No era Drew Van Dyne quien conducía el coche, sino Jake Wolf.
Iba a toda velocidad. Hizo algunos giros bruscos. Les llevaba una buena ventaja. Sólo condujo un par de kilómetros. Llegó al viejo Roosevelt Mall, dio la vuelta a toda velocidad y paró. Caminó, cruzando los campos de fútbol a oscuras en dirección al Livingston High School. Se imaginaba que Myron Bolitar le seguía, pero creía que le llevaba suficiente ventaja.
Oyó el ruido de la fiesta. Unos pasos más y empezó a ver las luces. El aire nocturno le sentó bien. Jake observó los árboles, las casas, los coches en las entradas. Le encantaba esa ciudad, vivir allí.
Al acercarse más, oyó las risas. Pensó en lo que hacía allí. Tragó saliva y se colocó detrás de una hilera de pinos de la propiedad vecina. Encontró un punto entre ellos y miró hacia la carpa.
Distinguió a su hijo inmediatamente.
Siempre le pasaba lo mismo con Randy. Nunca se le escapaba. Destacaba en cualquier circunstancia. Jake recordaba haber ido al primer partido de fútbol de Randy cuando el niño iba a primero. Debía de haber trescientos o cuatrocientos niños, todos corriendo y saltando como moléculas acaloradas. Había llegado tarde, pero tardó unos segundos en localizar a su radiante hijo en las olas de tantos niños iguales, como si un foco cenital iluminara cada uno de sus pasos.
Jake Wolf se limitó a observar. Su hijo hablaba con un grupo de compañeros. Se reían por algo que había dicho. Jack sintió que se le humedecían los ojos. Pensó que la culpa se repartía entre muchos. Intentó recordar cómo había empezado. Tal vez con el doctor Crowley. El maldito profesor de historia se hacía llamar doctor. Menuda mierda pretenciosa.
Crowley era un hombre bajito e insignificante con cuatro cabellos y los hombros hundidos. Odiaba a los atletas. Se podía oler la envidia a la legua. Crowley veía a alguien como Randy, tan guapo y atlético y especial, espejo de sus propios fallos en la adolescencia.
Así fue como empezó todo.
Randy había hecho un trabajo estupendo sobre la Ofensiva Tet para la clase de historia de Crowley, y él le había puesto una C baja, una maldita C baja. Un amigo de Randy, un chico llamado Joel Fisher, había sacado una A. Jake leyó ambos trabajos. El de Randy era mejor. No sólo era cosa suya. Los leyó a varias personas, sin decirles cuál es cual.
– ¿Cuál es mejor? -preguntó.
Y casi todos estaban de acuerdo con él. El C bajo, superior.
Puede parecer algo sin importancia, pero no lo era. Ese trabajo representaba tres cuartos de la nota. El doctor Crowley dejó a Randy fuera del cuadro de honor durante todo el semestre, pero, algo peor, le dejó fuera del juego. Dartmouth lo había dejado claro, el diez por ciento mejor. Si hubiera sido una B, probablemente le habrían aceptado.
Ésa era la diferencia.
Jake y Lorraine habían ido a hablar con el doctor Crowley y le explicaron la situación. Crowley se mostró implacable. Estuvo despreciativo, disfrutando su poder, y Jake hizo un esfuerzo de voluntad para no lanzarlo por la ventana. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. Contrató a un detective privado que hurgara en el pasado del hombre, pero la vida de Crowley había sido patética, anodina, evidentemente poco remarcable, especialmente en comparación con el hijo de Jake que era un faro brillante… No había nada que pudiera utilizar contra él.
Así que, si Jake Wolf hubiera respetado las normas, aquello habría sido el fin. Su hijo se habría quedado sin una educación selecta por el capricho de un don nadie como Crowley.
No. Ni hablar.
Y así había empezado.
Jake tragó saliva y miró. Su hijo estaba en el centro de la fiesta: el sol y docenas de planetas en órbita. Tenía una taza en la mano. Poseía una simpatía natural. Sabía estar en todo cuanto hacía. Jake Wolf se quedó en la sombra preguntándose si habría algún modo de salvarlo. No. Era como coger agua con la mano. Había intentado parecer seguro frente a Lorraine. Pensaba que tal vez podría dejar el cadáver en casa de Drew Van Dayne. Lorraine limpiaría la mancha. Podría haber funcionado.
Pero había aparecido Myron Bolitar. Jake le había visto desde el garaje. Estaba atrapado. Jake esperaba dejarlo atrás, perderlos, deshacerse del cadáver en alguna parte. Pero cuando giró y vio que Lorraine estaba en el asiento trasero, supo que todo había acabado.
Había contratado a un buen abogado, al mejor. Conocía a uno en la ciudad, Lenny Marcus, un buen defensor. Le había llamado para ver si se le ocurría algo. Pero, en el fondo, ya sabía que no había nada que hacer.
Por eso estaba aquí. En las sombras. Observando a su guapo y perfecto hijo. Randy era lo único que había hecho bien en su vida, su hijo, su precioso chico, pero era suficiente. Desde la primera vez que vio al bebé en el hospital quedó cautivado. Le acompañaba siempre que podía, a todos los partidos. No era sólo para apoyarle; a menudo, durante las actividades, Jake se quedaba detrás de un árbol, escondido como ahora. Le gustaba observar a su hijo, eso era todo, perderse en ese gozo sencillo. Y a veces, al hacerlo, no podía creer lo afortunado que era, que alguien como Jake Wolf, un don nadie también en realidad, pudiera haber contribuido a crear algo tan milagroso. El mundo era cruel y horrible y tenías que hacer lo imposible por una oportunidad, pero de vez en cuando miraba a Randy y se daba cuenta de que había algo más que el horror de devorarse unos a otros, que tenía que haber algo más, un ser más elevado, porque frente a él tenía la perfección y la belleza.
– Eh, Jake.
Se volvió al oír la voz.
– Hola, Jacques.
Era Jacques Harlow, el padre de uno de los amigos íntimos de Randy y el anfitrión de la fiesta. Jacques se acercó a él. Los dos miraron la fiesta, a sus hijos, disfrutando durante casi un minuto sin hablar.
– ¿Te das cuenta de lo rápido que ha pasado? -dijo Harlow.
Jake meneó la cabeza, temeroso de hablar. Sus ojos no se apartaron de su hijo.
– ¿Qué? ¿Te vienes a tomar algo?
– No puedo. Sólo tenía que darle algo a Randy. Pero gracias.
Se quedó todavía allí, disfrutando de cada segundo. Después oyó pasos. Se volvió y vio a Myron Bolitar. Llevaba una pistola en la mano. Jake Wolf sonrió y dio la espalda a su hijo.
– ¿Qué hace aquí, Jake?
– ¿Qué le parece?
Jake Wolf no quería moverse, pero había llegado la hora. Dedicó una última mirada a su hijo, sintiendo mucho que fuera la última vez que le veía así. Quería decirle algo, algunas palabras sabias, pero no era bueno expresándose.
Así que se volvió y levantó las manos.
– En el maletero -dijo-. El cadáver está en el maletero.