Capítulo 2

Marigold Smith parecía estar flotando en un mar de dolor. No era enteramente inusual despertarse de esa manera, pero esta vez su corazón estaba latiendo con total temor. Había fastidiado la misión. No había logrado hablar con el senador y rogar por su caso. No lo había protegido, y cuando fue capturada, no se las había arreglado para acabar con su propia vida. No tenía ni idea de si el senador estaba a salvo o si había sido asesinado. No sería tan fácil para nadie llegar hasta él a través de Violet, pero entonces Marigold no había considerado que ella tampoco tendría éxito. Brevemente permitió que ese fracaso socavara su confianza en si misma. Quería mantener los ojos cerrados fuertemente y revolcarse en la miseria. Había sido tomada prisionera por el enemigo y era demasiado tarde para terminar con su vida y salvar a las otras. Esto le dejaba una opción, tenía que escapar.

Su pierna, su espalda, su pecho e incluso su mano latían y quemaban. Lo peor de todo, no tenía un ancla para evitar que la sobrecarga psíquica le friera el cerebro. Estaba abierta de par en par para el asalto, y eso era más aterrador que todas las heridas físicas del mundo. Sintió más que oír un movimiento cerca de ella y mantuvo sus ojos cerrados, casi sin respirar. No hubo sonido de pasos, pero tuvo la impresión de que alguien grande y muy poderoso se inclinaba sobre ella.

Quería aguantar la respiración, la supervivencia alzándose bruscamente, pero entonces él sabría que estaba despierta. Tomó aire y lo mantuvo en sus pulmones. Él olía a muerte, a sangre, a especias y a aire libre. Olía peligroso y como todo lo que no quería, todo lo que temía. Pero su corazón se aceleró y su matriz se apretó, el estómago hizo un pequeño salto asustado. Sus ojos se abrieron de repente, a pesar de toda su resolución. A pesar del peligro. A pesar de los años de entrenamiento y disciplina. Su mirada chocó con la de él.

Sus ojos eran los más aterradores que había visto nunca. Frío acero. Un glaciar, tan helado que sentía como si el frío quemara su piel dondequiera que su mirada la tocara. No había misericordia. Ninguna compasión. Los ojos de un asesino. Duros, vigilantes y totalmente sin emoción. Parecían grises, pero eran bastante claros para ser plateados. Sus pestañas eran negro azabache como su cabello. Su cara debería haber sido hermosa -estaba construida con cuidado y atención a los detalles y a la estructura ósea- pero varias cicatrices brillantes y rígidas entrecruzaban su piel, bajando desde debajo de ambos ojos hasta su mandíbula y a través de sus mejillas hasta su frente. Una cicatriz cortaba sus labios, casi cortándolos por la mitad. Las cicatrices bajaban por su cuello y desaparecían en su camisa, creando una máscara inexorable, un efecto Frankenstein. Los cortes eran precisos y fríos y habían sido obviamente inflingidos con gran cuidado.

– ¿Has mirado bastante o necesitas un poco más de tiempo?

Su voz hizo que sus dedos del pie quisieran curvarse. Su reacción hacia él era perturbadora y nada en absoluto la de un soldado -estaba reaccionando enteramente como una mujer, y nunca había sabido que eso fuera posible. No podía apartar su mirada de la suya, y antes de que pudiera detenerse, las puntas de sus dedos trazaron una rígida cicatriz bajando por su mejilla. Se reforzó para el contragolpe psíquico el violento ataque de sus pensamientos y emociones, los fragmentos de vidrio en su cráneo que siempre acompañaban al toque, e incluso la cercana proximidad a otros, pero solo podía sentir el calor de su piel y los bordes duros que habían sido cortados en ella.

Le cogió la muñeca, el sonido fuerte de carne golpeando carne.

Su puño era como unas tenazas, pero a pesar de todo eso, sorprendentemente gentil.

– ¿Qué estás haciendo?

Ella tragó el nudo de su garganta que amenazaba con ahogarla. ¿Qué estaba haciendo? Este hombre era su enemigo. Más importante, era un hombre y detestaba a los hombres y todo lo que ellos significaban. Podía respetar y admirar a los soldados, pero no se relacionaba con ellos cuando estaban fuera de servicio. Los hombres eran bestias sin lealtad, a pesar de la camaradería entre los soldados. No iba a sentir compasión por el enemigo, especialmente uno que obviamente no podía sentir simpatía por los otros. Era probablemente un interrogador, un sádico inclinado a herir a otros de la manera en que él había sido herido.

Debería haber soltado el brazo, pero se sentía impotente para hacer algo que lo apaciguara. Su máscara era solo eso, una capa sobre la extraña belleza masculina de su cara. Parecía tan solo. Tan incomunicado y distante.

– ¿Todavía duele? -El pulgar se deslizó en una pequeña caricia sobre su brazo donde las bordes continuaban. Su voz era extrañamente ronca y no tenía idea de lo que iba a hacer, solo que cuando le tocaba, el dolor de su cuerpo retrocedía y todo lo femenino dentro de ella se extendía hacia este único hombre.

Él parpadeó. Su única reacción. No hubo cambio en su expresión. Ninguna sonrisa. Nada excepto esa pequeña bajada de pestañas. Pensó que quizás había tragado, pero él giró la cabeza ligeramente, sus peculiares ojos claros vagando por su cara, viendo dentro de ella, viendo cuan vulnerable se sentía, más mujer que soldado, medio avergonzada, medio hipnotizada.

Se dio cuenta de que él no había alejado el brazo. Era como tocar a un tigre, una experiencia salvaje y estimulante. Engatusó su cooperación con esa pequeña caricia, la almohadilla del pulgar acariciando suavemente de aquí para allá sobre esas terribles e implacables cicatrices, evitando que girara y quizás la matara con un golpe, o se marchara corriendo a la maleza, para siempre perdido antes de que ella pudiera descubrir sus secretos y conocer al hombre detrás de la máscara. Él tembló, la más pequeña de las reacciones, pero ella la sintió, lo bastante como un salvaje depredador estremeciéndose bajo un primer toque.

Él giró la mano, envolviendo sus dedos alrededor de los suyos, acallando efectivamente sus esfuerzos. Otra vez, ella fue golpeada por la gentileza de su toque. No había conocido gentileza en su vida. Nunca había tocado a otro ser humano de la manera en que lo tocaba a él. Miró hacia abajo a sus manos unidas y vio las cicatrices subiendo por su brazo y su manga. El momento parecía de algún modo surrealista y lejano a ella. Su vida había sido llenada con entrenamiento y ejercicio, un estrecho túnel de habilidad y poco más que el deber. La vida de él parecía exótica y misteriosa. Había una riqueza de conocimiento detrás de esos fríos ojos. Había algo caliente y peligroso ardiendo bajo el glaciar de hielo que la llamaba.

El pulgar se deslizó sobre la sensible piel del interior de su muñeca. Una simple caricia. Ligera como una pluma. Ella sintió el espasmo en su matriz. Su toque era eléctrico. La seda lisa de su piel en contraste con las violentas cicatrices de él. Ella no estaba sin defectos, pero ese pequeño toque la hizo sentirse perfecta y hermosa cuando nunca se había sentido de esa manera. No estaba entera ni completa, pero él la hacía sentirse así cuando nada lo había hecho.

Donde el pulgar pasaba por su piel, diminutas llamas lamían y se extendían hasta que sintió la quemadura ascendiendo a sus pechos y bajando hasta la unión entre sus piernas. Un toque. Eso era todo y ella era totalmente consciente de él como hombre y de si misma como mujer. Arrancó la mano, afligida por la ruptura del contacto, pero atemorizada de revelar demasiado de si misma.

Su mirada permaneció fija en la suya como si él la mantuviera allí despiadadamente, en el punto de mira brillante. Trató de no estremecerse, trató de no humedecer sus repentinamente secos labios. Había sido interrogada cientos de veces, más incluso, y nunca se había sentido tan nerviosa.

– ¿Por qué quieres matar al senador? -Su voz era templada, no acusadora, la inflexión casi suave.

La pregunta la sacudió. Le miró fijamente, frunciendo el ceño, tratando de asimilar por qué preguntaría tal cosa.

– Tú estabas allí para matar al senador. Estábamos protegiéndole.

– Si tu estabas allí para protegerle, ¿por qué todo tu equipo le dejó atrás cuando te capturamos?

Se mordió el labio. No sabía como podía estar él genéticamente realzado sin ser parte de su unidad, una unidad especial del ejército designada para operaciones secretas, pero nunca le había visto antes. Y él estaba realzado. Podía sentir la fuerza y el poder en él incluso sin contacto físico.

– No puedo responder a eso -dijo verdaderamente.

– ¿No estabas allí para asesinar al senador?

– No, por supuesto que no. Éramos su equipo protector.

– Un equipo protector no se retira y abandona al cliente cuando uno de su equipo ha causado baja o es capturado. Tu unidad hizo justamente eso.

– No puedo responder por mi unidad.

– ¿Por qué pensaste que estábamos allí para matar al senador?

Sin su toque, el dolor la rodeaba otra vez. Su pierna lo bastante mal herida como para traer lagrimas ardientes detrás de los ojos. Se arriesgó a mirarla. La pierna estaba hinchada, pero había sido atendida. Sus ropas habían sido cortadas, lo cual quería decir: no armas escondidas. Solo llevaba una larga camiseta y su ropa interior.

– ¿Voy a perder la pierna?

– No. Nico trabajó en ti antes de que el doctor llegara. Estarás bien. Tu mano también está rota. No me diste mucha opción. ¿Por qué trataste de matarte si estabas aquí para proteger al senador?

– No puedo responder a eso.

Ningún parpadeo de impaciencia cruzó su cara. Él no parpadeó, mirándola atentamente con ojos fríos y helados. No tenía miedo de él del modo en que sabía que debería.

– Déjame ayudarte a sentarte. Te hemos dado fluidos, pero no debes intentar beber sola. Perdiste mucha sangre.

Antes de que pudiera protestar, deslizó un brazo bajo su espalda y la ayudó a sentarse, arreglando las almohadas detrás de ella.

Ella respiró su olor y sintió al instante una corriente eléctrica entre ellos. Juró que pequeñas chispas bailaban sobre su piel. Su gentileza la desarmó. Era un autentico asesino. Ella había sido soldado toda su vida y reconocía a un letal depredador cuando lo veía, pero cuando la tocaba, no había signos de agresión o la necesidad de tratar brutalmente o dominar. Simplemente la ayudaba cuando podría haber retrocedido y mirar su lucha.

– ¿Ken? -La voz vino de la otra habitación y su captor dio media vuelta para encarar la puerta-. Briony dice que traigas a su hermana y le envía su cariño.

Ella miró al hombre parado al lado de la cama y su corazón casi se paró. La cara del hombre parado en la puerta era todo lo que debería haber sido la de Ken. Fuerte. Guapa. Clásicamente hermosa. Era la cara que había imaginado en un ángel vengador, la estructura ósea, las líneas y la perfección masculina. El extraño tenía los mismos ojos, la misma boca. Había evitado mirar demasiado a la boca de Ken porque podría haberse quedado fija en ella. La cicatriz que estropeaba la plenitud suave de sus labios desde el labio superior al inferior y abajo por el mentón en una línea recta, tenía la misma precisa simetría que las otras cicatrices que tenía.

El hombre en la puerta se paró.

– No me di cuenta de que estaba despierta.

Ken se giró hacia ella, su brazo sosteniendo todavía su cuerpo, mientras cogía un vaso de agua.

– ¿Puedes arreglártelas con una mano?

Podía disparar un arma o lanzar un cuchillo con una mano. Ciertamente podía beber agua, pero teniendo a Ken cerca de ella era intoxicante. Nunca había sido intoxicada antes tampoco. Le permitió sostener el vaso contra sus labios. Sus manos eran rocas estables. Ella temblaba. Lo que fuera que estaba afectándola, ciertamente no le hacía lo mismo a él.

Mari vaciló, mirando fijamente al líquido claro con un repentino pensamiento de que ella era una prisionera y ellos querían información. Como si le leyera la mente, Ken llevó el vaso a sus labios y tomo un largo sorbo. Ella miró el vaso contra su boca, la manera en que su garganta trabajaba mientras tragaba, y no pudo evitar notar esas mismas horribles cicatrices en su cuello y, todavía más abajo, bajo la camisa. ¿Adónde más llegarían?

Le dejó ponerle el vaso en los labios, sorprendida cómo de buena podía saber el agua. No se había dado cuenta de que estaba tan sedienta. Mientras bebía, tuvo que forzar a su mente a apartarse de Ken. Lo saboreó en el vaso, le sintió a través del fino material de la camiseta, o quizás era su camiseta. Quizás eso era por lo que lo sentía impreso profundamente en sus huesos.

Sostuvo el vaso contra su frente, luchando por respirar. Con cada aliento que llevaba a los pulmones un dolor agudo le apuñalaba el pecho.

– Tienes suerte de estar viva -dijo Ken, tomando el vaso y poniéndolo en la mesilla junto a la cama-. Si no hubieras estado llevando dos chalecos, estarías muerta en este momento.

Cami había insistido en que llevara dos chalecos. Tendría que recordar agradecérselo a su amiga. Tocó el lugar dolorido.

– ¿Fuiste tú?

– Apuntaba a tu ojo. Te moviste mientras apretaba el gatillo.

– Me figuré que dispararías tan pronto como supieras donde estaba. Seguí rodando, pero me heriste con ambos disparos.

– No te maté. -Señaló, su voz templada-. Y eso es una cosa rara.

Ella parpadeó, viendo la belleza de su cara cuando él quería que viera su máscara. Sabía que se ocultaba detrás de la máscara de completa indiferencia. Se ocultaba a si mismo donde nadie podía llegar a él y porque le importaba, no tenía ni idea. Tenía obligaciones y tenía que escapar tan rápidamente como fuera posible. Solo sabía que no quería sumarse a las cicatrices de este hombre.

– Afortunada de mí. No te maté y eso debería ser más raro.

Levantó una ceja, la única sin una cicatriz blanca cortando los pelos negros.

– Realmente, fue Jack quien casi te hirió. ¿Necesitas un analgésico?

Mari negó con la cabeza.

– Me has dado algo. Estoy flotando. ¿Cuán malo es lo de la pierna?

– Digamos apenas que vas a tener que aplazar tus planes de escape durante un ratito.

¿Le estaba leyendo la mente? Era posible. Ella era una fuerte telépata; quizás él también. Quizás tocándola le permitía entrar en su mente. El pánico se arremolinó en su vientre, su estómago revolviéndose. El Dr. Whitney había experimentado en los soldados con la idea de crear un único equipo de operaciones secreto capaz de entrar y salir con sigilo de las situaciones, y manejar cualquier problema que surgiera, incluido el interrogatorio. Con la habilidad psíquica correcta, quizás solo sería necesario tocar a otro para extraer la información requerida.

– No lo hago.

– ¿El qué?

– No estoy leyendo tu mente.

Ella parpadeó.

– Si no lo haces, ¿cómo sabías lo que estaba pensando?

– No tienes una cara de póquer y conozco a tu hermana muy bien. -Su mirada se clavó en la suya manteniéndola-. Ella tiene un montón de las mismas expresiones.

El puñetazo le robó el aliento, le robó cada brizna de aire en sus pulmones. ¿Cómo sabía que tenía una hermana? ¿Quién era él? Se sintió enferma, la bilis subiendo tan rápido que presionó el dorso de la mano contra su boca. ¿Había hablado cuando estaba inconsciente? No sería usada para capturar a su hermana. Nunca.

– ¿Mi hermana?

Incluso mientras resonaban sus palabras, recordó a Jack llamando a su hermano. Briony dice que lleves a su hermana a casa. Briony no era un nombre común. ¿Cómo lo sabían? Ni siquiera le había contado a Cami sobre Briony. Guardaba los recuerdos de Briony celosamente, temerosa de que Whitney se los quitara.

Permaneció muy quieta, haciéndose más pequeña en la cama. Quizá estaba a su merced justo en ese momento, pero la subestimarían, especialmente por la manera en que estaba actuando alrededor de Ken. Habría un momento, cuando se volverían complacientes, cuando olvidarían que era un soldado entrenado; en el que podría escapar.

Se extendió telepáticamente llamando a los otros miembros de su unidad, esperando que alguien estuviera en la frecuencia. A veces, cuando estaban todos conectados podían extenderse lejos, millas incluso, pero la mayor parte del tiempo tenían que estar bastante cerca.

Ken presionó varios dedos en las sienes, frotándolos como si dolieran.

– Para. Cuando te extiendes hacia tus amigos, suena como abejas zumbando en mi cabeza. No solo es molesto sino que puede ser doloroso.

Se sonrojó, incapaz de evitar que el color alcanzara sus mejillas.

– Lo siento. No quería herirte. -Miró a Jack. Estaba mirando a su hermano, su expresión cautelosa, por qué, no podía decirlo-. Estaba verificando.

– Apuesto a que lo hacías -dijo Jack-. Ken, ¿por qué no te tomas un momento, yo tendré una pequeña charla con nuestro huésped?

La tensión en la habitación se disparó perceptiblemente. Ken se giró lentamente, las manos a sus costados. No había nada abiertamente amenazador en sus maneras, pero el corazón de Marigold empezó a latir con alarma. Se estiró sin pensar, sus dedos deslizándose por el brazo de Ken. Sintió sus músculos ondulando bajo el fino material de su camisa y entonces las puntas de sus dedos se deslizaron sobre la piel tibia y se quedaron allí. Podía sentir las cicatrices contra su suave palma. Otra vez la conciencia realzada de él como hombre y ella como mujer se disparó a través de ella.

Ken se detuvo, permitiendo que los dedos se envolvieran alrededor de su muñeca, pero no se giró. Encaró a su hermano, y Mari miró a la ventana, tratando de ver su expresión. En el cristal, sus cicatrices no se mostraban y podía ver la misma belleza masculina que estaba tallada tan exquisitamente en la cara de su hermano. Su corazón emitió una curiosa sensación fundente. Tenía el extraño deseo de enmarcar esa cara con sus manos, de besar cada cicatriz y decirle que ninguna de ellas importaba. Pero sabía que lo hacían. Algo mortal yacía bajo la superficie de la destrucción, y de alguna manera estaba atado a cada una de esas terribles marcas hechas en la carne y el hueso.

Jack extendió las manos delante de él, manteniendo la palma derecha hacia arriba.

– Era una sugerencia.

– Puedo manejar las cosas aquí, sin ningún problema -dijo Ken.

Jack se encogió de hombros y salió de la habitación.

– ¿Qué fue eso? -preguntó Mari.

Ken se volvió hacia ella, su cara tan inexpresiva como siempre.

– ¿No lo sabes?

¿Lo sabía? Mari estaba tan confundida con su reacción hacia él, con su conducta y el hecho de que no sufría un terrible dolor mientras estaba cerca de él que no podía pensar con la cabeza clara. Él había admitido que le había dado analgésicos: quizás le estaban haciendo pensar borrosamente, porque nada tenía sentido.

A menos que… No podía ser. Lo sabría, ¿verdad? Su boca se secó con el pensamiento de que Whitney la había emparejado de alguna manera con este hombre. Los dedos se apretaron alrededor de su muñeca.

– Ven más cerca de mí.

Whitney tenía muchos, muchos experimentos y el peor era combinar parejas… su programa de cría. Fue por eso por lo que había convencido a los otros de su unidad de dejarla unirse a ellos una vez más para que pudiera hablar personalmente con el senador.

Violet la conocía. Violet respondería por ella. Hablando con el senador y pidiendo, rogándole que interviniera era la única manera de que ella y las otras mujeres pudieran continuar cumpliendo su deber como soldados. Y si ella no volvía al recinto, demasiadas personas iban a resultar heridas.

– Lo sabes -dijo él, su voz suave.

Ella cerró los ojos y apartó la mirada. Había sido entrenada como un soldado casi desde el día en que había nacido, y estaba orgullosa de sus habilidades. Pero de repente, Whitney había sacado a las mujeres de las unidades y las llevó a una nueva localización, un nuevo centro de entrenamiento, y se habían convertido en virtuales prisioneras. Whitney había emparejado a algunos de los hombres con las mujeres usando alguna clase de aroma de compatibilidad. Era más complicado que eso, pero había visto los resultados y no eran muy agradables. Los hombres estaban obsesionados, si las mujeres respondían o no a ellos. Y no parecía importarle a la mayoría de ellos de una manera o de otra. Ella y las otras mujeres habían conspirado para conseguir que una de ellas saliera del recinto para acercarse al Senador Freeman y Violet con la esperanza de que cerrara la operación de Whitney y las devolviera a sus unidades.

Mari nunca había estado atraída por cualquiera de esos hombres a los que conocía y respetaba, y ahora estaba fascinada por un total extraño, su enemigo, un hombre que la habría matado. No estaba solo atraída; el sentimiento lo abarcaba todo. Quería aliviar sus heridas. Necesitaba encontrar una manera de llevarse la soledad absoluta que veía en él.

De alguna manera Whitney la había emparejado con este hombre. Él no actuaba como si fuera recíproco, y Mari estaba avergonzada de si misma. Detestaba a los hombres del programa de cría por su falta de disciplina y control, y ahora ella estaba actuando casi tan mal. Era una situación horrible y una que no iba a ser fácil de vencer.

¿Qué quería ella de todos modos? ¿Dormir con él, justo como los hombres hacían con ella? ¿Pensaba que él iba a caer enamorado como un loco de ella? No había tal cosa. El amor era una ilusión. Según Whitney, era su deber dormir con sus compañeros para tener un niño. Hasta ahora, se había resistido, y había sido castigada en numerosas ocasiones, pero la idea de la intimidad con Brett, de todos los hombres -una bestia viciosa de hombre quien disfrutaba inflingiendo castigos- era un poco demasiado para su vena terca.

Ken no se había alejado de ella, y le dejó ir, el calor de su piel quemaba en su palma. Él se negaba a apartar la mirada. Podía sentir su mirada en ella, y sacudió la cabeza.

– Conoces a Whitney -dijo él.

– También tú. ¿Por qué no nos conocemos? -Levantó sus pestañas, y rogó en silencio que estuviera equivocada, que él no iba a tener ningún efecto en ella. Los ojos se encontraron con los suyos y su estómago dio ese estúpido salto que estaba empezando odiar. El hormigueo de la comprensión se extendió, convirtiéndose en una ráfaga de calor que hizo que sus pechos se apretaran. Quería llorar. Estaba mal manipular a alguien sexualmente, incluso a soldados educados en el deber y la disciplina.

– Whitney tiene varios experimentos en marcha. Estamos solo empezando a entender cuantos. Adoptó a varias niñas de países extranjeros y experimentó con ellas. A pesar de su autorización, nadie iba a autorizar eso, así que mantuvo a las niñas ocultas usando varios medios. Briony fue adoptada por una familia, pero la mantuvo vigilada, insistiendo en planear su educación y entrenamiento al igual que enviando a su médico privado para controlar su salud. La conocí hace unas pocas semanas.

Ella trató de no reaccionar. Podía ser una trampa, un montaje. Otra prueba. Whitney a menudo los probaba y si fallaban, las consecuencias eran horribles. No dijo nada, solo le miró fijamente. La máscara no revelaba nada. Era buena leyendo a la gente pero no a él. Ni siquiera tocarle le daba información, solo una extraña y calmante paz. Y no debería sentirse en paz; debería sentir alerta. ¿Podía ser una nueva clase de droga para interrogar? Casi deseaba que lo fuera. Temía que fuera el principio de una adicción a un hombre, y eso simplemente no era aceptable.

– Sois gemelas idénticas, obviamente. Se parece a ti.

Mari apartó la cara, sabiendo que no podía ocultar su expresión. Había deseado información sobre su hermana durante años. Ahora, aquí estaba, si podía creerlo. Caído justo en su regazo, y ¿no era una gran coincidencia? Se mordió el labio para contener una contestación sarcástica. Tenía que ser un montaje. No había manera de que pudiera conocer casualmente a este hombre y de que conociera a su largamente perdida hermana. Pero incluso si estaba mintiendo, estaba demasiado hambrienta de noticias de Briony que quería que siguiera hablando, y eso era simplemente patético.

– ¿Estás escuchando?

Por supuesto que escuchaba.

– Me gustan los cuentos de hadas.

– Puedo parar entonces. No me gustaría aburrirte.

Se alejó unos pasos, de vuelta a las sombras, lejos de la luz. Era el primer movimiento inquieto que le había visto hacer, cuando él estaba tan en control. El movimiento le recordó a un gran tigre enjaulado, paseando con impaciencia y frustración. Él necesitaba estar fuera, en las montañas, lejos de la civilización. Era demasiado salvaje, demasiado depredador como para estar enjaulado en una casa.

– Estaba disfrutando de la historia. -¿Había rebelado demasiado, o se las había arreglado para sonar como si eso fuera todo lo que era para ella, un cuento de hadas? Quería que volviera, le quería más cerca. Tan pronto como se retiró, el dolor la tragó-. Eres un ancla -dijo.

Sin un ancla para contrarrestar los contragolpes psíquicos, estaba siempre abierta de par en par a los asaltos. Como alguien nacido autista, no tenía los filtros necesarios para evitar que su cerebro estuviera bajo los constantes ataques de todos los estímulos a su alrededor. Se dio cuenta de que él estaba controlando eso para ella.

– Si. También Jack.

Jack. El atractivo. El único que tenía la cara de Ken. ¿Cómo se sentía estando al lado de su hermano cada día, mirando la cara que debería haber tenido? Tenía que doler. No importaba cuan estoico fuera, no importaba cuanto quisiera a su hermano, tenía que mirar esa cara y sentir dolor.

Mari le estudió mientras inclinaba una cadera perezosamente contra la pared distante, allí en las sombras. Estaba segura de que era un lugar donde estaba más cómodo. ¿Se daba cuenta de que las cicatrices no eran tan obvias como a la luz deslumbrante? ¿De que cuando la oscuridad le tocaba, su cara era casi tan atractiva como la de Jack? Lo dudaba. Era partidario de las sombras porque podía desaparecer en ellas.

– ¿Y Jack conoce a esta Briony que afirmas que es mi hermana?

Él suspiró.

– ¿Vamos a jugar?

– Eres un soldado, probablemente de operaciones especiales. ¿Cuánto estás dispuesto a entregar? Ni siquiera tu nombre, rango y número de serie. No existes en el ejército, ¿verdad?

– Sé tu nombre. Es Marigold. Tu hermana me lo dijo. Sufre tremendo dolor cuando trata de recordarte, porque Whitney manipuló sus recuerdos. Ha estado frenética tratando de encontrarte. Whitney mató a sus padres adoptivos cuando se negaron a permitirle ir a Colombia. ¿Sabes por que estaba tan decidido a que ella fuera allí? -No esperó por la respuesta-. Quería que se encontrara con Jack. Quería que le conociera y así él podría continuar con su último experimento. Quiere su hijo.

Su corazón latió fuertemente en su pecho y la bilis subió otra vez. Esta vez no podría pararla.

– Voy a enfermar.

Estuvo allí en un instante, entregándole una pequeña palangana. Era humillante estar en la cama vomitando las entrañas bajo su penetrante mirada. Quería gritarle que se fuera y la dejara así podría rabiar por la injusticia, y la traición. Había sacrificado todo por mantener a Briony a salvo. Todo. Había aguantado su vida estéril, viviendo sin una casa o una familia, no viendo nunca el exterior del recinto a menos que estuviera en una misión, el entrenamiento castigador, la disciplina y los experimentos, todo eso. Lo aguantó sin protestar para que Briony pudiera tener una vida en algún lugar. Ese fue el trato que había hecho de niña, con el diablo. Le había prometido que si cooperaba, Briony podría vivir una vida de ensueño. Podría tener un cuento de hadas. Amor. Risas. Familia. Se suponía que Briony tenía todo eso.

Ken le entregó una tela mojada para limpiarse la boca. No se encontró con esos ojos brillantes. No podía. Si estaba diciendo la verdad -y de repente sospechaba que así era- toda su vida había sido una mentira, y si Ken veía su cara justo entonces, lo sabría.

Whitney no cuidaba de los soldados que albergaba en sus recintos. Le había vigilado mientras él hacía sus observaciones sobre todos ellos, sus fríos ojos de serpiente excitados y fanáticos cuando conseguía sus resultados, y enfadados y malévolos cuando no. No eran reales para él -no eran personas- solo sujetos de prueba.

– ¿Se conocieron en Colombia? -Su voz era un susurro, un sonido estrangulado que estaba demasiado cerca de las lágrimas. Las lágrimas eran una debilidad… una que los soldados no consentían. ¿Cuán a menudo había oído eso cuando era una niña? Los soldados no jugaban. Los soldados eran deber, privaciones y habilidades.

– No. Sus padres se negaron a permitirle ir y él los asesinó. Ella entró justo después y los encontró. -Su voz era suave, como si supiera que estaba hiriéndola con el relato-. Tiene hermanos, pero como tu, necesita un ancla. Vivir en cercana proximidad sin una, era un infierno para ella a veces. Particularmente cuando era niña, antes de que fuera lo bastante fuerte para construir algunas pequeñas protecciones.

Mari asintió. Sabía lo que era ser bombardeada con demasiadas emociones, y un niño viviendo en una casa con padres y hermanos habría tenido dolores de cabeza, desmayos, quizás incluso derrames cerebrales.

– Lo hizo con el propósito de ver cuan dura sería, ¿verdad? Yo estuve en un ambiente controlado y estéril, y ella fue llevada a una casa caótica y concurrida. Quería comparar como lo manejábamos.

– Eso es lo que creemos.

– Y quería que tuviera al bebé de tu hermano porque él es genéticamente realzado, ¿verdad?

Ken asintió.

– Si. Creemos que te quería a ti embarazada al mismo tiempo.

Otra vez no hubo inflexión en su voz, ningún cambio de expresión, sus ojos fríos completamente insondables, los suyos hicieron una mueca de dolor, presintiendo el peligro extremo. Era extraño que nunca se moviera, ni siquiera un músculo ondulara, pero el aura de peligro, la tensión de la habitación parecía crecer a veces como si ella apenas pudiera respirar, esperando el desastre. Había estado alrededor de soldados genéticamente alterados durante la mayor parte de su vida -ella misma lo era- y algunos, como Brett, eran crueles; otros eran hombres que ella respetaba, pero todos ellos eran peligrosos. Solamente acababa de sentir algo más en Ken. No podía poner su dedo exactamente en lo que era, pero sabía que nunca querría entrar en combate contra él otra vez. Había tenido suerte.

– ¿Mari?

La manera en que dijo su nombre la sacudió. Una caricia. Un roce de terciopelo. Creaba intimidad cuando no había ninguna. Siempre sonaba tan suave. Los hombres no eran suaves. Los soldados no eran suaves. Los hombres como Ken, depredadores, cazadores, no eran suaves. ¿Cómo podía hacerla sentir tan vulnerable con solo su voz?

– ¿Qué quieres que diga? Si, tienes razón. -Debería haber mantenido su boca cerrada. Cualquiera habría oído la tensión, la ira, el temor reprimido y el dolor. Su vida había sido un infierno desde que Whitney había decidido emparejar a mujeres genéticamente alteradas con soldados. No le preocupaba si las mujeres querían a los hombres; de hecho, parecía encantado viendo cuan lejos estaban los hombres dispuestos a llegar para conseguir la cooperación de las mujeres. Todo estaba meticulosamente detallado y documentado. Y a hombres como Brett no les gustaba fallar.

– ¿Intentó forzar la cooperación de las mujeres?

Suprimió una pequeña risa histérica. Era una manera suave de decirlo.

– Whitney no lo pondría de ese modo. Crea una situación y se sienta detrás a observar. No es lo suficientemente sucio como para forzarnos. Deja eso a los hombres. -Presionó los labios juntos y se dio la vuelta. ¿Cómo podía estar revelando información? Información personal, esencial. Tenía que estar drogada.

– Whitney es un bastardo de primera clase. -Ken se movió, un ondular de músculos, un deslizar de silenciosos pasos por la habitación hasta que estuvo una vez más a su lado y pudo respirarle en sus pulmones.

Su palma estaba fría en su frente mientras le retiraba el cabello.

– Falsificó su propia muerte y ha ido bajo tierra. Alguien en lo más alto le ayuda. Después de que Jack encontrara a Briony…

– ¿Cómo? Todo esto parece una coincidencia demasiado grande para tragarse. Ha ocurrido que tú eras el tirador cuando suponíamos que protegíamos al senador. Fallaste cuando probablemente nunca has perdido en tu vida.

– No fallé.

– Fallaste.

El Fantasmas de una sonrisa tiró de su boca. Sus dientes blancos destellaron. El efecto fue impresionante. El estómago dio un salto mortal. Incluso sus dedos rotos sintieron un hormigueo, dedos que él había aplastado. Recordó el rápido ataque, tan rápido que él parecía una mancha en movimiento. Incluso aunque había tratado de cumplir sus promesas a las otras mujeres, había admirado su eficiencia.

– Dime -instó ella.

– Empezó con el Senador Freeman. Volaba sobre el Congo, sobre territorio enemigo, y su avión bajó. Misteriosamente. El General Ekabela, quien era célebre por torturar prisioneros no tocó al senador, al piloto, o a cualquiera que viajara en el avión. Como mínimo el piloto debería haber sido asesinado. -Esperó un momento, dejando que las implicaciones penetraran-. Se suponía que Jack lideraría una misión de rescate y sacaría al senador. Las órdenes vinieron pero Jack estaba todavía en Colombia. Se topó con inconvenientes allí, así que tomé su lugar.

– Lideraste el equipo en territorio enemigo para liberar al senador y a su gente, pero las cosas no salieron bien. -Su mirada vagó por las terribles cicatrices.

– Estaban esperándonos. Nos tendieron una emboscada y quedé aislado de mi unidad. Estaban definitivamente detrás de mí, dejándome solo y enviando a tantos soldados que no tuve ninguna oportunidad. Mis hombres liberaron a los prisioneros y yo fui capturado.

Otra vez, le chocó la completa falta de inflexión en su voz. No mostraba ninguna emoción cuando ella sentía las emociones como un volcán furioso agitándose bajo la tranquila superficie. No podía imaginar lo que tenía que haber sido el dolor, o el miedo.

– ¿Cuánto tiempo te tuvo?

– Una eternidad. Sabía que Jack vendría a por mí. Más tarde averigüé que habían sido hechos tres intentos de rescate, pero los rebeldes me movían constantemente de un campo a otro. Cuando Jack me encontró, estaba en bastante mala forma. No recuerdo nada excepto ver su cara. No habían dejado mucho de mí.

– ¿Ekabela te cortó?

– Me cortó en pequeños trozos y entonces despellejó mi espalda. La peló, como esos ciervos en el porche del senador.

– Así que tenías razones para que querer muerto al Senador Freeman. -Hizo la declaración en voz baja, mirando su cara en busca de una reacción.

– Todavía lo quiero muerto.

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