10

Más tarde, apartamento de Cao Hua


En el coche, David sacó a colación un tema del que estaba seguro que podía hablar tranquilamente delante de Peter.

– ¿Liu Hulan, mártir revolucionaria? -dijo-. ¿Por qué no me comentó nunca que le habían puesto su nombre?

– No fue más que algo romántico que hicieron mis padres -dijo Hulan con la misma indiferencia que había mostrado en el restaurante-. No tiene mucho que ver con quien realmente soy.

Hulan pareció contentarse con dejarlo ahí, pero Peter se metió rápidamente en la conversación.

– La inspectora Liu es muy modesta -dijo-. Todos conocemos la historia de la auténtica Liu Hulan y mucha gente trata de emularla. También yo, como muchos, he memorizado sus consignas.

– ¿Quién era?

– Sólo una muchacha que tuvo la desgracia de morir joven -dijo Hulan.

– ¡Era mucho más que eso! Debería relatar sus hazañas al fiscal Stark.

– ¿Y bien? -preguntó David, dado que Hulan no decía nada-. ¿Qué hizo?

– Nació hace más de sesenta años en la aldea de Yunchounhsi en la provincia de Shansi -respondió Peter una vez más-. La familia de Liu Hulan era muy pobre. Derramaban sangre, sudor y lágrimas en la tierra que labraban. Hulan trabajaba en los campos bajo un sol abrasador como una hoguera. Cuando su hermanita se cansaba, Hulan la enviaba a casa para protegerla del calor y seguía trabajando sola. -Peter hizo una pausa antes de añadir-: Mis padres solían contarle esta historia a mi hermana mayor, pero aun así ella era mala conmigo.

Peter explicó que Hulan hilaba algodón para hacerse sus propias ropas y ayudaba a su madre en las tareas domésticas cuando los demás se iban a dormir en las tardes calurosas.

– Un día -prosiguió-, mientras Hulan recogía hierbas silvestres con otros niños de la aldea, el hijo del terrateniente intentó ahuyentarlos. Ella hizo frente a aquel matón. Le dijo: «Los terratenientes se alimentan de arroz, harina, pescado y carne, pero a nosotros no se nos permite recoger hierbas silvestres para comer. ¡Bueno, pues lo haremos!» Sólo era una niña, pero no tenía miedo.

Una comitiva nupcial al estilo tradicional, compuesta por varias carretillas de mano y bicicletas cargadas con el ajuar de la novia, se cruzó por delante del coche. Mientras Peter esperaba a que pasara, sus ojos se encontraron con los de David por el espejo retrovisor.

– Cuando vinieron los japoneses, Liu Hulan espió a los traidores de la aldea. Aprendió que era «mejor morir que convertirse en esclavo». Cuando llegó el Kuomintang, se usó esa misma consigna.

Cuando la comitiva acabó de pasar, Peter giró a la izquierda para entrar en una amplia zona de aparcamiento y se apresuró a acabar la historia al acercarse a la entrada de la Capital Mansion.

– Un día un soldado comunista fue a la aldea a curarse de sus heridas. Hulan ayudó a ocultarlo. Dijo a los demás niños: «Ha luchado y derramado su sangre en bien del pueblo. Ahora nosotros tenemos que cuidarlo y darle tantos huevos como podamos para que vuelva al frente.» Una cosa condujo a la otra y los dos se enamoraron. Corría el año 1945 y ella tenía trece años.

Hulan ordenó a Peter que esperara en el coche, luego ella y David entraron en el rascacielos. Al principio, el ascensor estaba lleno, pero a partir del quinto piso, David y Hulan se quedaron solos. David se acercó a ella, apoyó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza y se inclinó sobre ella. Hulan no podía escapar, pero no lo hubiera intentado aunque pudiera. Sus miradas se encontraron.

– Bueno -dijo ella con desenfado-, al parecer Billy Watson y Guang Henglai tenían secretos para sus padres.

– Ummm -fue la respuesta de David. Cogió un mechón de cabellos de Hulan que le caía sobre la frente y se lo apartó con delicadeza-. No quiero hablar de ellos. Cuéntame más cosas de Liu Hulan.

Consciente de que no podría eludir el tema por más tiempo, Hulan dijo:

– Hay un refrán que dice: «El revolucionario marcha contra la tormenta.» Eso fue lo que hizo Hulan. Fue a un curso de entrenamiento para mujeres, y luego volvió a su aldea y enseñó a las mujeres a economizar en su vida cotidiana. Las organizó para confeccionar zapatos y recoger cuerda para el Ejército Popular. Aunque Hulan era muy joven, sabía ya que todo aquello no bastaba. Lo importante para asestar un golpe definitivo al enemigo era proteger la revolución a toda costa, luchar hasta el final.

La voz de ella se convirtió en un susurro cuando David trazó el contorno de su pómulo con un dedo.

– El ejército del Koumintang, cuando éramos niños nosotros los llamábamos los bandidos del Kuomintang, estaba cada vez más cerca de la aldea, hasta que por fin invadieron Yunchounhsi. Los soldados exigieron que todos los aldeanos se concentraran en la plaza. Hulan quiso ocultarse con una parturienta, pero luego comprendió que si la descubrían los matarían a todos. Hulan dijo: «Si debo morir, iré al sacrificio yo sola», y salió a la plaza.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Por un momento, David permaneció inmóvil, luego se apartó.

– Después de ti -dijo con una sonrisa. Salieron al caluroso pasillo y las puertas del ascensor se cerraron. Hulan echó a andar, pero David la retuvo-. Acaba la historia.

– Ya te he dicho que no tiene importancia -dijo ella con impaciencia.

– Dame ese gusto -pidió él-. Cuéntame quién eres.

Hulan aspiró profundamente y luego siguió recitando de memoria.

– El oficial del Kuomintang dijo a los aldeanos que si la persona que simpatizaba con los comunistas no se daba a conocer, muchos de ellos morirían. Hulan entregó a su madre su anillo, un pañuelo y una lata de ungüento, y luego, con la cabeza muy alta, los ojos claros y el espíritu inquebrantable, se acercó a los soldados. Uno de ellos le preguntó: «¿No lamentas morir cuando tienes tan sólo quince años de edad?» Ella respondió: «Por qué habría de tener miedo? No voy a rendirme ante la muerte. Jamás someteré mi mente. He vivido quince años. Si me matáis, dentro de otros quince años habré renacido y seré tan vieja como ahora.» Se acercó valientemente a la hoz y le cortaron la cabeza. Aún no había pasado un mes cuando el ejército de la Octava Marcha recuperó el control del municipio de Wenshui. Cuatro años más tarde, los asesinos fueron detenidos y castigados. Mao Zedong alabó a Liu Hulan: «¡Una gran vida! ¡Una muerte gloriosa!» La nombraron miembro de pleno derecho del Partido Comunista a título póstumo.

– Por qué te pusieron tus padres el nombre de alguien que tuvo un final tan triste?

– Ellos no lo veían así -respondió ella-. Me pusieron su nombre porque se mantuvo firme en las situaciones más peligrosas y comprometidas. Era leal y comprensiva. Cuando yo nací, mis padres vieron un gran futuro para ellos y para mí en la nueva China. Esperaban que yo tuviera el celo de Liu Hulan y su voluntad de hierro. Temo que, en todo caso, he sobrepasado sus expectativas de un modo que aún me avergüenza.

Antes de que David pudiera preguntarle qué quería decir, Hulan se había dado la vuelta y caminaba por el pasillo. Se detuvo delante del apartamento de Cao Hua. La puerta estaba entornada.

– Ni hao, Cao Xiansheng. ¿Ni zai ma? -dijo Hulan, alzando la voz. No recibió respuesta.

Empujó la puerta con el cañón de su pistola y la abrió lentamente. Antes de que David pudiera reaccionar al ver el arma, ella volvió a alzar la voz preguntando si el señor Cao estaba en casa. De nuevo, sólo hubo silencio. Desde donde se hallaban, Hulan y David sólo podían ver un vestíbulo de mármol y cristal idéntico al del apartamento de Guang Henglai. Hasta ellos llegó un incongruente hedor a mofeta, tierra mojada y herrumbre.

– ¿No necesitamos una orden de registro o algo parecido? -preguntó David cuando Hulan traspasó el umbral de la puerta.

– Quédate aquí -replicó ella, sin hacer caso de la pregunta.

Por supuesto, David la siguió. Sus pasos resonaron extrañamente cuando cruzaron el vestíbulo en dirección a la sala de estar. Hulan lo vio primero y retrocedió instintivamente, dando de espaldas contra David. Se dio la vuelta y enterró la cabeza en su pecho. Por un instante, David interpretó su acción como una muestra de afecto, pero cuando ella levantó la cabeza para mirarlo, vio que el color había huido de sus mejillas.

– Por favor -dijo ella con voz trémula-. Ve a buscar a Peter. No entres. -Respiro profundamente para darse ánimos antes de entrar en el salón.

De nuevo, David la siguió.

En contraste con la extravagancia del apartamento de Guang Henglai, la sala de estar de Cao Hua estaba amueblada con estilo espartano: un sofá, una mesita y un par de cuadros. Aquella escasa decoración realzó aún más la macabra escena que aparecía ante sus ojos. Un arco de sangre había salpicado la pared. El cuerpo (ella supuso que era el de Cao) estaba sentado en la alfombra bajo la roja salpicadura y sobre un charco de sangre húmeda. Tenía la cabeza grotescamente deformada. Le habían golpeado con algo lo bastante duro como para abrirle el cráneo como si fuera un melón maduro. Pero el asesino no se había detenido ahí. Había apoyado el cuerpo de Cao contra la pared, con la cabeza echa papilla en un ángulo inverosímil. Le había estirado las piernas y había colocado decorosamente las manos a los costados con las palmas hacia arriba. Luego el asesino había rajado al señor Cao del esternón al pubis. Le había sacado los intestinos y los había dispuesto artísticamente en el suelo en el centro mismo del salón.

Hulan observó todo esto en una fracción de segundo. Luego su atención se desvió hacia David, que se había doblado sobre sí mismo, con la cabeza gacha y las manos en las rodillas, y respiraba entrecortadamente, mascullando frases.

– David, te había dicho que no entraras.

– ¿Qué han hecho?

– Vamos fuera.

– ¡No! Estoy bien. -Se enderezó poco a poco. Cuando volvió a contemplar la escena, exhaló el aire emitiendo algo a medio camino entre un suspiro y un gemido. Hulan vio que contraía los músculos de la mandíbula y del cuello para contener el impulso de vomitar.

– David -dijo, poniendo una mano sobre su brazo-. Mírame. -Él volvió el rostro hacia ella, pero sus ojos no se apartaron del monstruoso espectáculo-. David -insistió Hulan bruscamente-. ¡Mírame! -Veía el horror en sus ojos-. Tienes que ir a buscar a Peter. Dile que necesitamos ayuda. Ve.

El se alejó tambaleándose. Hulan sabía que disponía apenas de unos minutos para examinar el cadáver a solas. Lentamente, rodeó la sangre y los intestinos. Se acercó a la pared y examinó la salpicadura de sangre. También estaba húmeda. Tuvo que reprimir la sensación de miedo al comprender que el asesino podía hallarse aún en el apartamento. Permaneció inmóvil, aguzando los sentidos. El apartamento estaba sumido en un silencio sepulcral. 0 bien el asesino estaba allí, aguardando vigilante, o bien acababa de irse, lo que significaba que aún podía estar en el edificio.

Con cuidado, pero también con celeridad, Hulan volvió sobre sus pasos, esperando llegar al pasillo e iniciar un registro, aunque suponía que era demasiado tarde. Cuando llegó a la puerta, David y Peter ya estaban allí. Peter empuñaba su pistola. Cuando vio los intestinos en el suelo, se le cortó la respiración.

– Aiyal -exclamó, lleno de asombro.

David contempló a Peter y a Hulan mientras éstos hablaban en chino. Parecían discutir. Peter no dejaba de señalar los intestinos, mientras Hulan asentía y hablaba serenamente en voz baja. David hizo un esfuerzo y volvió a mirar la masa grotesca mientras los otros hablaban. Finalmente, Peter se marchó con el mentón alzado en señal de disgusto.

– Hulan -dijo David, tan pronto como Peter salió-, creo que han hecho una especie de dibujo con los intestinos.

– Un dibujo no. Es un signo.

– ¿Un signo? ¿Qué significa?

– No hablemos de eso ahora. No tenemos mucho tiempo antes de que lleguen los otros.

– ¡No! ¡Quiero saberlo ahora! -Su tranquilidad le enfurecía-. No me tengas a oscuras. Dímelo.

– La lengua china…

– ¡No quiero una lección!

– La lengua china -empezó ella de nuevo- es muy compleja, y a los chinos les gustan los juegos de palabras. Por ejemplo, pez, yu, suena igual que prosperidad, por eso el pescado es uno de los platos festivos en el Año Nuevo chino. En los cuadros, a menudo aparece un jarrón o una botella, porque ping suena igual que paz o seguridad. De forma similar, el nombre de Deng Xiaoping significa «pequeña paz», pero suena igual que «pequeña botella». Cuando Deng volvió al poder, el pueblo envió un mensaje de apoyo al gobierno colocando botellas pequeñas alrededor de la ciudad.

Mientras la escuchaba, David recordó cuánto disfrutaba ella con la complejidad del chino. También recordó que a menudo usaba la pedantería para evadir sus preguntas incisivas. Hulan le puso una mano sobre el brazo.

– David, ¿me estás escuchando? ¿Te encuentras bien?

Al notar el calor de su mano y notar la preocupación en su tono de voz, David sonrió débilmente.

– Estoy bien. Sigue.

– El asesino ha usado un doble significado. Intestinos es chang, que suena igual que sabor. El asesino ha escrito el ideograma para sabor con los intestinos. Es un mensaje, una advertencia para nosotros. Creo que el asesino quiere que lo «saboreemos» como muestra de lo que nos aguarda.

Uno junto al otro, tocándose, contemplaron la sangrienta caligrafía.

Pronto llegó la policía y también el patólogo Fong. Hicieron su trabajo: precintaron la escena del crimen, examinaron el cadáver, hicieron fotografías y entrevistaron a los vecinos; todo ello entre animadas exclamaciones a propósito del mensaje intestinal. Mientras trabajaban, David y Hulan registraron el apartamento.

Hulan supuso que el asesino sabía que iban a ir allí y que se había enfrascado tanto en la creación de su obra de arte que no había tenido tiempo para eliminar pruebas. Abrió cajones y encontró varias libretas de banco y un pasaporte. Abrió la nevera y encontró tan sólo unos cuantos remedios de hierbas Giant Panda Brand; abrió el armario y encontró una caja de camisetas para turistas confeccionadas por la Gloriosa Compañía del Algodón. David intentó observar la escena como sus amigos agentes del FBI le habían dicho. Ciertamente el modus operandi era distinto al de los otros dos asesinatos, pero era evidente que se había creado un decorado. Como había predicho Noel Gardner, el asesino no sólo alardeaba de su trabajo, sino también de conocer los movimientos de Hulan y de David. Se encontraron en la cocina.

– Mira esto, David -dijo ella, tendiéndole el pasaporte y las libretas de banco que había encontrado. Cuando él abrió el pasaporte, añadió-Viajaba a Los Angeles una vez al mes aproximadamente.

– Igual que Henglai.

– En efecto. Y fíjate en las libretas de banco. No llevo las de Henglai encima, pero, ¿no son estos depósitos iguales que los suyos?

David hojeó las libretas y le pareció que estaba en lo cierto.

– ¿Por qué está todo este dinero en Los Angeles?

Hulan miró en derredor. Los otros estaban en la sala de estar con el cadáver.

– Hay mucha inestabilidad en el gobierno -dijo en voz baja-. La gente prefiere tener su dinero en lugar seguro.

– Pero ¿cómo sabemos que este dinero procede de China? Podría tratarse de dinero americano.

– Si es así, ¿de dónde sale ese dinero?

– Esa es la cuestión -dijo él, cogiéndola por el codo-. Ven y mira esto. -La condujo hasta la puerta de la sala de estar. Un par de investigadores buscaban huellas dactilares. El patólogo Fong estaba inclinado sobre el cadáver-. ¿En qué se diferencia este asesinato de los otros?

Hulan miró los intestinos del suelo y el arco rojo de la pared.

– ¿Es sangriento? -aventuró.

– Es más que sangriento. Es ostentoso.

– Aún no sabemos qué mató a Billy y a Henglai -le advirtió ella-. Por lo que sabemos, también sus asesinatos fueron ostentosos.

David consideró esa posibilidad.

– Si., los dientes ennegrecidos, los órganos deshechos. Pero ninguno de nuestros patólogos pudo determinar la causa de la muerte de esos chicos. ¿Existe algún veneno en el que tu gente no haya pensado? Hablo de algo esotérico, algo exclusivamente chino, algo ostentoso.

– Existe la medicina tradicional china de hierbas -dijo ella dubitativamente-, pero es medicina.

– Las medicinas pueden ser tóxicas si no se utilizan correctamente.

– David, puede que tengas razón -dijo Hulan tras reflexionar unos instantes. Lo cogió del brazo-. Vamos. Tenemos que ir a ver a una persona.

Hulan dio varias órdenes a los otros investigadores, dijo unas palabras al patólogo Fong, llamó a Peter y luego echó una última mirada a la escena del crimen para memorizar los detalles. En el ascensor, dijo a Peter que iban al Instituto de Medicina Herbaria China de Pekín.

– Mis padres tienen una gran fe en la medicina tradicional china -explicó a David-. Mi padre dice que el doctor Du es el séptimo mejor médico en medicina herbaria china de todo el país.


Como la mayoría de los edificios más antiguos de China, el instituto de seis plantas no tenía calefacción. Los suelos estaban barridos, pero no los habían fregado quizá nunca. Hacía mucho tiempo que habían pintado las paredes y tenían huellas de dedos, manchas de líquidos y quién sabía qué más. El edificio era de hormigón armado y David, que era del sur de California, pensó con temor en la posibilidad de un terremoto. Aquél era justamente el tipo de estructura que se desmoronaba sobre sí misma con sólo que hubiera un terremoto de seis grados en la escala Richter.

No había letreros ni indicación alguna. Ambos caminaron por un pasillo sin ver a nadie. Giraron hacia otro pasillo en el que todas las puertas estaban cerradas. Por fin Hulan asomó la cabeza en un par de habitaciones de pacientes para preguntar por el doctor Du. En aquel momento, él vio la diferencia entre el concepto de convalecencia chino y el americano. En el instituto las habitaciones estaban amuebladas con sencillas camas de armazón metálica. Las sábanas parecían limpias, pero viejas y gastadas por el uso. Las colchas, de colores desvaídos y zonas remendadas, parecían haberse usado durante décadas. En todas las habitaciones los parientes se apiñaban en torno a la cama del enfermo, charlando, riendo y comiendo de cuencos humeantes llenos de fideos o arroz con verduras. Tanto visitantes como pacientes llevaban jerséis o chaquetas acolchadas para protegerse de la baja temperatura del hospital.

Por fin encontraron a una enfermera que les informó de que el médico se hallaba en su despacho del último piso. El ascensor no funcionaba, por lo que subieron a pie los seis pisos. En el último estaban los consultorios, y en cada uno de ellos había un médico sentado tras una mesa. Algunos parecían tomarle el pulso a un paciente, otros estaban simplemente sentados, mano sobre mano esperando a sus clientes. Llegaron al despacho del doctor Du, cuyas paredes estaban cubiertas de diagramas del cuerpo humano en los que se habían trazado las líneas de acupuntura. Las cortinas de las ventanas estaban rotas y descoloridas.

El doctor Du, un hombrecillo rechoncho, se levantó para saludarlos. Unas grandes patillas que le llegaban casi hasta la mandíbula hacían su rostro aún más redondo. Bajo los ojos tenía sendas bolsas en forma de media luna. Cuando Hulan se presentó, Du sonrió cordialmente y preguntó por su madre. Luego, por cortesía hacia David, pasó al inglés.

– He estado muchas veces en Estados Unidos -dijo-, para visitar a colegas de medicina china y disertar en sus universidades.

También he estado en Disneylandia y en el monte Rushmore. ¿Ha estado usted en esos lugares?

Al oír que David no había visitado el monte Rushmore, el doctor Du sacó unas cuantas fotos. Mientras David las miraba, Hulan explicó el motivo de su visita. Cuando terminó, Du se dirigió a David.

– Está usted en lo cierto. Muchas de nuestras hierbas y minerales son muy peligrosos si se toman en exceso. El cinabrio, por ejemplo. Sabes que tranquiliza el corazón y calma el espíritu. Piensas, me tomaré un poco más. Entonces enfermas gravemente, o mueres, porque el cinabrio contiene mercurio. ¿Conoce el ginseng? Se puede comprar en cualquier parte, incluso en un drugstore americano, ¿no? Piensas, eso ayudará a aumentar mi longevidad. Esto me hará más hombre. Te lo llevas a casa, lo calientas con un poco de agua y bebes mucho. Al día siguiente tienes la nariz ensangrentada. La vida se te escapa en lugar de aumentar.

– Si quisiera matar a alguien muy rápidamente -preguntó Hulan-, ¿qué usaría usted?

El viejo médico dio una palmada al comprender que la visita se debía a un asunto del MSP.

– ¡Ustedes quieren que les ayude! ¡Esto me gusta! Tenemos que tomarnos un té y lo pensaré. -Gritó hacia el pasillo y entró una mujer joven que sirvió té en vasos de agua y salió de la habitación de espaldas.

Du inquirió sobre las características físicas generales de las víctimas.

– Ambos eran hombres de veintipocos años.

– Muy jóvenes para morir, ¿no? -comentó el doctor Du, meneando la cabeza-: ¿Buscaron rejalgar en sus laboratorios? ¿Conocen esa palabra? Nosotros lo llamamos Amarillo Macho. El principio activo es el arsénico.

– Estoy segura de que lo comprobaron.

– Pueden decirme en qué estado se hallaban los cadáveres? Mientras Hulan le hacía un resumen clínico, el doctor se levantó para pasearse por la habitación. De repente se detuvo.

– ¡Lo sé! Tenemos un escarabajo en China que es muy vene noso. Nuestro escarabajo es negro con rayas amarillas. En Occidente también lo tienen. Nosotros lo llamamos ban mao. Ustedes lo llaman cantárida.

– ¿El afrodisíaco? -preguntó David.

– Podría servir para eso, o para hongos en la piel, dolores musculares, o quizá frito con arroz como tratamiento para el cáncer. Pero sólo con treinta miligramos -el doctor Du se señaló la punta del meñique para demostrar lo pequeña que era esa dosis-, ya estás muerto.

– ¿Síntomas?

– Exactamente los que acababan de decirme. Hemorragia estomacal, los riñones y el hígado se deshacen. Muy doloroso. ¡Deseas morir! ¿Y deja rastros el ban mao? El cuerpo te llega en un espantoso caos. Sólo un médico muy bueno, quizá tan sólo diez médicos en todo el mundo comprenderían lo que están viendo.

– ¿Y usted lo sabría por el daño causado a los órganos?

– No, no, no. -El doctor agitó el dedo de un lado a otro y una pequeña sonrisa asomó a las comisuras de su boca-. Lo sabría porque los dientes y las uñas se volverían negros.

– Igual que los de Billy y los de Henglai -dijo David.

El rostro redondo del doctor Du se ensanchó en una amplia sonrisa y una vez más dio una palmada de deleite.


La siguiente parada de Hulan y David fue el Ministerio de Seguridad Pública, donde visitaron al jefe de sección Zai. Pese a su título, el despacho de Zai era tan sencillo y poco agradable como el de Hulan. Zai escuchó con expresión grave mientras ella describía el hallazgo del cadáver de Cao, el descubrimiento subsiguiente de sus libretas bancarias y su pasaporte y la reciente visita al doctor Du. De vez en cuando Zai desviaba su atención hacia David para observar sus reacciones. A Hulan le habían advertido que no dejara que el narizotas viera cosas desagradables. Un cadáver con las tripas esparcidas por el suelo infringía claramente esa orden.

– Hemos seguido la información que se nos ha proporcionado -explicó Hulan. Relató las entrevistas con el embajador Watson y Guang Mingyun. Cuando mencionó que este último y su padre habían estado en el mismo campo de prisioneros de la provincia de Sichuan, Zai no pareció especialmente interesado.

– Sí, su padre y Guang Mingyun estuvieron juntos en Pitao. A mí también me enviaron allí, ¿sabe? Por supuesto, para entonces ellos ya se habían ido.

Hulan pareció azorarse.

– Sabemos ahora que las vidas de los dos chicos estaban definitivamente entrelazadas-se apresuró a añadir-. Cao Hua era mi última esperanza de conseguir información libremente. Si queremos obtener más tendremos que usar métodos alternativos.

– Pero los príncipes no están acostumbrados a ellos -señaló Zai.

– Lo sé, por eso hemos venido a verle. ¿Quiere el Ministerio que vuelva a hablar con los Gaogan Zidi? ¿Quiere que volvamos a ver al embajador americano?

– Consideremos la cuestión del dinero -sugirió Zai, volviéndose hacia David-. Los delitos financieros son un fenómeno nuevo en China, por lo que no siempre sabemos distinguirlos con la necesaria diligencia. Podemos ponernos en contacto con el Banco de China, que es el principal banco comercial de nuestro país. Estoy seguro de que sus funcionarios cooperarán y nos darán detalles sobre las cuentas que nos interesan.

– ¿No necesitan un mandamiento judicial? -preguntó David por segunda vez aquel día.

– El banco pertenece al Estado -dijo Zai con realismo-. Tenemos derecho a esa información.

– Además, aquí no existen los mandamientos judiciales -añadió Hulan.

– Pero me preocupa menos lo que podamos encontrar en las cuentas de aquí -continuó Zai- que saber a dónde iba a parar el dinero cuando abandonaba nuestro país. ¿Podría ser que estuvieran jugando con las cotizaciones en Bolsa?

– Para eso habrían de tener conexiones en el banco -dijo Hulan, escéptica.

– Tiene razón. No creo que fuera posible. Habría demasiada gente vigilando, serían demasiados los sellos oficiales que habrían de obtener. No podrían moverse con la rapidez suficiente.

– Y ese tipo de corrupción implica la pena capital -le recordó Hulan.

– No creo que el asesino tema las consecuencias. Eso es lo que preocupa.

– ¿Porqué?

– ¿Por qué? -Su tono denotó sorpresa-. Alguien está ganando mucho dinero. Quién, no lo sabemos, pero ya se han cometido tres asesinatos, inspectora. La cuestión no es con quién va a entrevistarse a continuación, sino si debería continuar. Esos asesinatos son terribles, pero usted ha hecho cuanto estaba en su mano, En cuanto al fiscal Stark, es abogado, no investigador. Ha venido a China para ayudarnos, y lo ha hecho. Pero quizá debamos aceptar el hecho de que el asesino es demasiado listo para nosotros. Seguramente es un miembro de las tríadas, demasiado inteligente, demasiado escurridizo.

– No he hecho un viaje tan largo para irme de balde -le interrumpió David.

– El asesino ha tenido la cortesía de enviarles a usted y a la inspectora Liu una advertencia. No creo que la próxima vez se limite a avisarles.

– Tiene razón. Sólo soy abogado, no investigador profesional, pero una cosa sí sé: comete usted un error al querer abandonar esta investigación.

– ¿Qué haría usted, señor Stark? -preguntó Zai tras una breve reflexión.

– Por sus pasaportes sabemos que Cao y Guang realizaban viajes periódicos a Los Angeles. También sabemos que tenían grandes sumas de dinero allí. Quiero saber por qué, y quiero saber que participación tenia Billy en ese asunto. Creo que si seguimos la pista del dinero, la vida y la muerte de esos tres acabará aclarándose.

– Seguir la pista del dinero -dijo Zai pensativamente-. Sí, tiene usted razón. Eso es exactamente lo que deben hacer.

– Pero eso significa viajar hasta California -dijo Hulan.

– Cierto, pero así se quitarían de en medio. Creo que ambos estarían seguros allí. Acompáñenme -dijo, levantándose-. Tenemos que hablar con el viceministro.

Mientras Zai y Hulan describían los pormenores del caso, el enjuto viceministro se limitaba a escuchar, fumando un cigarrillo y tomando notas. Cuando terminaron, el silencio se adueñó de la habitación. El humo del Marlboro del viceministro arremolinó en torno a su rostro. Dio unos golpecitos sobre su cuaderno de notas hasta que por fin habló con tono tenso.

– Pueden marcharse.

– Rogamos al viceministro que considere toda esta información -dijo Zai, y por primera vez David oyó su tono de súplica.

– Digo que ella puede marcharse. A América -explicó Liu-. Confío en usted, jefe de sección Zai, para que realice los trámites necesarios rápidamente. Cuanto antes se cierre este caso, mejor para nuestros dos países.

Cuando los tres abandonaron despacho, Zai susurró a

Hulan:

– Tu padre sabe lo que juegas.

Hulan echó una ojeada a David, que la miraba con asombro. No había habido nada en la conversación, fuera en palabras o en emociones, que dejara traslucir una relación íntima, y mucho menos de padre e hija.

– ¿Qué diablos significa esto? -preguntó David, agarrando a Hulan por el hombro para obligarla a encararse con él. Zai siguió andando sin mirarlos-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

– No significa nada. El no significa nada. No tiene nada que ver con esto -insistió ella.

David meneó la cabeza con un fuerte sentimiento de frustración. Había creído que empezaba a comprender las intricadas relaciones familiares y sociales implicadas en aquel caso. Ahora comprendía, una vez más, que no comprendía nada. Cogió a Hulan del brazo v se apresuró a alcanzar a Zai.


Aquella noche, cuando Liu Hulan volvió al hutong, se dirigió a la vivienda de la directora del Comité del Barrio, Zhang Junying. Hulan comunicó a su vieja amiga y observadora que estaría fuera unos días, pero a Zhang Junying ya se lo habían hecho saber. Se ofreció para ir al complejo Liu y llevarse los alimentos perecederos.

– Desperdiciar comida es burlarse de la sangre y el sudor de los campesinos -dijo la vieja más tarde, cacareando como una gallina, cuando Hulan le entregó una bolsa de fruta y verduras. Cuando Hulan la acompañó hasta la verja del complejo Liu, la vieja la cogió del brazo y se lo apretó con fuerza. Los ojos de la señora Zhang se llenaron de lágrimas-. Siempre hemos tenido una relación estrecha con su familia. En el pasado ocurrieron cosas, no lo niego, pero siempre he respetado a la familia Liu.

– No se preocupe -dijo Hulan-. Volveré.

– ¿A tiempo para el Festival de Primavera? -preguntó la anciana con voz quejumbrosa.

– Lo prometo.

Hulan la contempló, embutida en un traje Mao acolchado de color guisante, alejarse cojeando por el callejón hasta desaparecer de la vista. Luego volvió a entrar en la casa. Sólo faltaban unos días para los primeros rituales del Festival de Primavera, la celebración del año nuevo lunar. Hulan dedicó unos minutos a preparar un altar para honrar a sus antepasados. Colocó unas cuantas naranjas en una bandeja, clavó unas varillas de incienso en un platillo de bronce lleno de arena, y luego dispuso unas cuantas fotos en marcadas y miniaturas de parientes fallecidos largo tiempo atrás, Hecho esto, preparó té y empezó a hacer las maletas. Por primera vez en muchos años, se permitió sentir un hondo pesar, incluso tristeza. Deseó que hubiera un modo de retroceder en el tiempo para reparar el daño causado, para dar un giro distinto a los acontecimientos.

Un golpe a la puerta interrumpió sus pensamientos. Hulan lo esperaba y abrió sin más. Él entró como solía, sin aguardar invitación, y se sentó en uno de los taburetes que rodeaban la mesa de la cocina. Tocó la tetera con la mano. Estaba caliente. Supo por el olor que Hulan había seleccionado su té preferido. Hulan sacó dos tazas de cerámica v se sentó frente a él, mientras éste servía. Allí, bajo la luz brillante que tenían sobre sus cabezas, Hulan vio la frialdad de sus ojos. Su voz, tan familiar, era dura e inclemente.

– Te vas mañana -dijo Zai-. Por supuesto ya has estado antes en América. Volviste cuando te lo pidieron. Esta vez, no te pediremos que vuelvas. Esperamos que vuelvas. ¿Comprendes?

– Sí.

– Es mi deber advertirte. Nuestro país ha recorrido un largo camino desde que te fuiste por primera vez. Ahora tenemos ojos y oídos en muchos sitios, no sólo en China. Si dices o haces algo que avergüence a nuestro país, nos enteraremos. Nos enteraremos si intentas ponerte en contacto con disidentes, periodistas u otros grupos que no respeten nuestro país como deben. Nos enteraremos si intentas desertar. Y desde luego nos enteraremos si intentas traicionar secretos de Estado.

– Yo no haría nada que perjudicara a China -afirmó ella.

– Liu Hulan, muchas personas te quieren. Tu madre, tu padre, ese David Stark… -Alzó una mano-. No intentes negarlo. Esa es tu debilidad. Tú lo sabes. Yo lo sé.

– Nunca he podido discutir contigo -admitió ella.

Zai no hizo caso de su comentario.

– Has sido muy afortunada. Has gozado de numerosas oportunidades. Siempre has tenido relaciones importantes. Has tenido amigos que se han preocupado por tu seguridad. Pero esta situación es diferente. Un movimiento en falso y podrías perder tu permiso de residencia. Podrían poner una nota en tu expediente personal. Podrían enviarte al campo. Podrías decirle adiós al mundo y pasar el resto de tus días como campesina. Podrías morir convertida en una vieja encorvada a los cincuenta años, sin marido, sin hijos, sin familia. -Bebió un último sorbo de té y se levantó. Apoyó una mano en el hombro de Hulan-. Espero que recuerdes esta conversación durante el viaje. Adiós, Hulan.

Загрузка...