Capítulo 3

– Bien, por lo menos no me mientes.

Mari contuvo la respiración, temiendo moverse. Había pasado de la sospecha a la certeza y ahora tenía que retroceder.

– ¿Por qué sería alguien lo suficientemente estúpido enviando a un experto tirador a proteger al senador cuando él claramente tenía una razón para verle muerto? Tiene poco sentido.

Ken encogió sus anchos hombros.

– ¿Por qué voy a negarlo? Pensé en matarlo y así ahorrarle a todo el mundo la molestia. También Jack. Pero apestaba demasiado, como algo preparado para mí. Si alguien había ordenado matarle, entonces estábamos justo allí, los tontos para ver la caída. ¿Por qué se nos ordenó a nosotros proteger a ese hombre?

– En efecto, no tiene sentido -contestó ella evasivamente.

– Por curiosidad, ¿cómo puedes estar adiestrada como francotirador cuando no tienes un ancla? Briony no puede usar un arma contra nadie sin terribles repercusiones.

– Tengo un ancla. Me hace olvidar las secuelas de la violencia.

– Tu centinela.

Ella inclinó la cabeza, observando su cara. Las sombras oscilaron en sus ojos plateados, volviéndolos gris oscuro, dándoles una apariencia infernal, como si de un momento a otro pudieran soltar llamas.

Apretó la mandíbula. No estaba hecho de piedra, como quería hacérselo creer.

– ¿Tu centinela está emparejado contigo?

¿Había irritación en su voz? No, realmente. Pero la alerta se había intensificado.

– No, es un amigo. ¿Mataron a alguno de mi unidad?

– No pregunté. Puedo hacer que Jack lo averigüe. Fue extraño que en el momento en que te dispararon, todo el mundo en tu unidad hiciera retroceder al senador y regresaran para tratar de protegerte. ¿Por qué harían eso?

Sean tenía que haber resultado herido. Era el que había estado más cerca de ella y debería haber logrado posicionarse antes que el enemigo. Elevó una silenciosa oración para que todavía estuviera vivo. Era un buen soldado y lo más cercano a un amigo masculino que había tenido.

– No puedo contestar a eso.

– Me parece haberte dado un montón de información, pero tú no me das nada a cambio.

Ella daba más de lo que recibía, y los dos lo sabían.

– Si fuera simplemente mi vida la que arriesgaba, entonces te diría lo que quieres saber. No le debo lealtad a Whitney, o no habría salido sin permiso y tratado de acercarme al senador.

– ¿Proteges a los demás, a las mujeres, no es cierto? -preguntó con un hilo de voz.

El hielo se resquebrajó un poco, lo suficiente como para dejar escapar una ola de calor.

– Las lastimará si no regresas.

Ella no dijo nada, su corazón palpitaba. ¿Era tan transparente? Whitney mataría a alguna de ellas. Había comenzado con siete, todas conviviendo juntas en ese miserable complejo, una vida de deber y disciplina donde pocas cosas del mundo exterior estaban permitidas y todo se grababa. Habían aprendido a moverse entre las sombras y a cronometrar las cámaras para evitar ser detectadas. A hablar bien entrada la noche, reuniéndose en el cuarto de baño con el agua corriendo y conversando con señas, hasta que Marigold descubrió que podía construir un puente telepático y así poder comunicarse entre ellas. Esas mujeres eran su familia. Había aceptado su vida y estaba orgullosa de sus habilidades, hasta que Whitney cambió todo.

Cami protestó y trató de escapar. Fue atrapada y Whitney ordenó que diera un nombre. Una de las otras mujeres, Ivy, salió fuera, y unos pocos minutos más tarde se oyeron disparos. Hubo sangre en las paredes, pero nadie vio el cuerpo. Trataron de auto-convencerse que realmente no la habían matado, pero nadie trató de escapar a partir de entonces.

– Por eso intentaste suicidarte. Si estuvieses muerta, entonces no tendría una razón para castigar a las demás. Y tu unidad sabía que podía matar a una de las otras mujeres, una mujer con quien podrían ser emparejados. -Soltó suavemente una maldición conteniendo el aliento-. Alguien tiene que matar a ese hijo de puta y rápido. ¿Por qué pensaste que el senador te ayudaría? Es amigo de Whitney. Ha estado ayudándole.

Ella arqueó la ceja.

– Tú no sabes nada acerca del senador.

Ken estudió su cara. Le había causado una serie de rápidos sobresaltos. Estaba dopada, sus ojos desencajados, y las noticias sobre su hermana la habían dejado totalmente fuera de juego. Las revelaciones acerca de Whitney le dieron un poco de confianza. Sus suposiciones acerca de las amenazas hacia las otras mujeres habían sido correctas. Whitney no se preocupaba por los sujetos humanos ya que todos ellos eran prescindibles. Frunció el ceño. Tal vez no las mujeres. Podría hacer más súper-soldados, pero sería difícil encontrar a mujeres sobre las cuales tuviera datos casi desde su nacimiento.

– Cuéntame acerca del senador Freeman.

– No es amigo de Whitney. No se llevan bien. Creo que fueron juntos a la escuela, pero el padre del senador y Jacob Abrams son buenos amigos. Ambos han tratado de evitar que Whitney hiciera numerosos experimentos. Han hablado con él muchas veces. Los he oído. Le dijeron que se detuviera, que estaba haciendo peligrar todo.

– El senador Freeman desaprueba rotundamente las cosas que ha hecho Whitney -continuó ella-. Delante de Whitney, reprobó a su padre por formar parte de los experimentos. No hay manera de que el senador pudiera traicionar a nuestros hombres y a nuestro país por Whitney. Si su avión aterrizó en el Congo, y allí hay algún tipo de conexión entre Ekabela y Whitney, sucedió porque Whitney quería al senador muerto. Jacob Abrams probablemente dio la orden para que tú entraras y rescataras al senador, no Whitney.

¿Has oído hablar de Jacob Abrams? Ken localizó mentalmente a su hermano.

Gran banquero. Forrado. Tal vez más que Whitney. Definitivamente un billonario que tiene mucho que ver con el mercado de valores mundial. Considerado un genio. No sé mucho acerca de él, pero le haré vigilar por Lily. Ella lo sabrá. ¿Por qué?

Mari descartó su nombre, dijo que es un amigo del senador y ambos no están demasiado contentos con Whitney, quien va a poner todo en peligro. Lily deberá comprobar si el padre del senador, Whitney y Abrams fueron juntos a la misma escuela.

– Estás hablando con alguien -dijo Mari, pasando una mano por su sien. Había acusación en su voz y reprimenda en sus ojos.

– Con mi hermano. ¿No dijiste que hablabas constantemente con tu hermana cuando estabais juntas?

Mari frunció el ceño, pensando en eso. Había sido hace tanto tiempo. La telepatía era fuerte entre ellas. Por supuesto que habían hablado, apenas sin pensarlo, compartiendo cada pensamiento. ¿Estaba celosa de su hermano y de esa fuerte unión? ¿O era suspicaz porque era el enemigo? Debería saberlo, pero si era honesta consigo misma, no tenía ni idea de cuál era la respuesta.

Sospechaba que era envidia.

Frustrada y avergonzada por su falta de disciplina, trató de mover la pierna. Una agonía desgarradora se deslizaba por su vientre. Ahogó un gemido apretando un puño contra la boca y mordiendo fuertemente su mano, le dio la espalda a Ken, incapaz de parar las lágrimas que ardían en sus ojos.

Su mano estaba allí, balanceándose sobre ella.

– Coge aire. Debes necesitar tus medicinas otra vez. Te han disparado. Tuvimos que operarte después que a Nico, y al estar alterados genéticamente, debéis cicatrizar rápidamente, pero vais a tener que tomaros un tiempo.

Jack, necesitamos medicinas aquí, ahora. Está tan pálida que parece que va a desfallecer.

Ya voy. Sujétate los pantalones.

– No tengo tiempo. ¿No me oyes?

Ella no podía recordar lo que le había contado sobre las otras mujeres. Si no regresaba, entonces Whitney les podría hacer daño. No tendría más oportunidades; tenía que regresar. El dolor aumentaba, expandiéndose a través de su sistema, haciéndola incapaz de enfocar la mirada correctamente. Había algo acerca del sistema genéticamente realzado que les permitía eliminar el efecto de la droga mucho más rápido, pero en esta ocasión no era un beneficio.

– Por ahora Whitney sabe que te dispararon. Tratará de atravesar la cadena de mando para localizarte. Cualquiera que pertenezca a nuestros equipos le va a encerrar y fustigar con preguntas y más preguntas. Whitney no tocará a las otras mujeres porque no las puede reemplazar. Los hombres son prescindibles, las mujeres no.

– Whitney mató a mi amiga Cami cuando trató de escapar.

Él guardó silencio un momento.

– ¿Hay algún testigo que lo presenciara?

Negó con la cabeza.

– Sólo la sangre que quedó después.

– Tú no viste su cuerpo y Whitney es un maestro de la ilusión. Mi sospecha es que fue llevada a otra de las instalaciones.

– Pero tú no lo sabes.

– No, pero nosotros hemos tenido un montón de tiempo para estudiar a Whitney.

– ¿De verdad? -Su voz sonó con sorna-. Pasé mi vida en sus instalaciones, con sus experimentos. Es un megalómano. Cree que las reglas no valen para él y que es más listo que cualquiera. Cree que todos los demás son ovejas y que las puede manipular sin dificultad. Y puede… lo hace continuamente.

– Es sólo un hombre, Mari -dijo amablemente.

– Si los hombres como el senador y Jacob Abrams no le pueden mantener bajo control, ¿cómo podemos nosotros? Si ordenó un golpe contra uno de ellos, entonces cuenta con los medios para poder terminarlo.

– Tal vez -dijo Ken.

¿Qué diablos te entretiene tanto, Jack? Ella esta temblando y comienza a sudar.

Jack apareció en la habitación.

– Lo siento. Llamó Kadan.

– Podía esperar. -La voz de Ken fue brusca. Clavó la aguja en el intravenoso-. Te sentirás mejor en unos pocos minutos -reconfortó a Mari, con su pulgar deslizándose sobre su piel como si fuera de forma casual-. En caso contrario, llamaremos al doctor.

Había preocupación en su voz, pero su cara era tan inexpresiva como siempre.

No la ayudaba a comprenderle mirar la cara de su hermano. Jack tenía un par de cicatrices que le recorrían un lado de la cara, como si Ekabela hubiera colocado sus manos y las hubiera arrastrado por ella. Sólo servían para añadir más belleza a su cara. Le daban un aspecto rudo que era intrigante. La cara de Ken era una cuadrícula de cicatrices, dándole la apariencia de alguien muy atemorizante. Un niño correría al verle.

Ella sintió su mirada y giró la cabeza para clavarle la mirada con un brillo intenso. Mostró una pequeña sonrisa.

– Vosotros dos tenéis la misma mirada. Hace el mismo gesto con la mandíbula que tú.

Él sumergió un trapo en agua fresca y limpió las gotas de sudor de su frente.

– ¿Cuánto tiempo crees que tenemos antes de que encuentren este lugar?

– ¿Con las conexiones de Whitney? Si usara un helicóptero o cualquier empleado militar o personal de los soldados robots, tendrá la información en pocas horas.

– Eso pensaba. Te trasladamos una vez después de la operación, pero tuvimos que usar un helicóptero. Vamos a tener que trasladarte nuevamente.

– Déjales que me atrapen.

– No. -Su voz fue suave con un siseo bajo y enviando escalofríos a través de su cuerpo-. Ya hemos llamado al helicóptero. Cuando te despiertes, estaremos en otro refugio.

– Y será cuestión de horas que tenga esa información. De todas formas nos alcanzará y alguien resultará muerto.

– Tendremos que esperar para poder quitarte el intravenoso. El doctor dice que otras veinticuatro horas. Podemos esperar.

A ella le impactó lo que dijo: Cuando te despiertes.

– Me has drogado.

– No soy estúpido. En el momento que pensaras en tus seres queridos, usarías la telepatía para llamarlos. Por supuesto que te drogué. ¿Piensas que no vi tu cuerpo cuando cortaron totalmente tu ropa? Alguien se ensañó como un diablo golpeándote con un bastón.

Su voz era tan baja que apenas podía fijarse en los destellos de furia reprimida. Él se subió despacio la camisa para mostrar el cruce de cicatrices, grandes y profundas, como formando un mosaico con trozos de varios colores en su cuerpo.

– Sé lo que se siente al haber sido cortado y despellejado como un animal, que te traten como si no tuvieras derechos ni sentimientos, al final no eres nada.

– Detenlo.

Ken se dio media vuelta, así que pudo ver el desastre de su espalda, las numerosas suturas en la piel y las terribles cicatrices que permanecían en el que una vez fue un hombre bello.

Se dio la vuelta aproximándose, su cara cerca de la de ella, sus ojos plateados feroces, estables y completamente implacables.

– He visto lo que te hicieron y no vas a volver allí.

– Detenlo -susurró-. No digas nada más.

La había reducido a una criatura indefensa, gateando a través del suelo, dando a entender que nunca mendigaría misericordia. Nunca la pidió. Se vio a sí misma a través de esos ojos plateados, no al soldado que le ordenó respeto, pero ese animal, medio loco por el dolor y la desesperación, roto y sangrante, sin esperanza.

De toda la gente en el mundo, tenía que ser Ken el que viera el desastre que Brett había hecho de su cuerpo. “Puedo esperar toda la noche, Mari; me darás lo que quiero de todas maneras. Puedo hacer bastante más daño, pero eso no me importa”. Avergonzada, empujó la manta más cerca a su alrededor, mientras las palabras de Brett hicieron eco en su mente. Por supuesto que no había tocado su cara. Whitney le habría matado, pero tarde o temprano, las amenazas de Whitney no serían suficientes para disuadir a Brett. En cierto modo sintió lástima por él. Whitney lo había programado, le había convertido en un animal que ya no distinguía lo malo de lo bueno, solamente lo que quería, y él quería a Mari. Integraría el equipo que iría por ella, y mataría a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Estiró la mano para tocarse la cadera. Había un vendaje allí. Habían encontrado y quitado el dispositivo rastreador que Whitney le había implantado. Debería haber sabido que lo encontrarían. Sabía que su equipo podría encontrarla rápidamente, usando ese sistema rastreador, pero ahora tendrían que confiar en Whitney o en Abrams y sus contactos militares y eso llevaría bastante tiempo. Allí había pocas huellas que condujeran hacia los Caminantes Fantasmas y nadie llevaba identificación. Si murieran durante una misión, serían enterrados silenciosamente, sin que nadie se enterara, porque nadie sabía de su existencia.

Ken se bajó la camisa, cubriendo la serie de cicatrices de su estómago, desapareciendo cada vez más hasta llegar a sus pantalones vaqueros. Se recostó sobre ella. Su mano extendiéndose a lo largo de su garganta, señalaba con el dedo haciendo una cruz, haciéndole una caricia sobre su piel sedosa. Un susurro suave, sus labios en su oreja, su respiración se volvió cálida, como ráfagas de calor a través de su cuerpo.

– No vivo con las reglas de nadie. Tengo mis propias reglas.

Ella envolvió los dedos alrededor de su muñeca, un brazalete que le daba media vuelta, pero sus dedos excavaron en su piel, en las cordilleras de sus cicatrices que bajaban como látigos.

– No dejes que nadie más me vea. Especialmente Briony.

Ken cerró sus ojos y presionó su frente contra la de ella. Era un infierno para él estar así de cerca y no poder tocarla. Aún con sangre, sudor y las drogas, su perfume le volvió loco. El experimento de Whitney de atraer a una pareja a través del perfume era más que un éxito. Pero más que una necesidad física, sentía la urgente necesidad de protegerla. Tal vez había sido la visión de su cuerpo quebrado y estropeado cuando habían cortado totalmente su ropa. Tal vez había sido el sonido de Nico y el cirujano jurando, o el siseo de rabia de Jack. Todo lo que podía recordar fue sentir el impacto como un punzón en su intestino, y entonces más tarde, cuando la habían girado para examinar su espalda, sintió que su corazón estaba rasgando su cuerpo.

Sabía que había monstruos en el mundo, se había encontrado unos pocos, y destruido otros tantos, pero ¿Quién querría hacerle esto a una mujer? Alguien como su padre. Abruptamente empujó su mente en esa dirección.

– ¿Estás bien, Ken? -preguntó Jack, tocándole el brazo.

– Te lo juro Jack, es como volver a pasar por eso otra vez. Primero los venados y luego Mari. No creo que vuelva a cerrar los ojos otra vez.

– Tenemos que salir de aquí. No nos aventuremos a estar aquí más tiempo.

– Me quedaré atrás. Llévala a un lugar seguro y descansa. Me aseguraré que no puedan venir a buscarnos.

– No puedes matarlos a todos, Ken. Y en todo caso, no conocemos quiénes son los tipos malos. Dijo que no estaban allí para matar al senador, se supone que le protegen. Si la orden fue dada de ese modo, entonces no eran tan diferentes de ellos. La quieren de vuelta ¿por qué no dejamos atrás a un Caminante Fantasmas?

– Uno de ellos le hizo esto.

– No sabemos cuál de ellos.

Ken se incorporó lentamente y giró la cara hacia su hermano.

– No quiere que Briony lo sepa.

– Briony no es ninguna cría. No le miento, ni siquiera por ti, y no me preguntes, Ken. -Jack extendió sus manos-. Dejémosla en el helicóptero y ordenemos todo esto después. La llevaremos a la casa pequeña que Lily nos alquiló y nos quedaremos unas cuantas horas. La furgoneta nos irá a buscar allí y podremos desaparecer con ella.

– ¿Vas a traer a Briony?

Jack negó con la cabeza.

– Es demasiado peligroso. Está embarazada y Whitney la quiere. No estoy dispuesto a arriesgar su vida, aunque quiera ver a su hermana. Se queda ahora con Lily en la casa grande. Kadan y el equipo de Ryland la protegerán mientras salimos a toda prisa.

– Quieres decir que mientras, averiguaremos cómo usar a Mari en nuestro pequeño juego con Whitney.

Jack empujó la camilla hacia la puerta, ignorando el tono de voz de su hermano.

– Regresará a la primera oportunidad que tenga. Ken, no puedes confiar en ella. La has oído, la has visto. No es Briony, aunque se parezcan tanto. Es tan sencillo como que te puede arrancar el corazón con las uñas si le quitas los ojos de encima. No olvides eso. En este punto, no le confiaría la vida de Briony, y mucho menos la tuya.

– No lo he olvidado -Ken se colgó el rifle alrededor del cuello, comprobó sus armas y su cinturón de municiones-, simplemente no estoy dispuesto a darle la espalda para que alguien le haga daño.

– No te impliques con ella. Es nuestra prisionera. Y fácilmente podría cortar tu garganta o la mía. No sabemos nada acerca de ella. Es capaz de funcionar con lo justo. Está adiestrada como un soldado, así que su prioridad es escapar.

– Entendido, papá -dijo Ken.

Jack paró tan de repente que Ken cayó sobre la camilla. En sus ojos se reflejaba un destello de espadas aceradas blandiéndose sobre la cabeza de Mari.

– Voy a cuidar de ti, Ken, te guste o no. ¿Piensas que no sé cómo te alteró cuando vimos los restos de los huesos de los venados? Te estabas identificando con ellos.

– Tal vez, pero no dejaré que nadie lleve a esta mujer ante Whitney.

– Si regresa, entonces la podremos seguir, podremos rescatar a los demás, y podremos sellar el culo de Whitney -señaló Jack-. Todo eso me suena muy bien.

– ¿Alguna vez alguien te ha dicho que eres un hijo de puta sediento de sangre? -preguntó Ken.

– Sí -asintió Jack-. Más de una vez.

– Pues bien, es cierto.

Ken cogió a Mari entre sus brazos mientras Jack balanceaba su pierna cogiendo el instrumental médico.

El helicóptero estaba a unos metros. Nico esperaba, rifle en mano, investigando el área de alrededor en busca del enemigo.

– Tú siempre piensas en términos de matar, Jack. Pensé que una vez que estuvieras con Briony, lo dejarías.

Jack se encogió de hombros.

– Es más fácil que hablar de estupideces con todo el mundo de la forma que tú haces. Cuando terminas de dirigirles la palabra, nos percatamos de que tenemos que matarlos de todos modos. Así te ahorro el problema.

Ken frunció el ceño a su hermano.

– Te darás cuenta de que todo el mundo piensa que eres un niño bonito, ahora que mi cara está llena de cicatrices. No va bien con tu imagen de “Doctor Muerte”.

– ¡Niño Bonito! -Exclamó Jack-. Si no tuviera las manos ocupadas, te pegaba un tiro por ese comentario.

– ¿Quieres decir que Briony no te dijo lo guapo que eres cuando estuvisteis los dos solos anoche?

– No pienso decírtelo. -Amenazó Jack.

Ken sonrió repentina y genuinamente esta vez.

– ¿Lo hizo, no?

– Piensa que parezco grosero y duro -corrigió Jack.

– Oye, Nico -gritó Ken cuando se subían al helicóptero, no era nada fácil intentar tratar de resguardar la pierna de Mari con tanta sacudida-. ¿Crees que Jack es aquí el niño bonito?

Nico recorrió con la mirada la cara de Jack y sonrió abiertamente.

– Si, estoy de acuerdo, es un ardiente bebé que vuelve locas a todas las mujeres.

– Iros los dos al infierno -dijo Jack.

Ken se marchó dando media vuelta, dejando a Mari en su sitio, cuidadosamente asegurada en la pequeña camilla. Jack aseguró el equipo médico y Nico se sentó en el asiento del piloto. Esperaron al doctor, el cual corría tras ellos llevando el resto de suministros que necesitaban. Eric Lambert era un buen doctor y a menudo auxiliaba a los Caminantes Fantasmas, aunque no estaba realzado físicamente ni psíquicamente. Sabía mucho de terapia genética y estaba interesado en los experimentos de Whitney, era muy brillante, así que, era a menudo el hombre al que Lily mandaba fuera, al campo para proteger a los Caminantes Fantasmas. Fue el cirujano que salvó la vida de Jesse Calhoun cuando recibió varios disparos deliberadamente en las dos piernas. Jack y Ken fueron amables con él, simplemente porque Jesse era su amigo y ellos no habían tenido muchos amigos reales.

Ken se movió para preparar una habitación para él.

– ¿Estás nervioso, Doc?

– No, no dispares a nadie.

Jack bufó.

– Mira, no es como yo. Sabe que dices un montón de tonterías y que al final les disparas de cualquier manera.

Ken entrecerró sus ojos al tiempo que Eric se levantaba para observar a su paciente.

– Su pulso es más fuerte de lo que pensé que estaría con la dosis que le dimos. Me gustaría tomar alguna muestra más de sangre. Pienso que se cura más rápido de lo que pensamos. Whitney incluyó un par adicional de cromosomas cuando los alteraba genéticamente a todos vosotros y eso le da un sinnúmero de código genético con el que trabajar. Mientras más los estudio, más me percato de que no sabemos ni la tercera parte de lo que pueden hacer.

– Le han sacado demasiada sangre -objetó Ken-. Ha sido utilizada como un cerdo de guinea para los experimentos de Whitney durante toda su vida. No pienso que sea necesario que nosotros hagamos lo mismo con ella.

Como siempre Eric sonó humilde, pero Ken oyó la nota preventiva en su voz y recorrió con la mirada a Jack, el cual simplemente negó con la cabeza. Eric se echó para atrás en su asiento.

– Necesitamos entender qué está pasando con todos ustedes -añadió-. Si se cura más rápido y puede expulsar los calmantes a través de su sistema, entonces necesitamos saberlo. No quisiéramos estar en medio de una operación complicada y que uno de vosotros se despertara de repente.

Eric se hundió en el asiento y se aferró como si el helicóptero despegase. Nunca le había gustado volar.

Ken recordó, y deberían estar agradecidos, de que estuviera siempre dispuesto a ir cuando uno de ellos resultaban heridos, pero en lugar de eso, Ken sintió un torbellino de emociones que realmente no podía identificar.

Apretó los dientes cuando le vinieron inesperadamente las imágenes de despertarse en mitad de la operación, como Eric planteó. ¿Era ese el tipo de experimento que Whitney dirigía regularmente? De todas formas, amaba la ciencia y no vivía para nada más. ¿Estaba su mente tan retorcida que podía hacer pasar a un ser humano por ese tipo de tormento una y otra vez simplemente para ver los resultados? Ken había sido torturado, sabía lo que era sentir el corte de un cuchillo sobre su piel mientras estaba completamente despierto e incapaz de contraatacar. La idea de que Whitney podría haber hecho lo mismo a otro ser humano en nombre de la ciencia le ponía enfermo.

Un pequeño escalofrío le traspasó y tuvo que aguantar una oleada de náuseas. ¿Por qué volvía todo eso otra vez después de todos estos meses? Su estómago latió, y muy, muy débilmente podía sentir el dolor que le recordaba su mente, una agonía a través de su cuerpo, oía ecos de una risa loca a través de su cabeza. ¿Estaba finalmente perdiendo el juicio? La furia en su interior, que seguía tan cuidadosamente encerrada, subió a través de su estómago y garganta hasta que quiso gritar y hacer trizas a alguien con sus propias manos desnudas. Las gotas de sudor cayeron de su frente encima de su brazo. Por el modo que su mente distorsionaba nunca más vería la sangre como un algo más de color rojo, por eso era incapaz de decir si las gotitas de sudor, eran simplemente una ilusión, o sangre real.

– Ken -dijo Jack, con voz aguda.

Sus ojos se cruzaron a través de la camilla cuando el helicóptero vibró, sacudiéndolos como si volaran a través del aire, rozando las copas de los árboles. Ken apenas podía aguantar ver el conocimiento y la compasión en los ojos de su hermano. Su boca se quedó seca, pero logró arrancarle una leve sonrisa con astucia, la que guardaba para momentos como este. Estaba bien, muy bien. Le habían robado su piel, su aspecto en general, incluso su virilidad, y habían convertido su cuerpo en algo peor que una película de terror, pero él estaba muy bien. Ninguna de las pesadillas, ningún grito, simplemente el destello de una sonrisa abierta, diciendo al mundo que un monstruo no vivía y respiraba dentro de él, arañándole con sus garras, queriendo salir y aniquilar a todo el mundo que le rodea.

A veces Ken pensaba que el monstruo le abriría la barriga de un tirón para salir fuera. Jack pensaba que quería contárselo a todo el mundo para morir. Él era el gemelo bueno. El gemelo con la vida fácil, el que se llevaba bien con todo el mundo. Sus dedos cerrados en sus puños, apretados, y luego, consciente de lo que le transmitía a su observador hermano, extendió los dedos delante de él. Estable como una roca. Siempre podría contar con eso. Su mano podía estar llena de cicatrices, sus dedos no tan flexibles como deberían, Ekabela y sus sádicos amigos habían cometido el error de mutilarlos pero no de quitarles la habilidad para disparar. Estaban demasiado ansiosos de dedicarse al placer de rajarle en otros muchos lugares más dolorosos y atemorizantes.

Desvió la mirada de su hermano. Jack podría leer su mente. Caramba, habían estado entrando silenciosamente por sus mentes desde que eran niños y empezaban a andar. Incluso entonces había sido auto conservación. Aprendieron a una edad temprana a contar sólo con el otro. Jack le conocía demasiado bien. Sabía que el monstruo que vivía en el interior de los dos estaba demasiado cerca de la superficie durante estos días. Jack tenía que estar preocupado porque Ken no fuera capaz de contenerlo. La locura era una posibilidad muy real que había que afrontar.

El doctor Peter Whitney era un hombre con demasiado dinero y poder. No creyó que las reglas estuvieran hechas para alguien como él, y desafortunadamente tenía el apoyo de algunos hombres muy poderosos. Jack y Ken, como varios otros hombres en las fuerzas armadas, habían caído por su entusiasmo en los experimentos psíquicos.

En aquel momento tenía un sentido perfecto para elegir y entrenar a hombres de todas las ramas del servicio de las Fuerzas Especiales poniéndolos a prueba para ver su potencial y el uso de las habilidades psíquicas. El doctor realzaría el talento inherente y crearía una unidad de hombres que podrían salvar vidas con sus habilidades.

Whitney no había dicho una sola palabra acerca del enlace de genes y de terapia genética. No había mencionado el cáncer, ni la hemorragia cerebral, ni cualquier apoplejía. Nunca había admitido que enfrentaría inconscientemente a un hombre contra otro. Y nunca mencionó un programa reproductor, usando feromonas para aparear a un súper-soldado con una mujer.

Ken palpó los implantes de sus sienes. Whitney no los había ocultado muy cuidadosamente, o tal vez sí. Tal vez sabía sobre el padre de Jack y Ken, era sumamente celoso y estaba tan obsesionado con la madre de ambos, hasta el punto que no podía aguantar compartirla con sus niños. La obsesión era una palabra muy fea, y en Whitney ciertamente se había agravado por el demonio de gemelos que enfrentaba diariamente. Habían jurado que nunca se arriesgarían a convertirse en el hombre que fue su padre, pero ambos ya habían sido elegidos, sin su conocimiento, para participar en el experimento de reproducción de Whitney.

Por supuesto que él sabía del viejo, dijo Jack. Es la razón por la que Whitney nos escogió. Somos los ganadores. Nos ha emparejado con gemelas y al final estará esperando placenteramente ver los resultados.

Estás dando palos de ciego, hermano, contestó Ken. Quieres saber si estoy afectado de alguna manera por la fragancia de Mari.

¿No es así?

Ken recorrió con la mirada a su hermano. No podía decir nada, y menos algo relacionado con Mari. Ella tuvo una oportunidad entonces, una pequeña, pero al fin y al cabo una oportunidad cuando él pensó que todos estaban perdidos. Nunca había visto películas dramáticas y no iba a vivir una vida así sin duda alguna, no se lo iba a permitir a Jack y Briony y tampoco querría vivir una con Mari. Whitney estaba condenado y sus experimentos también. Si fuere necesario Ken saldría a cazarlo.

¿No? Repitió Jack.

Deberías saberlo si así fuera, ¿no?

Jack maldijo por lo bajo.

Esa no es una respuesta y lo sabes.

Ken se encogió de hombros, haciéndolo tan natural como podía.

Evidentemente, mis genes no están tan solicitados como los tuyos.

Jack entrecerró sus ojos y miró enfadado a su gemelo. La sospecha se abría en la mente de Ken. Jack no estaba para nada satisfecho con su respuesta.

Estás actuando como un poseso con ella.

Le disparé. Es la hermana de Briony, no es simplemente una hermana, es su hermana gemela. Si esto no acaba bien, ¿de verdad piensas que Briony va a estar de acuerdo con eso? No puedes estar cerca de Mari, porque si muere, entonces Briony te culpará quiera Mari o no. Es la naturaleza humana. No puedes, Jack. Tienes que dejar que me ocupe de esto.

Jack apartó los dedos de su pelo, en un raro momento de agitación.

No está bien. Porque cuidando de mí, destruirás tu relación con Briony.

No estoy casado con ella. Y eso es lo que hacemos. Cuidarnos uno al otro.

Recuerda eso si decides tomar cualquier riesgo innecesario solamente para protegerme junto con mi esposa.

No sabía que fuera un riesgo innecesario. Ken lanzó una pequeña sonrisa abierta, arrogante a su hermano que se disipó al verle relajado.

Nico maniobró el helicóptero sobrevolando suavemente la casa que Lily Whitney Miller había alquilado para ellos. Una mujer genial, fue la única huérfana que Peter Whitney había criado como si fuera su propia hija, y la traición que sintió al saber que todo era mentira, fue devastadora. Casada con un Caminante Fantasmas, Ryland Miller, había abierto su casa, una hacienda enorme, y sus recursos, para los Caminantes Fantasmas. Fue Lily la que encontró formas de construir escudos para proteger sus cerebros de un asalto continuo. Y fue Lily la que atajó el cáncer de Flame. Y fue siempre Lily quién estuvo un paso por delante de su padre para conservar a los Caminantes Fantasmas a salvo. Cuando no sabían dónde esconderse, la llamaban.

Tan pronto como el helicóptero tocó tierra, Nico saltó. Eric levantándose de su asiento se inclinó sobre su paciente, otra vez, para auscultar su corazón. Su mano se deslizó por el brazo hasta que encontró la muñeca, buscando su pulso.

La mirada fija de Ken se lanzó sobre su mano, deslizándose sobre la carne desnuda de Mari, y un rugido de protesta sonó profundamente en su pecho. El hombre primitivo y feo, el monstruo de su interior rechinaba los dientes y daba arañazos para ser libre.

– ¿No has escuchado su ritmo cardíaco? -Preguntó Ken, conservando la voz baja-. ¿Algo anda mal y no nos lo dices?

Eric giró la cabeza con el ceño fruncido.

– Ha perdido una gran cantidad de sangre y nosotros sólo le podemos dar…

Su voz se cortó abruptamente cuando Mari le cogió del cabello, sacudiéndole para arriba y abajo con fuerza. La mano se deslizó hasta su cinturón, cogiendo el cuchillo y poniéndolo alrededor de su garganta.

Jack sacó su pistola, apuntándola entre los ojos.

– Voy a meterte una puta bala en la cabeza si no tiras el cuchillo ahora mismo.

Su voz fue baja y atemorizante, sintiendo cada palabra.

Mari apretó la empuñadura del cuchillo, empujándola contra la garganta del doctor.

– Quita el intravenoso. Si me disparas tendré tiempo para cortarle la garganta.

– Tal vez, pero no creo -dijo Jack- y de todas formas ya estarás muerta.

– ¡Cálmense!

Ken se movió manteniéndose a la vista de Mari. Sus ojos eran puro mercurio, como una cuchillada de acero líquido.

– Esto sólo puede terminar mal, Mari, y nadie quiere eso.

Ken se deslizó lentamente hasta la parte de atrás del helicóptero, estaba muy tenso, era una mezcla de músculo y tendón, tan intimidante como el infierno.

– ¡Quieto! -dijo ella apretando los dientes y la empuñadura del cuchillo hasta que sus nudillos se volvieron blancos.

Aléjate de ella Ken, no te pongas en medio. La mataré ahora mismo, advirtió Jack.

– No es necesario, no puede ir a ninguna parte.

– Es la jodida verdad, la voy a echar fuera.

– Cálmate y piensa en esto -dijo Ken.

No se percató de la advertencia, y no se quedó quieto.

– Todavía tienes un catéter dentro. ¿Hasta dónde piensas que vas a llegar con eso dentro?

– El doctor te va a decir cómo quitártelo. Lo digo en serio, Doc, desengancha el intravenoso y hazlo ya.

– Jack no es un buen hombre, cariño -dijo Ken.

– Tiene buena pinta y una voz suave, por lo que te puedes llevar una impresión equivocada de él. ¿Recuerdas cuándo te conté cómo me sacó del campamento de Ekabela? Lo capturaron y escapó. Ahora, cualquiera en su lugar continuaría corriendo, especialmente cuando está en medio de territorio rebelde, pero Jack no. -Su voz era suave e invitaba a conversar, como si los dos estuvieran sentados a una mesa.

Seguía acercándose, acechando, como un cazador en un puesto silencioso, haciéndola sentir pequeña y vulnerable. ¿Estaba a bastante distancia? No parecía tener un arma, pero estaba repentinamente aterrorizada. No del hecho que pudiera cortar la garganta de un hombre, o de que Jack le disparara, pero sí de esos ojos brillantes que no le dejaban de mirar, unos ojos tan fríos que se hizo añicos.

– Mantente lejos de mí -dijo, con voz sofocada.

– Jack regresó al campamento y arrasó con todo. Robó armas, se subió a los árboles, los examinó con cuidado uno por uno, y después no dejó títere con cabeza, los mató a todos.

Ken explotó metido en la acción, moviéndose tan rápido que era como un borrón, su codo estrellándose contra su cabeza, sus manos cerradas en un puño alrededor del cuchillo, sacudiéndolo con fuerza hacia abajo y lejos del doctor, su fuerza enorme sujetando su muñeca a la camilla. Por un momento todo se volvió negro y un millón de estrellas brillaban delante de sus ojos. Su pulgar haciendo presión en un punto y sus dedos se abrieron con fuerza en un movimiento reflejo.

Ken le quitó el cuchillo y lo lanzó hacia Eric, pero retuvo la presión en su muñeca.

– Mantén el infierno lejos de ella.

Jack juró en voz alta, una maldición larga y creativa que era anatómicamente imposible.

Ken le recorrió con la mirada.

– Vigila tu boca.

– No me jodas, me dices a mí que vigile mi boca. ¿En qué diablos estabas pensando? Te cruzas en la línea de fuego, a propósito, hijo de puta.

– Estaba pensando que debería haber solucionado la situación -contestó Ken, en un tono tan humilde como siempre-. Se supone que habría escapado, Jack. Eso es lo que hacemos cuando somos capturados. Me figuraba que lo intentaría de todos modos. Pero no pensé que sería tan pronto. -Recorrió con la mirada a Eric, el cual todavía estaba frotándose la garganta y mirando horrorizado-. Es verdad que puede sacar los calmantes fuera de su sistema, ¿no? Obtuviste tu respuesta sin sacar más sangre.

Ken la estaba tocando, los dedos cerrados alrededor de su muñeca, así que se enfadó con él, como un río marchando profundo y feroz, cuando por fuera parecía tan frío, como el hielo.

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