Capítulo 25

Lunes, 11 de diciembre, 15:55 horas

Una enfermera entró en la habitación.

– Tiene visita, detective.

Mia quiso soltar un gruñido. Le dolía la cabeza. No había parado de recibir visitas desde que la trasladaron a una habitación individual. Podría haberles pedido a las enfermeras que pusieran fin a tanta entrada y salida, pero cada persona que llegaba era alguien a quien quería. Y alguien que la quería a ella. Una jaqueca era un precio pequeño.

– Hágala pasar.

Jeremy asomó la cabeza por la puerta y Mia sonrió.

– Hola, chaval.

– Hola. -Se acercó a la cama-. Tienes mejor aspecto.

– Me encuentro mejor. -Mia dio unas palmaditas al colchón-. ¿Cómo va el colegio?

Con cuidado, Jeremy se sentó a su lado.

– Hoy mi profesora se ha equivocado.

– ¿En serio? Cuéntamelo.

El niño le explicó, en un tono muy grave, como Mia sabía ya que era su manera, que la profesora había pronunciado mal el nombre de un rey babilónico del que Mia jamás había oído hablar. Mientras hablaba, el dolor de cabeza amainó y Mia apartó de su mente las preocupaciones sobre el estado de su cuerpo y su carrera. Ese niño estaba sano y salvo. Había hecho algo importante.

Ahora quería que Jeremy estuviera algo más que sano y salvo. Ya sonreía de vez en cuando y aquella semana incluso había reído en una ocasión. Parecía estar a gusto en casa de Dana, pero, en cierto modo, no era suficiente. Mia quería que se sintiera feliz, no solo a gusto.

Jeremy acabó su relato y, después de hacer una larga pausa y observar detenidamente a Mia, dijo:

– Tú te equivocaste aquel día. -Arrugó el entrecejo-. De hecho, mentiste.

No fue necesario especificar el día.

– ¿En serio?

Jeremy asintió.

– Le dijiste a Kates que nunca te había hablado de él. Mentiste.

– Hum. -O sea que la historia de la profesora no había sido más que un astuto ardid-. Estoy de acuerdo. ¿Habrías preferido que hubiese dicho la verdad?

Jeremy negó con la cabeza.

– No. -Se mordió el labio-. Mi mamá también mintió.

Ajá.

– ¿Te refieres a cuando dijo que no lo había visto? Te estaba protegiendo.

– Tú también. -Jeremy se enderezó bruscamente-. Quiero vivir contigo.

Mia parpadeó. Abrió la boca. Negativas y razones de por qué no podía ser brotaron en su mente, pero se negaron a cruzar sus labios. Solo existía una respuesta para aquel niño que había pasado por tanto.

– Vale. -Ya encontraría la manera de hacer que ocurriera, aunque tuviera que remover cielo y tierra-. Pero te advierto que soy una cocinera pésima.

– No importa. -Jeremy se acurrucó a su lado con el mando de la tele en la mano-. He estado viendo programas de cocina. No parece tan difícil. Creo que podré cocinar para los dos.

Mia rio y lo besó en la coronilla.

– Bien.


Lunes, 11 de diciembre, 17:15 horas

Dana se había llevado a Jeremy y Mia volvía a estar sola. Tenía mucho en lo que pensar. Había ganado un gato, un novio y un niño y había perdido un riñón y su actividad profesional, todo en apenas dos semanas. Kates había muerto, a manos de Reed. Jeremy estaba vivo. Y también su madre. Habría sacrificado casi cualquier cosa por salvar a Jeremy, pero salvar a su madre le había supuesto sacrificar su profesión y eso le parecía un precio muy alto.

«Debí matar a Kates cuando tuve la oportunidad», pensó. Cuando Kates sostenía el cuchillo contra la garganta de su madre, tuvo la sensación de que era una desconocida. Había arriesgado su vida para salvar a su madre. Pero había arriesgado su vida por desconocidos muchas otras veces.

Había más probabilidades de que un desconocido le diera un riñón, por eso. Era difícil no estar resentida. «Viviré». Y en realidad eso era lo único que importaba. Aunque ya podía despedirse de su profesión a menos que encontraran un donante. Kelsey no era compatible, tampoco Dana, Reed, Murphy y los demás amigos que se habían ofrecido sin que nadie se lo pidiera. Por lo visto hasta Carmichael se había hecho las pruebas, pero no había habido suerte.

Olivia era una posibilidad que tenía presente en su mente, pero no era algo que se creyera con derecho a pedir. Eran dos extrañas. Tal vez algún día se hicieran amigas, y Mia quería que fuera por las razones correctas, no porque hubiera cultivado una relación con ella con la esperanza de suplicarle un riñón. Eso le parecía… deshonesto.

Así pues, se avecinaba para ella un cambio profesional. «¿Qué podría hacer?» Era una pregunta interesante y bastante aterradora, pero de momento no necesitaba pensar en eso. Se estaba dando el respiro que Spinnelli le había prometido. Aunque no precisamente en la playa, y su piel estaba adquiriendo el tono contrario a un bronceado. «Pero viviré».

– Hola. -Reed entró con un periódico en una mano y una bolsa de plástico en la otra-. ¿Cómo te encuentras?

– Me duele la cabeza, pero por lo demás bien. Te juro, Solliday, que si llevas una caja de condones en esa bolsa, será mejor que te busques a otra.

Reed se sentó en el borde de la cama y la besó dulcemente.

– Nunca pensé que echaría de menos tu delicada boca. -Le tendió el periódico-. Pensé que te gustaría ver esto. -El titular rezaba: Presentadora de informativos local acusada de extorsión. Firmado por Carmichael.

A Mia le temblaron los labios.

– Esto es mucho mejor que todos los calmantes que me obligas a tragar. -Leyó por encima y levantó la vista con una sonrisa-. La pobre Wheaton tendrá que emitir desde una celda. Nunca pensé que esa amenaza se haría realidad.

– Me has contado por qué ella te odiaba, pero nunca me has contado por qué la odiabas tú.

– Ahora me parece tan trivial… ¿Recuerdas que te conté que había discutido con Guy en aquel restaurante elegante y le devolví la sortija? Pues por lo visto alguien se lo sopló a Wheaton. En aquel entonces la habían degradado de noticias de primera plana a crónicas de sociedad porque ningún poli la dejaba acercarse a los escenarios de los crímenes. El caso es que Wheaton nos estaba esperando fuera del restaurante con una cámara. Me preguntó si era verdad que Guy y yo habíamos roto. Ni siquiera era un buen chisme. Solo lo hizo por resentimiento.

Mia suspiró.

– Y así fue como Bobby descubrió que se le habían acabado las entradas de hockey gratis. Se aseguró de comunicarme su descontento. En realidad no debería haberme importado. Supongo que era una razón estúpida para odiarla. -Sonrió-. Pero, de todos modos, me alegro de vaya a parar con sus huesos a la cárcel.

Reed rio y la besó de nuevo.

– Yo también. -Se trasladó a la silla-. Beth va a participar en otro concurso de poesía. Estoy invitado. Y tú también, si sales a tiempo.

Mia se puso seria.

– ¿Le pediste que te leyera «Casper»?

Algo vibró en los ojos oscuros de Reed, algo intenso y profundo.

– Sí, y luego le dije que la quería, tal como me aconsejaste.

– Tiene un don.

– Y que lo digas. No tenía ni idea de que se sintiera así. -Reed tragó saliva-. Pensar que creía que estaría dispuesto a cambiarla por su madre. Nunca fue mi intención herirla de ese modo.

– ¿Y qué piensas hacer al respecto?

Reed sonrió.

– He tenido una reunión con los contratistas para hablar de la casa. He aprobado los planos estructurales, pero voy a dejar que Beth y Lauren la decoren. Tú podrás opinar sobre mi dormitorio.

Mia enarcó las cejas.

– ¿No me digas?

– Vendrás a vivir con nosotros cuando salgas de aquí.

Lo dijo con una belicosidad impropia de él. Mia mantuvo las cejas en alto.

– ¿En serio?

– En serio. Al menos hasta que estés del todo bien. Después podrás irte, si quieres. ¿Tienes algo que decir al respecto, Mitchell?

Estaba nervioso. Era enternecedor.

– Vale. Pero ¿solo podré opinar?

Reed se relajó.

– No quiero rayas ni cuadros. Beth tiene buen ojo para esas cosas. Tú puedes opinar.

– Vale. -Entrelazaron sus manos-. Jeremy ha venido hoy a verme.

– Y habéis visto la tele -comentó con ironía Reed.

Mia rio.

– La historia del queso, creo. -Suspiró-. Reed, llevo días dándole vueltas a algo. -Contempló las manos de ambos-. No quiero que Jeremy crezca en un hogar de acogida, aunque sea un buen hogar como el de Dana.

– Quieres adoptarlo.

– Sí. Me preguntó si podía vivir conmigo cuando salga del hospital. Le dije que sí y haré lo que haga falta para cumplir mi promesa. Quería que lo supieras.

– Tenemos una habitación de más. Puede ocuparla. Pero no debe tener su propio televisor. Ese chiquillo ya ve suficiente tele.

Representaba tan poco esfuerzo para él acoger a un niño… Mia casi no podía hablar ante la generosidad y la facilidad con que Reed se estaba comprometiendo.

– Estamos hablando de un niño, Reed, de una persona. No quiero que tomes esta decisión a la ligera.

Reed la miró con gravedad.

– ¿Lo hiciste tú?

– No.

– Yo tampoco. -Solliday respiró hondo-. Yo también he estado dándole vueltas a algo. ¿Te acuerdas cuando te pregunté si creías en las almas gemelas?

El corazón de Mia se aceleró.

– Sí.

– Dijiste que creías que algunas personas las tenían.

– Y tú dijiste que cada persona solo podía tener una.

– No, dije que no lo sabía.

– Vale. Luego dijiste que no habías conocido a ninguna mujer que pudiera reemplazar a Christine.

– Y nunca la conoceré.

Mia parpadeó. No había esperado que la conversación fuera por esos derroteros.

– ¿Por qué me has pedido que viva en tu casa, Reed? Porque si es solo por compasión, no estoy interesada.

Reed contempló el techo con un suspiro de frustración.

– Qué mal se me da esto. Tampoco se me dio bien la primera vez. De hecho, fue Christine quien me propuso matrimonio.

Mia la miró boquiabierta.

– ¿No… no me estarás proponiendo matrimonio?

Reed le clavó esa sonrisa pícara que siempre conseguía seducirla.

– No, pero deberías haberte visto la cara. -Se llevó las manos de Mia a los labios y se puso serio-. Nadie puede reemplazar a Christine. Fue una parte importante de mi vida. Me dio a Beth. Pero lo que he comprendido es que no necesito que nadie la reemplace. -Contempló las manos de ambos-. Amaba a Christine porque con ella era más de lo que era solo. Me hacía feliz. -Levantó la vista y sonrió-. Tú me haces feliz.

Mia intentó engullir el nudo que se había formado en su garganta.

– Me alegro.

Reed levantó una ceja.

– ¿Y?

– Y tú también me haces feliz. -Mia torció el gesto-. Me pregunto cuál será el próximo desastre.

– Ser feliz no es ningún crimen, Mia. ¿Crees en el amor a primera vista?

Era una pregunta con trampa.

– No.

Reed sonrió.

– Yo tampoco. Sobre todo porque a primera vista parecías una demente.

– Y tú parecías Satanás. -Le pasó un dedo por la perilla-. Pero está empezando a gustarme. Reed, puede que no vuelva a ser la misma… nunca más.

Él recuperó la seriedad.

– Lo sé, y resolveremos los problemas a medida que se presenten. Por el momento, concéntrate en ponerte bien. Seguiremos buscando un donante compatible. -Se aclaró la garganta-. Te he traído algo. -Introdujo la mano en la bolsa de plástico y sacó el juego de mesa Clue-. Para que mantengas en forma tus habilidades detectivescas.

Los ojos de Mia se humedecieron.

– Empiezo yo. Y seré cualquier ficha menos el revólver y el cuchillo.

Reed preparó el tablero.

– Puedes ser el candelabro. Y que tengas un agujero en la barriga no es razón para hacer favoritismos contigo. Tiraremos los dados para ver quién sale primero, como todo el mundo.

Mia estaba a punto de descubrir al coronel Mustard en la biblioteca con la pipa cuando una voz en la puerta la sobresaltó.

– La señorita Scarlett en el conservatorio con la cuerda.

Mia abrió los ojos como platos.

– ¿Olivia?

Reed parecía mucho menos sorprendido, pero más preocupado.

– Olivia.

Olivia llegó al pie de la cama y respiró hondo.

– De acuerdo.

Un fino hilo de esperanza penetró en la mente de Mia.

– ¿De acuerdo qué?

Olivia miró a Reed.

– ¿No se lo has contado?

Solliday negó con la cabeza.

– No quería que se hiciera ilusiones. Además, dijiste que no.

– No, simplemente no dije que sí. -Olivia se volvió hacia Mia-. Reed me llamó el día después de que te dispararan y me explicó lo que necesitabas. También me dijo que tu madre se negó a hacerse las pruebas. Tú ganas, hermana mayor. Tu familia es mucho peor que la mía.

Mia se había quedado muda.

– ¿Estás dispuesta a hacerte las pruebas?

– No. Me he hecho las pruebas. Nunca digo que sí a nada de buenas a primeras. Tenía que informarme, hacerme las pruebas, pedir una excedencia.

– ¿Y? -preguntó Reed con impaciencia.

– Y aquí estoy. Soy compatible. Lo haremos la semana que viene.

Reed soltó un fuerte suspiro.

– Gracias a Dios.

Mia sacudió la cabeza.

– ¿Por qué?

– No porque te quiera. Ni siquiera te conozco. -Olivia frunció el entrecejo-. Pero sé a lo que tendrías que renunciar si no lo hiciera. Eres policía. Una buena policía. Si no consigues un riñón, perderás eso y Chicago te perderá a ti. Yo puedo evitar que eso ocurra y lo evitaré.

Mia la observó detenidamente.

– No me debes nada, Olivia.

– Lo sé. Creo. -Su mirada se ensombreció-. O tal vez sí. Pero que te deba algo o no carece de importancia. Si un policía de mi departamento lo necesitara, lo haría. ¿Por qué no por alguien que lleva mi misma sangre? -Enarcó las cejas-. Claro que si no quieres mi riñón…

– Sí lo quiere -dijo firmemente Reed. Cogió la mano de Mia-. Deja que te ayude, Mia.

– Olivia, ¿lo has meditado bien? -No quería hacerse ilusiones. Todavía no.

Olivia se encogió de hombros.

– Mi médico me ha dicho que podré volver al trabajo en dos o tres meses. Mi capitán está de acuerdo en que me tome ese tiempo. No creo que hubiera podido aceptar si no hubiesen sido esas las condiciones.

Mia aguzó la mirada.

– Una vez que me lo des no pienso devolvértelo.

Olivia rio.

– Lo sé. -Acercó una silla a la cama de Mia y recuperó la seriedad-. Quería disculparme contigo. La noche que hablamos… estaba tan alterada que conduje directamente hasta Minnesota.

– Necesitabas tiempo. Nunca fue mi intención soltártelo de ese modo.

– Lo sé. Habías tenido un mal día. Por cierto, buen trabajo con el caso Kates. -Sonrió-. Leo el Trib. Tengo boicoteado el Bulletin por principios.

Mia sonrió a su vez.

– Yo también. -Se puso seria cuando la sonrisa de Olivia se desvaneció.

– Mia, lo siento, juzgué sin comprender. Ahora lo comprendo todo mucho mejor. Y te agradezco que intentaras evitar que me sintiera… rechazada. Tenías razón, yo tuve más suerte. Ojalá mi madre estuviera viva para poder decírselo. -Se levantó-. Ahora me iré a buscar un hotel para poder dormir. Trabajé dos turnos seguidos antes de venir.

– Te diría que te quedaras con nosotros, pero aún estamos en un hotel -dijo Reed.

– No te preocupes. Tu médico tiene mi historial clínico. Lo actualizará una semana antes del día señalado y ya no habrá vuelta atrás. Dice que hará el procedimiento mediante laparoscopia en las dos. Me dará el alta en uno o dos días. Tú podrías estar en casa para Navidad. -Miró a Reed-. Doy por hecho que estás de acuerdo.

Reed asintió tembloroso.

– Lo estoy. Gracias.

Olivia se marchó y Mia la observó alejarse. Se volvió hacia Reed con la mirada vidriosa.

– Lo hiciste por mí.

– Lo intenté. No esperaba que aceptara.

– El día que nos conocimos me dejaste tu paraguas.

Reed sonrió.

– Lo recuerdo.

– Hoy me has devuelto la vida. O por lo menos una parte importante. -Pero no toda, comprendió. «Ya no». Era más que una policía. Tenía un gato. Y un niño. Y un hombre que la estaba mirando como si nunca fuera a dejarla ir-. ¿Cómo puedo agradecértelo?

Los ojos de Reed chispearon.

– Seguro que se nos ocurre algo.

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