Sintiéndose somnolienta y completamente satisfecha, Mari despertó para encontrarse envuelta en los brazos de Ken. Su cuerpo apretado contra el de ella, su erección presionando contra su trasero. No podía creer que pudiera estar duro nuevamente y preparado, pero la idea la excitó. La había montado toda la noche, una y otra vez, su voz gruñendo ásperas órdenes en la oreja. Sus manos totalmente tan exigentes como su boca y cuerpo, como si no pudiera jamás tener suficiente. No quería que tuviera suficiente jamás. Antes de que se pudiera mover, acarició la palma de la mano sobre la tentadora erección, su risa suave le hizo cosquillas en la oreja.
– Sal pitando de aquí, Briony. Eres una malcriada. Estamos durmiendo.
– Habéis estado durmiendo durante horas. Quiero conocer a mi hermana.
El corazón de Mari palpitó, pero no pudo alzar la vista. No importaba. Se la secó la boca y se le revolvió el estómago.
– ¡Jack! Maldición. Estoy desnudo aquí y esto simplemente está mal. Tu mujer no tiene ningún sentido del decoro.
– Deja de ser un crío. Sólo estoy mirando a mi hermana, no a ti, no te halagues a ti mismo.
Ken rió y el sonido atravesó a Mari como un tsunami, anudándola el estómago con algo demasiado próximo a los celos. Reconoció el sentimiento aunque nunca lo había experimentado antes. Ken no reía tan a menudo, pero podía oír el sencillo cariño en la voz. Genuinamente se preocupaba por Briony, y Ken no se preocupaba por mucha gente. Nunca se le había ocurrido a Mari que pudiera sentirse celosa de otra mujer… en especial, cuando esa mujer era su hermana embarazada.
Avergonzada, tomó un profundo aliento para calmarse. La vida se estaba sucediendo demasiado rápido para ella. Había querido ver a Briony toda su vida, hasta ahora, enfrentada con la realidad, estaba asustada. Mari se obligó a alzar la mirada, a sonreír, pretender que el corazón no le estaba moviendo ruidosamente en el pecho y que una palabra equivocada, una mirada desaprobadora la quebraría… la destruiría.
Briony era pequeña, con cabello de platino y oro. Lo llevaba un poco más largo que Mari, un estilo un poco más ligero. La enmarcaba la cara y atraía la atención hacia los grandes ojos oscuros. Tenía una barriguita obviamente redondeada, pero el resto de ella permanecía delgado. Mari miró a su hermana, atónita de cómo se parecían, y aún así qué diferentes al mismo tiempo. Briony era todo lo que no era ella. Suave. Femenina. Se notaba claramente. Incluso su cuerpo era sutilmente diferente, y no tenía nada que ver con el embarazo. Tenía cuervas más suaves, donde los músculos de Mari eran pequeños, pero definidos.
Briony parecía estar teniendo problemas en mirarla, manteniendo su concentración en Ken.
– Eres tan perezoso. Sal de la cama, Ken. Esperé y esperé.
Le arrojó una almohada a Briony.
– No has esperado lo suficiente. ¡Y mírate! Tú barriguita es más grande que una pelota de playa.
Briony le tiró de vuelta la almohada.
– Eso no es lo que una mujer embarazada quiere oír. ¡Sal de la cama y tráeme a mi hermana afuera ahora! -Su mirada cambió hacia Mari, lágrimas nadando en sus ojos. Contuvo un sollozo y se giró y salió corriendo de la habitación.
Ken le dio la vuelta a Mari para encararla, sus pechos presionados estrechamente contra su pecho, el muslo estirado despreocupadamente sobre los suyos, la inmovilizó bajo él.
– Estás temblando, cariño. Tú no le dijiste ninguna palabra y ella no te dijo nada. Habla conmigo.
Meneó la cabeza.
– Es perfecta. Sabes que lo es. Es tan femenina.
Ken contuvo la primera reacción e inclinó la cabeza hacia sus pechos. Los dientes tiraron y provocaron, la lengua deslizándose por la cremosa piel.
– Eres la mujer más hermosa que jamás haya visto, Mari. ¿Seguramente no puedes pensar que no le gustas?
Tembló y atrajo su cabeza hacia ella. La hacía sentirse hermosa y querida. Permanecer en la cama con él parecía su único recurso.
– Nunca he estado tan asustada de conocer a alguien en mi vida.
La boca hurgaba entre los pechos, abriendo un camino de fuego subiendo su garganta y barbilla hasta la comisura de sus labios.
– Lo harás bien. Toma una ducha rápida e iremos juntos. Estaré justo allí contigo.
Tenía el cuerpo deliciosamente dolorido. Se desperezó lánguidamente, rozándose contra él, piel contra piel, amando la sensación de estar contra él. Le dio el coraje que necesitaba para tomar el control de su vida, y este era el día más importante. Briony había sido tan importante para ella. Mari la había convertido en una fantasía. Cualquier cosa que siempre había querido ser (cualquier cosa que quiso tener, hacer) Mari había imaginado todo ello para Briony. Mari no tenía nada salvo una dura, fría y muy disciplinada vida, y quería el mundo para Briony.
Deslizó los brazos alrededor de Ken y le abrazó con ferocidad. Se sentía casi desesperada, queriendo encajar en su mundo pero sabiendo que no lo haría. Briony encajaba. Viendo que lo había hecho claramente. Mari era un soldado. Era su modo de vida. Ken no la veía como un soldado; la veía como suave y amable, y la realidad estaba muy lejana de esa imagen.
Al final, Briony era una extraña para ella. Si Briony no podía aceptarla con todos sus defectos, eso iba a doler, pero estaría bien. Las hermanas habían sido forjadas en el fuego, justo como lo había sido ella. Conocía la disciplina y el deber y cómo era ser capturada prisionera, vulnerable y indefensa. La conocían. La entendían. Y la amaban. Estaban dispuestas a arriesgarlo todo por ella. Su lugar estaba con ellas.
Atragantada con las lágrimas, el corazón afligido, besó a Ken, mordisqueó sus labios y lamió la cicatriz que partía su boca en dos segmentos. Se había enamorado de esa cicatriz.
– Ven conmigo a la ducha.
Ken le hizo el amor, tomándose su tiempo, con el agua salpicándoles, haciendo su mejor intento para ser tan amable como podía mientras la sostenía entre los brazos. No parecía posible que la tuviera con él en su casa, esa vida podría ser realmente buena. Al final, no importaba cuánto lo intentara, el único modo para él, para estar lo suficientemente estimulado para conseguir alivio era una penetración brusca. Escuchó el sonido de las pieles al encontrarse, como la bofetada de una mano, el cuerpo latiendo fuertemente en el suyo cuando estaba tan dolorido de toda una noche de exigencias.
Hundió los dedos en sus caderas, llevándola al suelo donde no había nada dado, donde la penetración fuera profunda y su vaina le apretara estrechamente del modo que necesitaba. Mientras más brusco era, más hinchada y apretada se volvía y más placer sentía. La miró, el agua corría sobre ellos, las yemas de los dedos destacaban en su suave piel, y odiaba su propio cuerpo, odiaba lo que era.
Le deseaba, su cuerpo respondía a todo lo que le daba, empujando la habilidad de aceptar el placer y dolor mezclados juntos para acomodar la lujuria pero, ¿cómo podría jamás amarle cuando era tan depravado y salido? Cuando un monstruo acechaba dentro de él, uno que había vislumbrado. Ella sabía que era capaz de hacerle la vida un infierno, y a pesar de amarla con su cuerpo (adorándola) la podía sentir alejándose de él. Se alzó hacia el chorro, dejándolo manar sobre su cara y que lavara el manojo de lágrimas.
Mari no dijo nada mientras la ayudaba a levantarse del suelo, pero se dio cuenta de que ella parecía como si hubiera estado llorando también. Le presionó un beso en el pecho y salió de la ducha para secarse. Ken se quedó un poco más, deseando que el agua pudiera limpiarlo de nuevo. Lo vio correr dentro del desagüe, deseó que el pequeño riachuelo pudiera llevarse sus pecados con él.
Briony esperaba en la cocina, descansando inquietamente frente a Jack. Se giró cuando Mari y Ken entraron, frunciendo el ceño un poco como una pequeña reprimenda.
Sobre el maldito tiempo. Va a tener una depresión nerviosa.
Ken dio a su hermano una rápida mirada de advertencia. También lo está Mari. Está aterrorizada. No digas nada para ofenderla.
Jack le dedicó una amplia sonrisa. Papá oso está poniéndose todo gruñón alrededor de su pequeño cachorro. De todos modos él posicionó su cuerpo de modo que pudiera proteger a Briony si fuera necesario.
Ken mantuvo su mano en la nuca del cuello de Mari, queriendo darle apoyo. Podía sentir los escalofríos atravesando el suave cuerpo. La mujer tenía el suficiente coraje para diez personas, pero encarar a su gemela por primera vez en años era traumático.
– Briony -dijo Ken suavemente-. Jack y yo prometimos que te traeríamos a tu hermana y lo hemos hecho. Esta es Marigold… Mari.
Los ojos de Briony se llenaron de lágrimas.
– Lo siento. No puedo dejar de llorar. Estoy segura que es el embarazo. Estoy tan feliz de que hayas venido al fin.
Mari simplemente la miró, embebiéndose de ella, casi no podía creer que estuvieran en la misma habitación.
– Mírate. Pareces feliz.
– Estoy feliz. -Briony se secó las fluyentes lágrimas-. Whitney hizo algo a mi memoria, y no puedo pensar sobre mi pasado sin sentir dolor. No podía recordar nada, pero tan pronto como lo hice, traté de encontrarte. -Dio dos pasos más cerca pero se paró de nuevo, temerosa del rechazo.
Mari tomó un paso hacia ella.
– Whitney hizo eso a cualquiera que dejaba el recinto. Le gustaba contarme que sabía donde estabas, y lo que podría hacerte si no cooperaba.
Briony agachó la cabeza.
– Lo siento. Ha debido de ser terrible para ti.
– No -dijo Mari rápidamente-. No lo fue. No realmente. -Dio otro paso hacia su hermana-. No conocía ninguna otra forma de vida, y como un niño, era demasiado excitante. Te eché de menos cada día.
Un riachuelo fresco de lágrimas tornó la cara de Briony en rojo brillante. Jack empezó a cruzar la habitación, pero Mari llegó primero. Reunió a su hermana entre los brazos y la abrazó. Jack se paró, a mitad de camino de su esposa, la garganta trabajándole convulsivamente. Si había una cosa que no podía soportar, eran las lágrimas de Briony.
Ken le dió una taza de café, y se sentaron a la mesa de la cocina mientras sus mujeres estaban juntas, rodeándose con los brazos, en la sala de estar.
Jack se restregó la mano sobre la cara.
– Briony me está matando con sus lágrimas. Espero que Mari pueda hacerla parar.
Ken dentelleó una pequeña sonrisa.
– Te ves un poco pálido, hermanito. ¿Qué vas a hacer cuando se ponga de parto?
– Estoy considerando la idea de dispararme a mi mismo. -Daba golpecitos a la mesa incansablemente-. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo están yendo las cosas?
La sonrisa se esfumó, y por un momento Jack vislumbró dolor deslizándose en las sombras de los ojos de Ken.
– No se va a quedar.
– ¿Seguro?
– ¿Por qué lo haría? Ha conseguido todo por sí misma. No soy exactamente normal. Y no es como Briony, ella no va a aceptar de mi lo que tiene que hacer en todo momento.
Jack casi expulsó café por su nariz.
– ¿Es lo que crees? Briony muy a menudo me dice cómo va a ser, excepto quizás en la habitación, e incluso entonces, le gusta lo que le hago o no lo haría. No te engañes a ti mismo, hermanito, mi mujer pone las normas y la tuya lo hará también.
– Quizás. -Ken no podía contarle a su hermano muy bien lo que conllevaba sentir su piel cortándose en rodajas… aunque quizás Jack ya lo hubiera adivinado. Más de una vez había reparado el daño cuando Ken había sido incapaz de sentir la cuchilla de una sierra atravesándole la mano hasta que era demasiado tarde. No quería llegar ahí y ver piedad en los ojos de Jack-. ¿Oíste algo sobre el senador?
– Está siendo ocultado en un lugar sin revelar. Nadie dice cómo de grave ha sido herido. Nada en las noticias. Ni una mínima cosa sobre que fuera disparado y nada en los medios sobre el laboratorio de Whitney. El general mandó dentro un equipo, pero el lugar está abandonado y todos los documentos parecen estar destruidos. Por supuesto, les llevará semanas peinar todo. Whitney se ha trasladado. -Jack frunció el entrecejo-. Logan llamó por radio la pasada noche para advertirnos que Sean había sido visto por última vez tomando un avión en Montana. Está dirigiéndose aquí. Sabes que lo está.
Ken asintió.
– Estaba seguro que la seguiría, pero no pensé que viniera tan rápido. Coge a las mujeres y vete de aquí, Jack. Me ocuparé de él.
Jack gruñó.
– Como si eso fuera a pasar. Ya he llamado a Logan. Estará aquí en una hora, y él protegerá a las mujeres. Voy a estar apoyándote del mismo modo que lo hacemos siempre.
– Sean no va a parar hasta que ella o él mueran. Lo que quiera que Whitney hiciera a esos hombres les hace creer que tienen derechos sobre las mujeres. No les importa si las mujeres les quieren o no; ella es una posesión.
– Le cogeremos. -Los dedos de Jack tamborilearon contra la superficie de la mesa-. ¿Te has dado cuenta que Whitney no está solo en esto? El padre del senador Freeman está implicado, y Mari dejó caer el nombre de un banquero. Ha visto al menos a dos de los otros, y eso significa que las otras mujeres probablemente los hayan visto también.
– Lo que acrecienta el riesgo para ellas. Whitney y los otros van a quererlas de vuelta por muchas razones. Debería haberme dado cuenta cuando Mari realmente no quería hablar de ellos o dejarme ver cuál era su aspecto cuando estaba pensando en ellos, que ellos planeaban borrarse a sí mismos.
– No puedes condenarlas por no confiar en nadie -dijo Jack.
– No, pero estoy un poco cabreado con Mari. Si me hubiera avisado, podría haber tratado de persuadirlas de que había ayuda para ellas ahí afuera. -Mantuvo la cara apartada de su hermano. Mari estaba pensando en dejarle. Iba a unirse con sus hermanas y seguir con su plan original. Estaba desesperado por encerrarla… pero, ¿cómo?
– Confió en ti con su vida, no sólo con las otras mujeres.
– Hizo eso -Ken asintió, y miró fuera por la ventana mientras sorbía su café.
Una hora después. Logan llegó, con la cara sombría y enfadado.
– Divisé a Sean, estoy muy seguro que era él -dijo-. Se agachó entre los árboles y es demasiado cuidadoso para cometer el mismo error dos veces. No tenía una identificación segura así que no pude sacarle de aquí.
– ¿Cómo de cerca está?
– Cerca, Ken. Se está moviendo rápido. Dime lo que quieres y lo haré.
– Te vas a quedar y proteger a Mari y Briony. Jack va a escalar la montaña y dejar que Sean tome una imagen clara de él. Con suerte pensará que soy yo. Intentaré parecerme a Mari e iré a dar un pequeño paseo, llevándole lejos de la casa hasta el manantial que fluye junto al precipicio. Estoy pensando que hará su intento con Mari. Si no, irá detrás de Jack. De cualquier modo, Jack estará esperando o lo estaré yo.
– Y yo hago de canguro.
– Tienes el trabajo más importante, Logan -dijo Jack, acercándose detrás de ellos-. Si algo le sucede a Briony no seré bueno para nadie nunca más.
– Me siento del mismo modo con Mari -añadió Ken-. Si logra pasar sobre nosotros, tienes que matarle. Sin importar qué, tiene que morir.
Logan asintió y miró a las dos mujeres mientras entraban en la habitación.
– ¿Por qué las caras lúgubres? -preguntó Briony.
Jack tomó su mano con un tirón hasta que su cuerpo más pequeño descansaba contra el suyo.
– Vas a tener que bajar al túnel, Bri. Tenemos un visitante desagradable y no podemos tomar ningún riesgo. Toma tu bolsa de emergencia y vete con Mari y Logan.
Mari frunció el ceño y meneó la cabeza.
– Es Sean ¿verdad? Nos ha encontrado.
– Eso es cierto, cariño, y tienes que empezar a moverte -dijo Ken-. Ve con tu hermana y Logan. Nosotros nos haremos cargo de esto.
– ¿Qué? ¿Piensas que voy a esconderme mientras tú y tu hermano ponéis vuestras vidas en riesgo por mí? Piensa de nuevo -dijo Mari bruscamente, los ojos oscuros destellando. Parecía furiosa-. Sean es mi responsabilidad, no vuestra.
– Ni de coña. Métete en el maldito túnel, Mari, donde no tenga que preocuparme por ti mientras me ocupo de este bastardo.
– Voy a permanecer contigo.
Una alarma lumínica se activó en la casa. Una suave alarma zumbaba. Jack y Ken enviaron a Logan una rápida, dura mirada.
– ¿Una hora? -dijo Jack.
– No tengo tiempo para esto -dijo Ken bruscamente, la voz gélida-. Harás lo que digo. Esto es sobre seguridad, y cuando es una cuestión de seguridad, te pones a la cola, sin discusiones.
– Nadie me controla. Nadie. Whitney no pudo controlarme y estaré condenada si tú lo haces. No voy a esconderme mientras te pones en peligro.
Ken se acercó a ella. Los ojos glaciales.
– Harás exactamente lo que digo cuando lo digo, Mari. No estoy de coña aquí. No voy a dejar que consigas que te disparen de modo que puedas probar tu punto de vista. Esto no es sobre la libertad o lo que quiera que tú creas que es. Sean te quiere de cualquier modo que pueda tenerte. Tiene que pasar sobre mí para hacerlo. Si yo fallo, y Jack falla y Logan falla, serás bienvenida para liquidarlo.
La cara de Mari palideció y retrocedió un paso.
– ¡No te atrevas a mirarme como si estuvieras temerosa de que te pegara! -Ken le agarró el brazo y la sacudió hacia él.
Las manos de Mari se alzaron en una posición ligeramente defensiva.
– Aléjate de mí.
– Eso fue realmente sensible de tu parte -declaró Jack-. Caramba, Ken, ¿Puedes ser más tonto?
Ken ignoró a su hermano y empujó a Mari estrechamente contra su cuerpo.
– La pasada noche estaba tan profundamente dentro de ti que compartíamos la misma piel. Y hoy estás mirándome como si fuera un maldito monstruo. -Miró los propios dedos hincarse profundamente en su brazo, abruptamente la liberó, y miró a su hermano en busca de ayuda.
Jack puso un gran cuidado en no mirar a Briony. Cariño, tú eres el cerebro del equipo. Haz algo rápido.
Sin titubeos. Briony hizo un pequeño sonido de aflicción. Instantáneamente todo el mundo la miró. Enlazó los brazos protectoramente sobre su gran estómago.
– Jack. Estoy tan asustada. La última vez… -Disminuyó.
Instintivamente Mari se acercó a ella.
– Sean no va a acercarse a ti. No hay ningún modo de que eso pase.
– Vinieron la última vez. Mari, con helicópteros, y escapamos por los pelos. No puedo escalar el acantilado ahora. No puedo correr. El doctor me puso en reposo absoluto porque tenía unas contracciones. No puedo luchar esta vez.
– Mari es un muy buen soldado, Briony -dijo Ken-. Es una genial tiradora y la he visto luchar. No va a permitir que nadie llegue a ti.
Mari le disparó una sofocante mirada, pero sonrió consoladoramente a su hermana.
– No voy a dejar que nada te pase a ti o a los niños. Lo prometo. ¿Por qué no te adelantas hacia el túnel?
– Mari… -Ken no tenía ni idea de lo que iba a decir, pero no quería alejarse así. Estaba dudando acerca de quedarse con él, y desde que la había traído a la casa había estado diferente.
– Vete. Termínalo. Necesito otra pistola y un par de clips de munición, sólo para asegurarnos.
– Puedo mostrarte donde está todo -dijo Briony, deslizando la mano en la de Mari.
Ken meneó la cabeza y siguió a Jack fuera de la casa, comprobando el rifle y las pistolas automáticamente mientras escondían las armas a lo largo del jardín.
– Mantén tu mente en lo que ocurre aquí -dijo Jack-. De otro modo eres hombre muerto. Ella no se va a ninguna parte.
– ¿Cómo lo sabes?
– Veo el modo en que te mira. Cualquier loco puede verlo.
– No es como Briony, Jack. No importa cómo lo cortes, en la habitación o fuera, voy a ser rudo con ella. Más temprano o más tarde va a huir de aquí. Y no sé qué haré entonces. -Y no lo sabía. No podía pensar en ella dejándole porque sabía que ella estaba contemplando la idea. La mente se le quedó en blanco.
– Ken. -Jack puso las manos sobre los hombros de su hermano-. Sean es un asesino entrenado. Esto no va a ser fácil. Tienes que mantener tu mente en lo que estás haciendo. ¿Por qué no me dejas intercambiar posiciones contigo? Él no sabrá la diferencia.
Ken meneó la cabeza.
– Estaré bien. Esta es mi guerra, Jack. Cuida de ti allá arriba. Si te ve escalando y piensa que tú eres yo, podría perfectamente ir detrás de ti o intentar eliminarte con un buen y bien situado disparo.
Jack se encogió de hombros.
– Entonces será mejor que estés en posición cubriéndome.
Ken asintió y entró en la tienda, saliendo unos pocos minutos más tarde con una peluca rubia en la cabeza. Se encorvó tratando de hacerse más pequeño, permaneciendo en el grueso follaje de modo que cualquiera que mirara pudiera captar un destello de él. Sean necesitaba ver a Jack, creer que era Ken escalando la cara de la montaña. La ilusión iría más lejos si Mari estuviera caminando entre los árboles por si misma. Ken asumió su posición, sentado en un pedrusco cerca del arroyo, las hojas de helecho a modo de encaje cubriendo la mayor parte de su cuerpo mientras esperaba a que Sean le viera. En todo momento su mirada buscaba la cresta de la colina para asegurarse que el enemigo no estaba mintiendo en esperar para conseguir un blanco de Jack.
Pasaron los minutos. Quince. Pudo ver a Jack moviéndose arriba de la escarpada cara de la roca a su lugar favorito de observación. Para un forastero parecía estar ocupado en un pequeño peñón de escalada recreado. Ken sabía que una vez que Jack estuviera en la cima, se deslizaría en la sombra del acantilado, justo dentro de una magnifica pequeña depresión donde nadie podría divisarle, y él tendría una vista de pájaro de la región de alrededor.
Veinte minutos. Ken curvado, cogió unos pocos pequeños guijarros, y ociosamente los arrojó en el arroyo. La parte trasera de su cuello le picó. Sintió un picor entre los omoplatos. Hubo un susurro de hojas rozándose contra ropa. Sería todo instinto ahora y Ken tenía instintos de supervivencia perfeccionados desde su niñez, cuando su padre entraba en la casa borracho, intentando infligir tanto dolor y daño como pudiera en sus hijos. Sabía que estaba en peligro. Estaba siendo acechado.
Ken se agachó de nuevo como si cogiera más guijarros. Permaneció bajo, barriendo el área con una mirada casual. Hizo un gran espectáculo seleccionando buenas piedras para lanzar. Una ramilla se rompió a la derecha en el estrecho sendero de ciervo que zigzagueaba por las colinas. El sendero tenía un punto favorito para tumbarse en la sombra cerca del arroyo. Ken miró hacia el área donde las hierbas estaban constantemente pisoteadas y vio parte de una pierna de pantalón. Palmeó el cuchillo en su bota mientras se enderezaba el pelo, cuidando de permanecer en medio de los crecidos helechos.
– Hola Mari. -Saludó Sean-. Si te estás muy, muy quieta, puede que deje a todo el mundo vivir salvo a tu amante. Si me das problemas, la primera persona que mataré será a la puta de tu hermana.
Ken se giró lentamente, ocultando el cuchillo junto la muñeca.
– Vigila tu boca cuando hablas de mi cuñada.
– ¡Tú! -Sean frunció el ceño, la ira cruzó rápidamente su cara; entonces su boca se estrechó en una gruñona sonrisa-. Justo al bastardo que quería conocer.
– No eres muy inteligente, ¿verdad? -preguntó Ken, tomando un paso a la derecha para ver si Sean le seguía-. ¿Pensaste que no la protegería?
Sean rodeó a Ken. Ojos incansables buscando el área alrededor de ellos, midiendo la distancia que les separaba.
– Te vi en la montaña, escalando -dijo conversando-. ¿Cómo narices puedes estar aquí arriba?
– Mi hermano, Jack -replicó Ken sin emoción. Toda la rabia había desaparecido, y sintió el inevitable hielo fluyendo por las venas, ralentizando el tiempo muerto, excavando, así que todo lo que vio fue un hombre con dianas pintadas en su cuerpo.
– No puedes tenerla. Sabes que la has alejado de mí.
– Nunca fue tuya. Es su propia persona, Sean. No puedes tratarla como una posesión. Tiene su propia mente y su propia voluntad. -Incluso mientras Ken decía las palabras en alto, el corazón se le hundía. Era tan malo como Sean, intentando retenerla con él cuando sabía que necesitaba volar libre. No podía cambiar su naturaleza nada más de lo que Sean podía deshacer lo que fuera que había permitido a Whitney hacerle.
Sean palmeó su cuchillo.
– Va a ser un placer matarte.
– ¿Realmente crees que va a ser así de fácil? Estas acabado, capullo, y ni siquiera lo haces graciosamente. Debiste amarla una vez, amarla lo suficiente para decidir que podías tomarla… poseerla.
– ¿Cómo tú? Vi lo que le hiciste.
Ken retrocedió lejos del arroyo, atrayendo a Sean hacia terreno abierto, donde Jack podría tener una visión clara de él.
– La amabas tanto que dejaste que aquellos bastardos la desnudaran y la fotografiaran. Dejaste que los médicos metieran los dedos dentro de ella, que la tocaran cuando sabías cuánto lo odiaba. No te la mereces.
Sean lanzó el cuchillo de una mano a la otra, todo mientras rodeaba, forzando a Ken a continuar dando terreno. La sonrisa nunca flaqueó, una pequeña y demoníaca sonrisa, la mirada dura mientras forzaba a Ken a retroceder unos pocos pasos más. Ken estaba seguro que estaba cerca del precario borde del precipicio. Cambió de posición con las puntas de los pies… esperando.
Sean fingió un ataque. Ken no respondió. La sonrisa de suficiencia se apagó un poco.
– Siempre fue importante para mí. Whitney me la prometió.
– ¿En compensación por la traición? ¿Informaste de las conversaciones de las mujeres? ¿Sus planes para escapar? Fuiste el único que le contó que Mari iba a intentar hablar con el senador sobre la repugnante fábrica de niños de Whitney. Estaba muy cabreado sobre eso, ¿verdad? Te dio la dosis más fuerte de Zenith, y tú la inyectaste en ella como el pequeño buen sapo que eres.
Sean siseó mientras soltaba el aliento, fingiendo otro ataque con una rapidez increíble y atacando con una buena pose y movimiento de la cintura y del tronco con unos fluidos puñetazos en giro, Ken se las arregló para sacar de un tirón la cabeza de la trayectoria y meter la barriga lo suficiente para evitar el corte del cuchillo.
– No tenía ni idea de que podía matarla. Dijo que si se hería eso la sanaría. Jamás dejaría que la dañara.
– No, sólo dejaste que un pervertido médico la tocara y tomara fotos para cubrir todas las paredes, así podría masturbarse toda la noche. -Ken se deslizó, una borrosa figura, la muñeca moviéndose rápidamente varias veces, mientras se movió más allá de Sean. Estaba ahora a unos pocos pies del borde del precipicio-. Sólo la moliste a golpes y la violaste. Enfermo, retorcido cabrón.
Sean miró la sangre corriéndole por el brazo, vientre, y pecho. Delgadas líneas se extendían a través de la piel. Juró y embistió de nuevo, esta vez, cuchillo arriba, yendo a por las partes más blandas del cuerpo. En el último segundo Ken giró, permitiendo que el movimiento hacia delante de Sean lo colocara a su lado, la muñeca moviéndose de nuevo. Esta vez la mejilla derecha, el cuello, la cadera, y el muslo ostentaban a lo largo cortes de mal aspecto.
Sean chilló, con la furia ardiendo en los ojos. Se balanceó, un gran hombre, ligero sobre los pies, dando un rápido empujón y continuando con una rápida patada directamente al muslo de Ken. La segunda patada tocó a Ken exactamente en el mismo punto, amortiguando su pierna. Antes de que Sean pudiera retirar la pierna. Ken condujo la punta del cuchillo profundamente en la pantorrilla del hombre, se retorció, y saltó hacia atrás, precariamente cerca del borde del acantilado.
Era una herida particularmente brutal. La sangre salió en anchos arcos, y Sean gritó obscenidades, la desesperación moviéndose en sus ojos.
– Jodido monstruo. ¿Realmente crees que Mari podría querer a un hombre como tú? Quizás si llevaras una máscara que cubriera el espanto de tu cara. -Escupió a Ken, agachándose como para sacar el cuchillo de la pantorrilla, pero repentinamente se irguió, lanzando su propio cuchillo al pecho de Ken.
Ken se movió con una velocidad borrosa, encogiendo el hombro y girando a un lado para evitar el arma. Quemó a través de su bíceps derecho, pelando la piel. Sean siguió al cuchillo, asaltando a Ken, seguro de que su cuerpo más pesado enviaría a Ken por el borde. Ken agarró a Sean con dos manos, una en la garganta, la otra en el antebrazo, fuerza sobrehumana, un tornillo fijamente cerrado, aplastante. Puro terror barrió a Sean. Había estado contando en su propio aumento de fuerza y el odio a este hombre, pero nunca esperó la enorme fuerza del cuerpo de Ken.
Sean luchaba como un animal salvaje, desesperadamente intentando cerrar las piernas debajo de Ken, encontrando dos veces más el punto en el muslo que había pateado. Ken parecía inhumano, ¡un monstruo!
Nada le afectaba, ese agarre estrechándose implacablemente. Ahogado, tosiendo, Sean se impulsó hacia atrás con todo el peso, los pies palpando por un agarre mientras la tierra se desmoronaba y se desprendía bajo él.
El peso del cuerpo de Sean era de pronto un peso muerto al final del brazo de Ken. El agarre en la garganta de Sean era la única cosa que mantenía al hombre de caer. Se miraron uno a otro, Ken de rodillas, intentando encontrar un modo de clavar los pies en la suave suciedad por un agarre, para evitar irse por el precipicio con el enemigo. Sean apretó el brazo de Ken, determinado a que si iba a estrellarse contra las rocas de abajo, llevaría a Ken con él. La sangre hacía que su agarre resbalara, pero la desesperación le dio más fuerza. Hincó los dedos en la piel de Ken. El borde se desmoronó más, envió pedazos rebotando abajo por la cara del acantilado. Ken abrió la mano para permitir que Sean cayera, pero el hombre se agarró de la muñeca con ambas manos.
– Si yo voy, tú también -gruñó-. Súbeme, maldito seas.
– No en esta vida, hijo de puta. Estás fuera de su vida para siempre.
– Así lo estás tú también. -Los dientes de Sean se apretaron, se agarró estrechamente como un tornillo.
El borde estaba cediendo, más suciedad y roca se caían, Ken se resbalaba con el peso del cuerpo de Sean tirándole. No tenía modo de hacer palanca para luchar, nada en lo que agarrarse, y la tierra a su alrededor estaba moviéndose y deslizándose.
No te muevas. La voz de Jack estaba completamente calmada.
Infiernos. Ken juró a su hermano, intentando quedarse absolutamente quieto. Estaba deslizándose por el acantilado mientras Sean se mantenía como un terrier.
De pronto un agujero floreció de repente en el medio de la frente de Sean, y entonces Ken escuchó el estallido del disparo. La bala había pasado cerca de la parte superior de su propia cabeza, afeitando unos pocos pelos mientras pasaba silbando. El apretón de Sean se aflojó abruptamente, los dedos deslizándose lejos mientras el cuerpo caía a las piedras de abajo.
Ken tiró el cuerpo hacia atrás, giró sobre sí, y miró al cielo azul, sentía el brazo como si hubiera sido arrancado de su articulación. Estaba empapado en transpiración, y la pierna, donde Sean había descargado varias patadas, se sentía como si un mazo se hubiera ocupado de ello. Arrastró aire a los pulmones y esperó allí, sabiendo que Jack vendría.
Nubes giraban a través del cielo, creando sombras en el suelo. Ken cerró los ojos y sintió que el cansancio tomaba el control. Se sentía enfermo por dentro, cuerpo y mente fatigados. Las heridas latían dolorosamente, demasiado tirantes para la piel, recordándole que Sean estaba en lo correcto. No podía ocultar por más tiempo que era de este mundo. Mari lo sabía. Mari lo vio como lo que era. No podía esconderse detrás de una cara bonita nunca más.
Y siempre tendría la comparación mirándola cada mañana si se quedaba. ¿Cómo podría mirar a Jack y no sentirse avergonzada de estar con Ken? Incluso así no importaba. Era tan patético como Sean. Quería que ella se quedara. Que lo amara. La necesitaba, cuando nunca se había permitido necesitar cualquier cosa o a nadie. Ken se inclino para rozar la mente con la suya, necesitando el toque casi más de lo que necesitaba el aire por el que luchaba.
Mari. Se ha terminado.
Lo sé. Jack envió un mensaje a Briony. Había una pequeña duda. Sabes que no me puedo quedar. Sabes que no puedo.
Tenía que saberlo, pero no podía aceptarlo. Casi se le para el corazón. No. No hagas esto. Estoy llegando hasta ti, cariño.
No quiero que lo hagas. Y entonces sólo había un negro vacío. El vacío. Ningún suave roce íntimo, ningún eco de risa o compañerismo. Simplemente vacío. Se había ido, dejándolo fuera de su vida. No más felicidad. No más sentirse vivo. Todo se había esfumado.
Se le apretaron las tripas, y calló de rodillas, enfermo con la idea de perderla. Tuvo arcadas una y otra vez, sabiendo absolutamente que se iba. No podía condenarla. Era la única cosa inteligente que podía hacer, y Mari era inteligente. Estrelló el puño contra el suelo. Una. Dos veces.
– Ken. -Jack estaba allí, arrodillado al lado suyo-. Pensé que te había perdido.
Alzó la vista para mirar a Jack, no viéndole realmente. Ken se dio cuenta que estaba perdido… había estado perdido por mucho tiempo. Mari le había devuelto a la vida.
– Se ha ido. -Su mirada saltó a la cara de Jack; vio el asomo de culpa moviéndose en sus ojos y desaparecer-. ¿Lo sabías?
Jack se sentó en sus talones, su mirada vigilante, cautelosa.
– Briony está llorando. Me contó que Mari la abrazó y dijo que no podía quedarse… que su sitio estaba con las otras mujeres.
– ¿Y no le dijiste a Logan que la detuviera?
– Mari es un soldado entrenado. No quería arriesgarme a que Logan o Briony fueran heridos. No puedes mantener a Mari atada por el resto de su vida; sabes que no puedes.
– Hijo de puta.
– Ken. Sé razonable.
No se sentía razonable. Sentía como si su mundo estuviera desmoronándose alrededor. Sintió que su mente se quebraba, su cabeza aullaba, un relámpago estrellándose en sus oídos.
– ¿Cuánto tiempo hace?
– Tómalo con calma, Ken -dijo Jack para tranquilizarle.
– Maldición. -El puño de Ken se hundió en la suciedad, aunque quería aplastarlo en la cara de su hermano-. ¿Cuánto tiempo hace?
– Se fue tan pronto como supo que Sean estaba muerto.
Ken se puso de pie, una repentina explosión extendiéndose a través del cuerpo. Los nudos del vientre se apretaron hasta el punto de doler. La boca se le secó, el aire en los pulmones saliendo en torrente, para dejarle jadeando. Tenía tiempo. Tenía que tener tiempo para pararla.
Empujó a Jack y empezó a trotar montaña abajo. No se atrevió a correr; el terreno era demasiado peligroso y su pierna estaba ardiendo. Su firme trote devorador de terreno le llevaría allí rápidamente. Su sonrisa, sus ojos chocolate negro, el modo que alzaba la barbilla. Retuvo un llanto, sintió el corazón estallar, llorando en su pecho.
La montaña, el bosque, su mundo, su santuario, era un hostil y yermo lugar. No podía ver su belleza, no quería su belleza.
Nada -nadie- podía alejarla de él. Era su vida. Su felicidad. Su única razón para continuar. La necesitaba desesperadamente. Sus hermanas no podían tenerla. Ellas no la necesitaban del modo en que él lo hacía. Había estado sólo, vacío. Cada día, había trabajado, respirado, vivido como un autómata, y entonces había llegado a su vida y todo en él había vuelto a la vida.
No la podían alejar de él. El universo no podía ser tan cruel. Quería gritar su negativa, pero necesitaba guardar fuerzas. Corrió a través de los árboles, saltó sobre rocas, la vegetación le rasgaba la piel. La pierna dañada latía y quemaba junto con los pulmones, pero la visión de su insurrección lo tentó para mantenerle corriendo. ¿Por qué la había dejado? ¿Por qué le había permitido estar separados cuando ella estaba tan insegura de su futuro? Sabía que estaba dudando… sintiéndose incómoda e insegura de sí misma en un entorno extraño. No debía haber sido tan arrogante y mandón. Debería haberle pedido -no ordenado- ir a los túneles.
No dejaría que nadie la alejara de él. Ella podría entender lo turbulento de su naturaleza, los antojos salvajes, y él entendía su necesidad de libertad. Reconocía la fuerza en ella, la voluntad de acero, la misma que había en él. Reconocía su lealtad; profunda y pura, lo mismo que en él. Encajaban juntos, dos mitades de un todo. Se pertenecían.
Salió desde el bosque y medio corriendo, medio deslizándose por el sendero en el jardín, el pecho pesaba por el esfuerzo, los ojos un poco salvajes. Corrió a través del accidentado terreno. El atardecer estaba cayendo. La casa estaba oscura, amenazadora, silenciosa. No había ninguna luz en el interior.
Abrió de un portazo la puerta de la cocina, el corazón palpitando, una enorme herida abierta en las entrañas. Se había ido. Lo sabía con tanta certeza que no necesitaba buscar por la casa, corriendo locamente de habitación en habitación, gritando su nombre roncamente, pero lo hizo de todos modos.
– ¡Mari! Maldita seas, Mari. Vuelve a mí.
Oyó su propio grito de angustia, aunque deberían astillar las ventanas, pero había sólo silencio.
De vuelta en la cocina agarró las llaves del el camión con la idea vaga de ir detrás de ella, pero las lágrimas estaban encegueciendo su visión. Miró sin ver, al tablero, derrotado, la extensión de los hombros se desplomaron, la ropa rasgada y sucia colgaba de su sudoroso y tenso cuerpo.
Tenía que ser su elección o él sería tan malo como Sean, Whitney y su padre. Rechazó que el legado de su padre le consumiera. Él no era ese hombre, egoísta e incapaz de ver que una mujer no era una posesión. Mari tenía que elegirle. Querer estar con él. Tenía que aceptar los defectos en él como tendría que aceptar el hecho de que ella no era Briony, con su personalidad mucho más sumisa.
El amor era una elección, y si Mari sentía la necesidad de estar con sus hermanas, si el empuje que había era más fuerte que sus sentimientos por él, no podría -no querría- forzarla. Presionó el talón de la mano entre los ojos y no hizo ningún esfuerzo para parar la corriente de lágrimas porque la amaba lo suficiente para dejarla ir.
Podía oír el tic-tac del reloj. El paso del tiempo. No podía parar los sollozos que le partían el pecho, las lágrimas que nunca había vertido por su perdida cara y su hombría destruida. De mal modo podía soportar el dolor esta vez. Lo había llevado demasiado estoicamente, pero perder a Mari era perder la vida, la esperanza, todo de nuevo, y la garganta escocía abierta con una pena asfixiante.
– ¿Ken? -Una suave pregunta, una hermosa voz.
Se tensó, no creyendo, no atreviéndose a creer. Se pasó una mano por la cara, apretó el nudo en la garganta, y se giró muy despacio.
Mari permanecía en la entrada ansiosa y desaliñada. El sudor bañaba su cuerpo. Hojas y ramas estaban atrapadas en el pelo. Había arañazos en sus brazos y un desgarrón en la camisa. Era la visión más hermosa que hubiera visto jamás.
– Pensé que te habías ido. -La voz estaba estrangulada.
– Corrí hasta la mitad de la carretera y entonces no pude correr más. Simplemente paré y me quedé allí llorando. No quise ir más allá. No me importa si debo estar con mis hermanas. Te amo. Sé que lo hago. No puedo irme. No tengo ni idea que como ser cualquier cosa que quieres que sea, pero lo intentaré.
Dio un paso hacia ella, los ojos grises moviéndose hambrientamente sobre ella.
– Nunca antes me has dicho que me amas.
Inclinó la cabeza y le miró.
– Te ves horrible. Ken. ¿Estás herido?
Dejó el tema de lado, cogiéndola entre los brazos.
– No quiero que seas nada salvo lo que eres.
– Bien, eso es una cosa buena porque te estaba dando un discurso de mierda para que quisieras que me quedase. -Le depositó pequeños besos a lo largo de la garganta, sobre la marcada mandíbula.
El chorro de adrenalina se había agotado, dejándole tembloroso y enfermo. El cuerpo le rugía, llamándole con todo tipo de nombres por el abuso. No le importaba. Nada importaba salvo que la tenía entre los brazos y podía acariciar su cuerpo, atraerla más cerca, encajar las caderas con las suyas. Y quería sonreír de nuevo. Lo hizo sonreír de nuevo.
– Lo sabía. Siempre vas a ser un problema.
– Muy cierto. -Mari enlazó las manos alrededor de su cuello, moviendo el cuerpo intencionadamente contra el suyo-. Me alegro que te hayas dado cuenta.
Los labios se inclinaron sobre los de ella, forzándolos a separarse para alimentarse con ansia.
– ¿Qué hay sobre Sean? -murmuró cuando alzó la cabeza.
– Está muerto -dijo llanamente-. Deja que eso sea el final de ello.
Asintió.
– Siéntate. Déjame mirarte. -Las manos ya estaban deslizándose por su cuerpo, buscando daños. Le tocó la cara con dedos suaves-. Estaba asustada por ti, Ken. Y necesitaba estar contigo, no estar atrapada en un túnel, en alguna parte.
– Lo siento, nena. -Se llevó las manos a la boca-. Sé cómo eres, y debería haber intentado más duramente ver tu punto de vista. Te juro que quiero ver tu punto de vista, pero la idea de tu vida en peligro…
– Es como me siento yo cuando arriesgas la tuya -dijo-. Tienes que aceptar lo que soy realmente, Ken. Te veo con la necesidad de mantenerme cerca, y protegerme. Amo eso de ti. Incluso puedo aceptar el hecho de que vas a ser un idiota cada vez que un hombre me mire, pero tienes que aceptarme por quién soy. Fui educada prácticamente desde mi nacimiento como un soldado. Eso es lo que soy y no vas a cambiar eso. No voy a cambiar eso. Vas a tener que aceptarme como un compañero. Con el tiempo, si lo haces, tu hermano lo hará. Juntos los tres podemos proteger a Briony y a cualquier niño que cualquiera de nuestras dos familias tenga.
– ¿Qué si no puedo llegar allí, Mari? ¿Qué si no tengo ese tipo de coraje?
– Lo tienes -le aseguró-, o hubiera seguido corriendo montaña abajo. Vamos. -Le tiró de la mano-. Necesitas una ducha. ¿Por qué no dejas que Jack cuide de los detalles sin importancia, y me dejas cuidar de ti?
– Dilo de nuevo.
– ¿Qué? -Firmemente cerró la puerta, y empezó a quitar la andrajosa camisa de los potentes hombros.
La agarró en un duro abrazo, apretando estrechamente, le dio una pequeña sacudida.
– Para de tomarme el pelo. He esperado mucho tiempo.
– Siempre podremos comprometernos -le ofreció dulcemente-. Me das lo que quiero, y te doy lo que quieres.
La alzó entre sus brazos.
– Vas a decirlo un centenar de veces antes de que hayamos terminado -advirtió.
Y lo hizo.