Capítulo 12

– Mari, vamos, cariño, tienes que despertarte.

La voz era insistente. Mari movió la cabeza, e inmediatamente un martilleo comenzó a expandirse llenando su cabeza. Suprimiendo un gemido se obligó a extender sus sentidos psíquicos para saber dónde y en qué tipo de problemas estaba.

Rose. Nunca podía confundir el olor femenino y suave de Rose. También estaba Sean. El bastardo la había golpeado y dejado inconsciente. Pagaría por eso. Oyó la cerradura de una puerta de metal. Sonido de pasos. Estaba en el complejo.

Le dolía el cuerpo, sobre todo sus brazos. Trato de aliviar el dolor acercándolos y se encontró que estaba amarrada al carril metálico de la cama.

– Mari -repitió Rose-, despierta.

Una tela fría presionaba su cara. Rose se inclinó.

– Whitney va a estar aquí en cualquier momento venga, cariño . Necesitas estar alerta.

Mari entreabrió sus párpados y miró la cara preocupada de Rose. Parecía un pequeño duendecillo con sus ojos demasiado grandes, boca sensual y cara pequeña en forma de corazón. Rose era delicada y un poco más joven que el resto de ellas, no completamente resistente en el exterior, pero tenía acero bajo aquella piel suave y estructura delicada. Le sonreía a Mari.

– Por fin. Estábamos alarmados.

– Sean me esposó. -Sacudió sus manos y giró su cabeza hacia el hombre que montaba guardia-. ¿Por qué?

– Te comunicabas con el enemigo -dijo él.

– Yo salvaba tu trasero, y justo en este mismo momento, no puedo pensar porqué. -Mari se sentó, apretando sus dientes contra la palpitación de su cabeza.

– ¿Dime cómo lo hiciste?

Echó a Sean una de sus mejores miradas de ira, oscura y llena de desprecio, hasta fulminarlo. Quería que fuera fulminado. Desvió su atención a Rose, forzando una sonrisa serena.

– Estoy despierta, cariño. Me duele la cabeza como un oso, y estoy peor con la ropa, pero no tuve oportunidad de dirigirme al senador.

La sonrisa de Rose se marchitó. -Contábamos con eso. -Bajó la voz-. Whitney hizo entrar a sus otros guardias. Incluso si algunos hombres nos ayudaran… Aquellos hombres son asesinos -tembló, frotándose los brazos-. Odio el modo lascivo con que nos miran cuando estamos en el patio.

No podemos confiar en Sean. Hay algo diferente en él. Mari quiso perfeccionar su técnica telepática. La manipulación de energía directamente a un individuo sin que otros psíquicos recibiesen ni un zumbido débil era muy difícil. Si Ken y Jack Norton podían hacerlo, entonces significaba que era un nivel de habilidad. Mari siempre era la primera de su clase en todo. La competencia solo podía llevarla a tener éxito.

Estaba histérico cuando nos dijeron que te habían disparado. Y Brett estaba loco. Destrozó el complejo como un loco. Así fue como Whitney lo averiguó. Todos tratamos de guardar la calma, esperando que el equipo te encontrara y te trajera, pero Brett no se preocupó por nosotros. Él se lo dijo a Whitney.

– Páralo, Mari -rompió Sean-, si quieres decir algo, dilo en voz alta.

Mari se encogió de hombros.

– Solo le contaba a Rose cuan desagradable eres. Ella estuvo de acuerdo. Sobre todo le gustó la parte donde estuviste tan preocupado por como fui tratada como una prisionera y trabajé con fuerza para asegurarme que estaba curada de la bala que casi me mató. Bien, el Zenith casi me mató. ¿Y esto, Sean? ¿Sabías el límite de tiempo del Zenith? ¿Lo saben todos los hombres, o Whitney solo eligió a unos cuantos?

La puerta se abrió. Mari se puso rígida. Aunque estaba de espalda a la puerta, supo el momento en que Peter Whitney entró en el cuarto. Había un olor distinto en él que no podía identificar completamente, algo… apagado.

– Bien, bien -dijo el doctor a Whitney como saludo-. Nuestra pequeña Mari metida en problemas como de costumbre. Has sido retirada de la aventura.

Mari no tenía idea de lo que Whitney había dicho, pero no iba a darle algo gratis. Se dio vuelta, estirándose perezosamente, esforzándose por parecer aburrida.

– Soy un soldado. Sentarme a esperar al idiota de Brett era aburrido. Me arriesgué y fui por un poco de acción. Es para lo que fui entrenada.

– Estás entrenada para seguir órdenes -corrigió Whitney-. Rose, sal ahora.

Rose apretó el brazo de su compañera. Su cuerpo bloqueó el gesto. Sin una palabra salió del cuarto, dejando sola a Mari con Whitney y Sean.

– Sean me dice que necesitas la píldora del día siguiente para estar seguros que no estás embarazada. ¿Has estado confraternizando con el enemigo?

Ella levantó la cabeza y lo miró fijamente a los ojos.

– Ken Norton. Fue quien me disparó. Parece que también lo hizo parte de su programa. -Vio el cambio en su expresión. Euforia. Esperanza. Las emociones jugaban detrás de su expresión superior. La quería embarazada de Ken Norton.

– ¿Entonces Sean tiene razón y podrías estar embarazada? -Whitney sabía su ciclo mejor que ella.

Mari se encogió de hombros.

– Tuvimos sexo. Supongo que podría pasar.

Whitney la estudió con la misma indiferencia que había notado cuando estudiaba a sus animales en el laboratorio.

– Esperaremos unos días y la examinaremos.

Sean avanzó agresivamente.

– No. De ningún modo. Si esperamos, será demasiado tarde y tendrá que abortar.

– Norton tiene un código genético extraordinario -dijo Whitney-. Entrenado en el Centro, el niño podría ser todo lo que hemos estado esperando. No, esperaremos y veremos. Mientras tanto, Mari, necesita un chequeo para determinar si sus heridas de todos modos pueden perjudicarle, y por supuesto, estará encerrada durante unos días para estar seguros de que no tenemos una repetición de este incidente.

Si pudiera establecer que había desertado por motivos de inactividad, que la rebelión entre las mujeres era sobre todo debido al aburrimiento, él podría entenderlo. Whitney los había educado en un ambiente militar, y estaba preparado para razonar que después de tener ejercicios físicos y aprender sobre armas durante horas cada día, no podrían solo estar sentadas.

– Necesito acción. Doctor Whitney. ¿Espera que me quede sentada porque un hombre me golpeó? Me volveré loca. Soy un soldado. Al menos déme algunos ejercicios de formación. Las otras mujeres sienten lo mismo.

Él se rió de ella, una fría y vacía sonrisa.

– ¿Quieres que crea que la inactividad es la razón por la que ha estado causando tantos problemas últimamente?

– Algunas veces traté de hablarle -fulminó con la mirada a Sean como si no le hubiera llevado los mensajes al doctor-. No me dejaban acercarme.

– ¿Y tu rechazo a Brett? ¿También era aburrimiento?

Mari frotó la palpitación de su cabeza.

– Brett es un asno. No quiero tener a su bebé. Dejé esto muy claro. No es tan inteligente como usted parece pensar. Y es demasiado fácil hacerle perder los nervios. Mi niño siempre va a estar tranquilo bajo el fuego. Nunca la he perdido durante una misión, ni una vez. Leí el archivo de Brett, y tiene cuestiones que mejor no pasar a la siguiente generación.

– Bien pensado Mari, como siempre -dijo Peter Whitney-. ¿Y tienes objeción en tener un niño de Ken Norton?

– No tengo ninguna, aunque me gustaría leer su archivo si tiene uno. Por lo que puedo ver, tiene extraordinarios talentos psíquicos, y ha ganado una reputación como uno de los mejores francotiradores en el negocio. Me lo dijo Sean.

– No lo hice.

– Estaba en tu mente cuando te pregunté sobre Norton.

– ¿Quiere qué crea que dejaste esta instalación a fin de participar en una misión porque estabas aburrida?

Lo miró sin estremecerse.

– Sí. Y lo haré otra vez en la primera oportunidad si me hace seguir viviendo como hasta ahora. Nadie puede vivir así. Tenemos que correr y seguir trabajando en nuestras habilidades, tanto físicas como mentales. Nos estamos volviendo locas sin hacer nada todo el día.

Whitney levantó una ceja.

– Supongo que podríamos fingir que no me has amenazado con cortar mi garganta en la primera oportunidad que tengas y que la única razón de que no lo has hecho es porque he comprado tu cooperación sosteniendo un arma en la cabeza de las otras mujeres, tus aburridas hermanas soldados.

Mari, silenciosamente maldijo su gran boca. Lo había amenazado en muchas ocasiones, queriendo decir cada amenaza. Whitney no iba a comprar su acto de cooperación. Intentaría otro recurso. Mari bajó la mirada a sus manos esposadas, tratando de parecer regañada. Sean gruñó con incredulidad y ella le lanzó una rápida mirada.

– Hay una cosa más que debería saber. Encontré a Lily. Encontré a su hija. Salvó mi vida. -Deprisa alzó la vista para ver la expresión de su cara.

Hubo un largo silencio. Whitney estaba de pie sin moverse o hablar, parpadeando como si estuviera confundido.

– ¿Doctor Whitney? -Sean rompió el silencio-. ¿Necesita un vaso con agua?

Whitney sacudió la cabeza.

– Lily es brillante. Últimamente he estado tan orgulloso de su trabajo. Ella fue una principiante rápida y muy astuta. ¿Parecía sana?

Mari asintió.

– Parece muy sana y es obviamente feliz.

– Y embarazada. ¿Por qué no me dijo de su embarazo? -Whitney se inclinó, pegando su cara cerca de la suya, con ojos furiosos. Podía enfadarse notablemente cuando alguien frustraba sus proyectos. Y ahora estaba enojado.

– No tuve oportunidad, y no sabía si estaba enterado, y quise decírselo suavemente. Sé que la buena crianza es importante para usted, y yo estaba… asustada. -Dejó que su voz se calmara intentando parecer indefensa y apenada. No era buena en esta mierda de ser actriz. Preferiría hervir en aceite a fingir preocupación y ser una pequeña muchacha de mirada nerviosa.

Rose le aseguró que lo de la muchacha funcionaba, sin embargo, se sentía al borde de la desesperación. Ellas le dijeron que los soldados siempre se enamoraban de ella, y Whitney se sentiría repugnado y se alejaría. Las otras mujeres realmente tenían mucha práctica en parecer llorosas. Todas se habían reído de ella, y ahora mismo lamentaba no haber prestado más atención a sus lecciones. Realmente, quería que Whitney se alejara

– ¿Vio a su marido?

Mari otra vez asintió. Una cosa que había aprendido sobre Whitney durante todos estos años consistía en que tenía pocas habilidades sociales. Rara vez se molestaba en leer a la gente, seguramente no lo bastante para saber si decían la verdad o no. Si pudiera decirle lo que quería oír… Eligió sus palabras con cuidado.

– Sí, es definitivamente un buen soldado y psíquicamente talentoso. -Mantuvo su tono renuente.

– Pero… -presionó Whitney.

– Dudo que sea su igual intelectual.

– ¿Por qué lo piensas?

Whitney nunca antes había preguntado su opinión. Esta era una pregunta de broma; lo sabía por su tono y la mirada aguda que le dirigía.

– No tengo ni idea.

– Lily es incuestionablemente brillante.

– Como dije salvó mi vida. Ha descubierto que el Zenith mata si se queda en nuestros sistemas demasiado tiempo, pero usted ya debe saberlo.

– Por supuesto.

– ¿Y los riesgos son aceptables porque…?

– No tengo que contestarle.

– No, no tiene que contestarme. Pero cálculo que es aceptable porque las ventajas son más que los riesgos. Aquellos de nosotros que necesitamos anclas podemos funcionar sin que estén demasiado cerca. Si somos heridos, nos curamos mucho más rápido, y si somos capturados, no tenemos tiempo para dar información bajo tortura. -Mantuvo la cara seria, simplemente informando, no pensando que le podrían romper su delgado cuello. Quiso recitar los motivos delante de Sean. Porque a menudo Sean dirigía las misiones y lo habían llenado de esta medicina. Sean que había traicionado a la gente que había sido su familia.

Sean encontró su fija mirada y desvió los ojos. Bueno. Finalmente lo conseguiría.

– Mari serás llevada a la instalación médica para que te examinen. En unos días haremos la prueba de embarazo. Te enviaré el archivo de Norton así puedes leer los datos que he recolectado. Creo que verás que es un buen partido.

El hombre saludó con la cabeza. Conteniendo su aliento, con miedo, no fue capaz de esconder el alivio que sintió. La historia era plausible, y Whitney estaba feliz con la posibilidad de que hubiera concebido al niño de Ken, por lo que no indagaría demasiado. Esperó hasta que se fue y buscó a Sean.

– Abre las esposas.

– Mari, esto no ha terminado. Si no tienes al bebé de ese hombre…

– Mejor suyo que de Brett.

– Tendré cuidado de Brett. -Alcanzó sus manos y abrió las esposas.

Frotó sus maltratadas muñecas y le dirigió otra mirada de odio.

– No tenías que ponerlas tan apretadas.

Sean tomó su mano, deslizando el pulgar sobre las contusiones.

– ¿Te forzó Norton?

Retiró sus manos.

– Deberías habérmelo preguntado hace horas. Maldición, es demasiado tarde para mostrar preocupación. Vete al diablo Sean. -Se levantó, y se tuvo que agarrar del pasamanos metálico para impedir caerse y mantenerse parada, apretando sus dientes contra la feroz palpitación de su cabeza-. ¿Me golpeaste otra vez?

– De ninguna manera. No iba a darte una excusa para que me mataras. Y sabía que despertarías enojada. -Extendió la mano y capturó su mano otra vez-. Puse realmente aquellas cosas demasiado apretadas, tienes contusiones.

Separó su mano otra vez y frotó su palma por el muslo de sus vaqueros.

– Sean, realmente estoy enojada contigo.

– Lo sé. Realmente nos asustaste como el infierno. Maldición Mari, te dispararon.

– Todo fue patas arriba. Nadie estaba allí para matar al senador Freeman. Ambos equipos lo protegían. ¿Podría haber sido la amenaza un truco de publicidad? ¿Y por qué enviarían dos equipos especiales de Caminantes Fantasmas para hacer el mismo trabajo? No hay muchos de nosotros. No podrían haber incurrido en una equivocación. -Tentativamente dio un paso y el cuarto giró-. ¿De todos modos, que demonios me hiciste Sean?

La estabilizó agarrándola del brazo.

– Te drogué. Probablemente es la reacción con lo que ya tenías en tu sistema.

– Bien, entonces esto está bien -lo dijo en su mejor tono sarcástico, deseando tener un cuchillo para cortarlo desde la garganta hasta el vientre-. Todavía estoy realmente enojada contigo. Actuaste como un estúpido. Debería de haber dejado que Norton te disparara.

– ¿Realmente hablaban de matarme?

– Sí. No le gustas, pero le dije que tenías un lado bueno. Cuando preguntó cuál era, no lo pude recordar. Tengo que pasar por mi cuarto antes de ir con el doctor.

– Se supone que te llevo directamente al ala médica.

– Sean, no me hagas darte una patada. Tengo que parar en mi cuarto. Esto tomará dos minutos. No puedo llevar estos zapatos un minuto más. Por si no lo has notado, no son míos.

– Los cambié para rastrear dispositivos.

– ¿Me cambiaste los zapatos por unos que le hacen daño a mis pies y me sacan ampollas?

– Correcto. -Sean echó un vistazo a su reloj-. Pero tenemos que apresurarnos. Sabes como es Whitney; quiere que le expliquemos cada minuto.

– Puedes hablarle sobre las ampollas de mis pies. Lo primero que te enseñan para ser un buen soldado es tener cuidado de tus pies. -Se separó de él-. Estoy bien ahora excepto por el dolor de cabeza. No te lo perdonaré por un tiempo muy largo, por si estás interesado.

– No sé que me pasó. Mari, cuando comenzaste a hablar de tener sexo con Norton, perdí la cabeza. Siento haberte golpeado.

Mari lo miró fijamente. La cólera estaba viva, manando y viviendo bajo la superficie de su expresión deliberadamente tranquila.

– Habrías estado perdido si no hubiera respondido. Norton por lo visto no esta muy encariñado con los hombres que golpean a las mujeres. Te habría disparado directamente en la cabeza.

– ¿Estás realmente enojada conmigo, verdad? -Sean sostuvo la puerta abierta para ella.

– ¿Lo crees? Fui tomada prisionera y ellos me trataron mejor que tú. Sean, te he conocido durante años. Pensé que éramos amigos. Te has convertido en un estúpido. -Se sentó en el borde de su catre y se inclinó para desatarse los zapatos.

– Sí, te trataron tan bien que dormiste con uno de ellos. -El enojo estaba en su voz.

Mari le lanzó el zapato con mortal puntería, golpeándolo en el centro del pecho.

– No sabes nada de lo que me sucedió, eres tan obtuso. -Le dio la espalda, tirando de su pelo con frustración, y soltando un silbido de cólera. Deslizó su mano rápidamente para quitar la cadena trenzada de oro que tenía alrededor del cuello. El movimiento fue rápido, la cadena quedo amontonada en su mano fuera de su vista-. ¿Ves mis zapatillas en alguna parte? Pensé que estaban aquí.

Se arrodilló para mirar bajo la cama, empujando la mano bajo el colchón cuando apoyó su peso contra el catre.

– ¿Las ves?

Sean abrió las puertas del armario. El cuarto de Mari era austero, ninguna cosa fuera de su lugar. No podía imaginar que las zapatillas estuvieran bajo la cama.

– No veo ningunas zapatillas en ninguna parte. ¿Por qué no agarras un par de calcetines si no quieres llevar puestos los zapatos? -le sacudió un par.

Mari los agarró y se hundió en el catre otra vez.

– ¿Sean, cómo pasó todo esto? ¿Cuándo se fue al demonio?

– Sólo ponte los calcetines.

– Si Brett vuelve, juro que uno de nosotros no va a salir de este cuarto vivo. -Hizo una pausa, el calcetín asomaba cerca de los dedos del pie. Su mirada fija encontró la de Sean-. Lo que quiero decir, es que no puedo dejar que me toque otra vez. Lo odio tanto.

– Tendré cuidado de ello. Encontraré la manera.

– Has estado diciéndomelo durante semanas. No soy la única que es forzada a hacer algo asqueroso, Sean. Hablamos de esto y me dijiste que conseguirías que Whitney te escuchara, pero no lo hizo. ¿Honestamente querrías vivir de esta manera? -Poniéndose los zapatos se levantó, siguiéndolo hacia la puerta.

– ¿Es Brett la razón por lo que lo hiciste? ¿Esperas que Whitney lo aleje de ti si estás embarazada del bebé de Norton? -La condujo por el pasillo hacia el elevador.

Mari se pasó los dedos por el cabello, traicionando su agitación.

– No lo acepto. De una u otra forma, no lo acepto.

– Whitney me dijo que no quiere que las mujeres tengan sentimientos con respecto a los hombres, porque si el apareamiento no funciona -si por alguna razón ella no queda embarazada, o el bebé no es lo que él espera- enviará a otro compañero.

Se puso rígida.

– ¿El bebé no es lo qué espera? ¿Exactamente qué planea hacer con un bebé que no es lo que él espera?

Sean frunció el ceño.

– Yo no lo había pensado. ¿Tal vez darlo en adopción?

– ¿Darlo en adopción? -Arrastró los pies, reduciendo la marcha mientras caminaban por el pasillo hacia el laboratorio.

– Bien, venga. Mari, no puedes decirme que quieres holgazanear con un niño lloroso colgado a ti.

– Si fuera mi niño, sí. ¿Es lo que desearías? ¿Qué tu hijo fuera enviado lejos?

– No sé lo que quiero. Cuando Whitney habla de cómo el realce genético puede salvar tantas vidas y si sólo desarrolláramos un batallón con habilidades superiores, tanto los hombres jóvenes y las mujeres nunca tendrían que perder sus vidas o tener serias heridas, tiene sentido. Yo puedo salir y realizar el trabajo para lo que fui entrenado y saber que alguien más, alguien inexperto, sería probablemente asesinado si yo no hiciera mi trabajo. ¿No tiene sentido trabajar hacia el descubrimiento de una solución contra la guerra?

– Los bebés todavía son nuestros niños, Sean -indicó-. No son robots: merecen tener la misma opción que tiene un adulto. Merecen los mismos derechos que tienen los demás niños.

Sean abrió la puerta del laboratorio médico y esperó que entrara primero.

– Si solo lo pudieras escuchar, Mari.

– Lo he oído. Él me crió. Me encontró en un orfanato, las instalaciones y laboratorios como estos han sido mi casa desde aquel día. No jugué como los demás niños, no sabía que era normal. Las artes marciales y las armas de fuego eran lo normal para mí. Nunca he estado en un parque. Nunca me he subido en un columpio o me he bajado de un tobogán, Sean. Yo jugaba en el campo de batalla desde los seis años. Nunca he tenido vacaciones. Nadie me arropó por la noche. ¿Es la clase de vida que quieres para tu hijo o hija?

Sean sacudió su cabeza.

– Hablaré con él otra vez.

– Eso no servirá. Lo sabes. Solo presentará su argumento “esto es por el bien de la humanidad”, y nadie puede oponerse a eso. No tiene emociones Sean. Rebaja la emoción totalmente. Cuando conforma a una pareja, es solo atracción física. O es lo que parece ser. No quiere el riesgo de una emoción, porque entonces los padres se podrían preocupar uno por el otro así como por su niño. ¿Qué pasará cuando quiera experimentar con el niño o si piensa que el apareamiento no es lo que quería después de todo y quiere que la pareja rompa?

– No lo haría.

– ¿No? Pienso que te engañas y no entiendo porqué. Hemos tenido cientos de discusiones al respecto y siempre has estado de acuerdo con el resto de nosotros. Sean lo que Whitney esta haciendo está mal.

Mari, miró alrededor de los mostradores fríos de acero inoxidable, los fregaderos, y las mesas quirúrgicas. Odiaba este cuarto. Tan frío, aunque cuando encendían los focos, era absolutamente caliente. Los instrumentos quirúrgicos parecían instrumentos de tortura ordenados en pequeñas bandejas. Quitó su mirada de los bisturís y se obligó a reírse del pequeño hombre delgado que la esperaba.

– Doctor Prauder, me reporto para un chequeo.

– Es lo que he oído. Whitney quiere un reconocimiento completo tuyo.

– Estoy aquí para darle lo que necesita -dijo forzando un tono alegre. Su estómago era un nudo pensando en lo que venía. No miró a Sean. Él sabía bastante bien que detestaba los golpes y los pinchazos. Whitney hasta trató de extraer sus memorias. No importaba humillarla o que tan privado fuera, todo era registrado.

Tomó la bata que el doctor le dio y se cambió en un pequeño cuarto, discurriendo en su cabeza para controlar el temblor. ¿Ken, dónde estás? Si alguna vez necesitó a otro ser humano para lograr algo, ahora era ese momento. No quería que ellos le dieran la píldora del día siguiente. No quería que tocaran su cuerpo decidiendo si necesitaba más disparos u otro dispositivo de rastreo.

Detestaba perder el control, cuan vulnerable y desesperada se sentía cuando era atada con correas y saber lo que los doctores eran capaces de hacer independientemente de que Whitney decidiera su destino. Sobre todo detestaba el modo disimulado, muy personal con que Prauder la tocaba pretendiendo ser impersonal. Whitney a menudo veía los exámenes. Parado al otro lado del cristal, contemplándola con aquella terrible y pequeña sonrisa como si fuera una rana que él disecaba.

¿A qué distancia estaba Norton y su equipo? ¿Habrían perdido su pista? ¿Había logrado Sean dispararles y estaba atrapada aquí sola? ¿Y si estuviera embarazada?

Whitney se llevaría a su bebé y nunca lo vería -no si sabía que era de Ken Norton. Había parecido demasiado contento, y era raro que Whitney estuviera contento.

– ¿Mari estás lista? -preguntó Sean.

– En un minuto. -Doblando la camisa con cuidado, pasó su mano sobre el material acariciándolo. Era estúpido e infantil y la hizo querer ahogarse, pero no podía parar. Van a examinarme. ¿Sabes lo que implica? Mientras me examinan, tienen un guardia que está parado ahí mismo, mirando la cosa entera. Y una cámara registra todo y a Whitney mirándome fijamente a través del cristal.

No había ninguna razón de decirlo. Era estoica sobre esto -bueno, usualmente era estoica. A veces luchaba y los guardias terminaban con los huesos rotos y los ojos morados, luego la sedaban. Suprimió otro temblor y sostuvo la camisa en su cara, inhalando el aroma de Ken, esperando guardarlo con ella en las próximas pruebas.

– ¿Qué demonios te toma tanto tiempo? -exigió Sean.

– Me pegaron un tiro, idiota. Mi pierna estaba rota. Aunque esté del todo curada, todavía me duele, entonces soy una pequeña inútil quitándome los vaqueros. ¿Tienes una cita? Te estoy retrasando un poco para tu importante cita, porque francamente, Sean, no me opongo si quieres posponer este pequeño acontecimiento.

Sean murmuró una obscenidad que pretendió no entender. Respiró hondo y soltó el aire antes de quitarse los vaqueros. Sólo una vez, por un momento en su vida, quería que la apoyaran. Era estúpido. Su educación entera fue sobre independencia y disciplina. Sobre afrontar el dolor, tareas imposibles y completar la misión pasase lo que pasase, aún si el precio fuera personal.

Había saboreado la libertad, irónicamente como una prisionera, y era mucho más difícil afrontar lo estéril de su vida. De mala gana, Mari colocó la camisa de Ken en la silla y se cubrió así misma con la bata.

Le hizo un gesto a Sean cuando subió a la mesa. Odiaba esto. Lo odiaba. Whitney también lo sabía. Había intentado durante años varios modos de distraerse, abogando con música, intentando un diálogo fluido, nada funcionaba. Era un insecto, fijado a la mesa, atado con correas y completamente desnuda, para ser examinado y disecado justo como las ranas, otros animales y reptiles en la clase de biología.

La luz hizo clic y se encendió, brillante y caliente; brillando sobre su cuerpo, iban a ver cada señal que Ken le había dejado. La fotografiarían y registrarían, convertirían un recuerdo hermoso en algo feo y depravado.

Se sentó antes de que el doctor pudiera atarla con las correas.

– No puedo hacerlo ahora mismo. Lo siento Sean, no puedo.

– Venga Mari, no me vuelvas loco -dijo Sean, sosteniéndole la mano.

El doctor retrocedió, echando un vistazo hacia el cristal. Ella siguió su fija mirada viendo a Whitney parado mirándola con sus ojos muertos.

Mari se deslizó de la mesa y fue a la ventana.

– No puedo. No puedo hacer esto ahora mismo. No puedo decirle porqué, no sé porqué; sólo que no puedo hacerlo.

– Mari, estoy sumamente decepcionado -dijo Whitney por el intercomunicador-. Dejaste esta instalación sin permiso y no te castigué. Este examen es necesario. Los has tenido cientos de veces y no hay ninguna razón para que estés disgustada. Regresa a la mesa.

– Mi cuerpo me pertenece. No quiero compartirlo con la ciencia.

– Eres un sujeto de prueba de laboratorio y sigues órdenes.

– ¿Es lo que soy? -Se alejó de la ventana, sintiendo que Sean se acercaba-. ¿Qué eres, Sean? ¿Eres también un sujeto de prueba?

– Mari. No existes fuera de esta instalación -dijo Whitney-. Ponte en la mesa o te castigaré.

– ¿Va a enviarme a Brett? ¿Drogarme? ¿Golpearme? ¿Qué le pasará a su precioso bebé si lo hace, Doctor? ¿Daño cerebral? Tal vez fracase. ¿Esto también podría pasar, verdad? Nunca he tenido miedo de sus castigos.

Sean estaba cerca. Demasiado cerca. Era experto y a diferencia de los otros guardias, realmente se había entrenado con ella y sabía sus debilidades. Cambió la posición del cuerpo ligeramente, solo ligeramente, lo bastante para ser capaz de moverse rápido y bloquearlo si se lanzaba sobre ella.

– No tenemos que hacer esto, Mari. No puedes ganar. Incluso si por algún milagro logras derribarme, otros diez guardias entrarían para ayudarme. ¿Cuál es el punto?

– Ya te derribé una vez. Tendré más posibilidades.

– Lo permití. Tenía que acercarme y ambos lo sabemos.

– ¿Cómo me vas a derribar, Sean? ¿Golpeándome en el estómago? ¿Dejarme inconsciente con la jeringuilla que siempre llevas? -Lo llamó con un dedo-. Ven.

– ¡Espera! -Whitney estalló-. Mari, no sea ridícula. Nadie va a tocarte. -Habló por su radio y le envió su media sonrisa, la que ella detestaba-. Por supuesto no vamos a forzarte. Queremos tu total cooperación.

Durante un breve momento celebró regocijada. Había tenido razón. Whitney no quería arriesgarse y posiblemente dañar a un niño no nacido de uno de los gemelos Norton. Estudió su cara cuando se alejó a Sean. Su corazón brincó. Tramaba algo.

– Mari -Sean siseó su nombre, poco más que un susurro-. Sube a la mesa.

Ella sacudió su cabeza, pero su desafío menguaba. Whitney era la única persona que la aterrorizaba. Cuando más sonreía o parecía amable, más espantoso llegaba a ser.

Retrocedió ante Sean. Si solo pudiera tener unos días, tal vez las marcas que Ken había dejado se desvanecerían, no podrían ser fotografiadas y registradas y puestas en un archivo de Whitney para mostrar y divulgar a quien quisiera. Era demasiado íntimo, como si él hubiera atestiguado la locura de su pasión.

– Mari, está bajando a una de las otras mujeres.

Mari cerró sus ojos contra la incineración repentina.

– ¿Estás seguro?

Pero no tuvo que preguntar. Cami apareció, su pelo oscuro le caía debajo de su espalda, era una concesión por ser mujer. Era un buen combatiente y Whitney la detestaba casi como detestaba a Mari. Cami caminaba con los hombros rectos como un soldado que había sido tomado prisionero y rechazaba ceder.

– Mari. Volviste -dijo saludando-. Estábamos preocupadas por ti. Las noticias fueron que te dispararon.

– Mi pierna. El Zenith me arreglo y luego casi me mató. Por lo visto cuando está en nuestros sistemas demasiado tiempo las células comienzan a deteriorarse y morimos desangrados. -Mari se rió de Whitney-. Sólo una información que fue pasada por alto cuando fuimos informados.

– ¿Entonces, por qué estoy aquí? -le preguntó Cami a Whitney.

– Dejaré a tu compañera explicártelo -dijo Whitney.

Cami giró sus ojos azul vivo hacia Mari.

– Está bien, Mari. -Su voz fue suave, tranquila-. Independientemente de lo que te haga hacer; puede irse al diablo.

– Yo esperaba esto de ti Camelia. -Whitney siguió riéndose de ellas con su habitual modo frío, sus ojos muertos miraban con interés.

– Mari, no vale la pena -repitió Sean-. Al final…

– Siempre consigue lo que quiere -terminó Mari-. Tiene razón, Cami. Te torturará, me derrumbaré y mi pequeña rebelión será por nada.

Cami le echó un brusco vistazo.

– No es por nada, Mari. Somos un equipo y nos cuidamos mutuamente. Es lo que nos enseñaron y como trabajamos.

Mari se giró para esconder su repentino deseo de sonreír. Cami estaba alimentando el ego de Whitney. Por supuesto el amaría oír como la formación que les había dado funcionaba. Eran un equipo y como equipo se cuidaban el uno al otro. Se sentiría contento por esto, como si él les hubiera lavado el cerebro con tal lealtad, que soportaban todo por el otro. Era tan vano, tenía un ego tan enorme, esto era un arma que podrían usar contra él. Todas eran cuidadosas para usarlo frugalmente, pero lo sacaban cuando querían desactivar una situación.

Whitney siempre usaba su profundo afecto del uno para el otro contra ellas. Él trató de indicarles que esto era una debilidad, que ellas deberían ser una unidad sin emociones por las otras. Les dijo que serían más fuertes, y probablemente tenía razón de algún modo. Si se hubieran apegado a su filosofía, no hubiera sido capaz de usarlas unas en contra de las otras.

– Cami está lista para tomar su castigo, Mari -dijo Whitney. No había ninguna inflexión en su voz, pero cuando la miró, sus ojos brillaron con regocijo fanático. Disfrutaba de estos momentos -las decisiones que tenían que tomar. Todo esto era muy interesante para saber hasta donde irían por el otro.

El estómago se le revolvió. Tendría que encontrar un modo de soportar la humillación. Todo esto era parte del proceso de deshumanización. Trátalos como especimenes de laboratorio, y no sólo los doctores y guardias, sino las mujeres, comenzarían a verse como objetos.

Tragó la bilis que se elevaba por su garganta. Podía afrontar el combate cuerpo a cuerpo, que le dispararan, podía correr millas, y que la dejaran en medio del territorio enemigo, y no estremecerse, pero esto, esto era su propio infierno personal. Retrocedió hasta que sus piernas golpearon la mesa.

– Vas a estar bien -dijo Sean suavemente cuando agarró su brazo y lo sujetó con la correa-. Sabes que no voy a dejar que te pase nada.

No lo miró.

– Cuantas veces me han desnudado completamente y examinado delante del mundo. ¿Sean? -preguntó.

– Sé que vosotros dos susurráis -reprendió Whitney-. No está permitido.

– Él me llama idiota -dijo Mari. Se reclinó, tratando de no parecer tan desesperada como se sentía. ¿Dónde estás? ¿Te preocupas? Y esto es lo que era tan completamente estúpido. Probablemente no se preocupaba. Habían tenido sexo. Gran sexo. Pero todavía sexo. No era amor. Él no sabía cuanto lo amaba. Ni siquiera ella sabía qué era el amor. Tal vez no había tal cosa. Él probablemente estaba cientos de millas lejos. Extendió la mano de todos modos, porque tenía que encontrar un modo de pasar esto.

Por supuesto no te preocupas. ¿Por qué lo harías? No es como si fuéramos la clase de gente de las películas. Era sexual. Sólo sexo y nada más. Mantuvo sus ojos fuertemente cerrados cuando cerraron las correas de cuero en sus muñecas y tobillos. Sean le quitó la bata y la dejó expuesta a las brillantes luces, a la mirada de soslayo de Prauder, y los ojos muertos de Whitney.

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