Mari saltó del catre, poniéndose en cuclillas para comprobar el pulso de Ken. El susurro de alerta zumbó en su cabeza como el lejano sonido de las abejas. Estaban aquí. La habían encontrado, y si no actuaba rápido, matarían a Ken, Jack, Logan y Ryland. Lily sería tomada prisionera.
Aspiró una profunda bocanada y abrió su mente al líder del equipo. Retrocede. Aquí hay civiles e inocentes. Este equipo estaba para proteger al senador, no para asesinarlo. Hasta que no sepamos cómo se cruzaron los cables, no podemos arriesgarnos a matar inocentes. Rezó porque Sean la escuchara. No iba a ser responsable del derramamiento de sangre, y nadie iba a herir a Ken Norton, no si ella podía evitarlo. Si él estuviera consciente, lucharía hasta la muerte para quedarse con ella; eso lo sabía respecto a él.
Tenía que mantener a Sean y al equipo alejados de esta habitación y lejos de los otros. ¿Pero cómo? Sólo tenía segundos antes de que alguien hiciera saltar una alarma o alertara algún otro sentido altamente agudo de los Caminantes Fantasmas. Poniéndose rápidamente un par de vaqueros, apoyó la mano en la pared cuando se inclinó hacia la puerta para escuchar, esperando oír si ya habían alertado a Jack Norton del peligro que se cernía sobre ellos.
Silencio. Completo y total silencio. No tenía sentido.
Captó el rastro de un olor peculiar, débil, pero desagradable, como de huevos podridos. Con cautela, Mari abrió la puerta. Había cuerpos esparcidos por todo el suelo. Su corazón casi dejó de latir. Esto no podía estar sucediendo. ¿Estaban todos muertos? ¿Jack, el hermano de Ken? Ken se volvería loco y perseguiría a cada miembro de su equipo, y los ejecutaría.
¿Qué has hecho, Sean? Dios mío, la mujer está embarazada. ¿Los mataste a todos? Saboreó miedo e ira. Las lágrimas quemaron sus ojos y atascaron su garganta. Aspiró bruscamente y supo que el olor era una mezcla de gases.
¿De qué estás hablando?
Pudo escuchar un suave siseo mientras el gas entraba a través de una tubería en la pared. Su corazón casi dejó de latir, y Mari corrió hacia las ventanas, abriendo varias con violencia antes de agarrar el brazo de Lily y arrastrarla dentro de la habitación con Ken, antes de volver apresurada a por Jack.
Para el gas, ¡maldición! Lo digo en serio, Sean, para el jodido gas.
¿Gas? Yo no… Su voz se calló, luego volvió bruscamente. Sal de una jodida vez de ahí, ahora. Es una orden, Mari.
Ella ignoró las coordenadas del punto de encuentro que le envió y arrastró el cuerpo inconsciente de Jack a la habitación con Ken y Lily. Ryland fue el siguiente, y luego Logan. Tan pronto como los tuvo a todos en el pequeño cuarto médico, cerró la puerta y selló la parte de abajo usando toallas y prendas de ropa, cualquier cosa que pudo encontrar.
Las lágrimas se derramaban por su rostro, causadas por el gas o por lo temerosa que estaba por todos, no estaba segura, pero tenía la vista borrosa. Puso un paño húmedo en la parte de atrás del cuello de Ken, con la esperanza de que despertara más rápido.
Maldición, Mari, no podemos entrar más en el edificio sin disparar la alarma. Se supone que tienes que dirigirte hacia nosotros. Muévete rápido.
Le puso una máscara de oxígeno a Lily.
Si vosotros no hicisteis esto, ¿quién fue?
Sean juró, un largo brote de maldiciones elocuentes y sucias.
Arrastra tu trasero fuera de ahí, soldado.
No voy a dejarlos para que se mueran.
No tuvimos nada que ver con matar a nadie. La voz de Sean cambió, bajó una octava, tuvo una leve súplica. Whitney tiene a alguien ahí dentro. Vinimos para sacarte, pero él quería que los matáramos a todos y sacáramos a su hija, Lily. Las órdenes vinieron mientras estábamos entrando en el complejo. Fingí estar fuera de alcance, pero tiene a alguien dentro supuestamente ayudándonos.
Mari se volvió a poner en cuclillas al lado de Ken y lo sacudió, pasando por su cara un paño húmedo para que se despertara. Estaba sin fuerzas, y completamente inconsciente en un momento, y al siguiente explotó en acción, lanzando un puñetazo, golpeándole un lateral de la cara mientras ella intentaba apartarse gateando.
– ¡Para! Para, Ken. Tenemos problemas.
La cabeza de Ken le estaba latiendo, su visión nadaba. Se sacudió la cabeza, vio a Mari agarrándose la barbilla. Dándose cuenta de lo que había hecho, gateó hasta ponerse de rodillas y estiró el brazo hacia ella, cogiendo su cara entre las manos, su pulgar deslizándose sobre la brillante mancha roja.
– Dios mío, Mari. Te podría haber matado.
– No tuve tiempo para levantarme al otro lado del cuarto. Alguien está intentando matarlos. La habitación de al lado está llena de gas, y temo que alguien lance una cerilla. Tienes que ayudarme a sacar a todos de allí, ahora. Deprisa… no tenemos mucho tiempo.
El dolor de cabeza duraría mucho tiempo, pero su visión se estaba aclarando. No la reprendió por dejarlo sin conocimiento, ni hizo preguntas. Se sacó la camiseta con un movimiento de hombros y se la dio a ella, apurándose primero hacia Jack.
Mari estaba un poco asombrada por el hecho de que escogió a su hermano por encima de Lily, por la manera gentil en que levantó a Jack sobre su espalda y lo llevó a la ventana. Mari gateó hacia ellos y estiró los brazos. Ken le pasó el cuerpo de Jack. Con el aire limpio, ya estaba empezando a estirarse, y ella se apuró para poner algo de distancia con el edificio antes de volver corriendo. No quería que Jack se despertara y la atacara.
¡Mari! La voz de Sean sonó insistente y preocupada. Voy a entrar a buscarte. Los otros me cubrirán.
¡No! Dame dos minutos, Sean. No puedo dejarlos morir. No sé porqué alguien ordenaría que los mataran, pero eso no es lo que hacemos, y tú lo sabes. Si Whitney quiere cometer asesinato, puede enviar a sus matones.
Corrió con el cuerpo inconsciente de Lily en sus brazos, para dejarla tumbada al lado de Jack. Este ya se estaba sentando, apretándose la parte de atrás del cuello, tosiendo y mirando a su alrededor. Ella le puso una mano en el hombro.
– Conserva tu fuerza; vas a tener que correr en un minuto.
Ella tenía que marcharse antes de que alguien sospechara que su equipo estaba cerca. Si Ken o Jack sospechaban que los hombres estaban aquí, les echarían las culpas a sus chicos. Y si uno de sus amigos muriera, cada miembro de su equipo viviría bajo una sentencia de muerte. Sabía de lo que eran capaces hombres como Ken y Jack. Sabía que seguirían viniendo hasta que su sentido de justicia estuviera satisfecho. Volvió a la ventana y sacó a Logan, arrastrándolo tan lejos como pudo.
Te lo dije, tienen a alguien dentro. Va a hacer explotar el lugar. Estás fuera de tiempo. Los estamos conteniendo para sacarte con seguridad, pero están obstaculizando.
El corazón de Mari golpeó sordamente. Jack estaba avanzando a traspiés hacia el edificio para ayudar con Ryland, pero Ken no había salido. ¡Ken! ¿Qué estás haciendo? Van a hacer volar el edificio.
Jack tenía a Ryland colgado sobre el hombro, su rostro mostraba líneas sombrías. Ken estaba hablando con él, ella estaba segura. Ken sabía que iban a volar el edificio y le había dicho a su hermano que corriera. Jack levantó a Logan de un tirón, le gritó algo y estiró la mano hacia Lily.
– ¡Vamos, Mari! Tenemos que irnos ahora.
– ¿Qué está haciendo Ken?
– Hay otra gente trabajando en el edificio. Está disparando las alarmas. -Jack ya estaba corriendo mientras le daba la información, con Ryland sobre su espalda. Logan se tropezaba tras él con Lily en sus brazos.
Mari dudó, dividida entre correr para unirse a su equipo y sacarlos a todos de allí a salvo, o ir a por Ken. Ken ganó. Ella saltó de vuelta al edificio, aterrizando con una voltereta y levantándose, corriendo apresurada por la habitación hacia el vestíbulo. Escuchó gritos y el sonido de gente corriendo. Técnicos de laboratorio e investigadores se apuraban para salir al exterior. No podía ver a Ken por ninguna parte, y avanzó por el vestíbulo, ignorando a un hombre que le agarró la camiseta e intentó tirar de ella hacia una puerta.
El chillido de una sirena atravesó el aire, una ruidosa alarma que elevó significativamente la tensión. Las puertas se abrieron y más gente se derramó en el vestíbulo, apresurándose hacia la salida más cercana. ¡Ken! ¿Dónde estás? ¿Y si todavía estaba aturdido y se había desmayado? ¿Y si el hombre de Whitney en el interior ya lo había encontrado y le había clavado un cuchillo en la espalda? Durante un momento no pudo respirar, un completo terror la consumió, una sensación que nunca antes había conocido.
Mari, ¿estás segura? Sal de una condenada vez del edificio. ¿Dónde estás? La voz de Ken penetró en su mente.
El alivio fue instantáneo, barriéndola de manera que por un momento sus piernas se volvieron de goma. Se reclinó contra la pared para apoyarse, sintiéndose enferma, y su puño se cerró sobre la cruz que Ken le había dado, agarrándola con fuerza, como si de alguna manera pudiera mantenerlo más cerca de ella.
– ¡Mari! -la voz de Sean la sobresaltó. Se dio la vuelta para verlo corriendo hacia ella, haciendo gestos hacia la salida unas pocas yardas por delante de ella-. Corre.
Ella se giró y chocó contra alguien, rebotó y se deslizó hacia el suelo. Sean la alcanzó. Sin romper la zancada, la agarró por la camiseta y tiró de ella tras él.
– ¡Corre! Vamos, Mari, corre.
Se dirigieron a toda velocidad hacia la salida, usando una velocidad borrosamente elevada, pasando la puerta con un salto y corriendo por el terreno. Sabía que estaba en el lado opuesto del laboratorio respecto al otro equipo de Caminantes Fantasmas. Todavía no sabía dónde estaba Ken, pero su gente los estaba cubriendo y dispararían a cualquiera que los intentara detener. Tenía que volver con ellos al complejo. Sin importar lo que pasara, tenía que ir. Era la única manera de proteger a sus hermanas… y a Ken. Nada le podía pasar a Ken.
Mantuvo el ritmo detrás de Sean, manteniéndose cerca de los setos para tener el mayor amparo posible. Sean le pasó una pistola mientras corrían, indicándole con señas que rebasara la valla de seguridad. Ella guardó la pistola en la cinturilla de sus vaqueros y saltó para agarrar la parte superior de la alta valla, pasar por encima y caer en el otro lado.
Ken intentaría seguirlos. En el momento que supiera que se habían ido, iría tras ellos. Y recordaría que ella lo había dejado inconsciente. Ken Norton no era un hombre que olvidara tales cosas. La respiración de Mari salió en un pequeño sollozo, y Sean le lanzó una brusca mirada, y se quedó atrás para protegerla.
La explosión fue ensordecedora, escombros volando mientras el edificio explotaba. La valla estalló hacia fuera, hacia ellos. La conmoción los lanzó y los hizo volar por el aire sobre una pequeña superficie de hierba, para caer con fuerza en el suelo. El aire salió de los pulmones de Mari en una tremenda ráfaga, dejándola jadeando y resollando.
Sean se arrastró hasta su lado.
– ¿Te puedes mover? Tenemos que seguir avanzando.
Ella asintió. Le dolía todo. No podía oír muy bien, pero no importaba. Tenía que salir de ahí, y tenía que hacerlo rápido. Se puso de pie de forma insegura, usando a Sean como muleta. Su brazo estaba sangrando.
En vez de correr, Sean mantuvo su agarre sobre ella, inspeccionándola en busca de daños. Observó las heridas en sus muñecas y rostro, las marcas en su cuello, y el par de vaqueros demasiado grandes. Se acercó más e inhaló.
– Algún hijo de puta te folló. Puedo oler su hedor sobre todo tu cuerpo -gruñó.
Era lo último que Mari esperaba que dijera.
– ¿Qué? ¿Ninguna compasión? ¿Nada de, cómo te trataron? ¿Nada de, vaya, te dispararon, es un milagro que estés viva? -Mari frunció el ceño hacia él-. Bueno de tu parte enfadarte tanto por mí, Sean. Qué mal que no te sientas de la misma manera cuando Brett viene a mi cuarto y lo dejas pasar. Eres un hipócrita.
– Eso es una gilipollez. No es lo mismo.
– ¿Por qué? ¿Porque no obtienes tu habitual experiencia observando? ¿Qué haces? ¿Te quedas allí y escuchas mientras me da una paliza y obtiene lo que quiere de mí? No finjas estar todo preocupado porque un hombre me tocó. Le das la llave a Brett cada vez que se pone algo cachondo.
– Hago mi trabajo. Tú estás en un programa especial. Quédate embarazada y las visitas pararán. Sé que estás haciendo algo para prevenirlo. Whitney conoce tu ciclo. Deberías estar ya preñada, y entonces él no dejaría que Brett se te volviera a acercar.
Sean le dio una bofetada. Sin dudar. Mari le dio un fuerte puñetazo, metiéndose en ello, empujando con su pie derecho para usar cada pedazo de fuerza que poseía. Sean se cayó como una piedra cuando el puño de ella lo golpeó en el pómulo. Simultáneamente, una bala silbó justo por encima de él, exactamente donde había estado su cabeza.
No te atrevas a dispararle, Ken. Debería haber sabido que el hombre no dejaría que nadie se marchara con ella. Tengo que volver.
Y una mierda.
Ella detestaba la implacable firmeza en su voz… en su mente. ¿Sabes cómo te sientes respecto a Jack? Esa es la manera en que me siento respecto a mis hermanas. No voy a correr un riesgo con sus vidas. Así que no le vas a disparar.
Sean se puso torpemente de pie. Mari no retrocedió, ni siquiera se estremeció, mirándolo directamente a los ojos.
– Puedo ver que estás muy destrozado con mi aspecto. La herida de bala, la pierna y mano rotas, y por cierto, el Zenith mata si está en tu sistema demasiado tiempo… pero tal vez ya sabías eso. Morí y tuve que ser revivida.
– El Zenith te salvó la vida. -Sean se frotó la cara, mirándola enfurecido. Aspiró su esencia y frunció el ceño, todavía obviamente furioso con la idea de que hubiera estado con un hombre-. ¿Un hombre te trató como una puta de campamento, y estás pensando que puede que des a luz a su bebé? De ninguna manera, Mari. Cuando vuelvas, vas a asegurarte condenadamente bien de no estar embarazada.
– ¿Cómo sabes la manera en que me trató, Sean? Tal vez me lancé sobre él. Nunca lo sabes conmigo. Después de Brett, un mono podría parecer bueno.
– Te he conocido durante años, Mari. ¿Por qué crees que me quedaría en ese infierno y soportaría la locura de Whitney?
– ¿Por qué te importa? ¿Es lo que vas a decir? Ahórratelo. Te portas como mi chulo con ese imbécil y luego tienes el atrevimiento de fingir que todavía somos amigos. No gracias, Sean. Mataste eso hace mucho tiempo. El discurso de Whitney de “tomar uno por el bien de la humanidad” te ha lavado el cerebro, pero sabes, parece que siempre soy yo la que lo tomo, no tú. -Se acercó más a él, sus dedos apretados en dos tensos puños-. Y si alguna vez me vuelves a golpear, mejor asegúrate condenadamente bien de que no pueda volver a levantarme, porque te mataré.
Mari se dio la vuelta y empezó a correr a paso ligero hacia la línea de árboles, con la cabeza alta, temblando de furia. Sean había sido su amigo, alguien que le importaba mucho. Lo que fuera que se había apoderado de él, la había asqueado. Su visión se puso borrosa y se tropezó; se dio cuenta de que estaba llorando y se apartó las lágrimas con el dorso de la mano.
Ken. ¿Me puedes oír? Ella se estiró hacia él, necesitando a alguien. Nunca había necesitado a nadie, pero estaba sacudida, enojada, y aterrorizada de que algo le hubiera pasado.
Sean la alcanzó y se puso a su paso, lanzándole miradas rápidas y duras, pero ella se negó a reconocerlo.
Te escuché, y tengo un rifle apuntando a tu amigo, Mari.
Ella escuchó el sonido de su corazón latiendo en sus oídos. Su mano volvió a ir a la cruz que descansaba entre sus pechos.
– Sean. ¿Alguna vez has oído hablar de un par de francotiradores llamados Norton?
– Demonios, sí. Todo el mundo ha oído hablar de ellos.
– Uno de ellos te tiene en su alcance, ahora. Casi te mató antes. ¿No escuchaste la bala cuando te golpeaste contra el suelo? No puedes dispararle, Ken. Si lo haces, ¿cómo vas a seguirme de vuelta al complejo?
Me estoy sintiendo un poco mezquino ahora, Mari.
El aliento de Sean sonó como un largo resuello. Miró salvajemente a su alrededor.
– ¿Estás segura, Mari?
Supongo que tienes razones para sentirte de esa manera, le concedió a Ken. Tuve que pensar en algo para evitar que mataran a todo el mundo, y después de todo, tú lo hiciste primero por mí. Te estaba salvando la vida, justo como tú me salvaste la mía.
¿Es así como lo llamas?
– Oh, sí. Estoy segura -le dijo a Sean. Así es como lo llamaste tú, le recordó a Ken. Y sólo para que lo sepas, no sabía nada acerca del gas o del edificio volando en ese momento. No era mi equipo. Alguien en el interior trabajando para Whitney lo hizo todo.
Tengo un condenado dolor de cabeza, gracias a ti. Gira a la izquierda. Me gusta verlo sudar. Si vas a la izquierda, me darás más de una oportunidad para alcanzarlo.
Ella miró a un lado. Sean estaba sudando. Gotitas bajaban por su rostro y su camiseta tenía manchas húmedas. Estas siendo mezquino. No necesitas alcanzarlo. Y tendría más compasión por el dolor de cabeza, salvo porque me diste uno primero y creo que de alguna manera te lo mereciste.
Voy a disparar al bastardo, Mari.
Bien. Tengo compasión. Un montón de compasión.
El hijo de puta no necesitaba abofetearte.
El corazón de Mari volvió a saltar. Ken sonaba letal, toda la alegría desaparecida.
Necesito que me ayude a sacar a los otros.
¿Realmente crees que te voy a dejar marchar?
Tienes que hacerlo, Ken. Lo digo en serio. Su corazón tronó en sus oídos. Sólo eran unos pocos pasos más. Una vez que llegaran a los árboles, Sean estaría a salvo de una bala y ella podría descubrir lo que estaba mal con él. No podría vivir conmigo misma si algo le pasara a alguna de las otras mujeres.
Hubo un pequeño silencio. Ella ahora estaba contando los pasos, intentando juzgar cuantos más hasta llegar a la seguridad de los árboles.
Mari, si te toca, es un hombre muerto. Es mejor que lo sepas. Y voy a estar contigo cada paso en el camino. No intentes confundir el rastro. Eso sólo me va a cabrear, y no quieres ver ese lado mío.
No, no quería. Conocía a hombres como Ken, y no tenían esa mirada fría glacial en sus ojos porque eran agradables. Cuento con que me sigas. No quiero volver a quedarme atrapada aquí, nunca.
Entonces ambos estáis seguros.
El alivió la atravesó. Sean aumentó bruscamente la velocidad, viendo los árboles cerca, y ella se quedó un par de pasos atrás para ayudar a escudar su cuerpo por si acaso Ken cambiaba de idea. Con cada paso que daba, el alivio se convertía en temor. Aunque regresar era su elección, y sabía que Ken le guardaba las espaldas, la idea de volver a estar atrapada en el mundo de pesadilla de Whitney la enfermaba. Las otras mujeres estaban tan desesperadas como ella por escapar, yendo tan lejos como para planearlo, pero incluso sus aliados en el complejo temían a Whitney y sus guardaespaldas. Los hombres eran crueles y brutales. Brett había sido uno de ellos. Todos habían visto muchos combates y estaban realzados.
¿Crees que te dejaría ir ahí sola, cariño? Jack y yo estamos siguiendo tu pequeño y caliente rastro. Podemos seguir un Fantasmas.
Su voz rozaba contra las paredes de su mente como una caricia física, estabilizándola. Podría volver y sacar a las otras. Whitney parecía invencible, pero era sólo porque había sido la figura autoritaria de su niñez. Había estado observándolos a todos con esa mirada desapasionada en su rostro, tan indiferente sin importar lo que pasara, la terrible media sonrisa en su cara mientras forzaba obediencia.
Ken, la mayoría de la gente en el complejo es buena gente, siguiendo órdenes y luchando para que todo eso tenga sentido.
No soy el demonio. Pero tal vez lo era. Ken vio a Mari desaparecer entre los árboles con Sean y de mala gana dejó caer el rifle de su hombro. Quería apretar el gatillo. En el momento que vio a Sean -y supo que el hombre alto era el Sean de Mari- Ken lo quiso muerto. El disparo que había recibido había sido un tiro mortal, y Mari tenía que saber eso. Si no hubiera golpeado al bastardo y lanzado al suelo, el hijo de puta estaría muerto.
¿Y por qué demonios lo necesitaban vivo? Mari necesitaba volver al complejo secreto de Whitney, y eso iba en contra de todos los instintos que Ken tenía, pero demonios, estaba en su cabeza y sabía que ella no se detendría intentándolo hasta que lo hiciera. A menos que la encerrara -y había contemplado hacer semejante cosa- tenía que dejarla regresar.
Se dio la vuelta, limpiándose la frente con la manga. Jack vino por detrás.
– ¿Cómo demonios hacen esto los hombres? Porque deja que te diga esto, hermano, es algo jodido. Me está pidiendo algo que no creo que le pueda dar.
– Vámonos -dijo Jack, su rostro sombrío-. Tomaste la decisión de dejarla marchar y tenemos que hacerlo ahora. No podemos perderla.
– ¿Lily se aseguró que el aparato de rastreo estaba en su torrente sanguíneo?
– Sí. No le gustó, pero lo hizo.
– ¿Cómo está?
– Ryland la llevó al hospital para asegurarse de que el bebé está bien. Todos están en su lugar. Hagamos esto y saquemos a Mari de allí tan rápido como podamos -insistió Jack.
Ken se puso de pie y siguió a Jack desde su punto de ventaja.
– Sin importar lo que pase, tenemos que poner ese aparato de rastreo en su lugar. Tú tienes uno en Briony y Lily tiene uno. Si Whitney las coge, podemos recuperarlas.
– No les gustaría si lo supieran, especialmente Mari.
– ¿A quién le importa una mierda? -preguntó Ken-. Mari puede vivir condenadamente bien con él. Pedirme que le deje hacer esto es una mierda, y ella lo sabe.
– Las mujeres ya no van por la palabra “permitir”, hermano. No es políticamente correcta -Jack mantuvo su espalda girada mientras escuchaba a su hermano escupir maldiciones. Puede que Mari se pareciera a Briony, pero nunca iba a actuar como ella. Ken tenía sus manos atadas.
– Estoy sorprendido de que no la encadenaras dentro de una cueva en alguna parte.
– ¿Como tú has hecho con Briony? Bry tiene la inteligencia para escucharte. Mari lucharía cada pulgada del camino.
La tensión en la voz de Ken hizo que Jack lo mirara bruscamente.
– Ken, sé que estás luchando…
Ken negó con la cabeza.
– Nunca vayas ahí. Quise matar a ese hombre sólo por estar cerca de ella. No fue que la golpeara. Fue un hombre muerto en el momento que lo hizo, ambos lo sabemos, pero quise eso antes de que fuera tan estúpido.
Jack lanzó una pequeña y tensa sonrisa en la dirección de su hermano.
– Yo también lo quise matar, Ken. Eso no quiere decir que alguno de nosotros sea como nuestro padre. Quiere decir que tal vez necesitemos ayuda psiquiátrica, pero no lo que tú piensas.
– Ella me vuelve loco.
– Se supone que te tiene que volver loco.
Ken sacudió la cabeza con disgusto.
– No lo sabes, Jack. Tengo esta necesidad impulsiva de mantenerla en un pequeño capullo, envolverla en un envoltorio de burbujas y obligarla a hacer cualquier cosa que yo diga. ¿Qué tipo de hombre piensa de esa forma?
Jack resopló.
– Prácticamente todos. No estamos tan lejos de colgarnos de los árboles, Ken -Una ceja se elevó interrogadora-. Así que, si quieres obligarla a que haga lo que le digas, ¿por qué no lo haces?
Ken se encogió de hombros, farfullando en voz baja mientras alcanzaban su vehículo.
– Mari es lista, sabes. Es rápida y eficaz y no lo fastidia. Tío, me dejó inconsciente tan rápido que no supe lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde -Se frotó la parte de atrás del cuello, pero había admiración en su voz-. Intentar controlar a alguien así es como intentar sostener agua en la mano. Simplemente vuelve loco a un hombre.
– Así que, básicamente, si la encerraras, podría golpearte las pelotas hasta el estómago y después sonreírte mientras yacieras en el suelo.
– Básicamente.
Jack le lanzó una amplia sonrisa.
– Bien por ella.
– Sí, puedes decir eso. No es tu mujer. Iba a regresar a ese complejo sin importar lo que dijera cualquiera, pero Jack, no me conoce. Sólo cree que lo hace. Si le hacen daño -si la tocan- son hombres muertos. No seré capaz de detenerme. No importará si ella cree que las mujeres están en peligro. Nada importará.
– Eso no es una gran sorpresa, Ken -dijo Jack-. Ambos somos bastante unidimensionales en nuestro enfoque para resolver problemas. Freud habría disfrutado muchísimo con nosotros.
Ken suspiró. Mari era lista y sexy, demasiado independiente, y tan dura como el que más. Era sumamente habilidosa, estaba bien entrenada y era resuelta en el combate. Ni siquiera había dudado al golpear a Sean, tirándolo como una piedra. Y había sabido que su equipo estaba allí antes que él, aunque la había follado con fuerza y él estaba tumbado sin fuerzas como un estropajo, incapaz de escuchar nada salvo el latido de su propio corazón.
Una suave risa tocó su mente.
Ahora simplemente estás siendo tonto.
Involuntariamente se había conectado con ella y compartido sus pensamientos.
Bueno, tú te recuperaste primero, cuando deberías estar desmayándote, o algo así. Eso es un desafío, Mari. Me has desafiado. No puedo dejar que creas que después del sexo me quedo incapacitado. Me tomaré mi tiempo la próxima vez. Lenta tortura. Haré que me desees tanto que de nuevo gritarás por mí.
Tienes tanto ego.
Con buena causa. Deliberadamente sonó engreído. ¿Cuál es tu plan? ¿Tienes un plan, verdad?
Hemos estado trabajando en uno. Abruptamente se calló.
La alarma se extendió por él. ¿Mari? Juró.
– Creo que alguien nos ha oído. Mantuve el vertido de energía en un mínimo, pero Mari no tiene tanta experiencia con eso. Sean está cerca de ella. Puede que haya captado la oleada de energía. Maldición. Que Logan nos dé un informe.
– Ken -advirtió Jack-. No queremos arriesgarnos a que Sean descubra a Logan. Tenemos hombres por todas partes. La tripulación de Ryland nos está ayudando. Whitney no tiene esto o acceso a ello. Relájate un poco. Ella no se va a escapar de nosotros.
– No me importa si toda la marina está mirando. Quiero que uno de nosotros la observe directamente y me haga saber que está viva y bien, y nos mantendremos justo sobre ella.
El filo en su voz hizo que Jack le lanzase otra mirada rápida, como si evaluara su humor. Empezó a protestar, encontró la brillante mirada enfurecida de Ken y se encogió de hombros.
– Se lo haré saber. Pero si lo fastidian, tendremos problemas.
– Ya tenemos problemas -por lo menos Ken los tenía. Su estómago era una serie de duros nudos que no se relajaban. Nunca había tenido ningún problema realizando una misión, pero nunca había sentido nada antes cuando las hacía. Siempre -siempre- estaba emocionalmente alejado. Ahora mismo tenía miedo de que si alguien decía o hacía algo incorrecto en sus cercanías, no sería capaz de controlar la violencia que golpeaba por salir libre.
Había despertado de pesadillas con el corazón latiendo con fuerza contra su pecho y su cuerpo empapado de sudor. Se había despertado con una pistola en la mano. Incluso había apuñalado un par de veces el colchón, y una vez, cuando los recuerdos habían sido particularmente malos, había rajado su edredón tanto que había estado quitando plumas del suelo durante semanas. Ninguna de esas veces se había sentido como esta.
Su boca estaba seca, le ardían los pulmones, sus palmas se sentían sudorosas. Se estaba quemando en el infierno por sus pecados y había cometido demasiados para contarlos. Ninguno de los otros lo sabía, pero Jack sí. Jack siempre lo supo. Lo había cubierto, siempre se cubrían el uno al otro, pero era horrendo tener que enfrentarse repentinamente a la aterradora comprensión de que alguien sobre el que no tenías control podía cambiar tu vida para siempre.
– Logan tiene a Mari visualmente -informó Jack-. Sean debe haberla dejado inconsciente. Está tumbada en el asiento, doblada, pero la está esposando.
Ken maldijo, una abrasadora sarta de obscenidades que habrían asombrado a un marinero.
– Sabía que me tendría que haber encargado de ese bastardo. ¿En qué demonios estaba pensando Mari para confiar en él?
– No sé si ella confiaba en él, Ken. Todo lo que capté fue su necesidad de volver con las mujeres que ama… su familia.
– Debería haberla detenido. Podría haberlo hecho. Simplemente la dejé volver al campamento enemigo -su mirada destelló intensamente, su boca formó una línea severa e implacable-. Ella es la misión principal, Jack. Asegúrate de que los otros entienden eso. No quieren tener que cazarme, y eso es lo que pasará si fastidian esto. Es lo principal. Las otras mujeres y Whitney son algo secundario.
– Está entendido, Ken -le aseguró Jack-. Estás permitiendo que esto te afecte. Es un soldado y actuará como tal. Confía en ella. Demonios, Ken, salvó nuestras vidas y te superó, incluso te hizo caer de culo. Mari actúa con rapidez, golpea con fuerza y hace lo inesperado. Nos dio suficiente información para engatusarnos a una falsa seguridad, pero nada que le pusiera la zancadilla a su equipo o nos llevara de vuelta a su base. -Había respeto en la voz de Jack-. Le puse una pistola en la cabeza, Ken, y ni siquiera se estremeció. ¿Notaste eso? Su mente estaba trabajando en todo momento. No se deja llevar por el pánico y determina todas las posibilidades con rapidez. No hay reserva en ella.
– Debe haber vuelto loco a Whitney. A él no le gusta ningún tipo de oposición, pero quiere esos mismos rasgos en sus súper-soldados. Querría controlarla, pero no romper su espíritu -dijo Ken-. Estoy planeando usar sexo. Montones y montones de sexo.
– Sí, buena suerte con eso. -Jack enarcó una ceja hacia él mientras giraban hacia la carretera que llevaba al pequeño campo de aviación donde Lily tenía transporte privado esperando-. ¿Me estoy perdiendo algo o no tuviste ya sexo con ella, realmente sexo genial, y su respuesta fue dejarte inconsciente? ¿Estoy equivocado? ¿No pasó eso?
– Cállate, joder.
Ken se colocó la mochila al hombro y caminó a zancadas por el asfalto hacia el avión que esperaba. Jack lo siguió a un paso más relajado, silbando desafinadamente.
Kadan, el segundo al mando de Ryland, se unió a ellos, mirando de uno a otro.
– ¿No habéis cambiado de papeles con nosotros, no? -preguntó-. Porque sinceramente, Ken tiene un aspecto algo hostil.
– Sí. Yo soy el Norton despreocupado -dijo Jack, golpeando a su hermano con su cartera-. ¿No es cierto, Ken? Una chica le dio una paliza y está enfurruñado.
– Sigue así, Jack -dijo Ken-, no vas a llegar a tu siguiente cumpleaños.
– Pero entonces Briony estará toda disgustada y llorará todo el tiempo. Probablemente nunca saldrá de la cama, y tú tendrás que ocuparte de los bebés.
La ceja de Kadan subió.
– Alguien te debe haber dado una píldora de felicidad, Jack.
Jack se encogió de hombros.
– No hay nada como ver a una mujer atrapar a mi hermano alrededor de su pequeño dedo. Está azotado… -sonrió ampliamente-. Literalmente.
Ken farfulló una sugerencia que era anatómicamente imposible.
– Si estás aquí, Kadan, ¿quién está vigilando a Briony? No me extrañaría que Whitney intentara volver a capturarla.
Jack le lanzó rápidamente una mirada de advertencia.
– Ya puedes parar ahí, Ken. La he puesto en otro lugar muy seguro, un sitio que Whitney nunca pensará en mirar.
– Sabe donde viven todos los Caminantes Fantasmas, Jack. Probablemente también conoce las casas seguras. Ahora mismo deberías estar en casa con Briony, protegiéndola.
– Whitney no conoce esa casa.
Ken estuvo en silencio durante un momento.
– Ella no está con un Caminante Fantasmas.
Jack negó con la cabeza.
– Primero la mandé a casa de Lily, y luego se suponía que tenía que ir a visitar a Nico y Dahlia. Lily la sacó a escondidas y está segura con la señorita Judith. Quise que se conocieran, por lo que Jeff acompañó a Briony a su casa. Me ha prometido que no dejará la casa y se mantendrá fuera de la vista. Tengo dos guardias con ellas, pero Whitney nunca pensará en buscarla allí.
La señorita Judith era la mujer que le había dado la vuelta a sus vidas y que los mantuvo a ambos fuera de prisión. Había sido una voluntaria, trabajando en el grupo de la casa donde habían sido colocados, y había visto la cólera bajo el helado y muy espantoso comportamiento de los dos chicos que habían sido arrastrados constantemente de una casa de acogida a otra. No le habían disuadido sus malas reputaciones o el hecho de que se habían vengado de una pareja de padres adoptivos por maltrato, o el hecho de que se negaban a que los separaran, escapando cada vez que el sistema había insistido en dividirlos. Había mirado más allá de su horrible pasado, el hecho de que habían matado a su padre y se habían negado a que los separaran, sin importar lo que dijera el sistema.
Era la señorita Judith la que los había salvado, dándoles amor por la música y los libros, y educación. Les había enseñado a aprovechar la ira sin fin de maneras positivas, y cuando se unieron al ejército y, finalmente, las Fuerzas Especiales y luego las Operaciones Especiales, habían creado una pelea muy pública y acalorada para asegurar la protección de ella contra sus enemigos. La señorita Judith había desaparecido de sus vidas. Se había marchado durante un año o así antes de volver a Montana. Nadie nunca encontraría un solo contacto entre ellos.
Ken miró fuera de la ventana, su mente una vez más buscando la de Mari. ¿Cómo había sucedido? Había estado tan seguro de que se iba a alejar de ella, pero ahora que Mari no estaba, sabía que no podía estar sin ella. Tenía que encontrar una manera de controlar sus rasgos más básicos. No podía ser celoso y dominante.
Sería uno de esos hombres de los que las mujeres siempre estaban hablando, sensibles y socialmente correctos.
Observó su reflejo en la ventana. Qué tontería. ¿A quién estaba intentando engañar? Miró el monstruo que era. Sinceramente, toda su intención era controlarla. La quería completamente bajo su pulgar. No era un santo, ni siquiera estaba cerca, y no iba a fingir. Ella iba a tener que aprender a amar al verdadero hombre. Le había dado una elección. Le había dicho que estuviera segura. La había advertido. Una y otra vez.
Su puño golpeó su muslo en una protesta frustrada. Mari. Maldita seas. ¿Dónde demonios estás? Se pasó los dedos por el cabello, delatando su agitación. Vamos, nena. Tienes que responderme. Sólo toca mi mente con la tuya.