Capítulo 10

Mari durmió intermitentemente en los siguientes dos días, recuperando lentamente sus fuerzas. Ken estuvo con ella la mayor parte del tiempo, pero era libre para moverse alrededor de la habitación fortaleciendo los músculos de su pierna de nuevo. Ken entrenaba con ella, flexiones, abdominales y frotaba el músculo de su pantorrilla por ella. Cada vez que se iba a dormir, estaba allí, sujetándola cerca y cantando suavemente para ella. Si alguien más entraba en la habitación, paraba bruscamente como si se avergonzara, pero cuando estaban a solas y se lo pedía, cantaba. Le hacía sentir como si hubiera una conexión, una intimidad entre ellos dos.

Se despertó por la noche, mirando al techo y saboreando la sensación del cuerpo de él tan cerca del suyo. Sabía que estaba despierto, incapaz de dormir. Deseaba encontrar una forma de eliminar sus pesadillas de la manera en que él lo había hecho para ella. Podía decir por su respiración desigual y el intenso calor de su cuerpo que los recuerdos estaban muy cerca. Estaba sentado a su lado, la sábana y poco más, los separaba. Siempre era consciente de él como hombre.

– ¿Mala noche?

Giró la cabeza para mirarla, y ella captó un vistazo del infierno en sus ojos antes de que le sonriera, cubriendo sus pensamientos. Sus dedos subieron para enredarse en la seda oro y plata de su cabello.

– No demasiado. -Tiraba de su cabello, frotando las hebras entre el pulgar y el índice como si saboreara la sensación-. Adoro verte dormir.

Debería haberla molestado, siendo tan vulnerable mientras dormía con un hombre mirándola, pero de algún modo, la hacía sentir a salvo. Quería eso para él. Era un centinela silencioso, montando guardia sobre ella, sus propias pesadillas cercanas y vívidas mientras se aseguraba que fuera capaz de dormir como un bebé. Apenas parecía justo.

– Desearía que pudieras dormir también. Necesito encontrar algo para ayudarte con ello. -Había una invitación inconsciente en su voz.

Ken se sentó a su lado, sintiendo el calor de su cuerpo, la ráfaga de electricidad que crepitaba a lo largo de su piel. Tenía buenas intenciones, se había dado muchos sermones, pero estando con ella día y noche, mirando las sombras pasar a través de su cara, conociendo lo que su vida había sido, lo que sería si Whitney se saliese con la suya le hizo sentirse menos monstruo de lo que era. Y eso era peligroso.

– Ken. -Hubo un dolor de añoranza en su voz. Se alzó y tocó sus labios trazando la línea externa con una caricia ligera.

Él sacudió la cabeza.

– Estas tentando al diablo, Mari.

– No pienso en ti como en un diablo.

Ken enmarcó su cara con las manos, los dedos explorando, trazando la estructura de finos huesos de su cara y deslizándose hacia abajo a su barbilla y cuello.

– Eres tan delicada. ¿Cómo puede haber tanta fuerza envuelta en un cuerpo tan delicadamente pequeño?

– Nunca nadie antes me había dicho algo así. -Giró la cabeza en su palma y se frotó como un gato-. Tienes manos grandes.

Ken encontró la forma en que su cara se movía sobre su mano demasiado sensual para su gusto. Su lengua se movió para probar su piel, un rizo suave que paró su corazón a lo largo de su pulgar, mandando imágenes eróticas a su cabeza antes de que pudiera censurarlas. Necesitaba que Mari se sintiera a salvo con él, pero era naturalmente sexy, respondiendo a su potente química con una pequeña inhibición debido a las drogas en su sistema. Sus suaves senos empujaron contra su pecho, mandando una corriente eléctrica a través de su cuerpo.

– Tal vez deberías volverte a dormir.

– ¿Por qué?

– Es más seguro para ti.

– Quieres decir más seguro para ti -dijo, burlándose de él-. Eres como un bebé. Acarició sus manos de nuevo, su lengua y dientes esta vez se deslizaron por la muñeca. Sus labios fueron ligeros como plumas contra las cicatrices, pequeños besos diseñados para volverlo loco.

Ken se aclaró la garganta, su corazón corriendo.

– No sé que tipo de drogas está dándote Lily, pero estoy seguro que es una combinación potente.

– ¿Es la droga? ¿Te deseo porque Lily me da drogas? -Su boca se tragó el pulgar y chupó duro, su lengua agitándose provocativamente. Todo mientras los ojos de color chocolate permanecían centrados en los suyos.

Su corazón casi se detuvo. Su cuerpo reaccionó, la sangre palpitando, llenando su ingle hasta atestarla, centrando la conciencia en un dolor pulsante.

– Cariño, no puedes hacer cosas como esta. Estás jugando con fuego.

Los dientes rasparon y tiraron de la yema del pulgar. Su polla se sacudió en respuesta, anticipando el placer de los dientes raspando a lo largo de las cicatrices, la lengua y la boca apretada y caliente y oh tan húmeda.

Deslizó la mano bajo su camisa, deslizándose sobre su estómago desnudo y hacia arriba sobre las costillas hasta cubrir los pechos. Se tomó su tiempo, dándole bastante tiempo para que lo apartara, para que lo detuviese. Ella se arqueó contra él, empujando los pezones contra sus manos. Estaban ya duros y erectos, suplicando atención.

– Dime como es tu casa. Nunca he estado en una casa.

Ken apoyó la cabeza en la almohada al lado de la suya, los dedos acariciando suavemente.

– Jack y yo construimos una casa en Montana. Tenemos bastantes acres y un bosque nacional rodea nuestra propiedad por tres lados, así que estamos bastante aislados. Somos totalmente autosuficientes. Jack ha hecho la mayor parte del mobiliario. Tenemos una mina de oro, nunca la hemos trabajado, pero hay una veta allí seguro.

– ¿Es bonita?

Él subió la camisa, agrupando el material poco a poco para revelar la piel lisa de su vientre y la cintura, llegando a la estrecha caja torácica, hasta que expuso la parte inferior de sus pechos-. Nunca he pensado mucho sobre eso, pero si, la región es hermosa y la casa es amplia con un montón de espacio para dos familias. La vista desde casi todas las habitaciones es asombrosa.

Sus nudillos frotaron una y otra vez bajo sus pechos, saboreando la piel suave y satinada. Nadie tenía su increíble piel.

Mari se relajó más, su cuerpo se suavizo y flexibilizó por el movimiento hipnótico de su mano. El ardor de su cuerpo la calentó.

– ¿Tienes chimenea? Siempre he pensado que las imágenes de chimeneas eran románticas y hogareñas al mismo tiempo.

– Tenemos una chimenea en el salón, una habitación común compartida por Jack y yo. Ambos tenemos nuestra propia ala de la casa. Él tiene dos habitaciones, un par de baños y una oficina. Ambos tenemos chimeneas en el dormitorio. La casa es grande y muy amplia, y nos calentamos principalmente con leña. Allí nieva, así que hace mucho frío por la noche.

Su piel le fascinaba. Era más suave que cualquier cosa que hubiera sentido antes. Tenía que admitir, que en lo que se refería al sexo, le gustaba duro, rápido y en cantidad, pero había algo mágico en tumbarse a su lado simplemente saboreando la sensación de su piel. Disfrutó del aumento de temperatura, el latido de la sangre a través de su polla hinchada. Se sintió vivo, feliz. Casi no reconocía la emoción.

– Crecí en los barracones. Ahora tengo mi propia habitación, pero no hay nada en ella. Solo la litera y mi armario. No nos son permitidas cosas personales. Hay una televisión en la habitación de juegos, pero somos observadas todo el tiempo, y todo lo que hacemos es grabado. Mayormente entrenamos, trabajamos en educación y reforzamos nuestros talentos psíquicos para hacernos mejores soldados. Bueno, al menos lo hacíamos hasta que Whitney vino con su último brillante programa.

– ¿Qué haces cuando tienes tiempo libre?

– ¿Por las tardes? Me gusta leer y escuchar música. Me encanta la música.

– ¿Y en vacaciones? ¿Viajas?

– No tenemos vacaciones. Y el único viaje que nos permiten es cuando estamos en una misión. -Mari se presionó contra su mano. Las sensaciones iban a la deriva a través de ella como el humo perezoso, hasta que la conciencia sexual ardió a través de su cuerpo entero. Sus dedos cogieron los dolores y las molestias y los convirtieron en algo completamente diferente-. Por supuesto ahora, desde que empezó el programa de cría, todas las mujeres son virtualmente prisioneras.

– ¿Creciste con esas mujeres? ¿Os criaste en los barracones desde que erais pequeñas?

– Si. Son mi familia. Las considero mis hermanas. Cami es dura, se escapará sin problemas, y las demás seguirán a nuestra líder, pero tengo una hermana que sospecho está ya embarazada. Tenemos que sacarla de allí antes de que controle las pruebas semanales y tenga los resultados. Está aterrorizada de que lo descubra.

– La sacaremos. -Ken no preguntó cuál de las mujeres estaba embarazada. Mari ya lamentaba darle tanta información; podía verlo en su cara y no la culpó. Deslizó su cuerpo hacia abajo, solo un poquito, lo suficiente para que pudiera descansar la barbilla en la parte alta de su cabeza y su cara estuviera de frente a sus preciosos senos. Su aliento se enganchó.

Los rayos de luna de la claraboya sobre sus cabezas se derramaron a través de su cuerpo, iluminando su piel, convirtiéndola en crema. Subió más arriba la camisa, exponiendo sus pechos al aire frío de la noche, y a su caliente mirada. Su propia respiración abandonó los pulmones en una ráfaga acalorada. Esta mujer le daba algo que nadie más le había dado nunca. No era la combinación de lujuria y necesidad, o incluso que su cuerpo saltara de vuelta a la vida dura y vividamente; era la felicidad simplemente. Se sentía diferente cuando estaba con ella. Más ligero. El recuerdo de su olor y la visión de sangre, del sudor oscuro, los sonidos de sus propios gritos, la rabia que nunca lo abandonaba, que le consumía hasta que pensaba que su mundo era solo uno de completa oscuridad, desprovisto de algo bueno, ella lo forzaba todo a retirarse, solo con su presencia. Whitney, el hijo de puta, no podía haber hecho que eso pasase con su intromisión, era demasiado real.

Mari levantó la mano, peinando con los dedos su grueso cabello ondulado. Su cuerpo casi vibraba con la necesidad de sentir sus manos, y boca sobre ella. Su cuerpo se sentía como si se estuviera derritiendo, tan suave y flexible que podía modelarla en cualquier cosa. Sus pechos hormiguearon cuando el aire frío golpeó sus pezones como el movimiento rápido de una lengua, convirtiéndolos en duros picos gemelos.

Sus dedos se cerraron en puños en su cabello cuando se movió de nuevo, y sintió la sombra de la barba raspar contra sus pezones, mandando pequeños relámpagos a través de su sistema sanguíneo.

– Ken.

Dijo su nombre en un susurro jadeante que amenazó con romper su rígido control. Ken pensó que tenía su deseo bien controlado, pero no había contado con la manera en que su cuerpo respondía al suyo. Sus pechos desnudos dispuestos delante de él como un festín, bebió con la vista de su carne lujuriosa, hinchada y enrojecida por el deseo, subiendo y bajando con cada respiración, atrayéndolo cerca de los apretados capullos rosas que se levantaban para llamarle. Lo deseaba, no, lo necesitaba y ese era el afrodisíaco más potente de todos.

Parecía no ver las cicatrices en su cara o cuerpo. Lo tocó, rozando con su boca hacia abajo por la carne llena de cicatrices, como si estuviera entero. Parecía tan voraz por él como él por ella.

– Eres increíblemente bella, Mari -susurró-. No son las feromonas de Whitney hablando. Soy yo, deseándote tantísimo que casi me asusta tocarte.

“Casi” no era verdad, estaba asustado. Si sabía como se sentía el paraíso, ¿podría volver al mundo estéril del desierto? Acarició con su mano entre los pechos, bajando por su cuerpo hasta el plano estómago. Músculos firmes actuaban bajo la suave piel. Descanso la mano sobre su estómago posesivamente, los dedos se extendieron ampliamente para tomar cada pulgada de ella que pudiera. Bajo su palma, los músculos de su estómago se apretaron.

Ella no había conocido casa o familia. Él había tenido casas de acogida y a Jack. Demonios, los habían echado de docenas de lugares, huido de más, y todavía estaba completamente seguro que había estado mejor que Mari. Le habían quitado a Briony cuando eran niñas pequeñas, y había crecido en un mundo brutal y disciplinado. Su mundo había sido brutal y disciplinado, pero había tenido a Jack. Siempre había tenido a su hermano.

Movió las yemas de los dedos sobre su piel, trazando su pequeño ombligo sexy. Nada de piercings para Mari. Ni joyas o ropas elaboradas. No había tenido vestidos largos o perfumes caros. Había tenido botas militares y vulgares ropas de camuflaje.

Con cada caricia de sus dedos, sintió la ondulación en respuesta de su estómago, sus músculos se contraían bajo la menor caricia. Se estremeció con el esfuerzo de mantener la mente alejada de sus pensamientos de ella desnuda bajo él. Podía necesitarlo, y seguro como el infierno que podía hacer que ella lo necesitase también, pero el sexo ardiente no era lo mejor para ella, no en ese momento.

Había una parte de él que detestaba la manera en que la lujuria se entrometía, tan aguda y terrible que podía saborearla en la lengua. Comenzaba a ansiarla como una droga a la que fuera adicto. Quería consolarla y tranquilizarla, hablar de cosas que le importasen, pero su polla latía y quemaba por ella, estirándose hasta el punto de estallar, un urgente recuerdo de que estaba vivo y era infinitamente más que un hombre normal.

Tal vez era la necesidad de enseñarle que bajo la máscara no era un monstruo, que por ella podría apartar sus instintos básicamente animales y ser un hombre mejor. Estuvo cerca de morir. Técnicamente, aunque no pensaba en ella como en una prisionera, lo era, y eso la hacia vulnerable. Quería pensar sobre eso, tenía que pensar en eso, para impedirse subir encima de ella y perder la cabeza por ambos. Una vez que empezase, no estaba del todo seguro de parar alguna vez.

– ¿Ken? -Los dedos de Mari se movieron entre su cabello, masajeando su nuca y mandando un estremecimiento de conciencia por su columna.

– ¿Por qué siempre que un hombre esta haciendo lo mejor para ser noble, su cuerpo pone la directa y no puede pensar con el cerebro?

– ¿Se te ha ocurrido que podría no querer que fueras noble? Casi muero. Tengo que volver a una existencia en la que no quiero pensar. Esta podría ser mi oportunidad, mi única oportunidad, de estar con un hombre que escoja.

– ¿Aquí? ¿En el laboratorio cerrado que es un recuerdo constante de todo lo que nunca has tenido? ¿En esta cama estrecha y dura? Te quiero en algún sitio donde pueda pasar horas, días, explorando cada pulgada de tu cuerpo. Algún lugar hermoso con el fuego rugiendo en la chimenea y cascadas fuera de la ventana.

Su aliento se enganchó de nuevo, la más pequeña de las reacciones, pero él la captó. Ella no creía que tendría esas cosas, y en ese momento, decidió que se aseguraría que las tuviera, que tendría todo lo que pudiera darle.

Mari se movió otra vez, sus pechos rozando su mandíbula ensombrecida. El cuerpo de Ken se puso rígido, cada músculo apretado y caliente, contrayéndose en duros nudos. Su aliento abanicó la tentación de sus pezones. La necesitaba más que al aire en sus pulmones, pero una vez que la tocara, una vez que la reclamase, no habría vuelta atrás.

– Mari… -lo intentó de nuevo, su cara, por propia decisión, moviéndose una escasa pulgada de modo que su lengua pudiera bajar más abajo y lamer a lo largo del pezón.

Mari salto bajo él, sus caderas se movieron agitadamente, sus pechos se elevaron bruscamente con la respiración jadeante, arqueándose contra él, en la caverna oscura y caliente de su boca. Su mano acogió el pecho, amasando, mientras chupaba, usando los dientes para afilar el deseo, su lengua provocándola y ahogándola de placer.

Ella hizo un único sonido, un grito ahogado de sorpresa, sus caderas corcovearon, el caliente montículo se deslizó sobre su muslo en un esfuerzo por conseguir algún alivio. Inmediatamente, enterró los dedos más abajo, para encontrar un horno de calor. Sus dientes se cerraron sobre el pezón con un pequeño mordisco de dolor, cuando sus dedos encontraron la resbaladiza entrada, probando su respuesta a su necesidad de un poco de juego rudo. Una ola fresca de denso aroma se elevó y los dedos estuvieron húmedos con su bienvenida.

El gemido fue tan suave que apenas lo escuchó, pero sintió la vibración a través del cuerpo entero. Su polla se sacudió, frotándose contra el material de los vaqueros, hinchándose hasta el punto de estallar. Tenía que tener algún tipo de alivio antes de que explotase. Cambió al otro pecho, chupando fuerte mientras su mano se deslizaba hasta los vaqueros, abriéndolos, deslizándolos sobre las caderas hasta que la enorme erección pudo saltar fuera. No podía detenerse a si mismo, su mano se deslizó sobre la polla dura y gruesa, sintiendo las crestas, estrujando apretadamente en un esfuerzo por crear la sensación. Demonios, ni siquiera sabía si su equipo realmente funcionaba de todas formas.

Los dientes tiraron del pezón, manteniendo su deseo agudo y afilado, arrastró los vaqueros por sus caderas. Se echó hacia atrás, levantando la cabeza de sus pechos suaves y perfectos, para mirarla. Mari yacía en la cama, sus ojos lo miraban con deseo, los labios abiertos, con la respiración subiendo y bajando rápidamente. Sus pechos empujaban hacia arriba por la camisa abierta, las piernas desnudas y abiertas, el cuerpo abierto a él. Era la vista más hermosa que nunca había tenido. Su mirada descendió hasta el puño rodeando la gruesa erección. Había una gota brillando como una perla en la gran cabeza hinchada. Su mirada se centró en la suya. Mari se inclinó hacia delante y lo chupó.

Su cuerpo entero se paralizó, una tormenta de fuego se extendió caliente y salvaje, una fiebre creciendo tan rápida, tan intensa, que se estremeció, su corazón latiendo ruidosamente en los oídos. El sudor brotó, goteando por su frente. Estaba matándolo. Matándole.

Cogió su cara entre las manos y forzó a los ojos oscuros a encontrarse con su ardiente mirada.

– Mari, dulce, tienes que estar segura. -Su voz era ronca-. No voy a ser capaz de parar en otro minuto. No tengo una maldita cosa que usar como protección y es una gilipollez, tomarte aquí. No voy a ser suave y cariñoso como te mereces. Y no quiero herirte. Estoy malditamente asustado de herirte, pero juro darte más placer del que has tenido en tu vida. Si no puedes hacer esto conmigo, ir hasta el final, tomar todo lo que necesito darte, tienes que decirme que me detenga ahora y lo juro, encontrare la fuerza para dejarte sola.

– Ken, por favor -susurró, sus ojos oscuros suplicantes-. Te deseo tanto que no puedo pensar con claridad. Este es nuestro momento. Tenemos que cogerlo o puede que no vuelva de nuevo. Dame esto, dame un recuerdo, algo real, que me dure para siempre.

Él tomó sus labios, tratando de ser suave, pero en el momento en que deslizó la lengua en la oscuridad aterciopelada de su boca, estuvo perdido en una bruma de locura. La lujuria se alzó, tan afilada y terrible que le consumía, comiéndoselo vivo. Tomó su boca, cediendo a los demonios que lo conducían con fuerza.

Manos duras la mantuvieron quieta. Mari estaba sorprendida con su enorme fuerza, con su propia excitación ante su agresividad, tan caliente, rápida y dura, sacudiendo su cuerpo antes de que estuviera lista, casi empujándola al orgasmo antes de que realmente la hubiera tocado. Su aliento desigual era áspero cuando mordió su labio, sus dientes y lengua haciendo cosas salvajes a su boca hasta que no pudo ver, sin hablar de pensar.

Los labios bajaron por su cuello, pequeños besos picantes que dejaron fuego bailando sobre sus terminaciones nerviosas. Cogió un pezón entre el pulgar y el índice, haciéndolo rodar y tirando hasta que su cabeza se retorció de un lado a otro sobre la almohada y sollozó su nombre. No sabía que podía sentirse de esta manera, no sabía que una pequeña explosión de dolor podría brindar una llamarada de calor y su lengua se podría sentir como terciopelo sobre la piel hipersensible.

Él bajó besando hasta sus pechos, parando allí para darse un festín, deseándola en un frenesí de necesidad, necesitando su conformidad, asustado de que si luchaba contra él, se volvería loco. Su mano se movió más abajo, saboreando la forma y la textura de ella, ahuecando el monte caliente y húmedo, sintiendo satisfacción cuando sus caderas corcovearon y otro suave sollozo escapó. Deslizó el dedo en el profundo hueco, buscando la miel y la especia y un modo de hacerla suya para la eternidad.

– Extiende las piernas para mi, Mari. -Su voz fue áspera, las manos ásperas en sus muslos, forzándola a obedecer antes de que pudiera dárselo, posicionándola de modo que pudiera besar hasta su ombligo, haciendo una pausa para mordisquear la parte de debajo de sus pechos, trazando cada costilla, y prodigando atención a su abdomen con calientes lametones como si fuera un helado.

– Ken. -Desesperada, agarró su cabello, tratando de arrastrarlo sobre ella, para cubrirla.

Cogió sus muñecas y las movió hacia abajo.

– Compórtate -ordenó-. Haremos esto a mi manera. Te lo advertí, tiene que ser a mi manera.

Porque viéndola perder el control, mirando la lujuria construir la necesidad en su mente, alimentaba sus instintos violentos e incrementaba su placer. Cuanto más se apartara de él, mejor era para él.

– No puedo hacerlo. Eres demasiado lento.

– Permanece quieta -repitió, la voz áspera. Su lengua siguió al dedo en un barrido largo y lento que buscaba el néctar que ansiaba.

Casi se cayó de la cama, sus sollozos reales, las caderas moviéndose salvajemente. Golpeó su culo en advertencia y vio la llamarada de deseo en respuesta en sus ojos. Ken colocó un brazo sobre sus caderas, sujetándola. Su necesidad rugía pura ahora, fluyendo a través de su cuerpo con la fuerza de una ola gigante, una tormenta de fuego tan fuera de control que fue culminante. No solo necesitaba su cuerpo, deseaba su alma, la quería tan atada que hiciera todo lo que le pidiera, todo lo que demandara.

Mari alzó la cabeza para mirarlo, la oscura sensualidad de su cara, la intensidad de su deseo que se estremeció a través de su cuerpo. Sus ojos eran plata pura, puñales gemelos de luz que se concentraba solamente en ella. Sus manos eran duras y terriblemente fuertes. Las cicatrices viajaban hacia abajo por su estómago hasta la enorme polla. Los cortes del cuchillo habían sido hechos con precisión quirúrgica, cada corte diseñado para causar el máximo daño sin matarlo. Sus testículos estaban cortados, como lo estaban su vientre, caderas y hacia abajo a través de los muslos hasta que las cicatrices desaparecían en las perneras de los vaqueros.

Pensó que nadie podía reponerse a tal experiencia traumática, pero estaba lo suficientemente duro, grueso y grande para ser enteramente intimidante, y deseaba tocarlo, probarlo y aliviarlo, hacer lo mejor para él. Lo que quería era llevarlo más allá de la locura, del mismo modo que la estaba llevando a ella. Se lamió los labios para humedecerlos, abriéndolos mientras miraba la larga y desalentadora longitud de él. Estaba desatada, su cuerpo se enroscaba más y más apretado hasta que estuvo asustada de estar gritando, lanzándose sobre él, suplicando por la liberación.

Él susurró algo gutural y ligeramente obsceno, la voz tan ronca que la encontró sexy. Los ojos plateados marcaron su nombre en su carne y en sus huesos mientras sujetaba hacia abajo los muslos y bajaba la cabeza, la boca sobre sus labios más íntimos, la lengua empujando profundamente en ella. Todo a su alrededor pareció explotar. Se rompió, se rompió absoluta y completamente, fragmentándose en un millón de pedazos, su mente desintegrándose hasta que no hubo un pensamiento consciente, solo ola tras ola de sensaciones, olas gigantes que la hundían, llevándola lejos al mar, donde no tenía ancla ni camino de vuelta.

Luchó por escapar, usando la fuerza, aterrorizada de perderse a si misma para siempre, asustada de que si no paraba podría morir del intenso placer. Su visión se estrecho, y vio rayas oscuras cubiertas de estrellas azul brillante mientras sus pechos se tensaban, su útero se contraía y cada músculo de su cuerpo se apretaba y se rebelaba, enroscándose más y más apretado. La mantuvo quieta, como nadie más podía hacer, su fuerza realzada imposibilitaba la lucha mientras conducía la lengua implacablemente en su canal femenino, arponeando profundamente, una y otra vez. No podía soportarlo. Tenía que parar. Tenía que hacerlo.

La lengua pasó de apuñalar a revolotear; los dientes encontraron su punto más sensible y empezó un asalto lento y tortuoso. Sus dedos se añadieron a la locura, empujando profundamente y saliendo para extender el líquido caliente sobre sus partes más íntimas. Su boca fue a su brote más sensible, la lengua se movió despiadadamente de un lado a otro, lanzándola a un salvaje orgasmo sin fin. Cuanto más sensitiva se volvía, más insistía, sujetándola mientras la chupaba, antes de una vez más tomar su capullo entre los dientes y acariciarlo con la lengua. Ella perdió la habilidad para respirar, retorciéndose de un lado a otro para escapar de su boca.

Su respiración salió en sollozos desiguales.

– No puedo tomar más. No más. -Las sensaciones se construían continuamente. Había perdido la cuenta de cuantas veces se había corrido, cada orgasmo más fuerte que el anterior, hasta que lo sintió a través del estómago, arriba en los pechos, hasta que cada parte de ella estuvo estimulado más allá de su imaginación.

– Si. Más. Te correrás para mi, Mari, una y otra vez. -Su voz fue gutural mientras chupaba vorazmente, lanzándola a otro clímax.

Era demasiado. Nunca había tenido a nadie que le diera tanto, exigiera tanto, tomara tanto. Clavó los dedos en sus hombros, desesperada por sujetarse cuando el mundo se estaba marchando. Sus aromas combinados eran potentes y pesados, tan sexy que no podía pensar. Sus manos estaban en todas partes, haciendo su cuerpo suyo, tomando posesión de cada parte separada de ella.

Cuando se puso tensa en protesta, asustada, su boca la devoro, comiéndosela como a un caramelo como él la había llamado antes, devorando todo hasta que estuvo segura que no había nada de Mari. Levantó la cabeza para mirarla, su cara, pura sensualidad carnal.

– Me perteneces -susurro bruscamente-. Cuerpo y alma.

Independientemente de lo que él quisiera o necesitase, iba a ser la que se lo suministrase. La oscura violencia en él podría ser aprovechada y usada para propósitos mucho más placenteros, los demonios encerrados por una mujer, Mari. Ella hacía que su polla doliese, sus pelotas quemasen y su control se escabullese, hasta que todo en lo que podía pensar era en tenerla. Era un hombre que podía montar a una mujer toda la noche y nunca sentirse completamente saciado. Aún mirándola extendida bajo él a merced de su cuerpo, escuchando sus súplicas y sollozos para que la tomase, supo que todo era diferente con ella. Su vida sería siempre diferente.

Ella lo agarró apretadamente, su cuerpo se retorcía bajo su lengua y dientes, su respiración salía en sollozos mientras le suplicaba que la poseyese. Los gritos sin aliento se añadían a la intensidad de su placer. Las uñas mordieron profundamente en su piel, los arañazos de su espalda, que sabía que no se daba cuenta de que le estaba haciendo, todo se añadía al creciente fuego.

Reteniendo agarradas sus caderas, Ken se deslizó de la cama, atrayendo su culo hasta el borde para alzar sus piernas hasta sus hombros. Los dedos cavando profundamente, presionando contra el húmedo calor. Aunque estaba mojada, resbaladiza, y hambrienta por él, parecía una tarea imposible estirar el apretado canal lo suficiente para acomodar su tamaño.

Y entonces se movió, penetrándola dura y profundamente, conduciéndose a través de los músculos apretados hasta enterrarse hasta las pelotas. Un suave grito escapó de su garganta, apresuradamente amortiguado por el dorso de la mano. Ella lo miró, los ojos amplios por la sorpresa y vidriados por el deseo febril. Las crestas duras de su polla raspaban contra los músculos internos suaves como terciopelo, añadiéndose al doloroso placer de su profunda penetración. Necesitaba esto, la necesitaba y la aceptación de su control sobre ella. Ella no hizo una mueca por su aspecto, y cada golpe duro y áspero llevo su placer más alto. Se aseguró absolutamente de ello.

Controló el ritmo, duro y rápido, y después lento y profundo, arrastrando sus caderas hacia él para duplicar el impacto, o manteniéndola quieta de modo que solo pudiera aceptar su profunda invasión. Estaba apretada, más apretada de lo que esperaba y muy caliente, sumergiéndole en un infierno aterciopelado. La montó duro, golpeando ásperamente para estimular su polla, el glorioso mordisco de placer y dolor mientras estiraba y engrosaba, mientras la forzaba a tomar cada pulgada de él, estirándola hasta lo imposible.

Se volvió salvaje bajo él, rasgando sus brazos con las uñas, arañando su pecho, rasguños grandes y profundos mientras la conducía más y más alto, obligándola a un nivel de sexualidad que nunca había imaginado. Sujetó sus muslos separados, tirando de sus piernas más alto, negándose a ceder una pulgada, negándose a permitirle contener la respiración. El placer creció rápidamente fuera de control, convirtiéndose en un tornado que giraba a través de ambos, llevándoselos fuera de toda realidad.

Cogió sus manos, colocándolas a ambos lados de su cabeza sobre la cama, follándola en un frenesí de necesidad furiosa, llevando su polla tan profundo que pensó que podía encerrarlos juntos para siempre. Las líneas de su cara estaban grabadas profundamente, las cicatrices destacaban crudamente contra su piel mientras sus músculos se apretaban más y más, añadiendo más y más fricción y calor. El sudor goteó por su cuerpo, oscureciendo su cabello, pero siguió empujando, una y otra vez, mientras sus pelotas se endurecían y su polla gritaba por misericordia.

Sintió la explosión romper a través de su cuerpo, una ola gigante oscura que se alzó y alzó, negándose a ser detenida. Ella sollozó, mientras él se introducía en ella, el calor líquido de su crema mandándolo al borde. Su propia eyaculación rasgó a través de él tan fuerte que su cuerpo se sacudió. Estaba eufórico, extasiado, más vivo de lo que nunca había estado. Tal vez era porque pensaba que había perdido su habilidad desde la tortura en el Congo, pero sospechó que el placer fue tan intenso porque finalmente estaba con la mujer correcta. Su respiración salía en jadeos irregulares. Se colapsó sobre ella.

– Joder, Mari, casi me matas.

El brazo de ella se deslizó alrededor de su cuello, los dedos se enredaron en su grueso cabello.

– No puedo pensar. Y nunca caminare de nuevo. -Se tocó los labios con la lengua. Le dolían los pechos, los muslos. Palpitaba entre las piernas. Había una sensación ardiente como si la hubiera estirado y la hubiera dejado con marcas de quemaduras-. Creo que estoy irritada. -Su corazón no iba nunca a latir normalmente, y nadie, nadie, iba a ser capaz de satisfacerla de nuevo.

Ken levantó la cabeza para mirarla. Su estructura ósea era muy delicada, aunque había acero en ella. Había estado asustada, pero se puso en sus manos. Sus dedos rozaron su cara, sobre las cicatrices, trazándolas por su cuello hasta el pecho. Se inclino hacia delante para presionar besos donde la piel estaba expuesta. Su corazón dio un vuelco. Ella había visto al monstruo y no se había asustado. No pudo evitar el sentimiento posesivo que se alzó para ahogarlo. Ella no iba a volver y él no estaba haciendo las cosas bien. No podría dejarla ahora más de lo que podría disparar a su hermano.

– Nos limpiaré en un minuto, dulce. Solo dame un minuto. -Nunca se había sentido así, tal orgasmo explosivo, tan completo y tan inesperado cuando su cuerpo estaba tan dañado. Sabía la presión que necesitaba contra la piel para tener sensaciones, y su estrecho canal le había dado más de lo que había pensado que fuese posible. Le sorprendió que pudiera necesitar tanto a esta mujer.

No era que estuviese siniestro total, por el contrario, quería tomarse unos pocos minutos para descansar y empezar otra vez, pero parecía un poco exhausta y un poco flipada por haberle dado tanto de si misma. Él se había aprovechado de su cooperación, dándole poca elección en la materia, pero solo peleó contra él cuando el placer se estaba convirtiendo en dolor y eso la había asustado.

No quería mentirle, ser algo que no era, algo que no podía ser. Su cuerpo estaba arruinado para todo excepto para cierto tipo de estimulación y ella tenía que aceptarlo. Demonios. Le había llevado meses convencerse de la idea de que no podía funcionar, y luego unas semanas más para reconocer que podía hacerlo correrse.

– ¿Te he hecho daño? -sus manos enmarcaron su cara, los pulgares deslizándose sobre la piel suave y lisa. Era tan bella que dolía.

– No lo sé. -Se inclinó hacia delante y arrastró los labios, suaves como plumas, sobre él-. Fue salvaje, increíble y algo atemorizante. No sabía que el sexo pudiera ser como esto. -Su mirada se aparto de él-. No soy virgen ni nada así, pero nunca había tenido un orgasmo. -Tocó una larga cicatriz en su pecho-. Estaba asustada, pero lo deseaba demasiado. No quería que parases, ni incluso cuando dije para.

Él levantó su barbilla.

– ¿Dijiste que parara? Porque si lo hiciste no lo oí.

– No en alto. Nadie alguna vez hizo esto antes.

Frunció el ceño.

– ¿Hacer que?

El color se arrastró bajo su piel, enrojeciendo su cara y sus pechos, llamando su atención sobre las marcas en la carne cremosa. Sus marcas. Sus dedos. Las débiles marcas de dientes y numerosas rojeces contrastaban contra la pálida piel. Las tenía en el interior de los muslos también. Tocó una, satisfecho.

Su color se profundizó, volviéndose una interesante sombra carmesí.

– Sexo oral.

Su ceja se alzó. Parecía inocente casi tímida, tanto que no pudo por menos que inclinarse para besarla.

– ¿Sexo oral? ¿Es eso lo que pensaste que era? -Frotó la cicatriz que partía sus labios con el pulgar-. No pienso eso, dulce. Esto fue más como engullirte. Comerte viva. Y solo hablar de ello me pone duro otra vez.

El color se extendió sobre su cuerpo.

– Bueno, a pesar de todo, nadie ha hecho eso antes.

La sonrisa en su cara se marchitó.

– ¿Nunca?

Ella sacudió la cabeza.

Frunció el ceño.

– ¿Qué demonios hace ese idiota de Brett para prepararte?

– No le preocupa si mi cuerpo lo acepta o no. Usa lubricante para su propia conveniencia, no la mía.

Ken juró en voz alta.

– Alguien tiene que arrancarle el corazón.

Una pequeña sonrisa curvó su boca.

– A Jack le gusta disparar a la gente. Tal vez deberíamos presentarlos.

Ken se deslizó de la cama, subiéndose los vaqueros antes de encontrar un paño. Hundiéndolo en el agua, lavó cuidadosamente su cuerpo, acariciándola deliberadamente entre las piernas.

– ¿Qué otras cosas has logrado perderte?

– ¿Por qué? No debería habértelo dicho.

– Si no sé que te has perdido, no sabré todas las cosas en las que te tengo que introducir. -Secó su cuerpo con cuidadosas caricias.

– Nunca he celebrado mi cumpleaños o una fiesta.

– ¿Cuándo conseguías regalos?

Ella se rió.

– ¿Qué tipo de regalos? Sean me dio un cuchillo una vez, pero me lo quitó cuando fui incluida en el programa de cría. Creo que temían que le quitara ciertas partes de su anatomía a Brett.

Eso le molesto. Bueno, le molestó un montón, que no hubiera tenido fiestas, chimeneas y regalos. En la peor casa en la que había estado, todavía celebraban cumpleaños.

– ¿Cuándo es tu cumpleaños?

Una vez más su mirada se deslizó sobre él, y se encogió de hombros con exagerada naturalidad.

– No tengo ni idea. Whitney me encontró en un orfanato en algún lugar y no pensó exactamente que esa fecha fuera importante, ¿de modo que por qué crees que celebraría nuestros cumpleaños?

El vientre de Ken se anudó otra vez, pero mantuvo la voz y el rostro inexpresivos. Ahuecó su cara y la inclinó para otro beso de los que paran el corazón. La mujer sabía igual que miel y especies exóticas, tan adictiva que pensó en besarla hasta que ninguno de los dos recordase sus propios nombres.

– Es un científico. ¿No es la edad de sus conejillos de indias importante? Vamos a entrar en sus archivos y conseguir la información. Apostaré a que la tiene.

Ella se rió. Realmente rió. El sonido fue muy suave, pero le hizo querer sonreír. Se quitó la cadena de alrededor del cuello. Hecha de oro trenzado, sujetaba una pequeña cruz de oro. La deslizo sobre su cabeza, retirando su cabello de modo que la cadena se deslizara por la parte trasera de su cuello y la medalla descansara entre sus pechos.

– Tu primer regalo, uno de muchos. No soy muy religioso, pero siempre me gusta mantener mis opciones abiertas. Te mantendrá a salvo cuando no este a tu lado.

Ella inhaló bruscamente y parpadeó varias veces.

Ken tocó las largas pestañas y las encontró húmedas. De repente parecía triste. Sombras reemplazaron la risa en sus ojos.

– Los regalos supuestamente tienen que hacerte feliz. Creo que no estás captando el concepto aquí.

Mari deslizó los brazos alrededor de su cuello.

– Sorprendentemente este ha sido el mejor día de mi vida. Gracias. -Levantó la boca para un beso, los dedos deslizándose sobre su cuello. Golpeó duro y rápido, encontrando el punto de presión sin problemas y usando su fuerza realzada, hundiéndolos profundamente. Nunca lo habría hecho si no lo hubiera cogido completamente por sorpresa, pero sucumbió, resbalando en un vacío oscuro, desplomándose sobre la cama y después deslizándose hasta el suelo.

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