17

10 de febrero, Pekín


– Estás a punto de ver por qué no practico la abogacía -dijo Hulan cuando ella y David ocuparon dos asientos en el Tribunal del Pueblo de Pekín.

La sala era grande y, como siempre, fría. Varios observadores permanecían con los abrigos y bufandas puestos. Pero el ambiente era extrañamente sofocante debido al humo de los cigarrillos, y también, según supuso David, debido al miedo. En cuanto a él, que contemplaba cómo un trío de jueces con uniforme militar juzgaba varios casos y dictaba sentencia con asombrosa rapidez, le pareció que toda la escena tenía un aire surrealista.

El primer juicio del día concernía a un hombre acusado de atracar un banco. El fiscal expuso los hechos a gritos mientras el acusado permanecía de pie cabizbajo. No se presentaron testigos y el acusado prefirió no hablar. Su mujer y sus dos hijos, sin embargo, se hallaban presentes en la sala y escucharon al juez principal cuando éste anunció la decisión menos de cuarenta cinco minutos después.

– No eres un hombre honrado, Gong Yuan -dijo-. Intentabas encaramarte a un nuevo nivel de prosperidad robando a tus compatriotas. Eso no puede permitirse. La única justicia para ti es la ejecución inmediata.

El segundo caso era el de un ladrón de casas reincidente que había llegado a Pekín procedente de Shanghai. Esta vez, después de que el fiscal hubiera enumerado las acusaciones, el juez hizo varias preguntas al acusado. ¿Conocía a sus víctimas? ¿Se hallaba en Pekín de manera legal? ¿Sabía que si confesaba sería tratado con mayor benevolencia? Las respuestas fueron no, no y sí. Aun así, el acusado decidió declararse inocente. El juez indicó que veinte años de trabajos forzados tal vez le harían ver las cosas de otro modo.

Así se sucedió un juicio tras otro.

Aquellos juicios, explicó Hulan, eran el resultado de la campaña «Asestar un duro golpe» que se había iniciado hacía poco más de un año. Alentado por el aumento de los delitos de tipo económico, el gobierno había tomado una serie de medidas enérgicas que habían conducido a decenas de miles de arrestos y a más de mil ejecuciones.

– Una vez condenados -dijo Hulan-, los delincuentes son conducidos por las calles, exhibidos en estadios deportivos y en la televisión. Llevan letreros colgados del cuello en los que se enumeran sus delitos. Sus carceleros los llaman bárbaros y las masas los increpan. Luego los envían a un campo de trabajos forzados o a la muerte.

Aquella justicia cruel tenía una larga tradición en China. En épocas pasadas, dos veces al año se pegaban carteles en todas las ciudades del país (no en lugares públicos donde pudieran verlo, los extranjeros, sino en el interior de los barrios) donde se enumeraban los nombres de los ejecutados y sus delitos.

– Las familias de los que se ejecutan han de pagar la bala -añadió Hulan.

– Pero todo eso debe de ser por delitos muy graves -dijo David.

– Incluso los delitos menores reciben sentencias extremadamente duras -dijo Hulan meneando la cabeza-. Que lo despidan a uno del trabajo y no encuentre otro medio de vida, negarse a aceptar un empleo o un cambio de domicilio, o sencillamente «causar problemas», pueden dar lugar a una sentencia de cuatro años de trabajos forzados.

– Y muchos de esos campos -dijo David- proporcionan mano de obra barata a fábricas de propiedad estadounidense que operan en China.

– Cierto. Estados Unidos saca beneficios de los delitos de mis compatriotas. -Señaló la sala moviendo el brazo alrededor-. Y como puedes ver, la justicia aquí actúa con celeridad. No tenemos vistas preliminares, ni retrasos, ni aplazamientos, ni suele haber testigos de la defensa que enturbien las aguas. El acusado es culpable hasta que se demuestre su inocencia. Cuando se ratifica esa culpabilidad, el castigo se decide y se lleva a cabo de manera inmediata. Las apelaciones son tan raras como los eclipses de sol.

Una puerta se abrió y por ella introdujeron a Spencer Lee. Había cambiado sus ropas de lino, arrugadas a la moda, por una camisa blanca, pantalones negros y grilletes en los tobillos. Tenía la cabeza inclinada, pero en un momento dado alzó la vista. De inmediato, un guardia le golpeó la cabeza con los nudillos y el prisionero volvió a agacharla sumisamente.

El juicio de Lee, al igual que los anteriores, fue superficial cuando menos. La fiscal se puso en pie. Llevaba el pelo corto y con permanente y unas severas gafas de montura metálica. Hablaba con voz chillona y estridente, haciendo gestos hacia Spencer Lee y presentándolo por su nombre chino, Li Zhongguo. («Nueva China Lee», susurró Hulan.)

– Li Zhongguo no sólo ha deshonrado su nombre, sino a todo su país proclamó la fiscal. Luego enumeró los delitos de Lee contra el pueblo. Estaba metido en una banda que intentaba hacer llegar sus tentáculos hasta China. Se sabía que esa banda estaba involucrada en el peor de todos los tráficos, el de vidas humanas. Las fechas de entrada y salida de su pasaporte, así como el hecho de que hubiera huido (no dijo de dónde), constituían pruebas de que también estaba involucrado en varios asesinatos.

El caso se cerró en noventa minutos. El juez principal dijo:

– Has sido hallado culpable de varios actos corruptos y viles. Has segado muchas vidas de forma diversa. Por ello, debes pagar con tu vida. Tu ejecución se llevará a cabo mañana al mediodía. -Un murmullo recorrió la sala. Los jueces lanzaron miradas severas a la multitud, lo que reinstauró inmediatamente un cortés silencio-. Hasta entonces -prosiguió el juez-, permanecerás en custodia en la Cárcel Municipal número cinco.

Spencer Lee fue conducido fuera del tribunal.

La Cárcel Municipal 5 se hallaba ubicada en el lejano extrema noroeste de Pekín, cerca del Palacio de Verano al que la antigua corte imperial solía retirarse en los meses tórridos. Peter conducía el coche con vehemencia locuaz, pero en el asiento de atrás, David y Hulan parecían relajados. Habían perdido un día al cruzar el meridiano de cambio de fecha. A su llegada a Pekín, un coche había dejado a David en el hotel Sheraton Gran Muralla, (Por decoro, había dicho Hulan.) Como resultado, todos habían disfrutado de una noche entera de sueño que después habrían de agradecer. Hulan había concertado sendas entrevistas con el doctor Du y el embajador Watson tras su visita a Spencer Lee.

Era la primera vez que David se alejaba del centro de la ciudad y contemplaba los alrededores con el mismo asombro que había demostrado Peter en sus trayectos por Los Angeles. Con sorprendente rapidez, el panorama podía pasar de un hutong una avenida de recientes rascacielos de cemento armado de diseño chapucero y ejecución más chapucera aún. Los balcones de los edificios nuevos tenían cerramientos de cristal para crear más habitaciones. Al mirarlos, David vio ropa tendida, plantas exuberantes, amantes besándose. Allá donde fueran, no había modo de escapar a la vida de aquellos barrios. En una esquina, un hombre en cuclillas se lavaba las manos y los pies con el agua de una pequeña cacerola. En la entrada del zoo de Pekín, mercaderes en ciernes vendían globos, osos panda en miniatura y latas de Pepsi v de Orange Crush. De hecho, allá donde mirara, David veía siempre algo a la venta: artículos de menaje, velas e incienso para encender en los templos, agua embotellada, compact discs, sillas bajas de caña. En cualquier extensión de acera o asfalto libre, ancianas vestidas con gruesas chaquetas acolchadas y pañuelos blancos a la cabeza barrían con escobas de bambú y ampulosos fluídos movimientos. En algunos cruces otras mujeres indicaban a los peatones cuándo podían cruzar con exagerados movimientos de los brazos y agudos pitidos.

A lo largo de la periferia de una rotonda, en realidad un antiguo cruce de caminos en el que confluían varias calles en una amplia plaza circular, se había establecido un mercado al aire libre en el que los campesinos vendían frutas, verduras, carne, aves de corral, huevos y hierbas y especias silvestres, medicinales y para cocinar. A una manzana de allí, el coche traspasó unas altas puertas para entrar en el patio de la cárcel.

Dentro del edificio de la administración, les recibió la fiscal. La señora Huang era cordial y sociable cuando se hallaba lejos de los tribunales. David se enteró entonces de que ella y Hulan habían trabajado juntas en muchos casos a lo largo de los años.

– La inspectora Hulan encuentra a los criminales y nos los trae -explicó la fiscal a David; luego comentó en tono de guasa que la Cárcel Municipal 5 servía comidas a VIPs. Pasaron por delante de varios despachos y de un gimnasio para el personal, luego los acompañó hasta una sala de interrogatorios. Entró una chica con un termo y sirvió té a los visitantes. A David, aquel lugar no le pareció un posible objetivo de Amnistía Internacional, pero había aprendido ya que sus ideas preconcebidas sobre China casi siempre eran erróneas.

Un par de guardias sentaron a Spencer Lee frente a David y a Hulan. Lee llevaba un abrigo del ejército para protegerse del frío.

– Qué tal es tu nuevo alojamiento? -preguntó David.

– Me parece correcto.

– ¿Te tratan bien? -Spencer Lee alzó el mentón, luego David añadió-: Estás en una difícil situación.

El joven miró alrededor de la sala de interrogatorios. Estaba muy lejos de su cómoda vida en Los Angeles.

– La inspectora y yo no creemos que estés involucrado en la muerte de aquellos dos chicos.

– Los jueces dicen que yo soy el responsable. Supongo que lo soy -dijo Lee al fin.

– Te ejecutarán -dijo Hulan.

Spencer Lee no parecía preocupado.

– ¿Cree que he vuelto a China para escapar de usted? ¿Cree que soy tan infantil como para no saber que el MSP estaría esperándome cuando aterrizara en Pekín? Son ustedes realmente ingenuos.

Hulan quiso decir algo, pero David se lo impidió poniendo una mano sobre su brazo. Ella se levantó y abandonó la habitación sin decir nada.

– Hay un plan -continuó Lee-. Siempre ha habido un plan.

– Cuéntamelo.

– Eso le quitaría toda la gracia. Además, soy culpable.

– Entonces, déjame que te pregunte una cosa -dijo David con tono amistoso-. Si eres culpable, ¿por qué le dijiste a Zhao que Cao Hua se pondría en contacto con él cuando volviera a Pekín?

Una sombra de duda se dejó ver en las facciones regulares de Lee, pero volvió a proclamar su culpabilidad.

David miró su reloj, luego a Lee.

– Te quedan veinticuatro horas. Queremos ayudarte. -Intentó sonar tranquilizador-. Si Guang Mingyun está detrás de esos crímenes, que sea a él a quien ejecuten y no a ti.

– No habrá ejecución -dijo Lee, recuperada la confianza-. Ya se lo dije. Tengo protección. Tengo amigos.

Hulan regresó con un teléfono que conectó a un enchufe.

– Voy a llamar al ministerio -dijo a Lee-. Quiero que oiga mi conversación.

Marcó el número y pidió por el jefe de sección Zai. Cuando lo tuvo al teléfono, le explicó la situación y dónde se hallaba. Luego dijo:

– Presentemos una solicitud de aplazamiento de la ejecución de Lee. Estoy segura de que con algo más de tiempo llegaremos al fondo de la cuestión. -Escuchó y luego añadió-: Sí, se muestra reacio a ayudarnos. Pero, por favor, no perdamos la única pista de que disponemos. -Asintió varias veces, se despidió y colgó.

– Spencer -dijo Hulan en voz baja-, la gente con la que tratas ya no te necesita. -Al ver que él no replicaba, prosiguió-. Intento salvarte la vida. Mi superior dice que presentará la solicitud, pero tienes que ayudarme.

– Usted es china, inspectora -dijo el joven, impasible-. Debe a comprender que la familia lo es todo. Estoy protegido. ¿Puedo volver a mi celda?

– Si conseguimos que el juez conceda el aplazamiento, estoy segura de que podremos impedir la ejecución -dijo Hulan cuando hallaban en el coche de vuelta al centro de la ciudad-. Mientras tanto, tenemos que buscar pruebas, un testigo, algo. Si lo conseguimos, quizá Lee nos crea y nos diga quién está en realidad detrás de esos crímenes.

– ¿Es posible que esté en lo cierto? ¿Que no lo ejecuten en ningún caso?

– ¿Quién tendría semejante protección? -espetó Hulan-. David, tú mismo lo dijiste. Es un primo.

David cuestionó entonces la importancia de visitar al doctor Du en aquellos momentos.

– ¿No deberíamos ir directamente a ver a Watson y Guang?

– Iremos, David. Pero la bilis de oso es el meollo de todo esto. -El lo admitió a regañadientes y ella añadió-: No sabemos nada sobre ese negocio. El doctor Du es la única persona que conozco que pueda ayudarnos.

Mientras David y Hulan entraban en el Instituto de Medicina Herbaria, Peter se dirigió a toda velocidad al apartamento de Cao Hua para buscar los productos Panda Brand que Hulan había visto en la nevera. El ascensor del Instituto seguía estropeado, de modo que subieron a pie los seis pisos hasta el despacho de Du. Este los saludó cordialmente y pidió té.

– ¿En qué puedo ayudarlos? -preguntó en inglés.

Mientras David y Hulan explicaban sucintamente sus recientes descubrimientos, el doctor Du meneaba la cabeza con simpatía.

– Quieren saber más sobre la bilis de oso -dijo cuando terminaron-y yo les hablaré de ello. Pero primero tienen que comprender cómo es nuestra medicina.

Hulan miró a David. Tenían prisa.

– Lo que usted considere conveniente, doctor.

– Bien -dijo Du. A su modo grave y académico, explicó que la medicina herbaria china se remontaba a casi seis mil años, lo que la convertía en la tradición médica utilizada sin interrupción más antigua del mundo-. Hoy en día, las recetas siguen siendo las mismas, pero la calidad del médico está en saber crear las dosis adecuadas. Si lo consigues, puedes convertirte en el mejor médico de toda China. Fíjense en mí. He practicado la medicina durante treinta años y he visto a miles y miles de pacientes, pero jamás he recetado la misma dosis.

– Perdóneme, doctor, por no saber más -le interrumpió Hula- pero recuerdo algo sobre medicinas que enfrían o calientan el cuerpo.

– Oh, sí. En general pensamos en las cuatro esencias: frío, caliente, templado y fresco. Pero yo también tengo en cuenta las cuatro direcciones de acción de una medicina: ascendente, descendente, flotante y pesada. Uso los cinco sabores: picante, dulce, ácido, amargo y salado.

– Cómo sabe qué dosis debe recetar? -preguntó David.

– Por la edad del paciente. Por las estaciones. Tengo que de terminar si alguien necesita una medicina para enfriar o para calentar cuando es verano o invierno. Por la procedencia de la persona. En China, la gente come de manera distinta según las provincias. A una persona de Sichuan le recetaría algo diferente de lo que le daría a otra de la provincia de Guangdong. El clima es benigno y caluroso en Sichuan. La gente come comida caliente y picante. La medicina que le daría a un sichuanés tendría un fuerte aroma y sería potente. A un cantonés, que sigue una dieta fría, le daría algo más suave. -Se puso en pie de repente-. Vengan, se lo mostraré.

– ¿Utilizan productos Panda Brand? -preguntó Hulan cuando caminaban por el pasillo.

– Algunas veces -contestó Du-, pero ya verá que preferimos crear nuestros propios productos.

El doctor se detuvo ante una puerta, la abrió con llave y entraron en un almacén. En el suelo había grandes sacos de arpillera abiertos de forma que se viera su contenido. Hulan y David reconocieron el clavo, la canela, el cardamomo, la nuez moscada y las peladuras secas de mandarina, que se utilizaban para el hipo, el asma, las infecciones por estafilococos, la salmonella, la gripe otros síntomas diversos. Vieron pedazos de minerales, algunos cristalinos o con aspecto de tiza, otros no eran más que trozos de roca (fluorita, ámbar, piedra pómez, boro y cinabrio). El doctor Du les mostró tubérculos, raíces y rizomas de todos los tamaños, variedades, formas y colores. En un saco había algo que parecía, azafrán, mientras que en otro había empanadas del tamaño de un plato hechas de flores amarillas secas. Vieron raíces de bardana, plúmulas de lotus, raíces de vencetósigo, jaboncillos y frutos del litchi y del ginkgo.

Du se esforzó por explicar para qué se utilizaban las hierbas. Incluso a Hulan le costó comprender muchas de las palabras en mandarín y no conocía sus equivalentes en inglés. Algunas hierbas le resultaban desconocidas, pues crecían únicamente en lugares remotos y sus nombres eran esotéricos. Cuando esto ocurría, los traducía literalmente: «continente del comercio», «dulce proceso», «vino de sangre de pollo», «semilla de lecho de serpiente», o «rey que se marcha».

Luego los llevó a otro almacén donde se guardaban las medicinas derivadas del mundo animal. Una vez más les mostró una habitación llena de sacos de arpillera con orejas de mar, almejas y caparazones de tortuga. Eso y otros minerales, les explicó, afianzaban el espíritu, reduciendo la irritabilidad, el insomnio, las palpitaciones y la ansiedad. Había sacos llenos de caballos de mar desecados, que se usaban para la impotencia y la incontinencia. En grandes cuencos de hojalata había escorpiones desecados y clasificados por su tamaño.

De manera similar se clasificaban los gusanos de seda, por etapas de desarrollo y por «sanos» y «enfermos». En otro cuenco había heces de gusanos de seda, buenas para sarpullidos, espasmos de los músculos de la pantorrilla y diarreas. Vieron pilas de serpientes desecadas y enrolladas, y cientos de ciempiés desecados y atados en manojos.

– Sé que éste es un tema delicado -dijo David por fin-, pero tengo entendido que muchas medicinas proceden de animales en peligro de extinción…

– Osos, tigres, rinocerontes; yo no los uso.

– Responde usted muy deprisa -dijo Hulan.

– Respondo deprisa porque cada primavera el gobierno me envía de provincia en provincia para educar a otros médicos sobre otras alternativas.

– Pero ¿qué me dice de la bilis de oso? -insistió David.

– La vesícula biliar del oso se usó por primera vez con fines medicinales hace tres mil años -respondió el doctor Du-. Desde entonces, muchos eruditos han escrito sobre los beneficios de la bilis, carne, cerebro, sangre, pata y médula espinal del oso, pero, la vesícula biliar está considerada como la parte más importante del animal y la más potente, igual que el cuerno de rinoceronte, el ginseng o el almizcle de la cabra del almizcle.

– Lo siento -dijo David, exasperado-, pero no creerá usted que todo eso funciona.

Se produjo un silencio hasta que por fin habló el médico.

– Puede que los ingredientes parezcan extraños, pero en realidad las empresas farmacéuticas occidentales utilizan muchos de estos mismos componentes o versiones sintéticas de los mismos, porque se ha demostrado que funcionan. El ácido ursodesoxicólico es el ingrediente activo de la bilis de oso. La versión sintética que se fabrica en Estados Unidos utiliza piedras vesiculares disueltas y ofrece resultados prometedores en el tratamiento de una forma de cirrosis del hígado que suele ser mortal.

La severa expresión de Du se demudó en sonrisa; había perdonado la insolencia del demonio blanco.

– Ahora bien, podría usar vesícula de vaca o de cerdo…

– ¿Pero?

– El cerdo y el oso tienen hábitos muy parecidos a los de los seres humanos y comen lo mismo. Algunos médicos usan vesícula de vaca en altas dosis, pero yo no estoy demasiado seguro de que funcione. ¿Quién de nosotros se parece a una vaca? -Al no recibir respuesta, el médico prosiguió-: Yo prefiero usar gardenia, ruibarbo, raíces de peonía, incluso vincapervinca de Madagascar, en lugar de la vesícula de oso, pero como he dicho antes, sólo un buen médico sabe qué dosis recetar.

– ¿No puede usar bilis de osos de granja?

– Hay gente que cree que pueden criar osos en una granja para obtener la bilis, pero déjeme decirle algo: lo que hacen con esos osos es terrible.

– ¿Cómo extraen la bilis? -preguntó Hulan.

– Unos médicos implantan quirúrgicamente un tubo en la vesícula biliar, y lo mantienen sujeto gracias a un corsé metálico que colocan alrededor del vientre del oso. Es un drenaje de bilis continuo. Algunas personas incluso pagan por beber la bilis directamente del oso.

– Cómo es posible que funcionen esos lugares si son ilegales? -preguntó David.

– Es usted extranjero y no comprende este país. En China, el gobierno está muy ocupado con otros asuntos, así que esos canallas se salen con la suya. En las provincias remotas, Jilin, Yunnan y Heilongjiang, cualquiera puede atrapar unos cuantos osos y poner en marcha una granja. Incluso en el sur, en Chengdu, en la provincia de Sichuan, encontrará unas cien granjas de osos. Tenemos más de diez mil osos viviendo en granjas ilegales en China.

– ¿Cómo sabe todo eso si el proceso de extracción es secreto y la policía hace la vista gorda? -preguntó Hulan.

– Ya se lo he dicho, el gobierno me envía a diferentes provincias. En algunos viajes he participado en redadas. -Hizo una pausa, luego añadió-: Esos sitios son muy malos, pero las masas se alegran de las redadas porque creen que la mejor medicina procede del animal en estado salvaje.

– ¿Por qué?

– Porque se asimilan los atributos de ese animal, el oso, el tigre o el mono. Así, piensan que se volverán fuertes, potentes o astutos embaucadores. De modo que la mayoría de la gente no quiere en realidad osos de granja. Quieren ver al oso salvaje con sus propios ojos.

– Pero algo como la vesícula de oso -dijo Hulan-, ¿cómo funciona? ¿Cómo la usa usted?

– Su madre y su padre conocen muy bien nuestra medicina -comentó Du-. ¿ Olvidaron enseñarle?

– Estuve en América muchos años -explicó Hulan-. Olvidé las costumbres antiguas.

El doctor se rascó las patillas y luego meneó la cabeza con pesar por lo que ella había perdido en un país lejano.

– La vesícula de oso es amarga y fría. Las medicinas amargas disipan el calor, secan la humedad y purgan el cuerpo. El atributo del frío es enfriar la sangre y desintoxicar el cuerpo.

– ¿Lo que significa que usted lo usa para…?

– ¡Yo no lo uso!

– Entiendo, pero recetaría una medicina fría y amarga…

– Para ictericia, lesiones de la piel, convulsiones de los bebés, fiebre, úlceras, visión limitada. Para hemorroides, infecciones bacterianas, cáncer, quemaduras, dolor y rojez de los ojos, asma, sinusitis, caries…

– Un poco de todo -dijo Hulan, que ya no disimulaba su escepticismo-. ¿No es ése simplemente el efecto placebo?

– ¿Viene usted aquí y le dice eso al doctor Du? -Su indignación era patente-. Nuestra medicina es mucho más antigua que la occidental. No es un placebo. Por eso me invitan a hablar en la facultad de medicina de Harvard, y por eso nuestro gobierno me permite viajar libremente.

Alzó los brazos. Estaba harto de aquellos estúpidos impertinentes.

– ¡Ahora váyanse! ¡Estoy harto de esto! -exclamó, y luego les dijo que se marcharan. En la puerta, agitó el dedo ante Hulan-. No muestra el menor respeto. Sus padres debieron de sufrir una gran decepción con usted.

Peter los esperaba abajo.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó cuando abandonaron el Instituto en el coche.

– Creo que le hemos insultado -dijo Hulan.

– Eso es poco -dijo David con un bufido.

– Pero ¿han conseguido información útil? -preguntó Peter.

– No lo sé -contestó Hulan pensativamente-. Quizá.

– Lo que sigo sin comprender es cómo pueden funcionar las granjas si son ilegales -dijo David.

– Nuestro gobierno prohíbe muchas cosas -explicó Hulan-Aun así, la gente quiere ganar dinero. Algunos afirman que abrirán una granja de osos «legal». Dicen que tienen permiso, pero apuesto a que sólo tienen permiso para abrir un negocio, no una granja de osos.

– ¿No lo comprueba nadie?

– Supongo que no -dijo Hulan con tono desanimado.

– Pues yo sí que tengo buenas noticias -anunció Peter-. Tenia usted razón, inspectora. La nevera de Cao Hua estaba llena de bilis de oso Panda Brand.

– El embajador se reunirá con usted en cuanto le sea posible -dijo Phil Firestone, el ayudante de Bill Watson, con sequedad-. Estamos en medio de una crisis y, bueno, el embajador está terriblemente ocupado.

– Me gustaría pensar que será capaz de poner el asesinato de su propio hijo por encima de cualquier intriga internacional -dijo Hulan, con tono hostil. Por una vez, David estaba de acuerdo con sus métodos. Estaba harto de los rodeos de aquel hombre.

– Naturalmente el embajador Watson sigue estando de luto -dijo Firestone con voz melosa-. Pero algunas veces tenemos que poner a los demás por encima de nuestras propias necesidades.

– Mientras esperamos, quizá pueda usted contestarnos a unas preguntas -dijo David.

Firestone iba a poner los ojos en blanco, pero se contuvo. -Adelante -dijo, conteniéndose, con un suspiro.

– ¿Qué se hace con las solicitudes de visados?

– ¿Solicitudes de visados? -dijo Firestone, meneando la cabeza débilmente-. ¿Qué tienen que ver con todo esto? -Al ver que David no respondía, dejó escapar otro suspiro-. La gente viene aquí. Ya los ha visto fuera. Hacen cola. Les damos las solicitudes y las rellenan. Los entrevistamos. Si alguien quiere viajar a Estados Unidos por negocios, esperamos ver una invitación oficial de la organización o empresa estadounidense. Potemkin Auto Leasing, la Audubon Society, la iglesia baptista de Starkville, Mississippi. Piense un nombre cualquiera y acertará. No hay nada peculiar en ello. A los chinos les gusta ver el mismo tipo de invitaciones formales cuando tienen que conceder visados a ciudadanos estadounidenses. Apuesto a que usted recibió una invitación oficial del MSP para venir aquí.

David asintió.

– ¿Y si alguien no ha sido invitado por una corporación de Estados Unidos? -preguntó.

– Esos casos los tratamos de un modo muy distinto -contestó Firestone-. Al fin y al cabo, hay mucha gente en China a la que le gustaría marcharse, y no hablo sólo de los disidentes.

A Hulan le pareció asombroso lo que unos días y un montón de titulares de prensa habían hecho con un pelotillero político como Firestone. Su diplomacia de reverencias de una semana atrás se había evaporado tan fácilmente como una nevada tardía de primavera. Ahora le faltaba muy poco para considerar a China como un enemigo declarado, y el MSP y su investigación simbolizaban todo cuanto de malo tenía aquella sociedad.

– ¿Quién sella los pasaportes? -preguntó David, decidiendo pasar por alto sus groserías.

– ¿De qué está hablando? -Al joven se le estaba acabando la paciencia-. Si está acusando a alguien de algo, ¿por qué no lo suelta de una vez?

– Usted conteste a la pregunta -replicó David sin inmutarse.

– Tenemos un departamento lleno de gente para hacer eso. Pero, joder, yo mismo he sellado un par de pasaportes, e incluso el embajador lo ha hecho en alguna que otra ocasión. Es perfectamente legal.

Al igual que en su anterior visita, el embajador empezó a hablar antes incluso de haber entrado en la habitación.

– Tendremos que ser rápidos -dijo, justo antes de aparecer por la puerta-. Estoy a la espera de una llamada del presidente -continuó, cruzando la habitación y modulando su voz para adaptarla a un entorno más íntimo. Estrechó las manos de David y Hulan de forma superficial y se sentó. Apenas hizo una pausa antes de despedir a su ayudante secamente. Phil, trae café para estas personas.

Luego el embajador abandonó sus maneras de funcionario público para declarar su gratitud personal por el arresto, juicio y condena del asesino de su hijo.

David y Hulan habían discutido cómo abordar a aquel hombre. ¿Debían tratarlo como adversario, medida que recomendaba Hulan, o como al ciudadano estadounidense de mayor rango en China? Este dilema se veía agravado por el hecho de que se hallaban allí con dos misiones muy diferentes: una, descubrir cómo Guang Henglai, Cao Hua y los otros correos obtenían visados con tanta facilidad, y la segunda, darle la noticia al embajador de que su hijo se había mezclado con personajes muy dudosos. Habían decidido que sería más práctico intentar el enfoque de los visados, puesto que sin duda provocaría la ira del embajador.

Luego podrían hablar a Watson de su hijo y, en algún momento, esperaban enterarse de algo para salvar a Spencer Lee.

Pero apenas habían introducido el tema, Phil Firestone regresó con el café.

– ¿Por qué no dejan de hacer preguntas sobre esas gilipolleces de los visados? -les espetó.

– Estamos hablando de una grave amenaza para la seguridad nacional -afirmó David-. Sellar pasaportes ilegalmente es un delito federal. Eso se traduce, Firestone, en una condena en una penitenciaría federal.

Phil Firestone enrojeció. David dirigió sus comentarios al embajador.

– Si existen irregularidades de algún tipo en la embajada, no sería el primer caso. Estoy seguro de que el embajador conoce diversos casos en los que empleados de confianza sobrepasaron los límites diplomáticos.

– Si está acusándome… -farfulló Firestone.

– Tranquilo, Phil -le interrumpió el diplomático-. ¿Es que no ves que sólo intentan ponerte nervioso? Vuelve a tu despacho; yo estoy bien. Pero cuando llegue esa llamada, avísame inmediatamente, ¿de acuerdo?

Cuando Firestone cerró la puerta tras él, el embajador dijo:

– Vamos, Stark, déle un respiro al muchacho.

– Valía la pena intentarlo -dijo David, mostrando las palmas de las manos y encogiéndose de hombros.

– Me ocuparé de ese asunto -dijo el embajador, meneando la cabeza con una leve sonrisa-. ¿Qué más puedo hacer por ayudarlos? -Se trata de su hijo -dijo David.

– Si va a decirme que se metió en líos cuando era un muchacho, créame, no me dirá nada que no sepa. Billy tenía problemas, sin duda, pero las cosas habían cambiado mucho en los dos últimos años.

– ¿Los dos últimos años?

– Le iba bien en la universidad. Elizabeth y yo estábamos orgullosos de él por ello.

– Señor embajador -dijo David con pesar-, su hijo hacía dos años que no asistía a las clases.

– Se equivoca -replicó Watson.

– Me temo que no. La inspectora Liu y yo revisamos los archivos de la USC.

– Pero yo extendí los cheques…

– ¿A nombre de la universidad o de Billy? -preguntó Hulan.

– De Billy -contestó él con voz áspera-. Oh, Dios mío, de Billy… -El color abandonó su rostro. Por primera vez desde que lo conocía, Hulan vio a un padre abrumado por el dolor.

– Su hijo… -David carraspeó y volvió a empezar-. Su hijo viajaba a China cada dos meses. ¿Lo sabía?

– ¡No! Billy sólo venía para las vacaciones de Navidad y una visita corta en verano.

– Lo siento, señor embajador, pero su hijo pasaba mucho tiempo en China. Solía viajar con Guang Henglai.

– ¿El otro chico muerto?

– El hijo de Guang Mingyun, efectivamente. -David vaciló-. Creemos que también viajaba con otras personas. -Sacó la lista de posibles correos y se la tendió al embajador. La mano de William Watson temblaba mientras él leía la lista-. A toda esa gente se le selló el visado aquí, en la embajada.

– No puedo explicarlo.

Había llegado el momento de decirle la verdad sobre su hijo. Mientras David explicaba el contrabando de bilis de oso y su sospecha de que Billy Watson estaba involucrado, el embajador no cesaba de repetir:

– No puede ser cierto. No puede ser.

– La inspectora Liu y yo trabajamos a contrarreloj -dijo David, y luego explicó la situación de Spencer Lee-. Sé que tenemos muy poco tiempo, pero ¿sería posible que alguna persona de confianza investigara las irregularidades de los pasaportes? Creemos que es vital para resolver los crímenes y para salvar la vida de un hombre

– Ni hablar, nunca -espetó Watson-. Lee ha sido hallado culpable de matar a mi hijo. Tiene que pagarlo.

Cuanto más intentaban David y Hulan convencer a Watson de que estaba en un error, más firme era su decisión, pero David no se dejó amilanar.

– Puedo conseguir una orden del Departamento de Estado. Entonces tendrá que iniciar una investigación oficial sobre los visados.

– Para entonces -masculló el embajador-, el asesino de mi hijo estará muerto y todo esto habrá terminado.

Phil Firestone entró para decir que el presidente se hallaba al teléfono.

– Tendremos que seguir con esto más tarde -dijo el embajador.

– Sólo una cosa más -dijo Hulan, poniéndose en pie-. Su hijo tenía negocios con Guang Henglai. ¿Está seguro de que usted no lo sabía?

Las duras facciones del embajador se habían convertido en las de un viejo.

– No sé qué decir, inspectora. Supongo que no conocía a mi hijo demasiado bien.

– ¿ Señor embajador? -le apremió Firestone-. El presidente.

Cuando David y Hulan se dirigieron a la puerta, el embajador Watson hizo una última petición con el dedo preparado para apretar el botón que le permitiría oír la voz del presidente.

– Por favor, no cuenten nada de todo esto a mi esposa. Elizabeth ha sufrido mucho. Esto la mataría.

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