Capítulo 16

Mucho después de que la sensación de energía fluyendo entre las mentes fusionadas se desvaneciera, Mari se echó en la cama, mirando fijamente al techo. Las lágrimas brotaron de sus ojos, pero no podía hacer el esfuerzo de secarlas. Oyó a alguien fuera de la puerta moviendo el cuerpo de Brett, pero nadie habló con ella. Daba lo mismo. No se creía capaz de poder contestar.

De repente, sintió un revoloteó en su mente y reconoció el toque de Cami, pero no tenía la fuerza para responder, aunque sabía que causaría desasosiego en la otra mujer. Habrían sentido sus miedos. Y desde luego, habrían sentido el aumento de la energía psíquica… cualquier psíquico lo habría notado. No había manera de contener ese tipo de poder.

Sentía la mente agotada, el cuerpo tan pesado como el plomo. No podía imaginarse cómo se sentía Ken, pero tenía que estar peor. La cabeza le palpitaba con uno de los peores, y más descontrolados dolores de cabeza que alguna vez había experimentado, usar la telepatía y otros talentos psíquicos a menudo los causaban. El corazón le latía demasiado fuerte y rápido, estaba mareada y enferma.

Se imaginó a Ken tumbado en el suelo, en algún lugar del gran complejo, rodeado de enemigos, vulnerable al ataque, y el cuerpo perlado de sudor. Apenas podía respirar por la necesidad de saber que estaba vivo, bien y a salvo. No podía tocar su mente, y estaba segura que si él pudiera tocar la suya para reconfortarla, lo habría hecho. Sólo podía estar tumbada allí, aterrorizada por él, imaginando lo peor sin poder ayudarle.

Nadie podría haber gastado esa cantidad de energía y no tener tremendas repercusiones físicas. Lo había dado todo para salvarla. Se oyó sollozando. El pecho subiendo y bajando. La conmovió estar sollozando en el catre. No pequeñas lágrimas, sino llorando en voz alta para que la oyera todo el mundo. Nunca había hecho esto. Nunca. Era un soldado, adiestrada para la supervivencia. Nunca, nunca, des munición al enemigo en tu contra, y desde luego, nunca les des la satisfacción de meterse con tus emociones.

Todo entrenamiento parecía haber desaparecido en ese instante, dejándola sin control. Necesitaba saber que él estaba a salvo. ¿Cómo era posible que su conexión se hubiera fortalecido tanto que ya no era tan solo sexo? Pensaba que podía haber momentos en su vida que haría que el resto fuera tolerable, pero el estar con Ken Norton lo había cambiado todo. Ella había cambiado. Le había mostrado que la vida podía ser diferente, que podía haber esperanza para ella, podía tener sueños.

Durante unas buenas dos horas estuvo tumbada en la oscuridad, preguntándose si estaba vivo. Por primera vez en su vida, rezó. Whitney les había enseñado a creer sólo en la ciencia y que la gente que creía en un poder más alto eran personas que necesitaban un apoyo. No había tal cosa como Dios, o un salvador, o incluso, un modo de vida aparte de la disciplina y el deber. Había sido adoctrinada desde niña en la creencia de que aquellos que eran piadosos y compasivos, eran borregos, gente esperando que alguien con inteligencia y poder los guiara.

La mayor parte de su vida, se había creído una fracasada porque no estaba estrictamente apegada a las enseñanzas de Whitney. Amaba a sus hermanas, y la mayor parte de lo que ella era, deseaba protegerlas y estar con ellas… no por su tremendo sentido del deber. Nunca había creído en nada excepto en sus hermanas, pero ahora, por si acaso, rezó. Y luego, como si realmente alguien hubiera escuchado su súplica (sin ruido, sin nada que la advirtiera) casi se muere del susto cuando la puerta se abrió y un hombre se deslizó dentro.

– ¿Ken? -lo llamó con voz ronca, todavía incapaz de levantar la palpitante cabeza de la almohada. Era él, amplios hombros, brazos como el acero deslizándose a su alrededor, acercándola. Volvió la cara húmeda por las lágrimas contra su pecho. Se derrumbó en la cama y se percató que él estaba temblando de debilidad-. ¿Cómo lograste llegar aquí? Todavía no puedo moverme.

– No tienes que moverte; acabo de unirme a ti. Mi cabeza parece a punto de explotar. -Se estiró sobre la cama a su lado, las manos recorriéndole el cuerpo para asegurarse de que estaba de una pieza-. Tu coraje me aterroriza. -En verdad le humillaba. Soportar las cosas que había soportado durante toda su vida, permanecer allí y enfrentar a Sean y lo que él tenía la intención de hacerle, entregarse completamente a Ken, un hombre que ella sabía era totalmente peligroso -quizás más- era incluso más de lo que podía comprender.

De repente se tensó.

– Oh, Dios, nena, estás llorando. Vas a romperme el corazón. Se ha ido. Estás a salvo. Estás a salvo conmigo.

Envolvió su cuerpo protectoramente, sintiendo sus temblores y la cara húmeda por las lágrimas contra el pecho. Los dedos enterrados en el espeso pelo mientras la atraía tan cerca como podía, tratando de escudarla de cualquier otro daño.

– Lo siento, cariño. Traté de llegar aquí lo más pronto posible. Te hacen atravesar un infierno y yo no estaba aquí. -Con su llanto no podía respirar. El pecho tenso, la garganta áspera y el pánico en aumento-. Para. -Las manos acariciándole el pelo. Una lluvia de besos sobre su cara y lamiéndole las lágrimas en un esfuerzo por detenerlas-. Lo intenté. Juro que lo intenté.

– Estabas aquí, Ken, lo estabas; me salvaste cuando pensaba que no era posible. -Ahora que estaba con ella, sano y salvo, debería ser capaz de dejar de llorar, pero por alguna razón, tenía las compuertas abiertas y fue peor, alternando entre el hipo y el sollozo, aferrándose a él como una niña. Mari sabía que se avergonzaría por la mañana, pero el abrigo de la oscuridad le dio el coraje para ser honesta-. Estaba tan asustada por ti.

– ¿Asustada por ? -Ken cubrió con más besos la cima de su cabeza y descendió por la cara. Rozó con los dientes la barbilla y luego le besó las comisuras de la boca-. Estaba a salvo. Eras la única en peligro. Pensé que me volvería loco. -Le rozó las lágrimas con los pulgares.

Mari se esforzó en recuperar el control. No estaba bromeando; estaba muy conmocionado por sus lágrimas. Le tomó varias profundas respiraciones recuperar la calma.

– ¿Se ha dado cuenta Sean que utilizaste el control de la mente en él? Porque si lo hizo, Whitney sabrá que probablemente yo no pude haberlo hecho, se podría volver loco y matarnos a todos.

– No, no tiene ni idea. Tú lo sabes porque me detuve antes de darte la orden de olvidar qué te había pasado. Puedo implantar recuerdos.

– ¿Lo hiciste con Sean?

– Para protegerte, sí. Cree que tuvisteis relaciones sexuales. Cree que cooperaste con él. No quiero que vuelva por la mañana.

– ¿Cómo pudiste hacerle creer eso?

– Fue bastante fácil. Sus deseos eran muy poderosos, y las imágenes de ti desnuda en su mente eran vívidas. No fue difícil manipularlo una vez que estuve conectado a él. No quería, Mari, pero sentí que no tenía opción. Fue en la única cosa que pude pensar, además de matarle, para protegerte. Y si lo mataba, Whitney descubriría que nos habíamos introducido en su fortaleza. Amañé a Sean y si tenemos suerte, será cuidadoso cuando le dé una prueba a Whitney.

– ¿Me estás pidiendo perdón? -Echó la cabeza hacia atrás lo suficiente para mirarlo, conmocionada que estuviera disgustado cuando lo que él había hecho le había costado muchísimo.

– Lo siento, nena. Es un enemigo poderoso, y debería haber encontrado una forma mejor de eliminarlo permanentemente, pero sólo tenía unos pocos segundos para tomar una decisión y eso fue todo lo que me vino a la mente si queríamos a tu familia a salvo. -Y había estado angustiado y maldiciendo sobre esa decisión cada instante desde entonces. Quería a Sean muerto. Necesitaba a Sean muerto, pero tenía que vivir con el hecho que había dejado vivo al bastardo y Mari no estaba a salvo.

– No tengo ni idea que habría hecho si no me hubieras ayudado -dijo. Los dedos nerviosos le rozaron el pelo, en una caricia inconsciente. Enterró la cara contra la calidez de su cuello-. Whitney dijo que el senador viene hacia aquí, que en concreto pidió hablar conmigo. No tengo ni idea por qué preguntaría por mí, pero Whitney estaba realmente enojado. Tengo la seguridad de que es por eso que me envió a Sean esta noche.

Se esforzó para ocultar la oleada caliente de furia y no desbordarla donde ella pudiera notarlo. Rozó con un beso las suaves hebras de su pelo en lo alto de la cabeza. Nunca había estado tan asfixiado en su vida. Era aterrador como esta mujer lo hacía sentir. Había sido cuidadoso toda su vida para nunca más involucrarse emocionalmente, y ahora ella lo había envuelto tan fuerte que apenas podía respirar… y no sabía como había pasado, ni cuando.

– ¿El senador Freeman viene hacia aquí?

– Eso es lo que dijo Whitney. No creo que sea una buena idea. Whitney parece realmente enfadado con él. Freeman no está realzado.

– Pero su esposa sí.

– Sí. Whitney y el padre del senador, Andrew Freeman, se conocen desde hace tiempo. Andrew Freeman está navegando. Violet nos contó que estaba siendo preparada para ser la esposa del senador… que Whitney quería presentar al Senador Freeman para vicepresidente y que tendrían a un hombre en el poder al que podrían controlar.

– Así que Violet es una de las Caminantes Fantasmas de Whitney. Tiene un pequeño ejército.

– ¡No! -Mari echó hacia atrás la cabeza para mirarlo-. Violet nunca nos traicionaría, no importa lo que Whitney le ofreciera. Creo que sinceramente ama a su esposo, pero no nos traicionaría. Whitney tiene acceso al auténtico equipo de Caminantes Fantasmas. Violet era parte de ese grupo y también yo. Whitney tiene otra unidad compuesta por súper-soldados. No son realmente lo mismo. Están realzados, pero sus habilidades psíquicas no son tan fuertes y la mayor parte de ellos son muy violentos. Sé que Violet no forma parte de eso; no nos traicionaría.

– Sean lo hizo.

Hubo un silencio y se maldijo por hacerle daño. Sus brazos la estrecharon todavía más, como si aplastándola contra él y hociqueando la cima de su cabeza pudiera compensar la metedura de pata.

– Sí, lo hizo -dijo Mari-. Me culpo por ello.

– Eso es una sandez y lo sabes. Hizo su elección; todos lo hacemos. Tiene que asumir su responsabilidad. Si yo la fastidio contigo, Mari, lo asumo yo.

Alcanzó a perfilar sus labios con la yema del dedo, oyendo el dolor en su voz.

– ¿Por qué persistes en pensar que eres algún tipo de monstruo?

– No quiero que tengas una idea equivocada de mí. -La voz sonó áspera incluso para sus oídos.

Ella sonrió en la oscuridad.

– He estado en tu mente. Sé que eres mandón y te gusta todo a tu modo. Piensas que eres celoso…

– Soy celoso. El pensamiento de otro hombre tocándote me vuelve loco. -Apretó los ojos cerrados-. Mi padre también era celoso, Mari, no podía soportar a mi madre hablando y riendo con sus propios hijos. La golpeaba cada vez que un hombre la recorría con la mirada, lo cual era a menudo. Era una mujer bella. Ya me siento muy posesivo contigo. La idea de algún hombre sujetándote en sus brazos, besándote, compartiendo tu cuerpo, simplemente el pensamiento, me saca de quicio. Honestamente no sé lo que haría.

Avergonzado, le envolvió el brazo alrededor de la cabeza, presionándole la cara en el pecho para que no pudiera mirarlo. No podía mirarla de frente.

– Podía sentir tus emociones cuando Sean estaba peleando con Brett. Te disgustó ser la causa de eso. Puedo ser mucho peor, Mari, sé que soy capaz. Esperaba mantenerte a distancia y no sentir esto tan fuerte, pero ocurrió y no puedo detenerlo.

– No eres tu padre, Ken. Has llevado una vida completamente diferente. Te has formado con tus propias experiencias.

Rió brevemente sin humor.

– Exactamente, Mari, maravillosas experiencias. Presenciando a mi padre matando a mi madre. Tratando de hacerme el adulto… demonios, no era ni un adolescente. Tramé mil formas de matarlo. Molí a golpes a dos de mis padres adoptivos y no tengo ni idea a cuantos chicos y hombres adultos. Elegí las operaciones especiales, Mari, elegí el ser realzado psíquica y físicamente; después de todo, me convertiría en un asesino más eficiente. Estas son las cosas que han formado mi vida. -Mantuvo el tono absolutamente carente de emoción, separándose de la realidad de su niñez como siempre lo hacía… la manera que tenía a fin de sobrevivir.

Las lágrimas escocieron una vez más. ¿No había llorado bastante esta noche? Esta vez las lágrimas no eran por ella, sino por él, ese niñito, el adolescente abandonado por los adultos. Su vida podía haber sido austera y fría, pero no había conocido nada distinto. No tenía nada para comparar. De alguna manera hasta había sido divertido, todo el entrenamiento físico y psíquico. Se había sentido especial y finalmente respetada. Pero Ken había conocido el amor. Su madre lo había amado; Mari podía sentir el eco de ese lejano amor en su mente.

Le hizo tanto daño aunque él no lo sabía. No era consciente de esto, sólo del fuego de la furia o el frío hielo de su falta de emociones. Con Ken era todo o nada. Furia o Hielo.

– Ken…

– ¡No lo hagas! -dijo bruscamente, porque si lloraba por él, sería el fin. Nadie nunca había llorado por él. Su madre había estado muerta, y el resto del mundo miraba a Ken y a Jack como si ya fueran los monstruos que su padre había creado. Incluso en aquel entonces, la gente había tenido razón en tener miedo.

Le apartó las lágrimas con los pulgares.

– Me arrancarás lo que me queda de corazón, Mari. Para. No puedo cambiar lo que soy. Me gustaría, nena, pero no puedo.

– Si en realidad fueras la misma clase de hombre que tu padre -dijo suavemente, refrenando el pequeño sollozo que amenazaba con escapar-, habrías matado a Sean allí y en ese momento, mientras tenías la oportunidad, y al infierno con mis hermanas. Tu padre no se habría puesto a cruzar el infierno al saber que otro hombre me estaba tocando y negarse el placer de matar a ese hombre. Mis sentimientos no habrían tenido importancia en absoluto, pero te importaron a ti. Quizás habrías querido matar a Sean (demonios, yo quería matarlo) pero no lo hiciste. -Se retorció para salir de debajo del brazo y le besó suavemente a lo largo de la parte inferior de la mandíbula.

Gimió suavemente.

– Nena, te estás mintiendo a ti misma. No soy un buen hombre. Seguro como el infierno que deseo estar, siempre y en cualquier lugar cerca de ti, pero la verdad es, que he hecho cosas en mi vida, y las haré de nuevo, eliminándome completamente de esa categoría. Quiero matar a ese hijo de puta, y algún día lo haré.

– Porque es una amenaza para mí, Ken, no porque me tocó.

– No te engañes, Mari, son ambas cosas -replicó sombriamente. Sabía que esa admisión condenaba toda oportunidad de ser feliz con ella. No era el tipo de mujer que andaría tras un hombre. Era un hombre que constantemente necesitaría protegerla, tomar las decisiones, y no había una maldita cosa que pudiera cambiar eso. A diferencia de Briony, quien aceptó la dominación de Jack, a Mari le irritarían las restricciones. Había tenido demasiadas restricciones, e intercambiar una por otra no le iba a gustar. Una vez probada la verdadera libertad, querría dejarle y no mirar atrás.

El pensamiento fue aplastante. Le arrancó las entrañas hasta que apenas pudo pensar correctamente. Necesitaba concentrarse en otra cosa… cualquier cosa. Ken se aclaró la garganta.

– Tan pronto como el cerebro se cure un poco, conseguiré hablar con Jack. Tal vez pueda advertir al senador que se aleje si realmente crees que Whitney puede hacerle daño.

– Desde luego que creo que Whitney pretende hacerle daño -dijo Mari-. Creo que echó por tierra el golpe en primer lugar. Cuando el comando fue a proteger al senador, pienso que fue una estratagema para llevarnos allí y alguno de nuestra unidad iba a asesinarle.

– ¿Sean?

– Quizás. Probablemente. Dijo algo que me molestó, algo sobre ya ser el prisionero de Whitney. Sean siempre ha sido capaz de ir y venir. Tenía muchas menos restricciones que todos nosotros.

– Puede haber pagado un alto precio por eso. Tienes que tener en cuenta la posibilidad que él pactara con el diablo hace mucho tiempo.

Hubo otro pequeño silencio. Mari se mordisqueó el labio inferior mientras daba vueltas a la idea una y otra vez en su mente.

– Si lo hizo, y todo este tiempo daba partes a Whitney, le habría contado que salía con el equipo para tratar de hablar con el Senador Freeman y Violet.

– Lo cual explica porque Whitney se aseguró que Sean te atiborrara de Zenith. Fue Sean, ¿verdad?

– Normalmente Whitney nos lo daba antes de ir a una misión. Había desaparecido. Sean quería protegerme.

– Whitney le había dado una dosis particularmente fuerte. Eso es por lo que sanaste tan rápido y luego te quebraste tan fuerte.

– ¿Crees que Sean sabía lo que me estaba dando?

Ken quería contarle que Sean era lo bastante bastardo para asegurarse que ningún otro hombre la tuviera si ella no regresaba a él, pero ya había sido suficientemente dañada.

– Lo dudo, dulzura. Whitney distribuyó el Zenith rutinariamente. Era más para su protección que cualquier otra cosa.

– Porque los muertos o muertas no pueden hablar.

– Exactamente.

– Después que utilizaras el control de la mente sobre mí -dijo Mari-, me pregunté por qué no lo hiciste con los hombres de Ekabela. No es fácil y tiene un alto precio.

Él asintió.

– No es fácil borrar tu mente y mantenerla enfocada cuando alguien te está cortando en pedacitos.

– Supongo que no. Y la secuela es mortal. Tendrías que estar en algún lugar completamente protegido para usarlo. De todas formas te habrían tenido a su merced.

– Como cualquier uso psíquico, el control de la mente tiene tremendos inconvenientes, incluso más que la mayoría de talentos psíquicos, porque estás usando una potente energía. No creo que Whitney pueda aceptar eso. Quiere que sus Caminantes Fantasmas sean perfectos. Eso es por lo que está esperando a la próxima generación. Tiene la creencia que nuestros niños no tendrán las repercusiones de usar las habilidades psíquicas porque habrán nacido con ellas.

– No pensé en eso. Sólo pensé en Whitney como demente. Empeora más y más con los años. No parece rendirle cuentas a nadie, y por eso, sus experimentos se han vuelto más extraños.

– ¿Piensas que el Senador Freeman sabe qué pasa aquí?

Ella negó con la cabeza.

– Violet se casó con él antes de que Whitney empezara con el programa de reproducción. No podía saberlo. Por eso es tan importante que alguno de nosotros hable con ella. ¿Por qué Sean me dejó escapar si planeaba matar a Freeman?

– Porque si Violet y el Senador Freeman estaban muertos, no importaría que estuvieras allí. Y tú eres un francotirador. Te podrían haber hecho cómplice de matar al candidato vicepresidencial. No habrías sido capaz de ir a ninguna parte o hacer nada con esa amenaza colgando sobre la cabeza.

Mari tiró de la cruz y la cadena bajo el colchón y los deslizó sobre la cabeza a fin de que su regalo descansara en el valle entre los senos. Le gustaba la percepción y el peso de eso. Los dedos fueron hacia el borde de la camiseta de él.

– El guardia no estará aquí hasta aproximadamente las cinco y media de la mañana. Tenemos tiempo antes de que tengas que irte. -Le levantó el dobladillo, exponiendo las cicatrices entrecruzadas-. He querido hacer esto desde la primera vez que te vi. -Dobló la cabeza y le besó, los suaves y satinados labios contra las formadas crestas-. ¿Puedes sentir esto?

Podía… a duras penas. No más que un suave resplandor de promesa, patinó sobre su piel. Debería detenerla. Cuanto más la tocara, cuanto más la poseyera, más difícil sería más tarde renunciar a ella.

– Como un susurro. -Su voz fue ronca.

No era lo bastante hombre para detenerla. Su errante y pequeña boca estaba justo bajo el ombligo, los dientes provocativos en las cicatrices, raspando sobre la rígida piel, la lengua haciendo una pequeña danza aliviando cada ardiente mordisco.

– ¿Qué hay de eso?

Cerró los ojos, moviéndose sobre la espalda, dejándola desabrocharle los pantalones y bajarlos de las caderas. La habitación estaba a oscuras, pero ella podía ver el patrón de las cicatrices yendo más abajo y cubriendo la gruesa y larga erección que estaba provocando con esos diminutos dientes afilados, suaves labios, y la húmeda lengua de terciopelo.

– Más abajo -gruñó-. Más abajo y un poco más fuerte.

– No tienes paciencia. -Su risa suave revoloteaba sobre el abdomen como una pluma-. Llegaré. Primero quiero explorar un poco, sólo ver que se siente mejor.

Lo mataría antes de que acabara la noche. Sus labios eran seda caliente, deslizándose sobre él como la mantequilla, una sensación casi más allá de su capacidad de sentir… casi. Fue justo la cantidad adecuada para hacer reaccionar a su polla y captó su atención en jadeante anticipación. Los dientes empujaron el aliento de sus pulmones y enviaron fuego intenso en la barriga. Diminutos y ardientes mordiscos cubiertos por golpes de lengua.

Espontáneamente su cuerpo se arqueó hacia ella, los puños agarrándole el pelo mientras un gemido le desgarraba la garganta. Las pelotas realmente se levantaron oprimidas, tan oprimidas que temía explotar mientras su pene se hinchaba, estirando las cicatrices dolorosamente, la erección engrosándose, alargándose, y sobresaliendo con urgente necesidad. Pensó decir algo -tal vez una protesta, con un poco de suerte no una súplica- pero ni su mente ni su lengua podían encontrar las palabras cuando le rodeó con los dedos la base del eje en un apretado puño.

Bajó la mirada hacia ella, a los grandes ojos chocolate, tan oscuros por el hambre, la expresión ansiosa y hambrienta. Estaba salvajemente hermosa, las sombras oscuras jugaban sobre el cuerpo desnudo. La cruz de oro se meció entre sus senos, provocadora sobre la piel, acariciándola mientras se movía sobre él. Podía ver las marcas de posesión sobre su piel de su anterior relación sexual y eso envió otra ráfaga de calor avanzando a través de sus venas.

Mari no se retrajo por las intensas cicatrices, las rígidas líneas cruzaban una y otra vez sobre la ingle y el escroto. Lo estudió, fascinada, como si fuera un cucurucho de helado y no pudiera esperar para empezar, pero sin estar segura por dónde empezar. Aguantó la respiración cuando descendió la cabeza y lamió la reluciente gota de la parte superior de la ancha y arrugada cabeza. No sólo lamió. Tuvo la misma sensación como si las alas de una mariposa pasaran rozando sobre él, y luego siguieron los dientes, raspando a lo largo de la piel dañada, arrancándole un grito de placer.

Se quedó sin respiración. La mandíbula tensa. Cada músculo del cuerpo contraído. Luchando por el control. Un toque y lo destruiría. La tiró del pelo, tratando de apartarla, pero incluso mientras lo hacía, sus caderas se alzaban hacia delante, forzando la polla contra los suaves y satinados labios. Gimió otra vez cuando sopló el cálido aliento sobre él, mientras abría la boca y se deslizaba sobre la ancha cabeza, la lengua enroscándose y los dientes encontrando el punto más sensible bajo la cresta, el que sus enemigos habían tratado de destruir. Mordió experimentalmente y el fuego lo atravesó como un relámpago, pulsando en olas, hasta que no pudo respirar, luchando por aire, luchando por la cordura.

El placer era tan intenso que estaba seguro de no sobrevivir. Eficazmente estaba destruyendo la confianza de su propio control. No podía permitirle arrebatarle esto… era demasiado peligroso. Sus dientes raspándolo de nuevo, directamente sobre ese dulce punto, y se retorció bajo ella, olvidándose completamente del peligro. Las uñas participaron, arañando una y otra vez los bordes de las líneas en el apretado saco, y no estaba seguro de saber su propio nombre. Lo estaba matando, estrellas explotando tras los párpados, azotes de candentes rayos fustigaban velozmente a través de su corriente sanguínea.

– Más, Mari. Duro y caliente. -Ordenó entre dientes.

Cerró la boca sobre la cabeza de su eje, tirante y caliente y tan exquisito, añadiendo la succión a la combinación de dientes y lengua, y él casi saltó de la cama. No había preparación para lo que le estaba haciendo. Dulce infierno, lo estaba quemando vivo con su boca. Sus dientes se encontraban cada terminación nerviosa, estaba seguro que habían sido dañados, y estaban haciendo una reparación acelerada.

Ella gimió profundamente en la parte posterior de la garganta, y la vibración viajó directamente de la polla hasta sus pelotas, propagándose abajo hacia los muslos y arriba hacia la barriga. No podía detener el duro empuje de sus caderas. Lo probó, esforzándose por recuperar el control, pero fue imposible con el bramido en la cabeza y el corazón palpitando como el trueno en sus oídos.

Soltó una débil maldición mientras se deslizaba más profundo, mientras la garganta se constreñía apretada a su alrededor, ordeñándole hasta que su simiente hirvió cálida y viciosa. La cogió por la cabeza, agarrándola hacia él mientras la ardiente pasión lo inundaba, las llamas crepitaban en la base de la columna e invadían todo su cuerpo. Los dientes encontraron ese único lugar bajo el borde de la ancha cabeza, mordisqueándole mientras lo tomaba profundamente de nuevo, la garganta una vez más constriñendo.

Se hizo pedazos, una violenta explosión del cuerpo y los sentidos, su vida ya no le pertenecía, el placer lo consumía, comiéndoselo vivo. Temblaba por la liberación, las caderas casi sin control, empujando profundo e inútilmente, y cada vez que sus dientes o lengua aumentaban la caliente y fuerte succión, la agarraba más fuerte, sujetándose en la seda de su pelo.

Le pertenecía, en cuerpo y alma. Podía pensar que la podría hacer dependiente de él sexualmente, atarla a él por la forma en que podía controlar su cuerpo, pero ella nunca lo había necesitado de la forma en que él la necesitaba a ella. Lo supo, tan cierto como sabía que su corazón y alma estaban para siempre en sus manos.

Le dio una última pasada en espiral con la lengua y lo soltó. La echó de espaldas sobre el colchón, atrapándole las muñecas, levantándole los brazos sobre la cabeza, con el cuerpo todavía duro, agresivo y vibrante de necesidad. Con los muslos abrió los suyos empujando en su interior, conduciéndose a través de los estrechos y aterciopelados pliegues, forzando su entrada tan profundo como fuera posible, necesitando de ella que tomara cada pulgada de su gruesa y cicatrizada polla.

Hubo resistencia, el cuerpo resbaladizo y acogedor pero demasiado estrecho, y a pesar de sus entrecortados jadeos y gemidos suplicantes, los músculos trataban de bloquear la invasión. La reacción sólo acrecentó su excitación y necesidad de poseerla, aumentando el placer mientras forzaba su eje más profundo, los músculos de mala gana, y apenas, separándose para él, apretando duramente contra las cicatrices, arrastrando a través de las dañadas terminaciones nerviosas hasta que sintió el fuego chisporroteando arriba y debajo de su columna.

– Pasa las piernas alrededor de mi cintura. -Amó mirarla, dándose un festín con la visión de su cuerpo extendido ante él como un buffet interminable. Los ojos vidriosos por la necesidad, el pelo salvaje y desparramado como hebras de seda a través de la almohada. Un brillo parecía resplandecer de los senos, carne cremosa con apretados pezones implorando atención y su cruz destellando en la piel de ella. Amaba la entrada de su cintura y la curva de las caderas, pero en general lo que amaba eran los suaves y pequeños ruidos de desesperación provenientes de su garganta mientras su cuerpo se volvía fuego líquido a su alrededor-. Eres tan jodidamente bella, Mari.

Se inclinó para besarle el cuello, la deliberada acción produjo una electrificante fricción sobre el lugar más sensible. Succionó el débil y palpitante pulso en la garganta, descendiendo más abajo para encontrar el pecho, e hizo lo mismo, sintiendo la empapada respuesta de ella, la cálida crema hizo más fácil el siguiente empuje. Los dientes y lengua la adoraron durante un rato, mientras esperaba que su estrecho cuerpo aceptara su invasión.

– Por favor -susurró urgentemente, con el cuerpo empujando hacia él, mientras se hundía de nuevo en ella y se mantuvo quieto, saboreando la sensación de su cuerpo rodeándolo.

– Shh, lo haré bueno para ti, cariño. Necesitas un poco de tiempo para alcanzarme.

– Estoy a nivel -protestó, con la voz entrecortada. Su cuerpo estaba ya nervioso de necesidad. No quería esperar. Necesitaba sentir que la llenaba, la aplastaba, que la impulsaba tan alto que nunca descendería.

Cada contorsión de su cuerpo le enviaba ondas expansivas inundándole. Estaba demasiado apretada, demasiado pequeña para su tamaño, pero eso sólo servía para aumentarle el placer. Necesitaba la sensación de un apretado puño agarrando, apretando y rozando su vara cicatrizada con ardiente calor, para obtener la liberación.

– Me pones condenadamente duro, Mari. -Lo hacía. Un toque. Una mirada. Ella era todo lo que alguna vez quiso en una mujer. No tenía miedo de sus inusuales necesidades… combatía el fuego con fuego. Aún cuando la dominaba, su cuerpo le respondía con una salvaje y casi desesperada necesidad.

Tenía los músculos acalambrados por el esfuerzo de contenerse. Cada célula de su cuerpo le gritaba para que la tomara rápido, duro y tan violento como fuera posible, dándole el máximo placer. Su respiración se convirtió en una ráfaga de ásperos jadeos. Deseaba esto diferente. Deseaba ser tierno. Tierno no le pegaba a su ser, pero ella se merecía mucho más, un lento y tierno amante, alguien que persuadiera a su cuerpo hasta la sumisión, no introducirse en ella y tomar por la fuerza lo que ella estaba ya dispuesta a dar.

Se movió lentamente, probando su cuerpo, un largo empujón a través de los cálidos y húmedos pliegues. La sensación fue placentera, pero no hubo un fuego verdadero, no la llamarada de pasión más allá de su imaginación. Se escapó un gemido, un suave siseo de necesidad que no pudo detener.

Cerró las piernas alrededor de la cintura y empujó contra él con desesperada necesidad.

– Ken. Por favor.

Esa pequeña súplica sin tapujos fue su perdición, haciéndole añicos el control y robando su corazón. Bajó la mano a su trasero, sintiendo la llamarada de calor asaltándola, la inundación de rica crema bañando su vara en respuesta.

– No me estás ayudando, Mari. Necesitamos trabajar en eso.

– Eres demasiado lento.

– Y dije que lo haría bueno para ti. Compórtate. -No estaba seguro de que pudiera hacer otro golpe lento, provocando su cuerpo en conformidad, pero sólo para enseñarle las cosas que haría de esa forma, se las arregló para uno más.

Gritó bajo él, cerrando los dedos en sus hombros, las uñas clavadas en él de modo que las terminaciones nerviosas respondieron con una descarga eléctrica. Le atrapó las caderas y acercándola y subiéndola hacia él, poniendo su cuerpo en un ángulo para tomarlo más, tomar su completa longitud. Quería enterrar cada pulgada de si mismo en ella, fundiéndose de tal modo que nadie fuera capaz de desenredarlos.

En el momento que golpeó su cuerpo contra el de ella, yendo profundo, yendo a casa, olvidó cada buena intención. Las caderas bombeando, los dedos hundidos en sus nalgas levantando su cuerpo hacia él. Estar en el cielo era estar en su estrecha funda, aparentemente hizo lo justo para frotar encima de las cicatrices y traer a la vida viril a su polla. Podría vivir aquí durante horas, empujándola más allá de cualquier límite sexual que ella hubiera concebido, trayéndola una y otra vez al punto más alto de la liberación, sólo para echarse atrás para oír sus suaves y pequeñas súplicas de misericordia y ver crecer la lujuria en los oscuros ojos.

Gimió su nombre, tirándole del pelo, contorsionándose bajo él, las piernas cerradas en un apretado agarre como si no lo fuera a dejar ir nunca. Se levantó para encontrar cada golpe, gritando, volviéndolo loco por la manera en que sus pequeños y calientes músculos lo agarraban y su cuerpo ansioso por él. Había invadido cada célula de su cerebro, cada hueso, y cada órgano, hasta lo que él sabía, no importaba cuanto viviera, ella sería la única mujer que siempre desearía.

El conocimiento era alarmante, terrorífico, definitivamente peligroso, pero no podía cambiar lo que sentía. Las emociones fueron envueltas en su totalidad, tan prietas y fuertes como su pasión por ella. El calor iba aumentando, hasta que pudo jurar que su semen estaba hirviendo en sus pelotas, hasta que las luces destellaban tras los párpados y su mente rugía con la furia del deseo. El pene aumentó para estallar, empujando las paredes apretadas de su canal recluyéndolo y constriñéndolo, forzando el aterciopelado calor sobre las cicatrices hasta que las corrientes de placer inundaron sus terminaciones nerviosas, arrasando su cuerpo.

Mari gritó y enterró la cara en su pecho para silenciar los gritos mientras su cuerpo se tensaba, pulsaba y se estremecía con el orgasmo, sujetando los músculos, convulsionándose alrededor, sacándole chorro tras chorro de su caliente liberación. El orgasmo parecía interminable, el cuerpo de ella tensándose a su alrededor, primero duro y fuerte y luego con temblores secundarios más suaves.

Yacieron juntos, abrazados, tratando de encontrar la forma de respirar mientras los pulmones estaban hambrientos de aire y sus cuerpos estaban cubiertos por una fina capa de sudor. Mantuvo la mano en su pelo, los dedos masajeando perezosamente el cuero cabelludo mientras el corazón se calmaba y se sentía extrañamente en paz.

– Podría yacer contigo para siempre, Mari, justo como ahora.

Sonrió, deslizando las manos posesivamente sobre su espalda.

– Estaba pensando lo mismo.

Se movió para apartar el peso de ella, a regañadientes dejando el refugio de su cuerpo pero envolviendo un brazo a su alrededor para ponerla de lado, cara a él. Amaba la manera en que sus pezones estaban erectos y duros, una invitación a yacer contra la dulce e hinchada carne.

– Te mereces ternura, Mari -dijo suavemente, besándola tan tiernamente como sabía-. No puedo sentir cuando soy tierno. Dios ayúdame, quiero sentirte cuando estoy profundamente en ti. Trato de retroceder, en mi mente lo intento, pero la necesidad de sentirte a mí alrededor, estar tan cerca de ti, triunfa y no puedo ser tierno.

– No te lo pedí.

– Estás llena de marcas. No puedo tocarte sin dejar atrás magulladuras y pequeños mordiscos. -Le acarició el pecho, tirando del pezón, y fue compensado con su brusca respiración.

– Te he dejado unos cuantos arañazos y mordiscos. -Le recordó, entrelazando los dedos juntos detrás de su cuello, ofreciéndole los senos para su atención-. Te lo diré si te pones demasiados rudo.

No pudo resistir la invitación y lamió al descarado pezón, acariciando con su lengua por encima y luego tirando tiernamente con los dientes.

– Vine aquí para consolarte, para abrazarte, no para aprovecharme así, en este horrible lugar. Quiero llevarte a casa, nena, algún lugar seguro, lejos de aquí. Ven a casa conmigo. Lo juro, no tengo intenciones de hacer nada más que abrazarte.

Un gemido se escapó cuando cerró la boca sobre el pecho y succionó, la boca tiraba fuertemente mientras los dientes provocaban y su lengua lamía.

– Quiero ir a casa contigo. -Las palabras sonaron estranguladas. Su mano se había deslizado bajo la barriga para quedarse en la unión entre las piernas.

– Puedo sacarte de aquí -la tentó, la lengua dándole golpecitos perversamente. Dos dedos la acariciaron a lo largo de su pulsante entrada.

– Todas las chicas tienen que irse. -Su cuerpo saltó por el contacto, los dedos se introdujeron en ella y encontraron el clítoris con perezosas caricias. Cada toque enviaba una vibración a través de los senos hacia los pezones, dónde los dientes y lengua estaban jugando-. Y tenemos que asegurarnos que Violet y su marido están a salvo.

Le besó el pecho izquierdo y se trasladó al derecho, al tiempo que empujaba profundo con su mano hasta que ella le estaba montando. No tenían mucho tiempo para estar juntos, y tenía que marcharse y dejarla encerrada a la misericordia de Whitney. Era un pensamiento terrible, uno que le tensaba el estómago con apretados y duros nudos.

– ¿Después, vendrás a Montana conmigo y verás nuestra casa? -Mantuvo la mano quieta, la boca, la respiración… esperando.

Pasó un latido de corazón. Empujó contra sus dedos, tratando de aliviarse pero no se movió.

– ¿Mi hermana está allí?

– Cuando sepamos que es seguro, Jack la llevará allí. También es su casa, pero no quiero que vengas por Briony. Quiero que vengas por mí. Pase lo que pase, Briony querrá verte. Nos hizo prometer a ambos encontrarte y llevarte con ella. -Succionó de nuevo, sintiendo la oleada de su líquido en respuesta, sobre su mano, y sus dedos empezaron su lento asalto otra vez.

– Tengo terror a encontrarme con ella, Ken. -No podía casi respirar, pero nunca, nunca deseó que parara. Yaciendo en la oscuridad con las manos y boca vagando por su cuerpo la hizo sentir como si perteneciera a alguna parte. Esto era para ella, esta lenta, tierna oleada de placer, completamente para ella y lo sabía.

– No deberías. Ella quiere amarte, Mari. Quiere a su hermana de vuelta. Y dará la bienvenida al resto de tu familia. Briony es una mujer generosa, compasiva y lo bastante valiente para enfrentarse a mi hermano. -Su mano se movió en serio, el pulgar y los dedos acariciando sobre cada lugar sensible hasta que pudo sentir la tensión aumentar más y más otra vez.

– Mientras Whitney esté con vida, estará en peligro.

– Pero no por tu culpa. Había matado a sus padres adoptivos, y trató de raptarla en el momento en que se enteró que estaba embarazada.

– No puedo creer que vaya a tener un bebé. -Su aliento se convirtió en jadeos.

– Ella tampoco se lo creía. El equipo de súper-soldados de Whitney dañó algo la casa, pero ha sido reparada. -Ahora sus dedos fueron realmente malvados, exploradores, provocadores y nunca dándole bastante de lo que necesitaba.

Mari trató de empujar más fuerte contra su mano, engañándolo para que le diera alivio.

– Me prometió que mientras cooperara con él, dejaría en paz a Briony.

Los dientes de Ken tiraron del pezón en un tierno castigo.

– Nunca la ha dejado en paz. La ha vigilado todos estos años. Esbozó su educación y exigió que tratara todas las enfermedades su propio médico. Whitney mintió sobre Briony así como mintió todos estos años a Lily.

– Me siento muy mal por Lily. Es terrible averiguar que toda tu infancia se ha construido como un castillo de naipes. -Introdujo los dedos, los retiró, luego empujaron contra su clítoris hasta que quiso sollozar de placer. Cerró los ojos.

Ken se inclinó y le besó el ombligo. Era tan propio de Mari preocuparse por Lily. Mari que no había tenido infancia, quien había sido tratada como un soldado adulto antes apenas de poder caminar.

– Mírame, corazón. Abre tus ojos y mírame.

Su voz era baja y dominante, las pestañas de Mari se levantaron. Sus miradas se encontraron, allí vio auténtica posesión, la cruda necesidad y el sello del control despiadado mezclado con algo que podría ser amor. Nunca había visto la emoción, así que no estaba segura de lo que estaba viendo, pero mantuvo la mirada fija en él cuando la llevó a la cima y le hizo gritar su nombre.

Загрузка...