Ken se inclinó hacia Mari, creando intimidad entre ellos, como si fueran las únicas dos personas en el helicóptero.
– ¿Estás bien?
Mari cerró los ojos contra el sonido de su voz. Tan preocupado. Tan increíblemente amable. No era amable. No había nada amable en él. Sus manos aún la sujetaban con firmeza la muñeca a la camilla y sentía la cabeza como si tuviese una bomba dentro. Giró la cara lejos de la suya, determinada a no dejarse engañar por su falsa preocupación.
Él se movió incluso más cerca, lo supo por su olor. De pronto estaba por todas partes, alrededor de ella, dentro de ella. Sintió la calidez de su aliento en las sienes, el ligero toque de sus labios. Eran suaves excepto por una pequeña aspereza de su piel, haciéndola consciente de la cicatriz de cuchillo que le cruzaba la boca. Aquella ligera aspereza le envió una espiral de calor por todo el cuerpo. De hecho, se le contrajo el útero. Mari no quería responder a él. No quería sentir nada más que la necesidad de escapar. No quería sentirse culpable por haber usado la navaja, recordándole la forma en que su cuerpo había sido mutilado.
– Todo va bien, Mari. Nadie te culpa por intentarlo. Todos lo hacemos, es para lo que estamos entrenados. Al menos espera a que estés algo más fuerte y solucionaremos este desastre. No llegarás muy lejos tal y como estás ahora.
Si esperaba hasta que estuviese más fuerte, tendrían tiempo de asegurarse de que no hubiese oportunidad de escapar. Respecto a lo de volverse más fuerte, su cuerpo se curaba más rápido de lo que creían. La pierna estaba mal -puede que no pudiese usarla- pero había formas…
Esta vez sus labios le rozaron la oreja.
– Te estoy leyendo la mente, ¿sabes?
Movió la mano bruscamente en reacción. Ivy, antes de que Whitney la matara, había podido leer a las personas tan bien como si fuesen objetos, simplemente con tocarlos. Era más que posible que Ken tuviese el mismo talento… y entonces sabría lo que sentía cuando la tocaba.
Apareció la humillación que se mezcló con la furia. Levantó la mano rota sin pensar, en dirección a su nariz, deseando aplastársela contra el cráneo. Era su enemigo y no volvería a apoyarse en la atracción que había entre ambos. O quizás tan sólo se sentía mortificada porque no había atracción entre los dos, sino únicamente de un lado.
Cogió su muñeca con una fuerza casi despreocupada, agarrándole ambos brazos sobre la cabeza y sujetándolos allí, atrayendo su cuerpo sobre el de ella en una posición bastante dominante. Aquello la hizo hervir de furia. Mari tuvo que luchar contra el impulso de arremeter hacia delante y morderlo como un animal rabioso… o quizás arrancarle la ropa del pecho para ver si la red de cicatrices que estaba segura le cubrían el pecho y el estómago desaparecía más abajo, hacia sus estrechas caderas y sus ingles.
– Deja de removerte.
– Sal de encima.
– Cálmate primero. Acabo de salvarte la vida, granuja desagradecida.
Se reía de ella. Maldito fuese, se estaba riendo de ella. Mari pudo ver el rastro de humor en sus ojos. No sonrió ni cambió de expresión, pero sentía su risa, y la hacía desear explotar… o quizás presionar la boca contra la suavidad de la suya, sólo para sentir la caricia de aquella ardiente aspereza una vez más.
Furiosa consigo misma, casi se cayó de la cama, la adrenalina corría por su cuerpo, pero no cedería ante él.
Permaneció pegada a la camilla como si no se diese cuenta de sus propios forcejeos.
– Sal. De. Encima. -Soltó cada palabra entre los apretados dientes-. Te juro que te arrancaré el corazón con mis propias manos.
La brillante mirada de él vagó lenta y casi posesivamente sobre su cara.
– No quieres hablarme de esa manera. Me estás excitando.
El corazón de Mari se aceleró y los pechos le hormiguearon de anticipación. El pecho de él estaba demasiado cerca. A un suspiro de sus doloridos senos. Era algo pervertido sentirse de aquella manera, sentirse la cautiva de un hombre, estamparle el codo en la cabeza y que aún así, su cuerpo reaccionara como el de una gata en celo. En aquel momento se odió a sí misma, odió la forma en que despreciaba a Brett y a los otros hombres. Ahora lo entendía, entendía cómo podía el deseo controlar los sentidos y hacer a un lado la disciplina y el entrenamiento, hasta que todo en lo que uno pudiese pensar fuese en calmar una necesidad química.
¿Lo sabía él? ¿Estaba alimentando la adicción adrede con su proximidad? Si ese era el caso, estaba jugando a un juego verdaderamente mortal. Obligó a su cuerpo a relajarse y lo miró, frunciendo el ceño, deseando parecer intimidatoria.
– Las viudas negras se comen a sus amantes.
Él le liberó las muñecas y deslizó un dedo por su mejilla, la punta del dedo rodó sobre sus labios, quedándose como si perteneciese allí. Cuando lo miraba, cuando la tocaba, sentía la furia alejarse antes de poder cogerla y mantenerla. Le hacía algo, la hacía sentir completa y en paz. Quizás era un peculiar talento psíquico suyo. ¿Podría hacerle eso Whitney a las personas? ¿Podía hacerlo de manera que temblase con necesidad y aún así se sintiese entera por dentro sólo con tocar a aquel hombre?
– No creo que me importe demasiado si me odias -contestó, su voz casi un ronroneo.
Una vez más Mari sintió la corriente eléctrica que corría entre los dos, provocando chispas en su piel y calentando su sangre hasta convertirla en una espesa corriente líquida. Un escalofrío de necesidad le recorrió la columna. Sólo pudo mirarlo, sintiéndose vulnerable y femenina en lugar de cómo el soldado que sabía que era. Nunca se había sentido así, tan femenina que no podía referirse a él de otra manera que no fuese viéndolo como un hombre en su totalidad. No se atrevió a hablar, asustada de que se diese cuenta de que estaba temblando debido a su toque, no de miedo ni de furia.
Cogió su barbilla con la mano y le movió la cabeza a un lado para examinarle la frente.
– Vas a tener un moretón. Dejaré que el doctor le eche un vistazo, pero creo que podemos apañárnoslas sin él. ¿Necesitas más medicación para el dolor?
Los dedos se movieron sobre su punzante sien, aliviando algo del escozor.
– No.
Era una descarada mentira, pero le miró directamente a los ojos, porque no podría encargarse de aquel hombre si estaba drogada. Necesitaba toda su inteligencia si quería sobrevivir.
– Vamos a moverte, Mari, y va a doler.
– Ya he sentido dolor antes.
Algo cruzó brevemente el inexpresivo rostro, un rápido atisbo de una emoción que supo que era importante, pero no pudo verla bien ni identificarla. Pero no estaba hecho de piedra. Eso seguro.
– ¿Estás lista?
Mari se dio cuenta de que era el doctor, y no Jack, quien ocupaba la posición a los pies de la camilla. Jack parecía sombrío y llevaba una pistola en la mano. No hubo dudas en su mente de que tenía intenciones de usarla contra ella si hacía algún mal movimiento hacia su hermano. Una parte de ella admiró aquello; otra parte archivó la información para un futuro uso. Era un soldado y su deber era escapar. Ya no le debía lealtad a su trabajo, pero sí a su unidad, y estaba decidida a que Whitney no la atrapara en su trampa, no importaba lo adictivo que fuese el cebo, porque aquello tenía que ser otra sádica trampa de Whitney.
Mari asintió y se tocó los labios secos con la lengua. Prefería ser torturada antes que sentirse de esa forma, confusa e indefensa y tan femenina que se moría de necesidad. La tortura, el deber y la disciplina eran cosas que entendía. No había forma de entender el calor de su cuerpo y la sangre que latía en sus venas. Su conciencia de Ken era increíble, como si cada sentido -cada célula de su cuerpo- estuviera sintonizada con él.
Intentó endurecerse cuando la levantaron, pero nada podía prepararla para el dolor que la desgarró, ahuyentando todo lo demás, robándole el aliento y el pensamiento, aclarándole la cabeza por un momento para poder ser lo que era, fuerte y valiente, y mantener el control. Era aquella a la que las otras mujeres admiraban, la rebelde que se había negado a ceder a las últimas exigencias de Whitney. Era la que había alentado la idea de escapar -si aquello era todo lo que les quedaba- y la que había prometido que si todas la ayudaban a conseguir una oportunidad para ver al senador, le convencería para que las liberara.
Las otras mujeres creían en ella, y les había fallado dejándose capturar. Era posible que Whitney ya hubiese matado a una de ellas, pero él había estado lejos del recinto, y mientras nadie le dijese que se había ido, estarían a salvo. Los hombres la estarían buscando frenéticamente, sin querer que la ira de Whitney cayese sobre alguno de ellos. A veces sus castigos eran letales.
Ahora que sabía lo que era ser absorbida en la forma de otro ser humano, sentir la necesidad de su toque, oír su voz, mientras él parecía indiferente a ella excepto como prisionera, quiso retirar todo lo que había dicho y hecho los pasados años viendo a los hombres ayudar a Whitney con su programa de educación.
Los hombres eran tan prisioneros como las mujeres, sólo que no se daban cuenta… pero los experimentos de Whitney no podían continuar. Lo sabía con seguridad. No era natural y estaba intrínsecamente mal el no dejar oportunidad de elección. Incluso si se enamorase -y no estaba segura de que fuese posible si se tenía en cuenta la forma en que se sentía hacia los hombres- nunca dejaría de desear a Ken. Aquello le proporcionaba un entendimiento y una compasión que nunca antes había sentido por el hombre que se emparejaba de manera poco natural con una mujer. ¿Cómo podía ninguno encontrar la felicidad?
Ken vio las conflictivas emociones revolotear por su cara mientras ayudaba a llevarla al interior de la pequeña casa donde esperarían un transporte de tierra mientras Nico se zafaba de los cazadores. Él continuaría con el plan de vuelo a otra localización, una casa que Lili había alquilado también. Cuando el equipo de Mari llegase hasta allí, estaría vacía y Nico ya habría devuelto el helicóptero a la base donde pertenecía. Permanecería cerca del suelo por un tiempo en caso de que decidieran aprovecharlo para conseguir información. Nico no era un hombre fácil de encontrar. Sólo estaba esperando al doctor para irse, evitando tener tiempo de darse cuenta de que se había detenido.
Ken descubrió lo duro que era ver las gotas de sudor que cubrían la cara de Mari con cada paso que daban. Se había negado a más medicación contra el dolor porque quería estar alerta. Pudo leer su confusión y su humillación. Era innegable que se sentía atraída por él, con la misma aterradora y adictiva fuerza que sentía él cada vez que inhalaba su olor. Ahora entendía lo que había llevado a Jack a esforzarse tanto para tener a Briony. Jack se las había arreglado para alejarse de la mujer que una vez lo había sido todo para él, pero no pudo hacerlo una segunda vez. Ken no estaba seguro de cómo se las había arreglado su gemelo la primera vez, pero sabía que necesitaba encontrar la misma fuerza.
No podía tener a Mari. No importaba que ella lo deseara, o que pudiera persuadirla. No podía tenerla. No se atrevería. Jack lo había superado, pero él era diferente. Jack no había creído ser un buen hombre, pero Ken siempre había sabido que lo era. Ken lo había observado atentamente en busca de alguna señal que le hubiese dejado como legado la locura de su padre. Se había mantenido cerca de Jack, y le había allanado el terreno en cualquier situación, asegurándose de que Jack no tenía que hacer nada que prefiriese no hacer, para que así no hubiese razones para que sintiese la ardiente furia, una furia tan profunda, ardientemente helada, no caliente. Una rabia horrible, que iba más allá de la locura y endemoniadamente despiadada.
Jack llevaba el mismo hielo en las venas, la misma habilidad de cortar las emociones con solo darle a un interruptor, un rasgo que era peligroso aunque manejable, pero Jack sabía cómo proteger a otros. Cuidaba de los hombres de su unidad, a la mujer que los había salvado tantos años atrás cuando aún eran unos adolescentes salvajes ansiosos de sangre y venganza contra el mundo, y cuidaba de cualquier persona que se cruzase en su vida que necesitase protección. Cuidaba de todo el mundo, incluido Ken.
Ken ocultaba su rabia tras una sonrisa preparada y un rápido chiste, y custodiaba a su hermano con su vida. Cuidaba a una única persona, y ése era Jack. Amaba a su gemelo de una forma fiera y protectora, y estaba determinado a que Jack tuviese una buena vida con Briony y sus hijos. Ken mantendría a su hermano y a su familia a salvo, incluso de él mismo y la certeza que tenía acerca de que la locura de su padre habitaba en su interior. Era un monstruo con el que tenía que lidiar cada día, al que conocía íntimamente, y que apenas podía ocultar y controlar.
– Estás frunciendo el ceño.
La voz de Mari lo sacó con un sobresalto de su introspección.
Volvió a colocarse enseguida la máscara. Le pareció irónico que la máscara que ahora veía la gente, revelaba también lo que había bajo la piel, sólo que nadie se daba cuenta.
– No estoy frunciendo el ceño.
Tendría que ser más cuidadoso. Si le pillaba con la guardia baja, también lo haría Jack, y eso no podía pasar.
– El doctor te va a volver a examinar, y si puede, te quitará el catéter y la intravenosa. -La voz de Jack sonó totalmente tranquila. Tenía la pistola desenfundada, las manos quietas y los ojos fríos-. Si haces algún movimiento rápido, te mataré.
Ella se giró para mirarlo, forzando una sonrisa cuando lo que quería era gritar de dolor.
– Quizás me harías un favor.
Algo peligroso cruzó los ojos de Jack.
– No juegues conmigo, Mari. No sé nada sobre ti. Briony es mi mundo, y si de alguna forma eres una amenaza para ella, estarás acabada.
Briony. Mari no podía pensar en Briony. Su gemela estaba en algún lugar del mundo, lejos de toda aquella locura. Estaba a salvo y feliz y tenía un marido que la adoraba, no un despiadado asesino con fulminantes ojos grises y sin siquiera una pizca de piedad.
El doctor se acercó más. A Mari le llevó un momento darse cuenta de lo humillante que sería. Le iba a quitar el catéter con ambos hombres en la habitación. Y no llevaba casi nada debajo de la fina manta.
– Respira -avisó Ken-. No podemos elegir, y en cualquier caso, nos ocuparemos de tus necesidades hasta que puedas volver a caminar.
– ¿Durante cuánto tiempo has tenido a gente ayudándote con las funciones corporales después de que te cortasen en pedacitos? ¿Te lo quitaron todo, o sólo partes?
El suave movimiento rápido de la pistola se pudo oír en la repentinamente quietud de la habitación. El doctor jadeó y evitó cuidadosamente mirar a Ken. No era difícil para nadie imaginar a qué parte se había referido.
Mari habría dado cualquier cosa por poder devolver las palabras a su boca en el momento en que salieron. Había arremetido contra él por vergüenza, intentando herirle, intentando sacarle alguna reacción. Era algo bajo y mezquino. A ella no le importaban sus cicatrices, aunque tenía que admitir que se preguntaba si le habrían cortado por todas partes. No podía imaginarse a un sádico como Ekabela -un hombre capaz de genocidios- sin hacer todo el daño que le fuese posible a otro hombre que odiaba y temía.
Aquello ahuyentó cualquier otro pensamiento. Ekabela había temido a aquel hombre, y aún así ella le provocaba deliberadamente, estaba empujando una víbora enroscada con un palo, escarbando en las heridas de un depredador simplemente para cubrir su propia humillación. Levantó la vista hacia él, sin hacer caso de la furiosa tensión en la habitación y de que su hermano quería apretar el gatillo. Los dos hombres estaban muy conectados. Jack debía haber sentido la puñalada de dolor cortando tan salvajemente como el cuchillo que alguna vez había rajado a su gemelo cada vez que miraba a Ken. Ella lo sentiría si alguien hubiese torturado a Briony y hubiese dejado una marca visible detrás.
– Saque el catéter, doctor -dijo Ken, con tono tranquilo-. ¿Y no crees que es un poco dramático apuntarla con la pistola, Jack? -suspiró y le apartó más mechones de pelo de la cara-. A Jack le gusta disparar primero y preguntar después. Le he enviado a un par de psiquiatras, pero siempre me lo devuelven y me dicen que no hay ayuda posible para él.
Mari no pudo disculparse, no podía decirlo delante de los demás. Sólo pudo mirarle su cuidadosamente inexpresiva cara y desear que Jack apretara el gatillo. Dudaba que Ken se permitiese sentirse herido fácilmente, pero su dardo había dado en la diana. No lo demostraba, pero Jack sí y eso pareció peor. Como si su irreflexivo comentario le hubiese llegado tan a dentro que Ken no hubiese podido mostrar su reacción.
Era su enemigo. Se repitió las palabras una y otra vez mientras el doctor le quitaba la intravenosa y el catéter. Mientras tanto, mantuvo la mirada fija en Ken, observando cada detalle, la perfecta estructura ósea, las pesadas y oscuras pestañas en contraste con sus relucientes ojos grises. Había una sensualidad latente allí, pero Mari sabía que las cicatrices de su rostro eran todo lo que la gente iba a poder ver de él.
– ¿Qué dijo mi hermana cuando te vio? -susurró las palabras en voz alta, necesitando saber, sabiendo que la pregunta sería mal interpretada, pero que le diría la verdad, le diría cosas que necesitaba saber para poder mantenerse en su elección. Tenía que estar segura sobre el carácter de Briony.
– Malditas seas -siseó Jack, dando un agresivo paso hacia delante-. Cierra la boca, antes de que te la cierre yo.
Ken le cortó dando un tranquilo paso adelante, bloqueándole el camino a su gemelo hasta la cama, y con razón, Mari estuvo totalmente segura. Jack no la hubiese simplemente golpeado con la culata.
– Briony no parece darse cuenta a menos que alguien lo note, y entonces se convierte en una protectora mamá tigre -contestó Ken-. ¿Eso te molesta?
Debería haber dicho que sí. Necesitaba desesperadamente protección, algún tipo de armadura, algo de distancia entre ellos, pero no pudo mentir.
– No.
Jack contuvo el aliento y lo dejó salir, quitando el arma de la vista y girándose.
– Doctor, se acabó el tiempo. Manténgase cerca hasta que contactemos con usted y le diga que es seguro. Ya sabe lo que hay que hacer. Gracias por su ayuda y lo siento por el cuchillo. Subestimé las habilidades de la chica -taladró a Mari con la mirada-. No volverá a pasar.
Ella le lanzó una mirada rápida.
– Por supuesto que sí. Tú eres el gran hombre de las cavernas y yo sólo una mujer, demasiado estúpida para saber cómo defenderme.
Jack dejó la habitación, siguiendo al doctor hasta el helicóptero, y dejándola a solas con Ken. Al momento, la habitación pareció demasiado pequeña, demasiado íntima.
– Deja de provocar al tigre -dijo Ken. Deslizó el brazo alrededor de su espalda y le dio otro sorbo de agua fría-. Sólo vamos a estar aquí durante una hora o así, tiempo suficiente para que descanses.
– Él sólo se cree que es el tigre. Es lo que le haces pensar a todo el mundo, ¿verdad? -adivinó, aunque sabía que era la verdad.
– No pienses ni por un momento que Jack no hubiese apretado el gatillo. No es un gatito -dijo Ken.
Ken vio cómo se movía su garganta mientras tragaba agua. Apenas pudo contenerse para no inclinarse y tocar con su lengua, con los dientes y los dedos aquella frágil extensión de piel. Se moría por saborearla. Por colocar una marca de propiedad en ella. De marcarla como suya ante el resto del mundo. Y aquella necesidad le disgustaba. Se había enfrentado al peligro toda su vida, pero aquella mujer era más una amenaza para él que miles de rifles. Se olvidaría de su honor y su auto-respeto y revelaría sus más profundos y horribles secretos al mundo.
– ¿Por qué no ha venido Briony a verme, si de verdad la conoces?
– Jack no confía en ti.
– A mí eso no me pararía.
Estaba inexplicablemente herida. Si descubría donde estaba su hermana, movería cielo y tierra para poder verla… siempre que estuviese segura de que Whitney no la encontraría jamás.
Ken la dejó acostarse, y se enderezó, dejándole a ella otra vez aquella sensación de pérdida.
– Dijiste que estabas allí para proteger al senador. ¿Sabes quién le dio a tu equipo esa orden? Asumo que alguien dijo que iba a haber un intento de asesinato contra él.
Parecía tan lejano, tan completamente solo. Ella se sentía igual en su interior, donde nunca nadie la había visto cómo era. A nadie le había importado nunca quién era. Mari era un soldado. Lo era todo y nada a la vez. A veces sentía, especialmente en los últimos tiempos, como si no le quedase humanidad… como si se la hubiesen arrancado a patadas. No estaba segura de qué, pero se había ido. ¿Te sientes así?, preguntó en silencio, queriendo llegar hasta él, necesitando conectar con él después de haberle arañado con sus garras. ¿Te sientes como si ya no te quedase ni una pizca de humanidad? ¿De que te la han arrancado y te han convertido en algo que ya no reconoces?
La mirada de él se movió sobre su cara, viendo demasiado. Por un momento, Mari se sintió conectar, como si se las hubiese arreglado para arrastrarse dentro de su piel y compartirlo con ella. Yo nací sin humanidad así que nunca la he tenido para poder perderla.
Las palabras fueron duras, pero la voz, moviéndose por su mente, era como una caricia, acariciándola por dentro, aumentando su temperatura y haciéndola arder. Estaba asombrada por su total honestidad, cuando lo que decía era imposible. Era obvio que Ken creía lo que decía, y eso la confundió. ¿Qué clase de monstruos se ocultaban detrás de la máscara de cicatrices? Alguna vez aquella cara había sido hermosamente masculina. ¿Había sido ese rostro también una máscara?
Mari lo estudió, intentando ser objetiva, intentando verlo de verdad mientras la química en su cuerpo reaccionaba y se lanzaba por su flujo sanguíneo con salvaje abandono. A Whitney le encantaban los experimentos. Tenía una forma de volver todo lo bueno en algo que dejaba un mal sabor de boca. Mari había sido criada con disciplina y control, pero para su ordenada mente, todo lo que Whitney hacía parecía caótico y erróneo. Una sutil o no tan sutil forma de tortura.
Mari negó con la cabeza.
– Whitney no tiene humanidad. Es cruel e insensible y no tiene ni una pizca de amabilidad ni de compasión. Tú no eres así.
– No te engañes, soy exactamente así.
– Tú haces cosas amables.
Ken se encogió de hombros. La mayoría del tiempo no sentía nada, pero cuando lo hacía, era una furia helada que ardía profundamente y que lo aterrorizaba. Ahora sus emociones estaban descentradas y deseó poder volver a lo que le era familiar. Hacía cosas amables porque tenía que hacerlas… eran necesarias para mantener a salvo a Jack. Y sobre todo, Ken quería que Jack estuviese en el mundo, feliz y sano y viviendo su vida. Uno de ellos tenía que sobrevivir, y Jack era extraordinario.
Ken se inclinó una vez más, su aliento le removió a Mari algunos mechones de pelo de la cara, la expresión de él era dura.
– Consiguen resultados.
Ella estudió las cicatrices de más cerca. La tortura había sido reciente. Debería haber estado intimidada, pero Mari no se asustaba con facilidad. Sabía de soldados, y reconocía el control cuando lo veía. Para Ken la disciplina y el dominio de sí mismo eran un arte. Alargó la mano hacia arriba y rozó la cara de él con la punta de los dedos, necesitando tocarlo, necesitando el torrente de información que acompañaría el simple roce de piel contra piel.
Todo dentro de Ken permaneció quieto mientras los dedos de ella trazaban el contorno de sus cicatrices. Ella dejaba tras de si pequeños puntos de calor en su cara, donde ni siquiera podía sentir su propio toque. No tenía sensaciones en la mayor parte de su cuerpo, sin embargo podía sentir a Mari debajo de la piel, haciendo saltar sus dañados nervios y que crepitaran de electricidad. La sensación se expandió desde su cara hasta el pecho, un calor tan espeso que parecía lava corriéndole por las venas. El fuego se asentó en su ingle, trayéndolo dolorosamente a la vida.
Siempre había sido un hombre grande, bien dotado, y los hombres de Ekabela habían sacado el máximo provecho de ello. Uno de ellos había sido un maestro de la tortura, y le había infligido aquellos pequeños y profundos cortes con un patrón preciso sobre cada centímetro de su cuerpo. Lo había llamado cariñosamente arte, y los hombres a su alrededor habían admirado y alimentado aquellos pulcros cortes diseñados para infringir el mayor dolor posible sin permitir nunca que la víctima perdiese la conciencia. Cortes diseñados para arruinar a un hombre en el caso de que consiguiese huir. Le había desollado la espalda, pero no había sido tan malo… nada había sido tan malo como el cuchillo deslizándose por sus partes más íntimas y privadas.
Todavía podía sentir la agonía inundando su cuerpo, la urgencia de rogarles que le mataran. La necesidad de imponer justicia sobre alguien… cualquiera. Cuando despertó en el hospital y vio las caras de las enfermeras supo que el monstruo viviente de su interior había salido a la luz. Y había sabido que no volvería a funcionar como un hombre normal otra vez. La hinchada línea de cicatrices le había dejado con pocas sensaciones, y si quería poder volver a sentir, sentir algún placer, la estimulación tenía que ser lo suficientemente ruda para ir más allá del dolor.
– Hijo de puta. -Soltó el juramento entre los dientes apretados, con voz ronca.
Su palpitante sangre corrió ardiente por sus venas hasta asentarse en su ingle, y apretó los dientes contra el inevitable dolor mientras el rígido tejido se alargaba de mala gana, hinchándose en un largo y grueso bulto que no había creído posible. El aliento le salió con urgencia de los pulmones y tenía gotas de sudor sobre la frente. Agarró con fuerza el borde de la cama y se obligó a respirar a pesar del dolor. Mientras tanto no dejó de mirar a Mari. Había conseguido, sólo con un toque de los dedos sobre su cara, lo que creyó que ya nadie podría conseguir.
– Hijo de puta -repitió, luchando por respirar, luchando por no dejar que el dolor y el placer, ahora mezclándose, se convirtieran en uno.
– ¿Ken? -Mari intentó sentarse-. ¿Qué ocurre?
Estaba encorvado hacia delante, y lo quisiera admitir o no, necesitaba ayuda. Ella no podía sentarse; su pierna estaba fuertemente sujeta, y moverse amenazaba su precario control, así que Mari hizo lo único en lo que pudo pensar.
– ¡Jack! ¡Jack! ¡Entra!
Las manos de Ken se cerraron con dureza sobre su boca, y se inclinó hasta que sus labios estuvieron directamente sobre los de ella, separados únicamente por su mano.
– No le necesito.
El sonido del helicóptero se oía fuera, y estaba bastante segura de que Jack no la había oído llamarle. Ken había sido tan rápido que había ahogado la mayor parte de lo que había dicho.
Una gota de sudor cayó sobre la cara de Mari y sus ojos se ensancharon. Cogió la muñeca de él con la mano buena y tiró de ella. Cuando levantó de mala gana la mano de su boca unos pocos centímetros, ella tocó la gotita.
– Dime qué te pasa.
– Cada cierto tiempo siento algunos restos de mis pequeñas vacaciones en el Congo -se encogió de hombros-. No es nada importante como para preocupar a Jack.
– No molestas a Jack con nada, ¿verdad? -adivinó.
– No es necesario. Deja de retorcerte o te harás daño.
Hizo la prueba y enderezó un poco el cuerpo, intentando ignorar la suavidad de los labios de ella contra su palma. Podía sentir cosas con ella, cada sentido se realzaba más de lo normal hasta que casi podía sentirla en su boca.
– ¿Cuánto conoces a Whitney?
– Nadie conoce a Whitney, ni siquiera sus amigos. Es como un camaleón; cambia de piel cuando quiere. Presenta una cara, una personalidad un día, y el siguiente es totalmente diferente. Personalmente creo que es un borracho lunático con poder propio. El gobierno le dio demasiado autoridad sin tener que responder ante nadie, y tiene demasiado dinero, así que es cómo el megalomaníaco número uno del mundo. Y es algo que le dije en varias ocasiones recientemente.
– ¿Eres consciente de que tiene un perfil muy preciso? Quiero decir que no comete errores, Mari.
Mari supo que la estaba llevando a algo, y ella ya estaba allí.
– Debe tener algún tipo de habilidad psíquica. De otra forma, ¿cómo podría hacer para conseguir elegir los niños correctos de un orfanato? Conoce todos sus talentos. Nos tocaba, o de alguna manera era atraído hasta nosotros, debido a nuestras habilidades psíquicas. Habría sido imposible a menos que también fuese un psíquico. De esa forma sabe cosas sobre nosotros.
Ken tragó la bilis repentina que le subió a la garganta. Había tenido el mal presentimiento, desde que había aceptado la misión de Jack en el Congo y había sido capturado, de que todo había sido una trampa. Incluso cuando Jack se había retrasado en Colombia y por lo tanto no había podido liderar al equipo de rescate cuando el avión del senador había caído.
Se aclaró la garganta.
– Dijiste que Whitney y el senador no son exactamente amigos. ¿Supo Whitney que el avión del senador había sido abatido a tiros en el Congo por los rebeldes unos meses antes?
– Sí. Nos lo dijo.
– ¿Y supisteis que la primera misión de rescate fue un éxito pero que un hombre se quedó detrás? ¿Lo supo Whitney?
– Oí por casualidad como Sean se lo contaba.
– ¿Y cómo reaccionó Whitney?
Le dolía el pecho. Le ardían los pulmones por la falta de aire.
– Parecía entusiasmado. Creí que estaba entusiasmado porque el senador había sido rescatado, pero entonces dijo algo acerca de que era algo malo que Freeman hubiese sobrevivido.
Ken mantuvo la cara cuidadosamente inexpresiva mientras su mundo se derrumbaba a su alrededor. Debería haberlo sabido. El doctor Peter Whitney encontraba gran regocijo en usar seres humanos en sus experimentos. Había llegado a límites extraordinarios, como manipular a gente para poder recoger los hechos y provocar las reacciones que había predicho. Lo había hecho con Jack y Briony, y ahora, Ken estaba seguro, lo estaba haciendo enviando a Mari a proteger al senador.
– ¿Quién te dio la orden de proteger al senador Freeman?
Mari vaciló, pero supo que Ken estaba intentando llegar a algo y era completamente posible que ambos estuvieran del mismo lado. ¿Qué podía perder? Mientras él la sondeaba en busca de información, ella estaba recogiendo sus propios datos.
– Yo ya no era parte del grupo de protección. Me cambiaron a otro programa nuevo. Whitney se fue, y con algo de ayuda de los otros, convencí a mi viejo equipo para que me dejase ir para poder hablar con el senador de otro asunto.
Ken inhaló bruscamente.
– ¿Ha mejorado Whitney?
Negó con la cabeza. Le era leal a su unidad, pero por supuesto no a Whitney, y si aquello era una trampa puesta por él, ya sabía lo que opinaba de él y de sus despreciables experimentos.
– Lo intenté un par de veces, sólo para ver. Sus guardaespaldas tuvieron que apartarme de él. No creo que haya mejorado. Probablemente es demasiado cobarde.
– ¿Le atacaste?
– Estaba esperando tener suerte y romperle el cuello, pero tenía un guardia, Sean, que es realmente, realmente bueno.
La admiración en su voz hizo estallar algo agresivo y peligroso dentro de él que siempre le había costado mucho mantener oculto. Se alejó de ella abruptamente, dándole la espalda hasta que pudo volver a controlarse.
Curvó los dedos en dos apretados puños y tragó con dureza. Una negra sombra se movió en su mente.
– ¿Cómo reaccionó cuando le atacaste?
– Sonrió. Le gusta sonreír justo antes de hacer algo desagradable. Fue entonces cuando me apartaron de mi unidad y me cambiaron a otro programa.
– Al programa de reproducción.
Ella se obligó a mantener el control, sin estremecerse, ni apartar la mirada.
– Me envió a Brett.
A Ken se le contrajo el estómago y la sombra en su mente se hizo mayor. Pudo oír el ruido sordo de su corazón bombeando en sus oídos como el rugido de un animal herido.
– ¿Y qué hizo Brett?
– Brett es parte del nuevo programa de reproducción, está emparejado conmigo.
El rugido aumentó. Su vista se volvió una representación ardiente, brillantes sombras de amarillo y rojo, apareciendo y desapareciendo como una señal de alarma cuando se giró hacia ella, abarcándole la garganta con la mano.
– ¿Qué es exactamente lo que te hizo Brett? ¿Te tocó así? -Deslizó la palma por su garganta hasta la cumbre de sus pechos, acariciándola. Retiró la manta, exponiendo su cuerpo, las suaves y firmes líneas y las exuberantes curvas-. ¿Así? -Inclinó la cabeza para mover la lengua sobre su pezón.
Mari se puso rígida mientras las sensaciones explotaban a través de su cuerpo. Debería gritar, luchar, hacer algo excepto lo que deseaba hacer. Sabía lo que era aquello. Sabía que estaba aprovechándose de sus heridas y que estaba usando deliberadamente el sexo contra ella, pero nunca había sentido la intensa explosión que le provocaba el mero roce de su lengua. Sus manos se cerraron en su pelo, pero en lugar de tirar para alejarlo, lo sostuvo contra ella, cerrando los ojos y saboreando la sensación de su lengua, sus dientes, y el calor de su boca al succionar.
Ken no era gentil; podía sentir que la raspadura de sus dientes y su boca era más ruda que sensual, como si estuviese enfadado con ella, pero su cuerpo reaccionaba con tal urgencia que casi la hizo sollozar. Una de las manos viajó sobre su estómago, se deslizó más abajo, acariciando una y otra vez, y luego su dedo se introdujo en su acogedor cuerpo, sus músculos se tensaron alrededor de él, queriendo mantenerlo contra ella. El cuerpo le amenazaba con explotar, el orgasmo se precipitó por ella cuando no había otra razón para ello que aquel único hundimiento de su dedo. Mari gritó cuando la sensación la cogió desprevenida, haciéndola temblar, haciendo balancear su fe en si misma y su habilidad para resistir cualquier cosa que él le hiciera.
– Joder. -Soltó Ken, alejando el dedo de su cuerpo, envolviendo la mano una vez más contra la garganta de ella-. ¿Te hizo sentir así? ¿Te humedeciste por él? ¿Te viniste por él así? Maldita sea, ¿te hizo sentir morirte por él?
– ¡Ken! ¿Qué coño estás haciendo? -preguntó Jack.
Ken se puso rígido, su cara se volvió completamente blanca, los ojos abiertos de conmoción y horror. Se alejó de ella tropezando, pareciendo impotente a su hermano, alargando una mano hacia él. Con total y completa desesperanza en el rostro, en la desolación de sus ojos, en la forma en que se secó la boca con el dorso de la mano como si el sabor de ella le disgustase.
Jack dio un paso hacia su hermano, sacudiendo la cabeza.
El tiempo se ralentizó. Mari lo sabía. Lo vio todo pasar en su cabeza como si de algún modo, aquel breve momento de conexión hubiese dejado parte de ella dentro de Ken y pudiera leerle la mente. Lo supo con exactitud, como si la escena entera hubiese sido ensayada con anterioridad.
Ken sacó el arma en un tranquilo movimiento y se giró hacia ella.
– Lo siento, Mari -dijo tranquilamente y se puso el arma en la cabeza.