Miércoles, 29 de noviembre, 17:00 horas
Reed salió de la sala de interrogatorios y vio que Spinnelli, Westphalen y Patrick Hurst, el fiscal del estado, lo esperaban al otro lado del cristal.
– Me habéis llamado -dijo Solliday.
Manny estaba hundido en la silla y con los brazos cruzados sobre el pecho ante la mesa de la sala de interrogatorios. Mia se encontraba a su lado y lo apremiaba, intentaba amedrentarlo para que diese detalles y albergaba la esperanza de que Manny corrigiese los errores que ella misma había cometido. De momento solo había obtenido una expresión de aburrimiento.
– ¿Es él? -preguntó Spinnelli.
Reed asintió.
– Es Manuel Rodríguez, de quince años.
– ¿Quién es la mujer? -preguntó Patrick y aludió a la mujer de aspecto frágil que estaba al otro lado de Manny y se mostraba alternativamente enfadada e incómoda.
– Es la defensora nombrada por el tribunal. Nos sorprende que todavía no haya interrumpido el interrogatorio.
– Lo que resulta ventajoso -afirmó Patrick-. ¿Cuál es la historia del chico?
– Manny lleva seis meses en el Centro de la Esperanza. Con anterioridad quemó la casa de su familia adoptiva. Utilizó gasolina y una cerilla, nada del otro mundo. Su madre adoptiva resultó gravemente quemada. Al parecer, el chico siente remordimientos por haberle hecho daño, pero no por haber provocado el incendio.
– ¿Anoche registraron su habitación y encontraron cerillas? -quiso saber Hurst.
– Sí. Al principio solo reconocieron que habían encontrado las cerillas pero, una vez que dimos con los huevos, confesaron que habían hallado su escondite de material de lectura: artículos sobre cómo provocar un incendio. Todos hacían referencia a catalizadores líquidos, como la mezcla adecuada de gasolina y aceite. No mencionan el huevo de plástico en tanto contenedor ni el nitrato amónico.
– ¿También encontraron pornografía? -preguntó Westphalen con tono ecuánime y sin quitar ojo de encima al menor.
– Sí, pero no es sorprendente. Es habitual en el caso de incendiarios. -Como Hurst enarcó las cejas, Reed se explicó-: Muchos pirómanos provocan incendios y a continuación… a continuación se gratifican.
– Ya lo entiendo -replicó Hurst secamente-. ¿Es el responsable?
– No me lo pareció la primera vez que hablé con Manny en el centro. -Inquieto, Reed se encogió de hombros-. Sigo pensando que no es culpable. Este chico adora el fuego y podemos afirmar que se babea cuando le muestras fotos de edificios en llamas. Por lo tanto, si provocó el incendio seguramente se habría quedado a ver cómo ardió la vivienda. No lo creo capaz de mostrar la fuerza de voluntad necesaria para largarse. Además, no detecto furia en él. Al parecer, el que Manny hiciese daño a su madre adoptiva fue un accidente.
– Pero nuestro hombre utilizó gasolina con Caitlin Burnette -precisó Spinnelli.
– Echar gasolina sobre alguien no es lo mismo que derramarla en el suelo -replicó Reed-. Manny no presenta historial de violencia directa contra personas, sino contra estructuras.
Spinnelli se volvió hacia Westphalen y preguntó:
– Miles, ¿qué opinas?
– En líneas generales, estoy de acuerdo. Ante todo, teniente, ¿tiene fotos de los cuerpos? En el caso de que sea obra de Manny, me gustaría ver su reacción ante los resultados de sus actos.
– Mia las lleva en el maletín. -El maletín estaba en la silla, junto a la detective-. No quisimos mostrarle fotos del escenario ni de los cuerpos sin la autorización de Patrick.
El fiscal reflexionó unos segundos y finalmente repuso:
– Adelante. Yo también quiero ver cómo reacciona.
Spinnelli golpeó el cristal con los nudillos. Mia se acercó a Manny y lanzó un puñado de disparos orales de despedida. El chico mantuvo la expresión de aburrimiento y no modificó su actitud de indiferencia.
– Hasta ahora el asesino ha dirigido su furia contra las mujeres -reconoció Reed-. Queríamos ver si Mia lograba provocarlo e intimidarlo.
– Pues no ha mordido el anzuelo -comentó Westphalen-. Es otro de los motivos por los que coincido con usted.
Mia salió y cerró la puerta.
– El chico no cede, pero la defensora tiembla de la cabeza a los pies.
– Mia, ¿qué opinas? -inquirió Spinnelli.
– Diría que oculta algo. Tiene móvil y medios como el historial de incendios provocados, la posesión de cerillas y los artículos periodísticos, pero no veo la oportunidad. Además, no sale del centro. ¿Cómo demonios salió para matar a Caitlin y a Penny? En el caso de que lo lograse, ¿por qué demonios regresó?
La detective había manifestado esa preocupación durante el trayecto desde el centro y a Reed le pareció válida, por lo que reflexionó sobre ese punto.
– Es posible que, si dio con la forma de salir, regresara simplemente porque es más cómodo. En la calle hace frío, mientras que en el centro hay calefacción y le dan de comer tres veces al día. De esa forma pudo nadar y guardar la ropa.
Mia frunció el entrecejo mientras pensaba.
– Me parece factible. Seré más propensa a creer que está implicado si lo vinculamos con Caitlin o con Penny. ¿Qué hacemos?
– El doctor quiere que muestres a Manny las fotos de los cuerpos -apuntó Reed.
– Está bien, pero deberías entrar. Contigo habla y a mí se limita a mirarme el pecho.
Reed se dijo que nadie podía culparlo de que lo hiciese.
– Doctor, ¿aconseja algo concreto?
Westphalen recapacitó unos segundos y replicó:
– Intente hacerle bajar la guardia antes de mostrar las fotos. No me gusta su actitud de aburrimiento; oculta demasiadas cosas.
– Lo intentaré.
Reed entró en la sala de interrogatorios y cerró la puerta.
La defensora levantó la barbilla y lo increpó:
– Manny está cansado. Ya ha dicho lo que querían. ¿Cuándo acabarán con estas tonterías y lo dejarán volver al centro?
– No sé si volverá al centro. Es posible que pase la noche aquí como invitado nuestro.
Manny levantó bruscamente la cabeza.
– No pueden hacerlo, soy menor.
– Tenemos una zona especial para hombres menores de dieciocho años que han sido acusados de delitos capitales.
Solliday tardó lo suyo en buscar las fotos y observó a Manny por el rabillo del ojo.
La expresión del chico fue de pánico cuando preguntó:
– ¿Qué es un delito capital?
Reed lo miró y repuso:
– La pena de muerte.
Manny se incorporó de un salto.
– ¡Yo no he matado a nadie! -Se volvió hacia la defensora-: No he matado a nadie.
– Teniente, deje de meterle miedo en el cuerpo. -Aunque le tembló la voz, la defensora se irguió-. Manny no ha hecho nada. -Señaló una silla y ordenó-: Siéntate, Manny. -El muchacho se sentó y la letrada cruzó las manos sobre la mesa-. El menor quiere inmediatamente un abogado.
– Pero si no está detenido -comentó Reed sin dar demasiada trascendencia a sus palabras-. ¿Deberíamos detenerlo?
– ¡No! -Manny no aguantó más.
Solliday se situó tras él, se inclinó y dejó sobre la mesa las fotos de los cuerpos carbonizados.
– ¿Deberías estar detenido? -Junto al teniente, la defensora se tapó la boca y sufrió un ataque de náuseas. Manny empujó la silla hacia atrás, pero Reed le impidió moverse-. Míralas -ordenó severamente-. Manny, es lo que has logrado con los incendios. Es lo que hiciste. Es el aspecto que tendrás cuando retiren tu trasero de la silla eléctrica.
Manny se agarró a la mesa y empujó con todas sus fuerzas.
– ¡Déjeme en paz!
Al percibir el tono aterrorizado del chico, Solliday retrocedió y la silla cayó al suelo, pero ya era demasiado tarde: Manny vomitó.
Por suerte tenían más copias de las fotos. Lo mejor era que Reed llevaba un par de zapatos de repuesto en el todoterreno. El chico se puso a gatas, tuvo espasmos y sollozó. Solliday hizo una mueca y se dirigió a la antesala para hablar con los demás.
Mia le lanzó una mirada de preocupación.
– Lo siento. Si hubiera sabido que iba a vomitar…
El teniente la observó con los ojos entornados.
– Igualmente me habrías pedido que entrara.
Mitchell asintió.
– Es muy probable. Solliday, de todas maneras debo decir que no has estado nada mal, sobre todo cuando te referiste a la silla eléctrica. Tendré que recordarlo.
– Desconocía si Manny sabe que hace años que no usamos la silla eléctrica -dijo Reed, distraído, mientras miraba a través del cristal. La defensora intentó ayudar a Manny, que se apartó y siguió temblando. Solliday negó con la cabeza-. Es inocente. De haber cometido los asesinatos, las fotos habrían despertado su interés e incluso lo habrían fascinado. -El menor gateó hasta la pared, se rodeó las piernas con los brazos y se balanceó. Tenía los ojos cerrados y movía los labios-. Es inocente.
– Tienes razón -musitó Mia-. Está asustado. Prestad atención. -La detective subió el volumen de los altavoces.
– No puedo decirlo -repitió Manny incesantemente-. No puedo decirlo. No lo diré.
Todos se volvieron hacia Patrick y Spinnelli preguntó:
– ¿Qué opinas? ¿Podemos retenerlo?
El fiscal del estado carraspeó con expresión de contrariedad.
– ¿Qué es exactamente lo que tenéis?
– Los huevos desaparecidos y montones de huellas dactilares -respondió Mia-. Jack encontró huellas de más de veinte personas en las aulas de arte y de ciencias. En este momento las compara con las de los profesores y los reclusos… quiero decir los menores -se corrigió y enarcó las cejas.
Patrick no estaba satisfecho.
– ¿Eso es todo?
Mia sonrió a Reed y declaró:
– Tú lo has encontrado, por lo que te toca compartir la mejor parte.
Era la guinda del pastel.
– También hallamos restos de las sustancias químicas empleadas en los dispositivos.
El tema despertó el interés de Patrick, que dijo:
– Explícate.
La mirada de respeto y admiración de Mia no tendría que haberlo hecho sentir tan bien, pero fue el efecto que causó en Solliday.
– Examinamos el laboratorio de ciencias -se explayó Reed-. En el interior de la cabina encontré pruebas de vapores de hidrocarburos, y en la encimera, restos de pólvora y azúcar.
– ¿Para qué se usaron? -inquirió Spinnelli.
– ¿En qué consiste la cabina? -preguntó Patrick casi al mismo tiempo.
– La cabina es una zona cerrada con un pozo de ventilación. Me juego la cabeza a que las muestras que Jack recogió presentarán trazas de queroseno… Nuestro análisis del catalizador sólido demuestra que nuestro hombre lo mezcló con nitrato amónico. Cuando se combina con combustible líquido, el fertilizante se vuelve explosivo.
Patrick se mostró debidamente impresionado e insistió:
– ¿Qué dices de la pólvora y el azúcar?
– Los empleó para las mechas caseras. Seguramente los utilizó para impregnar cordones de zapatos. -Reed se encogió de hombros-. No es la primera vez que lo veo. Se trata de una técnica sorprendentemente fácil de encontrar en internet. Las instrucciones figuran en una de las páginas que hallamos en el escondite de Manny.
La mirada de Spinnelli fue intensa cuando preguntó:
– ¿Sigues pensando que es inocente?
– En todo caso no actuó solo -replicó Mia-. Basta escucharlo. Salvo que sea un actor consumado…
Al otro lado del cristal, Manny seguía meciéndose y repetía las mismas palabras.
– Patrick, ¿es suficiente para retenerlo? -preguntó Spinnelli.
– Diría que sí. Sobre la base de lo que habéis encontrado solicitaré un nuevo juicio en el juzgado de familia. Así tendréis unos días para averiguar qué sabe y si hay más implicados.
– Bastará con que pase una noche retenido para que Manny se convenza de que debe hablar -afirmó Mitchell.
– Eso está por verse -intervino Westphalen serenamente y sin dejar de observar al chico-. Espero que tengas razón.
– ¿Por dónde continuamos? -preguntó Spinnelli.
– Jack ha pedido a los de dactiloscopia que estudien las huellas dactilares y al laboratorio que analice el polvo que Solliday recogió en el laboratorio del centro. Nosotros volveremos a repasar los expedientes e intentaremos hallar una conexión entre Roger Burnette, Penny y cualquier miembro de ese centro de chalados. -Mia señaló a Patrick antes de apostillar-: Cuando el caso se resuelva tendréis que investigar el centro. Son muy raros.
– Lo incorporaré a mi lista -replicó Patrick con ironía-. Llamadme mañana y dadme la última información.
– Mañana reservaré un rato para examinar formalmente a Manny -se ofreció Westphalen.
Spinnelli los acompañó hasta la puerta.
– Miles, no sabes cuánto te lo agradecemos.
Al otro lado del cristal, un agente acompañó a Manny hasta el sitio en el que estaba retenido y la defensora miró severamente hacia la antesala antes de abandonar la estancia por la misma puerta que Manny.
Cuando se quedaron a solas en la antesala casi a oscuras, Mia dejó escapar un suspiro y comentó:
– Ahora volvemos a los expedientes.
– Antes me cambiaré los zapatos.
La detective reprimió una sonrisa.
– Lo siento realmente.
Reed rio entre dientes.
– No, no es verdad.
Mia mostró una sonrisa radiante.
– Tienes razón.
Reed la miró a los ojos e intentó soltar una réplica más intensa, pero se frenó y la miró profundamente. La actitud risueña abandonó la mirada de Mitchell y la incertidumbre la dominó. Mientras la contemplaba, la incertidumbre de la detective se mezcló con una certeza y a Solliday se le hizo un nudo en la garganta. Una vez más conectaron a otro nivel, lo mismo que la víspera en la calma de la cocina del teniente. Solliday la cogió con delicadeza de la barbilla y acercó su rostro a la luz. El morado del pómulo comenzaba a aclararse y en el arañazo ya se había formado la costra.
Mia no era una mujer de belleza clásica, pero su rostro poseía algo que lo atraía. Reed sabía que era una insensatez y se dijo que debía olvidarla, pero no fue capaz. No, acababa de faltar a la verdad. No quería olvidarla. Era algo que hacía tantos años que no le ocurría que ya ni se acordaba. Le acarició la línea de la mandíbula con el pulgar y vio que la intensidad de la mirada de Mia se triplicaba.
– Tendrías que haber ido al médico. Puede que te quede cicatriz.
– No suelen quedarme cicatrices -murmuró la detective en un tono tan bajo que Solliday apenas la oyó-. Supongo que en ese aspecto soy afortunada. -Se apartó y retrocedió un paso, tanto física como emocionalmente-. Tengo que revisar los expedientes.
Mia salió sin dar tiempo a que Reed le abriera la puerta.
Miércoles, 29 de noviembre, 17:00 horas
Brooke se detuvo y tembló ante la puerta del despacho del doctor Bixby, que la había mandado llamar. No le gustó nada, pero respiró hondo, apretó el puño y golpeó con los nudillos.
– Adelante. -El doctor Bixby apartó la mirada del escritorio y su expresión resultó amenazadora-. Siéntese.
Brooke tomó asiento tan rápido como se lo permitieron sus temblorosas rodillas. Abrió la boca para tomar la palabra, pero Bixby la silenció con un ademán.
– Señorita Adler, vayamos al grano -la interrumpió el director del centro-. Cometió una estupidez. La policía no hace más que registrar mi escuela, lo que no sentará nada bien a la junta asesora. Ha puesto en peligro mi trabajo y debería despedirla inmediatamente. -Brooke se limitó a mirarlo con la boca entreabierta. Bixby rio con actitud desdeñosa-. No la echaré porque mis abogados lo desaconsejan. Esta tarde, mientras registraba el centro, la detective Mitchell habló con el abogado y comentó que usted tenía miedo de que la despidiese. También dijo que todo intento de poner fin a su colaboración quedaría muy feo en el caso de un proceso judicial. Señorita Adler, ¿piensa demandarme?
Finalmente Brooke fue capaz de hablar:
– No, señor. Desconocía que la detective Mitchell había hablado de mí.
– Señorita Adler, estamos preparando su expediente. Muy pronto pondremos fin a su causa justa. Para todos los implicados sería mejor que renunciase sin más dilaciones.
Brooke reprimió el ataque de náuseas provocado por la angustia. Pensó en el alquiler, las facturas y los préstamos para pagar los estudios.
– No… no puedo, señor. Tengo muchas responsabilidades que afrontar.
– Tendría que haberlo pensado antes de emprender un camino que no es el más aconsejable. Le doy dos semanas. Cumplido ese período, en su expediente habrá suficientes datos como para que se vaya.
El director del centro se reclinó en el sillón y adoptó una actitud prepotente, por lo que algo estalló en Brooke que, con el rostro encendido, se incorporó a toda velocidad y declaró:
– No he hecho nada malo y todo lo que presente contra mí será falso. -Abrió la puerta y se detuvo aferrando el picaporte-. Si intenta despedirme, acudiré a la prensa tan rápido que le virará la cabeza.
Bixby apretó los labios.
– Querrá decir girará. -Añadió con tono burlón-: Me girará la cabeza.
Brooke estuvo a punto de acobardarse, pero recuperó la valentía al ver que los nudillos del director se ponían blancos de tanto apretar el bolígrafo.
– Me da igual cómo se diga. Doctor Bixby, no lo intente porque, si lo hace, se arrepentirá.
La profesora dio un portazo, se alejó del despacho y se topó con Devin White, que esperaba en el pasillo con una sonrisa en los labios.
– ¿Le virará la cabeza? -preguntó.
Superada la reunión, las lágrimas desbordaron los ojos de Brooke.
– Devin, me despedirá.
El profesor se puso serio.
– ¿Con qué motivos?
– Los inventará.
Un sollozo cargado de pánico cortó la respiración de Brooke.
Inquieto, Devin le masajeó los hombros al tiempo que afirmaba:
– Brooke, solo quería amedrentarte. Conozco a un buen par de abogados. Vayamos a tomar una cerveza, cálmate y entonces decidiremos lo que hay que hacer.
Miércoles, 29 de noviembre, 18:05 horas
Reed supuso que media hora era suficiente. Así Mia recobraría la compostura, él se cambiaría los zapatos y compartirían una taza de buen café. Tendría que haber vuelto directamente a su casa porque eran más de las seis y aún no había aclarado la situación con Beth. Pensó en la forma en la que la víspera se había enfrentado a su hija y en la que hacía media hora había tratado a Mia Mitchell y se preguntó si alguna vez las mujeres alcanzaban una edad en la que los hombres de su vida aprendían a hacer o a decir lo correcto.
Sabía que con Mia había hecho lo correcto. Por muy exagerado que pareciese, era demasiado bueno como para ser erróneo. Le pareció lógico que la detective se mostrase cautelosa e insegura. De todos modos, no estaba tan oxidado como para ser incapaz de reconocer la buena química cuando se cruzaba en su camino. Las relaciones con una policía serían difíciles y en ocasiones las prioridades respectivas interferirían. Cuanto más lo pensaba, mayor era su convencimiento de que Mia era una mujer que no quería compromisos afectivos.
«¿Y si los está buscando?» La pregunta asomó sigilosamente y lo desconcertó. ¿Qué ocurriría si bajo la apariencia brusca y sarcástica latía el corazón de una mujer que soñaba con un hogar, un marido e hijos? En ese caso y lamentándolo mucho, se alejaría respetuosamente, sin hacer daño ni jugar sucio.
Reed cruzó el área de Homicidios y aflojó el paso al acercarse al escritorio de su compañera porque estaba vacío y tanto los expedientes como Mia habían desaparecido.
– Se ha ido a casa -dijo un policía de traje arrugado que mordía algo delgado de color naranja. Reed llegó a la conclusión de que se trataba de un trozo de zanahoria. Frente a él se encontraba un hombre más joven que tecleaba a toda velocidad y a cuyo lado había una docena de rosas rojas envueltas en papel de seda y colocadas sobre una caja de regalo cubierta de papel brillante-. Supongo que eres Solliday. Me llamo Murphy -se presentó el del traje arrugado con tono afable y mirada vigilante-. Este es Aidan Reagan.
Reed reconoció al más joven.
– Creo que ya nos hemos visto.
Murphy se sorprendió y preguntó:
– ¿Cuándo?
Reagan miró a su compañero antes de replicar:
– El lunes en el depósito de cadáveres. Te conté que lo había visto.
El más joven volvió a concentrarse en el teclado y a Murphy se le escapó la sonrisa.
– No te ofendas por la descortesía de mi compañero. Hoy cumple el primer mes de casado.
Aidan levantó la cabeza con los ojos entornados.
– En realidad, se cumplió ayer, pero tuve que trabajar y no pudimos celebrarlo. Si esta noche me lo pierdo… -Meneó la cabeza-. No me lo perderé.
La carcajada de Murphy fue ligeramente socarrona.
– Eso espero. No quiero ni pensar en el humor que tendrás mañana si esta noche Tess no se prueba lo que contiene la caja.
A Reagan no se le movió un pelo.
– Intentas hacerme perder la concentración, pero no lo conseguirás. -Tecleó unas pocas palabras más y con grandes aspavientos le dio al botón del ratón-. Ya está. Mi informe está listo y entregado y me voy a cenar con mi esposa.
– Y a tomar el postre -apostilló Murphy.
Reagan miró hacia arriba mientras se ponía el abrigo.
– Sí, claro. Murphy, no trabajes hasta tarde. Solliday, me alegro de verte.
Aidan se marchó a la carrera, con las rosas bajo un brazo y la caja con el regalo bajo el otro.
El suspiro de Murphy fue lascivo.
– Lo acompañé a comprar lo que hay en la caja y casi me dieron ganas de volver a casarme. -Miró al teniente-. Solliday, ¿estás casado?
– No. -Su mente trabajó horas extras imaginando el contenido de la caja, que le habría gustado ver en el cuerpo de cierta rubia menuda y cimbreante-. Deduzco que tú tampoco estás casado.
– Tienes razón.
Distraído, Murphy mordisqueó el trozo de zanahoria, pero su mirada pasó de vigilante a mordaz y Reed tuvo la sensación de que el policía estaba enfadado con él.
– ¿En qué se fue Mia a su casa?
– Spinnelli le dejó un coche de la comisaría.
– Ah. ¿Estaba bien cuando se marchó?
– Desde luego. Cogió los expedientes y dijo que los leería en casa. Pidió que te avisásemos de que te reúnas con ella en el despacho de Spinnelli mañana a las ocho en punto. Antes de que se me olvide, recibió un mensaje dirigido a ti.
Murphy empujó un papel hasta el borde del escritorio y se dedicó a esperar.
Reed suspiró al leer las siguientes palabras:
Holly Wheaton ha llamado. Te espera a cenar esta noche a las siete en Leonardo, en Michigan. Ponte corbata. Dice que la pasta es divina y que ella invita.
– ¡Maldita sea! ¿Por qué llamó a Mia si tiene mi número de móvil?
– Me figuro que quiso restregárselo en las narices. Seguro que le encantó que apuntara el mensaje como si fuese tu secretaría. ¿Hay algo entre Wheaton y tú?
Reed pegó un respingo.
– Por favor, claro que no. Esa mujer es una víbora. Llegué a un acuerdo con ella para que nos entregara el vídeo de uno de los escenarios de los incendios. No es la primera vez que cambio información por una entrevista. Lo que no imaginaba es que Mia se enfadara tanto.
– La mayor parte del tiempo Mia es bastante previsible, como nosotros, pero cuando Wheaton se cruza en su camino… Más vale apartarse porque ambas sacan las garras.
Solliday ya lo había visto, parcialmente, la víspera.
– ¿A qué se debe?
– Tendrás que preguntárselo a Mia. Se trata de algo personal. ¿Ese café era para ella?
– Sí. -Reed entregó a Murphy una de las tazas-. ¿Hace mucho que la conoces?
– Diez años, desde antes de que Ray Rawlston fuese su compañero.
– ¿Qué fue de él?
– Murió en el cumplimiento del deber. -Murphy miró para otro lado-. Mia detuvo al culpable, pero le pegaron un balazo. -Miró hacia atrás con expresión compungida-. Estuvimos a punto de perderla.
Impresionado, Reed se sentó en el borde del escritorio de Aidan.
– ¡Dios mío! -Le resultó imposible pensar en perder a Mia-. ¿Después le dispararon mientras trabajaba con Abe? ¿Cuáles son las probabilidades?
– No tengo ni idea, pero sé que en este momento Mia es muy… muy vulnerable.
Se trataba de una advertencia y Solliday tuvo la sensatez de tomarla como tal. Comentó:
– Esta mañana se llevó una gran sorpresa al ver a esa mujer en medio de los convocados. De todas maneras, creo que verse obligada a reconocerlo ante nosotros tuvo que ser todavía más duro.
Murphy asintió lentamente.
– Casi siempre es fuerte, pero tiene corazón, lo que a veces la hunde. Solliday, no la hundas.
– No la hundiré.
– Así me gusta. Pásame la caja de galletas que hay en el cajón de Mia. Estoy hasta la coronilla de comer zanahorias. Dejar de fumar es muy difícil.
Reed le lanzó la caja y arrugó el entrecejo.
– No le sentará nada bien que te comas su tesoro.
Murphy se encogió de hombros.
– Te echaré la culpa.
Miércoles, 29 de noviembre, 19:15 horas
– Estaba delicioso. Tendrás que repetir la receta -dijo Reed.
Beth sonrió de oreja a oreja.
– La preparamos en tecnología del consumidor.
– La economía doméstica de toda la vida -precisó Lauren-. Beth, tu padre tiene razón. Está exquisito. -Guiñó el ojo con actitud bromista-. Podrías reemplazarme como cocinera de la familia.
La adolescente se echó a reír.
– Lo dudo mucho. Además, se trata de un trabajo escolar. Me puntuarán cuando rellenéis el cuestionario. -Sacó dos bolígrafos del bolsillo-. Si os pasáis, la señora Bennett pensará que mentís, aunque espero que seáis lo bastante amables como para que me ponga un excelente. Bastará con nueves, aunque dadme un diez por la limpieza, ya que Bennett es maniática de la pulcritud.
– ¡Y pensar que creía que intentabas sacarme algo! -exclamó Reed y echó un vistazo al cuestionario-. O tal vez querías disculparte.
Beth frunció los labios, disgustada.
– Papá, ya está bien.
Solliday le impuso el peor castigo que podía imaginar: no iría a la fiesta del fin de semana.
– ¿Qué quieres?
– Pensé que este fin de semana podrías dejarme salir, aunque solo sea para ir a casa de Jenny Q.
Reed se estiró y le pellizcó la nariz.
– Bethie, no hace falta que me sobornes, basta con que digas que lo sientes. Lo… lo siento -pronunció lentamente y su hija puso los ojos en blanco.
– Lo siento -espetó Beth, más rápido y con menos sinceridad de la que su padre esperaba.
– ¿Por qué te disculpas?
– ¡Papá! -La adolescente se enfadó y por un instante se pareció muchísimo a Christine. Lanzó un trágico suspiro que agitó los papeles que había sobre la mesa-. Lo siento, lamento haber sido difícil anoche.
– Beth, no solo fuiste difícil, sino directamente grosera y, por si fuera poco, en presencia de una invitada.
La mirada de su hija se tornó pícara.
– Tu nueva acompañante. ¿Eso significa que Foster ya no vendrá a cenar? Sería lamentable.
– Claro que vendrá. La detective Mitchell solo es una compañera provisional. ¿Por qué te preocupas por Foster?
– No lo sé. Es… bueno, es cachondo en el sentido artístico. Le van las cámaras y el cine. Podría hacerme algunas fotos para el proyecto de modelo. -Beth se echó a reír cuando Solliday quedó boquiabierto-. Estaba bromeando. -Apoyó la barbilla en una mano-. ¿Qué dices de la dama?
Lauren se reía.
– Sí, Beth tiene razón, ¿qué dices de la dama?
Reed respiró aliviado, pues aún estaba afectado por el comentario sobre el cachondo de Foster.
– Para entendernos, ¿bromeabas sobre el cachondeo de Foster o sobre tus intentos de ser modelo?
Por encima del hombro de su padre, Beth miró las puntuaciones que le había puesto y preguntó:
– ¿Me pondrás un diez en limpieza y un nueve en sabor?
Solliday entrecerró los ojos. Vaya con las mujeres y sus tratos. La idea de encontrarse con Holly Wheaton frente a frente y con una cena de por medio lo dejó tan frío como pensar que Foster era cachondo.
– De acuerdo.
Beth sonrió.
– Me refería a ambas cosas. -La adolescente miró su plato y enseguida levantó la cabeza-. Papá, lo siento. Fui grosera. Estaba tan cabreada porque no me dejaste que me quedara a dormir en casa de Jenny que… -Beth calló cuando su padre enarcó las cejas-. Lo siento, eso es todo.
– Disculpas aceptadas. -Solliday cumplimentó el cuestionario y se lo dio-. Asunto olvidado.
Su hija se animó.
– Entonces este fin de semana puedo dormir en casa de Jenny.
Lauren dejó una taza de café junto al plato de su hermano y con la expresión le dio a entender que estaba dispuesta a ponerse a cubierto de la que estaba por caer.
– No -precisó Reed-. El castigo sigue en pie.
Beth se incorporó de un salto, abrió la boca y exclamó:
– ¡Papá! ¡No puedo creerlo!
– Siéntate -ordenó Solliday y se sorprendió al ver que su hija obedeció-. Fuiste insufriblemente grosera. Me levantaste la voz y el portazo fue tan intenso que arriba se cayó un cuadro. Suelo sentirme orgulloso de ti, pero anoche me avergoncé.
Beth clavó la mirada en la mesa.
– Comprendo. -Cuando observó a su padre, Beth ya había recobrado la serenidad-. Mañana tenemos que entregar el trabajo de ciencias que hacemos juntas. ¿Me dejas ir a casa de Jenny aunque solo sea para terminarlo? No es justo que sus notas se resientan.
Reed miró a Lauren, que se encogió de hombros.
– Está bien -accedió-. Prepárate. Tengo una reunión, por lo que te recogeré en cuanto esté listo.
Beth apretó los dientes, asintió y se retiró.
Solliday dejó escapar un suspiro y comentó:
– Soy tonto, ¿no?
– Sí, pero la quieres. Me alegro de que Beth tenga la vida que tiene, aunque a veces me gustaría que entendiera que negarse es más difícil. A mi madre biológica nunca le importó.
– A la mía tampoco. -Reed reflexionó con la mirada fija en el café-. Nunca estaba lo suficientemente serena.
La expresión de Lauren se demudó de preocupación.
– Perdona, no pretendía que lo recordases.
– No pasa nada. -El teniente levantó la cabeza-. Hoy Mia y yo visitamos un centro juvenil.
– De modo que ahora la llamas Mia. Reed, citando a Beth, ¿cuál es el trato con la dama?
– Lauren, es mi compañera.
Su hermana sonrió.
– Vaya, no has añadido «eso es todo». Diría que ha habido progresos.
– ¡Estoy lista! -gritó Beth desde la entrada.
Reed se puso de pie.
– En ese caso, en marcha, chica.
Miércoles, 29 de noviembre, 19:45 horas
Dana miró el plato vacío de Mia y asintió.
– Por fin has terminado.
Las dos estaban solas en la mesa, ya que hacía rato que los hijos adoptivos de Dana habían terminado de cenar.
Mia puso los ojos en blanco.
– Porque te impones. Detesto la verdura.
– Vienes porque quieres que te intimide y a mí me encanta complacerte.
Durante la cena se había esfumado gran parte del enfado que Mia había sentido por la llamada de Holly Wheaton. Era difícil permanecer cabreada en presencia de los hijos de Dana. De todas maneras, aún le quedaban arrestos para una última pulla.
– Serías una buena dominatriz -aseguró Mia y su amiga rio.
– Dana la Dominatriz. Me gusta cómo suena.
– Y a mí. -Ethan, el marido de Dana, entró en la cocina y besó a su esposa en la nuca-. Podría ser muy divertido. Se me ocurren varias ideas.
Dana le pegó juguetonamente en la mano.
– No necesitas ideas nuevas.
Cogió a su marido de la cabeza para darle un beso y Mia sintió la punzada que experimentaba cada vez que los veía juntos. Esa noche no fue como siempre; por alguna razón resultó más intensa y sombría. Generalmente la punzada era de alegría por Dana y en ocasiones de nostálgico deseo por su parte.
Esa noche estaba cargada de celos, envidia y… y resentimiento. Afectada por lo que sentía, la detective carraspeó y dijo:
– Por favor, ya está bien. ¿Todavía os besáis así?
Ethan fue el primero en apartarse y el tono de Mia lo desconcertó.
– Perdona, Mia. Cariño, me ocuparé de ver que han hecho los deberes para que podáis hablar.
Pasó tiernamente la yema de los dedos por el rostro de Dana antes de irse y Mia no logró anular la sensación del pulgar de Reed Solliday acariciándole la línea de la mandíbula.
Esa noche había huido. Se había asustado y escapado como una cría. La llamada de Wheaton no fue más que la excusa para enfadarse con Solliday. Era más sencillo que afrontar lo que había sentido cuando Reed le acarició el rostro. La noche anterior su compañero había hecho lo mismo y ella también se había apartado.
– Cuando quieras estoy lista -afirmó Dana con voz queda.
Mia depositó cinco centavos sobre la mesa y su amiga sonrió.
– Ha subido a veinticinco. Es por la inflación. No te preocupes, los pondré en tu cuenta. Adelante, habla.
– Soy una estúpida.
– Bueno.
Mia adoptó expresión de contrariedad.
– Así no te ganarás los veinticinco centavos.
Dana rio.
– Mia, no soy adivina, indícame la dirección correcta que tengo que seguir. -Recobró la seriedad-. Te lo pondré fácil. A, se trata de la mujer que supones que es tu hermanastra. B, estás afectada por la muerte de dos mujeres y no puedes devolverles la vida porque no eres Dios. C, anoche estuvieron a punto de matarte, hecho que no has mencionado ni una vez, y D, tiene que ver con Reed Solliday.
– ¿Qué tal E, que es la suma de todo?
– Mia…
Mitchell suspiró.
– ¿Y si lo dejamos en E, que es la suma de todo, aunque en este momento principalmente se vincula con D?
– ¿Ha sido malo contigo? -preguntó Dana como si consolara a una cría de cinco años.
La detective abrió la boca para soltar un comentario sarcástico, pero de repente se quedó sin réplica.
– No, es un caballero de la cabeza a los pies. Abre la puerta, me ayuda a sentarme y me cubre la cabeza con el paraguas.
– Habría que matarlo -declaró Dana con tono totalmente objetivo e inexpresivo.
– Dana, hablo en serio.
– Lo sé, cielo. Además de hacerte sentir incómoda por tratarte con el respeto que te mereces, ¿qué más hace?
– ¡Pues sí que eres buena!
– Miles de personas están de acuerdo contigo. Deja de darme largas.
– Anoche me siguió a la cárcel. Fui a hablar con Kelsey sobre Liam y «ella».
– ¡Qué interesante! ¿Cómo está Kelsey?
– Desconfiada como siempre en lo que se refiere a la libertad condicional. Conocía la existencia de Liam y de su madre, pero no de la mujer. Ah, antes de que se me olvide, dice que te puedes quedar las langostas.
A Dana se le escapó la sonrisa.
– No pienso ni tocarlas. Vamos, se acabó el tiempo muerto. Reed Solliday es apuesto, amable y me juego la cabeza a que le interesas y te has asustado.
Tantos años como asistente social habían aguzado la capacidad de observación de Dana y los años transcurridos como mejor amiga de Mia la habían afilado como una navaja.
– Básicamente, sí.
Dana se inclinó con actitud de conspiradora.
– Dime, ¿ya te ha besado?
La risa escapó de los labios de Mitchell.
– No. -La detective suspiró-. Pero hacia allí vamos.
– ¿Y?
– Y… bueno, no busco una relación.
– Yo tampoco la buscaba.
– Es distinto.
Dana enarcó una ceja.
– ¿Por qué dices que es distinto?
– Quieres a Ethan y te has casado con él.
Para Dana había sido un paso trascendental.
– Al principio solo me propuse tener sexo con él y cortar los lazos cuando me cansara.
Mia parpadeó porque era la primera vez que oía esa explicación.
– ¿De verdad?
– Lo cierto es que no me cansé. Todavía no me he cansado y creo que nunca me cansaré. En la cama es insuperable. Tanto músculo y energía… -Dana se abanicó con la mano.
Mia apretó los muslos por las punzadas que notó en la entrepierna.
– No es justo. Sabes que hace mucho que no estoy con un hombre y me lo refriegas por las narices.
Dana rio.
– Lo siento. No pude evitarlo. Mia, ya está bien. -La sonrisa de la trabajadora social se tornó pesarosa-. Mírate. Has cumplido los treinta y cuatro y lo único que tienes es trabajo. Cuando acaba la jornada regresas a un apartamento oscuro y frío y a una cama vacía. Cuando te levantas todo sigue igual. La vida transcurre y te limitas a ver pasar los días.
Aunque Mia tragó con fuerza, un nudo le cerró la garganta.
– No es justo -repitió.
– Estoy harta de ser justa -replicó Dana-. Estoy harta de ver cómo arruinas tu vida porque consideras que no te mereces algo mejor. Ya está bien, Mia; tu padre ha muerto, Kelsey está entre rejas y tu madre… solo Dios lo sabe. Pero yo te conozco y sé lo que te pasa. Me preocupo por ti. Si te parece que no es justo vivir como vives, deberías verte viviendo así. Mia, te aseguro que me parte el corazón. -Se le quebró la voz-. Y eso sí que no es justo.
Como también estaba dolida, Mia levantó la barbilla y bajó la mirada.
– Perdona.
Dana dio una palmada en la mesa.
– ¡Ya está bien! ¡Mia, quítate la venda de los ojos y escúchame! Te mereces una vida. No niegues que es lo que quieres. -Con un ademán abarcó cuanto la rodeaba-. Atrévete a decir que no quieres esto. Mírame a los ojos y dilo.
Mia paseó la mirada por la cocina y se fijó en los colores vivos, el fregadero lleno de platos y la nevera cubierta de dibujos realizados por los pequeños. Lo quiso y lo deseó tan fervientemente que se quedó sin aliento.
– Sí, es lo que quiero.
– En ese caso, cógelo. -Dana se inclinó con la mirada encendida-. Encuentra a alguien y cógelo.
– No puedo.
– Querrás decir que no quieres.
– Está bien, no quiero.
Dana se apoyó en el respaldo de la silla y hundió los hombros.
– ¿Por qué?
– Porque lo echaría a perder. -Apartó la mirada del rostro anonadado de Dana y concluyó-: ¡No estoy dispuesta a fastidiar a dos críos como nos jodió a nosotras!
Se impuso el silencio y Mitchell oyó el sonido de la moneda al deslizarse por la mesa.
– Mia, lo siento, pero no puedo ayudarte. -Permanecieron varios minutos en silencio hasta que Dana suspiró y apostilló-: ¿Puedo darte un consejo gratuito?
– ¿Puedo impedírtelo?
– No. Al igual que el alimento, el contacto humano es una necesidad. Sin alimento te mueres de hambre. Si careces de contacto humano a tu alma le ocurre lo mismo. ¿Te gusta Reed?
Mia suspiró antes de responder:
– Sí.
– En ese caso, no huyas de él. Descubre adónde te conduce la situación. No necesitas una casa, hijos y un marido para mantener una relación. Pese a lo que dicen las tarjetas del día de San Valentín, no todas las relaciones tienen que durar para siempre.
– ¿Aceptarías algo menos que una relación para siempre?
– No, porque la he probado e imagino que nada más me satisfará. Si estás decidida a no comer solomillo, no tienes por qué rechazar la hamburguesa. Si juegas limpio con tu hombre, la hamburguesa podría ser sustento suficiente como para pasar los días. Nunca se sabe. Es posible que a él también le guste únicamente la hamburguesa.
– Pues ahí es donde te equivocas. A los únicos a los que solo les gusta la hamburguesa es a los perezosos.
– Y Reed Solliday no lo es -añadió Dana con tono grave.
Mia sabía perfectamente que no lo era.
– Dana, no quiero herir a nadie como a Guy. Reed es un buen hombre, por lo que está vedado. Tengo que irme. Gracias por la cena.
Desde la ventana de la cocina, Dana vio cómo su amiga se alejaba en coche. Ethan se acercó por detrás y le pasó las manos alrededor de la cintura. Dana se apoyó en su marido pues lo necesitaba más que nunca.
– ¿Se lo has dicho? -murmuró Ethan.
La trabajadora social negó con la cabeza.
– No, no era el momento oportuno.
Ethan apoyó las manos en el vientre de su esposa.
– Dana, tienes que contárselo. Es adulta y te quiere. Se alegrará por nosotros.
Ese era precisamente el problema.
– Ethan, sé que querrá alegrarse por nosotros y me temo que soy lo bastante egoísta como para esperar hasta tener la certeza de que se alegrará.
– Pues no esperes mucho más. Quiero que todo el mundo lo sepa. Quiero ir a comprar la cuna, peúcos y ropita. -Hizo girar a Dana en sus brazos y la besó con ardor-. Hablemos un rato sobre ese asunto de la dominatriz.
Dana rio, que era lo que Ethan pretendía.
– Te quiero.
Ethan la estrechó con fuerza antes de replicar:
– Ya lo sé.
Miércoles, 29 de noviembre, 19:55 horas
Holly Wheaton observó a Reed como una gata colérica mira a un ratón recalcitrante. Claro que Reed no era un ratón, lo cual a ella no la volvió menos felina. Era una gata de blusa escotada y transparente, minifalda de ante y tacones de aguja.
Lo que la reportera se proponía era de una claridad meridiana. Reed se sintió curiosamente afectado y repelido y… estableció comparaciones. Le habría gustado que Mia estuviese presente para poner a esa mujer en su sitio. También le habría gustado porque deseaba tenerla a su lado. Mia no poseía las facciones de Wheaton, ese rostro que hacía que los hombres no pulsasen el mando a distancia cuando se dedicaban a zapear. Mia poseía algo más… más natural, más atractivo, bueno, más… más de todo. Miró fugazmente por debajo de la barbilla de Wheaton. En esa zona del cuerpo a Mia tampoco le faltaba nada, con los brazos hacia abajo o hacia arriba. «Concéntrate, Solliday, el tiburón traza círculos a tu alrededor». Se sentó frente a Wheaton y meneó la cabeza cuando el camarero quiso llenarle la copa.
– No, gracias. -Reed le entregó la carta-. No me quedo.
Wheaton se ruborizó.
– Si mal no recuerdo, hicimos un trato. Hablando del tema, llegas tarde.
– Tenía otra cena.
– Podías haberla suspendido.
– No, ni pude ni quise. Wheaton, no dispongo de mucho tiempo. Te prometí una entrevista, así que haz el favor de empezar.
– De acuerdo. -La reportera dejó la grabadora encima de la mesa-. Háblame de la investigación.
– No puedo hacer comentarios sobre una investigación en curso.
Wheaton entrecerró los ojos.
– ¿Pretendes faltar a tu palabra?
– No. Me pediste una entrevista, pero no me comprometí a responder a tus preguntas. Ahora contestaré, por supuesto, siempre y cuando me preguntes algo que esté en condiciones de divulgar.
La reportera pensó unos instantes y, cuando sonrió, a Reed se le erizó el pelo de la nuca.
– Está bien. ¿Quién es la mujer que la detective Mitchell siguió esta mañana?
Con cara de perplejidad y por dentro como un perro rabioso, Solliday se limitó a mirarla.
– Ah, te refieres a la rueda de prensa. Creyó ver a una mujer con la que queríamos hablar, pero se confundió. -Se encogió de hombros-. No hay ningún misterio.
Wheaton soltó una risita antes de sacar un DVD portátil del bolso de piel que había dejado a sus pies. Se lo entregó y dijo:
– Dale al botón de PLAY. El parecido es impresionante.
Reed le hizo caso y la ira burbujeó en su interior al ver que la cámara hacía un plano de los reunidos y se centraba en la mujer que, probablemente, era hermanastra de Mia. No era asunto de Wheaton. Se trataba del sufrimiento de Mia y Solliday no estaba dispuesto a que la reportera sacase beneficio de la situación. Wheaton le quitó el reproductor de las manos.
– Dime lo que quiero saber o haré públicas las imágenes.
– ¿Qué es lo que harás público? -preguntó el teniente sin inmutarse-. Es una mujer que no interesa, un rostro más en la multitud.
La reportera se encogió de hombros.
– De acuerdo, lo averiguaré por mi cuenta.
– Te lo ruego encarecidamente. Cuando lo sepas, avísame, es probable que me apetezca ir a cenar con esa mujer.
Miércoles, 29 de noviembre, 20:00 horas
Estaba sentado ante su escritorio y maldecía a Atticus Lucas cuantío tendría que haber repasado por última vez la logística de esa noche. Bastó un huevo en un rincón de la vitrina para que los policías ocuparan el centro de menores. ¿Por qué demonios un adulto se dedicaba a jugar con cuentas de colores?
Había estado en el aula de arte. En algún momento y en algún lugar los policías encontrarían sus huellas. Si eran mínimamente competentes a la hora de realizar su trabajo se percatarían de que algo no cuadraba, pero tardarían… bueno, como mínimo tardarían varios días en llegar a ese punto.
Lamentablemente, en el laboratorio también habían encontrado pruebas de sus actividades. Le parecía imposible. Había limpiado a conciencia y puesto el extractor todo el rato que trabajó en la cabina, pero habían encontrado algo. El pánico no debía dominarlo. Necesitaba tiempo para terminar, tiempo para hacerlo bien. Por culpa de Adler y de su idiotez, ahora tendría que correr.
Todo eso no era más que una distracción. Tenía trabajo pendiente. Pronto llegaría el momento de seguir avanzando. Sabía exactamente adónde iría y qué haría. El aire estaba cargado de energía. Se dedicaría a algo nuevo. Empezaba a estar harto de las casas. Sentía la necesidad de ampliar horizontes.
Aunque había calculado bien el tiempo, necesitaba actuar con rapidez, antes de que los aspersores y los detectores de humo pusieran en alerta al personal del motel. A la hora elegida, solo habría una persona que bebería café para intentar mantenerse despierta.
Lo había calculado la noche anterior. Estaba preparado. El señor Dougherty no sufriría, pues no tenía la culpa de haberse casado con una bruja. Por su parte, la señora Dougherty… tenía que responder de muchas cosas. No tardaría en hacerlo.
«Tendrá que responder ante mí».
Los timbrazos del teléfono lo devolvieron a la realidad. Su primera reacción fue de temor, que no tardó en convertirse en cólera. Sintió ira hacia Adler por haber conducido a la policía hasta su puerta. «Qué es lo que despertó mis temores». Se preguntó si era la policía y qué sabría a esa hora. Al cuarto timbrazo respondió:
– Diga.
– Tenemos que hablar.
Más que por las palabras, parpadeó al oír el tono enérgico.
– De acuerdo. ¿Para qué?
– He hablado con Manny y me lo ha contado todo.
Apretó el auricular y se obligó a relajarse. Incorporó a su voz una nota de divertida incredulidad cuando preguntó:
– ¿Lo has creído? Déjate de tonterías.
– No lo sé. Tenemos que hablar.
– Está bien. Quedaremos y lo hablaremos racionalmente.
Se produjo una larga pausa.
– De acuerdo. En el Flannagan dentro de media hora.
Consultó la lista y, aunque lo había comprobado casi todo, aún quedaban unos cabos sueltos antes de ir al motel a visitar a los Dougherty.
– Mejor dentro de tres cuartos de hora.
Se puso de pie y con sumo cuidado guardó los huevos en la mochila. Desenfundó la navaja y la movió de aquí para allá, por lo que captó la luz y admiró su brillo. La había afilado después de usarla con Penny Hill. Todo dueño de armas responsable cuida su material.
El chico miró y un miedo cerval le paralizó el corazón. Sabía de primera mano lo que esa navaja era capaz de hacer. También sabía lo que le haría si lo descubrían. Por eso se encogió un poco más y se ocultó del monstruo que atormentaba sus sueños.