Trasladaron a Myron a un gran armario de cedro del segundo piso y lo echaron en la base, con las manos atadas a la espalda con cinta adhesiva y también los pies. Dominick Rochester estaba de pie a su lado, con una pistola en la mano.
– ¿Ha llamado a su amigo Win?
– ¿Quién? -dijo Myron.
Rochester frunció el ceño.
– ¿Me toma por imbécil?
– Si conoce a Win -dijo Myron, mirándole a los ojos-, y sabe de lo que es capaz, la respuesta es sí. Creo que es imbécil.
Rochester soltó una risa burlona.
– Ya lo veremos -dijo.
Myron evaluó rápidamente la situación. Sin ventanas, una entrada. Por eso le habían llevado allí: sin ventanas. Así Win no podría atacarles desde fuera o desde lejos. Se habían dado cuenta, lo habían considerado, habían sido lo bastante listos para atarle y subirlo.
Aquello no tenía buena pinta.
Dominick Rochester iba armado. Lo mismo que Profesor de Arte. Por lo tanto sería prácticamente imposible entrar allí. Pero él conocía a Win. Myron sólo necesitaba darle tiempo.
A la derecha, Lazo Mordiscos seguía sonriendo. Tenía sangre -de Myron- en los dientes. Profesor de Arte estaba a la izquierda.
Rochester se agachó y acercó su cara a la de Myron. El olor a colonia seguía en él, peor que nunca.
– Voy a decirle lo que quiero -dijo-. Después le dejaré a solas con Orville y Jeb. Mire, sé que tuvo algo que ver con la desaparición de la chica. Y si tuvo algo que ver con ella, tuvo algo que ver con Katie. Tiene sentido, ¿no?
– ¿Dónde está la señora Seiden?
– Nadie quiere hacerle daño.
– No tuve nada que ver con su hija -dijo Myron-. Sólo acompañé a Aimee en coche. Sólo eso. La policía se lo dirá.
– Pidió un abogado.
– No fue así. Apareció mi abogado. Contesté todas las preguntas. Les dije que Aimee me había llamado para que la acompañara. Les enseñé dónde la había dejado.
– ¿Y mi hija qué?
– No la conozco. No la he visto en mi vida.
Rochester miró a Orville y a Jeb. Myron no sabía quién era quién. La pierna del mordisco le dolía.
Profesor de Arte se estaba arreglando la cola de caballo, apretándola y recolocando la goma.
– Le creo.
– Pero -añadió Lazo Mordiscos- «we got to be, got to be certain, tengo que estar seguro».
Profesor de Arte frunció el ceño.
– ¿De quién es eso?
– De Kylie Minogue.
– Uau, qué raro, tío.
Rochester se incorporó.
– Vosotros a lo vuestro. Yo vigilaré abajo.
– Espere -dijo Myron-. Yo no sé nada.
Rochester le miró un momento.
– Es mi hija. No puedo arriesgarme. Así que ahora los Gemelos le van a dar un repasito. Si después sigue contando la misma historia, sabré que no ha tenido nada que ver. Pero si no, podría salvar a mi hija. ¿Entiende lo que le digo?
Rochester se fue hacia la puerta.
Los Gemelos se acercaron a Myron. Profesor de Arte le dio un empujón. Después se sentó sobre sus piernas. Lazo montó sobre su torso. Miró hacia abajo y enseñó los dientes. Myron tragó saliva. Intentó zafarse, pero con las manos atadas a la espalda era imposible. Su estómago se contrajo de miedo.
– Espere -repitió Myron.
– No -dijo Rochester-. Inventará evasivas, cantará, bailará, se inventará historias…
– No, no es eso…
– Déjeme acabar, entendido. Es mi hija. Tiene que comprenderlo. Tiene que reventar antes de que pueda creerle. Los Gemelos. Son buenos reventando a la gente.
– Escúcheme un momento, por favor. Intento encontrar a Aimee Biel…
– No.
– …y si la encuentro, hay una excelente posibilidad de que encuentre también a su hija. Se lo juro. Oiga, ya me ha investigado, ¿no? Por eso sabe que existe Win.
Rochester se paró y esperó.
– Habrá oído que me dedico a esto. Ayudo a la gente que está en apuros. Dejé a esa chica y después desapareció. Tengo que localizarla porque se lo debo a sus padres.
Rochester miró a los Gemelos. A lo lejos Myron oyó una radio de coche, una canción que iba y venía. La canción era «We Built This City on Rock-n-Roll» de Starship.
La segunda peor canción del mundo, pensó Myron.
Lazo Mordiscos empezó a cantar «We built esta ciudad, we built esta ciudad, we built esta ciudad…»
Profesor de Arte Hippy, sin soltar las piernas de Myron, empezó a balancear la cabeza siguiendo la voz de su colega.
– Le digo la verdad -dijo Myron.
– De todos modos -dijo Rochester-, tanto si dice la verdad como si no, los Gemelos se quedan. Lo averiguarán. Mire, a ellos no puede mentirles. En cuanto le aticen un poco, nos contará todo lo que queremos saber.
– Pero entonces será demasiado tarde -dijo Myron.
– No tardarán mucho -dijo Rochester mirando a Profesor de Arte.
– Media hora, una hora máximo -dijo Profesor de Arte.
– No me refería a eso. Estaré demasiado hecho polvo. No podré funcionar.
– Tiene razón -dijo Profesor de Arte.
– Dejamos marcas -añadió Lazo, exhibiendo los dientes.
Rochester lo pensó.
– Orville, ¿dónde has dicho que había ido antes de volver a casa?
Profesor de Arte -Orville- le dio la dirección de Randy Wolf y le habló del restaurante. Le habían estado siguiendo, y Myron no se había enterado. O eran muy buenos, o Myron estaba oxidado, o ambas cosas. Rochester le preguntó a Myron por qué había ido allí.
– Allí vive su novio -dijo Myron-. Pero no estaba en casa.
– ¿Cree que tiene algo que ver con esto?
Myron no fue tan tonto para decir que sí.
– Estoy hablando con los amigos de Aimee para saber en qué estaba metida. ¿Quién mejor que su novio?
– ¿Y el restaurante?
– Había quedado con un informador. Quería saber qué tenía la poli sobre su hija y Aimee. Intento hallar una relación entre ellas.
– ¿Y qué ha averiguado hasta ahora?
– Acabo de empezar.
Rochester lo pensó un poco más. Después meneó la cabeza lentamente.
– Por lo que me han dicho, recogió a la chica Biel a las dos de la madrugada.
– Es cierto.
– A las dos -repitió.
– Ella me llamó.
– ¿Por qué? -Se le puso roja la cara-. ¿Es que le gusta recoger a colegialas?
– No es eso.
– Ah. ¿Va a decirme que fue todo inocente?
– Lo fue.
Myron notó que le aumentaba la rabia. Lo estaba perdiendo.
– ¿Vio el juicio del pervertido de Michael Jackson?
La pregunta confundió a Myron.
– Un poco, sí.
– Duerme con chiquillos, ¿no? Lo reconoce. Y luego dice: «Pero era algo inocente».
Entonces Myron vio adónde quería ir a parar.
– Y usted hace lo mismo, me dice que recoge a chicas bonitas a altas horas de la noche, a las dos de la madrugada. Y luego añade: «Oh, pero es algo inocente».
– Escúcheme…
– No, creo que ya he escuchado bastante.
Rochester hizo un gesto con la cabeza a los Gemelos para que se pusieran manos a la obra.
Había pasado tiempo suficiente. Myron esperaba que Win estuviera en posición. Probablemente estaba esperando una última distracción. Myron no podía moverse, así que intentó otra cosa.
Sin avisar, Myron soltó un grito.
Gritó lo más largo y fuerte que pudo, incluso después de que Orville Profesor de Arte le pegara un puñetazo en los dientes.
El grito surtió el efecto deseado. Por un segundo, todos le miraron. Sólo por un segundo. No más.
Pero fue suficiente.
Un brazo agarró a Rochester del cuello mientras una pistola aparecía en su frente. La cara de Win se materializó junto a la de Rochester.
– La próxima vez -dijo Win, arrugando la nariz-, por favor no se compre la colonia en la estación de servicio Exxon.
Los Gemelos se movieron rápidos como un rayo. Saltaron de encima de Myron en un segundo. Profesor de Arte se situó en el rincón más lejano. Lazo Mordiscos se deslizó detrás de Myron y lo hizo poner de pie, utilizándolo como escudo. También tenía un arma en la mano. La apoyó contra el cuello de Myron.
Tablas.
Win mantuvo el brazo alrededor del cuello de Rochester. Le apretó la tráquea. La cara de Rochester se fue poniendo roja a medida que el oxígeno disminuía. Se le pusieron los ojos en blanco. Unos segundos después, Win hizo algo sorprendente: aflojó el apretón en la tráquea. Rochester tuvo arcadas y cogió aire. Utilizándolo de escudo, Win mantuvo la pistola junto a la nuca del hombre pero apuntando hacia Profesor de Arte.
– Le he cortado el suministro de aire. Con esa colonia asquerosa -dijo Win, a modo de explicación-, he sido demasiado compasivo.
Los Gemelos observaron a Win como si fuera un animalito gracioso que hubieran encontrado por casualidad en el bosque. No parecían temerle. En cuanto Win apareció en escena, habían coordinado sus movimientos como si ya lo hubieran hecho antes.
– Aparecer así -dijo Profesor de Arte Hippy, sonriendo a Win-. Tío, ha sido algo total.
– Aparta -dijo Win-. Venga, zumbando.
Él frunció el ceño.
– ¿Estás de broma, tío?
– Genial. Guay. Las flores al poder.
Profesor de Arte miró a Lazo Mordiscos como diciendo: «¿Te lo puedes creer?»
– Ay tío, que me parece que no sabes con quién te has metido.
– Bajad las armas -dijo Win- u os mato a los dos.
Los Gemelos sonrieron un poco más, disfrutando.
– Tío, ¿has dado mates alguna vez?
Win miró a Profesor de Arte con ojos inexpresivos.
– Sí, tío.
– Mira, tenemos dos pistolas. Tú tienes una.
Lazo Mordiscos apoyó la cabeza en el hombro de Myron.
– Tú -dijo a Win, excitado, lamiéndose los labios-. No deberías amenazarnos.
– Tienes razón -dijo Win.
Todos los ojos estaban en la pistola que apretaba la sien de Rochester. Ése fue el error. Era como un truco de mago. Los Gemelos no se habían preguntado por qué Win había aflojado el apretón del cuello de Rochester. Pero la razón era simple. Era para que Win -utilizando el cuerpo de Rochester para tapar la vista- pudiera sacar la segunda pistola.
Myron ladeó la cabeza un poco hacia la izquierda. La bala de la segunda pistola oculta detrás de Rochester dio a Lazo Mordiscos en medio de la frente. Murió al instante. Myron sintió algo húmedo salpicarle la mejilla.
Al mismo tiempo, Win disparó la pistola con que apuntaba a la cabeza de Rochester. Esa bala alcanzó a Profesor de Arte en el cuello. Él cayó, con las manos agarradas a lo que había sido su caja de resonancia. Podía estar muerto o al menos desangrándose mortalmente. Win no se arriesgó. La segunda bala dio al hombre entre los ojos.
Win se volvió hacia Rochester.
– Una tontería y acabarás como ellos.
Rochester se obligó a mantenerse imposiblemente quieto. Win se agachó junto a Myron y empezó a arrancarle la cinta adhesiva. Miró el cadáver de Lazo Mordiscos.
– Que aproveche -dijo Win al cadáver. Se volvió hacia Myron-. ¿Lo pillas? Los mordiscos, que aprovechen.
– Hilarante. ¿Dónde está la señora Seiden?
– Está a salvo. Fuera de la casa, pero tendrás que inventar algo que explicarle.
Myron se lo pensó.
– ¿Has llamado a la policía? -preguntó.
– Todavía no. Por si querías hacer alguna pregunta.
Myron miró a Rochester.
– Habla con él abajo -dijo Win, entregando una pistola a Myron-. Meteré el coche en el garaje y me pondré a limpiar.