57

CUATRO DÍAS DESPUÉS

Jessica Culver se casó con Stone Norman en Tavern on the Green.

Myron estaba en su despacho cuando leyó la noticia en el periódico. Esperanza y Win también estaban. Win estaba de pie junto a un espejo de cuerpo entero, admirando su golpe de golf, como hacía a menudo. Esperanza miró a Myron atentamente.

– ¿Va todo bien? -preguntó.

– Bien.

– ¿Te das cuenta de que esta boda es lo mejor que puede pasarte?

– Sí. -Myron dejó el periódico-. He llegado a una conclusión que deseaba compartir con vosotros.

Win se detuvo a medio balanceo.

– Mi brazo no está lo bastante recto.

Esperanza le hizo un gesto para que se callara.

– ¿Qué?

– Siempre he intentado huir de lo que en realidad es un instinto natural en mí -dijo Myron-, el acto heroico. Siempre me advertís contra eso. Y os he escuchado. Pero he pensado otra cosa. Creo que debo hacerlo. Tendré derrotas, sin duda, pero tendré más victorias. No voy a huir más de eso. No quiero acabar siendo un cínico. Quiero ayudar a la gente y es lo que pienso hacer.

Win se volvió a mirarle.

– ¿Has acabado?

– He acabado.

Win miró a Esperanza.

– ¿Debemos aplaudir?

– Creo que deberíamos.

Esperanza se puso en pie y aplaudió frenéticamente. Win levantó el palo de golf y golpeó educadamente contra el suelo.

Myron hizo una inclinación de cabeza y dijo:

– Muchísimas gracias, sois un público estupendo, no olvidéis a la camarera al salir y probad la ternera.

Big Cyndi asomó la cabeza por la puerta. Se le había ido la mano con el colorete esa mañana y parecía un semáforo.

– La línea dos para el señor Bolitar. -Big Cyndi pestañeó. Imaginaos dos escorpiones boca arriba. Después añadió-: Es tu nuevo amor.

Myron cogió el teléfono.

– ¿Eli?

Ali Wilder dijo:

– ¿A qué hora vendrás?

– Sobre las siete.

– ¿Te va bien pizza y un DVD con los chicos?

Myron sonrió.

– Suena de maravilla.

Colgó. Sonreía. Esperanza y Win se miraron.

– ¿Qué? -preguntó Myron.

– Te pones tan tonto cuando te enamoras… -dijo Esperanza.

Myron miró el reloj.

– Ya es la hora.

– Buena suerte -dijo Esperanza.

Myron se dirigió a Win.

– ¿Quieres venir?

– No, amigo mío. Es todo tuyo.

Myron se puso de pie. Besó a Esperanza en la mejilla. Abrazó a Win, quien se sorprendió con el gesto, pero respondió. Myron volvió a Nueva Jersey. Hacía un día magnífico. El sol brillaba como si acabaran de crearlo. Myron buscó en el dial de la radio. No paraban de poner sus canciones favoritas.

Era perfecto.

No se molestó en parar en la tumba de Brenda. Pensó que lo comprendería. Los actos hablan más que las palabras.

Myron aparcó en el St. Barnabas Medical Center. Fue a la habitación de Joan Rochester. Estaba sentada cuando él entró, preparada para marcharse.

– ¿Cómo se encuentra? -preguntó.

– Bien -dijo Joan Rochester.

– Siento mucho lo que le ha pasado.

– No se preocupe.

– ¿Va a volver a casa?

– Sí.

– ¿Y no le va a denunciar?

– Exacto.

Myron se lo imaginaba.

– Su hija no puede huir siempre.

– Lo sé.

– ¿Qué va a hacer?

– Katie vino a casa anoche.

Menudo final feliz, pensó Myron. Cerró los ojos. No era lo que deseaba oír.

– Rufus y ella se pelearon. Y Katie volvió a casa. Dominick la ha perdonado. Todo irá bien.

Se miraron. No iría bien, ya lo sabían.

– Quiero ayudarla -dijo Myron.

– No puede.

Tal vez tenía razón.

Ayudas a quien puedes, como decía Win. Y siempre, siempre, mantienes una promesa. Por eso había ido a verla, por mantener su promesa.

Se encontró con la doctora Edna Skylar en el pasillo, en la unidad de oncología. Esperaba verla en su despacho, pero se conformaría.

Edna Skylar sonrió al verle. Llevaba muy poco maquillaje, la bata blanca arrugada. No le colgaba un estetoscopio del cuello esta vez.

– Hola, Myron -dijo.

– Hola, doctora Skylar.

– Llámeme Edna.

– De acuerdo.

– Estaba a punto de irme. -Señaló con el pulgar el ascensor-. ¿Qué le trae por aquí?

– De hecho, usted.

Edna Skylar llevaba un bolígrafo detrás de la oreja. Lo cogió, anotó algo en una historia y lo dejó.

– ¿En serio?

– Me aclaró algo cuando estuve aquí la última vez -dijo Myron.

– ¿Qué?

– Hablamos de los pacientes virtuosos, ¿recuerda? Hablamos de los puros frente a los mancillados. Fue muy sincera conmigo al decirme que prefería trabajar con quienes lo merecían.

– Hablé mucho, sí-dijo ella-, pero la verdad es que hice un juramento y trato también a quienes no me gustan.

– Oh, lo sé. Pero, mire, me hizo pensar. Porque estaba de acuerdo con usted. Quería ayudar a Aimee Biel porque creía que era… no lo sé.

– ¿Inocente? -dijo Skylar.

– Creo que sí.

– Pero descubrió que no lo era.

– Peor que eso -dijo Myron-. Descubrí que se equivocaba.

– ¿En qué?

– No podemos prejuzgar a las personas así. Nos volvemos cínicos. Presuponemos lo peor. Y cuando hacemos eso, empezamos a ver sólo las sombras. ¿Sabe que Aimee Biel ha vuelto a casa?

– Algo he oído, sí.

– Todos creen que huyó.

– Eso también lo he oído.

– Nadie ha escuchado su historia de verdad. En cuanto esa presunción apareció, Aimee Biel dejó de ser inocente. Incluso sus padres querían defender sus intereses. Deseaban tanto protegerla que ni siquiera comprendieron la verdad.

– ¿Cuál es la verdad?

– Inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero no es sólo cuestión del juzgado.

Edna Skylar miró teatralmente el reloj.

– No estoy segura de entender adónde quiere ir a parar.

– Creí en esa chica toda la vida. ¿Me equivocaba? ¿Era todo mentira? Pero al final fue como dijeron sus padres: la misión de protegerla era suya y no mía. Y así pude verlo con más desapasionamiento. Estaba dispuesto a arriesgarme a descubrir la verdad, así que esperé. Cuando por fin encontré a Aimee sola, le pedí que me lo contara todo, porque había demasiados agujeros en la historia de que hubiera huido y asesinara a su amante, el uso del cajero, la llamada desde la cabina, todo aquello. Cosas así. No quería limitarme a desecharlo y ayudarla a seguir con su vida. Así que hablé con ella. Recordé cuánto la quería y me preocupaba por ella. E hice algo muy raro.

– ¿Qué?

– Presuponer que decía la verdad. Si decía la verdad, sabía dos cosas, que el secuestrador era una mujer y que el secuestrador sabía que Katie Rochester había usado el cajero de la Calle 52. ¿Quién podía saberlo? Katie Rochester. Pero ella no fue. Loren Muse. Ni hablar. Y usted.

– ¿Yo? -Edna Skylar pestañeó-. ¿Habla en serio?

– ¿Recuerda que la llamé y le pedí que mirara la historia médica de Aimee -preguntó Myron- para saber si estaba embarazada?

Edna Skylar miró su reloj.

– No tengo tiempo para esto.

– Le dije que no se trataba sólo de un inocente, sino de dos.

– ¿Y?

– Antes de llamarle, le pedí lo mismo a su marido. Él trabaja en ese departamento. Pensé que a él le sería más fácil, pero se negó.

– Stanley nunca se salta las normas -dijo Edna Skylar.

– Lo sé, pero mire, me dijo algo interesante, que con las leyes actuales de privacidad, la base de datos registra la apertura de un expediente médico, el nombre del médico que lo ha mirado y la hora en que lo ha hecho.

– Sí.

– Así que he comprobado el expediente de Aimee. ¿Y sabe qué he visto?

La sonrisa de ella empezó a debilitarse.

– Usted, doctora Skylar, ya había mirado ese expediente dos semanas antes de que se lo pidiera. ¿Por qué haría algo así?

Ella cruzó los brazos en jarras.

– No lo hice.

– ¿Se equivoca el ordenador?

– A veces Stanley olvida su clave. Es probable que utilizara la mía.

– Ya. Olvida su clave pero recuerda la otra. -Myron ladeó la cabeza y se acercó más-. ¿Diría lo mismo bajo juramento?

Edna Skylar no contestó.

– ¿Sabe en lo que fue realmente lista? -siguió él-. Al contarme que su hijo había sido problemático desde el primer día y se fugó para vivir su vida. Me dijo que seguía siendo un desastre, ¿recuerda?

Un ruidito dolorido se escapó de sus labios. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

– Pero no mencionó su nombre. No había motivo para hacerlo, claro. Y no había razón para que se le conociera. Ni siquiera ahora. No formaba parte de la investigación. No sé quién es la madre de Jake Wolf ni la de Harry Davis, pero en cuanto vi que había mirado el expediente de Aimee Biel, hice algunas investigaciones. Su primer marido, doctora Skylar, se llamaba Andrew Van Dyne, ¿me equivoco? Su hijo se llama Drew Van Dyne.

Ella cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Cuando los abrió de nuevo, se encogió de hombros intentando parecer despreocupada, pero no lo consiguió ni de lejos.

– ¿Y qué?

– Curioso, ¿no cree? Cuando le pregunté por Aimee Biel, no me comentó que su hijo la conociera.

– Ya le dije que no me veía con mi hijo. No sabía nada de él.

Myron sonrió.

– Tiene todas las respuestas, ¿no, Edna?

– Le digo la verdad.

– No, no dice la verdad. Era otra coincidencia. Tantas malditas coincidencias, ¿no le parece? Eso es lo que me obsesionaba desde el principio. ¿Dos chicas del mismo instituto embarazadas? De acuerdo, no es tan raro. Pero el resto, dos chicas fugitivas, las dos utilizando el mismo cajero y todo eso. De nuevo digamos que Aimee decía la verdad. Digamos que una misteriosa mujer citara a Aimee en aquella esquina y le hiciera sacar dinero del cajero. ¿Por qué? ¿Por qué iba a hacer eso alguien?

– No lo sé.

– Claro que lo sabe, Edna. Porque no eran coincidencias. Ninguna. Las dispuso usted todas. ¿Que las dos chicas usaran el mismo cajero? Sólo hay una razón para eso. El secuestrador, usted, Edna, quería que se relacionara la desaparición de Aimee con la de Katie Rochester.

– ¿Y por qué iba a querer eso?

– Porque la policía estaba segura de que Katie Rochester había huido, en parte gracias a que usted la viera. Pero Aimee Biel era diferente. Ella no tenía un padre abusivo con relaciones mafiosas, por ejemplo. Su desaparición causaría una conmoción. La mejor forma, la única forma, era evitar que ese clamor se desvaneciera si parecía que Aimee era también una fugitiva.

Por un momento se quedaron quietos. Entonces Edna Skylar se movió hacia un lado dispuesta a esquivarle. Myron se movió con ella, obstaculizándole el paso. Ella le miró.

– ¿Lleva un micrófono, Myron?

Él levantó los brazos.

– Cachéeme.

– No es necesario. De todos modos, esto es una tontería.

– Volvamos a ese día en la calle. Stanley y usted pasean por Manhattan. El destino le tiende una mano. Ve a Katie Rochester, tal como le contó a la policía. Se da cuenta de que no está desaparecida ni tiene problemas graves. Es una fugitiva. Katie le suplica que no diga nada. Y usted la escucha. Durante tres semanas, no dice nada. Vuelve a su rutina diaria. -Myron le estudió la cara-. ¿Me va siguiendo?

– Le sigo.

– ¿Por qué cambia de parecer? ¿Por qué, después de tres semanas, de repente llama a su antiguo amigo Ed Steinberg?

Ella cruzó los brazos.

– ¿Por qué no me lo dice usted?

– Porque su situación ha cambiado, no la de Katie.

– ¿Cómo?

– Me dijo que su hijo había sido problemático desde el principio. Que se había rendido.

– Es cierto.

– Puede que sí, no lo sé. Pero estaba en contacto con Drew. De alguna manera, al menos. Sabía que Drew estaba enamorado de Aimee Biel porque él mismo se lo dijo. Probablemente le dijo también que estaba embarazada.

Ella cruzó más los brazos.

– ¿Puede probarlo?

– No. Esa parte es especulación. El resto no. Buscó el historial de Aimee en el ordenador. Eso lo sabemos. Vio que sí, que estaba embarazada. Pero más que nada vio que pensaba abortar. Drew no lo sabía. Él creía que estaban enamorados e iban a casarse, pero Aimee quería librarse de él. Drew Van Dyne no había sido más que un error tonto, por muy común que sea, de instituto. Aimee estaba a punto de entrar en la universidad.

– Parece un buen motivo para que Drew la secuestrara -dijo Edna Skylar.

– Sí lo parece. Si lo hubiera sido todo. Pero seguían molestándome las coincidencias. ¿Quién sabía lo del cajero? Usted llamó a su compañero Ed Steinberg y le sacó información del caso. Él habló. ¿Por qué no? No era confidencial. Ni siquiera existía un caso. Cuando él mencionó el cajero del Citibank, se dio cuenta de que eso podría ser el desencadenante. Se asumiría que Aimee también era una fugitiva. Y así es como sucedió, llamó a Aimee, le dijo que era del hospital, lo cual es cierto, y que podría abortar en secreto. Quedó con ella en Nueva York. La esperó a usted en la esquina, usted acudió, le dijo que sacara dinero del cajero. Su desencadenante. Aimee hizo lo que le dijo, pero le entró el pánico. Quiere pensárselo. La tiene allí, al alcance, está con la jeringa en la mano y de repente se le escapa. Me llama. Llego yo. La acompaño a Ridgewood. Nos sigue con el coche que vi entrar en el callejón aquella noche. Cuando Harry Davis rechaza a Aimee, usted está a la espera y Aimee ya no recuerda nada más después de eso porque ha sido drogada. Esto encaja, su memoria estaría borrosa. El propofol causa esos síntomas. Usted conoce esa droga, ¿no, Edna?

– Por supuesto que sí. Soy doctora. Es un anestésico.

– ¿Lo ha usado en su consulta?

Ella dudó.

– Lo he usado.

– Y eso la condenará.

– ¿En serio? ¿Por qué?

– Tengo otras pruebas, pero la mayoría son circunstanciales. Los expedientes médicos, para empezar. Demuestran no sólo que vio los expedientes médicos de Aimee antes de que yo se lo pidiera, sino que ni siquiera los consultó cuando yo la llamé. ¿Por qué? Porque ya sabía que ella estaba embarazada. También tengo los registros telefónicos. Su hijo la llamó, usted le llamó a él.

– ¿Y qué?

– Eso, y qué. E incluso puedo demostrar que llamó al instituto y habló con su hijo en cuanto yo me marché la primera vez. Harry Davis no entendía que Drew supiera que pasaba algo sin haber hablado con él, pero lo sabía por usted. ¿Y la llamada que hizo a Claire desde la cabina de la Calle 23…? Eso fue una exageración. Fue muy amable por su parte intentar consolar un poco a los padres pero, a ver, ¿por qué iba a llamar Aimee desde el mismo sitio donde había sido vista Katie Rochester? Ella no podía saberlo, usted sí. Y ya hemos investigado su pase de autopistas. Fue a Manhattan. Cogió el Lincoln Tunnel veinte minutos después de que se hiciera la llamada.

– Menuda prueba -dijo Edna.

– No es nada del otro mundo, pero aquí es donde empieza a resbalar. El propofol. Puede hacer recetas, claro, pero también tiene que encargarlo. A petición mía la policía ha hablado con su consulta. Compró mucho propofol, pero nadie puede explicar dónde fue a parar. A Aimee le hicieron un análisis. Todavía tenía restos en la sangre. ¿Entiende?

Edna Skylar respiró hondo, contuvo la respiración y la soltó.

– ¿Tiene un motivo para ese supuesto secuestro, Myron?

– ¿De verdad quiere jugar a esto?

Ella se encogió de hombros.

– Hemos jugado hasta ahora.

– Bien, de acuerdo, el motivo, ése era el problema que tenían todos. ¿Por qué iban a secuestrar a Aimee? Todos creíamos que querían silenciarla. Su hijo podía perder el trabajo. El hijo de Jake Wolf podía perderlo todo. Harry Davis también tenía mucho que perder. Pero secuestrarla no les ayudaría. Tampoco hubo petición de rescate, ni agresión sexual, nada de nada. Yo seguía preguntándome por qué alguien secuestraría a una jovencita.

– ¿Y?

– Habló de los inocentes.

– Sí.

Ahora su sonrisa era resignada. Edna Skylar sabía lo que venía a continuación, pensó Myron, pero no se apartaría del camino.

– ¿Quién era más inocente -dijo Myron- que su nieto nonato?

Ella podía haber asentido. Era difícil saberlo.

– Siga.

– Usted misma lo dijo al hablar de elegir a los pacientes. Había que priorizar y salvar a los inocentes. Sus motivos eran casi puros, Edna. Quería salvar a su nieto.

Edna Skylar se volvió y miró pasillo abajo. Cuando volvió a enfrentarse a Myron, su sonrisa había desaparecido. Su cara era curiosamente inexpresiva.

– Aimee ya estaba casi de tres meses -empezó. Su tono había cambiado. Había algo amable en ella, algo distante también-. De haber podido retener a esa chica un mes o dos más, habría sido demasiado tarde para abortar. Si podía retrasar la decisión de Aimee un poco más, habría salvado a mi nieto. ¿Está tan mal?

Myron no dijo nada.

– Tiene razón. Quería que la desaparición de Aimee se pareciera a la de Katie Rochester. En parte lo tenía en bandeja. Las dos habían ido al mismo instituto, las dos estaban embarazadas. Así que le añadí el cajero. Hice lo que pude para que pareciera que Aimee había huido. Pero no por las razones que ha dicho, no porque fuera una buena chica con una buena familia. De hecho, por todo lo contrario.

Myron asintió. Ahora lo entendía.

– Si la policía hubiera investigado -dijo-, habría descubierto la aventura que tuvo con su hijo.

– Sí.

– Ninguno de los sospechosos tenía una cabaña de madera. Pero usted sí, Edna. Incluso tiene la chimenea blanca y marrón que dijo Aimee.

– Se ha tomado muchas molestias.

– Sí, es cierto.

– Lo tenía muy bien planeado. La trataría bien, le controlaría el embarazo, llamaría a los padres por consolarlos un poco. Haría todo eso, dejando pistas de que Aimee era una fugitiva y estaba bien.

– ¿Como conectarse a Internet?

– Sí.

– ¿Cómo consiguió su contraseña y su nombre de pantalla?

– Me lo dijo en el estupor de la droga.

– ¿Se ponía un disfraz cuando estaba con ella?

– Me tapaba la cara, sí.

– Y el nombre del novio de Erin, Mark Cooper, ¿de dónde lo sacó?

Edna se encogió de hombros.

– También me lo dijo ella.

– Era la respuesta incorrecta. A Mark Cooper le apodaban Problema. Eso también me desconcertó.

– Aimee fue muy lista -dijo Edna Skylar-. De todos modos la habría retenido unos meses más. Seguiría dejando indicios de que había huido. Y después la dejaría marchar. Contaría la misma historia de que la habían secuestrado.

– Y nadie la creería.

– Tendría a su hijo, Myron. Eso era lo único que me importaba. El plan habría funcionado. En cuanto surgiera lo del cajero, la policía se convencería de que era una fugitiva y ya no investigarían. Sus padres, bueno, son padres. No les harían caso, como no lo hicieron a los Rochester. -Le miró a los ojos-. Sólo una cosa me fastidiaba.

Myron separó las manos.

– La modestia me impide mencionarlo.

– Pues lo haré yo. Usted, Myron. Me lo fastidió todo.

– ¿No va a decirme que soy un chico entrometido, como el de Scooby-Doo?

– ¿Le parece gracioso?

– No, Edna. No me parece gracioso en absoluto.

– Nunca quise hacer daño a nadie. Sí, sería inconveniente para Aimee y puede que traumático, aunque soy muy buena administrando drogas. Podía tenerla cómoda y al bebé a salvo. Sus padres, por supuesto, vivirían un infierno, pero si podía convencerles de que era una fugitiva, de que estaba bien, podía hacérselo un poco más fácil. Sopesando los pros y los contras, aunque tuvieran que sufrir un poco, estaba salvando una vida. Tal como le dije, lo había hecho mal con Drew. No me preocupé por él, no le protegí.

– Y no pensaba cometer los mismos errores con su nieto -dijo Myron.

– Eso es.

Había pacientes y visitas, médicos y enfermeras, gente de toda clase arriba y abajo. Se oían ruidos metálicos arriba. Alguien pasó con un enorme ramo de flores. Myron y Edna no vieron nada de eso.

– Me lo dijo por teléfono -siguió Edna- al pedirme que mirara el expediente de Aimee. Lo único que pretendía era proteger al inocente. Pero cuando desapareció, usted se culpó. Se sintió obligado a encontrarla. Empezó a investigar.

– Y cuando me acerqué demasiado, tuvo que reducir las pérdidas.

– Sí.

– Y la dejó marchar.

– No tenía alternativa. Todo se fue a paseo. En cuanto usted se involucró, la gente empezó a morir.

– ¿No me echará la culpa a mí, ahora?

– No, y tampoco la tengo yo -dijo ella con la cabeza alta-. No he matado jamás a nadie. No le pedí a Harry Davis que cambiara los expedientes, ni a Jake Wolf que sobornara a nadie, ni a Randy Wolf que vendiera drogas, ni le dije a mi hijo que se acostara con una alumna, ni a Aimee Biel que se quedara embarazada.

Myron no dijo nada.

– ¿Quiere ir un poco más lejos? -Su voz se volvió más aguda-. No le dije a Drew que apuntara a Jake Wolf con una pistola. Al contrario, intenté calmar a mi hijo, sin contarle la verdad. Tal vez debería haberlo hecho. Pero Drew fue siempre un fracasado, así que sólo le dije que se calmara, que Aimee estaría bien. Pero no me escuchó. Pensaba que Jake Wolf le había hecho algo y fue tras él. Creo que la esposa decía la verdad. Le mató en defensa propia. Así fue como murió mi hijo. Pero yo no lo hice.

Myron esperó. Le temblaban los labios, pero Edna se esforzaba por dominarse. No se hundiría. No mostraría debilidad, ni siquiera ahora que todo estaba saliendo a la luz, cuando sus acciones no sólo habían fracasado y no habían obtenido los resultados deseados sino que habían puesto fin a la vida de su hijo.

– Yo sólo quería salvar la vida de mi nieto -dijo ella-. ¿Cómo podía haberlo hecho?

Myron siguió sin responder.

– ¿Y bien?

– No lo sé.

– Por favor. -Edna Skylar se apretó con los brazos como si fueran un salvavidas-. ¿Qué piensa hacer ella con el bebé?

– Tampoco lo sé.

– No podrá demostrar nada.

– Eso es trabajo de la policía. Yo sólo quería mantener mi promesa.

– ¿Qué promesa?

Myron miró al pasillo y gritó:

– Ya podéis salir.

Cuando vio a Aimee Biel, Edna Skylar jadeó y se llevó una mano a la boca. Erik también estaba allí, a un lado de Aimee, y Claire al otro. Los dos rodeaban a su hija con el brazo.

Myron se fue entonces, sonriendo. Su paso era ligero. Fuera el sol todavía brillaría. Lo sabía. En la radio sonarían sus canciones favoritas. Tenía toda la conversación grabada -sí, había mentido- y se la daría a Muse y a Banner. Podían construir un caso. O no.

Se hace lo que se puede.

Erik saludó con la cabeza a Myron al pasar. Claire se le acercó. Tenía lágrimas de gratitud en los ojos. Myron le acarició la mano y sus ojos se encontraron. La vio como cuando era adolescente, en el instituto, en la sala de estudios. Pero ahora eso ya no importaba. Siguió andando.

Le había hecho una promesa a Claire. Le había prometido devolverle a su hija.

Al fin lo había hecho.

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