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21 y 22 de enero, Terminal Island


Las diez horas siguientes fueron una pesadilla borrosa. David sólo recordaba vagamente que había vuelto tambaleándose a la cocina de la tripulación para despertar a Jack Campbell. Recordaba cómo lo había tranquilizado Jack para conseguir que le explicara lo ocurrido, y que luego el agente del FBI había bajado a aquel horrible lugar. Recordaba que Campbell había sellado el tanque, dejando el cadáver medio hundido en la inmundicia. Recordaba también que el piloto del helicóptero había sacado una botella de licor del botiquín de primeros auxilios, así corno el sabor del áspero líquido al deslizarse por su garganta. Estaba ansioso por quitarse la ropa que llevaba y lavarse con agua de mar, pero Campbell no se lo había permitido, aduciendo que podían destruirse pruebas.

Después esperaron. David recordaba haber estado sentado en cubierta contemplando el frío y gris amanecer que se abría paso en el cielo. La lluvia seguía azotando la cubierta, pero el océano se había aplacado y el agua apenas se rizaba. Por fin apareció Jim caminando a grandes zancadas hacia su helicóptero para llamar a tierra. David recordaba haberle oído decir que los guardacostas llegarían a las pocas horas para remolcar el barco hasta el puerto, y que él estaba listo para partir con el helicóptero. Campbell quiso que se fuera con él, pero David se negó. Cuando Jim y Noel Gardner se fueron, Jack y David empezaron a interrogar a los inmigrantes.

La noche anterior, David había trabajado codo con codo junto a muchos de aquellos hombres, afanándose con ellos para salvar la vida. Por la mañana, la mayoría no querían hablar con él y ninguno le miraba a la cara. Nada de lo que dijera consiguió hacerles hablar; incluso Zhao le volvió la cara.

Cuando llegaron a puerto por la tarde, los acontecimientos se desarrollaron con rapidez. Funcionarios del Servicio de Inmigración y de los guardacostas abordaron el barco y hablaron en mandarín y cantonés a través de altavoces. Los inmigrantes recogieron sus escasas pertenencias, bajaron silenciosamente por la pasarela y entraron en lo que parecía un gigantesco almacén. A David se lo llevaron en una ambulancia. El se resistió, repitiendo: «Tengo que quedarme allí. Llévenme de vuelta», hasta que por fin el sanitario que le asistía le tapó la boca con una mascarilla de oxígeno. En el hospital recibió tratamiento por la conmoción y por deshidratación, y le pusieron la vacuna del tétano. Luego se quitó las ropas con la ayuda de un experto forense del FBI, para que las metieran en bolsas con sus correspondientes etiquetas. Lo dejaron marchar a las dos de la madrugada. David no se había sentido tan solo en toda su vida como cuando entró en su casa vacía. Con esfuerzo, calculó que había permanecido cuarenta y tres horas sin dormir. Se duchó, se puso unos pantalones de chándal y un suéter, y cayó en un sueño irregular.

Se despertó bruscamente a las seis y media de la mañana, volvió a ducharse (le parecía que jamás conseguiría librarse de la inmundicia de aquella noche), y se fue a correr alrededor del Lake Hollywood Reservoir, cerca de donde vivía, para despejarse.

Dos horas más tarde, cuando salió del ascensor y cruzó la puerta de seguridad para entrar en los pasillos de la fiscalía, percibió cierta diferencia en la actitud con respecto a él. De camino a su despacho, saludó con la cabeza a dos secretarias que clavaron la vista en el suelo. También pasó delante de dos jóvenes abogados que trabajaban en demandas, y ambos enmudecieron al verlo.

Se sirvió un café y se dirigió a la sala del gran jurado, la única del tribunal suficientemente amplia para que Madeleine Prentice, la fiscal, celebrara su reunión semanal. Cuando entró él, las conversaciones se interrumpieron. Rob Butler, jefe del departamento penal, carraspeó.

– Aquí está David, de regreso de sus aventuras marinas -dijo.

Los otros abogados se echaron a reír, pero David percibió su malestar. De todas formas, agradeció a Rob que sacara la historia a la luz. Era como si quisiera decir: «No vamos a chismorrear sobre esto. Vamos a tratar el caso como cualquier otro.» Madeleine adoptó este enfoque, dando inicio acto seguido a la reunión para pedir que la pusieran al corriente sobre los casos de narcóticos que tenían entre manos.

David cogió una silla y miró alrededor. Comprendió que el deseo de Rob y de Madeleine de no dar a su caso un cariz excepcional sería difícil de cumplir. La mayoría de los ayudantes reunidos llevaban por allí el tiempo suficiente para haber conseguido casos importantes, pero ninguno había estado casi perdido en alta mar, ni en contacto con un cadáver.

Una de las razones por las que David había abandonado Phillips, MacKenzie y Stout era la atmósfera universitaria, comparativamente hablando, que se respiraba en la fiscalía. Los abogados, fueran hombres o mujeres, habían elegido voluntariamente cambiar los elevados sueldos de los principales bufetes por trabajar para el gobierno e ir a los tribunales cada día. Las únicas compensaciones, aparte de la sensación de haber obrado correctamente, eran la buena prensa y la posibilidad de llegar a la judicatura. Evidentemente, lo primero conducía a lo segundo. Sin embargo, existía una línea que a los colegas de David no les gustaba cruzar. Todos ellos, David incluido, se burlaban de los que buscaban publicidad, aunque al mismo tiempo admiraban a quienes sabían manejar la prensa. Por eso, mientras oía a Madeleine y Rob pidiendo explicaciones a los demás abogados sobre sus respectivos casos, percibía la extraña combinación de asombro, celos y recelo que flotaba alrededor.

Madeleine Prentice repasó su lista con un dedo. Llevaba las uñas perfectamente arregladas.

– Quién más tiene que ir a juicio esta semana? ¿Laurie? Laurie Martin, embarazada de siete meses, abrió su expediente y ofreció un resumen.

– El quince de septiembre funcionarios de aduanas recelaron de una mujer, Lourdes Ongpin, que bajó de un avión de la United procedente de Manila vestida con impermeable. Aunque no es raro que la gente lleve abrigo o suéter cuando viaja, a los de aduanas les pareció que en aquel caso era extraño, puesto que temperatura en Los Angeles era de 27 grados centígrados.

De acuerdo con las explicaciones de Laurie, los funcionarios interrogaron a la mujer. ¿Dónde pensaba alojarse? ¿Era suyo un viaje de negocios o de placer? Mientras, los inspectores se percataron de dos cosas. Primero, la mujer despedía un olor peculiar y segundo, su impermeable parecía tener vida propia. La llevaron a una sala de interrogatorios, donde hallaron quince caracoles gigantes que pesaban casi medio kilo cada uno, metidos en el forro del impermeable.

Los demás parecían nerviosos mientras Laurie hablaba. Sabían que el modo de ganar prestigio era consiguiendo que condenaran a un senador corrupto o a un conocido narcotraficante, no acusando a contrabandistas de animales exótico. Aunque estuvieran protegidos por tratados internacionales, los caracoles gigantes no conseguirían jamás salir en la portada del Times.

Con su habitual sentido del efectismo, Madeleine dejó el caso de David para el final, y tras oír su sinopsis preguntó:

– ¿Crees que el asesinato está relacionado con banda Ave Fénix, o que sencillamente alguien del barco mató a ese hombre?

– Las tríadas no se han detenido jamás ante nada. ¿Tienen relación con este caso? Lo ignoro.

– Podría ser la brecha que has estado buscando.

– Cierto. Si puedo demostrar su actividades mafiosas o el incumplimiento de las leyes de inmigración, quizá también demuestre que han cometido asesinato.

– Quisiera tener al Departamento de Justicia en esto, quizá incluso al Departamento de Estado -dijo Madeleine-. Veamos si pueden ayudarnos. Que yo sepa, no trabajamos con china, pero quizá hallemos el modo de obtener ayuda, aunque no sea oficial.

– Aceptaré la ayuda venga de donde venga, siempre que el caso siga siendo mío.

– En lo que a mí respecta es tuyo. -Madeleine paseó la mirada brevemente por la sala-. ¿Alguien más? ¿No? Bien, pues entonces, vayamos a obtener unas cuantas condenas.

David se sirvió otra taza de café y se dirigió a su despacho, donde Jack Campbell y Noel Gardner le aguardaban. Ninguno de los dos había dormido demasiado, como demostraban sus rostros ojerosos y sus ropas arrugadas.

– No lo hubiéramos conseguido sin usted -repuso Campbell a David mientras éste se sentaba.

– Estaba tan asustado como los demás -repuso David, meneando la cabeza.

– No; usted supo estar a la altura de las circunstancias, cuando peor estaban.

– Sólo hice lo que consideré correcto -dijo David tímidamente. Reordenó unos papeles que había sobre su mesa y preguntó-. Bien, ¿qué ha ocurrido con los inmigrantes?

Campbell explicó que de los 523 inmigrantes a bordo del Peonía, 378 habían sido deportados gracias a que el gobierno chino les había proporcionado un carguero vacío para el viaje de regreso, pero sobre todo gracias a la eficacia del Servicio de Inmigración, que se aseguró de que los inmigrantes permanecieran aislados después de desembarcar.

– De ese modo no tuvieron ocasión de comunicarse los unos con los otros para inventar historias, ni siquiera para recuperarse de su dura experiencia y poder pensar con claridad.

– Nadie quiere que se repita el desastre del Aventura Dorada -añadió Noel Gardner-. Hace casi tres años que aquel barco varó en Nueva York y aún albergamos a más de cincuenta de aquellos chinos. A cincuenta y cinco dólares por día, nos han costado más de diez millones. El Servicio de Inmigración quiere que se resuelva el asunto de los inmigrantes del Peonía y que salgan del país antes de que los grupos pro derechos humanos tengan tiempo de movilizarse.

Durante toda la tarde y la noche anteriores, explicó Campbell, se había separado a los enfermos y a los más débiles de los que estaban sanos y más animados. Al llegar la medianoche, antes incluso de que David hubiera salido del hospital, docenas de inmigrantes se habían duchado y habían comido un sencillo estofado de buey. Rápidamente se les había comunicado su derecho a un abogado y una audiencia, pero los funcionarios de inmigración también habían puesto el énfasis en las ventajas de aceptar ropa limpia, comida y un pasaje de vuelta a casa en lugar de una prolongada estancia en la cárcel sin garantías de recobrar la libertad. Después los inmigrantes había sido llevados a los juzgados del centro de internamiento de Terminal Island, donde los jueces, malhumorados por haber sido arrancados del sueño, repitieron el mismo consejo.

– ¿Alguna noticia sobre la tripulación? -preguntó David, cambiando de tema.

– Los guardacostas vigilan las playas -contestó Jack-. No se ha avistado ningún cuerpo llevado por la corriente, pero en realidad tampoco lo esperaban. La tempestad era muy fuerte y cuando la tripulación abandonó el Peonía el barco se hallaba aún en alta mar.

– Creo que tendrán más suerte si buscan en San Pedro, Long Beach o Chinatown.

– Sería una buena idea, pero seamos realistas: este caso no tiene prioridad. La Agencia no va darnos los hombres que necesitaríamos para comprobar todos los bares y hoteluchos. Noel y yo intentamos hacer lo que nos pide, pero también tenemos nuestras prioridades. Me quería en Terminal Island hablando con esos inmigrantes y allí fui. Quería que Noel se quedara con el cadáver-y eso fue lo que hizo.

– ¡Dios, el cadáver! -David se volvió hacia Noel-. ¿Cómo está mi cadáver? Mejor aún, ¿quién es mi cadáver? ¡Eh! ¿No tenía que quedarse con él?

– No se preocupe -le tranquilizó Noel-. Está en el depósito de cadáveres de Long Beach. No se moverá de allí.

– Gardner le dio el tratamiento de un caso del FBI -alardeó Campbell.

– Le dije al forense que era un asunto federal de vida o muerte -dijo Noel con una sonrisa de oreja a oreja-. Aceptó hacer la autopsia de inmediato, pero el mérito no ha sido mío. Nuestro Juan Nadie llevaba un tiempo muerto y el forense quería meterlo en la nevera lo antes posible.


Noel abrió su cuaderno de notas y empezó a leer con precisión

– La víctima es un varón de veintipicos de años y cincuenta y cinco kilos de peso. El cabello demuestra que es chino. -Noel y el forense estaban de acuerdo con la conjetura de David, y opinaban que la víctima no era un inmigrante ni un miembro de la tripulación-. Nuestro hombre tenía arreglos dentales bastante caros, aunque el forense no ha podido explicar el estado actual de los dientes, que estaban…

– Negros, lo recuerdo.

– Y luego está el Rolex -prosiguió Noel-. Era auténtico.

– ¿De qué murió?

– Ahí es donde la cosa se pone interesante. ¿Recuerda eso de las manos y los pies? La piel se sale como si fueran guantes y calcetines cuando un cuerpo ha estado sumergido en agua mucho tiempo. También nos dijo que nuestro Juan Nadie fue torturado antes de morir.

– ¿Torturado?

– A pesar de la descomposición, el forense halló quemaduras profundas en los brazos y el cuello. O le torturaron, o tenía una manera muy extraña de apagar los cigarrillos.

– ¿Se ahogó?

– El líquido que tenía en los pulmones es exclusivamente post-mortem.

– ¿Dónde murió? -preguntó David.

– Creo que sería mejor preguntar cuándo murió -replicó Noel.

– De acuerdo, ¿cuándo?

– Permítame intervenir -dijo Campbell-. El capitán abandonó el Peonía tan deprisa que olvidó el libro de bitácora. Hemos descubierto que el barco zarpó del puerto de Tianjin el tres de enero. Hemos enviado un fax a las autoridades de Tianjin y ellos nos han enviado copias del conocimiento de embarque. Estoy seguro de que no le sorprenderá que los inmigrantes no se hallaran en la lista de manifiesto. Lo que sí es una sorpresa es que un barco de ese tipo saliera de Tianjin. Habitualmente, salen de Fujian, Zhejiang o Guangdong Province.

– ¿Dónde cae Tianjin?

– Yo tampoco lo sabía. Está en el norte, cerca de Pekin. Es la tercera ciudad más importante de China.

– ¿Y qué pone en el manifiesto?

– En teoría, el cargamento del Peonía consistía en encajes, alfombras estilo Aubusson, aparatos electrónicos y cerámica del interior del país.

– Entonces, ¿por qué hicieron salir un barco de inmigrantes de Tianjin?

– No lo sabemos. Lo único que sabemos es que probablemente la víctima llevaba muerta desde el tres de enero -dijo Campbell.

– Volvemos a mi pregunta anterior. Si no murió ahogado, ¿Qué lo mató?

– Usted me dijo que me quedara con el cadáver, y yo lo he hecho -replicó Noel-. Le aseguro, Stark, que me debe un gran favor. El patólogo ha cortado a ese tipo de cabo a rabo. No sé ni lo que he visto. No quiero saberlo. Bueno, el caso es que el patólogo se ha pasado todo el rato hablando, contando. El hígado de ese tipo estaba hecho papilla. Los riñones… -El recuerdo le hizo dar un respingo-. Los intestinos estaban infestados de llagas. Las membranas mucosas, me refiero al interior de la boca y a la garganta, estaban cubiertas de quemaduras. Fuera lo que fuera, lo mató algo que entró en su cuerpo por la boca v los pulmones y luego destruyó sistemáticamente todos sus órganos.

David y Jack se miraron, esperando a que Noel tomara un sorbo de café.

– El patólogo ha hecho un examen toxicológico, pero, admitámoslo, Long Beach no tiene el mejor equipamiento del mundo. Un patólogo de ciudad no va a resolver este enigma. Se trata de algo peculiar.

– ¿Qué quiere decir?

¿Cómo lo ha dicho el patólogo? «Tenemos aquí una criatura tóxica orgánica.»

– Entonces, sea lo que sea, ese veneno… ¿procedía de un animal? -Un animal, un insecto, una serpiente, una araña; el patólogo no estaba seguro. He hecho que sacara muestras de tejido. Las he enviado al laboratorio del FBI de Washington con todo lo demás,

– ¿Qué es «todo lo demás»?

– Impresiones dentales, el contenido de su cartera, los guantes. Desgraciadamente, cuando un cadáver ha estado sumergido en el agua, se pierden fibras que podríamos relacionar con una posible escena del crimen. -Noel explicó cómo actuaría el FBI en tal situación. Con el tiempo, el forense de Long Beach podría llegar a identificar la composición del veneno y seguir ignorando su procedencia. Haría que el experto tomara las impresiones dentales y las huellas dactilares de los guantes, pero no tenía recursos para realizar la correspondiente identificación.

– En cuanto a la cartera -continuó Noel-, ha estado en el agua mucho tiempo, pero es asombroso lo que nuestros chicos de Washington pueden hacer. Quizá puedan hallar restos de tinta, o algún sello oficial.

– Buen trabajo -dijo David-. ¿Cuánto tardará todo eso?

– ¿Quién sabe? Días, semanas, meses…

– Me preocupa su identidad -dijo David, pensativo-. Si no era uno de los inmigrantes, ¿quién era? ¿Un tripulante? ¿El miembro de una banda?

– El veneno no es el modus operandi típico del crimen organizado asiático -dijo Jack-. Si la víctima era uno de ellos, pongamos que un traidor, lo normal sería encontrarlo con los brazos y las piernas amputados.

El teléfono de David sonó. Le llamaba Lynn Patchett, una de las abogadas del Servicio de Inmigración.


Se encontraron en una pequeña sala de reuniones de Terminal Island. Lynn Patchett, que había aplazado su calendario de audiencias del día para los inmigrantes del Peonía, se paseaba de un lado a otro junto a una pared. Vestía un traje azul marino de corte clásico con blusa blanca abotonada hasta el cuello y calzado piano. Jack Campbell se paseaba junto a la pared adyacente. En la esquina donde deberían haberse encontrado en su nervioso paseo estaba sentada una taquígrafa de los juzgados, que aguardaba pacientemente a que hablara alguien para hacer su trabajo. Junto a David, Noel Gardner garabateaba dibujos geométricos en un bloc amarillo.

Mabel Leung, intérprete de los juzgados que hablaba mandarín, cantonés y otros dialectos chinos, había apartado un palmo su silla de la mesa y tejía industriosamente lo que parecía una manga. Hasta entonces a nadie le habían sido necesarias sus habilidades lingüísticas. Milton Bird, un abogado de oficio designado por el tribunal para los casos de inmigración, repasaba sus notas. Junto a él se sentaba Zhao con los brazos colgando a los costados. Llevaba un mono rojo con unos números negros pintados en la espalda y resplandecientes zapatillas de tenis blancas, el uniforme oficial de los que se hallaban retenidos en Terminal Island.

Era la última hora de la tarde y no habían hecho descanso alguno para comer. Mabel se había escabullido unos minutos para volver con coca-colas dietéticas y bolsas de patatas fritas obtenidas de una máquina expendedora. Aquel extraño almuerzo, combinado con el estrés, los había dejado a todos con los nervios de punta.

Por el momento, la reunión había sido todo un ejercicio de perseverancia. Zhao quería comprar su libertad; David quería información desesperadamente. Zhao recordó a David que le había prometido ayuda; David había luchado con la definición de «ayuda». Habían hablado sobre condiciones: identificación del cadáver a cambio de la libertad de Zhao. Si algún día el caso llegaba a juicio, David esperaba que Zhao testificase. El gobierno no daría dinero alguno a éste, pero Inmigración le concedería la tarjeta de residente. David veía claramente que el inmigrante estaba más asustado que cuando se hallaba a bordo del Peonía.

A medida que transcurría el día, David había releído el expediente de Zhao un par de veces. Según sus respuestas al interrogatorio de Inmigración, Zhao Lingyuan, que escribía primero el apellido, siguiendo la costumbre china, había sido estudiante en la Universidad de Pekin, lo que explicaba sus conocimientos de inglés. En 1967, durante la Revolución Cultural, había sido enviado al campo. Una decada más tarde, cuando otros estudiantes volvieron a casa, el se quedó. Después, cuando la economía de mercado empezó a penetrar en China, Zhao decidió ir a Estados Unidos para empezar de nuevo.

Campbell se detuvo de repente y espetó:

– Mire, Zhao, se acabó. ¿Sabe lo que quiere decir eso? ¡Pues que hable o no hay trato!

Al ver que Zhao permanecía impertérrito, Campbell emitió un gruñido de frustración, dio un puñetazo en la pared y reanudó su rítmico paseo. David abrió y cerró su bolígrafo.

– No sé cómo decir palabras -dijo Zhao de pronto con voz monocorde.

Mabel dejó su labor y conversó con él en chino durante cinco minutos. De vez en cuando, Mabel decía una palabra en inglés (dragón, engendrar, fénix, rata, topo) y Zhao la repetía. Cuando la conversación tocaba a su fin, los dos parecían haber alcanzado una especie de acuerdo. David los miró a ambos inquisitivamente. Mabel volvió a coger la labor sin decir palabra Zhao volvió a encorvarse en su asiento con los ojos fijos en la mesa desnuda que tenía ante él. Milton Bird sacó un pañuelo y se enjugó la frente. Noel estiró el cuello y luego flexionó los brazos.

– Tenemos un dicho en China. -La voz de Zhao transmitía resignación-. Los dragones engendrar dragones, los fénix engendrar fénix, y los topos engendrar topos, buenos para cavar agujeros.

David aguardó.

– Ese hombre ser hijo de un dragón -prosiguió Zhao-. Yo hijo de un topo. ¿Comprende?

– No, no comprendo.

Una vez roto el silencio, Zhao ya no podía parar.

– En el barco, nosotros saber que el hombre está en el agua. El agua para beber. Cuando tripulación dice que hemos de coger nuestra agua de ese lugar, el hombre apesta ahí dentro. Nosotros abrir la manivela del tanque de agua y sale el olor. La mayoría de nosotros ser campesinos. Granjeros inundan sus campos para hacer crecer arroz. No hay modo de avisar animales de que viene agua. A veces animales quedar atrapados. Algunas veces irse nadando. Se ven ratas nadar con la nariz por encima del agua.

A veces rata se engancha en las plantas. Días después, semanas después, yo la olía. Esto ocurre a veces, así que en el barco nosotros saber que algo muerto está allí.

– ¿Qué hicieron?

– Nadie querer mirar dentro de ese lugar -dijo Zhao, alzando los ojos lentamente para mirar a David a la cara-. Algunas personas tienen miedo de fantasmas. Algunas personas tienen miedo de tripulación.

– Lo sabía la tripulación?

– La tripulación ser estúpida. Ver a la gente poniéndose débil. Ver a la gente poniéndose enferma. Pero no hacer preguntas. Nosotros recogemos agua de lluvia. Nosotros… -Se volvió hacia Mabel y le hizo una pregunta.

– Racionamos -dijo Mabel.

– Nosotros racionamos agua buena. Luego estamos cerca de America. Ahora la tripulación no tiene agua. Ahora van a ese lugar. Miran dentro y encuentran hombre. Se asustan. Dicen:

«¿Quién es ese hombre?» Pelean. ¿Lo lanzamos al agua? ¿Que hacer? Nos dicen a nosotros: -Vosotros decís quién es ese hombre. Vosotros decís quien lo mató. Si no lo decís, no comida. Si no lo decís, se lo diremos a la banda cuando llegamos a América. Todo el mundo tener miedo, pero nadie decir nada.

– Pero ¿sabían quién era?

– Es clase especial -contesta Zhao asintiendo-. Hijo de una antigua familia. Es Príncipe Kojo, un Gaogan Zidi -Tomó aire y continuó. El primer día, cuando fuimos por agua, todos tener miedo, pero algunos hombres dijeron que mirarían dentro. Si sólo era rata, la echarían fuera. Nosotros herviríamos agua. Subir sobre el tanque y lo abren otra vez. Encuentran paquete envuelto en plástico. Dentro estar el hombre. Hace un par de días muerto y en el agua.

– Pero ¿como supieron quien era?

– Hombres miraron su cartera. Tenía papeles donde poner que era Guang Henglai.

Jack Campbell dejo escapar un hurra triunfal.

David le lanzo una mirada de advertencia y siguió preguntando.

– ¿Qué hicieron después?

– Volver a poner el cuerpo.

– ¿No se lo dijeron a la tripulación?

– No -respondió Zhao con un resoplido-, volver a poner a Guang Henglai. Luego vienen nos hablan a los demás. ¿Que podemos hacer? Nosotros ser topos en ese barco. Incluso los hombres de la tripulación ser topos. ¿Quién responsable para decirlo a la tripulación? si pensar que uno de nosotros lo mató?

– ¿Cómo se llamaban los hombres que encontraron el cadáver?

– No importar…

– Me importa a mí.

– Esos hombres se han ido. Estar en barco hacia China,

No sabiendo cuanto tiempo estaba dispuesto a seguir hablando Zhao, una vez roto el silencio, David intentó centrarse en lo más importante.

– Volvamos a ese Guang Hengi. ¿Quién es y por qué le tenían tanto miedo?

– No tener miedo de él -dijo Zhao despectivamente-. Es hijo de un dragón.

– ¿Su padre es importante?

– Su padre ser Guang Mingyun -dijo Zhao con un nuevo bufido.

– Lo siento, Zhao, pero no sabemos quién es.

– Yo sólo un campesino. ¿Comprende? Yo sólo un campesino, pero incluso yo conocer Guang Mingyun. Es uno de las Cien Familias. Poderoso y rico.

– ¿Es el líder del Ave Fénix? -pregunto David.

– No triada-dijo Zhao tras una amarga carcajada-. Es un dragón. La tríada es menos que un perro para Guang Mingyun…

– Pero si le informaran de la muerte de su hijo -dijo Noel tras carraspear-, ¿no recibirían una recompensa?

– Cuando la tripulación se entera de que hay un cuerpo en el barco, no dar comida. No dar agua. Estamos en el mar muchos días. Pero los dueños del barco decir: «No podéis ira América hasta decir quién es ese cuerpo y quién lo puso ahí.» Ester barco tiene mucha gente y oídos. No hay secretos. Cada noche la gente comenta lo que ver y oír. Dicen que el capitán está hablando con el líder de América. Las noticias parecer muy malas, porque decir que nos pegarán hasta que alguien confiesa. Los chinos ser muy fuertes. Acostumbrados al castigo. Pero nadie querer perder el honor. Dos hombres decir lo que saben. Esos dos hombres perder su honor. No poder seguir a América porque todos en barco saben que gritaron y suplicaron. No poder volver a casa, porque si regresan a su pueblo, ¿cómo poder mirar a sus familias a la cara? ¿Cómo poder devolver el dinero de su viaje? Esos dos hombres tener hambre y sed y estar cansados. Dicen lo que saben y luego saltan por la borda. El capitán llama a tierra. Grita. Todos oír.

– ¿Con quién hablaba?

– Con el líder de América.

– ¿Sabe cómo se llama?

– ¡Yo no estar allí! -espetó Zhao-. ¡Yo no escuchar! ¡No querer morir!

– Tranquilícese, señor Zhao -dijo Milton, poniendo una mano en el hombro de su cliente-. Quizá ya baste por hoy…

– ¡No, querer acabar! ¡Querer salir de este sitio! Me ha dicho que puedo irme después de hablar.

– Cierto -convino David-. Le prometimos que podría irse en cuanto nos dijera lo que sabía. Acabe, por favor. ¿Qué dijo el líder?

– No saber. Pero llega la tormenta. El otro barco viene y la tripulación se va. Creemos que la tripulación sabía que ustedes van a llegar. Eso es todo lo que sé. -Zhao volvió a fijar la vista en la mesa.

– ¿Qué más puede decirnos sobre Guang Henglai? ¿Sabe usted quién pudo matarle y por qué?

Zhao habló en chino con Mabel. Cuando terminó, ella dijo:

– Hay muchas frases en chino que son parecidas a las que tienen ustedes en inglés. Una de ellas es: «Mira hacia el otro lado.-El señor Zhao dice que el miró hacia el otro lado y que usted debería hacer lo mismo.

– Si preguntas meterte en líos -añadió Zhao-. Querer saber algo de la tripulación, yo se lo diré. Hacen preguntas. Les dan la respuesta y ahora están muertos.

– Usted me ha dicho que abandonaron el Peonía en botes salvavidas en dirección a un barco de rescate -dijo David, sorprendido.

– Usted no escuchar a Zhao -dijo-. Yo no verlos morir, pero creo estar muertos. Es cierto, vi a algunos barridos de su bote pequeño cuando intentan irse. Pero esos hombres estar muertos. El líder de América los matará.

– No hicieron nada malo. -En el momento en que pronunciaba estas palabras, David se preguntó qué querían decir.

– Guang Henglai ser Príncipe Rojo -le advirtió Zhao-. Su padre es poderoso. No sea estúpido. Usted mira hacia otro lado también. Si no, morirá.

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