Capítulo 13

Mari no gritaría. Nunca le daría a Peter Whitney esa satisfacción. Oyó cuando Sean contuvo el aliento y supo que miraba las marcas en el interior de sus muslos y pechos, prácticamente por todas partes de su cuerpo. ¿Podría ser más humillante? Cami estaba todavía en el cuarto. Todos la contemplaban. Podía oír el zumbido de la cámara y el chasquido distinto cuando el doctor tomó las pruebas fotográficas. Parecía una vil película pornográfica con ella como estrella.

– ¿Son marcas de dientes? -estalló Sean-. El bastardo la atacó.

– Sean, si tu no puedes observar simplemente en silencio, llamo a otro guardia -dijo bruscamente Whitney-. Los hombres muestran su pasión sexual de varias maneras. Este es un rompecabezas interesante. Ahora quédese tranquilo, para que pueda procesarlo.

Cami tocó la mano de Mari en un esfuerzo por consolarla. Una inundación fresca de lágrimas quemó detrás de los párpados de Mari, luchó por contenerse, mantener su cara tranquila cuando estaba hecha pedazos.

– Pienso que podemos prescindir de la presencia de Camelia. Llévenla de nuevo a su cuarto. -Había un filo en la voz de Whitney, como si su paciencia se estuviera acabando.

El doctor comenzó a hablar en su grabadora, una descripción lenta y cuidadosa de cada pulgada de su cuerpo. Era una narrativa desapasionada, una clínica descripción que sólo sirvió para hacer que la situación pareciera peor.

Sintió un aliento a lo largo de su cuello, un susurro de un toque contra su garganta. Jódelos, Mari. Piensa en mí. Piensa en nosotros. Puedo llevarte lejos de ese cuarto y de aquellos viejos verdes. Este es probablemente el único modo en que pueden acabar, atando y exponiendo a una mujer de esa manera. Eres tan hermosa que tienen miedo de tocarte, y eso ahora mismo está bien. Yo tendría que matarlos y esto significaría revelar el gran plan. Ahora si yo te atara, no sonaría como un reptil muerto, yo te jodería tan caliente que probablemente me deshonraría. Y probablemente no debería ni haber soplado la palabra. Infiernos, mujer, ni siquiera puedo pensar en ti sin ponerme duro como el infierno.

La voz de Ken se deslizó en su mente, un susurro jocoso que la hizo querer reírse.

Luchó para mantener la energía sólo en una línea, lejos de todas las demás, pero aún si la descubrieran, sospecharían que se comunicaba con las otras mujeres. ¿Puedes realmente alejarme de este cuarto mientras ellos hacen esto?

Ken descansó su cabeza en su brazo. ¿Qué podría darle para que se desligara, mientras Whitney y su patético doctor la torturaban? Había una hipótesis, pero no sería hoy. Su equipo estaba en el lugar. Ahora que habían encontrado el refugio diabólico, tenían que preparar un plan para sacar a las mujeres vivas. Whitney no vacilaría en matarlas y destruir todas las pruebas de su investigación. Ken no tenía duda de que el complejo entero estaba alambrado para hacerlo volar si fuera descubierto.

¿Ken? Su voz era inestable. Su cólera golpeaba en ella. Golpeando en su cabeza de manera que esta palpitaba.

Lo lamento nena, sólo me concentré demasiado en tu situación.

No podían entrar solamente disparando sus armas, pero Peter Whitney, con todo lo que Lily había dicho, tenía que morir. No podían permitirle seguir con sus viles experimentos. Solo podía imaginar como se sentía Mari. Este lugar había sido su casa, aquel hombre su única guía estable, y de todos modos era tratada de la misma manera que Ekabela lo había tratado a él. Desnudándolo completamente, deshumanizándolo, despojándolo de su orgullo de su decencia y reduciéndolo a algo menos que un animal.

Mari olía la selva, sentía el calor y la humedad de las gotas de lluvia en su piel. La sensación era real, tanto que oyó el grito de un mono y la llamada persistente de las aves. Mantuvo sus ojos cerrados, sabiendo que veía un recuerdo de Ken debido a un descuido provocado por lo que sentía. El olor de sangre atacó sus fosas nasales y probó el sabor cobrizo en su boca. Una cara estaba allí, un hombre con los mismos ojos muertos de Peter Whitney, y el cuchillo en su mano estaba cubierto de sangre. Ken estaba estirado, atado fuertemente con delgados alambres que cortaban su piel.

Mari no había notado que tuviera cicatrices en sus muñecas y tobillos, pero con este pequeño vislumbre de su pasado, estaba segura que las tenía. ¿Por qué no había notado algo tan importante?

Bebé. Susurró con cariño como una caricia física. No podrías notarlo con todas las demás cicatrices. Siento haberte llevado ahí. Fue un accidente.

Lo sé. Lamento que yo no pudiera confortarte. Porque al lado de lo que él había aguantado, los castigos humillantes de Peter Whitney eran cosas de niños. Y esta era una forma de castigo más que un registro documentado para Whitney. Había dejado el complejo sin permiso, y esto era una cosa que ella sabía que él odiaba. Pero no se agachaba delante de ella, desapasionadamente cortando con un cuchillo muy afilado su piel mientras los demás se agrupaban a su alrededor riéndose y burlándose.

Mujer, se supone que te consuelo, no que compartimos recuerdos.

El recuerdo me estabilizó. Puedo pasar por esto. Odiaba la idea de que vieran las marcas que me dejaste en el cuerpo y que supieran como las habías puesto. Pensé que convertirían algo especial en algo totalmente diferente, pero estoy orgullosa de las marcas que me dejaste. Que se joda Whitney. No va a alejarte de mí.

Otra vez sintió la caricia de sus dedos a lo largo del cuello, como si la acariciara como a un gatito. Bien por ti. Ese hombre no puede llevarse nada de lo que hicimos o tuvimos juntos, no es nada Mari, nada en absoluto. Estoy contigo. Aquí mismo. No puede separarnos ahora, no importa cuanto lo desee. Te tomé en la selva, y puedo tomarte en algún sitio mucho mejor. Pero, amor, tengo que ser capaz de imaginarte con ropa. Me estás matando.

Otra vez quiso reírse y tuvo que mantener su expresión exactamente igual. Le costó mucha disciplina, pero lo consiguió. No podía creer que la hiciera querer reírse cuando estaba expuesta y vulnerable con Whitney y su doctor disecándola como un bicho, bien quizás no disecándola. Ken había sido disecado, cortado en trocitos, despojado de su dignidad y luego de la piel de su espalda. No se imaginaba el dolor o la rabia o la completa desesperación. Era la peor desesperación, sentirse totalmente indefenso.

Whitney estaba loco. Le había tomado años reconocerlo -para todos ellos admitirlo- porque eran totalmente dependientes de él para todo. No tenían verdaderamente ningún contacto con el mundo exterior ni podían ir a alguna parte para evitar las demandas interminables y los experimentos. Con el recuerdo del pasado de Ken, se sentía más relacionada con él, y la unión se sentía más íntima. Se agarró a su mente, queriendo que la mantuviera centrada.

El sexo es grandioso contigo. Estaba alegre con todo su ser -habían tenido buen sexo y esperaba tener más- pero por otra parte, quería importarle más que en ese nivel.

Sí, el sexo es grandioso mientras es con mi compañera. No he tenido exactamente mucho de eso últimamente. No pensé que pudiera.

Había tal honestidad en su voz, que sintió que las lágrimas la quemaban otra vez y tuvo que luchar para no traicionarse. No tenía que decírselo, pero lo entendía. Había sido lastimado y cortado, cuando él estaba totalmente erguido, tenía que doler. ¿Es doloroso?

Hubo un pequeño silencio y se encontró conteniendo su aliento. Sabía que no quería contestar, que sopesaba sus palabras.

Ken suspiró y miró arriba al cielo. Sabia que llegaría el momento en que le tendría que explicar esto, confesarle que no era sólo su cara la que revelaba al monstruo, que Ekabela había traído a aquel monstruo a cada aspecto de su vida.

Maldición no se lo iba a decir, no cuando estaba estirada en una mesa y algún hijo de puta fotografiaba las marcas que había dejado en el interior de sus muslos.

No tienes que decírmelo…

No es eso. No quiero que te alejes de mí.

Hubo una impresión de risa. Estoy amarrada en este momento.

Le envió una impresión de un gemido. No digas amarrada. Sabes lo que me pasa al minuto en que lo dices. Las cosas que podría hacerte, el modo en que podría hacerte sentir.

La risa en su mente fue como una caricia, frotando todo su cuerpo hasta que lo sintió por todas partes, hasta que lo sintió en su alma. Sí, hay dolor, pero de un modo bueno. No hay mucha sensación por regla general, y cuando estoy lleno y listo, la piel se estira tan firmemente apretando que me toma mucho para estimularme. Soy áspero y tengo que serlo. La cosa es, Mari… Se sentía como un pervertido. Era la última persona que ella necesitaba a su alrededor.

Sólo dime. No soy exactamente una virgen, Ken.

Su mano se cerró en un puño y golpeó la tierra a su lado. Sí, lo eres. No sabes nada de hacer el amor. Alguien debería hacerte el amor. Suave, sensible, lento, y fácil. Un hombre debería atesorar cada momento contigo, saborearte y hacerte gritar de placer. Quería todo esto para ella, desesperadamente lo quería para ella, aún si él nunca fuera ese hombre.

La impresión de risa vino otra vez. Como lo hiciste.

Ken frunció el ceño. Ella no lo entendía. No exactamente como lo hice. Fui demasiado áspero, Mari. Si estás conmigo, siempre seré áspero. Querría cosas de ti; querría que aprendieras a tener la clase de sexo que necesito, y no es lo mejor para ti.

Parecía un idiota meditando cada palabra en su mente antes de enviársela. ¿Qué demonios podría decirle? ¿Quería hacerla su esclava sexual? Lo hizo. Desde que había tocado su piel, había querido hacerle todo, atándola, como nadie más se lo haría. No se opondría a atarla y tenerla a su merced. Podría amarla durante horas.

Empujó su cabeza con la palma de su mano. Ella estaba atada a una mesa, y él pensaba como podría traerla a tal placer que se ahogaría. Tal vez estaba tan enfermo como Whitney o Ekabela.

No seas ridículo. Nadie está tan enfermo como cualquiera de ellos. Y fantasear con lo que me harías si me tuvieras atada -a lo mejor como veterano te dejó decírmelo- pero me pondría caliente y Whitney sabría que estás aquí conmigo. Nada de sexo en la mesa y ningún pensamiento sobre amarrarme. Puedes hacerlo después.

Otra vez su suave risa lo recorrió. Las lágrimas quemaron sus ojos y en su garganta. Condenada. Lo mataba con su aceptación. ¿Si no se podía aceptar, cómo podría aceptarlo ella? Caería enamorado de ella. Era un gran paso, caería con fuerza y estaba asustado como el infierno. No tenía sentido y no quería que pasara. ¿Qué demonios iba a salir de este trato?

¿Mari? No fue solo sexo.

Su corazón se aceleró. Sabía que Whitney daría vueltas a este punto, pero Ken la hizo sentir viva otra vez de un modo que hacia mucho tiempo no sentía. Le dio esperanza y tenía el derecho de esperarla, entonces.

¿Si no fue solo sexo, entonces qué fue? No sé que pensar. Ninguno de los hombres emparejados con alguna de las mujeres parecía sentir emoción por ellas, además de posesividad. No les podía preocupar menos si realmente sacamos cualquier placer de ellos tocándonos. ¿Lo que pasó entre nosotros parecía más que algo que Whitney hubiera hecho, o he leído yo más que lo que había?

Ella esperó su respuesta, su boca de repente se seco. Apenas sintió los dedos del doctor sondeándola cuando empujó en ella. Parecía que pasaba más tiempo examinando las contusiones y las marcas rojas en su piel que la herida del arma o la muñeca rota, pero la respuesta de Ken era más importante que su modestia. Contuvo el aliento.

Maldición, sabes bien que es mucho más. No te escondo nada, tanto como quiero. Que se joda Whitney. No tiene nada que ver con nosotros. Ken pasó su mano sobre su cara y suspiró otra vez. Tal vez lo hizo al principio. Tal vez su manipulación permitió que me aceptaras sexualmente cuando podrías haber tenido miedo de mí.

Mari lo dio vueltas en su mente. ¿Era verdad? Lo había aceptado “sí”, pero eran mucho los sentimientos en esto. La decisión definitivamente era suya y no todo fue sexo. Entonces ¿Qué fue lo que le atrajo emocionalmente? ¿Cómo se habían unido tan rápido y tan fuertemente? No creo que sea así, Ken. Realmente no lo hago. Tienes razón. Independientemente de lo que hay entre nosotros no se trata de Whitney.

Ansiaba sostenerla en sus brazos. No soy un buen hombre, nunca voy a serlo. Tienes que saberlo. No te dejare ir una vez que seas mía.

¿Qué significa esto, Ken? No sabes si serás feliz conmigo. Ninguno tiene idea de lo que será nuestro futuro. No puedo concebir estar fuera de este lugar. La idea es espantosa. No sé nada sobre la vida en el mundo verdadero ¿Cómo puedes saber que pasará o no, si estuviéramos juntos?.

Mari, representas mi esperanza. Dejé mi vida hace tiempo y todo lo que implica, incluso el sexo. Me devolviste todo eso y no soy lo suficiente hombre para alejarme de la tentación.

Esperanza. A Mari le gustó la palabra. Y le gustó la idea de ser la esperanza de alguien. Tal vez esto era todo sobre su extraña relación. Mari nunca había tenido esperanza, ni aún cuando salió con su equipo para hablarle al senador. Peter Whitney parecía tan invencible. Nadie podría derrotarlo alguna vez, sobre todo el Senador Freeman. Él nunca superaría el argumento de Whitney. Pero Ken la había hecho sentir de manera diferente. Le había dado el gusto de la libertad.

Ken juró en su oído. Yo nunca te liberaría. Mari, piensa en eso, piensa en lo que soy. Sería posesivo y celoso y querría que estuvieras al alcance de mi vista cada minuto de cada día. Estaría aterrorizado si te perdiera, querría tocarte, comerte viva, besarte sin parar, y tomarte siempre que quisiera, que, a propósito, sería todo el tiempo.

Te dije que no hablaras de eso. Harás que me ponga caliente. Trató de no estremecerse cuando el doctor tocó su pecho, supuestamente para conseguir un mejor ángulo con la cámara, pero sus dedos se demoraron.

Ken se congeló, la cólera lo recorría como si fuera un volcán en erupción. Podía entrar a pesar de la seguridad. Entrar y cortar la garganta del doctor y luego ir a por Whitney. Era un Caminante Fantasmas y pocos podían detectarlos, y muchos menos detenerlos.

No, cálmate. En serio, Ken, no es gran cosa. Mari estaba mintiendo. Odiaba esta humillación, pero trató de respirar a través de él y concentrarse únicamente en él. Mientras se dirigía a él, no pensaba en lo que le hacían. Y si no pensaba en eso, tampoco él. Sigue dirigiéndote a mí. No te quiero cortando gargantas. Eres tan violento.

Era un hombre violento. ¿No lo entendía? Casi gimió por la frustración. No podía cambiar lo que era o quien era, ni por ella. A veces apenas colgaba en su cordura. Su fea infancia lo había formado, y su padre le había dado una herencia oscura de celos conectados con un fuerte paseo sexual. Ekabela había añadido capas a la oscuridad y rabia, de modo que esto pudiera hasta amenazar con consumirlo. Lo había escondido, hasta de Jack, pero estaba allí, poniéndose en cuclillas como una bestia, esperando a destruirlo, y a quien se atreviera a amarlo.

¿Cómo podría realmente amarlo? Podía atarla con el sexo, sabía que podía, ¿pero cómo podría mirarlo a la cara todos los días y amarlo? ¿Cómo podría ella saber lo que él era y todavía sentir todo menos miedo y desprecio?

Incluso mis hijos se apartarían de mi, Mari y no podría culparlos. ¿Realmente se compadecía? ¿Era tan lamentable cuándo ella estaba estirada en una mesa de exámenes? Que el diablo lo condenara por su egoísmo. La quería sonriendo, y aceptándolo. Quería que lo amara a pesar de las cicatrices de su alma que mostraba tan claramente en su cuerpo.

Ahora estas siendo un tonto. Un niño te amaría Ken. Piensas que no muestras ternura, pero la siento cada vez que toco tu mente. Me has mostrado más respeto y me has dado más de lo que alguna vez tuve, y no puedes saber lo mucho que significa. Si no salgo, nunca lamentaré haber estado contigo. Whitney puede llevarse muchas cosas, pero no puede tomar lo que me has dado.

Bien. Que se lo llevara el diablo. Esto es todo que había. No iba ser noble y dejarla. Por ninguna razón. ¿Cómo podía el universo darle a alguien tan perfecto y luego esperar que la devolviera? Ella tenía bastante tolerancia, compasión, y bastante coraje, para ambos.

Sabía amar. ¿Cómo había aprendido a amar cuando nunca la amaron? Brevemente, había tenido a su madre y siempre había tenido a Jack, pero a Mari la habían alejado de su gemela, dejándola completamente sola en las frías condiciones del laboratorio. Lo humillaba con su capacidad de aceptación incondicional.

Sintió el tirón de su mente lejos de él, de repente consciente de que el doctor tocaba sus partes íntimas. Sentía la repugnancia y la humillación en aumento, el disgusto completo cuando el hombre sondeo más profundo y movió su mano dentro de ella. Repentinamente trató de cortar con Ken, haciendo todo lo posible para protegerlo de lo que le pasaba. La bilis se elevó en su garganta. Una persona que debería ser capaz de proteger, tenía que quedarse inmóvil cubierto con hojas y ramitas, y dejar que la torturaran. Le dio lo único que tenia, aunque le costara lo que quedaba de su orgullo.

Mari estoy medio enamorado de ti. Tal vez más que medio enamorado, es difícil de confesar. Quiero hacer lo mejor para ti, no sacarte al sol y rebajarte completamente a un nuevo nivel, pero no soy bastante hombre para sacarte y alejarme. Maldición voy a llevarte conmigo.

Ella lloraba por dentro. Llanto. Lo sentía como un cuchillo atravesando su corazón. Descansó su cabeza en su brazo. Estaba a unos pies de un guardia, y el hombre no se había movido en la última media hora. Estaba sentado en una roca leyendo un libro. No había alzado la vista o mirado a su alrededor y no tenía ni idea que Ken estaba a un golpe de distancia y que ahora mismo, cada emoción estaba siendo conducida despacio por Ken entonces no sintió nada en absoluto cuando fue por su presa.

Quiero ir contigo. Solo estoy siendo un niño, no te disgustes. Puedo sentirte separándote de mí. Las mujeres somos emocionales a veces, eso es todo.

Esa no es toda la mierda, Mari. Que el bastardo tenga su mano dentro de ti y que no vivirá otro día. ¿Qué demonios piensa Whitney que es, sujetándote a esta clase de mierda? ¿Y qué tipo es tu amigo Sean que lo permite?

Sean solía estar de pie siempre con nosotras. Me ayudó a salir para ver al senador, pero ahora parece diferente. No sé cómo o por qué hace y dice cosas, pero no es él.

Whitney de alguna manera lo sometió. No confíes en él, Mari.

No lo hago. ¿Estás bien ahora?

Mierda, no me preguntes si estoy bien cuando ese bastardo te está tocando. Yo debería preguntártelo, pero no tengo… sé que no estás.

Me toca de un modo completamente impersonal, de forma médica. Mari trató de calmarlo mintiendo, mordiendo su labio inferior, esperando que el doctor se diera prisa en su examen. Prauder era un pervertido. Siempre sentía gran placer tocando a las mujeres íntimamente en cuanto le era posible, fotografiarlas en las peores posiciones, sabiendo que no podían hacer nada para evitarlo. Todas trataban de fingir que era impersonal, porque era el único modo que tenían para sobrellevarlo.

Ken, tienes que estar cerca del laboratorio para que puedas ser capaz de comunicarte y esto significa que estas cerca de los guardias. No puedes enojarte y hacernos volar. Cuento contigo.

Ken respiró y deseó un poder más alto para que le diera la fuerza y el control para resistir. Si ella lo podía soportar, él también. Había sudor en su frente y agachó la cara para que goteara en lugar de quitárselo. Las hormigas avanzaban lentamente por su cuerpo, no se movió y sólo dejó entrar y salir el aire de sus pulmones… La noche estaba cayendo y siempre -siempre- la noche pertenecía a los Caminantes Fantasmas.

¿Ken?

Estoy aquí contigo, nena. Tuve una breve crisis pero ya estoy de vuelta en el camino. ¿Vive el doctor en el complejo?

Todo el mundo vive aquí. La mayoría de los soldados viven en un cuartel externo. Los hombres de Whitney tienen su propia sección. Son las que están más cerca de las pequeñas casitas de campo. El personal de Whitney vive en esas casas, separadas del resto de nosotras.

¿Y dónde estás, Mari?

Solíamos tener nuestro propio cuartel, pero con el nuevo programa hemos sido trasladadas al centro del laboratorio. Donde tiene barras en las puertas. Siempre estamos encerradas y tratan de apartarnos.

¿Todas las mujeres son telépatas?

Soy fuerte y Cami también. Nosotras podemos construir y sostener un puente entre todas las mujeres, por lo que planeamos cuando estamos encerradas en nuestras habitaciones.

¿Cuántas tienen que salir?

Hay cinco de nosotras, pero tenemos un plan. Pensamos que podemos deshacernos de las barras en las puertas. No nos hemos atrevido a probar aún, pero si podemos, saldríamos por la puerta que da al sur. Es más fácil moverse por el laboratorio; hay menos seguridad porque las cámaras están mal anguladas. Una vez que lleguemos a la superficie podemos dirigirnos hacia la cerca eléctrica que está aproximadamente a dos millas de nosotros. Los bosques son densos y hay agua. Tienen perros, pero un par de las mujeres pueden controlarlos. No hagas nada hasta que estemos listas. No dejaré a nadie.

Bien, estate segura que estén listas para irse, porque cuando vaya por ti, saldrás conmigo de una u otra forma.

Mari abrió sus ojos y miró hacia la luz brillante, tratando de no sonreír de nuevo. Él tenía ese mando en su voz, el que no toleraba ningún argumento, le decía que era el jefe y que debía obedecerlo. Hizo que su corazón latiera más rápido y que su sangre corriera más rápido por sus venas. Su temperatura subía un par de grados cada vez que hacía su rutina de cavernícola. Le gustaba preocupado y listo por derribar el laboratorio para llegar a ella, y contaba a que distancia estaba.

– Muy bien Mari -dijo el doctor Prauder-. Hemos terminado. -Señaló a Sean, el guardia avanzó y quitó las correas de sus brazos y piernas y le dio la bata.

Ella rechazó mirarlo. Me llevan a mi cuarto. Gracias, Ken. No sé lo que hubiera hecho sin ti para distraerme.

Ken se limpió el sudor de la cara. Había resistido. Ella lo sabía y él lo sabia, porque cuando estaba en las manos de un loco, resistía tanto como fuera posible y esperaba aquel momento para golpear o correr. Resistencia era todo lo que tenía.

¿Cuál es el nombre del doctor y cómo es? Incluso mientras estaba al amparo de los arbustos y la hierba, había visto a media docena de hombres con batas de laboratorio que entraban y salían de la instalación.

Prauder. Es el médico en jefe de Whitney. El hombre es un gusano. No estoy completamente segura si es humano. Actúa más bien como un robot. Mari se colocó la bata y caminó hacia el pequeño cuarto.

– ¿Qué haces? -preguntó Sean.

– Vestirme. No tengo ganas de desfilar por los pasillos con esta bata de hospital. Necesito mi ropa.

Sean echó un vistazo a Whitney y luego sacudió su cabeza.

– Tenemos que revisarla para buscar dispositivos.

Quería la camisa de Ken. Era estúpido pero la quería. No miró el pequeño cuarto ni a Sean.

– No voy a caminar por el pasillo con este estúpido atuendo.

Quiero una descripción de Prauder. La voz de Ken era insistente.

Mari estaba orgullosa por usar la comunicación telepática sin que Whitney o Sean se dieran cuenta, ahí mismo donde ambos podían ser capaces de descubrirlo. Pero ahora que estaba sentada frente a ellos, tenía miedo de cometer un error. Respirando y soltando el aire. Él es bajo y delgado, parcialmente calvo con una pequeña barba de chivo. Lo mantuvo corto y sucinto.

Ken podría sentir su nerviosismo y su renuencia por seguir la conversación. Bien, nena, haz lo que tengas que hacer y ponte en contacto conmigo cuando estés sola otra vez.

Mari no contestó, pero estaba agradecida que le avisara que estaba dentro del alcance de su mente. Chasqueó los dedos.

– Al menos consígueme otra bata, Sean. No voy a caminar delante de ti medio desnuda.

Sean murmuró algo por lo bajo, pero sacudió otra bata de debajo del anaquel de la mesa y se la arrojó.

Mari la agarró y encogió los hombros, colocándosela alrededor de su espalda. Nunca miró a Whitney, pero podía sentirlo, mirando cada movimiento que hacia. Salió del cuarto con los hombros y barbilla en alto. Whitney no la había roto, gracias a Ken, ni siquiera cuando había estado más vulnerable. Resistió lanzarle a Whitney una satisfecha sonrisa triunfante, porque él respondería con algo más y no tenía el tiempo para dedicarlo a su habitual batalla. Dejándolo creer que su falta de resistencia era por que le habían disparado.

Habría dado todo por ser capaz de leer su mente. ¿Pensaba que estar prisionera había sido una experiencia terrible? ¿Pensaba que Ken la había forzado? Las pruebas en su cuerpo seguramente podrían justificar aquella teoría. Whitney sabía que Ken estaba emparejado con ella -que estaba sexualmente atraída- pero esto no significaba necesariamente que hubiera cedido ante la tentación.

Conocía a Whitney. La pregunta lo trastornaría. Si todavía tuviera alguna duda, no sería capaz de dejarla ir hasta que supiera la respuesta. Era una de sus mayores debilidades y a menudo la usaba en su contra. Él necesitaba respuestas. Si podía plantearle una simple pregunta, esto lo volvería loco hasta que supiera la respuesta. Y querría saber -no, necesitaba saber- si Ken la había forzado.

Sean caminaba detrás de ella y podía sentir su carácter arder sin llama. Él había visto cada señal en su cuerpo. Siguió caminando, hasta que alcanzó su cuarto. Era pequeño, una celda efectivamente, con una pesada puerta de acero.

– ¿Te hizo daño? -Sean echó un vistazo a la cámara en el vestíbulo y se giró, de modo que cuando hablara, fuera imposible ver el movimiento de sus labios.

– No voy a hablar contigo, Sean. No estuviste preocupado antes, no hay ninguna necesidad ahora -dijo, deliberadamente tiesa, manteniéndose en la entrada. Esperaba que Whitney escuchara o mirara. Por si Sean pudiera conseguir la información, no les daría nada.

– Sé que estas enojada conmigo…

– ¿Piensas? Has sido un asno. ¿Qué está mal contigo de todos modos?

Un timbre sonó y Sean hizo una mueca.

– Tendremos que hablar de esto más tarde. Tienes que entrar a tu cuarto. Están controlándote.

Se quedó parada, el odio los había cambiado a todos. Había sido uno de ellos, se habían entrenado juntos, había sido un buen amigo.

– ¿Qué te hizo Whitney? ¿Qué les hace a los otros hombres? ¿Es él, verdad? Todavía experimenta y los usa también a todos como conejillos de indias.

– Muévete hacia atrás, Mari. -Insistió Sean, levantando su arma ligeramente, era una pequeña advertencia, pero ahí estaba. Guardando una distancia segura, mirándola con ojos cautelosos que nunca perdían ningún movimiento de su cuerpo.

Marigold no dio marcha atrás, deliberadamente reacia, nunca quitando la mirada de Sean. Siempre fue uno de los mejores. No había errores en Sean, ninguna distracción que permitiera la posibilidad de atacar su punto débil, Sean nunca bajaba la guardia, y estaba realzado fuertemente y tan bien entrenado como ella, lo más importante, estaba psíquicamente realzado. Había probado su mente repetidamente y sus escudos eran fuertes, imposibles de penetrar. Luchar contra Sean era perder, pero no se oponía a burlarse. Se volvió a parar, en la entrada, obligándolo a tomar una decisión.

Estaba tan enojada con él, por permitir que Whitney lo usara cuando había visto lo que les hizo a los otros y estaba segura de tener razón. Whitney tuvo que levantar los niveles de testosterona en los hombres, haciendo algo para tornarlos más agresivos.

Sean sacudió la cabeza.

– ¿Siempre tienes que presionar, verdad?

– ¿Querrías vivir como un preso tu vida entera? -Agitó la mano señalando el complejo entero, mirando el modo que su mirada brincó al movimiento elegante-. Apostaría que nadie te dice cuando tienes que acostarte por la noche, o lo que puedes leer. No hay una cámara en tu cuarto, ¿verdad Sean?

– Entra a tu cuarto. Lo cerrarán en tres minutos. -Él se acercó y cuando se movió, inhaló profundamente.

Su corazón brincó. Vio la llamarada de calor en sus ojos. La adrenalina se levantó y durante un momento no pudo respirar.

– Dejas que nos emparejen. -Esto fue una acusación, su voz sonó estrangulada, una porción de miedo bajó por su columna. ¿Por qué no lo había pensado? No se le ocurrió que Sean se ofreciera alguna vez para el programa de cría, no cuando sabía que todas las mujeres objetaban enérgicamente y eran obligadas a cooperar.

– Eres la mejor opción. Mari -dijo, en un tono práctico aún cuando sus ojos se movieron sobre ella posesivamente-, eres una psíquica fuerte y yo también. Nuestros niños serían extraordinarios. -Bajó la voz y le dio la espalda a la cámara para que no hubiera ninguna posibilidad de que leyeran sus labios-. Siempre me sentí atraído, desde la primera vez que te vi, no eres un ancla y yo si. Dudo que cualquiera de los otros hombres pueda manejar tus capacidades. No creo que Whitney tenga conocimiento de lo que puedes o no puedes hacer.

Su boca se secó. Obligó a su húmeda palma a permanecer en su lugar cuando quería frotársela por su muslo por la agitación. Sean veía demasiado. Siempre fue el guardia al que más temía. Habían entrenado cuerpo a cuerpo, y él podía siempre, siempre, ser mejor que ella. Pocos de los guardias podían, aunque era un tanto más pequeña.

– ¿Y no te importa que Whitney experimentara con tu hijo? -lo desafió.

Él estudió su cara durante mucho tiempo antes de contestar, su mirada otra vez fija giró hacia la cámara.

– Nuestro hijo nacerá en la grandeza. -Usó su barbilla para indicar el cuarto-. Entra ahora.

– No te aceptaré, Sean -le advirtió-, no voy a darle otro niño para que lo torture.

– Lo sé. Lo sabía cuando tomé la decisión. Pero no estoy preparado para mirar a otro hombre engendrarte un niño. Me aceptarás de una u otra forma.

Retrocedió hacia la pequeña celda que había sido su casa durante los pasados meses.

– Te tenía tanto respeto, Sean. Eres uno de los pocos a los que respetaba realmente, pero quieres hacerte un monstruo a fin de complacer al maestro de marionetas. -Sacudió su cabeza, la pena recorrió su cuerpo-. ¿Y Brett?

Un destello de repugnancia cruzó su cara. Caminó avanzando, con una mano deslizándose por su cara, tocando las contusiones.

– No hizo el trabajo, ¿verdad?

Su estómago se contrajo, en una protesta violenta, pero la contuvo.

– ¿Entonces tomarás su lugar? ¿Piensas que puedes obligarme a concebir, así Whitney puede tener otro juguete para jugar con él? -Se inclinó hacia delante, bajando su voz-. ¿Qué pasó, Sean? Pensé que eras uno de nosotros.

Al momento supo por su aliento en su piel que había cometido un terrible error. Whitney y sus experimentos con feromonas, junto con subir los niveles de testosterona en los machos, había creado una situación peligrosa, muy explosiva. Él quería soldados agresivos y si tenia éxito, quería niños de aquellos soldados.

Sean reaccionó al instante a su olor, a la proximidad cercana de su cuerpo. Cerró sus dedos alrededor de la parte posterior de su cuello y la arrastró las escasas pulgadas que los separaban, su boca bajó con fuerza a la suya. El metal frío del rifle se clavó en su carne como las yemas de sus dedos se clavaban en su piel.

Giró su cabeza apartándola del camino, sus manos agarraron el rifle y subió su rodilla entre las piernas con fuerza. Sean tiró hacia atrás, equilibrándose, giró para evitar su rodilla, haciéndola girar cuando lo hizo, su brazo se deslizó bajo su barbilla estrangulándola.

Mari siguió dirigiéndolo, usando su peso e ímpetu para hacer presión en su brazo, doblándolo lejos de su cuello hasta conseguir hacer palanca contra él, habían sido entrenados en la misma escuela. Era más grande y fuerte. Él sabía cual sería su reacción y estaba listo. Agarró su brazo y ejerció más presión, tuvo éxito manteniéndola en una llave. Mari giró la cabeza y lo mordió con fuerza en las costillas, al mismo tiempo presionó su pulgar en un punto de presión detrás de su rodilla. La pierna se torció y él juró doblándose por la mitad para no caerse, la arrastro con él, negándose a dejarla ir.

Terminaron tumbados en el suelo. Mari respiraba con fuerza, tratando de no hacer caso del dolor que sentía al estar en tan torpe posición.

– Detente, Mari -silbó-, no me convertiré en otro Brett. -Apoyó su peso en ella. Sujetándola.

Juntando su fuerza, se disponía a quitárselo de encima, cuando el pasillo se llenó de un punto sofocante de oscura maldad. El suelo bajo ellos tembló y las paredes a su alrededor ondularon. Mari sabía quien era y estando todavía bajo Sean, su corazón palpitó con tanta fuerza que tuvo miedo que pudiera romperse. Conocía aquel olor, aquella aura. El olor de su astuta maldad. Solo había un hombre que podía hacer que su estómago se revolviera con tal bilis. Brett llegaba.

– Sean -susurró su nombre con desesperación. Sean había sido un buen amigo y ahora la había engañado. Brett llegaba, y si la tocaba, nunca sería capaz de parar su grito, de derramar ondas de energía del asco que sentía cuando la tocaba, y Ken lo sabría y vendría y la fuga que había planeado con tanto cuidado con las otras mujeres sería imposible.

Sean se movió rápidamente, más rápido de lo que imaginó, saltando se puso de pie, agarrándola y empujándola en su celda con una mano, mientras cerraba de golpe la cerradura con la palma de su otra mano. La pesada puerta metálica se deslizó y cerró con un horrible sonido metálico, abandonándola indefensa para hacer todo menos mirar cuando los dos hombres hacían círculos uno alrededor del otro.

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