15

5 de febrero, Café del Jade Verde


A las once de la mañana siguiente, Zhao se hallaba en el centro de la sala de electrónica del FBI, desnudo de cintura para arriba, mientras un técnico sujetaba un cable alrededor del escuálido y lampiño pecho del inmigrante.

Esta vez David tenía poco con lo que negociar. El Ave Fénix había recogido a Zhao tan pronto como éste había abandonado Terminal Island. Le habían proporcionado un trabajo y un lugar donde dormir. Era poco más que un esclavo, pero su vida no corría peligro. Ahora David le pedía que hiciera algo que, cuando menos, era arriesgado, y a cambio de nada. David no podía prometerle un trabajo, ni un lugar donde dormir, ni ropa o comida. Sin embargo, Zhao no había vacilado. David comprendió que su cooperación estaba directamente relacionada con la presencia de los dos agentes del Ministerio de Seguridad Pública. No había preguntado quiénes eran porque, como Hulan no se cansaba de repetir, eran reconocibles. Tampoco preguntó por qué el MSP se hallaba en Estados Unidos. Quizá sencillamente no era capaz. Tal vez aquél no era más que un nuevo ejemplo de cómo saltaba por los aires el sueño americano: uno arriesga la vida para llegar a Estados Unidos con la esperanza de un futuro mejor, y cuando lo consigue, lo único que encuentra es más trabajo duro y al MSP acosándole. Desde su situación, Zhao podía vivir su esclavitud ligado a las tríadas por contrato, o enfrentarse con la ira del MSP. No era una elección a la que David hubiese querido optar.

No por ello le remordía menos la conciencia. Era muy consciente de lo sospechosas que resultaban sus acciones y las de los organismos gubernamentales al no dar explicaciones a Zhao. David sospechaba que los agentes del FBI, igual que él mismo, justificaban los medios con el fin que esperaban obtener: resolver los asesinatos, coger a los contrabandistas y obtener pruebas contra las tríadas. Sin embargo, a David le preocupaba que el Ave Fénix se diera cuenta de que Zhao no era un correo, sino sólo un hombre que les debía el pasaje hasta América. Noel Gardner, que había estado vigilando el taller tranquilizó a David asegurándole que los líderes de la banda no reconocerían una sola cara entre la masa de sus trabajadores. De hecho, por lo que él sabía, nadie importante del Ave Fénix se había acercado siquiera al taller. Zhao se mostró de acuerdo con sus apreciaciones.

Intentaron trabajar con calma y en silencio delante del inmigrante chino, pero todos estaban muy excitados y tenían una opinión sobre lo que Zhao debía o no debía decir, sobre las preguntas que debía o no hacer, y sobre cómo debía responder a las que le hicieran a él.

– Dígales que hemos arrestado a Hu Qichen -dijo David-. A usted le interrogamos, pero no abrimos su olla para arroz ni su termo. Cuando por fin le liberamos, no había nadie esperándole. No sabía qué hacer. Esperó en la terminal.

– Finalmente vio a un compatriota -siguió Hulan-. Se acerco a él y le dijo que se había perdido. Ese hombre fue muy amable. Le dijo que…

– Que cogiera un autobús, y eso hizo. -David pareció confundido-. El dinero. ¿Cómo consigue dinero?

– Wang Yujen llevaba encima unos cincuenta dólares, los cambió en el aeropuerto y luego cogió el autobús.

– Llamaré a la estación de autobuses para preguntar qué auto-buses hay desde el aeropuerto hasta Chinatown -se ofreció Gardner.

– No, espere -dijo David-. Quizá debería ir a Monterey Park. Sabemos que el Ave Fénix tiene negocios en ambos lugares. Pero, ¿dónde acabará Zhao? ¿En casa de alguien? ¿En un cuartel general? No sabemos dónde están esos lugares, pero apuesto a que esos tipos no viven en Chinatown. Seguramente viven en alguna colina sobre Monterey Park aprovechándose del feng shui.

Cuando Gardner fue a hacer la llamada sugerida, David volvió a tomar el hilo de la historia.

– Va a Monterey Park y empieza a hacer preguntas… -David pareció de nuevo desconcertado-. Y luego, y luego… Y luego estará solo.

– Diga que tiene un paquete para Spencer Lee o Yingyee Lee -sugirió Hulan-. Hágase el tonto.

– Y cuando llegue a donde sea, intente decirnos dónde está si puede -pidió Jack Campbell-. Nosotros le estaremos escuchando. Usted no podrá oírnos, pero le prometo que no le dejaremos solo. Si nos necesita, grite. Llegaremos inmediatamente.

– Y una cosa más -dijo Hulan-. Pregunte por Guang Mingyun.

Por primera vez, un estremecimiento sacudió al inmigrante. Sin pronunciar palabra, negó con la cabeza, pero Hulan se mantuvo firme.

– Pregunte cómo está involucrado Guang Mingyun, cuánto dinero hace con este comercio y a quién usa en China para sacar los productos del país.

El colega del MSP había empezado a captar lo que ella sugería. Peter discutió con Hulan en chino, pero ella le cortó en inglés con vehemente resolución.

– Yo me hago responsable. -Luego puso la mano amablemente sobre el hombro huesudo de Zhao-. Pregunte por Guang Mingyun si cree que puede hacerlo.

Viajaron juntos en una furgoneta de vigilancia proporcionada por el FBI. Durante el largo recorrido por la ciudad, Zhao empezó a asimilar la gravedad de su situación. Cuando lo dejaron en un cruce a dos paradas de autobús del centro de Monterey Park, el inmigrante estaba pálido y abatido. Dio unos cuantos pasos, luego se volvió y sonrió valientemente. Noel Gardner le gritó una vez más:

– ¡Estaremos con usted todo el tiempo! ¡No se preocupe!

El plan se desarrolló con asombrosa precisión. Zhao había sido la elección perfecta, puesto que no tenía que fingir ignorancia de la ciudad en la que se hallaba. Caminó por las calles de Monterey Park, que eran muy diferentes de las dos manzanas que le habían permitido ver en el transcurso de sus entregas. Reconoció los caracteres chinos de los letreros de las tiendas, pero el resto, los grandes restaurantes, los coches de lujo y las mujeres enjoyadas, todo era nuevo para él.

Estaba perdido y lo parecía. Varias mujeres se acercaron a él, tomándolo por un vagabundo, para ofrecerle unas monedas. Una matrona le preguntó el nombre. Al oír el de Wang Yujen, ella le sugirió que fuera a la casa de la asociación de la familia Wang. Le indicó cómo llegar, le puso un billete de un dólar en la mano, y luego siguió caminando con paso vivo, lanzándole unas palabras finales para tranquilizarle:

– Ellos le ayudarán.

Zhao no fue a la casa de la asociación de la familia donde un inmigrante podía encontrar ayuda y donde los chinos del clan Wang nacidos en Estados Unidos podían hallar compañerismo e intereses comunes. Se dirigió en cambio hacia un local de juegos recreativos, donde la transmisión de su micrófono se perdió en medio del ruido de las batallas simuladas, las carreras de coches y los chillidos de deleite, rabia, ánimo y triunfo de los jugadores. Pero, de nuevo de vuelta en la calle, Zhao parecía saber exactamente adónde debía ir. Alguien en el salón de juegos debía de haberle dado información.

Entró en un 7-Eleven y preguntó por Spencer Lee o Yingyee Lee. Al principio el dependiente negó conocerlos, pero cuando Zhao insistió, alzando la voz con frustración para explicar que tenía que hacer una entrega a uno de los Lee, que lo habían detenido en el aeropuerto, que había ido hasta Monterey Park completamente solo, extranjero y completamente nuevo en la ciudad, el dependiente cedió.

– Espere aquí -dijo-. Haré una llamada.

Cuando volvió, dijo a Zhao que esperara fuera. Alguien pasaría a recogerlo enseguida.

Desde su privilegiado punto de observación en la furgoneta, David y Hulan vieron a Zhao esperando con inquietud en la esquina. Cambiaba el pie de apoyo continuamente, daba unos pasos en una dirección y volvía. Luego, en un aparente esfuerzo por tranquilizarse, se puso en cuclillas, dejando la pequeña maleta y las bolsas al lado. De aquella guisa, podría haberse hallado en cualquier esquina de cualquier ciudad china.

Un Mercedes negro con los cristales de las ventanillas ahumados aparcó frente a él. El conductor bajó su ventanilla y preguntó: -Eres Wang Yujen?

Zhao asintió con énfasis.

– Tiene que hablar -dijo David dentro de la furgoneta con un gemido-. La cinta no recogerá sus movimientos de cabeza.

Zhao abrió la puerta de atrás del coche, metió sus pertenencias en el interior y, sin echar una sola mirada a la furgoneta, se metió delante junto al conductor.

– Hueles como si no te hubieras duchado en mil años.

– Lo siento, lo siento mucho.

Manteniéndose a una distancia prudencial, Jack Campbell siguió al Mercedes por el distrito comercial hasta llegar a una zona residencial. El Mercedes subió por una carretera sinuosa. Las casas empezaron a hacerse más grandes, pasando de las casas con terreno de los años cincuenta a las ostentosas mansiones demasiado grandes para el terreno que ocupaban.

– ¿Hay chinos viviendo en estas villas? -preguntó Peter. Cuando le dijeron que sí, meneó la cabeza con incredulidad. Lo que en Pekín se llamaba villa no era nada comparado con el tamaño de aquellas monstruosidades de estilo español colonial.

El Mercedes redujo la marcha, aguardó a que las dos verjas electrónicas (con el carácter chino para la felicidad en hierro forjado) se abrieran, y luego entró. El conductor no se molestó en volver a cerrarlas. Cuando se bajó del coche, David reconoció a Spencer Lee. Aquella noche vestía elegantemente: camisa de seda, pantalones crema y zapatillas de deporte.

– Date prisa -ordenó.

Zhao sacó sus cosas del coche y siguió a Spencer Lee por las escaleras de mármol para entrar en la casa. A través del micrófono, se oía a Zhao proferir exclamaciones a cuenta del vestíbulo y la sala de estar.

– Silencio -le espetó Lee-. Demasiado ruido. Siéntate y cuéntame por qué estás aquí.

Los minutos siguientes fueron los más duros para el equipo que escuchaba a Zhao desde la furgoneta, a través de la traducción de Hulan, y la historia de sus desaventuras a manos de la ley. A David le sonaba como un chapucero servil. Zhao no era más que un pobre campesino. No comprendía nada de lo ocurrido. Tenía miedo cuando el diablo extranjero fue hacia él y se lo llevó. Pensaba que iban a ejecutarlo. En otras palabras, David creía que Zhao sonaba creíble, pero Spencer Lee no era tan fácil de contentar.

– Cogen a Hu Qichen. A ti te meten en otra habitación. Muy bien. Lo comprendo. Pero ¿por qué estás aquí? ¿Por qué no veo a Hu Qichen?

La reacción de Zhao sorprendió a David.

Que se joda mi madre! Alguien dice, ve a América, vuelves a casa, ganas un poco de yuan. Yo pienso, quizá gano bastante para comprar un coche. Quizá pueda ser chófer para extranjeros. Pero le diré lo que ocurre. Vengo a América. El policía me mira la boca. Me mete los dedos en el culo. Yo pienso, lo próximo que hace este hombre es meterme una bala en la cabeza. Mis hijos se quedarán sin padre. Mi mujer se casará con Zhou, el de los fideos. Hace muchos años que tiene los ojos puestos en ella. Pienso, quizá no quiero comprar un coche. Quizá quiero seguir vivo. Mejor ser un hombre pobre en China que un muerto en este horrible lugar. ¡Que se joda su madre!

La diatriba, lanzada en tono estridente y agudo, terminó tan abruptamente como había empezado. Se produjo un silencio sepulcral, luego Spencer Lee se echó a reír.

– Siéntese, señor Wang. Tómese una taza de té.

– Eaaah -gruñó Zhao, aún enfadado.

Durante los minutos siguientes, les sirvieron el té y Spencer Lee examinó la mercancía. Cuando la vio, Zhao fingió curiosidad una vez más.

– ¿Qué tiene ahí?

– Bilis de oso.

– ¿Meto esto en el país para usted y usted no me lo dice?

– No, pero le pagaré, ¿recuerda?

– ¿Dónde lo consigue? -preguntó Zhao mientras Spencer Lee evaluaba los cristales.

– No es asunto suyo.

– Usted me cuenta cosas, yo comprendo. La próxima vez que hago este viaje para usted, haré un trabajo mejor.

Se hizo el silencio mientras Spencer Lee sopesaba la cuestión.

– Si. De acuerdo. Ha hecho un buen trabajo. Ha llegado hasta aquí, ¿verdad? -Zhao no respondió-. En la provincia de Jilin hay demasiados coreanos. No son de fiar y el precio es demasiado alto. La provincia de Heilongjiang es demasiado remota, cercana a Pekín si puedes viajar en avión, pero peligrosa, y es demasiado difícil transportar la mercancía hasta Pekín por tierra. Así que conseguimos nuestros productos derivados del oso en la provincia de Sichuan.

– Allí fue donde estuvo Guang Mingyun en el campo de trabajos forzados -dijo Hulan en la furgoneta.

Sí, pensó David, y también tu padre y el jefe de sección Zai. La transmisión se reanudó con Spencer Lee.

– Hay cientos de granjas de osos en los alrededores de Chengdu y a la policía no le importa quién compra ni quién vende. ¿Sabe lo que quiero decir? Vamos al aeropuerto. Le decimos a los funcionarios que nuestra bilis de oso procede de una granja con licencia. Todo es legal. No hay ningún problema.

– ¿Por qué una parte va en botella y otra va suelta?

– Diferentes productos, diferentes granjas, el mismo precio.

– Pero el de la botella es Panda Brand. Esa compañía es de Guang Mingyun.

– ¿Guang Mingyun trabaja para usted?

En la furgoneta, cuando Hulan tradujo las últimas frases, David se maravilló de la destreza con que Zhao jugaba con el ego de Lee.

– Guang Mingyun tiene muchos negocios -fue la enigmática respuesta de Lee.

– Comprendo -dijo Zhao como si estuviera sumido en honda reflexión-. Guang Mingyun también es Ave Fénix.

– Un hombre curioso puede convertirse en un hombre muerto -señaló Lee-. A Guang Mingyun le gusta el dinero. A mí me gusta el dinero. A usted le gusta el dinero. Eso es todo lo que hay que saber.

Con nerviosismo, Zhao volvió a adoptar su papel de adulador.

– Me usará para la próxima vez, ¿verdad? Yo traigo más para usted, quizá pueda trabajar para usted. ¿Quizá pueda quedarme en América?

– Ya veremos -dijo Spencer Lee.

– ¿Qué quiere que haga ahora? ¿Tiene otro trabajo para mí?

– Vuelva a China como estaba previsto. La próxima vez que necesite a alguien, haré que Cao Hua se ponga en contacto con usted. -En la furgoneta, el equipo oyó el sonido de tazas de té al ser depositadas, el chirrido de una silla al moverse y el de Spencer Lee abriendo la cartera-. Aquí está su dinero. Haré que alguien le lleve a un motel. Quédese allí. No se meta en líos. Mañana lo llevaremos al aeropuerto. Ha hecho un buen trabajo para nosotros. Lo recordaré para la próxima vez.

Cuando Zhao empezó a dar las gracias profusamente, Hulan dijo:

– Esa es nuestra señal. Vamos.

El grupo se dirigió a la puerta principal y llamó al timbre. Cuando Spencer Lee salió a abrir, Jack Campbell le dijo:

– Queda arrestado. Tiene derecho a guardar silencio…


Aun esposado y sentado en una sala de interrogatorios de una prisión federal, la arrogancia de Spencer Lee no dio muestras de disminuir. De hecho, parecía aún más altanero. Hasta entonces había rechazado su derecho a un abogado o a una llamada telefónica. Parecía convencido de que podía librarse mediante su ingenio. Sólo los cigarrillos que fumaba sin parar delataban su tensión.

Ante la insistencia de David, a Hulan y a Peter se les negó la entrada. Desde donde se hallaban, junto a un cristal que del lado de la sala de interrogatorios era espejo, veían el perfil de Spencer Lee sentado a una mesa frente a David. Apenas unos centímetros separaban sus rostros y la vehemencia con que hablaban ambos era perceptible incluso a través del cristal.

– ¿No es un hecho que es usted uno de los lugartenientes de la banda del Ave Fénix?

– ¿El Ave Fénix? Ya se lo dije el otro día, somos una organización fraternal.

– Usted y sus secuaces fletaron el barco Peonía de China en diciembre del año pasado. A principios de enero, recogieron inmigrantes chinos y los trajeron a América. Su tripulación desertó del barco.

No hubo réplica.

– ¿A quién compra la bilis de oso en China?

De nuevo la pregunta quedó sin respuesta.

– ¿Cómo encajaban Billy Watson y Guang Henglai en su esquema?

– No conozco esos nombres.

– ¿No eran correos de su negocio?

– No sé de qué negocio está hablando -dijo Lee sin inmutarse. -Hábleme de su relación con Guang Mingyun.

– ¿Guang Mingyun? -Lee dejó que el nombre se prolongara como sopesándolo.

– Esta tarde ha hablado con el señor Zhao sobre Guang Mingyun.

– Debe de haber un error. -Lee encendió otro cigarrillo.

– Se lo preguntaré una vez más -dijo David con calma, pausadamente-. ¿Le importaría explicar qué relación tiene Guang Mingyun con el contrabando de productos medicinales derivados de animales en peligro de extinción?

– Empiezo a cansarme de estas preguntas.

– Veo por su pasaporte que realiza viajes entre Estados Unidos y China con cierta regularidad.

– Un mes aquí, un mes allá. No hay diferencia.

– No todos los chinos consiguen un visado tan fácilmente -espetó David.

– La embajada americana… -Lee vaciló.

– Sí?

– Tengo buenas relaciones con la embajada americana. -El humo del cigarrillo se arremolinó en torno a su rostro.

– ¿Me está dando a entender que paga sobornos para obtener los visados?

– Señor Stark -dijo Lee, inclinándose hacia él-, no tiene pruebas de nada. ¿Por qué no deja que me vaya a casa?

– Tengo una pregunta más concerniente a su pasaporte -dijo David, mirando a Lee a los ojos.

– Adelante.

– Un pasaporte, como ya sabe, registra las fechas de entrada y salida.

– ¿y?

– Veo que estuvo usted en Pekín poco más de un mes desde el diez de diciembre al once de enero.

– El Peonía de China se fletó el once de diciembre. Era un barco grande, de modo que se tardó dos días en cargar. Fueron el uno y el dos de enero. El tres de enero se hizo a la mar. Pero usted ya sabe todo esto, claro está.

– Ya le he dicho que no sé nada de ese barco.

– Durante ese período de tiempo se produjeron otros dos acontecimientos en Pekín que me interesan. El treinta y uno de diciembre desapareció Billy Watson, el hijo del embajador americano. Ese mismo día, o alrededor de ese mismo día, desapareció también Guang Henglai, el hijo de Guang Mingyun, y estoy seguro de que usted sabe que el cadáver de Henglai fue hallado a bordo del Peonía. Quizá lo más intrigante desde mi punto de vista es que el cadáver de Billy Watson fue hallado el diez de enero. ¿Y por qué es interesante? Porque al día siguiente, usted tomó un avión en dirección a Los Angeles.

– Eso no fue más que una coincidencia, y usted lo sabe. No tiene pruebas.

Los dos hombres mantenían la vista fija el uno en el otro. La mandíbula de Spencer Lee se contrajo. La mirada de David era glacial. Por fin el chino rompió el silencio echando la cabeza hacia atrás para soltar una breve carcajada.

– Supongo que haré esa llamada ahora. -A partir de ese momento se negó a contestar más preguntas.

Veinte minutos después, un abogado de la tríada se sentaba junto a Spencer Lee, argumentando con vehemencia que no se había informado a su cliente de los derechos que lo asistían, alegando entrada ilegal y protestando ruidosamente por la falta de pruebas. Spencer Lee fue fichado y encerrado en un calabozo. A su abogado se le comunicó que el juez federal determinaría la fianza a la mañana siguiente.

A pesar de las preguntas que habían quedado sin respuesta, el arresto fue motivo de celebración. En lugar de salir todos juntos, los diferentes grupos llegaron a un acuerdo tácito. Jack Campbell planeó una noche de francachela para Noel, Peter, Zhao y él mismo: una visita a los Estudios Universal, seguida de una ronda de bares para beber todo el licor que fueran capaz de soportar, a lo que quizá añadirían un par de salas de baile. Zhao declinó la invitación alegando que estaba agotado. David y Hulan pensaban disfrutar de una tranquila cena.

Pero primero debían cumplimentar cierto papeleo y atar algunos cabos sueltos. Hulan quería que se enviara a Spencer Lee a China, donde prácticamente no existían normas sobre las pruebas y podían juzgarlo por los asesinatos de Watson y Guang en lugar de dejarlo en Estados Unidos, donde sólo tendría que afrontar los cargos, menos importantes, de contrabando.

Sin embargo, China y Estados Unidos no tenían ningún acuerdo de extradición. Se hicieron llamadas al Departamento de Estado y al Ministerio de Asuntos Exteriores chino para pedir que se hiciera una excepción, pero los respectivos gobiernos de David y Hulan les vinieron a decir que estaban locos.

– Acabamos de pillar a esos cabrones intentando vender componentes de un disparador nuclear en nuestro país -dijo Patrick O'Kelly-. Si los chinos quieren hablar sobre proliferación de armas nucleares, nos encantará escucharles. -Cuando David le recordó que había sido él quien le había metido en aquello, que era él quien quería que se resolvieran los asesinatos, O'Kelly replicó-: La situa ción ha cambiado. La seguridad nacional es más importante que la muerte de dos personas en la otra parte del mundo. -Cuando David le dijo que quizá el embajador Watson no opinara lo mismo, O'Kelly le colgó.

El colega de O'Kelly en Pekin no fue menos inflexible.

– El gobierno de Estados Unidos es un régimen agresivo. iEl presidente es un imbécil, gordo y fanfarrón! Los americanos intentan usar la palangana de lavarse la cara para cocinar el pescado! Pero no toleraremos sus tonterías ni sus insultos. No existen las triadas, y desde luego nosotros no vendemos nuestra tecnología nuclear al extranjero. Esas fantasías son un insulto para el pueblo de China. Dígale a los americanos que saquen sus buques de guerra del estrecho y entonces quizá podamos hablar.

Tras estas llamadas, Hulan pregunto:

– ¿Hay algo que podamos hacer? Deportar a Lee?

– Necesitamos un motivo para deportarlo, que hubiera entrado en el país ilegalmente o que estuviera aquí de forma ilegal -respondió David-. Por lo que sé, sus papeles están en regla. Podemos deportarlo después de que sea juzgado y condenado, y de que haya cumplido condena por contrabando, pero…

– ¿Pero qué?

– Eso no quiere decir necesariamente que acabe en China. Le darán a elegir el país al que quiere ir. No podemos estar seguros de que escoja China.

– Sobre todo si sabe que yo le estaré esperando.

– Mientras tanto, todo lo que nos dijo Laurie sobre las penas leves por contrabando me inducen a creer que Lee saldrá mañana bajo fianza. -La única esperanza de David estribaba en que el juez atendiera a su alegato: que Lee representaba una amenaza para la comunidad, que la fiscalía creía que estaba relacionado con el contrabando de seres humanos, así como con los asesinatos en China; y decidiera denegar la fianza. En cualquier caso, él y Hulan tendrían que seguir buscando pruebas que relacionaran a Lee con los crímenes.

Antes de que los dos grupos se separaran, era necesario hacer algo con Zhao, que se había pasado dos horas sentado en una silla de plástico color naranja en el vestíbulo de la cárcel. En esas dos horas, había visto un aspecto de Estados Unidos que le había hecho añorar las penurias familiares de su aldea natal. David pensaba que deberían poner a Zhao al amparo del programa de protección de testigos, pero para eso se necesitaba tiempo, de modo que saco la cartera, entrego cien dólares al inmigrante y el numero de su tarjeta de crédito a Noel Gardner.

– Lleve al señor Zhao a un hotel, a uno bueno -dijo-. Estamos todos cansados. Mañana decidiremos qué se ha de hacer.

Tras unas sonrisas, inclinaciones de cabeza y una ronda final de apretones de mano, Zhao marcho acompañado de Noel, que lo llevaría a un hotel cercano y se reuniría luego con Campbell y Sun. Mientras Zhao atravesaba el sórdido vestíbulo, David veía a un hombre que parecía desconcertado por el mundo que lo rodeaba, pero que ya no estaba resignado a su suerte. Zhao inclino la cabeza una vez más y levanto el pulgar, gesto que significaba lo mismo en China que en Estados Unidos.

Por fin, David y Hulan salieron también en dirección al Patina Restaurant de Melrose. David pidió champán. El camarero descorcho la botella, sirvió el líquido en copas estriadas y luego se retiro discretamente, dejándolos solos en cómplice silencio. Estaban cansados, pero tenían la profunda satisfaccón del deber cumplido.

– He estado pensando en Guang Mingyun -dijo al fin David. No se fijo en la mueca de Hulan-. Tiene todo el dinero del mundo. ¿Por qué arriesgarse a que lo pillen por contrabando?

– Algunas veces las personas se hacen adictas a ganar dinero -dijo ella.

– ¿Pero por qué un hombre como él haría tratos con el Ave Fénix?

– No sabemos con certeza que Guang tenga tratos con ellos. Recuerda que Zhao hizo la pregunta, pero Lee no la contesto.

– De acuerdo, pero supongamos que los tiene.

– La triada le proporciona un método para transportar la mercancía y las conexiones aquí para venderla.

– Eso lo veo claro -dijo el-. Pero entonces, por qué iban a matar a Henglai? 0, ya puestos, ¿por qué iban a matar a Billy?

– No lo sé. Quizá Guang intento engañar a las triadas y ellos se vengaron. Quizá los chicos intentaron enganar a Guang.

– Ninguna de las dos posibilidades puede ser cierta.

– ¿Por qué?

– Como tu misma dijiste, ninguno de los dos trabajaría en este caso de no ser por Guang.

Hulan extendió la mano por encima de la mesa para coger la de David.

– No hablemos más del caso, por favor.

El la miro, encantado por la deliciosa ironía de su petición. Hacía apenas unos días, era él quien rogaba que hablaran de otra cosa. Además, Hulan tenía razón. Haían hecho mucho en dos días. ¿Qué mal podía haber en que gozaran de unas horas de libertad?

Después de la cena, regresaron al hotel de ella. En la habitación, él le acarició la mejilla y luego el cuello y la clavícula hasta el pecho. Se tomaron cierto tiempo para desnudarse mutuamente. La boca de él se demoró en los pezones de ella, que gimió en respuesta a sus caricias. Pronto los labios de ella buscaron un punto sensible bajo la oreja izquierda y luego se dirigieron hacia el hueco en la base del cuello, antes de continuar su recorrido hacia abajo. Esa noché, David y Hulan harían de la pasión una eternidad.


Varias horas más tarde les despertó el teléfono.

– ¿Si? -dijo Hulan con tono somnoliento.

Ella y David estaban tumbados del lado izquierdo, acurrucados. David le había pasado el brazo izquierdo por la cintura tenía la mano en su seno izquierdo. Hulan notó que esa mano empezaba a recorrerla al tiempo que la voz del teléfono le dijo en culto mandarín:

– Tenemos algo de que hablar. Por favor, reúnase conmigo en el Café del Jade Verde de Broadway. Por supuesto, puede llevar con usted al señor Stark.

Hulan colgó y apartó la mano de David. En voz baja le comunicó lo que acababan de decirle. El se incorporó con expresión preocupada.

– Será mejor que llamemos al FBI. Ellos sabrán encontrar Gardner y a Campbell. Dejemos que se ocupen de esto.

– No -dijo ella, meneando la cabeza-. El qlue ha llamado nos lo ha pedido a nosotros. Quiere decirnos algo a nosotros. Si queremos oírlo, será mejor que vayamos solos.

– Es peligroso -insistió él, pero la expresión de Hulan le dijo que no tenía miedo.

Abandonaron la habitación, se detuvieron ante la de Peter Sun y llamaron a la puerta. Al no recibir respuesta, Hulan miró su reloj. Pasaba de la medianoche.

– Ya debería haber vuelto -dijo.

– Esta con Campbell. No to preocupes por él.

David llevó el coche hasta Chinatown. Luces de neón rosa, amarillo y verde de las tiendas y restaurantes cerrados brillaban en las calles desiertas. David aparcó el coche en el aparcamiento al aire libre de uno de los paseos que flanqueaban Broadway. Hulan sintió frío por primera vez desde que estaba en California y David le rodeo los hombros con el brazo cuando echaron a andar hacia el Café del Jade Verde. Ninguno de los dos iba armado.

Cuando llegaron a las ventanas del café, comprobaron que estaba cerrado al público. Hulan deseó que hubieran seguido el consejo de David y hubieran llamado al FBI o a la policía. La puerta del Café del Jade Verde estaba abierta y entraron. El olor bastó para que comprendieran por qué les habían hecho ir hasta allí.

– Quizá deberías esperar aquí -susurró Hulan.

– Iba a decirte lo mismo a ti.

– Estoy acostumbrada a la muerte -dijo ella.

– Lo haremos juntos -dijo David, cogiéndola de la mano.

Entraron en el café caminando con paso cauto. Aguzaron el oído, pero no les llego ningún sonido. David hizo un gesto en dirección a la cocina y Hulan asintió. Rodearon la caja registradora y empujaron las puertas batientes.

Zhao yacía en el suelo en cinco pedazos. Le habían cortado los brazos y las piernas, que era el castigo tradicional por traición a las triadas, y los habían arrojado al suelo descuidadamente, cerca de la cabeza y el torso. Detrás del cuerpo, sobre los fogones, una enorme olla de tres niveles despedía humos fétidos. Hulan fue la primera en moverse, pisando con cautela el suelo ensangrentado para apagar el fuego. David se inclinó sobre el cuerpo de Zhao, miro los ojos del inmigrante v revivió el momento en el Peonía en que había notado el tirón en la pernera de los pantalones.Le cerró los ojos con suavidad, se incorporo y se acerco a Hulan, que parecía paralizada, mirando fijamente la enorme olla.

– No creo que pueda hacerlo -dijo Hulan.

David levanto con cuidado la gran tapa de bambú y la dejo un lado. Dentro de la olla había una masa de carne hervida. Era todo lo que quedaba de Noel Gardner.

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