5 de marzo de 1997, 7.20 horas.
Nueva York
La combinación de vino barato y falta de sueño retrasó el pedaleo matutino de Jack hasta el trabajo. Acostumbraba llegar a la sala de identificaciones del Instituto Forense a las siete y cuarto. Pero cuando salió del ascensor en la primera planta del depósito de cadáveres, descubrió que ya eran la siete y veinticinco, y eso le molestó. No es que llegara tarde, pero a Jack le gustaba mantener a rajatabla su horario. Había aprendido que la disciplina en el trabajo era una de las formas de evitar la depresión.
Lo primero que hacía al llegar era servirse una taza de café de la cafetera común. Hasta el aroma parecía surtir un efecto benéfico, que Jack atribuía a un condicionamiento pavloviano.
Bebió el primer sorbo. Era el maná. Aunque él mismo dudaba de que el efecto pudiera ser tan rápido, tuvo la impresión de que el leve dolor de cabeza de la resaca comenzaba a desvanecerse.
Fue al encuentro de Vinnie Amendola, el asistente que empalmaba el turno de noche con el de día. Como de costumbre, estaba sentado detrás de uno de los escritorios de metal característicos de la administración pública. Tenía los pies sobre un extremo de la mesa y la cara oculta detrás del periódico de la mañana.
Jack dobló un extremo del periódico para dejar al descubierto las facciones italianas de Vinnie. Este rondaba los treinta y, a pesar de su lamentable forma física, era apuesto.
Jack envidiaba su poblada cabellera morena. En el último año, Jack había notado que su pelo castaño con hebras de plata comenzaba a ralear en la coronilla.
– Eh, Einstein, ¿qué dice el periódico sobre el incidente del cadáver de Franconi? -preguntó Jack. El y Vinnie trabajaban juntos con frecuencia, y cada uno de ellos apreciaba el ingenio, la petulancia y el humor negro del otro.
– No lo sé -repuso, procurando arrancar su amado periódico de las manos de Jack. Estaba enfrascado en el informe del partido de baloncesto de los Knicks de la noche anterior.
Jack arrugó la frente. Vinnie no era ningún genio académico, pero sí una autoridad en sucesos de actualidad. Leía el periódico desde la primera hasta la última página a diario y memorizaba la información con impresionante exactitud.
– ¿No sale nada al respecto? -preguntóJack.
Estaba desconcertado. Había supuesto que los periodistas se cebarían en el bochorno que suponía para el gobierno la desaparición de un cadáver del depósito. Los errores burocráticos eran el tema favorito de los medios de comunicación.
– Yo no he visto nada -respondió Vinnie.
Tiró del periódico y, en cuanto lo recuperó, volvió a esconder la cara tras él.
Jack meneó la cabeza. Estaba verdaderamente sorprendido y se preguntó qué habría hecho Harold Bingham, el jefe del instituto, para ocultar semejante noticia a la prensa.
Pero cuando estaba a punto de darse la vuelta, vio los titulares: La mafia burla a las autoridades. El subtítulo rezaba:
"La familia de Vaccaro asesina a uno de los suyos y luego roba el cadáver ante las propias narices de los funcionarios municipales."
Jack arrancó el periódico de manos de Vinnie. Este bajó los pies de la mesa y pateó en el suelo.
– ¡Eh! ¿Qué haces? -protestó.
Jack dobló el periódico y lo levantó ante los ojos de Vinnie, obligándolo a mirar los titulares.
– Acabas de decir que la noticia no salía en el periódico -dijo Jack.
– No he dicho que no saliera -replicó Vinnie-, sino que no la había visto.
– ¡Joder! Está en primera página! -exclamó Jack, señalando los titulares con la taza de café.
Vinnie extendió una mano para recuperar su periódico, pero Jack se lo impidió.
– ¡Vamos! -protestó Vinnie-. Cómprate tu propio periódico.
– Has picado mi curiosidad. Con lo metódico que eres, estoy seguro de que leíste la noticia del día de cabo a rabo en el viaje en metro. ¿Qué te pasa, Vinnie?
– ¡Nada! He pasado directamente a la página de deportes.
Jack estudió la cara del asistente durante unos instantes, pero Vinnie desvió la mirada.
– ¿Estás enfermo? -preguntó Jack con tono burlón.
– ¡No! -respondió Vinnie-. ¡Devuélveme el periódico!
Jack separó las páginas de deporte y se las pasó. Luego se sentó a la mesa de registros y comenzó a leer el artículo. Comenzaba en la primera página y acababa en la tercera. Como Jack había previsto, estaba escrito en tono burlón y sarcástico. Se ensañaba tanto con la policía como con el Instituto Forense. Decía que aquel sórdido asunto era otra prueba flagrante de la incompetencia de ambas instituciones.
Laurie entró en el despacho e interrumpió la lectura a Jack. Mientras se quitaba el abrigo, le dijo que esperaba que se sintiera mejor que ella.
– No creas -repuso Jack-. La culpa es de ese vino barato que llevé a tu casa. Lo siento.
– También tiene que ver con que he dormido sólo cinco horas. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarme de la cama. -Laurie dejó el abrigo sobre una silla-.
Buenos días, Vinnie -saludó.
Vinnie guardó silencio detrás del periódico.
– Está de morros porque le he robado el periódico -explicó Jack, y se levantó para dejarle el sitio a Laurie en la mesa de registros. Esa semana le tocaba a ella distribuir las autopsias entre el personal-. Dedican los titulares y el editorial al caso de Franconi.
– No me extraña -apuntó Laurie-. Lo pasaron en todos los noticiarios, y han anunciado que Bingham saldrá en Good Morning America para intentar calmar los ánimos.
– Pues será una tarea ardua -señaló Jack.
– ¿Has mirado los casos del día? -preguntó Laurie echan do un rápido vistazo a la veintena de carpetas que había sobre la mesa.
– Acabo de llegar -contestó Jack y continuó leyendo el artículo-. ¡Vaya, esto es genial! -exclamó tras una breve pausa-. Nos acusan de compincharnos con el departamento de policía. Sugieren que hicimos desaparecer el cadáver adrede, para ayudarlos. ¿Puedes creerlo? Los periodistas son tan paranoicos que ven conspiraciones por todas partes.
– Los verdaderos paranoicos son los ciudadanos -dijo Laurie-. Los periodistas les dan lo que ellos quieren.
Pero precisamente esa clase de teorías descabelladas son las que me incitan a investigar cómo desapareció el cuerpo. El público debe saber que no tuvimos nada que ver en el asunto.
– Esperaba que después de una noche de descanso hubieras cambiado de idea y te hubieras dado por vencida -masculló Jack mientras continuaba leyendo.
– De eso nada.
– ¡Esto es ridículo! -exclamó Jack sacudiendo el periódico-. Primero insinúan que los responsables de la desaparición del cadáver somos nosotros, y luego dicen que sin duda la mafia enterró el cuerpo en los bosques de Westchester para que nunca lo encuentren.
– Es posible que la última teoría sea cierta -admitió Laurie-. A menos que el cadáver aparezca en primavera, después del deshielo. Con tanto hielo, es difícil cavar a más de treinta centímetros de profundidad.
– ¡Qué basura! -exclamó Jack cuando terminó de leer el artículo-. Toma, ¿quieres leerlo? -preguntó a Laurie.
Laurie rechazó el periódico con un ademán desdeñoso.
Gracias, ya he leído la versión del Times -respondió-. Ya era bastante cínica. No quiero conocer la opinión del New York Post.
Jack se acercó a Vinnie y le dijo, en tono burlón, que estaba dispuesto a devolver su estado virginal al periódico. Vinnie cogió las páginas en silencio.
– Vaya, hoy estás muy quisquilloso -dijo Jack al ayudante.
– Déjame en paz de una vez -le espetó Vinnie.
– ¡Guau! Ten cuidado, Laurie -dijo Jack-. Creo que Vinnie sufre tensión premental. Puede que esté planeando usar su materia gris y eso ha descompensado sus hormonas.
– ¡Caray! -exclamó Laurie-. Aquí está el cadáver que mencionó Mike Passano anoche, el que apareció flotando en el mar. ¿A quién se lo asigno? El problema es que no odio a nadie lo suficiente, así que seguro que terminaré haciéndolo yo para no sentirme culpable.
– Pásamelo a mí -propuso Jack.
– ¿No te importa? -preguntó Laurie. Ella detestaba las autopsias de cadáveres que habían pasado mucho tiempo en el agua. Eran desagradables y a menudo complicadas.
– No -respondió Jack-. Una vez te acostumbras al olor, están chupados.
– ¡Por favor! -murmuró Laurie-. No seas morboso.
– En serio. Puede ser todo un reto. Los prefiero a los heridos de bala.
– Este es las dos cosas -observó Laurie mientras ponía por escrito la asignación.
– ¡Qué encantador! -exclamó Jack. Volvió junto a la mesa de registros y miró por encima del hombro de Laurie.
– Al parecer, tiene un impacto de bala hecho a corta distancia en el cuadrante superior derecho -dijo Laurie.
– Suena mejor y mejor -respondió Jack-. ¿Cómo se llama la víctima?
– No hay nombre. De hecho, ese detalle formará parte del reto, pues le faltan las manos y la cabeza.
Laurie entregó la carpeta a Jack, que se reclinó sobre el escritorio y leyó el contenido. No había mucha información, y la poca que tenía había sido redactada por Janice Jaeger, investigadora forense.
Janice indicaba que el cuerpo había sido descubierto en el océano Atlántico, en los alrededores de Coney Island. Lo había descubierto fortuitamente la guardia costera, mientras acechaba a unos presuntos camellos al amparo de la noche.
La guardia costera seguía la pista de una llamada anónima y, en el momento del hallazgo, se hallaba en el agua con el motor parado, las luces apagadas y el radar encendido. La lancha había chocado literalmente con el cuerpo. Se suponía que se trataba de los restos del camello que había dado el chivatazo.
– No me sobran datos -reconoció Jack.
– ¿No querías un reto? -bromeó Laurie.
Jack se apartó de la mesa y cruzó la recepción en dirección a los ascensores.
– Vamos, malhumorado -dijo al pasar junto a Vinnie, pellizcándole el brazo y dando un golpecito al periódico-. Es tamos perdiendo el tiempo. -Pero al llegar a la puerta, se topó con Lou Soldano. El detective caminaba hacia su objetivo: la cafetera eléctrica-. Vaya. Deberías jugar con los Giants de Nueva York.
Parte del café de Jack se había derramado.
– Lo lamento -se disculpó Lou-. Necesito desesperadamente mi dosis de cafeína.
Los dos hombres se dirigieron hacia la cafetera. Jack se limpió la pechera de su chaqueta de pana con una servilleta de papel. Lou cogió una taza de pl stico y la llenó hasta el tope con mano temblorosa, luego bebió un par de sorbos para dejar sitio para el azúcar y la nata.
– Han sido dos días espantosos -suspiró Lou.
– ¿Has estado de juerga toda la noche otra vez? -preguntó Jack.
La cara de Lou tenía una barba incipiente. Llevaba una arrugada camisa azul, con el primer botón desabrochado y la corbata floja y torcida. Su gabardina estilo Colombo parecía la de un vagabundo.
– Ya me gustaría -gruñó Lou-. En los últimos dos días he dormido apenas tres horas. -Saludó a Laurie y se dejó caer pesadamente en una silla junto a la mesa de registros.
– ¿Alguna novedad sobre el caso Franconi? -preguntó Laurie.
– Nada para contentar al capitán, al comandante de zona ni al teniente de alcalde -respondió, afligido-. Vaya cisco. El problema es que van a rodar cabezas. Los de homicidios estamos preocupados porque, si no encontramos alguna pista, seguro que nos usan de chivos expiatorios.
– No fue culpa vuestra que asesinaran a Franconi -dijo Laurie.
– Eso díselo al comisario -replicó Lou. Tomó un ruidoso sorbo de café-. ¿Os importa si fumo? Vale, olvidadlo -dijo al ver la expresión de sus caras-. No sé por qué lo he preguntado. Debo de haber sufrido enajenación mental transitoria.
– ¿Qué habéis descubierto? -preguntó Laurie.
Ella sabía que antes de ser asignado a homicidios, Lou había trabajado en el departamento contra el crimen organizado. Con su experiencia, no había nadie más cualificado para investigar el caso.
– Es obvio que fue un golpe de la familia Vaccaro -respondió Lou-. Lo sabemos por nuestros confidentes. Aunque, puesto que Franconi estaba a punto de testificar, ya lo suponíamos. Nuestra única pista es el arma del crimen.
– Eso debería facilitaros las cosas -dijo Laurie.
– No tanto como crees -repuso Lou-. No es infrecuente que la mafia deje atrás el arma del crimen después de un atentado. La encontramos en un techo, frente al restaurante Positano. Es una Remington con mira telescópica, con dos cartuchos usados. Los casquillos estaban en el techo.
– ¿Huellas dactilares? -preguntó Laurie.
– Las limpiaron -contestó Lou-, pero los muchachos de criminología siguen buscando.
– ¿Han rastreado el arma? -preguntó Jack.
– Sí. La escopeta pertenecía a un cazador de Menlo Park. Pero, como era de esperar, allí terminan las pistas. Al tipo le habían entrado a robar el día anterior. Lo único que se llevaron fue la escopeta.
– ¿Y ahora qué? -preguntó Laurie.
– Estamos siguiendo algunas pistas -explicó Lou-. Además, todavía nos falta hablar con algunos confidentes. Pero en realidad, lo único que podemos hacer es cruzar los dedos y esperar un golpe de suerte. ¿Y qué me decís vosotros? ¿Tenéis idea de cómo desapareció el cadáver?
– Todavía no, pero me ocuparé de ello personalmente -repuso Laurie.
– Eh, no la animes -protestó Jack-. Es trabajo de Bingham y Washington.
– Tiene razón, Laurie -dijo Lou.
– Claro que la tengo. La última vez que Laurie se metió con la mafia, se la llevaron de aquí en un ataúd. Al menos eso me dijiste.
– Eso fue distinto -dijo Laurie-. No estoy tan metida en este caso como lo estaba en el otro. Creo que es fundamental descubrir cómo desapareció el cadáver, por el bien de este instituto. Y, francamente, dudo mucho de que Bingham y Washington se molesten en averiguarlo. A ellos les conviene que el asunto se desvanezca en el aire.
– Lo entiendo -dijo Lou-. De hecho, creo que si la prensa dejara de atosigarnos, el jefe nos pediría que abandonáramos el caso. Quién sabe.
– Yo me propongo descubrir cómo desapareció -repitió ella con convicción.
– Bien, saber quién y cómo lo hizo podría facilitar mi investigación -dijo Lou-. Lo más probable es que lo haya hecho la misma gente de Vaccaro. Sería lo más lógico.
Jack levantó las manos.
– Me largo de aquí -dijo a Laurie-. Ya veo que no quieres escuchar razones.
De camino hacia la puerta, volvió a tirar de la camisa de Vinnie.
Jack se asomó al despacho de Janice.
– ¿Hay algún dato que no esté en la carpeta que debería saber sobre el tipo que apareció en el mar? -preguntó a la investigadora.
– Lo poco que sabemos está allí -contestó Janice-. Salvo el sitio exacto donde la guardia costera recogió el cadáver. Dijeron que antes de decírmelo tendrían que averiguar si se trataba de información confidencial. Pero no creo que esa información cambie nada. Ninguno de nosotros va a ir allí a buscar la cabeza y las manos.
– Estoy de acuerdo -convino Jack-. Pero hazlos llamar de todos modos. Para que conste en la ficha.
– De acuerdo, le dejaré una nota a Bart -respondió ella.
Bart Arnold era el jefe de investigadores forenses.
– Gracias, Janice -dijo Jack-. Y ahora lárgate de aquí y duerme un poco. -Janice vivía tan entregada a su trabajo que siempre hacía horas extra.
– Un momento. Hay algo que olvidé mencionar en el informe -advirtió Janice-. Cuando recogieron el cuerpo, estaba desnudo. Sin una sola prenda.
Jack asintió con un gesto. Era un dato curioso. Desvestir a un cadáver implicaba un esfuerzo adicional para el asesino.
Jack reflexionó un momento y llegó a la conclusión de que aquel detalle era coherente con el deseo del asesino de ocultar la identidad de la víctima, algo obvio puesto que le faltaban la cabeza y las manos. Se despidió de Janice con un movimiento de mano.
– No me digas que nos toca el tipo que apareció en el mar -protestó Vinnie mientras él y Jack se dirigían al ascensor.
– Vaya, es evidente que no te enteras de nada cuando lees las páginas de deportes. Laurie y yo estuvimos hablando al respecto durante diez minutos.
Subieron al ascensor e iniciaron el descenso hacia la sala de autopsias. Vinnie rehuía la mirada de Jack.
– Estás muy raro, Vinnie. No me digas que te has tomado la desaparición de Franconi como algo personal.
– Déjame en paz.
Mientras Vinnie se ponía el traje de protección, sacaba toda la parafernalia necesaria para la autopsia y colocaba el cuerpo sobre la mesa, Jack repasó los datos de la carpeta para asegurarse de que no había pasado por alto ningún detalle.
Luego fue a buscar las radiografías del cadáver, tomadas en el momento del ingreso.
Jack se puso su propio traje protector, cerrado e impermeable, que incluía una máscara facial y un sistema de ventilación. Por lo general detestaba el traje, pero cuando tenía que trabajar con un ahogado o un cadáver rescatado en el agua, lo soportaba. Como había bromeado antes con Laurie, el olor era la peor parte.
A esa hora de la mañana, Jack y Vinnie estaban solos en la sala de autopsias. Muy a pesar de Vinnie, Jack siempre insistía en comenzar a trabajar a primera hora. A menudo él terminaba su primer caso cuando sus colegas empezaban.
El primer paso del procedimiento era examinar las radiografías y Jack las puso en el negatoscopio. Con las manos en las caderas, retrocedió unos pasos y observó la radiografía anteroposterior de cuerpo completo. Sin manos ni pies, la imagen tenía un aspecto decididamente anormal, como si se tratara de una radiografía de un ser primitivo, no humano.
La otra anomalía era un brillante y denso cúmulo de perdigones en el cuadrante superior derecho. La primera impresión de Jack fue que había varios impactos de bala, no sólo uno. Había demasiadas bolitas metálicas.
Las balas aparecían opacas en la placa y oscurecían cualquier detalle en la zona. A la luz del negatoscopio, se veían blancas.
Jack estaba a punto de pasar a la radiografía lateral cuando notó otra particularidad en el área opaca. En dos sitios, la periferia era extraña, el contorno de la herida se veía más protuberante de lo habitual.
Miró la radiografía lateral y observó la misma anomalía.
Su primera conclusión fue que la explosión había introducido algún material radiopaco en la herida. Quizá se tratara de algún fragmento de la ropa de la víctima.
– Cuando gustes, maestro -dijo Vinnie. Ya lo tenía todo preparado.
Jack se apartó del negatoscopio y se acercó a la mesa de autopsias. El cadáver tenía una palidez espectral bajo la luz fluorescente. Fuera quien fuese, estaba bastante sobrado de peso y no había hecho ningún viaje reciente al Caribe.
– Para citar uno de tus comentarios favoritos -dijo Vinnie-: No parece que este tipo vaya a poder asistir a la fiesta de graduación.
Jack sonrió ante el humor negro de Vinnie. La frase era muy digna de él, lo que indicaba que se había recuperado de su rabieta.
El cuerpo estaba en un estado lamentable, aunque limpio, debido al tiempo transcurrido en el agua. Por cierto, era evidente que ese tiempo había sido breve. Los estragos iban más allá de los diversos impactos de bala en la parte superior del abdomen. No sólo le faltaban la cabeza y las manos, sino que también había anchos y profundos cortes en el torso y los muslos, que dejaban al descubierto vetas de tejido adiposo. Los bordes de todas las heridas eran irregulares.
– Parece que los peces se han dado un buen festín -observó Jack.
– Sí, estupendo.
Los impactos de bala habían dañado y dejado al descubierto varios órganos del abdomen. Una parte de los intestinos estaba a la vista y un riñón colgaba fuera de la herida.
Jack levantó un brazo y examinó los huesos expuestos.
– Yo diría que lo hicieron con una sierra para metales -sugirió Jack.
– ¿Y qué son estos cortes tan grandes? ¿Alguien trató de trincharlo como a un pavo de Navidad?
– No. Supongo que lo atropelló una lancha -dijo Jack-.
Parecen heridas de hélice.
A continuación, Jack inició un escrupuloso examen del exterior del cuerpo. Sabía que con tantas lesiones evidentes era fácil pasar por alto detalles más sutiles. Su meticulosidad dio resultado. En la parte posterior del cuello, justo por en cima de la clavícula, encontró una pequeña lesión circular.
Halló otra similar en el lado izquierdo, debajo de la caja torácica.
– ¿Qué son esas cosas? -preguntó Vinnie.
– No lo sé -respondió Jack-. Parecen heridas por punción.
– ¿Cuántas balas crees que le metieron en la barriga? -pre guntó Vinnie.
– Es difícil asegurarlo -respondió Jack.
– Vaya. No corrieron ningún riesgo -comentó Vinnie-. Es obvio que querían verlo muerto.
Media hora después, cuando Jack estaba a punto de iniciar el examen interno del cadáver, se abrió la puerta y entró Laurie. Tenía una bata blanca y una mascarilla en la cara, pero no llevaba el equipo de las autopsias. Dado que siempre respetaba las reglas y que estaba prohibido entrar en el "foso" sin el traje protector, Jack sospechó algo raro de inmediato.
– Por lo menos no ha estado mucho tiempo en el agua -dijo Laurie mirando el cadáver. No está descompuesto.
– Sólo se dio un chapuzón para refrescarse -bromeó Jack.
– ¡Qué herida de bala! -se asombró Laurie, observando el siniestro agujero. Luego vio los múltiples cortes y añadió-:
Estos parecen hechos por una hélice.
Jack se irguió.
– ¿Qué pasa, Laurie? -preguntó-. No has venido aquí para ayudarnos, ¿verdad?
– No -admitió Laurie. Su voz tembló detrás de la mascarilla-. Supongo que necesitaba un poco de apoyo moral.
– ¿Por qué? -preguntó Jack.
– Calvin acaba de meterme bronca -dijo Laurie-. Por lo visto, el asistente del turno de noche, Mike Passano, le dijo que anoche lo acusé de estar involucrado en la desaparición del cadáver de Franconi. ¿Puedes creerlo? Bueno, Calvin estaba hecho una furia, y ya sabes cuánto detesto los enfrentamientos.
Acabé llorando, y después me enfadé conmigo misma.
Jack resopló. Se preguntó qué podía decirle, aparte de "te lo dije", pero no se le ocurrió nada.
– Lo siento -dijo sin convicción.
– Gracias -respondió Laurie.
– Derramaste unas cuantas lágrimas -dijo Jack-. No pasa nada. No seas tan dura contigo misma.
– Pero detesto estos arrebatos -protestó Laurie-. Son muy poco profesionales.
– Yo no me preocuparía -repuso Jack-. A veces me gustaría ser capaz de llorar. Podríamos hacer un trueque parcial de debilidades. Los dos saldríamos ganando.
– ¡Cuando quieras! -dijo Laurie con vehemencia. Era la primera vez que Jack admitía algo que ella había sospechado durante mucho tiempo: reprimir el dolor era el principal obstáculo para su felicidad.
– Bueno; al menos ahora abandonarás tu minicruzada -dijo Jack.
– ¡En absoluto! -respondió Laurie-. Al contrario; esto refuerza mi decisión porque prueba exactamente lo que me temía. Calvin y Bingham se proponen esconder este episodio debajo de la alfombra. Y eso no está bien.
– ¡Ay, Laurie! -protestó Jack-. ¡Por favor! Este enfrentamiento con Calvin no es más que un preludio de lo que te espera. Lo único que conseguirás es crearte problemas.
– Es una cuestión de principios -afirmó Laurie-. Así que no me sermonees. He venido a buscar apoyo moral.
Jack suspiró, empañando su mascarilla de plástico por un instante.
– De acuerdo -dijo-. ¿Qué quieres que haga?
– Nada en particular -respondió Laurie-. Sólo que estés disponible para cuando te necesite.
Quince minutos después, Laurie salió de la sala de autopsias.
Jack le había enseñado todas las lesiones externas, incluyendo las dos heridas por punción. Ella lo había escuchado a medias, obviamente preocupada por el caso Franconi. Jack había tenido que morderse la lengua para no repetirle su opinión al respecto.
– Acabemos con la revisión externa -dijo Jack a Vinnie-.
Pasemos al examen del interior.
– Ya era hora -protestó Vinnie. Eran más de las ocho y estaban llegando otros cadáveres, acompañados de los forenses y sus asistentes. A pesar de que habían empezado tem prano, no le sacaban mucha ventaja a los demás.
Jack dejó a un lado las burlas sobre el desventurado cadáver. Con tantas lesiones evidentes, tenía que variar el procedimiento tradicional y eso exigía toda su concentración.
A diferencia de Vinnie, no se daba cuenta del paso del tiempo.
Pero una vez más, su meticulosidad dio frutos. Aunque el hígado estaba prácticamente destrozado por las balas, Jack descubrió algo que se le habría pasado por alto a cualquiera que hubiera hecho un trabajo más superficial y sumario.
Encontró diminutos restos de suturas quirúrgicas en la vena cava y en el borde irregular de la arteria hepática. La arteria hepática conduce la sangre al hígado, mientras que la vena cava es la más larga del abdomen. Jack no encontró sutura alguna en la vena porta porque ésta estaba prácticamente destrozada.
– Ven aquí, Chet -llamó Jack.
Chet McGovern, el compañero de despacho de Jack, estaba trabajando en la mesa contigua. Dejó su escalpelo y se acercó a la mesa de Jack. Vinnie se movió hacia la cabecera para hacerle sitio.
– ¿Qué has encontrado? -preguntó Chet-. ¿Algo interesante? -Miró el interior del orificio donde estaba trabajando
– Desde luego -respondió Jack-. Tengo unas cuantas balas, pero también algunas suturas vasculares.
– ¿Dónde? -preguntó Chet, que no veía ninguna anomalía anatómica.
– Aquí -Jack señaló con la punta del escalpelo.
– Sí, las veo -dijo Chet con admiración-. Estupendo hallazgo. No hay mucha endotelización. Yo diría que no son muy antiguas.
– Es lo que pensé -convino Jack-. Calculo que tienen un mes o dos. Seis como máximo.
– ¿Qué interés crees que tienen?
– Pues supongo que las posibilidades de identificación acaban de multiplicarse en un mil por ciento -dijo Jack. Se irguió y se estiró.
– Bueno -dijo Chet-. Tu descubrimiento indica que la víctima fue sometida a cirugía abdominal. Hay mucha gente que ha pasado por esas operaciones.
– No como ésta -replicó Jack-. Las suturas en la vena cava y en la arteria hepática indican que pertenecía a un grupo muy reducido. Apuesto a que le hicieron un trasplante de hígado hace poco tiempo.