Capítulo 19

El hogar de Ken, situado en la profundidad de la salvaje Montana y rodeado por el bosque nacional por tres lados, era la cosa más hermosa que Mari había visto nunca. Ken se paró a su lado mientras ella miraba fijamente con admiración la cabaña de troncos gigantescos. Para ella, la casa parecía el paradigma de los hogares maravillosos con los que había fantaseado cuando miraba viejas películas que los hombres habían pasado de contrabando ocasionalmente para las mujeres.

– Tenemos dos mil cuatrocientos acres. Mari, así que definitivamente tienes libertad. -Ken cubrió su ansiedad repentina con una pequeña sonrisa-. A menos que pienses que preferirías ser una chica de ciudad.

Él nunca podría vivir confortablemente en la ciudad, pero sabía que si ella quería, necesitaba al menos intentarlo, iría con ella.

Mari negó con la cabeza.

– No me iría bien en la ciudad. Demasiada gente, demasiado tráfico y ruido. Prefiero la soledad.

Ken dejó salir el aliento.

– Somos completamente autosuficientes aquí. Si alguna vez anduviéramos cortos de fondos podríamos cosechar algunos árboles. Actualmente tenemos una mina de oro también, aunque nunca nos hemos preocupado de explotarla. El suministro de agua a la propiedad es alimentado por la gravedad y usamos un sistema hidroeléctrico que acciona las baterías. -Quería que ella amara el lugar del modo en que lo hacía él, que sintiera la sensación de libertad en el bosque exuberante que los rodeaba y la completa autosuficiencia de su hogar-. Justo ahora estamos usando solamente un pequeño porcentaje del poder disponible. Jack y yo podemos vivir de la tierra, cazando y cosechando si es necesario, así que este es el lugar perfecto para nosotros.

– No esperaba que fuera tan grande.

– En este momento la casa tiene sobre los tres mil pies cuadrados. Jack y Briony tienen el ala más grande. Hemos estado trabajando en una guardería para ellos. Compartimos la cocina, el comedor y una gran habitación con ellos, y nuestra ala está en el otro lado. Actualmente tenemos un dormitorio, un baño y la oficina, pero tengo un segundo dormitorio esbozado. El garaje casi duplica el espacio, así que tenemos sitio de sobra para expandirnos si queremos, y si Jack y Briony mantienen el ritmo, tendremos que hacerlo muy pronto. -Sonrió abiertamente-. Están esperando gemelos.

– Nunca has mencionado eso.

– Me gusta reservar lo mejor para el final.

Ella le sonrió.

– Es escalofriante. Gemelos corriendo en tu familia, ¿verdad?

Él asintió.

– Gran momento.

Ella volvió la mirada a la casa.

– Adoro los troncos. ¿Qué son?

Ken no permitió que se mostrara su desilusión. Ella no estaba preparada para el compromiso. Había conseguido llevarla a su hogar en el bosque de Montana; tenía que estar feliz con eso y esperar convencerla de quedarse.

– Pino blanco occidental. Los tratamos con albardilla sueca y usamos aceite para rematarlo. Jack ha hecho la mayoría de los muebles de la casa. Es muy bueno trabajando la madera.

– Es hermosa. Adoro el porche.

– El techo está construido como zona de guerra, y tenemos un túnel de escape. Tenemos alarmas y unas pocas trampas que nos permiten saber si aparecen visitantes no deseados. La tienda de madera está justo en esa pradera, y el garaje más pequeño alberga el equipo. Tenemos un jardín de vegetales en esa zona pequeña de tierra donde el sol brilla la mayor parte del tiempo. Briony ha plantado flores por todas partes.

La mano de Mari agarró la suya.

– ¿Está ella aquí?

– No suenes tan asustada. No, Jack la traerá mañana. Quería verla primero. Es protector con ella.

– Todavía no confía lo bastante en mi, ¿verdad?

– Jack no confía en nada o nadie cuando se trata de Briony -dijo Ken-. Ella es su mundo, y si algo le sucediera se volvería loco. Estará aquí, dulzura, confía en mi; está emocionada por saber que estás viva y bien. Nada va a impedir que vuelva a casa.

– Excepto Jack.

– Durante una noche. La quería para él esta noche, y yo esperaba que tuviéramos unas pocas horas juntos.

Mari se detuvo en los escalones mirando a la galería que la rodeaba. La noche estaba cayendo y el viento susurraba entre los árboles. Había una dentellada de frío en el aire, lo bastante como para hacerla temblar.

– ¿Me tienes miedo, Mari? -preguntó Ken.

Ella levantó una mano hasta su cara. Como siempre, en las sombras de la noche, las cicatrices se desvanecían, dejando la perfección masculina.

– No. Ken, no eres tu. -Dudó como si buscara las palabras correctas, o la confianza que necesitaba para exponer sus miedos-. Soy yo. No sé nada sobre quién soy o qué quiero. Cuando estoy lejos de ti, me siento como si no pudiera respirar sin ti. ¿Cómo puedo aprender alguna vez a estar completa si nunca voy a tomar una simple decisión por mi misma estando en una relación tan intensa? -Parecía conmocionada-. Acabo de dar por sentado que quieres una relación. Nunca lo has dicho. Ni una vez.

Ella dio un paso atrás alejándose de él, de la casa. El bosque, con todos los árboles suavemente oscilantes y el espeso follaje, parecía un refugio, algo que conocía, donde podía ocultarse. Se sentía expuesta, vulnerable y muy confusa.

– Lo diré ahora, Mari. No quiero que me dejes nunca. Te quiero más que de lo que he querido algo en mi vida. Puedo darte tiempo, lo que sea que necesites. -Incluso mientras lo decía, no sabía si estaba diciendo la verdad. Quería darle tiempo, darle libertad, pero había límites a sus habilidades y las conocía mejor que la mayoría de la gente.

Ella le trazó la comisura de los labios.

– Estás frunciendo el ceño.

– Estaba mintiendo. No puedo mentirte. No soy un hombre perfecto, Mari. Quiero ser todo lo que necesites, pero no puedo verte con otros hombres mientras averiguas si esta relación es la que quieres o no.

– ¿Otros hombres? -Sus ojos oscuros brillaron-. ¿Qué tienen que ver otros hombres con esto?

– No te quiero mirando a otros hombres para ayudarte a comprender cosas.

Las cejas se juntaron, y ambas manos se apretaron en puños. Miró hacia el bosque otra vez, entonces resueltamente giró hacia la casa y subió lentamente las escaleras del porche para evitar golpearle.

– ¿Otros hombres? Tienes que estar loco. ¿Ya has olvidado de dónde vengo?

Mari anduvo por el porche, furiosa con él y consigo misma. Se había puesto en una posición vulnerable. Ella no pertenecía a aquí. Robó otra mirada al bosque. Pertenecía a allí. Pertenecía a sus hermanas. Podía confiar en ellas. Habían tenido un plan juntas, y ella se había desviado del plan. Presionó sus dedos contra sus de repente latentes sienes. ¿Qué había hecho?

Él se aclaró la garganta, frotándose el puente de la nariz, y entonces se pasó la mano por el pelo con agitación. ¿Cómo demonios hacían los hombres esta clase de cosas diariamente? Era como caminar por un campo de minas, un paso en falso y todo explotaría en su cara.

– Tienes razón, eso fue estúpido por mi parte. No estoy haciendo esto muy bien.

– Supera esa preocupación sobre mi y otros hombres, Ken -dijo bruscamente.

Él asintió. Tenía que encontrar una manera de dominar sus celos rápidamente. Ella no era una mujer que lo aguantara. No había manera de no percibir el puño apretado.

– La mayoría de las mujeres tendrían problemas con la soledad de aquí arriba. En invierno, el camino es intransitable sin motonieves. No hay teléfonos. Tenemos una radio por supuesto, pero no demasiadas mujeres quieren estar tan aisladas.

La mirada de ella se movió rápidamente a su cara.

– ¿Te parezco la clase de mujer que tiene que ser entretenida todo el tiempo? Estoy acostumbrada al aislamiento.

– Mari, nunca he hecho esto antes. Nunca. Nunca he traído a una mujer a esta casa o querido una relación con alguna. Puedo estar cometiendo cada error de libro aquí, pero estoy intentando ser honesto, no juzgarte.

– ¿Nunca?

– ¿Nunca qué?

– ¿Nunca has traído a una mujer aquí antes?

– Este es mi santuario, cariño. Mi hogar. Vengo aquí cuando el mundo me rodea y necesito reagruparme. Es tranquilo y pacífico y se siente como un hogar. Perteneces a aquí, nadie más.

– No sé realmente cómo se siente un hogar. -Hizo gestos hacia el bosque-. Miro eso y me siento como si me llamara. Quiero correr libre, Ken. Solamente correr entre los árboles. -Sus ojos se encontraron con los suyos-. ¿Puedo hacer eso?

Él intentó tranquilizar el latido de su corazón. Sabía mejor que nadie lo que era intentar retener a un pájaro silvestre, pero quería asirla con ambas manos.

– Por supuesto. Mañana te conseguiremos un par de zapatillas. Puedes salir cuando quieras. Yo prefiero las mañanas, pero es hermoso todo el tiempo.

Ella no respondió, solo se quedó de pie mirando fijamente a los árboles que la llamaban.

Ken estiró la mano hacia ella. Quizás no estaba completamente comprometida en una relación con él, pero él lo estaba con ella. Ella parecía correcta y se sentía bien en su santuario. Por encima de todo, por toda su intranquilidad sobre lo que decir y hacer, se sentía feliz, realmente feliz con ella en su propiedad. Todo lo que tenía que hacer era encontrar una manera de hacerle sentir lo mismo.

Mari puso la mano en la suya y de mala gana le siguió a la sólida puerta, tratando de no mostrar miedo.

– ¿Cómo mantenéis la casa caliente cuando nieva?

– Usamos el calor de la madera. Tenemos chimeneas muy eficientes en los dormitorios, el gran salón y en la cocina. Podemos bloquear cada ala de la casa para que sea privada y aislada, o abrirlas y tener una gran casa.

– ¿Y Briony vive aquí todo el año? -Ella se aferró a eso. Quería ver a Briony, una vez nada más. Una vez había vivido con recuerdos y fantasías sobre su gemela durante tanto tiempo, quería verla.

– No la dejaríamos aquí sola si salimos en una misión. Jack nunca lo permitiría. -Las palabras escaparon antes de que pudiera censurarlas.

Mari le miró bruscamente mientras daba un paso por el umbral.

– ¿Permitir?

– Cuando se trata de Briony, somos muy conscientes de su seguridad. Imagino que tú también lo serás. Está esperando gemelos, y Whitney ha hecho varios intentos de cogerla. Su último intento nos costó parte de la casa y un edificio exterior, pero el hijo de puta no la cogió.

Mari miró a su alrededor. Podía ver el toque de una mujer en la casa, y su corazón hizo un pequeño y divertido salto. Su hermana. Briony estaba viva realmente y bien y vivía justo aquí, en esta casa. Su hermana, a quien no había visto en años, pero en quien había pensado cada día.

Había gruesas colchas colocadas en los muebles bien hechos, la clase de colchas que Mari sabía que estaban hechas con amor, a mano. Había vidrieras sobre cada ventana, un trabajo intrincado y hermoso, los colores se arremolinaban para formar imágenes de fantasía indudablemente escogidos, o hechos, por su hermana.

Mari anduvo por las habitaciones vacías, oyendo el eco de risas, sintiendo los lazos del amor tejidos en las paredes. Cuando alcanzó el dormitorio de Ken, lágrimas ardían en sus ojos y se atascaban en su garganta. No podía hacer esto. ¿Por qué había pensado que podría? No era ni un poquito femenina. No podía decorar una casa, o ser alguna clase de esposa o compañera. No sabía nada excepto luchar en una batalla. Debería haberse ido con sus hermanas, las únicas que conocía, las únicas diferentes en la manera en que ella lo era. Nunca habían vivido en una casa y no sabían ni una cosa sobre vivir en una relación.

Briony vivía aquí, y Briony sabía exactamente como ser esposa y madre. Obviamente se preocupaba por ambos hombres, no sólo por Jack. Mari nunca sería capaz de estar a la altura de su hermana. Y estaba feliz por Briony, realmente lo estaba. Sólo estaba triste por ella misma y se sentía como una completa tonta por haber pensado que podía ser alguien que no era.

El corazón de Ken casi se detuvo cuando entró en su dormitorio. Mari se paró en la mitad, llorando.

– ¿Qué pasa, cariño? ¿Qué está mal?

Ella abrió los brazos tanto como pudo.

– Mira este lugar. No sé que hacer con todo este cuarto. Mis ropas entran en un armario al final de mi catre. No sé cocinar, o cuidar una casa, o incluso tener una relación. ¿En qué estaba pensando?

La atrajo a sus brazos, manteniéndola cerca. Su cuerpo temblaba contra el suyo y le sujetó la cabeza con su palma, presionando su cara contra su corazón, refugiándola lo mejor que podía contra su propio cuerpo.

– Escúchame, cariño. Ninguno de nosotros ha hecho esto alguna vez. Nos asustaremos pero no importa. ¿Me oyes, Mari? No importa. Esto es nosotros. Los dos. Lo que es normal para los otros no importa. Construiremos nuestra relación ladrillo a ladrillo, y será tan fuerte que nadie jamás la derribará. Nunca me alejaré de ti. Nunca. Si hay una cosa con la que puedes contar, es que estaré a tu lado. No habrá errores aquí. Trabajaremos a nuestro propio ritmo.

– Pero Briony hizo de este lugar un hogar, no sólo para Jack, sino también para ti. Puedo ver que lo hizo. Ella es tu familia lo mismo que Jack.

– Ella ilumina el mundo de Jack, Mari -dijo, tratando de seguir su tren de pensamientos-. ¿No quieres que me preocupe por ella?

– Por supuesto que quiero. Deberías, pero no puedo ser como ella. No tengo ni idea de qué hacer. Ni siquiera tengo ropas, Ken. Estoy aquí con absolutamente nada.

Le levantó la barbilla y le acarició la boca con la suya. Ella sonaba tan apenada que él se sintió apenado también.

– No tienes que hacer nada. Te quiero, Mari, no a las ropas ni a un sirviente.

– ¿Debería estar poniendo flores en un jarrón? ¿O fingiendo cocinar la cena? -Ella parecía totalmente alarmada-. No tengo ni idea de cómo cocinar. Nunca he cocinado. Nunca. Esto no va a funcionar, Ken.

Él se dio cuenta de que estaba totalmente aterrorizada. Miraba fijamente a la estantería y a los CD de música. Ken la besó otra vez.

– ¿Crees que eso importa? Mañana podemos ir a la ciudad y conseguirte suficientes ropas como para llenar el armario y el vestidor si es lo que quieres. Y compraré flores y un jarrón, y meteremos las malditas cosas juntos. Nada de eso realmente me importa.

– Quizás no ahora, este minuto, pero alguna vez querrás que sepa cómo llevar una casa. -Se sentía totalmente inadecuada pensando en todas las cosas que no sabía hacer, pero que su hermana sí. Su hermana era una extraña para ella, había vivido en una familia amorosa, no en barracones militares. ¡Cami! Te necesito. Oh, Dios, ¿Qué he hecho? El pánico era nuevo para ella. No había estado asustada cuando había sido capturada. No había estado asustada cuando fue disparada, pero estando de pie en una casa real rodeada de cosas no familiares para ella…

– Si quieres llevarla, averiguarás como; si no, bien, ha estado bien durante años.

Ella se colgó de él, su confianza sacudida.

– Nunca he decidido cuando ir a la cama por la noche. Luces fuera a las once, a menos que hubiera causado problemas, y entonces era las nueve o diez.

– Puedes estar levantada toda la noche, cariño.

– Nunca he tenido permiso para estar fuera de mi cuarto después de las nueve.

– Si sientes que te gustaría conducir hasta California, saltaremos al coche e iremos. O si sólo quieres ir a la cocina y conseguir una pieza de fruta, hazlo.

– ¿Y sentarme fuera en el porche? -Apretó los dientes para evitar que castañetearan. No podía evitar el pensamiento de abandonar a Ken, pero no podía quedarse. Esta no era ella. Nunca lo sería. Pertenecía a sus hermanas, las mujeres que conocían todo lo que era la vida con Whitney.

– Toda la noche, Mari. A Briony le gusta el techo, aunque Jack ha puesto un poco de inclinación ahora. Pero si es el techo, subiré contigo. Es uno de mis lugares favoritos. Y hay árboles para escalar y trepar. ¿Has montado alguna vez en bicicleta?

Ella negó con la cabeza, un nuevo torrente de lágrimas llenando sus ojos.

– Los niños pequeños montan en bici y ni siquiera puedo hacer eso. Tampoco he montado nunca a caballo.

– Tenemos bicicletas de montaña. Te enseñaré.

– Es aterrador. Sigo pensando en las otras, mis hermanas están ahí fuera en este momento, preguntándose cómo tomar decisiones como estas. Whitney incluso nos mantenía a dieta. Detesto tomar vitaminas. -Le miró de cerca para ver la reacción.

– Mezclo las mías en la licuadora con una receta asesina de fruta y zumo que me enseñó tu hermana, pero si no quieres tomar vitaminas, entonces no lo hagas. Más de la mitad del mundo no lo hace. Tienes el derecho de tomar tus propias decisiones en todo, cariño. -Ken descansó la barbilla en la cima de su cabeza-. A menos que incluya la seguridad personal; entonces mis instintos van a tomar el mando y voy a tener la última palabra.

– U otros hombres. -Tenía que encontrar la manera de sobrellevarlo. Tenía que hacerlo o iba a correr tan rápido y tan lejos como pudiera.

Él casi se ahogó.

– Ni siquiera vamos a ir allí. Mi corazón no lo resiste. Nuestra relación es exclusiva de nosotros dos. Matrimonio. Marido y mujer. Asociación. Equipo. Puedo tratar con todo lo demás, pero no con otro hombre

– Así que hay reglas -insistió, su estómago asentándose mientras deliberadamente le provocaba.

– Bueno, seguro. Incluso Jack y yo tenemos reglas viviendo en la misma propiedad. Es una cuestión de respeto.

– Así que ninguna relación de dos hombres y una mujer.

– Nosotros no. -Él era decisivo.

– Pero hay algunas -insistió-. Porque, sabes, quizás haya algunas ventajas…

La sostuvo a la distancia de un brazo, mirando a su cara levantada. Había risa en sus oscuros ojos, la pena desvaneciéndose mientras le embromaba.

– No es divertido.

Pero era imposible no sonreír cuando ella estaba sonriendo.

– Te lo mereces. Eres un idiota, ¿lo sabías? ¿Por qué sigues pensando que quiero otros hombres en mi vida? Ni siquiera me gustan los hombres. Bien -se corrigió-, la mayoría.

– Así que estás tomándome el pelo para sacarme de quicio.

– Era fácil. Eres demasiado fácil.

– Eso está mal, Mari -dijo y se inclinó para tomar posesión de su boca. Ella sabía a libertad, dulce y fresca como la lluvia de verano. Los brazos la encerraron y su boca se movió sobre la suya, tirándole del labio inferior, el único que era tan lleno y sexy y que lo volvía salvaje siempre que la miraba.

– Adoro mirarte. -Le susurró, pero entonces cambió a una forma mucho más íntima de comunicación, su mente deslizándose contra la suya como fundiéndose un alma en la otra. Y tocar tu piel. Eres tan suave, nena, y caliente.

Ella no podía responder, porque él le estaba tomando el aliento directamente de sus pulmones, trayendo su cuerpo a la vida con sólo su boca, dientes y lengua. Él podía crear un torbellino que la barría lejos de su vida a otra llena de amor, pasión y familia. Todo con un beso. Ken, con sus cicatrices y demonios ocultos, con su vulnerabilidad e intenso calor, era una mezcla emocionante de suavidad y rudeza. ¿Cómo podía pensar que alguna vez querría a otro hombre?

Sus brazos se deslizaron alrededor de su cuello y presionó el cuerpo contra el suyo, queriendo compartir su piel, para aliviar la violenta tensión que siempre estaba bajo la calmada superficie. La hacía sentir como si fuera la única mujer en el mundo, la única que alguna vez había visto o querido o necesitado. Ella le devolvía los besos, dejando que la boca de él la guiara.

Ella había mantenido muchos encuentros sexuales, pero ninguno de ellos bueno hasta que Ken había entrado en su vida, y no tenía ni idea de cómo besar o amar a alguien. Sabía la mecánica mejor que la mayoría, pero no cómo amar a un hombre, y quería amar a este hombre con todo su ser. Era la única cosa que tenía para darle, antes de que dijera adiós.

– ¿Qué está mal? -Las manos de Ken enmarcaron su cara-. Cuéntame.

Ella no podía encontrar su preocupada mirada. Había estado volviéndola salvaje con besos, y ella estaba pensando que quería que fuera el mejor momento de su vida, y ahora, para ella sería el peor, sabiendo que no podía quedarse.

Se inclinó para besarla otra vez, esta vez suavemente, ligero como una pluma, un mero roce de sus labios contra los suyos. El pequeño roce de su cicatriz mezclado con la suavidad de su boca envió alas que revoloteaban en el fondo de su estómago. Él no había tenido la intención de provocar una respuesta sexual, podía asegurarlo, pero cualesquiera que fueran sus intenciones había enviado una oleada de calor por todo su cuerpo.

– Mari. -Le dio una pequeña sacudida-. Tenemos que hacer esto juntos. No quiero que te ocultes de mí.

– Es imposible cuando pareces saber lo que estoy pensando todo el tiempo.

– Necesitas hablar conmigo.

Mari se soltó de su abrazo y fue a la ventana.

– ¿Cómo se supone que te cuente que me siento completamente inadecuada para esto? Especialmente cuando me estás besando hasta dejarme sin sentido.

Para su consternación, él se echó a reír mientras la seguía, situándose detrás de ella y envolviéndola en sus brazos, atrayendo su espalda contra él. Sus manos se cerraron sobre sus costillas, las palmas acariciando la parte inferior de sus pechos. Ella fue inmediatamente consciente de su erección, gruesa y dura presionando apretadamente contra sus nalgas.

– Entonces ambos nos sentimos inadecuados. No tengo ninguna pista de que estoy haciendo, aparte de que estoy intentando seducirte lo mejor que puedo porque quiero que te quedes conmigo. No conozco otra manera. Quería ser bueno en una relación pero mira como vivo. -Gesticuló hacia la ventana-. Soy un solitario. Siempre lo he sido. Quizás mi vida fue formada de esa manera por necesidad. Reacciono violentamente cuando las cosas van mal, y siempre ha sido mejor controlar mi ambiente. En realidad, no soy bueno con las relaciones. -Le besó un lado del cuello, demorando la boca allí-. Pero es agradable saber que puedo besarte hasta hacerte perder el sentido.

– Eso no es verdad del todo, Ken -protestó-. Eres realmente bueno en esto.

– Soy bueno en el sexo, Mari, o solía serlo, pero nunca he tenido relaciones sexuales cuando realmente importaba. No como estas. Nunca he conocido a un hombre que pudiera sentirse de esta manera con una mujer. No puedo imaginarme tocando a alguien más, o queriendo que ellas me toquen. Pero no soy mejor que tú en las relaciones. Encontraremos la manera juntos, incluso si nos tenemos que buscar a tientas en la oscuridad durante un rato.

– ¿Cómo puedo haber estado allí tanto tiempo? Debe haber habido maneras de averiguar si Briony estaba a salvo.

– Whitney la controlaba igual que te controlaba a ti. Sólo le dio la ilusión de libertad. Al final, cuando sus padres dejaron de cooperar con sus planes para ella, envió a una pareja de súper-soldados para matarlos. En cualquier momento durante su niñez podía haberla recuperado, y probablemente lo hubiera hecho si te las hubieras arreglado para escapar. La mantuviste a salvo.

Ella apoyó la cabeza en su pecho.

– Al final hice lo correcto.

– No te quedes por ella, Mari. Quédate por mí.

Su tono fue totalmente sin expresión, pero las palabras transmitían dolor. Había tantos matices y ella sabía que la mayoría de la gente nunca entendería a Ken. Presentaba una imagen al mundo y trataba con sus monstruos solo. Ella sabía lo que eso era y no quería que estuviera solo más de lo que ella quería estar sola.

– No voy a mentir y decir que no quiero verla desesperadamente. Ella me ha mantenido todos estos años. Todo lo que he querido. Soñé que ella lo tenía. Quiero conseguir conocerla y mirarla a los ojos y saber, no sólo esperar, que es feliz, pero he venido aquí por ti. -Lo había hecho. Eso era verdad, pero el pensamiento de quedarse la aterrorizaba. Tenía habilidades, pero ninguna de ellas era necesaria aquí.

Ken quería creerle, y quería creer que se quedaría por él también, pero estaba empezando a conocerla y podía decirle que estaba rota. No podía culparla. Él nunca sería capaz de apartarse de la manera en que Jack lo hizo. Estaría delante de ella, y si ella quería a su lado.

Ella quería completa libertad, y nunca sería capaz de dársela.

En ese momento ella giró la cabeza para mirarle.

– Tienes sombras en tus ojos, Ken. ¿No es extraño cómo Whitney piensa que nos controla con feromonas, pero ninguno de nosotros se sentiría tan vulnerable si fuera sólo eso? De algún modo nuestras emociones están implicadas, como si realmente fuera el destino o algún poder más alto y estuviéramos hechos el uno para el otro. No importa lo que haga con sus experimentos, no puede tener en cuenta eso.

Él deslizó una mano por su cabello.

– No, no puede. Es un hombre triste, solitario. Está dirigido por su locura, y su inhabilidad para averiguar por qué los humanos reaccionan del modo en que lo hacen. Quiere robots capaces de tomar decisiones, pero las decisiones que él cree mejores. No importa que inserte ADN animal y capacidades genéticas, nunca encontrará la perfección que busca.

– Él piensa que es perfecto.

– Quiere creer eso -corrigió Ken-, pero sabe que no es verdad. La única cosa decente que ha hecho alguna vez en su vida es alejarse de Lily. Espero que continúe haciéndolo, pero le ha roto el corazón.

– La monitoreaba todo el tiempo. Lo hace con todo el mundo. Tiene un archivo sobre ti, sobre mi, tu hermano y Briony.

– La única cosa que le gusta a Whitney de nosotros -dijo Ken-, es que te quiere para tener a mi bebé y quiere a Briony para tener el de Jack. Después de que los niños nazcan, estarán en alto riesgo, pero hasta entonces, debemos dejarle solo para ver que pasa.

Ella giró y empezó a levantarle la camisa para poder enterrarse más cerca de su piel.

– No sabría más acerca de cuidar a un bebé que a un marido.

– Afortunadamente, ambos somos estudiantes rápidos.

– Habla por ti.

– No lo sé, cariño, lograste entender como hacer el amor muy rápido.

Mari lo quería otra vez, con cada terminación nerviosa de repente viva y chillando por su cuerpo, pero lo empujó para verle, realmente mirarle. Ken Norton podía romperle el corazón. Ken se las había arreglado de algún modo para arrastrarse en su corazón, peor, para encontrar un camino hasta su alma. Si su reacción a él fuera sólo física, estaría todo bien, pero él la amenazaba a un nivel emocional que la asustaba.

Ken gruñó suavemente.

– No puedo dejarte pensar durante mucho tiempo o perderás el juicio.

Sin preámbulos le quitó la camisa sobre su cabeza y la tiró a un lado, dejando su parte superior desnuda ante él. Su boca descendió sobre la suya, los dientes forzándola a abrirse para él, la lengua deslizándose en un calor dominante y ahora familiar. No le daba la oportunidad de pensar, sino que la besaba hambrientamente, demandándole una respuesta y recibiéndola.

Mari no pudo evitar el gemido de placer mientras sus manos acunaban sus pechos, los pulgares excitando los pezones hasta convertirlos en duros picos de deseo. Era sorprendente cuan rápidamente su cuerpo respondía ante él. La inclinó hacia atrás, su boca glotona mientras la besaba una y otra vez.

El sabor de él llenaba sus sentidos y la dejaba ardiendo. Su boca excitaba la de ella, los dientes tironeaban de su labio superior, la lengua lamía el dolor. Cada beso ardiente se añadía al calor que crecía en su centro, hasta que empezó a sentirse incómoda con la intensidad de su excitación. La necesidad se construía demasiado rápido, sus músculos se contraían dolorosamente, su matriz se estrechaba con necesidad. Cada vez que le succionaba la lengua o la de él danzaba alrededor de la suya, sentía la ráfaga de calor esparciéndose, creciendo, construyéndose hasta que se sintió casi salvaje por la necesidad.

Las manos apretaron posesivamente sus pechos, su fuerza refrenada aparentemente mientras masajeaba la carne cremosa y dolorida. La empujó hasta que estuvo contra la pared, atrapada entre su cuerpo y la dura superficie, un muslo deslizándose entre sus piernas para abrirlas para él. El material de sus vaqueros estaba demasiado apretado y era demasiado pesado en su cuerpo. Lo quería fuera.

Inmediatamente las manos de él se dejaron caer en la cremallera y la rompió abriéndola. Apartó el ofensivo material de su cuerpo, permitiéndole patearlo a un lado, llevándose sus bragas también, dejándola desnuda mientras él todavía estaba vestido. Ella se dio cuenta que habían conectado de alguna manera mente con mente. Estaba sintiendo su deseo creciente tan fuertemente como él sentía el suyo. Cada uno elevaba la excitación del otro.

Era una cosa íntima, era sorprendente ser capaz de sentir el desesperado deseo por ella. Su cuerpo se sonrojó por las cosas en que él estaba pensando, las eróticas imágenes en su mente. La empujó contra la pared otra vez, su muslo deslizándose entre sus piernas, el áspero material extendiendo sus muslos. Ella se frotó contra él, la fricción enviando corrientes eléctricas por su matriz hasta los senos. El calor era vicioso, sacudiéndola con su intensidad.

– Quítate las ropas, Ken. -Los pulgares enviaban relámpagos a través de sus pezones. Iba a tratar que esta vez juntos fuera tan perfecta como pudiera hacerla. Empujó a un lado las dudas y la pena y deslizó las manos bajo su camisa

– Todavía no. Quiero verte de este modo, desnuda deseándome. -Su voz era áspera por el crudo deseo. Necesitaba verla de este modo, tan hermosa anhelándole, su cuerpo suave y maleable, sonrojado por el calor, los pezones erectos, la boca hinchada y los ojos vidriosos.

La sostuvo indefensa contra la pared, su boca deslizándose por su garganta, sus manos explorando su cuerpo. Sujetada allí, su cuerpo completamente suyo, lo hizo sentirse invencible. Embriagado con el deseo y el amor por ella, estaba humillado y excitado de que ella confiara en él lo bastante después de que todo por lo que había atravesado la dejara tan vulnerable ante él.

Ken la agarró por las muñecas y le estiró los brazos sobre la cabeza, sujetándolos juntos mientras inclinaba la cabeza hacia los senos. El aliento se atascó en la garganta de ella. No podía parar de montar su rodilla, casi llorando cuando él levantó el muslo, presionándolo contra su dolorido cuerpo. Miró fijamente a sus senos, el suave oscilar mientras respiraba dentro y fuera, su mirada caliente. A través de sus ligados sentidos sintió el rápido espasmo caliente del deseo que apretaba su matriz cuando se lamió los labios. Se arqueó hacia él, pero la mantuvo sujeta en su lugar, forzándola a esperar por él. El dolor creció más caliente, más concentrado.

Sacó la lengua otra vez y la curvó sobre un sumamente sensibilizado pezón. Profundamente dentro de ella, la temperatura se disparó, transformando su cuerpo en lava fundida. Un grito rasgó su garganta y empujó su cuerpo más duramente contra el de él, luchando por aliviar la terrible presión. Su muslo bajó incluso mientras la lengua la lamía como si fuera un cucurucho de helado, saboreando cada lamida. Mari pensó que explotaría por el calor.

La mano libre se deslizó por su estómago, aliviando los tensos músculos con un acariciador masaje. Ella era agudamente consciente de los dedos deslizándose tan cerca de su dolorido montículo. La boca cerca de su duro pezón, tan caliente y húmeda, la lengua moviéndose rápidamente sobre el apretado brote, para que su atención se centrara instantáneamente allí, el relámpago pasando como un rayo desde el estómago hasta el canal femenino. Los músculos se apretaron duramente, el espasmo azotando interminablemente a través de ella mientras se amamantaba, sin aliviar la presión. Esta continuaba construyéndose, más alta y más caliente, hasta que se retorció contra él.

– No puedo soportarlo más. No puedo, Ken. Es demasiado.

– Sí, puedes.

Los dedos le acariciaron la barriga otra vez, una suave caricia, casi tierna, y entonces sus dientes tiraron de pezón y los dedos se hundieron profundamente en su centro fundido. Ella chilló mientras el fuego destellaba a través suyo, su cabeza echada hacia atrás, presionando sus senos más profundamente en el infierno de su boca.

– Voy a mirar como te deshaces en mis brazos.

Los dedos malvados y pecadores acariciaron profundamente, su boca se movió sobre el otro seno y ella casi explotó otra vez. Casi. Pero no lo hizo. La liberación que necesitaba, anhelaba, nunca venía bastante. Sólo más presión, más sensaciones, hasta que cada terminación nerviosa estaba chillando por la liberación.

De repente la levantó, tomándola por sorpresa. Su cuerpo estaba tan maleable, tan inestable que no podía haber hecho nada excepto asirse de todos modos. La extendió en la cama, los brazos sobre la cabeza, las piernas abiertas. Se quitó la camisa, dejándola caer al suelo, todo mientras bebía de la riqueza de su cuerpo.

– Eres tan malditamente hermosa.

– Duele. -La mano se deslizó por un lado del seno, su vientre, acariciando su montículo. Él la agarró, le lamió los dedos, nunca apartando la mirada de ella, y le recolocó el brazo, pero su mirada era más caliente, ardiendo con tanta lujuria que agregaba combustible a su cuerpo ya ardiente.

– No te muevas. -Su voz era más áspera que nunca.

Ella esperaba allí, su cuerpo pulsando con la excitación, las órdenes ásperas y demandas que le hacía sólo se añadían al infierno en construcción en su cuerpo. Apenas podía respirar mientras lo miraba soltarse los vaqueros con deliberada pereza, elevando su urgencia aún más. Era impresionante, el cuerpo duro y caliente, la mano apretando su grueso miembro, su puño apretado mientras se aproximaba a ella. Se arrodilló en la cama entre sus piernas.

Mari levantó las caderas en una súplica silenciosa.

– Eres tan mala, mujer. Ten un poco de paciencia. -Aplastó la palma bajo sus nalgas, enviando una llamarada de calor a través de su matriz.

Bajó la cabeza a su estómago. Los músculos ondularon y se tensaron. Le besó el ombligo, rodeándolo con la lengua.

– Adoro tu olor cuando estás excitada. Podría vivir en ti, realmente podría.

– No. -Los dedos se enredaron en su pelo en un intento de pararlo. Había pensado que la tomaría, aliviaría su terrible anhelo, pero él hundía la cabeza, inhalando su olor, su aliento tibio soplando sobre su centro.

Él se movía con deliberada lentitud, para que el cuarto se expandiera con el calor que se estaba construyendo, para que su piel fuera tan sensible que apenas una leve brisa desde la ventana a través de sus pezones enviara llamas por todo su cuerpo, quemándola de dentro a fuera.

– No puedes. -Estaba casi sollozando, rogando. Aterrorizada de que pudiera matarla de placer.

– Puedo -murmuró, su boca contra su calor húmedo.

La acarició con un lamido sensual sobre su clítoris hinchado y otro chillido escapó. La boca se cerró alrededor del brote, amamantándolo, los brazos sujetando las caderas que se movían, manteniéndola quieta mientras la lengua continuaba atormentándola.

Mari no podía pensar, no podía respirar, sólo podía sentir los rayos de fuego que la quemaban viva. Las manos eran duras en sus muslos, sujetándola abierta para su placer. Le hizo pequeños círculos con la lengua, y los dientes rasparon sobre las sensibles terminaciones nerviosas, la lamió y chupó, y ella perdió la cordura en el éxtasis. Todo el tiempo él controlaba las caderas que corcoveaban, manteniéndola firme contra su boca, tomando lo que quería, conduciéndola más y más alto pero nunca permitiéndole la liberación.

Sólo cuando estaba implorando impotentemente, sus pequeños músculos ondulando y contrayéndose, levantó la cabeza, la lujuria grabada profundamente en las líneas de su cara. Se movió sobre ella, atrapando su cuerpo esbelto bajo el suyo, la cabeza de su miembro en su entrada, empujando apenas adentro, insistiendo para que ella acomodara su longitud y grosor.

– Mírame, Mari. Continúa mirándome.

Mari abrió los ojos y fijó su mirada en la suya. Él empujó duro, adentrándose a través de músculos apretados e hinchados, enterrándose profundamente, estirándola, llenándola, enviándola disparada sobre el borde con ese único golpe. Ella se oyó chillar, pero no podía recobrar el aliento, no podía encontrar su voz, sólo podía moverse indefensa bajo él, tratando de clavar sus dedos en el colchón para anclarse.

Se subió encima de ella, su cara delineada con duras líneas mientras empezaba a montarla. Cada golpe fue brutalmente duro, forzando su miembro por los músculos apretados y resbaladizos de su vaina, la fricción más caliente y creciendo en intensidad con cada golpe.

La terrible hambre nunca tuvo una oportunidad de aliviarse, se elevaba alto, construyéndose otra vez, mientras ella estaba cabalgando el borde del dolor con él. La sensación sólo parecía añadirse a la violencia de su excitación. Las cicatrices se arrastraban por sus músculos interiores, sedosos e hinchados, para que su vaina le agarrara y apretara con avidez.

No podía apartar su mirada de él, no podía parar de apretar sus músculos, encerrándolo dentro, sujetándolo, apretándolo y contrayéndose alrededor de él mientras su placer empezaba a hincharse hasta proporciones agonizantes. Era terrorífico sentir tanto, no saber dónde empezaba el dolor y terminaba el placer. Luchó contra esas sensaciones, contra él, retorciéndose y golpeando, pero él nunca paró los duros, brutales empujes tomándola más y más alto.

Sentía realmente su miembro hinchado dentro de ella. Creciendo más caliente, estirándola imposiblemente. Jadeó mientras su cuerpo temblaba, las sensaciones erupcionando en una salvaje explosión. El orgasmo rasgó por ella, feroz y poderoso, mientras él daba un tirón, los músculos de su cara tensos, los dientes apretados. Ella sintió los corazones latiendo a través de su miembro, sintiéndole aún más hinchado, y entonces sus caderas corcovearon y chorros calientes de su liberación golpearon sus temblorosos músculos.

– Sí, nena, eso es, exprímeme.

Ella no podía parar. Su cuerpo se sujetaba alrededor del suyo, drenándolo, hambriento de él. Un duro gemido escapó de la garganta de Ken mientras su cuerpo bombeaba en el de ella. Ella se sentía realmente débil, los bordes alrededor de ella ensombrecidos y oscuros. Se adhirió a la realidad, negándose a estar tan débil que se desmayaría por el completo placer. Había lágrimas en sus ojos, en su garganta. Nada podía ser tan bueno. Nada podía sentirse como esto otra vez.

Ken levantó su peso sobre los codos, colgando la cabeza mientras luchaba por respirar. Le lamió las lágrimas con la lengua y luego le besó la comisura de la boca.

Mari le tocó la cara. Estaba todavía encerrados juntos y él estaba sonriéndole, algo muy cercano al amor en su cara. Ella tragó duramente.

– No puedo moverme.

– No tienes que moverte. Sólo túmbate aquí y luce hermosa. Sólo acabo de empezar.

Sus ojos se ensancharon.

– ¿Empezaste el que?

– Tú, cariño. Tengo toda la noche para aprender lo que más te gusta.

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