14

Tenía que hablar con los padres de Aimee Biel.

Eran las seis de la mañana. La investigadora del condado Loren Muse estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas. Llevaba pantalones cortos y la raída moqueta le irritaba las piernas. Había fichas e informes policiales por todas partes. En el centro estaba el calendario que había elaborado.

De la otra habitación salió un áspero ronquido. Loren llevaba más de diez años viviendo en aquel roñoso piso. Los llamaban pisos «jardín», aunque lo único que parecía crecer allí era el monótono ladrillo rojo. Eran estructuras robustas con la personalidad de celdas carcelarias, estación de paso de una gente en camino ascendente o descendente y, para algunos otros, una especie de purgatorio vitalicio.

El ronquido no procedía de un novio. Loren tenía uno -un fracaso total, llamado Pete- pero su madre, la multicasada, Carmen Valos Muse Brewster Loquefuera, antaño deseable, ahora gastada, vivía entre hombres y por eso estaba con ella. Sus ronquidos tenían la flema de un fumador empedernido con mezcla de demasiados años de vino barato y una vida estrafalaria.

Las migas de galleta dominaban el mostrador de la cocina. Un tarro de mantequilla de cacahuete abierto, con el cuchillo saliendo como un Excalibur, surgía en medio a modo de torre de vigilancia. Loren estudió el registro de llamadas, los cargos de la tarjeta de crédito, los informes de los pases de autopista. Dibujaban un panorama interesante.

«Veamos -pensó Loren-, a ver si nos aclaramos.»

• 1:56 Aimee Biel utiliza el cajero del Citibank en la Calle 52, el mismo que utilizó Katie Rochester hace tres meses. Raro.

• 2:16 Aimee Biel llama a la casa de Livingston de Myron Bolitar. La llamada dura unos segundos.

• 2:17 Aimee llama a un móvil registrado a nombre de Myron Bolitar. La llamada dura tres minutos.


Asintió para sí misma. Parecía lógico que Aimee Biel probara primero en casa de Bolitar y al no obtener respuesta -eso explicaría la brevedad de la primera llamada- recurriera al móvil.

Sigamos:


• 2:21 Myron Bolitar llama a Aimee Biel. Esta llamada sólo dura un minuto.


Por lo que habían podido averiguar, Bolitar pasaba a menudo la noche en Nueva York en el piso del Dakota de Windsor Horne Lockwood III, un amigo. La policía conocía a Lockwood; a pesar de una educación lujosa y privilegiada, era sospechoso de varias agresiones y, sí, un par de homicidios. El hombre tenía la reputación más alocada que había visto Loren. Pero eso no parecía relevante en el caso que la ocupaba.

La cuestión era que probablemente Bolitar estaba en el piso de Manhattan de Lockwood. Guardaba su coche en un aparcamiento cercano. Según el vigilante nocturno, Bolitar se había llevado el coche alrededor de las 2:30.

Todavía no tenían pruebas, pero Loren estaba bastante segura de que Bolitar había ido al centro a recoger a Aimee Biel. Estaban intentando encontrar los vídeos de vigilancia de las tiendas cercanas. Puede que el coche de Bolitar saliera en alguno. Pero por ahora parecía una conclusión bastante correcta.

Más cronología temporal:


• 3:11 había un cargo en la tarjeta Visa de Bolitar de una estación de servicio Exxon en la Ruta 4, en Fort Lee, Nueva Jersey, al salir del puente Washington.

• 3:55 el pase de autopista del coche de Bolitar mostraba que había tomado la Garden State Parkway en dirección sur, cruzando el peaje del condado de Bergen.

• 4:08 el pase de autopista salía en el peaje del condado de Essex, mostrando que Bolitar seguía en dirección sur.


Eso era todo en cuanto a peajes. Podía haber cogido la Salida 145 para ir a su casa de Livingston. Loren dibujó la ruta. No tenía sentido. No irías hasta el puente Washington para volver a la autopista. Y aunque lo hicieras, no tardarías cuarenta minutos en llegar al peaje de Bergen. A esa hora de la noche, no llegaría a veinte minutos.

¿Adónde había ido Bolitar, entonces?

Volvió a la cronología temporal. Había un hueco de más de tres horas, pero a las 7:18, Myron Bolitar hizo una llamada al móvil de Aimee Biel. No hubo respuesta. Lo intenta dos veces más esa mañana. Sin respuesta. Ayer llamó al teléfono de la casa de los Biel. Ésa fue la única llamada que duró más de unos segundos. Loren se preguntó si habría hablado con los padres.

Cogió el teléfono y marcó el número de Lance Banner.

– ¿Qué hay? -preguntó él.

– ¿Has hablado con los padres de Aimee de Bolitar?

– Todavía no.

– Creo que ahora podría ser el momento -dijo Loren.


Myron tenía una nueva rutina matinal. Lo primero que hacía era coger el periódico y enterarse de las bajas de guerra. Miraba los nombres. Todos. Se aseguraba de que Jeremy Downing no estaba en la lista. Después volvía atrás y leía con calma todos los nombres otra vez, el rango, el lugar de nacimiento y la edad. Era todo lo que ponían. Pero Myron imaginaba que cada chico muerto en la lista era otro Jeremy, como aquel encantador chico de diecinueve años que vive en tu calle, porque, por simple que parezca, es así. Durante unos minutos Myron imaginaba qué significaba esa muerte, que esa vida joven, esperanzada, llena de sueños, se hubiera ido para siempre, imaginaba lo que estarían pensando los padres.

Esperaba que los líderes hicieran algo parecido. Pero lo dudaba.

Sonó el móvil de Myron. Miró el identificador. Decía dulces nalgas. Era el número de Win que no salía en la guía.

– Hola -contestó.

Sin preámbulos, Win dijo:

– Tu vuelo llega a la una.

– ¿Ahora trabajas para las líneas aéreas?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Muy buena.

– ¿Qué pasa?

– Trabajas para las líneas aéreas -repitió Win-. Espera, déjame saborear esa frase un momento. Trabajas para las líneas aéreas. Hilarante.

– ¿Ya estás?

– Espera, voy a buscar un bolígrafo para apuntarlo. Trabajas. Para. Las. Líneas Aéreas.

Win.

– ¿Ya está?

– Déjame empezar de nuevo: tu vuelo llega a la una. Iré a recogerte al aeropuerto. Tengo dos entradas para el partido de los Knicks. Nos sentaremos junto a la cancha, probablemente al lado de Paris Hilton o Kevin Bacon. Personalmente, espero que sea Kevin.

– No te gustan los Knicks -dijo Myron.

– Cierto.

– De hecho, no te gustan los partidos de baloncesto. ¿Por qué…? – Myron cayó en la cuenta-. Maldita sea.

Silencio.

– ¿Desde cuándo lees la Sección de Estilo, Win?

– A la una. Aeropuerto de Newark. Nos vemos allí.

Clic.

Myron colgó y no pudo evitar sonreír. Vaya con Win. Qué elemento.

Fue a la cocina. Su padre estaba levantado preparando el desayuno. No dijo nada sobre las nupcias de Jessica. En cambio, su madre saltó de la silla, corrió hacia él, le echó una mirada que insinuaba una enfermedad terminal y le preguntó si estaba bien. Él le aseguró que estaba perfectamente.

– Hace siete años que no veo a Jessica -dijo-. No es para tanto.

Sus padres asintieron de forma que le pareció que le seguían la corriente.

Unas horas después se fue al aeropuerto. Había dado mil vueltas en la cama, pero al final se había reconciliado con la idea. Siete años. Hacía siete años que habían terminado. Y aunque Jessica era quien tenía la paella por el mango cuando estaban juntos, Myron había sido quien había puesto fin a la relación.

Jessica era el pasado. Cogió el móvil y llamó a Ali: el presente.

– Estoy en el aeropuerto de Miami -dijo.

– ¿Cómo ha ido el viaje?

La voz de Ali le llenó de calor.

– Ha ido bien.

– ¿Pero?

– Pero nada. Tengo ganas de verte.

– ¿Qué te parece a las dos? Los chicos no estarán, te lo prometo.

– ¿Qué tienes pensado? -preguntó él.

– El término técnico sería… A ver, que consulte el diccionario…, una siesta.

– Ali Wilder, eres una zorra.

– Así soy yo.

– No me va bien a las dos. Win me lleva a ver a los Knicks.

– ¿Y después del partido? -preguntó ella.

– Oye, no me gusta nada que te hagas la estrecha.

– Me lo tomaré como un sí.

– Ya lo creo.

– ¿Estás bien? -preguntó.

– Estoy perfectamente.

– Estás un poco raro.

– Intento parecer raro.

– Pues no te esfuerces tanto.

Hubo un momento de incomodidad. Quería decirle que la quería. Pero era demasiado pronto. O, con lo que había sabido de Jessica, tal vez no era el momento correcto. No quieres decir algo así por primera vez por razones equivocadas.

Así que dijo:

– Ya embarca mi vuelo.

– Hasta pronto, guapo.

– Espera, si voy por la noche, ¿seguirá siendo una siesta, o una cabezadita?

– Esa palabra es demasiado larga. No quiero perder tiempo.

– Hablando de eso…

– Hasta luego, guapo.


Erik Biel estaba sentado en el sofá y Claire, su esposa, en una silla. Loren se fijó en eso. Se diría que una pareja en esa situación preferiría sentarse cerca, consolarse mutuamente. El lenguaje corporal sugería que los dos querían estar tan lejos uno de otro como fuera posible. Podía significar una grieta en la relación. O que esa experiencia era tan dura que incluso la ternura -sobre todo la ternura- dolía de mala manera.

Claire Biel había servido té. A Loren no le apetecía, pero sabía que la gente se relajaba más si les dejaba mantener el control sobre algo, hacer algo banal o doméstico. Así que aceptó. Lance Banner, que se quedó de pie detrás de ella, lo había rechazado.

Lance le había permitido dirigir la conversación. Les conocía. Eso podía ser útil en algunos interrogatorios, pero en este caso empezaría ella. Loren tomó un sorbo de té. Dejó que el silencio se aposentara un momento, que fueran ellos los primeros en hablar. A algunos podía parecerles cruel. No lo era, si ayudaba a encontrar a Aimee. Si encontraban a Aimee sana y salva, lo olvidarían pronto. Si no la encontraban, el malestar del silencio no sería nada en comparación con lo que tendrían que soportar.

– Mire -dijo Erik Biel-, hemos elaborado una lista de amigos íntimos y sus teléfonos. Ya les hemos llamado a todos. Y a su novio, Randy Wolf. También hemos hablado con él.

Loren se tomó un tiempo para mirar los nombres.

– ¿Hay alguna novedad? -preguntó Erik.

Erik Biel era la personificación de la tensión. La madre, Claire, tenía a la hija desaparecida grabada en la cara. No había dormido. Estaba hecha un desastre. Pero Erik, con su camisa blanca almidonada, su corbata y su cara recién afeitada, aún parecía más angustiado. Se esforzaba tanto por mantener el tipo que era evidente que no se desmoronaría lentamente. Cuando se hundiera, sería terrible y quizá permanente.

Loren entregó el papel a Lance Banner. Se volvió y se sentó más derecha. Mantuvo los ojos fijos en el rostro de Erik cuando soltó la bomba:

– ¿Alguno de los dos conoce a un hombre llamado Myron Bolitar?

Erik frunció el ceño. Loren miró a la madre. Claire Biel ponía una cara como si Loren le hubiera pedido que lamiera su inodoro.

– Es un amigo de la familia -dijo Claire Biel-. Le conozco desde el instituto.

– ¿Conoce a su hija?

– Por supuesto. Pero qué tiene…

– ¿Qué relación tienen?

– ¿Relación?

– Sí. Su hija y Myron Bolitar. ¿Qué relación tienen?

Por primera vez desde que habían entrado en la casa, Claire se volvió lentamente y miró a su marido en busca de orientación. También él miró a su esposa. Los dos ponían una cara como si les hubiera atropellado un camión.

Por fin habló Erik.

– ¿Qué está sugiriendo?

– No estoy sugiriendo nada, señor Biel. Le estoy haciendo una pregunta. ¿Hasta qué punto conocía su hija a Myron Bolitar?

Claire:

– Myron es un amigo de la familia.

Erik:

– Recomendó a Aimee en la solicitud de universidad.

Claire asintió vigorosamente.

– Sí. Eso.

– ¿Eso qué?

No respondieron.

Loren mantuvo la voz neutral.

– ¿Se veían alguna vez?

– ¿Si se veían?

– Sí. O si hablaban por teléfono. O por correo electrónico. -Entonces Loren añadió-: Sin estar ustedes presentes.

Loren no lo creía posible, pero la columna de Erik Biel se puso aún más derecha.

– ¿De qué diablos habla?

Vale, pensó Loren. No lo sabían. Aquello no era fingido. Tenía que cambiar de táctica, comprobar su sinceridad.

– ¿Cuándo fue la última vez que uno de ustedes habló con el señor Bolitar?

– Ayer -dijo Claire.

– ¿A qué hora?

– No estoy segura. Creo que a primera hora de la tarde.

– ¿Le llamó usted o llamó él?

– Llamó él -dijo Claire.

Loren miró a Lance Banner. Un punto para la madre. Eso concordaba con el registro de llamadas.

– ¿Qué quería?

– Felicitarnos.

– ¿Por qué?

– Han aceptado a Aimee en Duke.

– ¿Algo más?

– Preguntó si podía hablar con ella.

– ¿Con Aimee?

– Sí. Quería felicitarla.

– ¿Qué le dijo?

– Que no estaba en casa. Y después le di las gracias por la recomendación.

– ¿Qué dijo él?

– Que volvería a llamarla.

– ¿Algo más?

– No.

Loren esperó un rato.

– No pensará que Myron tiene algo que ver… -dijo Claire Biel.

Loren se limitó a mirarla, dejando que el silencio se aposentara, dándole la oportunidad de seguir hablando. No la decepcionó.

– Debería conocerle -siguió Claire-. Es un buen hombre. Le confiaría mi vida.

Loren asintió y después miró a Erik.

– ¿Y usted, señor Biel?

Los ojos de él estaban vidriosos.

– Erik. -dijo Claire.

– Lo vi ayer -dijo.

Loren se incorporó un poco.

– ¿Dónde?

– En el gimnasio de la escuela. -Su voz era dolorosamente monótona-. Jugamos al baloncesto los domingos.

– ¿A qué hora fue eso?

– A las siete y media. O las ocho.

– ¿De la mañana?

– Sí.

Loren miró otra vez a Lance. Él asintió lentamente. Él también lo había pillado. Bolitar no podía haber llegado a casa mucho antes de las cinco o las seis de la mañana. Y pocas horas después, ¿se iba a jugar al baloncesto con el padre de la chica desaparecida?

– ¿Juega con el señor Bolitar todos los domingos?

– No. Bueno, él jugaba más antes. Pero hacía meses que no iba.

– ¿Habló con él?

Erik asintió lentamente.

– Espere un momento -dijo Claire-. Quiero saber por qué nos hace tantas preguntas sobre Myron. ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

Loren la ignoró y mantuvo la mirada fija en Erik Biel.

– ¿De qué hablaron?

– De Aimee, creo.

– ¿Qué dijo?

– Intentó ser sutil.

Erik explicó que se le había acercado y se pusieron a hablar de ejercicio y de levantarse temprano y después Myron desvió la conversación hacia Aimee, preguntando dónde estaba, y lo difíciles que podían ser los adolescentes.

– Su tono era raro.

– ¿Cómo?

– Quería saber si era muy difícil ella. Me preguntó si estaba malhumorada, si pasaba mucho tiempo en Internet, cosas por el estilo. Recuerdo que pensé que era un poco raro.

– ¿Cómo estaba él?

– Hecho un desastre.

– ¿Cansado? ¿Sin afeitar?

– Ambas cosas.

– Bien, es suficiente -dijo Claire Biel-. Tenemos derecho a saber por qué nos hace estas preguntas.

Loren la miró.

– Es usted abogada, ¿no, señora Biel?

– Sí.

– Pues ayúdeme: ¿dónde pone que no he de decirle nada?

Claire abrió la boca y la cerró. Indebidamente cruel, pensó Loren, pero lo de interpretar policía bueno/policía malo no era sólo para los delincuentes. También para los testigos. No le gustaba, pero era muy eficaz.

Loren volvió a mirar a Lance, que le siguió la corriente. Tosió con el puño frente a la boca.

– Tenemos cierta información que relaciona a Aimee con Myron Bolitar.

Claire entornó los ojos.

– ¿Qué información?

– Anteanoche, a las dos de la madrugada, Aimee le llamó, primero a su casa, después al móvil. Y a continuación el señor Bolitar cogió el coche.

Lance siguió relatando los hechos. La cara de Claire perdió el color. Las manos de Erik se cerraron en puños.

Cuando Lance acabó, estaban demasiado aturdidos para hacer preguntas. Loren se echó hacia adelante.

– ¿Es posible que hubiera algo más entre Myron y Aimee que una relación de amistad?

– De ninguna manera -dijo Claire.

Erik cerró los ojos.

– Claire…

– ¿Qué? -cortó ella-. ¿No creerás que Myron se liaría con…?

– Ella le llamó justo antes de… -Se encogió de hombros-. ¿Para qué le llamaría Aimee? ¿Por qué no me lo comentaría él cuando nos vimos en el gimnasio?

– No lo sé, pero la mera idea… -Se calló y chasqueó los dedos-. Espere, Myron sale con Ali Wilder, una amiga mía. Una mujer adulta, por supuesto. Una viuda encantadora con dos hijos. La idea de que Myron pudiera…

Erik cerró los ojos con fuerza.

– ¿Señor Biel? -dijo Loren.

– Aimee no ha sido la misma últimamente -dijo en voz queda.

– ¿En qué sentido?

Erik seguía con los ojos cerrados.

– Los dos lo atribuimos a la adolescencia. Pero los últimos meses ha sido muy reservada.

– Eso es normal, Erik -Hijo Claire.

– Va a peor.

Claire meneó la cabeza.

– Sigues pensando que es una niña. Es sólo eso.

– Tú sabes que es algo más que eso, Claire.

– No, Erik, no lo sé.

Él volvió a cerrar los ojos.

– ¿Qué pasa, señor Biel? -preguntó Loren.

– Hace dos semanas intenté acceder a su ordenador.

– ¿Por qué?

– Para leer sus mensajes.

Su mujer le miró furiosa, pero él no la vio, o quizá no le importaba. Loren siguió.

– ¿Y qué pasó?

– Había cambiado la contraseña. No pude entrar.

– Porque quería intimidad -dijo Claire-. ¿Eso te parece raro? Yo llevaba un diario. Cuando era niña. Lo tenía cerrado bajo llave y encima escondido. ¿Y qué?

Erik siguió:

– Llamé al servidor de Internet. Soy el que paga las facturas, el titular. Así que me dieron la contraseña nueva. Después me conecté para mirar sus mensajes.

– ¿Y?

Se encogió de hombros.

– Habían desaparecido todos. Los había borrado.

– Sabía que fisgarías -dijo Claire. Su tono era una mezcla de ira y actitud defensiva-. Se protegió contra ti.

Erik se volvió rápidamente hacia ella.

– ¿Eso crees, Claire?

– ¿Y tú que tiene una aventura con Myron?

Erik no contestó. Claire se volvió hacia Loren y Lance.

– ¿Han preguntado a Myron por las llamadas?

– Todavía no.

– ¿Y a qué están esperando? -Claire se fue a buscar su bolso-. Vámonos. Él lo aclarará todo.

– No está en Livingston -dijo Loren-. Se fue en avión a Miami después de jugar al baloncesto con su marido.

Claire estaba a punto de preguntar algo más, pero se calló.

Por primera vez, Loren vio asomar la duda en su expresión. Decidió utilizarlo. Se levantó.

– Estaremos en contacto -dijo.

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