El barco grande ancló algunas millas fuera del Mar Egeo. Un pájaro pequeño… un helicóptero… estaba posado sobre la cubierta esperando, camuflado, negro y muy maniobrable. Se movían hombres alrededor, cargando armas de forma tranquila y controlada. Unas pocas sonrisas y bromas, pero principalmente en silencio, caras sombrías, rayas de camuflaje oscuro cubriendo la piel, a juego con la ropa oscura.
Jonas examinó su reloj.
– Hasta ahora todo va según el horario. La primera tormenta acabó con su electricidad un ataque «relámpago» bien apuntado, y como se esperaba, el generador de emergencia se puso en marcha. Pero durante quince segundos, su barrera psíquica permaneció baja. Ilya lo comprobó. Volvió a estar en marcha tan pronto como el generador se encendió. Interceptamos su llamada a los electricistas y nuestros hombres estarán allí pronto. -Jonas estaba orgulloso de Hannah por eso. Ella había creado la tormenta y apuntado con precisión el rayo, logrando un blanco a la primera. Esa era su mujer… mortífera cuando hacía falta.
– Esta es su casa principal, su pequeño imperio, tanto dentro como fuera de la isla, ¿Se tragó la excusa de que la tormenta es demasiado peligrosa y los electricistas vendrían a la primera oportunidad? -preguntó Sarah. Se apoyaba contra la barandilla y miraba hacia la isla donde su hermana menor estaba siendo retenida prisionera. Su mano aferraba la barandilla con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos.
Jonas la rodeó con un brazo.
– Hannah mantiene los relámpagos golpeando cerca de su villa. Así que sí, se lo tragó. No te preocupes, cariño, recuperaremos a Elle. Sabemos lo que hacemos. Cada hombre de aquí es un buen amigo, entrenado en combate y rescate. No dejaremos ninguna evidencia atrás que él… ni nadie más… pueda rastrear hasta nosotros.
– Lo sé. -Había determinación en la voz de Sarah.
– Han llamado a los electricistas y nuestro primer equipo efectuará la entrada en unos minutos. Entrarán y Gratsos hará que los guardias les lleven al lado este de la isla donde está la central eléctrica. Cuatro buceadores se introducirán en el bote, lo cual harán siete hombres en la isla. El muelle principal está al sur con uno más pequeño en el lado norte. Esperamos tener suerte y que indiquen a nuestros hombres que utilicen el muelle principal. Llevarán a nuestros buceadores hasta territorio enemigo y los dejarán a corta distancia.
– ¿Podemos poner el helicóptero en el aire para protegerlos?
Jonas sacudió la cabeza.
– No podemos arriesgarnos. Si se han tragado los informes meteorológicos y hay relámpagos, nos irá bien. Y no veo por qué no iban a hacerlo.
Sarah le observó atentamente.
– ¿A quién envías para protegerlos?
Él maldijo para sus adentros.
– Va Matt. -Matt Granite era el prometido de Kate Drake y un demonio sobre ruedas en una lucha-. Él dirige el segundo equipo.
Sarah apoyó la cabeza sobre su hombro en busca de consuelo, cerrando brevemente los ojos.
– Odio esto. Que todo el que amamos se esté arriesgando, pero es por Elle. ¿Jackson te ha dicho algo?
Jonas sacudió la cabeza.
– No habla, pero ha vuelto a ser el hombre que solía ser antes de volver a casa conmigo. Más frío. Más irritable. Jackson es como Ilya, Sarah, y por mucho que respete a Ilya, no es un hombre fácil.
– Si estos hombres se dedican a la trata de blancas, me aterra pensar en lo que podría haberle ocurrido a Elle durante este mes.
Jonas apartó la mirada. Jackson lo sabía y su reacción había sido escalofriante. A cierto nivel Sarah no quería saberlo, era demasiado doloroso. Deliberadamente él miró hacia los camarotes.
– Hannah ha estado mareada la mayor parte del viaje. Debería haber hecho que se quedara en casa.
– Nos habría seguido.
Jonas hizo una mueca.
– Por eso no me molesté en darle la orden. Nunca escucha de todos modos.
Sarah sonrió por primera vez.
– Estoy segura de que eso no te sorprende. Libby está con ella y en verdad, la necesitamos. Ella puede comandar al viento como ningún otro; ni siquiera Ilya es tan hábil.
Jonas habría intentado detener a Hannah si se hubiera tratado de cualquier otro que no fuera su hermanita pequeña. Nada habría detenido a su esposa, embarazada o no. No con Elle prisionera y Jackson perdiendo la cabeza poco a poco.
– El equipo uno está en marcha. -La voz de Ilya resonó en su oído.
– Tenemos que irnos -anunció Jonas en voz alta-. Di a los demás que se preparen.
Hannah tendría que atraer la tormenta con fuerza y ellos tendrían que confiar en la habilidad de Ilya para mantener el helicóptero estabilizado en medio de los violentos vientos si iban a efectuar el rescate, porque no podían enviarlo más tarde a respaldar al equipo de rescate. Pero antes que nada, tenían que derribar el campo de energía con el que Gratsos se protegía a sí mismo.
Como si leyera sus pensamientos, Sarah hizo una pausa y se giró otra vez hacia él.
– Sabes, Jonas, cuando ese campo caiga, Gratsos podrá usar energía psíquica también. No le conocemos, no sabemos de lo que es capaz, así que tened cuidado.
Jonas le sostuvo la mirada y un estremecimiento le recorrió la espina dorsal.
– Vi a Jackson aporreando el suelo, medio enloquecido. Sea lo que sea lo que ese hombre le ha hecho a Elle, va a pagarlo, Sarah, de un modo u otro. Me importa una mierda lo psíquico que sea. Apostaría por ti contra él cualquier día de la semana. Multiplica eso por tus otras hermanas, y ese hombre no tiene la más mínima oportunidad.
Jonas se acercó a Jackson en el lugar donde éste estaba dando las instrucciones de último minuto al equipo que se dirigía al bote. Los tres hombres que se dirigían a la isla para «arreglar» el generador iban desarmados en un bote más pequeño. Conocía a estos hombres, buenos amigos dispuestos a arriesgar sus vidas para ayudar a Jonas y Jackson a recuperar a Elle. Iban a una zona de guerra sin más arma que sus cuerpos entrenados.
– El equipo dos irá justo detrás de vosotros -les aseguró Jackson, mirando a los cuatro buceadores, ya con el equipo de inmersión, agachándose en el bote-. Matt, tú y Tom tenéis que moveros rápido. Nuestros hombres estarán en peligro hasta que os ocupéis de sus guardias y les consigáis armas, y no tendremos a nadie en el aire hasta que nos deis la señal. -Jackson confiaba en el prometido de Kate Drake. Era un antiguo ranger de la armada, y Jonas y Jackson habían trabajado con él numerosas veces.
Los ojos de Matt eran fríos.
– Los tendremos cubiertos.
– Recordad, no dejamos nada ni a nadie atrás. Esto tiene que ser rápido y limpio. Entrar y salir. No creo que haya ningún civil aparte del ama de llaves y el paquete. -Jackson mantenía la mente lejos de Elle, era el único modo de poder funcionar. No iba a por su corazón y su alma, iba a en una misión de rescate y tendrían éxito-. El ama de llaves tiene que saber lo que pasa, así que si se cruza en nuestro camino, es un enemigo.
Jonas se aclaró la garganta.
– Eso no lo sabemos.
Jackson le lanzó una mirada.
– Todo el mundo en la isla es un enemigo excepto Elle. No arriesgamos a nuestros hombres por ninguna razón. -Su voz era implacable. Jonas asintió con la cabeza, sabiendo que Jackson era capaz de cualquier cosa en ese momento, incluyendo noquearle y dejarle con las mujeres.
Matt alzó la bolsa impermeable de armas y explosivos y se deslizó en el interior del bote. Su equipo, con trajes de neopreno y botellas de submarinismo se quedarían ocultos en el bote hasta que los cuatro buceadores fueran desembarcados justo antes de entrar en el campo de visión de la isla. Matt repitió las instrucciones, asegurándose de que su equipo entendía.
– Todos nadaremos hasta el muelle y nos separaremos -reiteró-. Tom y yo les abriremos paso a través de la isla hasta la pequeña central eléctrica y cubriremos al equipo uno. Nos ocuparemos de los guardias y armaremos a los nuestros antes de dirigirnos al muelle más pequeño del lado norte. Rick y Jack, vosotros os abriréis paso hasta el helipuerto. El equipo uno saboteará el generador de emergencia bajo la cobertura de la tormenta y después todos ayudaremos con los botes.
Jackson chocó el puño con él.
– Necesitaremos que proporcionéis tanta información como sea posible. Abriros paso hasta la posición tan pronto como saquéis los botes, para cubrir nuestra huída.
– Está hecho -le aseguró Matt-. La sacaremos, Jackson.
Jackson no quería pensar en «ella», ni en lo que podría ocurrir. No se atrevía a conectar con Elle hasta que todo estuviera en su sitio. Si ella creía que iban y algo salía mal, eso la aplastaría.
Jonas palmeó a Jackson en la espalda.
– Ha sido más rápido de lo que esperábamos, y las chicas están a la espera. En el momento en que des la señal, llamaremos a la tormenta. Ilya ya ha estado comprobando el campo de energía. Dice que es fuerte, pero podemos derribarlo bajo la cobertura de la tormenta.
– ¿Quién ha hecho el reconocimiento?
– Ilya -dijo Jonas, sabiendo que Jackson respetaba al hombre-. Al parecer Gratsos tiene un pequeño ejército propio. El único civil que vio fue un ama de llaves, pero obviamente alguien cuida de los terrenos. Mapeo tanto como pudo de la casa. Es de cristal, lo cual le dio una vista bastante buena del piso inferior, pero no pudo ver mucho del segundo piso, ni de como está diseñado. Entraremos a ciegas.
Jackson embutió pequeños cuchillos en los lazos de su cinturón.
– La sacaré.
Jonas dejó escapar el aliento. Jackson había estado diferente… más duro, más frío… desde que había tenido ese ataque de locura el suelo en la casa Drake. Cuando habían perdido el puente, se había vuelto loco, maldiciendo, luchando, listo para matar. En absoluto el hombre frío al que Jonas había llegado a conocer a lo largo de los años. Había estado temblando, y, que Dios les ayudara a todos, llorando auténticas lágrimas, sus manos cerradas en puños y aporreando el suelo. Afortunadamente, la casa había reconocido a Jackson y de algún modo había amortiguado esos tremendos puñetazos. Pero después se sentó sobre los antiguos azulejos y se meció adelante y atrás, cubriéndose la cara con las manos, los sonidos que provenían de él eran arrancados de su alma.
Jonas y los demás hombres habían tenido las manos ocupadas intentando revivir a las hermanas Drake, llevándolas a la cama, sirviéndoles té. Ilya, incluso en su débil estado, había intentado reparar el daño infringido en la mano de Libby donde ella había intentado sanar a Jackson y Elle de las quemaduras eléctricas en sus cerebros. Había sido un desastre, pero Jackson había sido el mayor desastre de todos.
Cuando finalmente había recuperado la cordura, había mirado a Jonas con ojos fríos y fantasmales.
– Vamos a por ella inmediatamente y necesitaremos a cada uno de nuestros amigos. Llámales, Jonas, diles que es personal y que me lo deben. Dile lo que te de la gana al jefe de ella. Ni una palabra. Ni un susurro. No queremos a la ley. Vamos a extraerla y va a ser tan sangriento que tendremos que salir del país inmediatamente.
– Ataque por sorpresa sin dejar rastro -estuvo de acuerdo Jonas.
– No podemos dejar ningún rastro atrás. Eso significa que nada de cuerpos. Nada que pueda ser rastreado.
Entonces Jonas había mirado a Jackson y comprendido que había vuelto… el mismo hombre que no era un hombre, el que había vuelto de los campos de prisioneros, la misma concha que una vez fue, sin nada más detrás que voluntad y hierro. En ese momento, con esa mirada, Jackson cambió a Jonas. La mirada de sus ojos barría la sensación de bien y mal. No había ningún bien, sólo estaba la misión con un único resultado posible. Él sabía lo que era eso; sabía cómo llevar a cabo misiones. Iban a necesitar armas e iban a necesitar hombres.
– Nuestros chicos vendrán, sabes que lo harán. Todo aquel al que llamamos amigo, todo el que nos lo deba. No se encontrará ni rastro de que ninguno de nosotros haya estado allí. -La mirada de Jonas sostuvo la de Jackson-. La sacaremos igual que siempre lo hacemos… juntos.
Jonas nunca olvidaría la mirada que Jackson le dirigió. Cualquier amabilidad que Jackson hubiera aprendido durante el último par de años mientras había vivido en Sea Haven, desapareció en ese instante. Jackson había vuelto a ser remoto, distante y raramente hablador, su boca seria, sus ojos fríos. Limpiaba sus armas con frecuencia y practicaba el tiro y el lanzamiento de cuchillos. Desmontaba y montaba su rifle cientos de veces hasta que sus manos eran un borrón mientras lo hacía, y siempre practicaba con los ojos vendados.
Jackson dio la espalda a Jonas y al aspecto de su cara, una mezcla de preocupación y pesar. No tenía tiempo para tranquilizar a su amigo… de todos modos no hubiera podido. Algo dentro de él apenas había empezado a derretirse cuando se había helado hasta el punto glaciar otra vez. Elle importaba. Era lo único que importaba… la única que importaba en ese momento… y no había forma de suavizarlo, o fingir otra cosa. Estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta por recuperarla. Moriría si era necesario… o mataría. Y estaba completamente preparado para matar a un montón de gente… a todo el que se cruzara en su camino.
Nunca se sacaría esas imágenes de su cabeza… jamás… de Elle desnuda, su piel cubierta de laceraciones ensangrentadas, magulladuras hinchadas marcando su suave piel. Peor aún, su mente brillante destrozada, su espíritu casi roto. Deseaba… no, necesitaba… perseguir y matar a los animales que le habían hecho eso. No había espacio para nada más en su mente y su corazón. La recuperaría y encontraría una forma de sanarla. Ella se las había arreglado para recomponerle y él encontraría la forma de hacer lo mismo por ella.
La radio en su oreja crujió.
– Dile a Hannah que levante el viento -entonó la voz de Matt-. Nos aproximamos a la isla. El equipo dos está entrando en el agua y el equipo uno va a ser condenadamente vulnerable.
Matt deslizó su auricular en un contenedor a prueba de agua y esperó mientras los demás miembros de su equipo entraban en el agua. Miró a los tres que quedaban.
– No os hagáis los héroes. Si no os dejan entrar en la isla, mostraos de acuerdo en marcharos inmediatamente. Estos chicos son de gatillo rápido. No tenemos ningún infiltrado entre ellos.
– Sí, sí, Mamá -respondió Kent Bastion-. Seremos buenos.
Los tres hombres se miraron unos a otros y bufaron de risa. Matt sacudió la cabeza y se dejó caer hacia atrás en el mar. Nadó lejos del bote, dándole ventaja y el bote procedió en dirección a la isla. Miró al cielo. Ya podía sentir la diferencia. El tiempo empezaba a deteriorarse, el viento se levantaba, las oscuras y pesadas nubes hervían coléricamente.
Hizo una señal y su equipo se sumergió, nadando la distancia que quedaba para evitar ser detectados. Se movieron con rapidez, sabiendo que Kent y sus hombres, James Berenger y Luke Walton, no tendrían armas si algo iba mal. Tardaron más de lo que le hubiera gustado, y Matt fue consciente de cada momento en que sus compañeros estuvieron sin apoyo. El necesario viento de Hannah, atraído para ayudar al equipo al final les estaba demorando ya que las olas crecían y la corriente submarina se hacía más fuerte. Sabía que el primer equipo habría convencido a los guardias de que la tripulación de mantenimiento habitual se había ido a pasar la noche a causa de la tormenta y que ellos habían sido enviados en su lugar.
Jonas estaba preparado para interceptar otra llamada telefónica si hacían alguna pregunta. Afortunadamente, el padre de Kent era griego. Esa era una gran parte la razón por la que le habían elegido para la tarea. No solo tenía el físico necesario, hablaba el idioma fluidamente y tenía reputación de abrirse paso hablando en cualquier situación.
Matt envió una plegaria silenciosa para que entretuvieran a los guardias hablando hasta que pudieran llegar allí y dar apoyo a los tres «electricistas». Cuando se aproximaban a las rocas, indicó a Rick y Jack que se separaran y se abrieran paso hasta el helipuerto. Tom le siguió a tierra, donde se quitaron los trajes de neopreno en silencio, los empaquetaron en la bolsa que habían traído para asegurarlos y llevárselos con ellos cuando se marcharan. Se había puesto un pequeño detonador en la bolsa como precaución. Si no podían recuperarlo, volaría en pedazos tras la partida. Colgándose armas al hombro y alrededor de la cintura, cogieron la bolsa con las armas del equipo uno. Matt y Tom echaron a correr a través de las sombras intentando encontrarse con el otro equipo, que había tenido unos buenos veinte minutos por delante de ellos y viajarían en un vehículo.
La villa estaba en el lado oeste con la central eléctrica más allá hacia el este. El bote había atracado en el lado sur, así que cuando nadaban hacia la costa, se habían dirigido justo hacia el sudoeste, cortando la distancia que tenían que correr tanto como era posible. El viento les golpeaba en ráfagas, aunque Matt tenía que concedérselo a Hannah… dirigía el viento en ángulo para ayudarles a ganar velocidad, en vez de ser un obstáculo. Siempre le había asombrado la habilidad de Hannah y su precisión cuando enviaba o llamaba al viento. Y Kate… su corazón dio un vuelco sólo de pensar en su callada y nada aventurera prometida… era una mujer con un cordón de acero recorriendo su espina dorsal, alguien que permanecía a su lado, no caminaba detrás de él. Cada una de las hermanas Drake darían todo lo que tenían, todo lo que eran, por recuperar a su hermana menor.
Matt se colocó el auricular, comentando mientras él y Tom maniobraban alrededor de los guardias.
– Desde este ángulo puedo ver a dos hombres en el tejado de la villa. No están en absoluto alertas, en realidad el viento les está neutralizando, pero podría haber más. Dos en el lado sur, entre las rocas, pero moviéndose hacia terreno más alto ya que las olas suben de altura y fuerza. -Dio las coordenadas, sabiendo que Jackson y Jonas estarían mapeando la posición de cada guardia a medida que llegaba la información.
– Tenemos patrullas rotativas -siseó Tom y se agachó entre las sombras.
Matt se dejó caer con él, tendido bocabajo, con el arma en el puño mientras observaba al vehículo y los guardias pasar lentamente, iluminando con focos el afloramiento de rocas y al interior de los arbustos. Contó los segundos, cada uno sincronizado con un latido de su corazón, a cada momento que pasaba se incrementaba el riesgo para los tres hombres que estaban siendo conducidos a la mini central eléctrica.
Estaba de pie y corriendo en el momento en que el vehículo salió fuera de la vista. Permaneciendo en las sombras, pero incrementando su velocidad sobre el terreno accidentado, evitando el cuidado camino al que sabía las patrullas itinerantes probablemente se limitarían en medio de la tormenta. Las olas rompían sobre las rocas a medida que la tormenta empezaba lentamente a ganar fuerza. Si Gratsos tenía algún talento psíquico, las Drake tenían que ser cuidadosas, utilizando sólo un suave toque y haciendo la tormenta tan natural como era posible para que él no pudiera sentir una oleada repentina. Matt no sabía muy bien como funcionaba, pero Kate decía que podía sentir el roce de energía psíquica cuando ésta era utilizada.
La central eléctrica se erguía delante, una pequeña estructura tras una valla de alambre. La verja estaba abierta, con un vehículo aparcado junto a la puerta abierta. Tom y Matt se deslizaron dentro de la valla y se abrieron paso hacia la puerta. Tom cogió el pomo y esperó hasta que Matt estuvo en posición antes de abrir la puerta para que Matt pudiera deslizarse dentro, con el arma lista en la mano mientras Tom le cubría. Comprobó inmediatamente la zona, avanzando para dar paso a Tom y cubrirle. Avanzaron en formación estándar comprobar-y-despejar mientras se movían a través de las filas de cables hasta que oyeron el sonido de voces.
– Sí, señor Gratsos -dijo la incorpórea voz masculina-, me dicen que quieren marcharse de todos modos. El tiempo está empeorando y temen quedarse atrapados aquí. Nuestros trabajadores habituales no están disponibles, ya se habían ido a casa anticipando la tormenta.
Hubo un corto silencio y luego el guardia suspiró pesadamente.
– Por supuesto, señor Gratsos, les registramos. No llevan armas.
Siguió otro silencio, éste no tan breve como el primero.
– Hay tres porque uno está sirviendo de aprendiz. -El guardia luchaba por mantener la exasperación fuera de su voz-. Sí, señor. Haremos el trabajo rápido para adelantarnos a la tormenta. -Su voz bajó-. Puede que tengamos que alojarlos esta noche.
Matt se arrastró alrededor de las hileras del techo al suelo, confiando en que Tom se ocupara del guardia cuando terminara la conversación con Gratsos. Todo su ser estaba concentrado en la seguridad del equipo uno. Los tres hombres estaban de cara a él, con los dedos entrelazados detrás de las cabezas, pareciendo absolutamente indignados. Kent parecía especialmente molesto, sus cejas estaban juntas mientras fulminaba con la mirada al guardia que daba la espalda a Matt.
– Podemos marcharnos -exclamó-. Esto es una mierda.
– Paciencia. -El guardia parecía aburrido-. Está comprobando vuestras IDs.
Kent miró a los otros dos.
– ¿Qué cree que planeamos hacer? ¿Robar con tantos guardias alrededor?
Algo pesado cayó al suelo en la dirección del guardia que estaba hablando con Gratsos.
– Despejado -confirmó la voz de Tom en la oreja de Matt.
Matt se aclaró la garganta. El guardia que apuntaba su arma al equipo uno se dio la vuelta, su dedo tensándose sobre el gatillo instintivamente. Matt le disparó.
– Vamos. Tenemos que desactivar el generador.
Elle se esforzó por abrir los párpados, obligándose a tomar cortos y superficiales alientos para aliviar el dolor de su cuerpo. Había intentado advertir al doctor que habían traído, y eso le había ganado otra paliza. No había salvado al médico. No había salvado a nadie… y mucho menos a sí misma. Estaba segura de que Stavros podría haberla matado… estaba rabioso por su resistencia… si no hubiera sido por Sid. El guardaespaldas una vez más se había entrometido y la había salvado, aunque no estaba segura de por qué. Había visto el aspecto de su cara, y por un momento había pensado que podría realmente matar a su jefe cuando, oyendo sus gritos, había irrumpido en la habitación, arriesgando su propia vida.
Stavros mataba fácilmente, aunque se negó siquiera a discutir con Sid cuando éste había intervenido. Se había marchado, temblando de furia, pero aún así, había dejado a Sid para recoger los pedazos, confiándosela al guardaespaldas cuando ni siquiera había permitido a su propio hermano ponerle un dedo encima. Sid había sido amable, lavándola, comprobando sus costillas, susurrándole en ruso, diciéndole que dejara de luchar, que simplemente aguantara, esperara. ¿Esperar qué? Ni siquiera tenía ya una sensación de tiempo.
Elle se había preguntado un millón de veces si había soñado la voz de Jackson. Si algo había sido real. Todo a su alrededor parecía nebuloso y lejano. ¿Qué la había sacado de su semi estupor, una urgente sensación que no la dejaba en paz? No quería sentir en realidad, ni pensar; quería volver a deslizarse en ese lugar donde nadie podía tocarla. Pero… giró de cara a la larga pared de cristal y miró hacia el mar.
El viento golpeaba contra el edificio, alzando un chillido y después retrocediendo, solo para volver con plena fuerza, golpeando, una y otra vez. El aliento se le quedó atascado en la garganta. El viento. Vigila el viento. Intentó sentarse y descubrió que no podía moverse. Tiró experimentalmente de las esposas de sus muñecas. La había atado a la cama. Stavros ni siquiera necesitaba una razón; quería que ella supiera que existía por su antojo… que fuera lo que fuera lo que escogiera hacer, lo haría, y ella estaba impotente. Le dejaba claro su punto de vista con frecuencia. Estaba cansado de su resistencia, y en verdad, a ella también la cansaba.
Miró hacia el cristal de nuevo, humedeciéndose los labios secos. ¿Había venido Jackson? ¿Habían enviado sus hermanas el viento para decirle que iban a por ella? No se atrevía a esperarlo. Una sensación inquietante se arrastró hacia abajo por su espina dorsal y supo sin girar la cabeza que Stavros había entrado en la habitación. Permitió que su cabeza cayera hacia atrás sobre la almohada y se preparó a sí misma para su tacto.
– Pensé que la tormenta podría ponerte nerviosa. -Su voz era tan solícita que se preguntó, no por primera vez, si realmente se creía enamorado de ella. Y si lo hacía, era un tipo enfermizo de amor-propiedad del que ella no quería formar parte.
– Es un poco inquietante -admitió, sorprendiéndole. Los ojos de él se abrieron de par en par ante su respuesta. Ella raramente respondía a nada que él dijera o hiciera, su única forma real de mantener un control.
Stavros parecía complacido. Inmediatamente, como para recompensarla, cruzó hasta su lado y se inclinó para rozar un beso sobre su boca. Elle se obligó a no apartar la cabeza. No respondió, pero le dejó ganar sus labios de nuevo, una gran victoria para él.
– ¿Me has echado de menos?
Tragó la bilis que se alzaba.
– Me sentía sola. -Giró la cabeza hacia el cristal-. Y el viento…
– No te preocupes, dulzura. Esta casa es una fortaleza. Nada la destruirá.
Sería mejor que su barrera psíquica nunca cayera, porque si lo hacía, ella echaría abajo esta casa y todo lo que había en ella.
– Tengo que utilizar el baño. -Odió ruborizarse cuando lo dijo. A él le encantaba la humillación de que tuviera que pedir permiso. Algunas veces la hacía «pedirlo apropiadamente»… diciendo «por favor» y agradeciéndoselo después, incluso cuando él permanecía en la habitación con ella. Nunca había detestado más a alguien en su vida. Al menos no era tan patética que no podía odiar a su captor.
– Por supuesto, Sheena. -Sus manos fueron gentiles cuando le quitaron las esposas de las muñecas-. Buena chica. -Sonrió, frotándole las magulladuras de la piel-. Esta vez no has luchado y te has estropeado la piel.
Sólo porque había estado inconsciente, o dormida… ya no podía decirlo. Elle miró otra vez fijamente por la ventana, intentado no tener esperanzas, obligándose a no extenderse para ver si Jackson o sus hermanas estaban cerca.
– ¿Te dan miedo las tormentas? -Stavros le abrió las esposas de los tobillos y le frotó las piernas, sus dedos se demoraron sobre las heridas.
Elle tomó un aliento y lo dejó escapar, permitiéndole ver lo frágil y vulnerable que se sentía. Si le inducía una falsa sensación de seguridad, podría conseguir de él casi cualquier cosa. Asintió con la cabeza.
– Intento que no sea así. Sé que es una tontería.
Probablemente este fuera el mayor intercambio que había tenido con él desde que la había tomado prisionera. ¿Hacía cuanto? No lo sabía, pero le parecía que él se había convertido en su vida entera.
Stavros la ayudó a sentarse, sujetándola cuando se tambaleó un poco, todavía aferrada a la sábana que cubría su cuerpo.
– Te he dicho que no seas modesta conmigo -le recordó él-. Me gusta mirar tu cuerpo.
Involuntariamente tensó el agarre sobre la sábana. Ante su mirada de molesta impaciencia, hizo otro intento de jugar con su ego.
– No me siento muy atractiva ahora mismo. Mi cabello está enmarañado y me sobresalen los huesos. -Siempre había sido delgada, pero ahora parecía un espantapájaros-. El médico dijo… -Se interrumpió, apartando la mirada de él-. No me gusta que me veas así.
– Eres hermosa, Sheena. El médico no sabe de qué está hablando. Has estado enferma, eso es todo. -Stavros tiró de la sábana hasta que ella a regañadientes la dejó caer, y después la ayudó a pasar las piernas por un lado de la cama.
La habitación giró por un momento. Estaba más débil de lo que creía. Esperó a que el mundo se enderezara y dio un paso en posición vertical sobre el suelo, apoyándose en Stavros un poco más de lo que quería. Él le envolvió los brazos alrededor de la cintura y la ayudó a caminar hasta el baño. El viento golpeó con fuerza contra la pared de cristal y Elle saltó, girándose para mirar sobre el hombro hacia el cielo oscurecido. Las nubes giraban, azotando alrededor, formando imágenes lentamente, robándole el aliento. Largos cabellos soplado salvajemente al viento, seis caras inequívocas, mirando a derecha e izquierda, buscando… buscando.
El aliento de Elle quedó atascado en su garganta. Quería acercarse a la larga pared de cristal, no alejarse de ella. Podía sentir su mente buscando esas caras. Miradme. Estoy aquí. Pero no se atrevió a utilizar la telepatía, no con la barrera alzada y Stavros en la habitación. Sólo pudo contener el aliento y rezar para que pudieran verla… sentirla. Las caras se giraron casi como una, con los ojos abiertos de par en par y agudos, atravesando el velo de la tormenta, los cabellos arremolinándose alrededor en las nubes, mientras sus hermanas la miraban. Y ella las miraba a ellas.
Elle sentía cada latido inequívoco en su cuerpo como un tambor sonando en su cabeza. Sentía cada latido como un trueno batiendo en el cielo. No había error, eran sus hermanas. Se derrumbó contra Stavros, sus rodillas se doblaron de alivio. Ardieron lágrimas tras sus párpados. Habían venido a por ella. No era su imaginación. Quiso llorar y reír al mismo tiempo. En vez de eso se obligó a experimentar la humillación de utilizar el baño con Stavros observando cada uno de sus movimientos. La enfermaba que necesitara semejante control sobre ella, que disfrutada de su pequeño y mezquino poder. Se lavó cuidadosamente y se abrió paso de nuevo hasta la habitación.
– ¿Puedo sentarme unos minutos? -Se estremeció, fingiendo frío, cuando era pura excitación-. Lo paso mal tendida en la cama cuando el viento es tan fuerte.
Ella nunca pedía concesiones y Stavros era todo sonrisas, sus ojos oscuros se deslizaban sobre ella con evidente placer mientras la escoltaba galantemente hasta las sillas profusamente acolchadas y la posaba en una de ella, recuperando una manta para arroparla.
Ella sonrió pálidamente.
– Gracias.
Un rayo iluminó el cielo y bañó los terrenos. La lluvia comenzó a salpicar contra el cristal en grandes gotas gordas. Lágrimas. Sus hermanas lloraban por su alma destruida. El pensamiento llegó inesperado, pero una vez lo tuvo, supo que era verdad. No quedaba nada de la Elle que había abandonado su casa tantas semanas atrás. Había desaparecido y quien había quedado en su concha vacía de un cuerpo estaba perdida.
– ¿Tan difícil es, Sheena? ¿Pedirme ayuda?
Bajó los ojos y sacudió la cabeza, acobardada por dentro por tener que jugar a este asqueroso juego. Quería pensar en ello como solía hacerlo, su personaje encubierto siendo más listo que su presa, pero ya no se sentía fuerte y al mando. No era fuerte. Puede que nunca volviera a serlo. Siguió mirando por la ventana, sin desear ver la cara apuesta de Stavros. Él era el diablo encarnado, y solo mirarle la llenaba de miedo. Creía que era invencible y la asustaba pensar en que pudiera poner las manos sobre sus hermanas.
– Sheena. -Su voz ronroneó suavemente y la llenó de terror-. Mírame.
No era posible que estuviera leyendo su mente, la energía psíquica estaba en su lugar. Ella siempre podía sentir el zumbido bajo, hiriente en su cabeza. Se obligó a apartar la vista de la esperanza que traía la tormenta, encontrar la mirada de sus ojos oscuros y fríos.
– Ves, mi dulzura, vivir no tiene que ser difícil, si solo haces lo que te digo. -Stavros extendió los brazos para abarcar la habitación-. Puedes vivir una vida hermosa y privilegiada aquí conmigo, teniendo nuestros hijos, teniendo cualquier cosa que quieras.
– ¿Por qué yo, Stavros? No soy como las demás mujeres con las que sueles estar. -En absoluto alta y hermosa, solo lo bastante intrigante para captar su atención y ser invitada a sus fiestas. No era una de las rubias esculturales que él parecía preferir.
Stavros se tomó su comentario como una súplica de tranquilidad.
– ¿Es eso lo que te preocupa, dulzura? ¿Que no vas a retener mi atención?
Su estomago dio un vuelto. La última cosa que quería era retener su atención. Obligó a su mente a continuar. Era tan difícil pensar, pero si podía simplemente encontrarse con él sentado a cierta distancia, sin tocarla, podría esperar una señal. Oh, Dios. Podía esperar a que el campo de energía cayera. Eso es lo que tenían que estar haciendo… derribar el campo de energía. Su corazón saltó con expectación. Stavros lamentaría amargamente haber posado una mano sobre ella si el campo caía.
Elle miró al hombre, esperando que no pudiera ver cuanto le odiaba. Se obligó a encoger casualmente los hombros, buscando las palabras correctas para apelar a su enorme ego.
– Tú pareces el príncipe de un cuento de hadas, y no finjas que no lo sabes. Cada crítica sobre ti te describió como lo que eres, y mira al espejo. Yo no soy ninguna princesa.
Stavros se inclinó hacia ella, pareciendo más complacido que nunca.
– Eres exótica, Sheena, una joya muy rara. Y yo sé de joyas. He buscado por todo el mundo una mujer como tú.
Tenía esa cualidad ronroneante en la voz de nuevo, pretendiendo hipnotizarla. Le recordaba a una cobra hipnotizando a su presa. Suprimió el estremecimiento y arrastró la manta más a su alrededor. Elle agradeció a sus hermanas el viento que golpeó contra la villa con fuerza, atrayendo su mirada naturalmente para poder apartarla de esos ojos vigilantes.
– No lo soy, Stavros -susurró y la vergüenza en su voz era auténtica esta vez-. Soy débil. Debería haber sido capaz de mantenerme en pie ante ti, tener orgullo. Me siento como si hubiera fracasado en alguna prueba que me has puesto.
Se frotó el borde de la manta contra la boca temblorosa. Deseaba ir a su casa… pero su casa ya nunca sería la misma… porque ella no era la misma. Ya no era Sheena MacKenzie o Elle Drake. Ya no sabía quién era. Sus sienes latían y el constante dolor de cabeza le recordó que ya casi había quemado su talento luchando contra el campo de energía. ¿Qué le quedaba? Despojada de todo lo que era, todo lo que sabía sobre sí misma, se sentía tan vacía como una cáscara sin nada dentro.
– Cariño, esto no era ninguna prueba para ti. Nunca hubo necesidad de probarme que eras lo bastante fuerte o lo bastante digna.
No para él. Nunca para él. Ser una Drake. Pasar su legado a siete mujeres. Ser lo bastante fuerte para guiarlas a lo largo de los años venideros en las cosas que tendrían que aprender para esgrimir semejante poder. Había tenido poder toda su vida, entrenando, su cuerpo y mente en forma, y aún así ahora, ante la primera prueba real, había fallado a sus seis hermanas, sus seis hermanas y a cada mujer Drake que había nacido antes de ella.
Estaba rota y no había forma de arreglarlo. Incluso si se las ingeniaban para sacarla de la isla y alejarla de Stavros, nunca se lo sacaría de su mente, o su tacto del cuerpo. Él había logrado lo que se proponía y la había cambiado para siempre.
Elle sacudió la cabeza y se echó hacia atrás la maraña de brillante cabello rojo. Odiaba su cabello porque él pasaba los dedos a través de él constantemente. Envolvía el puño alrededor y le tiraba de la cabeza hacia atrás, obligándola a hacer su voluntad una y otra vez. No había parte de ella que sintiera limpia, ni parte que ella que sintiera suya. Él había hecho eso. Stavros. Incluso con el viento salvaje golpeando la villa y sus hermanas cerca, sentía terror de él. Parecía invencible. Ella mantuvo la cabeza baja, no queriendo que él viera su derrota absoluta a sus manos.
– Sheena. -Su voz era engañosamente amable, compeliéndola a mirarle, con el corazón en la garganta-. Deseo tu obediencia. Tendrás que vivir aquí, por supuesto, pero haré del tuyo un mundo increíble. Tendremos nuestros hijos y nuestro hogar lejos de todos. Serás protegida al igual que nuestros hijos. Aquí, donde puedo asegurar que ninguna influencia exterior afecte adversamente nuestras vidas.
Sonaba tan razonable. No pudo evitar preguntarse, con ella sentada allí desnuda, envuelta solo en una manta, magullada y con marcas de latigazos cruzando su cuerpo, cómo podía sonar tan cuerdo y razonable.
– Me golpeas.
Los párpados de él titilaron y el corazón de Elle saltó, temiendo haberle empujado demasiado lejos. Estaban tan al límite, un equilibrio, intentando mantener una semblanza de control cuando en realidad no tenía ninguno. El control era una ilusión.
– Te castigo, sí, porque malinterpretas lo que quiero de ti. Deseo obediencia, Sheena. Me ocuparé de cada una de tus necesidades, me ocuparé de tus apetencias y deseos, incluso de aquellos que no sabes que tienes, pero a cambio, necesito que te entregues completamente a mí. Cuerpo y mente totalmente a mi cuidado. Mis apetencias y deseos siempre serán tu primer pensamiento.
Como una esclava. Como las mujeres que su hermano había robado y metido en sus cargueros para vender a una vida de infierno. Sintió la resistencia manar a través de su mente y luchó por resistirse al uso natural de poder. No necesitaba que la golpeara de nuevo. El aliento abandonó sus pulmones en una ráfaga deliberadamente larga y asintió con la cabeza.
– Creía que me estabas poniendo a prueba, poniendo a prueba mi fuerza.
Se estremeció bajo la manta y miró de nuevo al cielo… a las nubes. ¿Había sido su imaginación? ¿Su mente le jugaba malas pasadas? Las nubes parecían como enormes calderos hirvientes, el brebaje ancestral de una bruja, enturbiándose y arremolinándose más y más oscuro mientras giraba. La lluvia azotaba el cristal, oscureciendo la habitación incluso más. Esperaba que ocultara su expresión y el terror que crecía en su interior.
Stavros había sabido que ella era psíquica… por eso la había querido… no a causa de ninguna atracción por ella, sino porque quería hijos de ella. Esa era la razón de que no hubiera permitido a su hermano acercarse a ella. Cerró los ojos y enterró la cara en la manta. Ya podía estar embarazada. Era posible… probable incluso… que un niño viviera ya en su interior.
– ¿Sheena? -Stavros abandonó su asiento y se acercó a ella, deslizando una mano entre la maraña de cabello. Odiaba eso. Odiaba que le tocara el cabello. Odiaba estar sentada, temblando, esperando a que él decidiera lo que podía o no podía hacer. Ya recibiera dolor o placer, lo odiaba viniendo de él.
Las luces se oscurecieron, parpadearon y oyó como él inspiraba velozmente. La cabeza de Elle se alzó de un tirón, el triunfo apresurándose a través de ella, la adrenalina vertiéndose en sus venas, llenándola, dándole fuerzas. Podía sentir el campo de energía vacilando, el ruido en su cabeza retrocediendo y el poder rezumando.
Elle echó hacia atrás la manta y medio se levantó. Stavros todavía tenía la mano enredada en su cabello y tiró de ella hacia atrás y abajo, tirándola al suelo. Agachado sobre ella, con ojos de maníaco, su otra mano rebuscó en el bolsillo y sacó una jeringuilla, quitando la capucha de la aguja con los dientes. Elle luchó con él, pero estaba arrodillado sobre ella, empujando una rodilla duramente contra su estómago mientras enterraba la aguja en su cuello y presionaba la jeringuilla. Casi inmediatamente el mundo empezó a desvanecerse, los bordes se ennegrecían más y más.
Stavros se inclinó sobre ella.
– Te encontraré, Sheena, y mataré a todo y todos los que amas. No hay ningún lugar donde puedas esconderte de mí. -Su boca se aplastó contra la de ella, separándole los labios, mordiéndola con fuerza, desgarrando la suave carne deliberadamente.
Compasivamente la negrura se extendió hasta que no pudo oír, sentir ni ver nada en absoluto y simplemente dejó que la oscuridad la tomara.