Él va a enseñarte como complacer a un hombre con esa boquita tuya.

En el momento en que le soltó el cabello, ella sacudió la cabeza e intentó patear a Drako cuando se aproximó.

– No lo haré, Stavros. -Se negaba a reconocer al otro hombre, se negaba a mirarlo.

La malevolencia creció en la habitación. Fuera, la furia de la tormenta se incrementó. Podía sentir a Jackson conteniendo el aliento, pero se sentía como si él estuviera abrazándola y eso la hizo apretar los dedos con fuerza alrededor de la cuerda.

– Harás lo que yo te diga que hagas -dijo Stavros. Bajó las cuerdas hasta que Elle quedó de rodillas, todavía sacudiendo la cabeza violentamente.

Drako le sonrió ampliamente.

– Tal vez debería utilizar ese látigo primero, enseñarle modales, jefe.

Parecía ansioso por hacerle daño.

– Empuja tu polla en su garganta y muéstrale lo que es un hombre -exclamó Stavros.

Elle se volvió loca, luchando por liberarse mientras Drako se aproximaba. Stavros se colocó muy cerca, abrumándola, atrapándole las piernas con las suyas, con una mano en el cabello, obligándole a echar la cabeza hacia atrás, con la otra mano en su espalda.

El corazón de Elle palpitaba de miedo.

– ¿Por qué haces esto? -siseó las palabras entre los dientes apretados, manteniendo la mirada de Stavros. No había ninguna piedad allí, ninguna en absoluto, solo un deseo de poder.

Los dedos de Drako le pellizcaron la nariz, evitando que cogiera aliento. El viento aullaba fuera y golpeaba la ventana. Elle luchó contra la necesidad de respirar, le ardían los pulmones, su corazón atronaba. Drako era implacable y Stavros simplemente esperaba hasta que la supervivencia tomara el control. No lo haría. No lo haría. Prefería morir. Utilizaría la tormenta y dejaría que le friera el cerebro, el más mínimo cortocircuito sería suficiente para acabar con la realidad. Sería un vegetal, entonces no importaría lo que Stavros la obligara a hacer.

¡No! Haz lo que sea por sobrevivir, Elle. ¿Me oyes? Por favor, nena. Oh, Dios, Elle. Ellos no valen tu vida. Me quedaré contigo, aquí mismo en tu mente. Piérdete en mí. Nena, por favor no les dejes apartarte de mí. Ámame lo bastante como para vivir.

Casi podía verle, las lágrimas en su cara, en su voz y mente, la frente presionada contra el mosaico de azulejos de sus ancestros. Las voces de sus hermanas alzándose alrededor de él, tenía que ser de ese modo, sosteniendo el puente, manteniéndolo fuerte, sin saber de su destino y que Dios la ayudara, tenía que seguir siendo así, porque nunca podría vivir sabiendo que ellas sabían lo que estos hombres le estaban haciendo.

Su aire se desvanecía. Se acababa. Tenía que tomar una decisión. Vivir o morir. Someterse al horror de esta degradación o matarse.

Vive por mí, Elle. Ámame lo bastante para vivir por mí. Dios sabe que no lo merezco, pero ámame lo suficiente como para creer en mí… en que iré a por ti, en que lucharé por ti con cada aliento de mi cuerpo, con cada habilidad que tengo.

Elle jadeó, arrastrando grandes tragos de aire a sus pulmones y Drako se empujó dentro profundamente, amordazándola.

La mano de Stavros fue de su cabello a la garganta, los dedos cerrándose como un grillete.

– Mírale, dulzura -ordenó Stavros, su voz baja casi sedosa-. Mírale a los ojos.

Su mirada saltó a la cara de Drako. Stavros sacó rápidamente un arma, empujó el cañón en el interior de la boca de Drako y apretó el gatillo. El cuerpo de Drako saltó y su sangre salpicó el suelo y las paredes. El cuerpo cayó al suelo ante las rodillas de ella. Elle gritó, pero no emergió ningún sonido.

Stavros le apretó los dedos alrededor de la garganta.

– ¿Entiendes ahora? ¿O debo traer a otro hombre? Porque yo puedo seguir con esto toda la noche. -Su mano se tensó, cortándole el aire mientras la sacudía-. Respóndeme. Dime que lo entiendes, porque no hay hombre en este mucho que esté a salvo sí te toca.

Ella asintió con la cabeza, con la cara cubierta de lágrimas.

– Nadie te toca. Nadie. Nunca. Si otro hombre se atreve a ponerte las manos encima, o su boca o su polla dentro de ti, haré que le maten. ¿Me entiendes, Sheena? ¿Está claro? No hay ningún lugar en este mundo al que puedas ir. Nadie con quien estar a salvo. Puedes quedarte de rodillas, suplicar perdón mientras ves como se pudre.

Le soltó la garganta y se marchó, dejándola con la sangre vertiéndose alrededor de ella en un charco espeso. Se oyó a sí misma gritar. Una vez que empezó ya no pudo parar.


****

Jackson oyó su propio grito ronco, y estampó el puño profundamente en el mosaico. El suelo se suavizó bajo su puño, absorbiendo su carne, permitiéndole golpear a través como si el suelo fuera gelatina y no algo sólido. Maldijo, una y otra vez, una cruel, firme e implacable diatriba en la que escupió cada término brutal que había aprendido en el bayou, los campamentos de moteros y el ejército.

Elle. Nena. Sé donde estás. Voy a por ti.

Golpeó el suelo de nuevo de pura impotencia, viendo el cuerpo roto y desgarrado de ella, sintiendo su alma destrozada. Él había sido prisionero de guerra, brutalmente torturado, su mente había estado fragmentada, igual que estaba la de ella. Las Drake le habían enviado sobrevolando el océano permitiéndole estar en su mente, en su cabeza, vivir sus experiencias y que Dios le ayudara, deseaba matar a alguien. Se encontraba de rodillas, luchando por no vomitar, sintiendo cada humillación, cada latigazo, sabiendo exactamente lo rota que se sentía. Él había estado allí, expuesto, brutalmente tratado y había sido la voz de ella la que había salvado su cordura. Elle.

Ella seguía gritando en su mente. Tenía que encontrar un modo de traerla de vuelta. Stavros estaba más cerca de quebrarla de lo que podía imaginar. Ella trataba de gatear hasta el interior de su propia mente y escapar. Jackson podía sentir que ya estaba parcialmente allí. Sus hermanas estaban agotadas y antes o después el puente entre ellos caería. Sólo el tremendo amor que sentían por su hermana las mantenía operando más allá del punto de cordura. Utilizar semejante cantidad de energía psíquica para cruzar un océano dejaría a las Drake incapacitadas durante horas, pero él tenía que quedarse con Elle tanto como fuera posible, al menos hasta que Stavros se aplacase y retirara el cuerpo. Jackson no se atrevía a apartar su mente de la de Elle ni siquiera un momento para advertir a las hermanas que tenía que seguir hablando con ella. Esperaba que pudieran ver por sus reacciones que era imperativo utilizar cada pizca de fuerza que tenían en mantener el puente.

Voy a seguir hablando contigo, nena. Concéntrate en mi voz y olvida todo lo demás a tu alrededor. No estás ahí. Estás conmigo.

Jackson. En el momento en que ella susurró su nombre, buscándole, necesitándole, extendiéndose en busca de fuerzas, de esperanza, el campo de energía ardió a través de su cerebro, una sacudida eléctrica que la hizo gritar de dolor.

Jackson sintió las lágrimas sobre su cara.

– ¡No! -suplicó con ella, hablando inconscientemente en voz alta al igual que en su mente. Aun se extendió hacia ella, intentando tocarla, dejarle sentirle. Tomó aliento e intentó recomponerse. No hables, Elle. No intentes alcanzarme. Solo déjame estar contigo así. El puente no va a durar, lo sabes. Tus hermanas te envían su amor y fuerza y ahora te tenemos. Aguanta por nosotros. Jonas está aquí. Ilya también. Matt y Alexandr estarán con nosotros. Sabes que iremos.

Sintió el estremecimiento en su mente, conocía sus pensamientos aunque ella permanecía en silencio. No quería que fueran. Tenía demasiado miedo de Stavros. Creía que los mataría… tal vez incluso encontraría y mataría a sus hermanas.

Él sacudió la cabeza. Conoces a Jonas. Me conoces. Has visto en mi interior, Elle. No soy fácil de matar. Ninguno de nosotros lo es. Toma aliento, nena, no mires al suelo. Mira por la ventana, a la tormenta. Nosotros te la enviamos, a través del océano, te encontramos y te enviamos una tormenta.

La sintió de nuevo y esta vez había determinación. Estaba reuniendo fuerzas y él contuvo el aliento sabiendo que se preparaba a sí misma para el dolor cuando enviara otro mensaje.

Stavros es psíquico.

Gritó de nuevo y Jackson saboreó la sangre en la boca de ella. El dolor le tumbó sobre los azulejos de nuevo. Una mano se deslizó sobre su frente, refrescando, aliviando el terrible dolor… aliviándoselo a ambos.

Poderoso. Tiene un hermano.

Cada vez que Elle proyectaba hacia él, la corriente ofensiva se incrementaba. Libby jadeó y apartó la mano de un tirón. Olieron el hedor a carne quemada. El puente vaciló.

– ¡No! -imploró Jackson-. Por amor de Dios, aguantad. -Elle basta. Perderemos el puente. Tienes que quedarte quieta. Sigue mirando por la ventana y simplemente déjame sujetarte entre mis brazos durante unos momentos. Porque las hermanas Drake estaban temblando bajo el terrible esfuerzo. Cuando llegue la siguiente tormenta, nena, estate preparada. Estaremos allí para recuperarte. Todos juntos seremos capaces de cortocircuitar el campo de energía.

Sintió la súbita conciencia de ella de Stavros y se quedó quieto, esperando con ella. Stavros no estaba solo el miedo palpitó a través de Elle, pero entonces sintió algo de la tensión desvanecerse. Ella reconocía al otro hombre. Un guardaespaldas.


****

Elle sintió a Jackson alejarse de ella y quiso llorar, alcanzarle y sujetarle en su interior. En vez de ello mantuvo las pestañas bajas, intentando acallar los sollozos que se le escapaban, intentando hacerse tan pequeña como era posible.

– ¿Qué demonios le has hecho? -exigió Sid-. Si vas a matarla, métele una bala en el cerebro, no la conviertas en un vegetal. -Arrancó una sábana de la cama y envolvió el cuerpo de Elle con ella, pateando una de las piernas de Drako fuera de su camino mientras le quitaba la cuerda de las muñecas-. Necesita un médico, Stavros. Está sangrando por la nariz, la boca y los oídos. ¿Sabes lo que significa eso? Hemorragia cerebral. Dijiste que ibas a retenerla, no a torturarla.

Stavros se apresuró hacia la cama mientras Sid la dejaba en ella. Elle rodó de costado y se acurrucó en posición fetal, intentando desparecer. Cualquier lugar donde la tocaban dolía. Su cabeza palpitaba de agonía. Su capacidad de pensar, de razonar, se desvanecía rápidamente.

– Sheena. -La voz de Stavros fue baja, casi una caricia-. Mírame, dulzura. Ahora todo irá bien. Te he perdonado y nadie te volverá a hacer daño. -Le acarició el cabello hacia atrás gentilmente, inclinándose para presionarle un beso en la sien-. No luches más conmigo, mi dulzura, deja que me ocupe de ti.

Sid le limpió amablemente la sangre de la cara con un trapo caliente.

– Llama a un médico, Stavros. Vas a perderla.

– Si estás seguro, pero tendrás que matarle después de que la vea.

– Págale como haces con todos los demás.

Stavros sacudió la cabeza.

– Nadie que sepa de ella puede vivir.

Sid se enderezó lentamente, su mirada fría como el hielo.

– ¿Por eso mataste a Drako?

– Tú no, Sid. -Stavros sonó genuinamente sorprendido-. Tú eres el único en el que puedo confiar. Drako murió porque me estaba traicionando con mi hermano. Hacemos negocios juntos pero no confiamos el uno en el otro. Por eso nunca hablo con él a menos que estamos aquí en esta isla. Es un fuerte psíquico, Sid, y desea poder. Odia que yo haya sido aceptado en el mundo y él eligiera una vida que le mantiene fuera de él. Pero le gusta su imagen y el miedo que inspira a todo el mundo.

Todo el tiempo mientras hablaba, Stavros acariciaba amablemente el cabello de Elle, sus manos casi tiernas mientras se movían a través de los sedosos mechones. Cualquiera que le mirara, por la expresión de su cara, habría pensado que estaba profundamente enamorado de ella.

– Líbrate del cuerpo, Sid. Y llama a un doctor. -Besó cada sien y la comisura de la boca de Elle-. No te preocupes, dulzura, yo me ocuparé de ti. -Sus dedos limpiaron las lágrimas que se deslizaban por la cara de ella-. Todo irá bien. Déjamelo todo a mí.

Загрузка...